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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vida en México

Nacidos en 1932 y 1939, mis padres pertenecen a la generación cuyas ilusiones sobre sí mismos -y el futuro de nuestro país- se forjaron durante el llamado milagro mexicano de los cincuenta. Hijo de un italiano que había combatido al lado de Pancho Villa durante la Revolución, mi padre siempre reivindicó como su primer orgullo haber sido el primer miembro de su familia en convertirse en "profesionista" -una palabra que hoy suena casi anticuada pero que entonces acarreaba consigo no sólo las esperanzas de una vida más o menos confortable, sino de una respetabilidad que resultaba aún más relevante en términos simbólicos.

            Formado en el rigor académico de la vieja escuela clínica francesa, mi padre obtuvo su título de médico cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1956, una institución que no abandonaría sino hasta el momento en que las normas burocráticas lo obligaron a jubilarse luego de haber sido profesor a lo largo de treinta y siete años. Para ser sinceros, a mi padre nunca le importó el dinero: lo único que le apasionaba era la cirugía (su mayor placer consistía en operar por la tarde mientras escuchaba música clásica), su familia y sus pequeñas aficiones: Victor Hugo y los grandes novelistas franceses del siglo XIX, la ópera italiana, Agustín Lara y colorear pequeñas figuras femeninas de plomo -una colección de desnudos que no dejaba de contrastar con su férreo conservadurismo y que aún constituye la principal atracción turística de su vieja casa en la colonia Postal.

            Convencido de su vocación humanista y de servicio, se consagró a ejercer su trabajo en el ISSSTE y, a diferencia de muchos de sus colegas, jamás quiso montar una consulta privada, convencido de que su labor en la medicina pública -y su ingreso en la Academia Mexicana de Cirugía- le garantizarían una vida tan interesante desde el punto de vista profesional como apacible desde el económico. Aun así, no dejó de participar en el movimiento médico de 1966 y atestiguó la represión del 68 desde la Clínica Tlatelolco. Cuando en esa misma época al fin se casó con mi madre, secretaria trilingüe de una empresa española, estaba convencido de que su trabajo ímprobo, que realizaba con toda su energía, le reservaría una vida más o menos tranquila en los años venideros.

            Hasta que se sucedieron las crisis de 1976, 1982 -acaso la más devastadora para esa incipiente clase media ilustrada-, 1988 y 1994, y las ilusiones de progreso se desvanecieron de inmediato. Ni con tres trabajos simultáneos -en el ISSSTE, la UNAM y el Departamento del Distrito Federal- mi padre acumulaba lo suficiente para darse lujos de ningún tipo, que por otro lado nunca le importaron. Cuando por fin decidió abandonar la cirugía, convencido de que sus dedos, otrora ejemplo de una agilidad de concertista, ya no respondían a sus designios, obtuvo una pensión que por pudor no pienso airear, pero que traducida a términos europeos lo convertiría en lo que allá denominan un mileurista. Al mirarlo hoy, a sus ochenta y dos años, desengañado por completo de ese sueño mexicano que animó a su generación, me invade una súbita tristeza al comprobar que hoy nada queda de esa fe en el progreso individual y colectivo.

            Hablo de mis padres porque no puedo no hablar de ellos, aunque sepa que no son sino un casos entre miles, los de muchos de sus contemporáneos que, tras esforzarse por darle a este país lo mejor de sus vidas, hoy viven no sólo en la desilusión, sino en la zozobra. Hace unos meses, mis padres fueron víctimas de un primer asalto: el engaño de una banda de vivales que parece especializarse en aprovecharse de los viejos. Un falso operador de Cablevisión tocó a su puerta, los engañó con una credencial chapucera y les robó joyas y aparatos electrónicos mientras un cómplice los distraía frente al televisor.

