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II. Cisnes a la carta

Pero Dumas alega que la carne del pavorreal joven es agradable al gusto. Y una vez desnudo, despojado gracias al agua hirviente del plumaje que le da ese misterioso color de noche de plenilunio, y ya sin la cola que es la que más fama le otorga, lucirá en la plancha mortuoria de la cocina como cualquier otro pavo de moco caído.
Otra receta de la vieja cocina romana dice: limpiar el pavorreal y quitarle el hueso de la pechuga con la ayuda de un cuchillo filoso. Mezclar en un recipiente hondo la carne de ternera y la de cerdo, las pasas, los piñones, las almendras molidas, el jugo de pomelo y los huevos. Reservar las trufas para el final. Rellenar las cavidades, cocer las aberturas y atarlo para que no pierda su forma. ¿No os parece, diría Darío, el procedimiento para embalsamar un cadáver?
¿Y el cisne? Hay un pastel de cisne, para cuya preparación Dumas no ofrece detalles, pero da igual, porque refiere al lector a los mismos procedimientos que se siguen para preparar el pastel de Amiens, en el que el cisne entraría a sustituir al pato.
Los términos en que Dumas se refiere al cisne son técnicos. Dice que pertenece, para algunos naturalistas, al género de los patos; que su cuello es largo porque consta de un gran número de vértebras, nada menos que veintitrés, y, por tanto, no porque interrogue a nadie. Y peor, que es una verdadera anomalía de parte de los científicos llamarlo cygnus musicus, cuando la verdad es que su canto, aunque sea el postrero, es el grito más desagradable que se haya nunca escuchado

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12 de julio de 2013
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¿Adónde va el periodismo? Lluís Bassets, José María Izquierdo y Xavi Casinos analizan el futuro de la prensa

¿Papel? ¿On-line? ¿Ambos? ¿Grandes cabeceras? ¿Pequeños proyectos free-lance? ¿Dónde va el periodismo escrito? Esto encontré en tres  libros publicados recientemente en España sobre el tema:

 

* * *

1. El último que apague la luz. Lluís Bassets, director adjunto de El País, ve el peligro en el viejo acuerdo tácito por el cual los periodistas cuentan con honestidad y veracidad lo que ocurrió y lo ordenan según su importancia y relevancia, para que los lectores sepan y entiendan. Y así puedan actuar en una democracia.

"No hay sociedad democrática sin consenso compartido sobre hechos verificables y sin disenso sobre las opiniones que merecen estos hechos", advierte Bassets. "La muerte pelona del periodismo es esa paradoja que vivimos ahora cuando nos quieren hacer creer que las opiniones son sagradas y los hechos discutibles".
 
El título del libro es más un desafío y un grito de alerta que una rendición. Bassets echa una mirada lúcida en derredor, analiza la promesa y el peligro de los blogs, de las investigaciones de Wikileaks y del nuevo fenómeno de los "medios soberanos" como Al Jazeera, para recordar que con formas cambiantes y nuevos planes de negocio, el valor supremo del periodismo tiene que seguir siendo la independencia.
 
Y como en los buenos tiempos, son las opiniones las que deben ser libres, y los hechos, sagrados.
 
 
* * *
 
 2. ¿Para qué servimos los periodistas? (hoy). José María Izquierdo, antiguo director de CNN+ y actual responsable del influyente blog El ojo izquierdo, cuenta con datos y argumentos muy bien hilvanados una historia similar sobre la crisis económica del periodismo, pero se dirige especialmente a los jóvenes profesionales. Les pregunta: ¿Para qué servimos los periodistas? (hoy).
Izquierdo ve el problema desde otro ángulo: si todos pueden informar y opinar gratis en la red, no es sólo un problema para los medios que aspiran a cobrar por su producto. Es una competencia dura para los periodistas profesionales. ¿Qué pintamos en este tiempo donde nuestros textos y fotos y videos se mezclan con los de todo el mundo? Lo único que puede salvar a los periodistas, aunque se hundan muchos medios antes sólidos, es la calidad y el rigor ético de su trabajo. Y en esto tienen ventaja las grandes y respetadas cabeceras.
Pero Izquierdo alerta que hoy nos tenemos que ganar nuestro derecho a existir, y lo debemos hacer informando más y mejor. "Hacerlo bien, extraordinariamente bien", concluye el veterano periodista. "Y cumplir con los más exigentes criterios profesionales de rigor, veracidad, independencia de cualquier tipo de presión y respeto por la intimidad de las personas. Esta es nuestra fuerza, nuestra razón de ser".
Así, aunque para algunos no esté claro el futuro del papel, seguirá habiendo - tendrá que seguir habiendo - periodistas.
 
