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Periodismo literario: vivo, vigente y cálido – incluso en Finlandia

Acabo de volver de la 8ª conferencia de la Asociación Internacional de Estudios de Periodismo Literario (IALJS).

Es la cuarta a la que acudo, y ya siento que formé una familia a la distancia con esta treintena de académicos enamorados del periodismo narrativo, veteranos periodistas convertidos en profesores y estudiantes de doctorado hambrientos de descubrir nuevos autores (qué antiguo suena eso).

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La primera vez fui de la mano de mi viejo amigo Pablo Calvi, antiguo periodista de Clarín que saltó sin red a la academia. Pablo es el primer latinoamericano en doctorarse en periodismo en la Universidad de Columbia. Su tema es la comparación entre el Nuevo periodismo del norte de América y la crónica del Sur.

En 2010, en la Universidad de Roehampton, en Londres, en un panel sobre nuevas formas de contar, escuché a la profesora Leonora Flis, de Eslovenia, hablar del gran Joe Sacco, autor de Notas al pie de Gaza y maestro del cómic de no ficción.

En 2011, en Bruselas, el doctor Todd Shack, quien en otra vida fuera barman en Amsterdam, me abrió los ojos a la obra poética y terriblemente real de Charles Bowden, el cronista de la frontera entre EEUU y México, el autor de Ciudad del crimen.

Ya les hablé en este blog tanto de Notas al pie de Gaza como de Ciudad del crimen. Esos descubrimientos empezaron para mí en los congresos de la IALJS.

Y siguieron brotando autores y descubrimientos. En 2012, en Toronto, la imponente voz del noruego Jo Bech-Karlsen me introdujo en el debate moral alrededor del relato de no ficción El librero de Kabul, de su compatriota Asne Seierstad. ¿Cuáles son los límites de la no ficción?

Este año la conferencia central corrió a cargo de Robert Boynton, el influyente autor de El nuevo nuevo periodismo: nos habló de las formas en que Internet, los blogs, los libros digitales y la auto-edición están abriendo nuevos rumbos para el oficio.

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Pero en las dos salas de la Universidad de Tampere, bajo un calor inesperado (bueno, inesperado para mí, que llevé toneladas de abrigo innecesario a Finlandia), se sucedían decenas de presentaciones.

Voces de Australia, de Brasil, de Suecia, de Sudáfrica, de Canadá, de Bélgica, de Inglaterra y Alemania recuperaban a grandes cronistas del pasado y llamaban la atención de nuevos periodistas literarios que de otra forma no pasan las fronteras de su país o de su idioma.

¿Sala 1 o sala 2? Era como pedir a un niño que elija entre una juguetería y una dulcería. 

Y en las cenas y desayunos, departir con los popes de esta creciente disciplina, como el gran Norman Sims (autor de la indispensable antología El periodismo literario), el maestro paternal David Abrahamson (experto en historia de las revistas norteamericanas) o la profunda escudriñadora de los abismos humanos Sue Joseph (creadora de la escalofriante serie de perfiles Speaking Secrets, de la que les hablaré algún día).

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Tras cuatro años, ya sabiéndome arropado en esta cofradía, me animé a hablarles de mi reverenciado Gabriel García Márquez y sus tres libros de no ficción (Relato de un náufrago, La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile y Noticia de un secuestro), y a contarles la historia de mi guerra, la de Malvinas de hace ya 31 años. Creo que los hice viajar un poco con la historia de mi crónica Los viajes del Penélope.

Vuelvo más rico, más seguro del camino que emprendí hace una década, y esperando ya la 9ª conferencia de IALJS.

Mayo de 2014: Bonjour, París!