            Luego, como miles de personas en nuestro país, han debido acostumbrarse a recibir llamadas de individuos que se anuncian como miembros de los Zetas, quienes los insultan y amenazan, haciendo que ya no puedan sentirse seguros en la pequeña casa de la colonia Postal donde viven desde hace más de medio siglo. El último fraude ha sido, sin embargo, el más devastador. Mi madre acudió a una sucursal de Banamex, le entregó su tarjeta a la cajera y cuando ésta se la "devolvió", no reparó en que pertenecía a otra persona y era falsa.

            A partir de ese momento, la trama criminal incrustada en el banco vació sus ahorros de toda la vida en compras de equipos de cómputo y disposiciones en cajeros automáticos -lo que indica que poseían su número secreto y la habilidad de autorizar compras constantes sin que nadie rechistara. En Banamex les han dicho que lo más probable es que en dos meses recuperen su dinero, pero lo que de seguro nadie podrá reintegrarles la fe en la última institución en la que tenían confianza.

 

Twitter: @jvolpi

 



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26 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La civilización de los drones

Una nueva luz ilumina nuestro futuro. Una nueva tecnología redentora acudirá a resolver los problemas de nuestra vida cotidiana y a amenizar nuestro tiempo de ocio. Todavía no podemos hacernos a la idea de cómo serán las cosas con esta nueva estrella que acaba de aparecer en el firmamento. No importa que de momento sea en forma de aurora negra y letal, a la vista de los futuros beneficios que derramará sobre nosotros.

Se les llama drones, zánganos en inglés, por el zumbido que tan bien conocen en algunas regiones de Yemen y de Pakistán porque es el anuncio de una muerte inminente. Son aviones en miniatura, relativamente pequeños incluso cuando alcanzan el mayor tamaño, porque solo deben transportar su maquinaria y los proyectiles.

A diferencia de otras tecnologías más hipócritas, no engañan respecto a su doble rostro. Como ha sucedido con otras tecnologías inicialmente militares y luego utilizadas en la vida civil, el rostro que han mostrado hasta ahora es ese morro ciego, sin ventanas, que les asocia a la muerte a distancia con la que se han inaugurado, pero aun así contienen una abundante promesa de vida.

Pronto vigilarán y cuidarán de las cosechas, los pantanos y ríos, líneas eléctricas, gaseoductos y oleoductos. Serán un ojo despierto al cuidado de cielos, mares, canales y puertos. Ordenarán la circulación de trenes, coches y barcos. Observarán fronteras, espacios protegidos e incluso bancos de pescado, bandadas de pájaros o enjambres de insectos. Atenderán al estado de volcanes, glaciares, hielos polares, mareas, tsunamis y corrientes marinas. Salvarán vidas, nos ahorrarán muchos desastres y averías, y harán nuestras economías más competitivas.

Habrá también un capítulo mediático y recreativo, empezando por las vueltas ciclistas, maratones y todo tipo de competiciones deportivas, de las que obtendremos imágenes que ahora mismo ni siquiera podemos imaginar. Habrá una revolución cinematográfica. También el periodismo sabrá sacar partido del nuevo instrumento como lo ha hecho de todos los que le han precedido.

No desaparecerá, por supuesto, su inicial cara sombría. Atraerán todo tipo de actividades oscuras: contrabando, tráfico de drogas y de personas, gran delincuencia, terrorismo. Por mucho que se esfuercen los poderes legales, caerán en manos indeseables, estados fallidos, Gobiernos delincuentes o grupos mafiosos. Habrá locos de las armas que reclamarán el derecho individual a poseerlos y utilizarlos.

Para civilizarlos, es decir, hacerlos civiles y no solo militares, habrá que arbitrar reglas de juego internacionales. Y antes, quienes los tienen, deberán restringir su uso y someterse al Estado de derecho, cosa que no han hecho hasta ahora y que acaba de anunciar el mandatario que más los ha usado, que es el presidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, Barack Obama.