* * * 
 
3. El misterio del yogur caducado. Ante esta disyuntiva, el responsable de contenidos audiovisuales de El Periódico de Catalunya Xavi Casinos postula que el periodismo riguroso y la adaptación a las nuevas tecnologías no sólo salvarán a los periodistas de la nueva horneada, sino que pueden incluso evitarle el naufragio a algunos de los viejos periódicos.
 
Su receta es que los empresarios de diarios vean que su negocio no es ni puede ser ya vender ejemplares, sino vender información.
 
El libro de Casinos agrega a los llamados por el respeto a la experiencia de la plantilla, la independencia y la calidad profesional que postulan sus colegas, el valor de la innovación tecnológica aliada con formas rápidas, atractivas y aliadas con el mundo multimedia y de redes sociales donde ya se encuentran los más jóvenes.
 
El título de su libro parece el de un cuento de Sherlock Holmes. Se refiere a que los diarios parecen hoy yogures a los que les llegó la fecha de caducidad y que se venden en los supermercados al lado de otras estanterías donde se ofrecen otros yogures frescos y gratuitos, que son, por supuesto, los contenidos de Internet.
 
Casinos aporta al debate la experiencia de medios norteamericanos y europeos que se lanzaron a cobrar por contenidos distintos, nuevos, actualizados, tecnológicamente avanzados. ¿Alguno recuperó la salud financiera de antes de 2007? Ninguno. Pero están en el camino de la reinvención. El camino es largo y si no hay reinvención, el destino es la extinción de la que advertía Bassets.

 * * *
 
 ¿Cuál es la dimensión real de la crisis de los medios, del periodismo y de los periodistas? ¿Hay un exceso de pesimismo en las visiones elaboradas desde las empresas que han llevado peor la crisis? ¿Qué será de los diarios en las siguientes décadas? ¿Qué formas y modelos de negocio acompañarán al periodismo de profundidad y calidad? ¿Quién y cómo se adaptarán mejor a los rápidos cambios de la era digital? ¿Podrán ganarse la vida los excelentes periodistas que se inician en la carrera? ¿Qué modelo de negocio hará viables los medios del futuro? ¿Qué ciudadanía, qué democracia se formará con las nuevas formas de comunicarse?
Cada uno a su manera, estos libros aportan datos, argumentos y propuestas para contestar todas estas preguntas. En las variaciones en las respuestas se nota que por fin esta profesión ha tomado con seriedad tanto su papel en la crisis como su responsabilidad en hallar respuestas.
 
Corren tiempos duros para la lírica. Vienen tiempos apasionantes para el periodismo.
 
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11 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Café militar

Sucede como con el café. Hay muchos tipos de golpes militares. Los hay descafeinados por ejemplo. Pero siguen siendo golpes militares, contemplados bajo esta explícita rúbrica en la sección 508 de la Foreign Assistence Act (FAA) aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en 1999: "Ninguno de los fondos asignado o facilitado por esta ley será obligado o gastado para financiar directamente cualquier tipo de ayuda a país alguno cuyo jefe de Gobierno debidamente elegido haya sido depuesto por un golpe militar o por un decreto".

Las explicaciones sobre la destitución de Morsi son muchas y casi todas ellas argumentables. El primer presidente egipcio salido de las urnas hizo todos los méritos para que le echaran, empezando por su ineptitud en la gestión de la economía, siguiendo por su sectarismo islamista y terminando por su nula capacidad como constructor de coaliciones y alianzas. Pero ninguna consigue rebatir que su situación sea la de un jefe de Estado debidamente elegido e ilegalmente destituido.

