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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Algún día hablaré de África

El narrador, Binyavanga Wainaina, empieza a contar su visión personal de África cuando él tenía cinco años (1978) y pone fin a su relato cuando tiene treinta y tantos años (2010) y ya es un escritor de prestigio que redondea sus ingresos impartiendo clases de escritura creativa en diversas universidades de Estados Unidos. No creo exagerado calificar de "ambicioso" el proyecto de Binyavanga Wainaina porque hablar de África en términos que resulten comprensibles para un lector occidental es un empeño difícil y plagado de arteras trampas. La primera y más obvia es la del idioma. A todo hijo de una colonización se le plantea la disyuntiva de utilizar (y por lo tanto desarrollar, enriquecer y universalizar) su lengua materna o bien usar la del conquistador, más articulada y por general más apta para expresar las complejidades de la civilización dominante y mal llamada superior. Obviamente, en el caso de un keniata actual, el inglés le ofrece unas expectativas de audiencia (ventas) inmensas, aparte de que la infraestructura cultural que arropa a un escritor anglosajón (trabajo en universidades, venta de colaboraciones a medios especializados, giras de conferencias, etc) es incomparable respecto a las que le cabe esperar si decide expresarse en la lengua de cualquiera de las innumerables etnias minoritarias. En todos los países del mundo, cuando una minoría se sabe amenazada de muerte por una potencia superior, las llamadas a la salvación de la lengua y la tradición pasan a ser un valor equivalente al de la religión, y son conocidas de todos las fatigas que les esperan a quienes van por libre y no comulgan ciegamente con el credo oficial. Así pues, para un keniata elegir escribir en inglés, tiene por fuerza que ser el fruto de una larga y ardua decisión y en cualquier caso pone de manifiesto una muy profunda contradicción. Sin embargo, como sin duda aprenderán los lectores de este libro, es una indelicadeza imperdonable señalarle a un keniata sus contradicciones, razón por la cual no insistiré en ello, máxime cuando es un tema que el propio autor no plantea abiertamente.
Otra de las graves y obvias dificultades a las que se enfrenta quien quiera hablar de África es que ésta no existe como entidad diferenciada: harto de la serie de generalidades y tópicos que los primeros viajeros clásicos difundieron sobre África, y de la visión que los viajeros actuales más superficiales (por no llamarlos turistas) suelen ofrecer al regreso de sus periplos por el continente africano, Binyavanga Wainaina se quejó a través de la revista Granta de la persistencia de esos tópicos pasados y actuales, y anunció públicamente su intención de aportar algún día su propia visión. Y  de ahí que el presente relato se llame como se llama.
Quede claro sin embargo que Binyavanga Wainaina, pese a que la tentación ha debido de rondarle casi de continuo, no ha caído en la trampa de escribir un panfleto antipanfletario. Es decir, que en su afán por sacar a relucir lo que los occidentales no ven no ha recurrido a negar lo que de auténtico hay en lo que sabemos de África, y que cualquier viajero avezado se ocupa de tener en mente porque sería imperdonable verse cazado como un pardillo en lo relativo a las guerras y los vaivenes geopolíticos, las condiciones de seguridad del territorio a visitar, los requisitos sanitarios y, en general, el panorama que va a encontrar. Sin ocultarlo, pero sin hacer sangre tampoco sangre de ello, Binyavanga Wainaina hace referencias continuas a los avatares por los que ha pasado Kenia desde la muerte del "padre de la patria", Jomo Kenyatta (1978) hasta la actualidad, con todos los problemas derivados de las luchas por el poder, o de las consecuencias de la política de Idi Amin en Uganda. La propia madre del narrador era ugandesa y su presencia en Kenia estaba relacionada con las persecuciones políticas del dictador ugandés, aparte de que, una vez casada y establecida en Kenia, la suerte de sus parientes en Uganda, o las repercusiones de las sucesivas oleadas de refugiados, será un tema de preocupación familiar continua. También tienen cabida los conflictos en los países limítrofes, o los problemas post apartheid de África del Sur cuando el narrador asiste a la universidad allí. Pero lo que de verdad interesa a Binyavanga Wainaina es el relato civil, la gente normal y corriente, como su propia familia o sus amigos desde la infancia a la madurez, las confluencias culturales y étnicas y, sobre todo, los referentes mediáticos de cada momento, algunos sorprendentes, como Michael Jackson, pero en su mayoría ídolos nacionales, todo ello en medio de un sinfín de noticias de primera mano acerca de bodas, colegios, modas en el vestir y el cantar, las relaciones amorosas y de amistad, las borracheras y los recursos de cada cual para sobrevivir y labrarse un futuro. Todo ello contado con un lenguaje conciso y percutante pero con unas resonancias poéticas y unas imágenes muy imaginativas y sugerentes. Uno de esos libros que mientras los lees transmiten la certeza de que los acabarás siendo más sabio y mejor informado. Es decir, transformado.

