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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Centros como nudos. Nudos como centrales eléctricas

En el Centro-Centro situado en mismo centro de Madrid, en su nuevo Ayuntamiento de Madrid se está celebrando estos días, (hoy es la segunda jornada) un simposio de tanta actualidad que España debe insertarse cuanto antes en este debate presente y futuro. Se trata de contemplar el mundo globalizado no como una saturacion de habitantes y conglomerados sin orden sino de descubrir la excelencia de un complejo cerebro colectivo que orienta la interconexión.

De la misma manera que hay nudos en la red, hay hubs en el transporte aéreo y hay nódulos cerebrales (parecidos a los núcleos del tendido eléctrico) donde convergen una mayor densidad de saberes e influencias. Por su importancia, casi biológica, el planeta ya no depende tanto de la riqueza de las naciones -que también- como de la irradiación e innovación que procede de un determinado número de centros clave. Son, en parte, las "Ciudades inteligentes" o "Ciudades creativas" de las que habló Richard Florida hace unos años y que ahora aterriza clamorosamente en España. Gracias ala perspicacia de un organizador, José Tono Martínez que está siempre sagazmente atento a lo bueno que salta. Y a la visión de los grandes saltos se dedica este simposio en el que participan cosmopolitas urbanos como Ignacio Echeverría, el maestro de espacios creativos que es Jorge Wagensberg o de un especialista en esta clase de urbes que Gildo Seisdedos junto a un sabio de la ciudad histórica como es Ignacio Gómez de Liaño.

Estas nuevas ciudades de Son ciudades como Los Ángeles, Singapur, Londres, Berlín, Nueva York, Bombay o Río de Janeiro pero también otras muchas y menores como Santa Fe en Estados Unidos o Toulouse en Francia cuya ebullición rebasa sus lindes y actúan de hecho tanto como guías intelectuales como aprovisionadoras de materias primas (materias grises) de primera calidad para la transformación del mundo global.

Más de la mitad de la población mundial somos gente urbana. La ciudad es nuestra sede y nuestra plataforma de la vida que deseamos mejorar o enriquecer, con la heterogenidad de los habitantes y con la de un nuevo carácter rural incluido. La gran ciudad se asfixia, con su gigantismo, dentro del modelo tradicional pero moviéndose en diferentes direcciones y velocidades realiza el ejercicio comunicativo e innovador capaz de ensanchar su potencia pulmonar. Para producir, para mejorar humanamente las ciudades inteligentes se erigen como faros de un mundo nuevo a cuya enriquecida luz hará cambiar de paradigma y desde ese nuevo paradigma permitirá aspirar a un progreso con sentido humano y, ojalá, bañado de cooperación y dignidad.



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12 de junio de 2013
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I. La basura debajo de la alfombra

Carlos Fernando Chamorro preparaba su programa de televisión Esta Semana en Managua, y antes de grabar el segmento con la entrevista sobre mi nuevo libro de narraciones Flores Oscuras, le tocaba comparecer al doctor Jaime Incer Barquero, el más reputado de los científicos nicaragüenses y lúcido defensor de nuestro patrimonio ecológico cada vez más disminuido y abusado. Desde el estudio mismo donde aguardaba me dispuse a escucharlo lleno de expectativa, pues iba a hablar sobre el proyecto de construcción del Gran Canal interoceánico que hoy acapara, una vez más, la atención del país.
Un tema recurrente de nuestra historia, que yo diría vicioso, una especie de sueño maléfico que nos aparta de todo los demás para arrastrarnos hacia esa eterna panacea entre brumas de opio. Pobreza, ignorancia, marginalidad, injusticia económica, todo queda cubierto una y otra vez por este velo mágico que los gobiernos de turno usan a conveniencia para meter la basura debajo de la alfombra. El estrecho dudoso, que viene desde los tiempos del descubrimiento, cuando se buscaba el paso entre los océanos para llegar a las tierras del Gran Kan, y que ha desmedrado nuestra soberanía a la hora de firmar tratados como el Chamorro-Bryan con Estados Unidos en 1914, el epítome nacional de la aversión antiimperialista. Y el gobierno de Ortega, adalid del antiimperialismo, reedita ahora, con notables mejorías, aquel tratado.

