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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La venganza de Art Keller

"Adán escucha el aullido del hombre. Y la suave voz que pacientemente le hace la misma pregunta una y otra vez. ¿Quién es Chupar? ¿Quién es Chupar? ¿Quién es Chupar? Ernie les dice una vez más que no lo sabe. Su interrogador no le cree y empuja de nuevo el picahielo, restregándolo contra la tibia de Ernie." Destrozado, Ernie les da todos los nombres que se le ocurren, en vano. El agente de la DEA fue secuestrado días atrás por tres policías que, luego de dejarlo inconsciente, lo trajeron en presencia de Adán, Raúl y el Güero, los lugartenientes del Tío Barrera. El Doctor Álvarez le inyecta una jeringa con lidocaína, que lo despierta y le permite sentir el dolor. La tortura se prolonga durante horas. "Ernie Hidalgo existe ahora en un mundo bipolar. Hay dolor, y hay la ausencia del dolor, y es todo lo que hay." Harto de sus gritos, Raúl al fin tiene misericordia y ordena al doctor terminar con su sufrimiento. Obediente, Álvarez le inyecta una fuerte dosis de heroína y Ernie poco a poco se desprende del dolor, y de la vida.  

            Este escalofriante escena proviene de El poder del perro (2005), la novela con la que Don Winslow quiso narrar los peores años del narcotráfico en México -sin adivinar que vendrían otros mucho peores-, desde el ascenso del todopoderoso Cartel de Guadalajara hasta su liquidación décadas más tarde. Valiéndose de una rigurosa documentación con la que alcanza un tono épico que no se encuentra en ninguna narconovela mexicana, Winslow optó por condensar a distintas figuras reales a la hora de crear a sus villanos, de modo que la familia Barrera, el Güero Méndez y los demás miembros de su banda contienen rasgos de Miguel Ángel Félix Gallardo, el Güero Palma, Amado Carrillo, Ernesto Fonseca, el Chapo Guzmán, el Mayo Zambada, los hermanos Arellano Félix y Rafael Caro Quintero. Esta licencia dramática no empaña el minucioso retrato de la época, centrada en el asesinato, acaso más brutal en la realidad, de Enrique Kiki Camarena -el Ernie Hidalgo de la novela-, y la venganza de Art Keller, un ficticio agente de la DEA, contra sus perpetradores.

            Como se trasluce de un comentario del propio Winslow en Twitter, Keller no podría haberse sentido más ultrajado ante la reciente excarcelación de Caro Quintero, quien fuera detenido en Costa Rica el 4 de abril de 1985, extraditado a México y condenado a 40 años de prisión por el homicidio del agente estadounidense. En efecto, el pasado 9 de agosto el Primer Tribunal Colegiado de Circuito de Jalisco determinó la liberación del preso por irregularidades cometidas en el proceso, puesto que fue juzgado por una corte federal cuando este delito pertenecía al fuero estatal.

            Al lado del Chapo Guzmán y acaso de Amado Carrillo, pocas figuras del narco han despertado tanta curiosidad y tanto morbo como Caro Quintero, quien no sólo ha inspirado numerosos corridos por sus hazañas criminales -en un rango que va de los Tigres del Norte a los Llaneros de Guamúchil-, sino por su supuesta historia de amor con Sara Cosío, sobrina de quien habría de convertirse en gobernador de Jalisco, quien fue encontrada desnuda y embarazada a su lado y no dudó en reiterarle su amor, para delirio de la prensa de nota roja -y rosa- que dio cuenta de la captura.

            Aunque Art Keller, el agente mexicano-estadounidense del que se vale a Winslow, sea un personaje ficticio, su afán de justicia -o de venganza- se convirtió en una prioridad absoluta para la administración Reagan. Como uno de los Barrera afirma en la novela, los gringos pueden provocar masacres sin el menor remordimiento, pero no descansarán hasta castigar a quien asesina a uno de los suyos. De allí que a Miguel de la Madrid no le quedase otro remedio que dar resultados inmediatos (sin reparar en tecnicismos legales), consistentes en la captura de quienes se habían beneficiado por años de la complicidad de policías y políticos: Don Neto y Caro Quintero.