Algún día escribiré sobre África
Binyavanga Wainaina
Editorial Sexto Piso



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25 de junio de 2013
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La extraña lengua

Yanko Goorall, sobrevive al naufragio en las costas británicas del vapor Herzogin-Sophia Dorotea que conducía a América emigrantes centro europeos. Ignorante de dónde se encuentra, vaga por la campiña vecina a la costa, generando, terror y rechazo entre los habitantes de los cottages, desconfianza que se acentúa al oírle hablar su lengua montañesa, para ellos absolutamente indescifrable. Tras la mediación entre otros del médico de la comarca y narrador de la historia (que curiosamente avanza la hipótesis de que se trata de un vasco, por lo cual le dirige infructuosamente unas palabras en Español y en Francés), Yanko se incorpora como trabajador en una granja, siempre en una atmósfera hostil, que los niños del lugar interiorizan, oscilando entre la huída temerosa y la mofa. Una muchacha, Amy Foster se enamora no obstante del extraño y venciendo la oposición de su familia y vecinos acaba casándose con él, compartiendo ahora su vida en un cottage. La llegada de un niño procura a Yanko Gooral una alegría tanto más grande cuando que, por primera vez desde su naufragio, ve que muy pronto "habría un hombre con quien podría cantar y hablar en la lengua de su tierra".
Tal es la trama de uno de los relatos de Joseph Conrad que bajo el título de Amy Foster, ofrece un punzante caso de conflicto lingüístico, que corrompe una relación sustentada precisamente en la nobleza de carácter de las protagonistas y su capacidad de resistir con entereza a las convenciones sociales.
La fatalidad que acompaña a Yanko hace en efecto que Amy Foster empiece a ser minada por la idea de que el aprendizaje de aquella lengua "tan turbadora, tan pasional y tan extraña" desarraigaría a su hijo respecto a los valores del entorno, valores henchidos de prejuicios que ahora retornan en ella, como si en lugar de ser realmente vencidos hubieran sido meramente encubiertos. Y así, un día que en el umbral del cottage, Yanko entonaba para su hijo una de las canciones que las madres cantaban a los bebés en su montaña, Amy Sister arranca con brusquedad el niño de sus brazos. La diferencia, la inquietante alteridad que tanto le había atraído en Yanko, acaba por generar -¡también en ella! - temor y rechazo. Lo que sigue es de esperar: Amy Foster abandona el cottage levándose al niño. "¿Por qué?" se preguntará Yanko antes de expirar como clamando ante un responsable Hacedor ¿Por qué Amy Foster no quería que en su hijo hubiera una continuidad para su lengua? "Una racha de viento y un zumbido fueron la única respuesta".

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25 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué se creen esos yanquis?

El domingo pasado distinguieron a Sloterdijk con el premio Ludwig Börne que reconoce anualmente al autor de expresión alemana que haya despachado el más notable trabajo en los campos del ensayo, la crítica y el reportaje. El jurado lo reconoció como el ensayista alemán más destacado desde Nietzsche a esta parte. No sé si fue la escasez del piropo, o que los americanos no le hacen caso, la cosa fue que en su sermón de agradecimiento el divo chorreó arrogancia y resentimiento antiamericano hasta enfadar a la parroquia. Habló de los atentados del 11-S con el rancio sonsonete de que fue una cosa pelín malvada pero hay que ver cómo se lo merecen, cuánto exageran y cuántisimas cosas mucho peores hacen los viles yanquis. Todas las frases relativas al ‘nine eleven’, como Sloterdijk lo llama, quizá para evitar expresiones como ataque terrorista o similar, llevaban su introducción concesiva, seguida de la correspondiente adversativa encabezando la perorata doctrinaria sobre el malvado americano.
 
Parece que Sloterdijk se ha enterado de la gran novedad wiquipédica de los hemisferios cerebrales, aquello del lado derecho que es afectivo y generalizador, mientras el izquierdo se conduce de manera analítica y distanciada, y ahora postula una “izquierda neurológica que ponga veto intelectual  al irreflexivo despliegue militar de los hemisféricos de derechas”.  Atacar a los talibanes o vigilar el flujo de datos privados no son consecuencias de decisiones racionales ni opciones políticas meditadas, sino reflejos preconscientes de colectivos desmadrados por manipulaciones mediáticas que convierten la pulga representada por un par de terroristas dudosos en el elefante de un auténtico enemigo.
 
En Estados Unidos, dice, se ha llegado a “una asimilación al enemigo, un enemigo que existe en realidad, pero que la imaginación seguradicta agiganta en una escala de uno a cien mil”. Por lo visto, se trata de una sociedad sado-masoquista que se excita con su propio dolor. La fórmula “guerra al terror” es puro marketing viral procedente del laboratorio del Pentágono y enferma los hemisferios cerebrales de quien la usa, como esas “poblaciones maltratadas con el miedo político” que consienten el “terrorismo de Estado”. Según cálculos sloterdijkianos, “el 99 % de todas las acciones terroristas en el siglo XX fueron a cuenta del terrorismo de Estado”. Lo que antes fue Goebbels, son ahora Bush y Obama. Lo que hacían los stukas sobre Ucrania, lo hacen los drones sobre Afganistán.
 
