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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Credo independentista

Cuando una idea adquiere popularidad y se extiende hasta los umbrales de las mayorías sociales se producen dos efectos: de una parte, se trivializa; y de la otra, se adapta a la diversidad de las gentes. Son las dos caras de la democracia: la extensión perjudica a la intensidad, a la exigencia. Algo así sucede con la idea política de moda en Cataluña, el independentismo. Como es lógico, esta paradoja no es un problema para el actual proyecto que encabeza Artur Mas, al contrario. Para conseguir el objetivo necesita que la idea se difunda, trivialice y termine contando con aquella mayoría indestructible que pidió infructuosamente para sí mismo en la campaña electoral.

El independentismo original ha creído siempre que la nación catalana debe organizarse como un Estado plenamente soberano e independiente, dentro o fuera de la Unión Europea, y sin atender a la rentabilidad económica ni a los beneficios que pueda suponer para los catalanes a corto e incluso a medio plazo. La existencia de Cataluña como una nación indepediente que juegue en el concierto internacional, tal como exige el canon del nacionalismo genuino, es una bien histórico en sí mismo que bien merece innumerables esfuerzos y sacrificios. No es exactamente este el independentismo que se está extendiendo, aunque las formas de su popularización hayan adoptado la estrella solitaria de la insurrección, sea la azul o sea la roja, característica de esta tendencia hasta ahora minoritaria del catalanismo. La novedad es el independentismo económico, surgido con la crisis, enervado por los recortes y la falta de liquidez de las administraciones públicas y amplificado por la envergadura de las cuentas del déficit fiscal que sufre Cataluña, tal como las presenta y difunde el Gobierno catalán, ante la estupefacta pasividad y el negacionismo del Gobierno de Rajoy. Xavier Vidal-Folch cuenta con detalle los pormenores de este independentismo en su libro recién salido del horno ¿Catalunya independiente? (La Catarata) y específicamente en un capítulo titulado precisamente Las causas económicas.

Pero hay más matices en el neo independentismo en boga, hijos de actitudes subjetivas, lógicamente, pero con un claro correlato objetivo. Hay un independentismo lingüístico, de cuya intensidad el ministro José Ignacio Wert tiene alguna responsabilidad. Como hay un independentismo político de siembra reciente, abonado por el temor al neocentralismo del PP y al caudillismo de José María Aznar: ahí está el torrente de loas al ex presidente del Gobierno por sus incendiarias declaraciones de la pasada semana desde el independentismo genuino para dar prueba de los efectos benéficos de su amenaza. Y hay incluso un independentismo guay, hijo de todos los otros, que Sergi Pàmies identificó muy prematuramente (Indepedenguais, La Vanguardia, 24 de agosto de 2012), y que corresponde, se supone, al grado máximo de trivialización y se traduce en una reivindicación ingenua y sin contrapartidas, gratis total, o como máximo según el esquema de la máquina expendedora para la que siempre hay algo en el bolsillo: bastará meter las monedas de un deseo muy intenso y extendido, expresado naturalmente en una consulta, para que salga la botella redonda, burbujeante y fresca de una Cataluña independiente.

Todo estos independentismos cuentan con grados de adhesión y volatilidad muy variados. Si las cosas ruedan mal para el proyecto, buena parte de los conversos verán como sus creencias empiezan a resquebrajarse. El independentismo oportunista fácilmente puede convertirse en federalismo, por más denostado y desaparecido que hoy se le declare. Ya hemos conocido estos cambios en anteriores ocasiones en Cataluña, un país históricamente salvado por su capacidad de adaptación.

Al independentismo extenso le sucede como a la religión. No podemos saber qué sucede en el corazón o en la cabeza de los creyentes, si su fe es auténtica o impostada y oportunista, pero a cada uno de los feligreses se le exige rezar en voz alta la adhesión al dogma, un credo que se desdobla en las dos oraciones que hay que recitar con fervor: Cataluña tiene un déficit fiscal del 8'5 por ciento, por tanto España nos roba; y en caso de celebrarse una consulta, votaré por la independencia.