            Una de las líneas narrativas que Estados Unidos ha convertido en su marca de fábrica es justo ésta: la idea de que todos los criminales -en especial los que asesinan policías gringos- pagarán por sus crímenes. La liberación de Caro Quintero quiebra drásticamente esta cosmovisión, por más que éste haya pasado 28 años en la cárcel. Para ellos, y en especial para los Art Keller reales, la posible huida de este "gallo muy fino" -como lo denomina en un corrido- supone una afrenta personal, y las presiones sobre el gobierno mexicano para recapturarlo no se han hecho esperar. Nadie duda de la eficacia y la contundencia de thrillers como el de Winslow, pero en términos simbólicos no hacen sino perpetuar la idea de que la lucha contra el narcotráfico se libra contra esos sujetos infernales como Caro Quintero, haciéndonos olvidar que si no fuera por las absurdas políticas prohibicionistas puestas en marcha por Estados Unidos -por otro lado muy bien descritas en la novela-, estos capos jamás habrían obtenido el poder que aún hoy disfrutan.

 

Originalmente publicado en el diario Reforma, 18.08.13

 

Twitter: @jvolpi

 



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18 de agosto de 2013
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Extramares de Frederic Amat

 

No hay obra plástica más creativamente diversa que la del artista catalán Frederic Amat (1952) y, tal vez por eso no es fácil dar con ella. Quizá el mejor modo de encontrarla es el menos deliberativo. Al azar de los viajes, mi catálogo incluye: el Museo de Arte Moderno en México y el Museo de Arte Moderno en Málaga, el departamento de Octavio Paz y la casa de Alejandro Rossi; algunos libros de Joan Brossa y Juan Goytisolo, de  Guillermo Cabrera Infante y José Ángel Valente; la magnífica edición ”iluminada” de Las mil y una noches que publicó el Círculo de Lectores; la celebración del Quijote en La Cervantiada, una alternativa a los fastos del V centenario del descubrimiento de América… Pero si uno trata de adquirir un trabajo suyo, no encuentra una galería que los ofrezca.  Más bien, hay en Internet una casa de arte de Nueva York que busca obras de Frederic Amat.

 

Visitando a Frederic y su encantadora familia en Barcelona, descubrí, no sin alarma, que no tiene un marchand a cargo de su obra. Tampoco una galería que lo represente. Creo entender que él prefiere exhibir cada tanto sus papeles, tintas y trabajos mixtos; y sospecho que es un artista cuya inventiva se expresa en una  economía de distinto signo: no es el autor de una serie de cuadros definidos y procesables, sino alguien que requiere de series circulares y tentativas de explorar una imagen en varios medios, formatos y ritmos. Cada uno de sus cuadros es parte de un proceso cumplido aunque, por naturaleza, siempre incompleto. Ese desborde latente de la serie, sin embargo, no es una suma sino una variación.  Amat es un artista siempre a punto de hacer otra cosa: escultura, libros, grafismos, videos, cortometrajes, eventos, escenarios; y, volviendo al origen de sus formas, círculos y manchas que rotan  en el claroscuro del cosmos donde nace el lenguaje. 

Jorge Eduardo Eielson, a los 80 años, descubrió con alarma que se había quedado sin cuadros suyos. He sido víctima de mis galeristas, me escribió, se quedaron con mi obra, y han terminado por desaparecerla. Tengo al menos una imagen que hizo para mi edición de Trilce en Cátedra: uno de sus nudos, de hilos de colores, como una ofrenda. No llegué a reunir sus novelas ni sus poemas inéditos, como acordamos, aunque me consuela el homenaje que le hicimos en la Universidad de Londres.  Al cruzar cualquier puente todavía creo ver en el río una gota del tintero que Jorge derramó sobre el Tíber en una de sus últimas performances. También he creido ver en otros paisajes urbanos una letra del abecedario de Frederic Amat. Esas trazas suyas, que dan la vuelta sobre sí mismas, sin cerrarse, como una greca, cargadas de tinta viva, es el alfabeto del idioma repentino de un territorio alterno, cuya geografía está en plena creación, pródiga y prodigiosa. El poderoso lenguaje gráfico de Amat en sus papeles, negro sobre blanco, evoca la grafía mediterránea remota, la huella de una orfebrería visigoda, una de las primeras en hacer ornamental cualquier forma instrumental.  Amat remplazó la figura de Miró con la traza, y dibujó con la tinta del tintero de Tapies. Sus “Papeles de la India,” demuestran la sensualidad transparente de la voluta de la luz y la exquisita arborescencia del color.