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25 de mayo de 2013
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IV. Crisis: riesgos y oportunidades

En un ensayo de 1986 sobre Democracia en América Latina, Albert Hirschman sostenía algo que sigue siendo válido hoy, y es que nuestra cultura política se basa en el hecho de "tener opiniones fuertes y preconcebidas sobre casi cualquier cosa", es decir, el síndrome autoritario que a su vez pretende la unanimidad del criterio social, lo que es una forma de exclusión que necesariamente castiga la disidencia.
La democracia, dice el mismo Hirschman, no se sostiene necesariamente en la prosperidad. Debe sobrevivir aún en situación de pobreza, o de crisis, como es el reto hoy mismo en Europa, en países como Grecia, Chipre, España y Portugal; las instituciones democráticas no sólo deben permanecer incólumes ante la crisis, sino que deben guiarla hasta su solución.
Pero la propuesta contraria, prosperidad sin democracia, viene a ser un desafío peligroso. Si China, cuya presencia en el ámbito económico latinoamericano es cada vez mayor, en cuanto a abastecedor de mercancías, comprador de materias primas e inversionista, representa un modelo económico exitoso, con un régimen autoritario y cerrado, la pregunta tentadora viene a ser: ¿por qué apegarse al modelo democrático europeo, si el modelo chino demuestra que el liderazgo autocrático rinde tan buenos frutos para llevar adelante proyectos de largo plazo? Es una pregunta tentadora para nuestros caudillos de nuevo cuño, dispuesto a reelegirse sin término.
América Latina, a pesar de que crece económicamente en estos últimos años, no termina de resolver el asunto de la institucionalidad democrática, como se ve en no pocos de nuestros países, y eso es ya en sí mismo una crisis. El autoritarismo es la marca de esa crisis. Y del otro lado está también la crisis europea, que no sólo es financiera. Josep Ramoneda habla de "una crisis sistémica del capitalismo, de dimensiones económicas, políticas, sociales y morales".
Las crisis traen consigo riesgos, pero también la oportunidad de que nazcan ideas renovadoras de cambio, desafiando los viejos paradigmas que apuntan siempre hacia el pasado.

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24 de mayo de 2013
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Periodismo literario: vivo, vigente y cálido – incluso en Finlandia

Acabo de volver de la 8ª conferencia de la Asociación Internacional de Estudios de Periodismo Literario (IALJS).

Es la cuarta a la que acudo, y ya siento que formé una familia a la distancia con esta treintena de académicos enamorados del periodismo narrativo, veteranos periodistas convertidos en profesores y estudiantes de doctorado hambrientos de descubrir nuevos autores (qué antiguo suena eso).

*          *          *

La primera vez fui de la mano de mi viejo amigo Pablo Calvi, antiguo periodista de Clarín que saltó sin red a la academia. Pablo es el primer latinoamericano en doctorarse en periodismo en la Universidad de Columbia. Su tema es la comparación entre el Nuevo periodismo del norte de América y la crónica del Sur.

En 2010, en la Universidad de Roehampton, en Londres, en un panel sobre nuevas formas de contar, escuché a la profesora Leonora Flis, de Eslovenia, hablar del gran Joe Sacco, autor de Notas al pie de Gaza y maestro del cómic de no ficción.

En 2011, en Bruselas, el doctor Todd Shack, quien en otra vida fuera barman en Amsterdam, me abrió los ojos a la obra poética y terriblemente real de Charles Bowden, el cronista de la frontera entre EEUU y México, el autor de Ciudad del crimen.

Ya les hablé en este blog tanto de Notas al pie de Gaza como de Ciudad del crimen. Esos descubrimientos empezaron para mí en los congresos de la IALJS.

Y siguieron brotando autores y descubrimientos. En 2012, en Toronto, la imponente voz del noruego Jo Bech-Karlsen me introdujo en el debate moral alrededor del relato de no ficción El librero de Kabul, de su compatriota Asne Seierstad. ¿Cuáles son los límites de la no ficción?