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12 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Chicas bailarinas

Cuando en un ámbito nacional coinciden dos figuras de alcance universal - y da igual de qué campo sean - lo normal es que se formen dos bandos irreconciliables, con uno de ellos ensalzando tan inmoderadamente a su ídolo como inmoderadamente atacará al contrario.
En el caso de las letras canadienses las dos figuras incontrovertibles son Margaret Atwood y Alice Munro, y en este blog he hablando tantas veces de la segunda, y tan elogiosamente, que no cabe la menor duda de cuál de las dos es mi favorita.
Confieso sin embargo que no he sido justo con Margaret Atwood, entre otras cosas porque hasta ahora no había leído esta extraordinaria colección de relatos reunidos bajo el título de Chicas bailarinas. La mayor parte de los relatos son anteriores a 1977, fecha de su aparición en forma de libro, cuando Margaret Atwood ya se había forjado una sólida reputación como poeta y empezaba a cimentar su prosa con novelas como You Are Happy (1974) y Lady Oracle (1976). Vistos con la perspectiva de los casi cuarenta años transcurridos desde entonces, estos relatos son de una modernidad casi desconcertante. Aunque el feminismo militante trató de apoderarse de ella por su decidida toma de partido en favor de las mujeres, y aunque en la mayor parte de estos relatos la narradora sea una voz femenina, Margaret Atwood está mucho más allá de una simple pelea de género y, sobre todo, de una pugna entre buenas y malos. Quizá debido a su formación poética, los relatos se estructuran en una serie de imágenes encabalgadas y caracterizadas por una precisión estilística cercana al bisturí. En uno de los relatos ("El resplandeciente quetzal"), Edward, el marido, es descrito por Sarah, la esposa, como un olor que impregna su vida, de manera que a la hora de fantasear sobre la desaparición del marido para recuperar su libertad, esa operación sería tan sencilla como abrir un ventana para que no quedase ni rastro del olor. Adiós, Edward. Curiosamente, una vez culminada la "operación limpieza" Sarah trata de imaginarse a sí misma en Acapulco rodeada de hombres ardientes pero rechaza de inmediato la imagen porque "eso sería demasiado complicado y poco relajante". Y esa es un poco la impresión que destila la narrativa de Margaret Atwood: hay humor, solidaridad, cariño, lealtad y apuesta por el otro, pues al fin y al cabo habla de seres humanos, pero al mismo tiempo da la sensación de hablar de personas que viven en habitaciones separadas, lo bastante cercanas como para oírse y olerse y hablarse unos a otros, pero sin fusión, y no digamos nada de la pasión. En ese mismo relato de un viaje matrimonial a Acapulco, Sarah piensa: "A menudo había pensado en ponerle los cuernos a Edward [...], pero no había llegado a hacerlo nunca. Además ya no conocía a nadie adecuado". Las rupturas, las razones para seguir juntos, las expectativas de cada cual o el estilo de vida que acuerdan se describen con imágenes de una sencillez escalofriante, pero con un poder de sugestión que transmite con toda exactitud esas emociones que caracterizan al ser humano y en las que nunca falta el dolor, la soledad y una desesperanzadora falta de sentido.
Pero donde mejor se expresa la mezcla de sencillez y complejidad del estilo narrativo de Margaret Atwood es en el relato titulado "Dar a luz": una escritora bien instalada en una existencia sólida y bien estructurada, en la que juega un papel importante una hija tan pequeña que todavía debe ser enseñada a hablar, se dispone a escribir un cuento sobre una mujer llamada Jeanie que está a punto de dar a luz; camino del hospital, en el coche conducido por el marido viaja también otra mujer asimismo embarazada y que existe para Jeanie pero no para el marido, con la particularidad de que a ella le bastaría fijar la mirada para que la otra despareciese, pero no lo hace porque es una "presencia" necesaria, un contrapunto, otra posibilidad en el orden de los acontecimientos. De manera que no tardan en superponerse tres realidades: una, la que conforma el relato del parto de Jeanie; otra, la de las vicisitudes por las que pasa la mujer que es y no es pero que para Jeanie es fundamental tenerla en derredor porque es una posibilidad otra que la suya, y una tercera, que se filtra en el relato bien a su pesar y que es el parto de la propia escritora, pues al fin y al cabo ella habla de lo que sabe, de su propia experiencia por más que interponga las figuras de Jeanie y de la proyección que ésta realiza al encarnarla en una tercera parturienta. La clave la da la propia escritora al inicio del relato, cuando reflexiona sobre el efecto de liberación y esclavitud que entraña un nacimiento. Y concluye: "El lenguaje, que farfulla sus arcaicas expresiones, es una de las muchas cosas que hay que volver a nombrar, expresar de otro modo".