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23 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Europa en el parabrisas

Aunque sea a través de un libro primerizo siempre es de celebrar un reencuentro con Robert Byron. A sus lectores les alegrará saber que la editorial malagueña Confluencias tiene el propósito de editar ordenadamente la totalidad de su obra, desde la narración de su estancia en el monte Athos (The Station) tan alabada por Patrick Leigh Fermor, hasta el Viaje a Oxiana, portentosa memoria de su viaje a Persia y Afghanistán escrita poco antes de morir en un barco torpedeado por un submarino nazi cuando estaba a punto de cumplir 36 años. Irónico, introvertido, polémico, aristocrático, poseedor de una erudición asombrosa y de una exquisita mirada estética, Byron despierta tanta admiración como irritación (muchas veces simultáneamente) y en el presente libro el lector va a encontrar motivos de sobra para pasar de una a otra.
Europa en el parabrisas es el relato de un viaje desde Inglaterra a Grecia en compañía de sus amigos Gavin Henderson y Alfred Duggan, que por alguna razón Byron se empeña en disimular tras unos nombres tan falsos como sus biografías. Lo que no puede disimular es que se trata de tres niños bien (tenían en torno a los 20 años) protegidos incluso a distancia por las influencias familiares, aparte de que si es necesario el autor recurre a las resonancias míticas de su apellido pese a que no tenía el menor parentesco con el célebre lord y poeta.
Complemento indispensable del trío y su montaña de baúles y los accesorios que los jóvenes de buenas familias inglesas consideraban indispensables para viajar, es Diana, un enorme Sumbean descapotable que les va a proporcionar tantas molestias (averías, pinchazos, falta de gasolina, robos, etc) como las alegrías que les cabe esperar a tres chicos ricos que viajan por Italia y Grecia en un descapotable pero sabiendo que al final de la jornada les aguarda el mejor hotel de la ciudad.
El viaje se inicia en el puerto inglés de Grimsby y la primera parada es Hamburgo. Estamos en 1926, Europa todavía no se ha repuesto de la Primera Guerra Mundial y los países por los que Diana conduce a sus pasajeros están tratando de dar respuesta a los profundos traumas y desequilibrios provocados por la hecatombe bélica. Quizá porque todavía no dominaba los recursos de la pluma (cosa que no le ocurría con el lápiz, como lo demuestran los dibujitos que acompañan el texto) o también porque a Byron no le gustaba Alemania, el paso por ese país no le inspira gran cosa y más que un relato lo que hace es dejar constancia de lo que pasa. En Insbruck, por ejemplo, dice: "Visito la catedral y me compro un paraguas". Eso todo lo que tiene que decir al respecto. Lo mismo le pasa con Austria, que tampoco le inspira lo más mínimo. En cambio, desde que entran en Italia y comienzan el descenso hacia la Toscana, la prosa florece, aparecen el color, los olores y los cielos, el paisaje cobra un protagonismo equiparable al de la arquitectura y el arte. También aparece de pronto la gente, campesinos, policías, golfos, camareros o mecánicos de taller, como si Alemania y Austria estuvieran desiertas.
Para cuando llegamos a Roma, el Byron admirable e irritante ya está en plena forma. A la vista de la cúpula de San Pedro, no vacila en calificar de "mediocre" a Bernini, y aunque salva algunas pinturas del interior, el conjunto vaticano no le provoca el menor entusiasmo. Y en cambio no puede evitar contraponerlo a la catedral de la localidad húngara de Esztergom, de la que dice que "no solo es uno de los edificios más bellos, sino el máximo exponente de uno de los más armoniosos y dignos estilos posrenacentistas". Invito al lector a que vea en Internet esa catedral porque tendrá una idea exacta de la capacidad de provocación de Byron.
El resto de la aventura italiana (Nápoles y sus alrededores le provocan un considerable subidón) es una delicia y una especie de prólogo a la estancia en Grecia, una segunda patria con la que se identifica hasta el extremo de que le inspirará sus tres próximos libros.
Al llegar al Dodecaneso, muchos lectores quedarán sorprendidos por el encendido elogio que Byron hace de la administración italiana de esas islas y del fascismo en general, una visión favorable que ya cabía colegir de los numerosos (y amistosos) encuentros con fascistas italianos durante el viaje, aparte de algunos comentarios favorables al fascista británico sir Oswald Mosley. Pero no hay de qué alarmarse. Aparte de que en los años 20 la actitud favorable al fascismo entre los intelectuales europeos era mucho más frecuente de lo que ellos mismos dirían después, cuando se publiquen sus restantes libros se podrá comprobar la evolución del pensamiento de Byron, que no llegó a ser nunca lo que hoy llamaríamos "políticamente correcto", pues para ello hubiese debido renunciar a su gusto por la provocación y la transgresión estética, y ello sería pedirle demasiado a un hombre como él, capaz de decir que "Alemania no ha producido un solo pintor, ni lo hará", o de calificar de "vulgares" y "utilitarias" las construcciones romanas.