En mayo estuve en Nueva York para ver “Viaje a la Luna” (1998), la pelicula que Frederic Amat compuso a partir del guión hecho por Federico García Lorca (1929). La había presentado hace unos años en mi Universidad pero es una película que hay que ver más de una vez, casi como remedio contra las melancolías de abuso. Frederic la propuso esta vez en tanto exploración celebratoria de la vanguardia entre Lorca, Dalí y Buñuel como interlocutores cómplices. Lo extraordinario de esta versión es su textura visual, eje del pensamiento poético del artista que construye un campo de la mirada como un sistema de asociaciones, citas, tributos y goce creativo. La vanguardia vivida desde España se convierte, así, en una ruptura del lenguaje como representación pero no ya como otra versión polémica desde las trincheras de los ismos, que es la historia pamfletaria de su constante reposicionamiento; sino, desde una España más internacional que nacional, como la apropiación y ampliación del espacio visual celebratorio.  En ese sentido, la película de Amat hace justicia al espíritu lorquiano de construir un escenario donde lo visto esté tocado por la gracia de las formas plenas de presente. Por lo demás, Frederic Amat se reencuentra, de la mano de Lorca, con sus propias exploraciones trasatlánticas, que lo han hecho articular orillas distantes como si estuviera siempre en casa. Hoy sabemos que si en alguna parte se supo Lorca feliz, fue en La Habana, en Buenos Aires, en Montevideo.  En esta película el lenguaje artístico excede las referencias y despliega su función reveladora.

“Viaje a la Luna” se presentó en el Instiuto Cervantes de Nueva York, gracias a Javier Rioyo, junto a otro documental de motivación lorquiana, “Mudanza” (2008) de Pere Portabella. Esta película nos convierte en espectadores discretos de la mudanza de los muebles de la Casa-museo de la Huerta de San Vicente, que hace unos años tuvo que hacer Laura García-Lorca para empezar unas obras.  Quien haya visitado esa casa y admirado su sobria memoria, apreciará este trabajo de Portabella, cuya cámara sigue, en silencio, el resguardo ceremonial de esos objetos, envueltos y atados. De pronto, la casa queda vacía, ante nuestros ojos, descubriéndonos lo más evidente y terrible: no está el poeta, y probablemente no sabremos nunca donde está. Como de Lorca uno no dejaría de hablar, tuve que hacer la obvia comparación: el poeta es un exceso de presencia en la película de Amat, y un desborde de ausencia en la de Portabella.  O sea, Lorca está presente donde no está , y está ausente donde tendría que estar.  Es una presencia intrínsicamente ausente. 

Uno de los últimos trabajos públicos de Frederic Amat es “Fosas,” que nace de la idea de hacer un “jardín efímero” junto al Museo Guggenheim de Bilbao. Amat se propuso ocupar un espacio al margen,  entre el museo monumental, las tumbas de Euskadi y la memoria histórica española, esa materia ardiente del olvido.  No es casual que la idea de las Fosas se deba a la conjunción del museo, la historia y la poesía, esta vez un poema de José Ángel Valente (“soy el escritor español que más peruano parece,” me dijo una vez), gran lector de Vallejo y admirador de Westphalen. “No estabas tú, estaban tus despojos,” escribió Valente, definiendo otra vez la presencia española como un derroche de ausencia. En ese vacío de las tumbas abiertas, Frederic Amat ha pintado una lámina lacada en rojo. 

 

 

 

             

 

 

 

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18 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El espejismo democrático

Una montaña de cadáveres está cayendo sobre las esperanzas que había levantado la primavera árabe en la opinión democrática mundial. Se acabaron las transiciones hacia regímenes de libertades públicas y de democracia representativa iniciadas en el glorioso año de 2011, cuando aquel vendaval derribaba dictadores como fichas de dominó uno detrás de otro. También ha quedado cerrado el camino en el que iban a hacerse compatibles el islamismo político con el pluralismo y la alternancia en las urnas. Pueden regresar ya las visiones fatalistas e incluso racistas, que dictan la incompatibilidad radical entre islam y libertades, e incluso la congénita inmadurez de los árabes para gobernarse ellos mismos mediante los instrumentos del derecho y de la democracia representativa.