Chicas bailarinas
Margaret Atwood
Lumen



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12 de junio de 2013
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El tecnovoyeur

Ignoras que te observa, pero te vigila porque ha elegido tu intimidad como espectáculo. Sabe con quien compartes información, incluso sentimientos; a qué hora enciendes el móvil por la mañana, qué playa has instagrameado, incluso cómo ha mermado tu ingenio en los foros donde se mercadean emociones. Podríamos aventurar también que huele tu perfume en la distancia porque sin querer has filtrado las notas olfativas que te acompañan. A pesar de que quieras mantener intacto tu prestigio, él aprovecha las ranuras por donde se cuelan tus errores, y silenciosamente registra a tus antagonistas, incluso puede que los aplauda siguiendo mensajes de todo tipo, aparentes prolongaciones de tu yo que el nuevo voyeur tecnoconsumista paladea despacio. Hoy en día, parece que sólo cuentan en la red los que piolan, se sobreexponen y desahogan públicamente sus filias y fobias. Pero una gran cantidad de cotillas silenciosos se frotan a diario las manos en el ágora on line. Deleitarse con las vidas ajenas, protegidos por el anonimato, crea adicción. Como si se pudiera extraer algún valor sabiendo con quién se relaciona uno, a quién detesta, qué lee, marca como favorite o critica… “Descubre” promete la tecla de Twitter ofreciendo el mismo placer al silencioso internauta que apenas posee identidad digital que a aquel que no mesura su desinhibición. Exhibicionistas y voyeurs se encuentran en el ciberespacio procurándose deleite mutuo. Unos y otros permanecen aferrados a una tecnología que parece no exigir nada y a cambio darlo todo. Aunque te desnude. A menudo los voyeurs a sueldo acaban convertidos en espías que persiguen intereses mediáticos, comerciales o incluso estratégicos. Ser investigado a través de la red se ha convertido en praxis habitual por parte de no pocos aparatos de seguridad, como demuestra lo que acaba de ocurrir en EE.UU. “No quiero vivir en un mundo en que se graba todo lo que digo y hago”, ha asegurado en una entrevista a The Guardian Edward Snowden, un joven de 29 años subcontratado por la CIA para servicios de espionaje informático. Al igual que el soldado Manning, él ha confesado que le mueve la defensa del bien común, y que no está dispuesto a que el mundo que ha contribuido a crear sea peor para la próxima generación porque ya no queden garantías que preserven la libertad personal. Por ello ha denunciado públicamente los programas de espionaje masivo de la NSA que interceptan todo tipo de mensajes, correos, teléfonos, contraseñas, datos de tarjetas de crédito… El voyeurismo alcanza categoría de paranoia colectiva cuando a ese que denominamos ciudadano de a pie, en nombre la seguridad, se le fisga hasta la cicatriz del alma. (La Vanguardia)

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12 de junio de 2013
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Vuelta a empezar

Cuando recibí el libro me asaltó un vértigo helador: han pasado ya dos años, pensé. Dos años tan inasibles y silenciosos como si fueran en realidad fantasmas de año. Así que decidí tomar, a la manera de Andrés Trapiello, una escrupulosa nota del tiempo fugitivo antes de que se evapore. Con este fin, una vez leído el libro, le di una cita en el Hispano a su autor. Voy a imitarle de un modo rudimentario.

En este volumen, titulado Miseria y compañía, vivimos con él sus habituales rutinas y sorpresas, descubrimientos y disgustos, olmos mojados de lluvia y secos alcornoques. Hay, sin embargo, una diferencia de peso, un viaje por Italia que ocupa un espacio o quizás un tiempo formidable, cosa infrecuente. Como sabemos que a pesar de todo estamos leyendo una novela, sospechamos que tras la apabullante felicidad del viaje va a caer una desdicha. Es una treta típica de muchos directores de cine que anuncian la llegada del drama mediante la lluvia. Si empieza a llover a cántaros sin venir a cuento, es que la chica va a descubrir el cadáver de su novio, o la van a secuestrar, o su marido se ha suicidado. Así es, en efecto, tras el viaje a Italia el protagonista de Trapiello, o sea el propio Trapiello, sufre un doloroso percance que no desvelo.