Europa en el parabrisas
Robert Byron
Confluencias



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23 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Religiones en la aldea global

La diplomacia estadounidense cuenta con excelentes observadores y escritores, capaces de narrar como el mejor de los periodistas lo que está sucediendo en los países donde están destinados. Por si alguien lo dudaba, quedó demostrado por la calidad de los cables secretos del departamento de Estado o Cablegate, publicados por Wikileaks a partir de diciembre de 2011, y especialmente el más famoso de todos sobre una boda mafiosa en el Dagestán, firmado por el entonces embajador en Moscú, William Burns. Además de demostrar dotes de reporteros y columnistas del más alto nivel, los diplomáticos de EE UU tienen que realizar con frecuencia otras labores que no se les exige a los diplomáticos de otros países, alguna de las cuales se hallan en apariencia más cerca de las funciones de las ONG y las organizaciones internacionales de derechos humanos que de la diplomacia clásica.

Una de estas actividades es el informe anual que realiza el departamento de Estado sobre la libertad religiosa en el mundo, tarea expresamente encomendada por el legislativo mediante la International Freedom of Religion Act, aprobada en 1998 y firmada por el presidente Clinton. Anualmente, el ejército de diplomáticos de Washington tiene que evaluar los niveles de libertad religiosa de los distintos países y designar los que permiten o promueven las mayores violaciones, unas tareas que luego obligan a la misma diplomacia y a los máximos responsables a presionar, negociar o incluso sancionar a los peores y más recalcitrantes alumnos de la clase.

Si atendemos a las generalidades del informe de 2012, el diagnóstico sobre la libertad religiosa en el mundo deja mucho que desear y da un toque de atención a todos, incluidos los países con más buena conciencia, como es el caso de España. La retórica y las acciones contra los musulmanes están en auge, particularmente en Europa y en Asia. El uso de legislaciones contra la blasfemia y contra la apostasía o cambio de religión siguen proliferando hasta constituir un auténtico problema en muchos países. Hay un incremento continuo y global del antisemitismo, que incluye la denegación y la apología del Holocausto, y que quiere justificarse en algunos casos en la oposición a las políticas de Israel. Los cristianos son la diana más importante de la discriminación social, el abuso y la violencia en determinadas partes del planeta, donde también sufren los seguidores de otras religiones y del propio islam. Una de las conclusiones que se deduce de una lectura atenta del informe es que nadie sufre más los efectos violentos del islamismo radical que los propios musulmanes. Si Stalin fue el mayor asesino de comunistas de la historia lo mismo puede decirse del salafismo violento y de Al Qaeda.