No tienen razón, aunque sus armas dialécticas aparezcan ahora más cargadas que nunca por la sangrienta rotundidad de los hechos, en Egipto naturalmente, pero también en Siria y en Líbano, en Libia o en Irak, incluso en Turquía, de donde debía salir el ejemplo y el modelo de un islamismo democrático, al estilo de las europeas democracias cristianas, y nos encontramos ahora cómo el poder personal de Erdogan resuelve de forma expeditiva la resistencia laica a la islamización. Es muy coherente la solidaridad del caudillo turco con el depuesto Morsi porque el modelo político que ha fracasado en Egipto y el que había tenido tanto éxito en Turquía son muy similares.

Las primaveras árabes fue una oleada de revueltas que rompió el estatus quo de las dictaduras militares pro occidentales, justo en el mismo momento en que preparaban su conversión en autocracias hereditarias. Crearon, es verdad, el espejismo de una vía democrática exprés, suscitado sobre todo por el mimetismo inevitable y engañoso que sugerían las revoluciones de 1989, que en muy poco tiempo transformaron un buen puñado de dictaduras comunistas en países democráticos preparados para ingresar en la Unión Europea. Se hacía abstracción de su estrecha vecindad con la Europa integrada, de su tradición política anterior y, sobre todo, del camino perfectamente balizado que tenían ante sí.

No ha sido este el caso en las revueltas árabes, extendidas en una geografía fragmentada y sin proyectos de integración, de tradición democrática inexistente y dividida por numerosas fracturas religiosas, étnicas y políticas, con la mayor de todas, como es la que separa a la sociedad laica de la sociedad religiosa, instalada en el corazón del problema. Se invocaba el golpe militar argelino de 1992, que interrumpió las elecciones generales entre la primera y la segunda vuelta para impedir la llegada al Gobierno del Frente Islámico de Salvación, para desear y esperar que esta vez no fuera así: los Hermanos Musulmanes en Egipto, Ennahda en Túnez, habrán aprendido la lección. No fue el caso, al menos en Egipto, el país decisivo, y apenas en Túnez. Incluso Erdogan que la llevaba aprendida la desaprendió.

Pero no regresamos al punto de salida de 2011. El estatus quo está roto. Estados Unidos tiene menos palancas en la zona. Los países petroleros del Golfo son los que juegan fuerte en la región y sus intereses hegemónicos explican mejor que nadie la batalla contra el laicismo primero y contra los Hermanos Musulmanes después. El islamismo político ha demostrado su ineptitud para gobernar. Las fuerzas laicas, su fragmentación y su incapacidad organizativa. Habrá que evocar las revoluciones europeas de 1848, que fue el despertar de los pueblos pero endureció las autocracias. No habrá democracia en muchos años y se abrirá paso la comparación con otra transición frustrada, la que exigían los estudiantes chinos en Tian Anmen en 1989 y fue también ahogada en sangre, sin que significara la ruptura con Estados Unidos y Europa.

Lo que se les pedirá ahora a los militares golpistas egipcios es lo mismo que se les pidió entonces a los dirigentes chinos: que se moderen en su represión y que aseguren el funcionamiento de la sociedad y de la economía, cuestiones en las que los aliados occidentales tienen el máximo interés. Tal como ha señalado Charles Kupchan en un artículo ayer en el New York Times, en el que pide una severa corrección de la política de Washington, ?la democracia en Egipto puede esperar?. Es así de crudo y doloroso. La primavera no tiene vuelta atrás, no es posible rebobinar la historia, pero el espejismo democrático que levantó se ha desvanecido definitivamente.



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17 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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82. Dialogías