No hay duda, a la vez, de que es un golpe peculiar, sin dejar de ser plenamente militar, incluyendo la violencia con que suelen prodigarse los golpistas, la detención también ilegal del presidente y de la cúpula de su organización religiosa o la censura sobre los medios de comunicación. Los militares rechazan cualquier ambición de mantenerse en el poder y presentan su actuación como temporal: de hecho han anunciado ya elecciones en seis meses. Si no hay engaño y actúan con diligencia tendrán todas las facilidades para eludir la sección 508 de la FAA, que también contempla la reanudación de la ayuda en cuanto se restituya el poder civil.

Otra novedad es que este golpe militar cuenta con un fuerte apoyo social y se produce tras numerosas acusaciones de arbitrariedad y de vulneraciones de la legalidad por parte de Morsi. Los Hermanos Musulmanes han demostrado hasta ahora que tienen un concepto instrumental de la democracia, como mero procedimiento formal, necesario para alcanzar el poder, pero en absoluto vinculado al respeto de las minorías, al equilibrio de poderes y sobre todo a la reversibilidad del poder.

La prueba del nueve no es que el islam político obtenga el poder democráticamente sino que lo ceda después de perderlo democráticamente. Para que suceda hay que permitir primero que merezca democráticamente perderlo, es decir, que los ciudadanos efectúen el castigo en las urnas y no con un golpe apoyado por las movilizaciones en la calle. El experimento tiene valor para una región en la que el islamismo político está en ascenso y donde incluso el prototipo más moderno, el Partido de la Justicia y del Desarrollo turco, ha demostrado una propensión a reducir la legitimidad política a la legalidad de las urnas.

Para que EE UU pueda salvar los 1.500 millones anuales de dólares que destina a Egipto es necesario, por tanto, que se instale un Gobierno salido de las urnas a toda prisa y se reanude, al menos formalmente, el proceso democrático. Pero no basta. La transición egipcia no ha conseguido hasta ahora construir instituciones democráticas. La deposición de un dictador y la celebración de elecciones no ha significado que la política recaiga plenamente bajo el territorio de las leyes sino que continúa perteneciendo al de los hombres, como demuestran tanto el comportamiento de Morsi como el de los militares. Es el capítulo más difícil de una transición y donde el presidente depuesto ha mostrado su peor rostro, al utilizar su victoria en las urnas y su poder para sí mismo y para los suyos y no para consolidar las instituciones democráticas. Tenía margen para hacerlo, pero le faltaban voluntad y capacidad.

La construcción de instituciones es tarea de colosos. En Egipto solo hay una que funciona, pero lo hace según sus propias reglas, que no son democráticas, y esta es el ejército, un Estado dentro del Estado. Un tercio de la economía egipcia está en manos militares y cuatro de cada cinco empresas se hallan bajo su control, además de la ayuda financiera que llega de Washington directamente a las arcas pretorianas. El problema, quizás irresoluble, es que Egipto necesita instituciones civiles con fuerza y poder como para someter y desmantelar el actual poder y los privilegios del ejército.

Esta institución tan suelta y poderosa es vital para los intereses de EE UU en la zona y para la seguridad de su aliado inquebrantable que es Israel. Hasta el 2 de julio a Obama se le culpaba por mantener a Morsi y ahora por apoyar a los militares. Además de un golpe a la esperanza democrática, este café fuerte administrado desde los cuarteles es un nuevo revés para la imagen de Barack Obama en el mundo, que se suma a los desperfectos ocasionados entre aliados y amigos por el caso Snowden.



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11 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Argentinos en Toulouse.- Una gran cantidad de escritores…

Argentinos en Toulouse.- Una gran cantidad de escritores argentinos participaron del encuentro de escritores ?Le Marathon des Mots" en Toulouse, Francia. También estuvo presente la cámara de Daniel Mordzinski, quien envió estas fotos especialmente para Moleskine Literario. ¡Gracias! 1) Fernando García Lao, Elso Osorio, Eugenia Almeida, Claudia Piñeiro. 2) Ernesto Mallo y Carlos Salem. 3) Alan Pauls y Pola Oloixarac.