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27 de mayo de 2013
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La madre de la literatura

Hablamos como podemos y sobre todo como nos enseñan en casa, si acaso tenemos casa. El aprendizaje suele ser suelto y zoológico, pura imitación. Otra cosa es lo que escribimos. La lengua de la literatura apenas tiene relación con la lengua que se habla, es el resultado de una técnica esforzada y compleja, así que no parece raro que vaya desapareciendo, sustituida por una prosa que se arrastra por la tierra como las lombrices, pero con menos gracia. Escribir literariamente es una tarea extenuante y hermosa. Los literatos actuales tienden, razonablemente, a una escritura masificada.

    Suele decirse que la moderna literatura europea nace a finales del renacimiento y su impulso decisivo es la Biblia en sus traducciones a lenguas vernáculas. Adaptar el gran estilo bíblico a una expresión comprensible en lengua llana fue una tarea monumental. Ahora que por fin se está traduciendo al castellano la versión de los Setenta, la célebre Septuaginta de Alejandría, podemos dedicar diez minutos a pensar en este particular: que en España, a diferencia de Inglaterra, Alemania o algunos lugares de Italia, no hemos tenido un texto bíblico como modelo literario.

    El primero que concibió el alcance inmenso que podía tener una traducción de la Biblia al idioma común y corriente fue, famosamente, Lutero. En 1522 aparece un modo de escribir que rápidamente se convertiría en lo propiamente literario del ámbito germánico. Lutero estuvo atento al habla de la calle e incluso se dice que iba por los mercados anotando expresiones como un profesor Higgins teutón. Lo cierto es que el idioma alemán no existía, sino un sinfín de dialectos muchas veces incomprensibles los unos para los otros. En este sentido puede decirse que Lutero inventa el alemán literario al ingeniar una síntesis de gran belleza. Su influencia sobre Herder, Lessing, Goethe o Nietzsche, proclamada por ellos mismos, llega hasta las jeremiadas bíblicas de Bernhard.

    Lo mismo sucede con la Biblia en tierras inglesas y aún con mayor fuerza. La primera traducción de intensa influencia es la de Tyndale, comenzada, por emulación, a partir de la edición de Lutero. Sólo pudo acabar el Nuevo Testamento y parte del Antiguo, pero sus discípulos la completaron y está en la base de la llamada Biblia de Ginebra editada en 1560. Era la primera en usar el texto hebreo en lugar del griego, pero el lenguaje mismo, el lenguaje literario de la Biblia de Ginebra, contiene un ochenta por ciento de Tyndale según Harold Bloom.

    La Biblia de Ginebra tuvo una gran difusión y es la que leyeron Shakespeare, Milton, Spenser o Donne, pero era de ideología puritana de manera que el rey Jacobo I encargó una nueva versión para uso de la Iglesia de Inglaterra. Es la célebre King James, que se completa en 1611. Esta será la Biblia común de ingleses y americanos, una obra maestra traducida del texto hebreo (el Antiguo Testamento) y del griego (el Nuevo). Escritores como Melville o Faulkner serían inconcebibles de no contar con esta fuente siempre conspicua. Autores de muy distinta musicalidad, como Dickens, Joyce o Jane Austen, son también hijos de tan asombrosa obra de arte literario.

    En España, como es nuestro frecuente destino, eso no fue posible porque la prohibición de leer la Biblia se prolongó hasta el siglo XIX. Y aún podríamos añadir que ni siquiera en el siglo XX es una lectura literaria común, excepto entre los mejores, como Juan Benet y Sánchez Ferlosio, lectores admirados de la Biblia del Oso, nuestra traducción renacentista. El siglo XXI ya no necesitará que nadie la lea. Hemos llegado a otro mundo y no está en éste.

    La historia de la Biblia del Oso y de su autor, Casiodoro de Reina, es una novela fascinante. Sorprende que no haya dado pie a una serie televisiva en los periodos medianamente liberales que hemos tenido en ese ente. Casiodoro de Reina era un monje del monasterio de San Isidoro, próximo al centro urbano de Sevilla, en donde burbujeaba la Reforma luterana con auténtico vigor. En consecuencia, él y otros doce monjes se vieron obligados a huir en 1557 al saber que la Inquisición se estaba interesando seriamente en sus ideas y trabajos. Bien hicieron, porque de los cien que no pudieron escapar cuarenta murieron en la hoguera.