Hay libros de poemas que ponen a conversar dos textos diferentes, uno de los cuales puede ser invisible. Si el diálogo persigue encarnar el conflicto, el poemario puede ser llamado dialéctico sin demasiado problema; será dialógico cuando lo que busca es más bien el intercambio de ideas, el trasvase entre los dos textos comunicados. En los últimos meses han aparecido dos libros en esta dirección, sin nada que ver entre sí. / Enrique Falcón es uno de los poetas españoles más inclasificables. Con una larga trayectoria, autor de una "work in progress", La marcha de los 150.000.000, culminada en 2009 tras más de una década de trabajo, Falcón ha terminado una trilogía de poemarios con Porción del enemigo (Calambur, 2013), que completa a Taberna roja y Amonal. Falcón tiene una poética comprometida y social, que suele salvar el peligro de caer en lo panfletario mediante un sabio uso de las imágenes poéticas y de resortes estructurales que elevan el discurso convirtiéndolo en algo más que lo dicho y en mucho más que lo denunciado. Uno de estos procedimientos en Porción del enemigo es la dialogía entre diversos textos, que acaba ensamblando con la "tijera" (p. 113) conceptual, haciendo lo que hemos denominado en otro lugar bibliomaquias: los antiguos centones convertidos en un poderoso bisturí textual mediante la acumulación de sentido. Revertir el sentido de los textos (alguno de ellos canónico, otros sacados de la realidad política, como discursos de Merkel u Obama que desvelan otros significados), o incrementarlo (como en el memorable "Tratado de las leyes"), he ahí procedimientos dialógicos que Falcón sabe usar con precisión desconcertante. Su tijera comienza cortando textos y acaba diseccionando al lector. Gracias por eso. / Si Vladimir Nabokov en Pálido fuego (1962) construye una novela como la edición filológica de un falso poema, donde la narración se contiene por entero en las notas al poemario del editor Charles Kinbote, el poeta murciano José Alcaraz lleva a cabo en Edición anotada de la tristeza (Pre-Textos, 2013) una operación especular, llevando los poemas a las notas al pie y vaciando el texto. Cada poema es la nota a otro poema, invisible, que desaparece, segando la mitad de la dialogía y convirtiéndola en un monólogo que tiene como interlocutor al silencio. No se alarmen, no vamos a hacer una lectura del poemario a la luz de Derrida o José Ángel Valente, y no por inoportunidad teórica, sino porque dudamos que esos sean los materiales principales con que Alcaraz ha construido el texto. Alcaraz no establece un diálogo con un pensador o un poeta en concreto, sino con la Filología misma, de la que es aprendiz, y con sus metodologías. Su método de escritura es el método de análisis de la escritura. Es el resultado de salirse para ver el cuadro, como hace Velázquez, según Foucault, en Las meninas. Como si Aristóteles hubiera escrito todo el Órganon en breves silogismos. /  "La crítica dialógica (...) se niega a eliminar cualquiera de las dos voces en presencia", dice Todorov.



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15 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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George Méliès, el primer mago

Tenía al francés George Méliès (1861-1938) como uno de los pioneros en el desarrollo del cine y alguna vez había visto Viaje a la luna (1902), su película de 13 minutos que dio un gran impulso a la idea del cine como un arte capaz de contar historias con su propio lenguaje. La invención de Hugo (2011), la película de Martin Scorsese, fue rellenando los huecos y se alejó del dato de trivia para darnos una versión más humana de Méliès, sugiriendo que detrás de ese personaje algo despistado había un genio. George Méliès: la magia del cine, la exposición que se acaba de inaugurar en el museo Caixaforum de Madrid con la colaboración de la Cinémathèque Française, completa el recorrido para devolver a Méliès al sitial de preponderancia que le corresponde no sólo como un pionero sino también como un creador deslumbrante.

Méliès se aprovechó de múltiples desarrollos tecnólogicos y de su trayectoria personal como ilusionista para crear códigos narrativos y efectos especiales que todavía influyen en el cine contemporáneo. La exposición del Caixaforum despliega una fascinante cantidad de inventos: entre muchas otras cosas, están las sombras chinescas, la linterna mágica y el praxinoscopio (en este artilugio de 1877, una manivela hace girar unas tiras de papel en torno a una rueda; espejos estratégicamente ubicados permiten que el movimiento de las tiras de papel cree la ilusión del dibujo animado). En los siglos que precedieron a los hermanos Lumière -sobre todo en el XVIII y el XIX-- había ya una pulsión inagotable por contar una historia a través de la proyección de imágenes en movimiento, sólo que faltaba que la tecnología se adecuara a ese sueño.

Méliès fue el primero en darse cuenta de que con el cinematógrafo se podía ir más allá del simple reflejo documental de la realidad. Armado de su experiencia con trucos de magia e ilusionismo en el teatro Robert Houdin, comenzó a hacer sus propias películas en abril de 1896, apenas cuatro meses después de asistir a la primera representación del cinematógrafo, y a proyectarlas en su propio teatro. En el Caixaforum se muestra cómo Méliès adaptó los efectos ópticos de la magia al cine, al igual que las sobreimpresiones, los fundidos uno tras otro, los pasos de manivela... El inventor del cine tal como lo conocemos hoy era, literalmente, un mago. 