Este año la conferencia central corrió a cargo de Robert Boynton, el influyente autor de El nuevo nuevo periodismo: nos habló de las formas en que Internet, los blogs, los libros digitales y la auto-edición están abriendo nuevos rumbos para el oficio.

*          *          *

Pero en las dos salas de la Universidad de Tampere, bajo un calor inesperado (bueno, inesperado para mí, que llevé toneladas de abrigo innecesario a Finlandia), se sucedían decenas de presentaciones.

Voces de Australia, de Brasil, de Suecia, de Sudáfrica, de Canadá, de Bélgica, de Inglaterra y Alemania recuperaban a grandes cronistas del pasado y llamaban la atención de nuevos periodistas literarios que de otra forma no pasan las fronteras de su país o de su idioma.

¿Sala 1 o sala 2? Era como pedir a un niño que elija entre una juguetería y una dulcería. 

Y en las cenas y desayunos, departir con los popes de esta creciente disciplina, como el gran Norman Sims (autor de la indispensable antología El periodismo literario), el maestro paternal David Abrahamson (experto en historia de las revistas norteamericanas) o la profunda escudriñadora de los abismos humanos Sue Joseph (creadora de la escalofriante serie de perfiles Speaking Secrets, de la que les hablaré algún día).

*          *          *

Tras cuatro años, ya sabiéndome arropado en esta cofradía, me animé a hablarles de mi reverenciado Gabriel García Márquez y sus tres libros de no ficción (Relato de un náufrago, La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile y Noticia de un secuestro), y a contarles la historia de mi guerra, la de Malvinas de hace ya 31 años. Creo que los hice viajar un poco con la historia de mi crónica Los viajes del Penélope.

Vuelvo más rico, más seguro del camino que emprendí hace una década, y esperando ya la 9ª conferencia de IALJS.

Mayo de 2014: Bonjour, París!



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23 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Europa en el parabrisas