Sloterdjik habla de “motivos falsificados”, “obstinación antiislamista” y de “matones enemigos de la reflexión, drones que, como cráneos huecos no tripulados, hacen sus vuelos de reconocimiento sobre el espacio libre del pensamiento, y siguen en acción, y no cejan en su labor de envenenamiento rabioso”. Ahí endosó una indirecta contra los judíos. El envenenamiento de pozos de abastecimiento es uno de los más viejos tópicos antisemitas. Hay que tener en cuenta que el Börne que da nombre al premio era judío y que también lo es Henryk M. Broder, galardonado en 2007, que anunció la devolución del suyo, como protesta por la concesión a Sloterdijk y porque dijo no querer pertenecer a un círculo que admite en su seno a quienes ostentan comprensión con los terroristas y restan importancia a asesinatos masivos como el 11-S. El mismo Broder había devuelto, o más bien anunciado que se disponía a devolver el premio en 2010, protestando contra Alfred Grosser y su versión minimizadora de los pogromos. En consecuencia, el señor Gotthelf, de la fundación Börne, ha anunciado un cambio en el reglamento del premio que inhabilite al premiado para proclamar su devolución más de dos veces.
 
El filósofo ha seguido adulando al auditorio al segurar que su reflexión en el sentido de que “en el proceso de la democracia, uno es responsable también de sus enemigos”, traducible como “ustedes se lo buscaron, yanquis”, era demasiado complicada para explicarla in situ. En otros pasajes dejó caer su desprecio del proceso democrático que, a su parecer, consiste en excitar mediáticamente a la plebe soberana. En resumen, yo soy un filósofo, cosa que excede las entendederas de ustedes, y, por otra parte, los votantes son demasiado necios para votar como es debido.
 
Al final, propuso un tratamiento contra el estancamiento económico y la obsesión belicista neurotizada con su manía de la seguridad: una remodelación de las fronteras orientales americanas, el sacro imperio romano germánico, la unión trasatlántica, en fin, la sopa de ajo. Es de temer que el origen de todo esto sea que los malvados yanquis, lejos de incluir a Foucault, Derrida, Heidegger o Adorno (o Sloterdijk) en los programas de las facultades de filosofía, los menosprecian como “continental theory”, para distinguirlos de la filosofía analítica anglosajona, y claro, eso sí que es terrorismo y arrogancia.


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25 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Niños futbolistas y el debate moral

Una radio de España, Aragón Radio, le pregunta a sus auditores: ¿Os parece moral que se puedan comprar a niños futbolistas por 200€? La consulta la lanzan un par de horas antes de que me toque salir al aire, en la misma radio, hablando de "Niños futbolistas". Después de la emisión, me llegan un par de correos que hablan de niños, euros y moralidad.

No estoy contra las encuestas que hacen los medios. Pero, esta vez, la pregunta es la que complica todo. O más bien, es el precio.

Si es inmoral comprar niños futbolistas por 200 euros, ¿no lo es comprarlos por 2 mil? ¿20 mil? ¿200 mil? Y si la moralidad depende del precio, entonces, como todos, tenemos que ajustarnos a las leyes de consumo, de oferta y demanda. De ahí sale el precio. De esa moral. Cash.

Ahora, entiendo que lo del precio pudo ser un error de quién armó la encuesta. En realidad, quiso preguntar ¿Os parece moral que se puedan comprar a niños futbolistas? Así, a secas. Sin monto.

Y entonces, a los auditores que les parece una inmoralidad de lo que trata "Niños futbolistas", deben saber que Messi fue comprado y enviado a otro continente a los 12 años por el Barcelona, y que el argentino Leo Coria fue presentado por el Real Madrid como nuevo fichaje a los siete años.

Y hasta ahora, que yo sepa, nadie trató de inmorales a esas instituciones. Y ellos lo hicieron antes.

 

 

@menesesportatil 

 



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24 de junio de 2013
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Enseñando con Orwell en Kirguistán

Estoy en Bishkek, capital de la república de Kirguistán, enseñando periodismo "con una mirada sensible a los conflictos" a jóvenes periodistas de Asia Central. Hoy ellos están buscando información en las calles y plazas, hablando con los poderosos, los desposeídos, los valientes y los débiles, y por eso puedo sentarme a escribir en el blog.

El otro día les hablé de George Orwell, de la manipulación y la propaganda como formas de mantener un sistema totalitario. Les conté el argumento de 1984, con su Gran Hermano, su Ministerio del Amor, en cuyas catacumbas se tortura a los rebeldes, y su Ministerio de la Verdad, en cuyas oficinas se inventa el pasado. Jamás habían oído hablar de Orwell, pero mientras la traductora vertía mi inglés al ruso, iban moviendo la cabeza y sonriendo. Entendieron la fábula orwelliana a la primera.  

Esa sesión me hizo acordar de mi trabajo con la obra de Orwell en mi libro Periodismo narrativo. Aquí les comparto una versión abreviada, que publiqué hace un par de años en el suplemento de Cultura del diario argentino Perfil. Les aseguro que desde mi hotel en Bishkek, la mirada limpia y las lúcidas profecías de Orwell adquieren otra dimensión.

*                *                      *

En una de sus noches en pensiones de mala muerte en el Londres mugriento de grasa y hollín de principios de los años treinta, tras dormir sólo una hora por culpa de los gritos, las toses y los ladridos, George Orwell se despertó con “la vaga impresión de una cosa larga y marrón viniendo hacia mí”.