En la exposición se proyectan las películas que componen la gran historia de Méliès. Están los cortos de los hermanos Lumière (un tren llegando a la estación, obreros saliendo de la fábrica), y luego la explosión de fantasía de Méliès -fragmentos de algunas de sus 500 películas, la mayoría de ellas de corte fantástico--; todo desemboca en una sala exclusivamente dedicada a Viaje a la luna --con los dibujos que dieron origen a las escenas más importantes, el vestuario de los selenitas, etc--, y luego en una proyección en pantalla gigante de Hugo. Nos movemos en base a pequeños incrementos, necesarios para producir una gran ruptura cultural: Méliès necesitaba de las sombras chinescas y del praxinoscopio para llegar al cine y convertirlo en una de las formas narrativas fundamentales de nuestro tiempo.

 

(revista Qué Pasa, 10 de agosto 2013)

 



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13 de agosto de 2013
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Asuntos metafísicos 2. Lo que impide pensar…

"Teniendo como particularidad de su especie esas facultades que son el lenguaje y la razón, el animal humano se realiza cuando las despliega y fertiliza, por ejemplo forjando metáforas o sintetizando fórmulas", sostenía al final de la columna anterior.
Mas entonces ¿por qué una persona puede llegar a sentir que el pensar no va con ella, qué sólo en la inercia, las costumbres, los hábitos y los elementales placeres a ellos asociados tiene sentido su vida? ¿Hay en el individuo humano una debilidad intrínseca que le mueve a ceder, a renunciar al esfuerzo que el pensamiento exige, repudiando así su propia condición específica? La hipótesis es más bien que esta astenia, este polo negativo en cada uno de nosotros, tiene raíz, cuando menos parcial, en una estructura social de la que todos somos partícipes, en un dispositivo creado por el hombre pero convertido en una máquina de deshumanización, en un generador de circunstancias que conducen a una situación mutiladora.
La pérdida en individuos de la inclinación a actualizar las facultades de las que están dotadas por naturaleza no es exclusiva del animal humano. También hay lobos no inclinados ya a alcanzar presas, aves rapaces que apenas alzan el vuelo, y caballos que, aun levantada la barrera, no iniciarían ya el galope. Y tampoco los individuos que representan a estas especies quebradas han llegado a esta condición espontáneamente, sino a través de un proceso no sólo de domesticación sino de transformación mutiladora. Paradigma d ello es la conversión del lobo (que aun el perdura en el perro que ayuda al hombre en sus tareas de caza o de vigilia) en el animal casi ya desprovisto de rasgos específicos, esa asténica sombra que es tan a menudo el pet de los hogares americanos.
Tratándose del ser humano, el mecanismo social que hace desaparecer de su horizonte, de su ámbito cotidiano de vida, el objetivo de desplegar la potencialidad de pensar y simbolizar empieza muy a menudo en la educación elemental, reducida a instrumento para objetivos como el de "conseguir ventajas competitivas en el mercado global", objetivo erigido (concretamente en nuestro país) en máxima explícita por el legislador.
Visión ciertamente totalmente alejada tanto de la concepción platónica según la cual la función de la educación es fertilizar las facultades del niño, no substituirse a ellas. Lejos asimismo del objetivo de incentivar ese "ardiente deseo de toda mente pensante" a hacer el mundo inteligible, objetivo que el físico Max Born consideraba como el auténtico motor de la ciencia, y en consecuencia de la educación científica.
Es bien sabido que la actitud interrogativa que caracteriza a los niños a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, haciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad. De ahí que luchar contra las trabas sociales que mutilan esta potencialidad del niño constituya la primera de las exigencias éticas.
De todo aquello en lo que pueda jugar un papel el nivel educativo, nuestros legisladores privilegian "la capacidad de competir con éxito en la arena internacional". No parece pasarles por la cabeza la posibilidad de una ordenación social en la que el ciudadano no esté determinado por la necesidad de abrirse pasos a codazos con el fin de alcanzar esas ventajas competitivas de las que la educación sería instrumento.
Mas la tesis de que las bases de este horizonte social en el que nos desenvolvemos son tan inevitables como los principios que rigen el orden natural, y por eso sería absurdo luchar contra ellas, tiene como corolario el que nunca se dará la situación en que para los ciudadanos en general, y no tan sólo para un sector o una élite, "esté resuelto lo relativo a la naturaleza y al ornato de la vida". Condición esta que Aristóteles situaba como necesaria para que se desplegara el pensamiento y en general todo aquello que es fundamental para la existencia específicamente humana. Transcribo las líneas clave de este texto cuya lectura tantas veces ha vivificado la irreductible exigencia de libertad.
"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el asombro. Al principio su asombro es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el asombro se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis .Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que si misma".