El departamento de Estado designa cada año los países que merecen una especial atención porque en ellos se registran los mayores niveles de intolerancia e incluso la persecución organizada y letal de los fieles de determinadas religiones. Son ocho y dos de ellos, China y Arabia Saudí, ambos con estrechas relaciones no tan solo económicas con Estados Unidos, conservan esta infamante calificación desde que la obtuvieron con el primer informe de 1999. Un tercero, Birmania, perdió el vergonzoso título el pasado año, coincidiendo con su transición democrática, pero lo ha recuperado en el actual, con el informe de 2012, a la vista de los escasos progresos realizados en libertad religiosa y la continuada persecución de las sectas budistas no oficiales y de los seguidores del islam. Los otros cinco países de la primera división de los perseguidores son Eritrea, Irán, Corea del Norte, Sudán y Uzbekistán. Vietnam ya no está en la lista desde 2006 y consta así como uno de los éxitos de la diplomacia estadounidense. La lectura del informe revela que su función no es solo vigilar, sino también estimular a los gobiernos a mejorar. Respecto de Birmania, el informe reconoce que ?el gobierno ha aplicado reformas considerables, pero el comportamiento general no ha cambiado durante este último año?. De la China que acaba de elevar al nuevo líder, Xi Jinping, dice que ?el respeto del gobierno por la libertad religiosa ha disminuido este año?.

Es difícil acotar la religión en el capítulo de los asuntos internos de los países, como si estuviéramos todavía en el mundo salido de la Paz de Westfalia (1648) con su clásico lema cuius regio, eius religio (según sea la religión del rey, así será la del reino). La convivencia entre identidades, lenguas, religiones y costumbres en la aldea global encuentra más facilidades en las bellas palabras que en las duras realidades. No vale la añeja mirada laicista, ciega a la profundidad de las creencias y a las dificultades de convivencia. Tampoco es fácil para muchos países, incluidos los europeos, aceptar sin más las lecciones impartidas por Washington. Pero no hay duda de que la mirada atenta de la diplomacia estadounidense sobre el mundo hace un buen servicio a la libertad religiosa e imprime una orientación a su política exterior de la que los europeos debiéramos aprender.



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23 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El desamparo y el inseguro

Más que un líder, un mesías u otro personaje de este cariz que podrían devolvernos al repetido abismo histórico de los fascismos, lo que echamos de menos no es tanto la política como otra institución consagrada a defender los derechos de la población común. No hay nada peor en España que enfrentarse a un abuso de una compañía o buscar amparo en un seguro. La compañía es todo menos compañera, aun en lo más elemental, y las empresas de seguros son todo menos aseguradoras. En el primer caso y tras cualquier estafa no hay modo de que el estafador sea puesto pronto ante los tribunales y se le sancione. En el segundo supuesto, tras cualquier percance, en el coche, en el hogar o en nuestro lugar de trabajo, el seguro tiende a demorar los pagos, a escabullirse, a negar lo obvio hasta desesperar al cliente. Un cliente que si antes ha pagado prestamente todas las primas ahora se ve tratado como un apestado. Un tipo molesto del que hay que apartarse y denegarlo como a alguien mendaz. Próximamente daré los nombres de algunas compañías que se portan de esta manera y que afectan también a nuestros parientes y compañeros pero bastaría recurrir a la experiencia de cada cual para ratificar que no sólo no hay justicia en lo criminal sino que estas desaprensivas instituciones aseguradoras (¿), salvo contadas excepciones, cometen abusos que llegan sistemáticamente hasta la explotación cuando no al robo. ¿Hasta cuando seguiremos debatiendo la cosa política y no la ciudadanía directa? ¿Para cuando el domus sustituirá al actual camelo de la polis ¿Hasta cuando el ciudadano del siglo XXI logrará un estatus de dignidad y respeto? O lo que es lo mismo, ¿hasta cuanto la indignidad de los actuales mandamases seguirá gobernando nuestra vida social y personal?