Aunque sea a través de un libro primerizo siempre es de celebrar un reencuentro con Robert Byron. A sus lectores les alegrará saber que la editorial malagueña Confluencias tiene el propósito de editar ordenadamente la totalidad de su obra, desde la narración de su estancia en el monte Athos (The Station) tan alabada por Patrick Leigh Fermor, hasta el Viaje a Oxiana, portentosa memoria de su viaje a Persia y Afghanistán escrita poco antes de morir en un barco torpedeado por un submarino nazi cuando estaba a punto de cumplir 36 años. Irónico, introvertido, polémico, aristocrático, poseedor de una erudición asombrosa y de una exquisita mirada estética, Byron despierta tanta admiración como irritación (muchas veces simultáneamente) y en el presente libro el lector va a encontrar motivos de sobra para pasar de una a otra.
Europa en el parabrisas es el relato de un viaje desde Inglaterra a Grecia en compañía de sus amigos Gavin Henderson y Alfred Duggan, que por alguna razón Byron se empeña en disimular tras unos nombres tan falsos como sus biografías. Lo que no puede disimular es que se trata de tres niños bien (tenían en torno a los 20 años) protegidos incluso a distancia por las influencias familiares, aparte de que si es necesario el autor recurre a las resonancias míticas de su apellido pese a que no tenía el menor parentesco con el célebre lord y poeta.
Complemento indispensable del trío y su montaña de baúles y los accesorios que los jóvenes de buenas familias inglesas consideraban indispensables para viajar, es Diana, un enorme Sumbean descapotable que les va a proporcionar tantas molestias (averías, pinchazos, falta de gasolina, robos, etc) como las alegrías que les cabe esperar a tres chicos ricos que viajan por Italia y Grecia en un descapotable pero sabiendo que al final de la jornada les aguarda el mejor hotel de la ciudad.
El viaje se inicia en el puerto inglés de Grimsby y la primera parada es Hamburgo. Estamos en 1926, Europa todavía no se ha repuesto de la Primera Guerra Mundial y los países por los que Diana conduce a sus pasajeros están tratando de dar respuesta a los profundos traumas y desequilibrios provocados por la hecatombe bélica. Quizá porque todavía no dominaba los recursos de la pluma (cosa que no le ocurría con el lápiz, como lo demuestran los dibujitos que acompañan el texto) o también porque a Byron no le gustaba Alemania, el paso por ese país no le inspira gran cosa y más que un relato lo que hace es dejar constancia de lo que pasa. En Insbruck, por ejemplo, dice: "Visito la catedral y me compro un paraguas". Eso todo lo que tiene que decir al respecto. Lo mismo le pasa con Austria, que tampoco le inspira lo más mínimo. En cambio, desde que entran en Italia y comienzan el descenso hacia la Toscana, la prosa florece, aparecen el color, los olores y los cielos, el paisaje cobra un protagonismo equiparable al de la arquitectura y el arte. También aparece de pronto la gente, campesinos, policías, golfos, camareros o mecánicos de taller, como si Alemania y Austria estuvieran desiertas.
Para cuando llegamos a Roma, el Byron admirable e irritante ya está en plena forma. A la vista de la cúpula de San Pedro, no vacila en calificar de "mediocre" a Bernini, y aunque salva algunas pinturas del interior, el conjunto vaticano no le provoca el menor entusiasmo. Y en cambio no puede evitar contraponerlo a la catedral de la localidad húngara de Esztergom, de la que dice que "no solo es uno de los edificios más bellos, sino el máximo exponente de uno de los más armoniosos y dignos estilos posrenacentistas". Invito al lector a que vea en Internet esa catedral porque tendrá una idea exacta de la capacidad de provocación de Byron.
El resto de la aventura italiana (Nápoles y sus alrededores le provocan un considerable subidón) es una delicia y una especie de prólogo a la estancia en Grecia, una segunda patria con la que se identifica hasta el extremo de que le inspirará sus tres próximos libros.
Al llegar al Dodecaneso, muchos lectores quedarán sorprendidos por el encendido elogio que Byron hace de la administración italiana de esas islas y del fascismo en general, una visión favorable que ya cabía colegir de los numerosos (y amistosos) encuentros con fascistas italianos durante el viaje, aparte de algunos comentarios favorables al fascista británico sir Oswald Mosley. Pero no hay de qué alarmarse. Aparte de que en los años 20 la actitud favorable al fascismo entre los intelectuales europeos era mucho más frecuente de lo que ellos mismos dirían después, cuando se publiquen sus restantes libros se podrá comprobar la evolución del pensamiento de Byron, que no llegó a ser nunca lo que hoy llamaríamos "políticamente correcto", pues para ello hubiese debido renunciar a su gusto por la provocación y la transgresión estética, y ello sería pedirle demasiado a un hombre como él, capaz de decir que "Alemania no ha producido un solo pintor, ni lo hará", o de calificar de "vulgares" y "utilitarias" las construcciones romanas.

Europa en el parabrisas
Robert Byron
Confluencias



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23 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Religiones en la aldea global

La diplomacia estadounidense cuenta con excelentes observadores y escritores, capaces de narrar como el mejor de los periodistas lo que está sucediendo en los países donde están destinados. Por si alguien lo dudaba, quedó demostrado por la calidad de los cables secretos del departamento de Estado o Cablegate, publicados por Wikileaks a partir de diciembre de 2011, y especialmente el más famoso de todos sobre una boda mafiosa en el Dagestán, firmado por el entonces embajador en Moscú, William Burns. Además de demostrar dotes de reporteros y columnistas del más alto nivel, los diplomáticos de EE UU tienen que realizar con frecuencia otras labores que no se les exige a los diplomáticos de otros países, alguna de las cuales se hallan en apariencia más cerca de las funciones de las ONG y las organizaciones internacionales de derechos humanos que de la diplomacia clásica.

