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Europa en el parabrisas

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Aunque sea a través de un libro primerizo siempre es de celebrar un reencuentro con Robert Byron. A sus lectores les alegrará saber que la editorial malagueña Confluencias tiene el propósito de editar ordenadamente la totalidad de su obra, desde la narración de su estancia en el monte Athos (The Station) tan alabada por Patrick Leigh Fermor, hasta el Viaje a Oxiana, portentosa memoria de su viaje a Persia y Afghanistán escrita poco antes de morir en un barco torpedeado por un submarino nazi cuando estaba a punto de cumplir 36 años. Irónico, introvertido, polémico, aristocrático, poseedor de una erudición asombrosa y de una exquisita mirada estética, Byron despierta tanta admiración como irritación (muchas veces simultáneamente) y en el presente libro el lector va a encontrar motivos de sobra para pasar de una a otra.
Europa en el parabrisas es el relato de un viaje desde Inglaterra a Grecia en compañía de sus amigos Gavin Henderson y Alfred Duggan, que por alguna razón Byron se empeña en disimular tras unos nombres tan falsos como sus biografías. Lo que no puede disimular es que se trata de tres niños bien (tenían en torno a los 20 años) protegidos incluso a distancia por las influencias familiares, aparte de que si es necesario el autor recurre a las resonancias míticas de su apellido pese a que no tenía el menor parentesco con el célebre lord y poeta.
Complemento indispensable del trío y su montaña de baúles y los accesorios que los jóvenes de buenas familias inglesas consideraban indispensables para viajar, es Diana, un enorme Sumbean descapotable que les va a proporcionar tantas molestias (averías, pinchazos, falta de gasolina, robos, etc) como las alegrías que les cabe esperar a tres chicos ricos que viajan por Italia y Grecia en un descapotable pero sabiendo que al final de la jornada les aguarda el mejor hotel de la ciudad.
El viaje se inicia en el puerto inglés de Grimsby y la primera parada es Hamburgo. Estamos en 1926, Europa todavía no se ha repuesto de la Primera Guerra Mundial y los países por los que Diana conduce a sus pasajeros están tratando de dar respuesta a los profundos traumas y desequilibrios provocados por la hecatombe bélica. Quizá porque todavía no dominaba los recursos de la pluma (cosa que no le ocurría con el lápiz, como lo demuestran los dibujitos que acompañan el texto) o también porque a Byron no le gustaba Alemania, el paso por ese país no le inspira gran cosa y más que un relato lo que hace es dejar constancia de lo que pasa. En Insbruck, por ejemplo, dice: "Visito la catedral y me compro un paraguas". Eso todo lo que tiene que decir al respecto. Lo mismo le pasa con Austria, que tampoco le inspira lo más mínimo. En cambio, desde que entran en Italia y comienzan el descenso hacia la Toscana, la prosa florece, aparecen el color, los olores y los cielos, el paisaje cobra un protagonismo equiparable al de la arquitectura y el arte. También aparece de pronto la gente, campesinos, policías, golfos, camareros o mecánicos de taller, como si Alemania y Austria estuvieran desiertas.
Para cuando llegamos a Roma, el Byron admirable e irritante ya está en plena forma. A la vista de la cúpula de San Pedro, no vacila en calificar de "mediocre" a Bernini, y aunque salva algunas pinturas del interior, el conjunto vaticano no le provoca el menor entusiasmo. Y en cambio no puede evitar contraponerlo a la catedral de la localidad húngara de Esztergom, de la que dice que "no solo es uno de los edificios más bellos, sino el máximo exponente de uno de los más armoniosos y dignos estilos posrenacentistas". Invito al lector a que vea en Internet esa catedral porque tendrá una idea exacta de la capacidad de provocación de Byron.
El resto de la aventura italiana (Nápoles y sus alrededores le provocan un considerable subidón) es una delicia y una especie de prólogo a la estancia en Grecia, una segunda patria con la que se identifica hasta el extremo de que le inspirará sus tres próximos libros.
Al llegar al Dodecaneso, muchos lectores quedarán sorprendidos por el encendido elogio que Byron hace de la administración italiana de esas islas y del fascismo en general, una visión favorable que ya cabía colegir de los numerosos (y amistosos) encuentros con fascistas italianos durante el viaje, aparte de algunos comentarios favorables al fascista británico sir Oswald Mosley. Pero no hay de qué alarmarse. Aparte de que en los años 20 la actitud favorable al fascismo entre los intelectuales europeos era mucho más frecuente de lo que ellos mismos dirían después, cuando se publiquen sus restantes libros se podrá comprobar la evolución del pensamiento de Byron, que no llegó a ser nunca lo que hoy llamaríamos "políticamente correcto", pues para ello hubiese debido renunciar a su gusto por la provocación y la transgresión estética, y ello sería pedirle demasiado a un hombre como él, capaz de decir que "Alemania no ha producido un solo pintor, ni lo hará", o de calificar de "vulgares" y "utilitarias" las construcciones romanas.

Europa en el parabrisas
Robert Byron
Confluencias

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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