    Se instaló primero en Ginebra, pero la intransigencia calvinista le hastiaba y las ejecuciones le repugnaban. Se exilió, entonces, a Londres donde llegó a ser nombrado pastor con parroquia y pensión. Sin embargo, las relaciones diplomáticas con España habían dado un siniestro poder a los espías de la Inquisición, así que hubo de huir nuevamente en 1563. Su efigie había sido quemada en Sevilla un año antes y su cabeza tenía precio. Buscó entonces refugio en Fráncfort, donde vivía su suegro. El resto de sus días los pasará en constante trasiego entre esta ciudad, Basilea y Estrasburgo.

    La Biblia del Oso, así llamada por la ilustración de portada, un oso en trance de arañar con sus garras un panal, aparece en 1569 y es una de las más bellas y perfectas del conjunto europeo. Tiene la peculiaridad de que, aun siendo obra de un creyente protestante, contiene el entero canon católico. Su nombre es la transcripción icónica del impresor, Samuel Biener (Apiarius), y juega con el oso de Berna y las abejas del apellido. Cipriano de Valera, otro de los monjes que huyó de Sevilla junto a Reina, editó en 1602 una segunda edición con algunas alteraciones y esa es la biblia de los protestantes hispanos así como la de los literatos de arte mayor.

    Al igual que los casos alemán, italiano o inglés, la escritura de Reina es un fabuloso ejemplo de la lengua común castellana de su siglo, empleada con suma elegancia literaria. Si la King James suele compararse con Shakespeare (aparece cuando se estrena The Tempest), Reina puede hacerlo con Cervantes cuyo Quijote data de 1605. Así lo juzga Menéndez Pelayo: "(Casiodoro de Reina es) el escritor a quien debió nuestro idioma igual servicio que el italiano a Diodati". La frase (citada por González Ruiz en su inencontrable edición de 1987) parece un sacacorchos, pero se entiende: Reina inventa el castellano literario de la calle, por así decirlo, como Giovanni Diodati inventó el italiano en su traducción de 1607, obra maestra de la lengua de su país.

    No obstante, la frase de Menéndez Pelayo es extraordinaria porque, habiendo podido ejercer la influencia que las traducciones bíblicas tuvieron en Inglaterra o Alemania, en España esto no fue posible. Muy poca gente leyó la traducción de Reina en nuestro país. Podía costarle la vida. Todavía en 1835, cuando George Borrow recorre España intentando vender biblias protestantes, su vida pende de un hilo. Hay que leer sus aventuras en La Biblia en España (hay una muy notable traducción de Manuel Azaña), para darse cuenta de lo que debió de soportar. Casi hemos de ponernos en Unamuno para divisar la influencia de la Biblia del Oso en algún escritor de altura.

    Pero entonces, si no se produjo un efecto similar al del resto de Europa, una lectura doméstica del texto que originara un estilo literario, ¿cómo explicarse la aparición en España de una literatura en lengua vulgar, pero de gran elevación estilística? Comprendo que cometo una imprudencia al dar mi opinión de un modo tan abrupto, pero tengo para mí que el Quijote de Cervantes, cuya primera parte se edita en 1605 y la segunda en 1615, cumple exactamente con las condiciones exigidas en ese momento de fundación literaria en lenguas vernáculas europeas. Sus trescientas citas de las Sagradas Escrituras confirman un extenso conocimiento del texto bíblico, aunque no se ha podido establecer qué traducción llegó a sus manos.

    Puede sonar como una frivolidad de aficionado, pero ¿no podría ser el Quijote nuestra particular Biblia y de ahí su enorme éxito, no sólo en España sino también en Inglaterra y Alemania? Una Biblia laica, sin subida nobleza, pero mucha sagacidad, sin grandeza quizás, pero con cálida fraternidad, sin heroísmo, pero con esa simpatía que se da en los países pobres hacia los pequeños, los desvalidos, los chiflados. Una Biblia aún más popular que la elegante traducción de Casiodoro de Reina para un público algo más bajo, más vulgar que el lector protestante norteño. Un libro que expresa igual o mayor desengaño que el que pueda leerse en el Eclesiastés, igual o mayor fervor amoroso que en el Cantar de los Cantares. Una Biblia descreída e irónica. Una Biblia para un país sin Biblia.