No hay, sin embargo, equilibrio entre la mucha felicidad del viaje y el soportable dolor del accidente. Por eso le he dado cita, para comentar tal detalle de la novela, o del río de novelas, van 18, que solo concluirán con la muerte de Trapiello, Dios le conceda conocer a las novias de sus bisnietos. Quizás deberíamos empezar a pensar a quién le dejará en herencia la conclusión del volumen sobre el que esté trabajando en la hora fatal. "Aquella tarde, con afilada cuchilla la Parca etcétera".

Llega Trapiello al Hispano, lugar sereno que invita a conversaciones de boisserie, pedimos unos cafés o refrescos, y se lo suelto de un trabucazo. Lo estaba esperando. Es lo que me gusta de los escritores de raza, que son como los buenos mecánicos, tú les dices que hay un ruidito inquietante, un chis chas al arrancar, y sin mirar el motor te dice el mecánico: eso es de la juntaculata.

Lo sé, afirma Trapiello, hay una desproporción entre una cosa y la otra, entre la felicidad avasalladora de la familia visitando villas palladianas por el Brenta y la desgracia que luego me retiene inválido durante meses, pero es que mi ambición es describir los momentos de gozo, de placer, con la misma intensidad que los de dolor y desdicha. La maldad y la desgracia siempre son atractivas, su contrario no tiene cartel. "Todas las familias felices son iguales", como recordarás. Muy pocos se atreven a combatir el monopolio de la maldad, a dar espacio a la jovialidad y al lado luminoso de sus vidas.

Nos liamos luego a recordar escritores que hayan permitido que la felicidad contamine sus páginas. Todos los que se nos ocurren usan el mismo recurso que Trapiello, si hay varias páginas de felicidad ofuscante agárrate porque viene el infortunio supremo, como en Scott Fitzgerald. O bien, si aparece el momento venturoso ha de ser porque ya ha desaparecido, se ha esfumado en la nada para no volver, que es la gracia de Esplendor en la hierba, pero el recuerdo de la dicha generalmente se debe a que estamos en plena desdicha.

Este es un asunto peliagudo. Podríamos incluso asegurar que los antiguos no vivían esta escisión. La Iliada solo relata tajos, decapitaciones, aplastamientos, heridas y matanzas, pero es un libro inmensamente gozoso. Lo mismo podría decirse de los trovadores que cantan a la guerra en el Medievo provenzal. Y a pesar de todos los horrores de las tragedias de Shakespeare hay en ellas un indudable frenesí vital contagioso. ¿Qué nos ha sucedido para que resulte tan difícil darle interés literario a la dicha, al júbilo, al furor de vivir? ¿Por qué es tan aburrida para los modernos la afirmación y el homenaje? Todavía Diderot y Lawrence Sterne podían expresar con toda naturalidad y gran belleza el puro gozo sin sombra de horror que lo compense.

Nos quedamos durante un rato cabizbajos y contrariados. Me arrepentí de haber llevado el tema a un encuentro de media tarde, sin copas, en una atmósfera silenciosa, de velatorio. Ambos, repentinamente, dimos con una solución transitoria, esto es, una nueva cita para seguir royendo el asunto, pero esta vez de noche y con copas. Llega el verano, hay terrazas, los cielos se cubren de estrellas, los vodkas con tónica sudan un forro de perlas resbaladizas, pasea la gente cogida del brazo.

He aquí que, tras el momento sombrío, volvía a aparecer la célebre promesa de felicidad, que es como se suele definir a la obra de arte. La burda imitación de Trapiello podía concluir.

 

Artículo publicado en Jot Down.

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11 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Niños futbolistas en Madrid

Una lectora, que leyó "Niños futbolistas", me manda esta increíble foto con varios niños futbolistas muy famosos que ahora son multimillonarios.

Hay otros, la inmensa mayoría, que nunca "llegó". De las historias de ellos, de los triunfadores y de los que jamás triunfaron, hablaremos el próximo jueves 13 a las 19:00 en Casa América de Madrid. Me acompañará Juan Cruz.

Es la presentación oficial de "Niños futbolistas", el libro donde se relata un viaje por Latinoamérica en busca de comprar un chico goleador que pueda triunfar en España. Un acercamiento a una transacción, que aunque suena extraña, se hace todo el tiempo.

Ahora mismo, mientras lees esto, un padre o un abuelo de América Latiba está firmando un papel para que el niño cruce el charco. Siempre, con la ilusión de llegar a la cima, a esa que conquistaron los niños futbolistas de la foto. 

 

 

@menesesportatil 

 



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11 de junio de 2013
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