 “Abrí los ojos y vi que era el pie de uno de los marineros que salía de la cama y avanzaba hacia mí”, escribe el autor de Rebelión en la granja y 1984.

“Era marrón oscuro, como el pie de un indio con suciedad. Las paredes daban grima y las sábanas, lavadas hace tres semanas, estaban de un color umbrío crudo. Me vestí y bajé al sótano. Abajo había una hilera de bacinicas y dos rollos de toallas. Tenía un pedazo de jabón en mi bolsillo, y estaba a punto de lavarme, cuando me di cuenta de que cada recipiente estaba repleto de suciedad. Sólida, pringosa y negra como betún. Me fui sin lavarme”. 

No sé si se me permitirá dar nombre a un nuevo género periodístico-literario. Lo llamaría ‘Sufrir para contarlo’, y es el método de los tres libros de no ficción de George Orwell. La serie empieza con Sin blanca en París y Londres, publicado en 1933, el libro del que sale la historia del pie del marinero, y sigue con El camino de Wigan Pier, un viaje a las horribles condiciones de trabajo y vida de los mineros del norte de Inglaterra, de 1937, y Homenaje a Cataluña, el relato las experiencias del autor como combatiente antifranquista y víctima de la represión estalinista dentro del bando republicano, de 1938.

Así funciona el método: el escritor se convierte en uno de los personajes de los que quiere escribir, por lo general gente de mal vivir y peor comer. Pasa frío, hambre, miedo, enfermedades, y va anotándolo todo. Después lo escribe en una larguísima carta a sus camaradas de la izquierda. Está seguro de que ellos sí entenderán las razones y las consecuencias de sus viajes a los márgenes, los bajos fondos y las violencias del sistema.

Al vivir las vidas de los oprimidos y las de los que se rebelan contra los opresores, el escritor va anotando sus observaciones y también lo que piensa y siente a lo largo de su camino. Escribe sobre su propio frío, su hambre, su escozor de piojos, sus problemas respiratorios, sus ataques de fiebre. Y comparte además sus ideas, juicios y prejuicios. Y también relata sus peleas con sus propias percepciones y los instintos que adquirió en la infancia, y también sus debates con el lector, al que imagina quisquilloso, inquisitivo, sensible a los problemas sociales, pero anclado en el sentido común de su tiempo.

*                *                      *

El método Orwell consiste en sufrir en nombre del lector. Mejor dicho, en el lugar del lector. Al mostrarnos lo que pasa a su alrededor como un periodista y al mismo tiempo meternos en su cabeza y confiarnos sus pensamientos, aunque se sienta avergonzado de ellos, logra una combinación asombrosa y muy original de periodismo y literatura testimonial.

Nunca pierde de vista que está sufriendo, está tomando notas y está escribiendo para que nos demos cuenta de algo, algo muy superior a sus propios padecimientos. Tan grande es su ‘misión’ que no se encuentran en sus libros ni el humor ni la levedad de la crónica de costumbres. Las obras de Orwell son ascéticas y severas.

Sin embargo, y pese al ceño fruncido de su estilo, lo “salvan” siempre dos grandes cualidades. Por un lado, la alegría que produce la perfección del estilo, la descripción atinada, la metáfora feliz, el análisis inteligente y certero. Por otro, su enorme capacidad para autoexaminarse, criticarse y hasta burlarse de sí mismo. Soportamos que ponga en el microscopio nuestras confortables certezas porque puso antes sus amores, odios, miserias y cobardías bajo la misma lente.

Esas virtudes ya brillan en Sin blanca en París y Londres, que es su primer libro de observación y testimonio, se agudizan en el segundo, El camino de Wigan Pier y estallan con la perfección de una bomba mortífera en su último y más dramático libro de no ficción, Homage to Catalonia. Su novela de hechos ciertos tienen un sentido de urgencia, de necesidad, de claridad buscada que para mí tiene que ver con esa pasión por ser entendido. No se entiende su estilo sin la ética práctica a la que estaba atado.

*                *                      *

La Guerra Civil Española fue la caída final de la venda en los ojos de Orwell. Cuando estalló el conflicto, no dudó en alistarse. Henry Miller, quien lo recibió en París a su paso hacia Barcelona, lo describió como imbuido de un fervor casi religioso y una seguridad total en que la batalla es entre el bien y el mal. Aunque no compartía ni su análisis ni su entusiasmo, el americano hedonista le regaló un abrigo. Orwell le dijo que iba como cronista y reportero, pero Miller estaba seguro de que su amigo se disponía a tomar las armas.

En España, Orwell combatió con el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista, filo-trotskista) y vivió, tanto en Barcelona como en el frente, lo más parecido a su sueño de igualdad, de hermandad, de generosidad, la revolución que suprime la injusticia y la sociedad sin clases. Por supuesto –y esto lo han marcado bien los estudiosos catalanes de Orwell– su paraíso era una mezcla entre cambios reales y lo que él quería y soñaba ver.