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27 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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93. El tiempo roto y las novelas

  

En su Teoría de la novela escribió Lukács que sólo en la novela se separan vida y sentido, “y, por tanto, lo temporal y lo esencial; casi puede decirse: toda la acción interior de la novela no es nunca otra cosa que una lucha entablada con las fuerzas del tiempo”. Su idea de la novela como espacio y tiempo individuales se anudaba de inmediato (de forma anacrónica ya, según Fredric Jameson) por muchos comentaristas  a las ideas de Bergson, que anclaban en la idea de duración individual el andamiaje esencial de la novela moderna. Y quizá sea así en muchos casos todavía, aunque prefiero pensar que el tiempo en la novela más que bergsoniano pueda ser también bergmaniano. Podría aludir a lo épico menor (permítanme el intolerable resumen de Lukács) pero su temporalidad puede asimismo implicar a lo patético, entendido como el pathos del sujeto perdido que intenta hacerse con algún tipo de sentido; no con el sentido “faltante” del que hablaba Lukács, ese resto (cantable, diría Celan) que le completaría, sino con un mínimo de horizonte de significado que le permita encontrar su lugar en la vida. / Así funcionaban algunas novelas de Beckett, que además de contar con una temporalidad extraña, consecuencia de la forma de pensar de sus personajes, tenían un lenguaje distorsionado, que entre otras circunstancias tiene la cualidad de estar fuera del tiempo (y de ahí su vigencia permanente). / Para otros autores, el lenguaje sacudido de sus novelas no sería tanto la expresión de sus caracteres principales, sino la estructura, que es la voz de la novela como los diálogos son la voz de los personajes. Pienso en Faulkner, en Bellatin y en otros muchos escritores de novelas no lineales que nos han dejado la modernidad primero y la posmodernidad después. A esta línea (caracterizada por ser una línea quebrada, una no-línea) viene a sumarse Un amigo en la ciudad de Juan Aparicio Belmonte (Siruela, 2013), de brillante ejecución estructural, precisamente por la habilidad en el uso del tiempo narrativo. El modo quebrantado en que Andrés expone sus ideas y recuerdos habla mejor sobre su desajuste (mental y existencial) que sus enfermizos pensamientos. “Sabía que mi calendario había dejado de ser lineal, como si mi existencia comenzase a transitar por un videojuego estropeado en el que resultara imposible no hacer trampas, pasar de una pantalla a otra cubriendo las etapas convencionales. Como si mi vida se hubiera convertido en uno de esos sueños en los que el tiempo se muestra con su verdadera cara, en aluvión, todo a la vez (…) para encajar lo que, desde la pura linealidad, resulta incomprensible. (…) Saqué una novela de la estantería: página uno, página dos, página tres, una narración lineal, un orden falso, una mentira en que toda la humanidad creía” (p. 148). / La mente de Andrés es como una montaña rusa, en la que la estructura (Andrés) sufre por el rozamiento, pero el lector que se sube a ella se recrea inteligentemente durante unas horas.

 

 



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26 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vida en México

Nacidos en 1932 y 1939, mis padres pertenecen a la generación cuyas ilusiones sobre sí mismos -y el futuro de nuestro país- se forjaron durante el llamado milagro mexicano de los cincuenta. Hijo de un italiano que había combatido al lado de Pancho Villa durante la Revolución, mi padre siempre reivindicó como su primer orgullo haber sido el primer miembro de su familia en convertirse en "profesionista" -una palabra que hoy suena casi anticuada pero que entonces acarreaba consigo no sólo las esperanzas de una vida más o menos confortable, sino de una respetabilidad que resultaba aún más relevante en términos simbólicos.