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11 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Yo corrí en San Fermín

Al final de la corrida le pego una bofetada a Ernest Hemingway. Se la pego a un costado de la cara, entre su oreja y mejilla izquierda. Pero eso sucede al final de la corrida que ahora está por comenzar. Quedan pocos minutos para un nuevo encierro, el sexto de este año en San Fermín, la famosa fiesta de Pamplona donde sueltan a los toros por las calles mientras miles corren eufóricos escapando de una cornada.

 

Hace cuarenta minutos que pasaron las siete de la mañana, y a los que hoy vamos a correr nos tienen encerrados hace más de una hora. A las ocho soltarán ocho toros, pero unos minutos antes abrirán el encierro de los corredores. Un mozo, como se le dice tradicionalmente a quienes corren delante de los animales en San Fermín, puede aprovechar esos minutos de ventaja y correr las ocho cuadras sin problema. De hecho, la mayoría de los que corre nunca ve ni de cerca a los animales. "¡Hay que esperarlos!", grita uno con sonrisa dura, en mitad de una espera llena de nervios. Hay gente asustada de verdad. Algunos abandonan a último minuto. Otros cantan sevillanas. "Yo me iré corriendo rápido antes de que los suelten", murmura uno de México, saltando como si tuviera resortes en las zapatillas.

 

Si bien no hay obligación, la mayoría de los corredores están vestidos de blanco y con cinturón o pañuelo rojo. Otra vieja costumbre que todavía se mantiene, especialmente los gringos en plan "¡Gran-tour-a-San-Fermín!", es correr con un diario enrollado en forma de palo. Así, dice la tradición, se le puede pegar y espantar al toro sin dañarlo físicamente. A diferencia del resto del mundo, donde se ven grandes investigaciones o crónicas periodísticas envolviendo pescado, en estos minutos previos al encierro veo cientos de notas periodísticas enrolladas y muy bien dispuestas para alejar a los toros en caso de emergencia.

 

En eso, aparece una voz por los parlantes y la ciudad estalla en aplausos llenos de vivas y de ¡olé! Los altavoces están por todo el recorrido. Los que más aplauden son los que no corren, los que miran de afuera, sin peligro, y que entienden que la fiesta está por comenzar. La voz de los parlantes viene dirigida a nosotros, a los que estamos encajonados esperando que abran la puerta. Nos anuncian a todo volumen unas medidas de seguridad que salen en castellano, francés, inglés, italiano y alemán. No hay indicaciones en euskera, aunque esta es una fiesta vasca, con origen vasco, en una región vasca y en donde todas las noches, en más de algún bar, se termina empinando la copa y gritando: "¡Gora Eta!"

 

Las precauciones a tomar parecen simples, pero al escucharlas por parlantes y en un encierro junto a personas que saltan nerviosas y con un diario enrollado en la mano, la cosa se agranda: "Si te caes al suelo tápate la cabeza con las manos; nunca toques a los toros; no te subas a las barandas mientras corres; no corras si bebiste". Lo del alcohol es ridículo: el 80 por ciento de los que estamos aquí adentro nos pasamos la noche despiertos, en fiestas, conciertos o en bares bebiendo kalimotxo, como le llaman a la mezcla de vino tinto y Coca Cola que riega la ciudad esta semana. La policía saca de entre los corredores a un par que ya no se puede mantener en pie y a otro que trae ojotas en vez de zapatillas, pero no mucho más. Si bien la mayoría pasamos de largo, hay algunos corredores que recién se levantaron después de dormir ocho horas para correr más despiertos. Casi todos son estadounidenses que han llegado en tours organizados con varios meses de anticipación. Traen zapatillas especiales, camisetas alusivas al viaje y chapas de San Fermín.