Al volver herido a Barcelona desde el frente en Aragón, Orwell se encontró con que el POUM estaba prohibido, sus líderes asesinados, detenidos o buscados, y que su vida corría peligro. Los comunistas los acusaban de haber traicionado a la república pasando información a Franco. Se salvó por los pelos.  El libro lo enfrentó a sus antiguos camaradas, quienes no querían oír hablar de rencillas internas entre los republicanos.

Homenaje a Cataluña, para muchos el mejor libro de Orwell, es un tardío viaje de descubrimiento. En cierto sentido, las miserias e iniquidades que describe en Sin blanca en París y Londres y en El camino de Wigan Pier eran cosas que ya conocía o intuía. Le faltaban los detalles, el ‘cómo’, pero las penurias físicas y psíquicas y las contradicciones de los pobres que describe son parte de su experiencia pasada en Birmania y en Inglaterra, y son congruentes con sus ideas y su ideología.

Pero en España descubre dos cosas nuevas: el santo desorden de la Barcelona libertaria y la feroz represión dentro del bando republicano. Es un libro complejo; comienza feliz y termina desesperanzado. Todo parece fácil y posible al comienzo, y al final todo es mucho más complejo de lo que suponía. Y su proceso interno también está narrado con trazos más precisos, porque lo que le sucede no es siempre de entender y porque no es lo que se esperaba que le pasara. Ahí está ya el germen de la amarga fábula con animales Rebelión en la granja y en la cruel distopía futurista 1984.

*                *                      *

Con peligro para su vida y efectos letales para su salud, siguió hasta su temprana muerte a los 47 años describiendo sin cerrar los ojos lo que encontraba en el fondo cienagoso al que había bajado.

Si seguimos con detenimiento la carrera de Orwell, vemos que la observación y la descripción de lo real son a la vez caminos hacia la ficción última y formas de comunicar sus ideas y sus ideales.

En su proceso de escribir como quien respira, por necesidad, nos fue limpiando la mirada y el estilo. Leer a Orwell nos hace volver a la mesa de trabajo con la pluma limpia de sentimentalismos y palabrerías, y con una sensación más noble y ética de la profesión de escritor, de periodista, o simplemente de ciudadano de nuestro tiempo. 

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24 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pueblo digital en marcha

El populismo es un viejo conocido. No hay democracia sin populismo, en dosis más o menos exageradas. Obtener el favor de la mayoría exige a veces alguna concesión a la demagogia que pocos políticos, derechas e izquierdas confundidas, se atreven a evitar. Quienes hacen bandera del antipopulismo suelen perder las elecciones en cuanto se presentan. Así que nada de fariseísmos. El que no haya pecado de populismo que tire la primera piedra.

En momentos de crisis, y sobre todo en una crisis que hace época como la actual, el lenguaje populista invade el entero campo semántico. La demanda se halla en la raíz misma de la crisis, que es de confianza y de mediación. Los ciudadanos desconfiamos de quienes nos representan en todos los ámbitos de la sociedad. De forma que avanzan sus peones los que saben hablar el lenguaje a veces soez del populismo.

El populismo es ante todo una reacción contra las elites. Se disfraza de anticapitalismo cuando es una rebelión contra los ricos. De antiintelectualismo cuando se levanta contra los sabelotodo que monopolizan las verdades celestiales y terrenas y desprecian al pueblo llano. Y de antipolítica cuando rechazan a la casta que secuestra la voluntad de los ciudadanos para sus intereses particulares, con frecuencia corruptos.

El populismo vive del mito del pueblo, un ser vivo que habla, siente y se expresa; tiene voluntad, actúa, y busca a tientas al guía que sepa prestarle su voz y sus gestos. Hay algo de misterio en esta búsqueda mutua en la que se enzarzan el pueblo y quienes quieren dirigirlo. Misterio que termina en epifanía, cuando una extraña luz ilumina al elegido, que electriza con sus palabras a quienes le escuchan y consigue el efecto sobrenatural de que las masas le sigan y obedezcan.

Extraña e inquietante, claro que sí. Y evocador de épocas siniestras. Los populismos más recientes, con carismas más garbanceros, parecen tranquilizarnos, aunque no debiéramos. De ahí el interés del libro recién publicado El pueblo contra el Parlamento. El nuevo populismo en España, 1989-2013, de Xavier Casals, que traza una genealogía de nuestros populismos, los sitúa en el contexto de los populismos en el mundo y los utiliza como reveladores de tendencias. Mensajeros de futuro les llama, atribuyéndoles una capacidad de anticipación respecto a las crisis que nos esperan.

Populistas siempre son los otros, naturalmente. Casals no duda en repasar el espectro político y social, desde el PP hasta los indignados, ni en señalar que ?Cataluña se ha convertido en el rompeolas populista de las Españas y en su laboratorio político?, afirmación de impacto aunque justificada: 1.- La erosión de los grandes partidos es más acentuada; 2.- Como en un microcosmos, se reproducen a escala todos los populismos europeos, desde Plataforma por Cataluña hasta los émulos de la Syriza; 3.- El populismo plebiscitario se halla en pleno vigor; 4.- Se extiende una cultura de la insumisión, desde las protestas antipeajes hasta el movimiento por la hacienda propia; y 5.- Cuenta con una capital de larga y profunda tradición rebelde y contestataria.