            Formado en el rigor académico de la vieja escuela clínica francesa, mi padre obtuvo su título de médico cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1956, una institución que no abandonaría sino hasta el momento en que las normas burocráticas lo obligaron a jubilarse luego de haber sido profesor a lo largo de treinta y siete años. Para ser sinceros, a mi padre nunca le importó el dinero: lo único que le apasionaba era la cirugía (su mayor placer consistía en operar por la tarde mientras escuchaba música clásica), su familia y sus pequeñas aficiones: Victor Hugo y los grandes novelistas franceses del siglo XIX, la ópera italiana, Agustín Lara y colorear pequeñas figuras femeninas de plomo -una colección de desnudos que no dejaba de contrastar con su férreo conservadurismo y que aún constituye la principal atracción turística de su vieja casa en la colonia Postal.

            Convencido de su vocación humanista y de servicio, se consagró a ejercer su trabajo en el ISSSTE y, a diferencia de muchos de sus colegas, jamás quiso montar una consulta privada, convencido de que su labor en la medicina pública -y su ingreso en la Academia Mexicana de Cirugía- le garantizarían una vida tan interesante desde el punto de vista profesional como apacible desde el económico. Aun así, no dejó de participar en el movimiento médico de 1966 y atestiguó la represión del 68 desde la Clínica Tlatelolco. Cuando en esa misma época al fin se casó con mi madre, secretaria trilingüe de una empresa española, estaba convencido de que su trabajo ímprobo, que realizaba con toda su energía, le reservaría una vida más o menos tranquila en los años venideros.

            Hasta que se sucedieron las crisis de 1976, 1982 -acaso la más devastadora para esa incipiente clase media ilustrada-, 1988 y 1994, y las ilusiones de progreso se desvanecieron de inmediato. Ni con tres trabajos simultáneos -en el ISSSTE, la UNAM y el Departamento del Distrito Federal- mi padre acumulaba lo suficiente para darse lujos de ningún tipo, que por otro lado nunca le importaron. Cuando por fin decidió abandonar la cirugía, convencido de que sus dedos, otrora ejemplo de una agilidad de concertista, ya no respondían a sus designios, obtuvo una pensión que por pudor no pienso airear, pero que traducida a términos europeos lo convertiría en lo que allá denominan un mileurista. Al mirarlo hoy, a sus ochenta y dos años, desengañado por completo de ese sueño mexicano que animó a su generación, me invade una súbita tristeza al comprobar que hoy nada queda de esa fe en el progreso individual y colectivo.

            Hablo de mis padres porque no puedo no hablar de ellos, aunque sepa que no son sino un casos entre miles, los de muchos de sus contemporáneos que, tras esforzarse por darle a este país lo mejor de sus vidas, hoy viven no sólo en la desilusión, sino en la zozobra. Hace unos meses, mis padres fueron víctimas de un primer asalto: el engaño de una banda de vivales que parece especializarse en aprovecharse de los viejos. Un falso operador de Cablevisión tocó a su puerta, los engañó con una credencial chapucera y les robó joyas y aparatos electrónicos mientras un cómplice los distraía frente al televisor.

            Luego, como miles de personas en nuestro país, han debido acostumbrarse a recibir llamadas de individuos que se anuncian como miembros de los Zetas, quienes los insultan y amenazan, haciendo que ya no puedan sentirse seguros en la pequeña casa de la colonia Postal donde viven desde hace más de medio siglo. El último fraude ha sido, sin embargo, el más devastador. Mi madre acudió a una sucursal de Banamex, le entregó su tarjeta a la cajera y cuando ésta se la "devolvió", no reparó en que pertenecía a otra persona y era falsa.

            A partir de ese momento, la trama criminal incrustada en el banco vació sus ahorros de toda la vida en compras de equipos de cómputo y disposiciones en cajeros automáticos -lo que indica que poseían su número secreto y la habilidad de autorizar compras constantes sin que nadie rechistara. En Banamex les han dicho que lo más probable es que en dos meses recuperen su dinero, pero lo que de seguro nadie podrá reintegrarles la fe en la última institución en la que tenían confianza.

 

Twitter: @jvolpi

 



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26 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La civilización de los drones

Una nueva luz ilumina nuestro futuro. Una nueva tecnología redentora acudirá a resolver los problemas de nuestra vida cotidiana y a amenizar nuestro tiempo de ocio. Todavía no podemos hacernos a la idea de cómo serán las cosas con esta nueva estrella que acaba de aparecer en el firmamento. No importa que de momento sea en forma de aurora negra y letal, a la vista de los futuros beneficios que derramará sobre nosotros.