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22 de mayo de 2013
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El carrito

La escena parece propia de uno de esos programas de cámara oculta que buscan reírse de la torpeza y la ingenuidad humanas. Pero sucede en el aeropuerto de Madrid. Los viajeros, tras diez horas de un vuelo intercontinental, llegan a la famosa T4, cosida de cristal y amarillo, con el razonable deseo de acabar con la ansiedad final del viaje: recuperar sus maletas. Y ahí es donde entra en el plano ese objeto simple pero cuya poderosa eficacia lo convierte en aliado indispensable para depositar un resumen de la casa a cuestas: el carrito. Frente a las filas silenciosamente alineadas de carros metálicos, hombres y mujeres se pelean con su ranura, luchando contra la nada. Observas sus rostros, y en verdad parecen sentirse idiotas por no poder desasirlos de la cadena que los ata. Miran a un lado y a otro, medio ríen de puro absurdo, prueban con todo tipo de monedas, se desesperan… hasta que un operario de Aena les informa de que los carros no van con euros, sino con fichas; sí, como en un casino. Retrasos, huelgas de pilotos, pérdidas, largas colas, la sensación de mono desnudo que educadamente soportamos en nombre de la seguridad aunque la impresión de permanente sospecha envenene al viajero… y ahora llega un plus. En diferentes puntos de la terminal, una serie de dispensadores aguardan mudos a ser descubiertos. Le pregunto a la señora de la limpieza, testigo mudo y omnipresente, por la visión cotidiana del asunto: “La gente sale de aquí muy cabreada. Primero, porque pierden tiempo probando con monedas, ya que no está bien indicado que ahora se paga con fichas; luego, porque meter la endiablada ficha tiene truquillo; y por último, porque la moneda de un euro no se devuelve, se la queda Aena. Todo parece pensado en contra de facilitarle la vida al pasajero” . La medida, que pronto se extenderá al Prat, ha sido argumentada con comparativas: “Uno de la cada cuatro aeropuertos del mundo cobra el carro”. Y también con business plan: aseguran que con esta medida se contribuirá a la sostenibilidad del negocio recaudando al menos 3.2 millones de euros, “así podrá seguir garantizándose un servicio de calidad”, argumento débil donde los haya cuando esta nueva penalidad para el viajero, que vulnera cualquier protocolo de atención al cliente, llega en un tiempo donde se controlan edificios enteros desde una pantalla de iPad. En cambio, la tan coreada marca España se inscribe en lo rudimentario, como ese ocurrente welcome con el que ahora se recibe a los viajeros y que añade un elemento más de dificultad a la imagen de nuestro país, ya de por sí errática, aunque en plena consonancia con las medidas que día a día salen del Consejo de Ministros evocando las peores pesadillas del desarrollismo. (La Vanguardia)

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22 de mayo de 2013
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III. De lo exótico a lo relamido

Las ideas europeas que alimentaron nuestra independencia circulaban de contrabando, por peligrosas. Eran exóticas, y sus símbolos también lo eran. El gorro frigio se quedó hasta hoy días en los escudos de armas de las nuevas repúblicas, desde Argentina, hasta Bolivia, Colombia, Cuba, Haití, El Salvador, y Nicaragua, un emblema persistente de la libertad tantas veces malversada.
Y las ideas europeas que definieron el estado moderno en el siglo diecinueve y se asentaron en las nuevas constituciones, siguieron siendo exóticas por mucho tiempo, y en no pocos sentidos lo son aún: imperio de la ley, balance de poderes, gobiernos republicanos y democráticos.
Al hablar de la relación entre Europa y América Latina, salta de por medio una asimetría democrática. En muchos sentidos, seguimos siendo decimonónicos porque la institucionalidad no ha progresado la suficiente, y es fácil que debajo de las pretensiones de modernidad surja siempre la figura autoritaria del caudillo.
Tenemos gobiernos más o menos democráticos, basados en concepciones ideológicas diferentes, no pocas de ellas obsoletas, y no en reglas institucionales identificables. De esta manera hemos entrado en el siglo veintiuno, y no creo que podamos apartarnos a corto plazo de semejante perspectiva.

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22 de mayo de 2013
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El Boomeran(g)
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