La novedad del populismo de nuestros días, señalada tanto por Casals como por su prologuista, Enric Ucelay de Cal, viene de mano de la tecnología. Las redes sociales, imprescindibles para entender los movimientos de protesta, llenan el vacío que ha deja la mediación política en crisis. Y lo hacen en forma de una quimera: las multitudes pueden dirigir la sociedad con el nuevo instrumento de poder que es un teléfono móvil; la democracia directa es posible gracias a la tecnología.

El funcionamiento de las redes se acomoda al lenguaje divisivo, polarizador y estridente del populismo, pero añade una paradoja: el individuo aislado, con los vínculos sociales rotos y solo con su móvil, se siente parte de una nueva comunidad virtual, un pueblo digital en marcha. Y en la otra cara de la difusión tecnológica del poder, oculta en la nube, avanza la organización todopoderosa del espionaje de Estado hasta controlar los más íntimos rincones de la vida privada de este ciudadano solitario, que le entrega voluntariamente sus datos. El reto de nuestra época es mantener espacios para la democracia representativa entre el cibercontrol universal y el populismo digital.



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24 de junio de 2013
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Una de nazis, judíos y Franco

De un tiempo a esta parte se han acumulado diversas noticias sobre las polillas del nazismo: la aparición de un libro escrito con asepsia clínica sobre cómo se divertían los mandos de las SS en Auschwitz; la herencia, de más de un millón de euros, del llamado Doctor Muerte rechazada por uno de sus dos hijos, o la recuperación por el Gobierno de EE.UU. de las 400 reveladoras páginas del diario extraviado de Alfred Rosenberg, firme ideólogo del movimiento además de confidente de Hitler. Coinciden además con el estreno de la película de Margarethe von Trotta sobre Hannah Arendt, una de las filósofas más portentosas del siglo XX, judía, y autora del excepcional ensayo Eichmann en Jerusalén, que escribió originalmente para The New Yorker en 1961, donde acuñaba el concepto de la banalidad del mal que ha inspirado y recorrido buena parte del pensamiento contemporáneo sobre los orígenes de la violencia. En el polo opuesto al salvajismo de los verdugos nazis se inscriben las historias de bondad y coraje de los Schindler y compañía, como los ejemplares funcionarios españoles de la embajada de Budapest que salvaron a cerca de 3.000 judíos de ser exterminados. A la historia del diplomático Ángel Sanz Briz ha llegado ahora el periodista Arcadi Espada husmeando la trágica suerte de Aly Herscovitz, amante de Josep Pla. En nombre de Franco (Espasa) es una crónica leída y revivida con el ímpetu del periodista que no se inhibe de replicar al mismísimo Adorno: “No, no me parece moral que las torres de Auschwitz sean tratadas retóricamente como la torre Eiffel, y hay que vomitar sobre ese crepúsculo (…) Pero una vez limpio y refrescado conviene preguntarse si demasiado vómito no lleva a la claudicación de considerar que Auschwitz no puede representarse”. El grueso del libro de Espada se esfuerza en comprobar que el franquismo ayudó a los judíos en el ocaso del III Reich. Si bien nunca quiso festejarlo. El mismo régimen que persiguió a Walter Benjamin, que acabaría suicidándose en un hotelucho de Portbou. A Espada le ha replicado el historiador Bernd Rother, en una apasionada polémica que consigue el milagro de que un libro siga vivo después de ser apilado. Y que incluso le ha valido que cancelasen su presentación en Casa Sefarad, con la excusa de no incomodar a la familia del diplomático debido a la revelación de una presunta amante -la misteriosa baronesa Piroska-, por boca del cónsul italiano Giorgio Perlasca, que se llevó todos los honores, incluso los de Sanz Briz, y murió en la pobreza, como suelen ocurrir las cosas. La luz no siempre sale a borbotones en la recuperación de la memoria. Egos, ideologías, parálisis, comodidades y otras gangas se aprestan a enmarañar lo que ya estamos acostumbrados a concebir de acuerdo con ese decir, miserable y al tiempo confortablemente humano: “Mejor dejarlo como está”.

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24 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los persas

Según cuenta Heródoto en sus Historias, en el año 480 antes de nuestra era el cuarto emperador de los persas, Xerxes el Grande, reunió uno de los ejércitos más numerosos de que se tuviera noticia y se dispuso a conquistar Grecia en represalia por el apoyo proporcionado por espartanos y atenienses a la rebelión de las ciudades jonias. Tras la batalla de las Termópilas -estilizada en el cómic 300 de Frank Miller y retomada en la burda película de Zach Snyder-, en la cual un pequeño grupo de heroicos soldados comandado por Leónidas, rey de Esparta, resistió el avance enemigo antes de ser aniquilado, los persas parecían encontrarse en una situación idónea para acabar definitivamente con sus rivales.

 

Víctima de la hubris -al menos según la versión de Esquilo en Los persas- Xerxes no tuvo empacho en incendiar Atenas y prosiguió su avance por mar y por tierra, indiferente al odio que concitaba entre sus nuevos súbditos. En contra de todas las predicciones, su enorme flota fue destruida por las naves de Temístocles en la batalla de Salamina, y posteriormente su armada volvió a sufrir estrepitosas derrotas en Platea y Micale. Aunque los griegos se preciaban de haber terminado con la amenaza persa de esta forma, los historiadores modernos juzgan que en realidad las hostilidades terminaron de manera negociada con la llamada Paz de Calias.