 

Para el resto, la noche previa, como todas las noches y días desde que con la ceremonia del Chupinazo larga San Fermín, son de una fiesta interminable y repetida. Basta una hora para saber lo que te va a esperar durante las 23 restantes hasta completar cada día de una semana, que empezó el siete y terminó el lunes pasado. Hay peñas folclóricas que pasan tocando tambores, trompetas y olés a las horas más insólitas, cuando la mayoría duerme. El negocio es gigante. La alcaldía acondiciona plazas para que los corredores sin alojamiento puedan dormir al aire libre. Todo el Casco Viejo de Pamplona se convierte en un enorme shopping al aire libre con todo tipo de souvenirs de la fiesta. Se acreditan más de 600 periodistas de todo el mundo, participan más de 3.000 voluntarios y en total hay más de 200 actividades. Además de los turistas, durante esta semana vuelven a Pamplona todos los que hicieron su vida en otras ciudades de España, por estudio o trabajo, y se reencuentran así con sus padres y amigos del barrio, con quienes comentan el crecimiento de la familia mientras en la mesa vecina se emborrachan unos alemanes. También llegan muchos sudamericanos que hacen tatuajes con henna, malabares con fuego, tocan guitarra o venden tejidos; y marroquíes y paquistaníes que se abocan básicamente a vender cerveza suelta y chocolate las 24 horas.

 

Queda menos. Se abre la primera puerta y comenzamos a avanzar por la calle San Nicolás en dirección a la Plaza de Toros, donde termina el encierro. Más adelante hay una barrera de policías que detiene a los mozos que avanzan más rápido: la idea es que haya corredores por todo el trayecto, por eso tantas barreras y detenciones antes de la largada. Aquí cualquiera puede correr. No hay que pagar inscripción, y todavía no es necesario registrarte por Internet en la web de Nike o de Reebok para correr de a miles. Cualquiera se puede sumar, libremente, con requisitos mínimos. La nueva barrera de policías sirve para una nueva revisión, esta vez sacan de la pista a un japonés que no quiere soltar su cámara de video. Está prohibido correr con cámaras. Si estás solo y no tenés quién te tome una foto, al final de cada encierro las casas fotográficas de Pamplona ponen a la venta cientos de imágenes sacadas por fotógrafos estratégicamente ubicados: después de cada encierro muchos mozos se van al centro del casco antiguo a ver si salieron en alguna foto, por la que deberán pagar 12 euros.

 

Ya no queda nada. Ahora los mozos estamos todos dispersos por estas ocho manzanas adoquinadas, las mismas que durante el resto del año transitan a paso lento y bastón en mano una mayoría de jubilados. Los que estamos adentro del encierro somos pocos y la mayoría de los visitantes han preferido -sensatamente- ver la escena desde tranquilas tribunas o desde balcones que se alquilan por buen precio y con meses de anticipación. Ya está. No queda tiempo. Alguien grita que ya son las ocho. Pasa un minuto más. Boooooooom.

 

El bombazo se escucha lejos y anuncia que acaban de soltar a los toros. Y que ya vienen hacia nosotros. Todos comenzamos a correr desesperadamente hacia adelante. A correr sin que importe si pisamos a alguien en el camino. Lo que hasta hace unos minutos era nerviosismo colectivo, ahora es individualismo desatado. Aparece San Fermín en su esencia. De pronto, todos estamos viviendo en directo la metáfora de la vida que nos quieren hacer vivir: aquí adentro nos salvamos aplastando cabezas ajenas y nos abrimos paso sin importar quién quede en el camino. Adrenalina pura.

 