Se les llama drones, zánganos en inglés, por el zumbido que tan bien conocen en algunas regiones de Yemen y de Pakistán porque es el anuncio de una muerte inminente. Son aviones en miniatura, relativamente pequeños incluso cuando alcanzan el mayor tamaño, porque solo deben transportar su maquinaria y los proyectiles.

A diferencia de otras tecnologías más hipócritas, no engañan respecto a su doble rostro. Como ha sucedido con otras tecnologías inicialmente militares y luego utilizadas en la vida civil, el rostro que han mostrado hasta ahora es ese morro ciego, sin ventanas, que les asocia a la muerte a distancia con la que se han inaugurado, pero aun así contienen una abundante promesa de vida.

Pronto vigilarán y cuidarán de las cosechas, los pantanos y ríos, líneas eléctricas, gaseoductos y oleoductos. Serán un ojo despierto al cuidado de cielos, mares, canales y puertos. Ordenarán la circulación de trenes, coches y barcos. Observarán fronteras, espacios protegidos e incluso bancos de pescado, bandadas de pájaros o enjambres de insectos. Atenderán al estado de volcanes, glaciares, hielos polares, mareas, tsunamis y corrientes marinas. Salvarán vidas, nos ahorrarán muchos desastres y averías, y harán nuestras economías más competitivas.

Habrá también un capítulo mediático y recreativo, empezando por las vueltas ciclistas, maratones y todo tipo de competiciones deportivas, de las que obtendremos imágenes que ahora mismo ni siquiera podemos imaginar. Habrá una revolución cinematográfica. También el periodismo sabrá sacar partido del nuevo instrumento como lo ha hecho de todos los que le han precedido.

No desaparecerá, por supuesto, su inicial cara sombría. Atraerán todo tipo de actividades oscuras: contrabando, tráfico de drogas y de personas, gran delincuencia, terrorismo. Por mucho que se esfuercen los poderes legales, caerán en manos indeseables, estados fallidos, Gobiernos delincuentes o grupos mafiosos. Habrá locos de las armas que reclamarán el derecho individual a poseerlos y utilizarlos.

Para civilizarlos, es decir, hacerlos civiles y no solo militares, habrá que arbitrar reglas de juego internacionales. Y antes, quienes los tienen, deberán restringir su uso y someterse al Estado de derecho, cosa que no han hecho hasta ahora y que acaba de anunciar el mandatario que más los ha usado, que es el presidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, Barack Obama.



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25 de mayo de 2013
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IV. Crisis: riesgos y oportunidades

En un ensayo de 1986 sobre Democracia en América Latina, Albert Hirschman sostenía algo que sigue siendo válido hoy, y es que nuestra cultura política se basa en el hecho de "tener opiniones fuertes y preconcebidas sobre casi cualquier cosa", es decir, el síndrome autoritario que a su vez pretende la unanimidad del criterio social, lo que es una forma de exclusión que necesariamente castiga la disidencia.
La democracia, dice el mismo Hirschman, no se sostiene necesariamente en la prosperidad. Debe sobrevivir aún en situación de pobreza, o de crisis, como es el reto hoy mismo en Europa, en países como Grecia, Chipre, España y Portugal; las instituciones democráticas no sólo deben permanecer incólumes ante la crisis, sino que deben guiarla hasta su solución.
Pero la propuesta contraria, prosperidad sin democracia, viene a ser un desafío peligroso. Si China, cuya presencia en el ámbito económico latinoamericano es cada vez mayor, en cuanto a abastecedor de mercancías, comprador de materias primas e inversionista, representa un modelo económico exitoso, con un régimen autoritario y cerrado, la pregunta tentadora viene a ser: ¿por qué apegarse al modelo democrático europeo, si el modelo chino demuestra que el liderazgo autocrático rinde tan buenos frutos para llevar adelante proyectos de largo plazo? Es una pregunta tentadora para nuestros caudillos de nuevo cuño, dispuesto a reelegirse sin término.
América Latina, a pesar de que crece económicamente en estos últimos años, no termina de resolver el asunto de la institucionalidad democrática, como se ve en no pocos de nuestros países, y eso es ya en sí mismo una crisis. El autoritarismo es la marca de esa crisis. Y del otro lado está también la crisis europea, que no sólo es financiera. Josep Ramoneda habla de "una crisis sistémica del capitalismo, de dimensiones económicas, políticas, sociales y morales".
Las crisis traen consigo riesgos, pero también la oportunidad de que nazcan ideas renovadoras de cambio, desafiando los viejos paradigmas que apuntan siempre hacia el pasado.