Desde esos lejanos tiempos, los persas quedaron dibujados no tanto como bárbaros, sino como miembros de una civilización misteriosa y ajena, caracterizada por su ritos incomprensibles y su boato decadente, imposible de ser asimilada conforme a nuestros patrones. Para los griegos, Persia se convirtió en una obsesión y en un enigma, un lugar agreste frente al cual no podía sentirse sino desconfianza y temor. No deja de asombrar que dos mil quinientos años después el "mundo occidental" continúe teniendo la misma imagen de Irán, la potencia sucesora de la antigua Persia. 

            Convertida al Islam en el sigo VII de nuestra era, esta nación nunca dejó de defender un carácter particular dentro del orbe islámico -la fe chií y una lengua y una literatura propias-, distanciándose tanto de los modelos europeos como de sus vecinos árabes. Férreamente independientes, durante los siglos IX y X los iraníes desarrollaron una de las culturas más vibrantes de la historia, plena de avances científicos y artísticos, y en realidad nunca fueron dominados directamente, excepto por unos años durante la segunda guerra mundial a manos de británicos y rusos.

            Aun así, la mutua incomprensión ha prevalecido siempre en las relaciones entre Occidente e Irán. Más cerca de nosotros, Estados Unidos inauguró su temple imperial al organizar el golpe de estado contra el Dr. Mohammed Mossaddeq, el primer ministro nacionalista, democráticamente elegido, que había comenzado a modernizar el país y había decretado la nacionalización del petróleo. Desde entonces, como en tantos otros lugares (piénsese en Bin Laden), la CIA se encargó de crear a los propios monstruos que terminarían por amenazarlo.

            Estados Unidos no dudó en apoyar el régimen cada vez más autoritario del shah Mohammed Reza Pahlavi, el cual sobrevivía gracias al todopoderoso SAVAK, uno de los servicios secretos más cruentos de la época. Aun así, el descontento popular culminó en una revuelta que envió al shah al exilio -durante unos meses en Cuernavaca- y entronizó como líder supremo de la República Islámica a Ruhollah Jomeini, quien instauró una auténtica teocracia que en mucho recuerda al poder absoluto que disfrutaron Xerxes o Darío.

            Nadie duda que el régimen islámico, con su férreo dogmatismo y su antisemitismo militante, es uno de los sistemas políticos más anacrónicos del planeta, pero los prejuicios que desde hace siglos cargamos contra los antiguos persas no deben cegarnos frente a una sociedad mucho mas compleja y refinada que su gobierno y que no merece ser caracterizada como parte del Eje del Mal. Como ha quedado demostrado, cada vez que Estados Unidos se ha alzado soberbiamente contra Irán -como cuando alentó al Irak de Saddam Hussein a derrocar a Jomeini-, el resultado ha sido catastrófico.

            En los últimos años, la presión de Occidente contra los reformistas culminó en la elección del ultrarradical Mahmud Ajmadineyad, quien no sólo se caracterizó por sus histéricas salidas de tono, sino por ser el artífice del fraude electoral de 2009 que provocó numerosas protestas cívicas. La elección del clérigo moderado Hassan Rohaní, con más del 50 por ciento de los votos, da cuenta de que la sociedad iraní ha decidido dar un drástico giro a su política. En contra de todas las predicciones, hoy se ofrece una posibilidad de un diálogo menos crispado entre Irán y Estados Unidos sobre su programa nuclear y otros temas sensibles, como Siria. Esperemos que en esta en esta ocasión los ancestrales prejuicios entre persas y occidentales no se resuelvan en otra batalla, sino en un acuerdo negociado como la Paz de Calias. 

 

Twitter: @jvolpi



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24 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amado Google

Evita pagar impuestos. Da libre acceso a artículos, fotos, vídeos y libros enteros, siempre que no existan barreras de pago. Se lleva buena parte de la publicidad que antes servía para financiar la prensa, sobre todo local, gracias al enorme alcance del buscador y a los precios rompedores que hay que pagar por publicitarse. Y ahora, para coronar la proeza, nos enteramos de que todos los miles de millones de datos acumulados van a parar a los ordenadores de la NSA (Agencia Nacional de Inteligencia), donde son procesados y analizados al servicio del Gobierno de Estados Unidos.

Todos estos inconvenientes compensan largamente el servicio individual que da a cada uno de sus usuarios. Nos busca palabras, documentos e imágenes, nos orienta en los mapas, nos da noticias, correo y agenda al día, nos permite bloguear, chatear, hablar a distancia, compartir todo tipo de documentos, leer libros, traducir en todos los idiomas y cada día se inventa nuevas cosas que pueda darnos, gratis total. O quitarnos, porque todo va a parar luego a la NSA.