La carrera termina en la Plaza de Toros de Pamplona, pero claro, para eso falta mucho. Esto recién empezó. Si bien oficialmente una corrida dura dos o tres minutos, aquí adentro el tiempo se alarga. Dos o tres minutos es muchísimo. Es como una semana sin adrenalina. Y seguís corriendo. El grito de los otros mozos te pone más nervioso. Todos gritan y todos corren desesperadamente. De los balcones lanzan papel picado y sobre tu cabeza cae una lluvia infinita de flashes fotográficos. La Televisión Española transmite en directo al resto del mundo, como todos los julio de cada año, las imágenes de Pamplona. Hay cámaras de televisión por toda la calle, como si esto fuera un gran set de televisión. Y seguís corriendo. Corrés mirando hacia atrás. Corrés arrancando. Corrés con el corazón en la boca. Corrés entre los turistas gringos. Corrés asustado. Corrés entre las familias de Pamplona. Corrés como un ladrón de carteras del DF, como un tira-collares de Buenos Aires. Corrés de los toros. Corrés con furia, como nunca corriste. Corrés frente a los fotógrafos, que más tarde venderán tu foto en la tienda del casco Viejo. Corrés sabiendo que te siguen, que están cerca, que ya se sienten. Cada vez más cerca. Corrés nervioso, pero con valor. Los toros se escuchan, porque traen en el cuello campanas que anuncian su presencia policial. Ya casi te agarran. Y corrés para salvarte el pellejo. Con todo. Que no te agarren. Hijodeputa que no te agarren, corré mierda, corré mierda, corré como nunca corriste por la puta madre. Y tus piernas se mueven más rápido de lo que pensaste. Estás en San Fermín, la famosa fiesta de los toros, y ahora los toros te pasan a pocos centímetros, cerca. Tratás de mantener la calma, pero el latido de tu corazón te parte la cabeza, y ahí acaban de pasar y sientes miedo de verdad pero no lo sabes.

 

Cuando entrás corriendo a la plaza de toros, junto a los animales, te recibe un estadio lleno de gente vestida de blanco y pañuelos rojos que te aplaude a rabiar por lo que acabás de hacer. Miles de personas sentadas en las tribunas, que esperaron pacientemente la muerte de alguno de nosotros, y que ahora te lanzan vítores y disparan fotos.

 

Cuando termina el nuevo encierro, en la plaza de toros sueltan unas vaquillonas para que los corredores se entretengan jugando a ser toreros. De los litros de kalimotxo ya no queda nada. La adrenalina de la corrida se llevó el alcohol. Sin embargo, aunque ya han pasado unos minutos del fin te sentís eufórico, como si te hubieras inyectado bebida energizante. Tenés ganas de gritar. Y gritás. Gritás como si estuvieras solo en la mitad de un desierto, gritás en el centro de la plaza de toros de Pamplona un mes de julio durante San Fermín, gritás con los puños apretados y aflojás y sacás toda la tensión de jugar a arriesgar la vida en una fiesta transmitida en directo por Televisión Española.

 

A la salida de la plaza de toros, una enorme estatua de Ernest Hemingway le hace un homenaje al escritor que hizo famosa la fiesta de San Fermín con la publicación, en 1926, de la novela Fiesta (The Sun Also Rises). En Pamplona están conscientes de los resultados que trajo la novela del escritor rudo, de puño cerrado, que le contó al mundo lo bravo que era escapar de toros sueltos por la mitad de las calles. Y ahí está Hemingway, mirando con ojos de bronce cómo salimos todos los corredores de la plaza de toros. Entonces, con la adrenalina descontrolada y la exaltación de sentirme superhéroe por un par de minutos, salto y me subo a la estatua del admirado Ernesto. Me acerco a su cara, lo miro fijo y le doy una bofetada. "Nunca te atreviste a correrla de verdad", le digo sin quitarle la vista, antes de irme a buscar un nuevo kalimotxo para seguir en la fiesta interminable.

 

 

@menesesportatil 

 



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10 de julio de 2013
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Encanto