Una de estas actividades es el informe anual que realiza el departamento de Estado sobre la libertad religiosa en el mundo, tarea expresamente encomendada por el legislativo mediante la International Freedom of Religion Act, aprobada en 1998 y firmada por el presidente Clinton. Anualmente, el ejército de diplomáticos de Washington tiene que evaluar los niveles de libertad religiosa de los distintos países y designar los que permiten o promueven las mayores violaciones, unas tareas que luego obligan a la misma diplomacia y a los máximos responsables a presionar, negociar o incluso sancionar a los peores y más recalcitrantes alumnos de la clase.

Si atendemos a las generalidades del informe de 2012, el diagnóstico sobre la libertad religiosa en el mundo deja mucho que desear y da un toque de atención a todos, incluidos los países con más buena conciencia, como es el caso de España. La retórica y las acciones contra los musulmanes están en auge, particularmente en Europa y en Asia. El uso de legislaciones contra la blasfemia y contra la apostasía o cambio de religión siguen proliferando hasta constituir un auténtico problema en muchos países. Hay un incremento continuo y global del antisemitismo, que incluye la denegación y la apología del Holocausto, y que quiere justificarse en algunos casos en la oposición a las políticas de Israel. Los cristianos son la diana más importante de la discriminación social, el abuso y la violencia en determinadas partes del planeta, donde también sufren los seguidores de otras religiones y del propio islam. Una de las conclusiones que se deduce de una lectura atenta del informe es que nadie sufre más los efectos violentos del islamismo radical que los propios musulmanes. Si Stalin fue el mayor asesino de comunistas de la historia lo mismo puede decirse del salafismo violento y de Al Qaeda.

El departamento de Estado designa cada año los países que merecen una especial atención porque en ellos se registran los mayores niveles de intolerancia e incluso la persecución organizada y letal de los fieles de determinadas religiones. Son ocho y dos de ellos, China y Arabia Saudí, ambos con estrechas relaciones no tan solo económicas con Estados Unidos, conservan esta infamante calificación desde que la obtuvieron con el primer informe de 1999. Un tercero, Birmania, perdió el vergonzoso título el pasado año, coincidiendo con su transición democrática, pero lo ha recuperado en el actual, con el informe de 2012, a la vista de los escasos progresos realizados en libertad religiosa y la continuada persecución de las sectas budistas no oficiales y de los seguidores del islam. Los otros cinco países de la primera división de los perseguidores son Eritrea, Irán, Corea del Norte, Sudán y Uzbekistán. Vietnam ya no está en la lista desde 2006 y consta así como uno de los éxitos de la diplomacia estadounidense. La lectura del informe revela que su función no es solo vigilar, sino también estimular a los gobiernos a mejorar. Respecto de Birmania, el informe reconoce que ?el gobierno ha aplicado reformas considerables, pero el comportamiento general no ha cambiado durante este último año?. De la China que acaba de elevar al nuevo líder, Xi Jinping, dice que ?el respeto del gobierno por la libertad religiosa ha disminuido este año?.

Es difícil acotar la religión en el capítulo de los asuntos internos de los países, como si estuviéramos todavía en el mundo salido de la Paz de Westfalia (1648) con su clásico lema cuius regio, eius religio (según sea la religión del rey, así será la del reino). La convivencia entre identidades, lenguas, religiones y costumbres en la aldea global encuentra más facilidades en las bellas palabras que en las duras realidades. No vale la añeja mirada laicista, ciega a la profundidad de las creencias y a las dificultades de convivencia. Tampoco es fácil para muchos países, incluidos los europeos, aceptar sin más las lecciones impartidas por Washington. Pero no hay duda de que la mirada atenta de la diplomacia estadounidense sobre el mundo hace un buen servicio a la libertad religiosa e imprime una orientación a su política exterior de la que los europeos debiéramos aprender.



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23 de mayo de 2013
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