Google es un instrumento precioso para los periodistas, aunque tenga un pequeño inconveniente: nada es más eficaz para cargarse los negocios de los que hemos vivido hasta ahora. Si las noticias y la publicidad ya son suyas y además no paga impuestos mientras nos brean a nosotros individualmente y a cada una de las empresas para las que trabajamos, está visto que nos enfrentamos a un caso colosal de competencia desleal, tan colosal que no hay organismo de la competencia en el mundo con capacidad y poder para abordarlo. Google vive de la tecnología y del libre mercado, tan bien fusionados que no se entienden la una sin el otro. La tecnología rompe las fronteras y el mercado desregulado se acomoda como un guante al negocio tecnológico. Pero no basta. Sin un poderoso servicio jurídico este tipo de empresas no tendrían forma de romper todas las barreras. Y ahí está la clave de muchas de las cosas que suceden en el mundo con las empresas tecnológicas. Son sociedades que se deben a las leyes de su país, al que rinden buenos servicios cada vez que el Gobierno se lo pide, como es el caso del suministro de datos para que los espías digitales los analicen. Sin orden judicial, nadie va a vulnerar el derecho a la intimidad de un ciudadano estadounidense. Y que se apañen los ciudadanos del resto del mundo para buscar quien les proteja de las intromisiones.

No le demos la culpa a nuestro amado Google. Si alguien entrega los datos de los europeos a la NSA, incluyendo mensajes totalmente cubiertos por la privacidad, se debe a que nadie en Europa, ni los gobiernos ni las instituciones de la Unión Europea, cumple con las obligaciones inscritas en las constituciones nacionales y también en los tratados europeos de proteger la intimidad y la vida privada de todos nosotros.



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22 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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89. Dotarse de lengua

Ante lo que Dante llamase la cortedad del decir, muchos autores sienten la necesidad de fabular nuevas lenguas para enriquecer su mundo o reflejarlo con más propiedad. Podemos recordar los ejercicios de lenguaje babélico de Eugenio Montejo en Los cuadernos de Blas Coll, el Finnegans Wake de Joyce, la neohabla de Orwell, el jabberwocky de Lewis Carroll, el gíglico del capítulo 68 de la Rayuela cortazariana (que recuerda la imaginería verbal de Oliverio Girondo), las jitantáforas de Alfonso Reyes, la jerga Nadsat de La naranja mecánica de Anthony Burgess, el neoidioma de algunos personajes del Esperanto de Fresán, el “enoquiano” de John Dee recordado por Borges, que sería el lenguaje de los ángeles, o el Zaum transracional de los poetas futuristas rusos. En 1929, Han Henny Jahnn describe en su novela Perrudja al personaje del mismo nombre, que "tiene que ‘decir lo indecible' y entona canciones en una lengua elemental inventada por él mismo" (Walter Muschg). Belén Gache recuerda los fragmentos de "lengua utópica" incluidos por Tomás Moro en su Utopía (1516), y la lengua ignota creada por Hildegarda de Bingen. Nabokov, en Fuego pálido, inventa el “zemblano”, idioma de la ficcional Zembla que parece una mezcla de alemán y sueco, y escribe algunos versos en él: “Ret woren ok spoz on natt ut vett / Eto est votchez ut mid ik dett”. Otros creadores fueron incluso más allá: la protagonista demente y cruel de Lilith (1964, Robert Rossen), protagonizada por Jean Seberg, habla un idioma propio que sólo entiende ella, y el escritor australiano Robert Dessaix también dice tener un idioma particular, llamado “K”, porque “deseaba palabras para describir la realidad. Así que me las inventé” (“The Lenguage of K”, Lingua Franca, 1998). Uno de mis creadores favoritos de lenguas, de quien hablé en Pasadizos, es Stillman, de La ciudad de cristal (1985) de Auster. Así justifica su objetivo: “Verá, el mundo está fragmentado, señor. No sólo hemos perdido nuestro sentido de finalidad, también hemos perdido el lenguaje con el que poder expresarlo. [...] Estoy en el proceso de inventar un nuevo lenguaje. [...]que al fin dirá lo que tenemos que decir. Porque nuestras palabras ya no se corresponden con el mundo. [...] Salgo todos los días con mi bolsa y recojo objetos que me parecen dignos de investigación. […] —¿Y qué hace usted con esas cosas? —Les pongo nombre”. / Pero uno de los autores que llegó más lejos en estos propósitos fue Rusell Hoban, un gran escritor no tan conocido como debiese, a pesar de que Harold Bloom lo haya recomendado y de que el citado Burguess llegase a decir de Riddley Walker (1980): “esto es lo que la literatura debería ser”. Esta novela está redactada en un dialecto que, según el propio Hoban, “contiene restos de una cultura perdida y de su tecnología: las palabras son descompuestas en palabras más pequeñas, y esos nuevos usos conllevan nuevos significados”. Es el resultado de la degeneración de la lengua tras un armaggedon nuclear, en un ambiente primitivo y atávico que no resultará extraño a los lectores de Rafael Pinedo. Veamos un ejemplo, en la versión de Marisa Pascual y David Cruz: “lo traje hazia mi tenia la caveça casi arrancada. Savian aualanzado a por sus partes”. / Crear lenguas o romperlas (Beckett, Hoban, Roussel): el lugar donde novela y poesía comparten, por una vez, el mismo espacio.



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21 de junio de 2013
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El Boomeran(g)
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