No es lo mismo ser encantador que tener encanto. Lo primero puede ser un atributo accidental. Lo segundo es un don, mucho más excepcional y escaso. Una combinación de buena educación, ingenio, franqueza, armonía y un nosequé capaz de intervenir atmósferas y ánimos, procurando una suerte de bienestar que incluso hace sentir mejores a los otros. Sabios o mundanos, dueños de una cortesía sin envaramiento, sutiles e irónicos, detallistas también con la memoria, quienes tienen encanto reúnen sensibilidad e inteligencia y saben ser flexibles en la mirada hacia el otro. No les corroe la ansiedad, ni la búsqueda de un fin, sino que paladean el instante sin escabullirse, como si aquello fuera lo más importante que les ocupa. Leo en The Atlantic una interesante reflexión de Benjamin Schwarz, que define el encanto como una virtud social -que no moral-, desinteresada y actualmente en declive. Pues sólo tiene encanto quien es autoconsciente, comprometido y a la vez desprendido, y lo más difícil, quien sobrevuela terreno minado, si lo hay, sin dejarse inhibir ni condicionar por el conflicto. Hoy los requisitos para ser punta de lanza en nuestra sociedad responden a otro tipo de cualidades. Ya saben: ser emprendedores, proactivos, empáticos, productivos… Claro que se puede ser todo esto y, además, tener encanto. Pero su ausencia en la semántica social ilustra el escaso grado de valoración. Schwarz apunta que, si bien no llega a ser un síntoma de que nos hallemos en un tiempo de decadencia cultural, sí evidencia que nuestra época adolece de encanto emocional. “Cualquier cultura que celebra la juventud aboca el encanto, que, por definición, es una cualidad reservada a los adultos, a un terreno pedregoso”. Los valores dominantes de nuestros días difícilmente maridan con un caldo de lenta cocción. La sagacidad hipermoderna no entiende de anécdotas, como si la vida no tuviera tiempo de entretenerse en matices. Ni de cultivar la inclinación a ser atento, complaciente y delicado. Todo lo contrario, estas se consideran cualidades blandas en un lodazal de cínicos y “listos”. Es más, aquel que se afana en ser socialmente generoso puede llegar a levantar sospechas. Abundan las tertulias televisivas -¡incluso las del corazón!- en las que cuando presentan a sus participantes estos no sonríen, como si una mirada torva les otorgara más credibilidad. Un falso esencialismo, parco, huidizo, en extremo borde, gobierna una forma de interactuar en las relaciones sociales, en las antípodas del encanto. Porque quien lo atesora no es una persona insegura, ni inconsistente, ni susceptible, sino alguien que como mínimo se siente tan a gusto consigo mismo que puede ser -sin peajes, sin imposturas- encantador con los otros. (La Vanguardia)

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10 de julio de 2013
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I. Pavorreales a la carta

Alejandro Dumas, quien heredó a la posteridad libros tan populares como El Conde de Montecristo y los Tres Mosqueteros, también escribió un Gran Diccionario de Cocina, con recetas e que fue recogiendo a lo largo de su vida, metido como anduvo entre las cacerolas y quemándose las pestañas en el fuego.
Por estricto orden alfabético, explica cómo preparar el faisán, las codornices, los urogallos, las liebres y conejos en su propia sangre, estofados de jabalí, pasteles de ciervo, gallinitas de guinea en salsa de champiñones; y hasta hay recetas para pavorreales. ¿Se comen los pavorreales? Pues sí.
En su diccionario anota que Heliogábalo mandó confeccionar un pastel de lenguas de pavorreales, faisanes, ruiseñores y loros. Y Dumas confiesa haber probado el pavorreal cuando sus admiradores le ofrecieron un banquete en una plaza pública; en medio de la mesa lucía "un pavo real asado que había conservado todas sus plumas, con la cola abierta en abanico y su cuello de zafiro". Y en su diccionario incluye una receta de pavorreal asado a la crema agria.
"El jardín puebla el triunfo de los pavorreales", dice Rubén Darío en La Sonatina. Por tanto, no deberían comerse. Sacar a uno de ellos del jardín cada día, para que el cocinero los decapite y la princesa pueda degustar un muslo en el almuerzo, o la pechuga, como una forma de curar su fastidio mientras espera a su príncipe azul, sería un acto capaz de dinamitar toda la poesía modernista.