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24 de mayo de 2013
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Periodismo literario: vivo, vigente y cálido – incluso en Finlandia

Acabo de volver de la 8ª conferencia de la Asociación Internacional de Estudios de Periodismo Literario (IALJS).

Es la cuarta a la que acudo, y ya siento que formé una familia a la distancia con esta treintena de académicos enamorados del periodismo narrativo, veteranos periodistas convertidos en profesores y estudiantes de doctorado hambrientos de descubrir nuevos autores (qué antiguo suena eso).

*          *          *

La primera vez fui de la mano de mi viejo amigo Pablo Calvi, antiguo periodista de Clarín que saltó sin red a la academia. Pablo es el primer latinoamericano en doctorarse en periodismo en la Universidad de Columbia. Su tema es la comparación entre el Nuevo periodismo del norte de América y la crónica del Sur.

En 2010, en la Universidad de Roehampton, en Londres, en un panel sobre nuevas formas de contar, escuché a la profesora Leonora Flis, de Eslovenia, hablar del gran Joe Sacco, autor de Notas al pie de Gaza y maestro del cómic de no ficción.

En 2011, en Bruselas, el doctor Todd Shack, quien en otra vida fuera barman en Amsterdam, me abrió los ojos a la obra poética y terriblemente real de Charles Bowden, el cronista de la frontera entre EEUU y México, el autor de Ciudad del crimen.

Ya les hablé en este blog tanto de Notas al pie de Gaza como de Ciudad del crimen. Esos descubrimientos empezaron para mí en los congresos de la IALJS.

Y siguieron brotando autores y descubrimientos. En 2012, en Toronto, la imponente voz del noruego Jo Bech-Karlsen me introdujo en el debate moral alrededor del relato de no ficción El librero de Kabul, de su compatriota Asne Seierstad. ¿Cuáles son los límites de la no ficción?

Este año la conferencia central corrió a cargo de Robert Boynton, el influyente autor de El nuevo nuevo periodismo: nos habló de las formas en que Internet, los blogs, los libros digitales y la auto-edición están abriendo nuevos rumbos para el oficio.

*          *          *

Pero en las dos salas de la Universidad de Tampere, bajo un calor inesperado (bueno, inesperado para mí, que llevé toneladas de abrigo innecesario a Finlandia), se sucedían decenas de presentaciones.

Voces de Australia, de Brasil, de Suecia, de Sudáfrica, de Canadá, de Bélgica, de Inglaterra y Alemania recuperaban a grandes cronistas del pasado y llamaban la atención de nuevos periodistas literarios que de otra forma no pasan las fronteras de su país o de su idioma.

¿Sala 1 o sala 2? Era como pedir a un niño que elija entre una juguetería y una dulcería. 

Y en las cenas y desayunos, departir con los popes de esta creciente disciplina, como el gran Norman Sims (autor de la indispensable antología El periodismo literario), el maestro paternal David Abrahamson (experto en historia de las revistas norteamericanas) o la profunda escudriñadora de los abismos humanos Sue Joseph (creadora de la escalofriante serie de perfiles Speaking Secrets, de la que les hablaré algún día).

*          *          *

Tras cuatro años, ya sabiéndome arropado en esta cofradía, me animé a hablarles de mi reverenciado Gabriel García Márquez y sus tres libros de no ficción (Relato de un náufrago, La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile y Noticia de un secuestro), y a contarles la historia de mi guerra, la de Malvinas de hace ya 31 años. Creo que los hice viajar un poco con la historia de mi crónica Los viajes del Penélope.

Vuelvo más rico, más seguro del camino que emprendí hace una década, y esperando ya la 9ª conferencia de IALJS.

Mayo de 2014: Bonjour, París!



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23 de mayo de 2013
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