 

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10 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Niños futbolistas

Que si la montaña no va a Mahoma está claro que Mahoma debe tomar medidas contundentes para paliar semejante escándalo es un hallazgo de la sabiduría popular que se ofrece a los niños de todo el mundo sin distinción de raza ni religión. Las cosas son así y ya está.
Lo que ocurre es que esa sabiduría servida a todos no es aprovechada por todos en la misma medida, y hay gente, como por ejemplo Juan Pablo Meneses, que han hecho de ella una especie de premisa universal aplicable a numerosos aspectos de la vida. Entre otros a su profesión, el periodismo. Si la noticia no acude a su Chile natal con suficiente asiduidad y premura cabe la posibilidad de trasladarse allí donde tenga lugar el acontecimiento. Total, si lo hace Mahoma por qué no va a hacerlo él.
Fue así como nació lo que él llama "periodismo portátil", que es para el reportero lo mismo que para el marinero tener una novia en cada puerto, o lo mismo que considerar el mundo entero una redacción en la que cada vez te sientas en la esquina donde te " sorprendió" la noticia.
El paso lógico siguiente era lo que él llama "periodismo cash", y que consiste en invertir una cierta cantidad de dinero para tener el privilegio de asistir en primera fila al desarrollo de la noticia cuyo inicio tú mismo has provocado. Sin ir más lejos, comprar los derechos de un niño futbolista y contar qué pasa cuando tratas de ponerlo en el mercado. Los riesgos inherentes a este estilo de periodismo son infinititos porque también lo es el número de personas sin escrúpulos capaces de poner en marcha cualquier bajeza si consideran que con ello se pueden lucrar. Es la famosa premisa de que el fin justifica los medios y que si se trata de vender nada te impide echar más leña de la debería arder.
Quizá por eso Juan Pablo Meneses entendió que la honestidad era una premisa básica, tanto de cara el lector como para su relación con la pintoresca fauna con la que iba a entrar en contacto, y por eso también deja muy claro desde el primer momento que con su libro no pretende denunciar la existencia de una mafia internacional dedicada al siniestro tráfico de niños, entre otras cosas porque no existe tal mafia.
Lo que si hay son realidades: sin ir más lejos, la existencia sólo en Latinoamérica de diecisiete millones de niños entre 5 y 17 años, para muchos de los cuales el fútbol es casi la única vía de escapar a una vida anodina y de privaciones. Si del otro lado ponemos que el fútbol se ha convertido en una gigantesca maquinaria de mover dinero a escala mundial, y que dicha maquinaria necesita imperiosamente engrasarse cada temporada con una nueva hornada de jóvenes héroes capaces de movilizar a millones y millones de personas, estamos describiendo una perfecta conjunción del hambre con las ganas de comer.
No es sorprendente por lo tanto que el verdadero trasunto del libro no sea la compraventa del supuesto ídolo del futuro sino la progresiva presentación del entramado de intereses que rodea el fútbol, nada más que en aspecto del suministro de futuros valores, pues aquí no se habla de estructuras empresariales (antes llamadas clubs de fútbol), contratos publicitarios y de explotación de imagen, venta de abalorios relacionados con los equipos y sus figuras, retransmisiones televisivas o la celebración de eventos de alcance universal, como puede ser un Campeonato del Mundo. Sólo se habla de qué pasa con unos niños nacidos en una remota aldea y que desde que dan las primeras patadas a un balón tienen muy claro que lo importante no es "salir" de su medio sino "llegar". En ese tráfico está involucrada una fauna fascinante que el lector va descubriendo al mismo tiempo que el autor según va pasando éste de unos países a otros y se va encontrando con realidades sorprendentes, empezando por la preferencia casi generalizada de los chicos de cualquier nacionalidad por acabar en el Barcelona C.F. (y el sonado fichaje de Neymar podría ser un ejemplo elocuente de ese sueño global) o el fabuloso negocio que se ha montado el Barcelona a costa de los miles de niños que controla en numerosos países por medio de acuerdos con entidades deportivas locales o a través de las llamadas escuelas de fútbol. Todo ello con vistas a la compraventa.
Con gran agilidad, y apoyado en su ya reconocida habilidad para un desarrollo ameno de los temas que expone, Juan Pablo Meneses no oculta la parte dolorosa e injusta del tráfico mundial de niños futbolistas, pero tampoco hace sangre de ello y el lector sale ganando porque tiene la oportunidad de conocer un universo repleto de personajes insólitos y del que se sospecha su existencia, pero del que no existen buenos testimonios de primera mano.

Niños futbolistas
Juan Pablo Meneses
Blackie Books



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10 de julio de 2013
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El Boomeran(g)
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