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13 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Cuándo empezó el recreo?

El ministro de Exteriores español, José Manuel García Margallo, ha decretado el final de recreo. Se refería a Gibraltar pero aludía directamente a la política de su predecesor, Miguel Ángel Moratinos. En un momento en que el Gobierno y sobre todo su presidente se hallan cuestionados por sus responsabilidades en los asuntos de corrupción, viene como anillo al dedo una crisis que tenga dos efectos simultáneos: desalojar de las tertulias y los titulares de periódicos de espacios informativos el caso Bárcenas y proyectar sobre los socialistas en general los males que sufre España gracias al recreo decretado por Zapatero y a cuya interrupción no quiere adherirse Rubalcaba.

No importan los efectos estratégicos de la operación: acierta The Economist cuando asegura que la actual confrontación entre Londres y Madrid a cuenta de Gibraltar impedirá un acuerdo sobre la Roca para toda la actual generación, exactamente los efectos que tuvo la política lanzada por el ministro de Exteriores Fernando María Castiella, que condujo al cierre de la verja por Franco en 1969, y fue origen en cierta forma de la identidad ?nacional? gibraltareña.

No es un exotismo el endurecimiento de la derecha española en esta cuestión. Está inscrito en su ADN y en el tipo de nacionalismo español que la caracteriza. La soberanía nacional no es exactamente la voluntad democrática de los ciudadanos según la ideología escasamente liberal hegemónica entre los conservadores españoles, sino una idea patrimonial sobre un territorio. El recreo es la idea de conseguir la adhesión de los llanitos a un proyecto de soberanía compartida, tal como han intentado distintos ministros de Exteriores, principalmente socialistas.

Este tipo de proyectos, ocurrencias en su lenguaje, son del mismo calibre que los intentos de encontrar una vida intermedia entre las reivindicaciones de mayores cotas de autogobierno de las nacionalidades históricas y el mantenimiento del vínculo constitucional español. No interesa la voluntad de los gibraltareños como no interesa tampoco la de los vascos o los catalanes. Si mucho se apura la situación, apenas interesa la voluntad de los españoles, con tal de que se exprese en unas elecciones cada cuatro años y devuelvan la mayoría natural y absoluta a quienes les corresponde gobernar casi por mandato de la historia, ya que no de los designios divinos.

El final del recreo y el regreso a la gloriosa política de Castiella pudo decretarse bajo presidencia de Aznar, pero entonces no convenía hacerlo por el flanco gibraltareño, pudiendo hacerlo en el otro lado del estrecho con Perejil: la alianza con Londres para realizar el gran salto transatlántico vía cumbre de las Azores de la mano de Blair y de Bush era más importante. Ahora se da la circunstancia de que todos los socios europeos se hallan en tesituras paralelas de endurecimiento renacionalizador, que Reino Unido piensa en largarse, y que la cuestión de la soberanía está al rojo vivo dentro de España mismo. Gibraltar es una buena ocasión para demostrar que España, tal como ha dicho un periodista muy español, no va a renunciar a su soberanía ni sobre Gibraltar ni sobre Cataluña. Así: "sobre".

Las ventajas tácticas, sobre todo de consumo interno, son estupendas. No lo son tanto las externas. España solo puede esperar el auxilio de Cristina Kirchner y compañía. Basta con leer la prensa internacional para hacerse una idea del disparate. El ministro de Defensa, Pedro Morenés, que sabe lo que valen un peine, un submarino y un drone, está intentando quitarle hierro al conflicto y devaluar su contenido político. La OTAN todavía es algo serio. Nada suscita más desconfianza entre los países solventes que los irredentismos anacrónicos y desproporcionados. La Unión Europea y las relaciones bilaterales con Londres no se merecen esta crisis. España es menos fiable desde que terminó el recreo.



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11 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Black Mirror: Todos somos ciborgs

Hace un par de semanas, mientras miraba por televisión la comparecencia del presidente español Mariano Rajoy al Congreso, le escuché decir a un amigo: "A éste deberían hacerle como al primer ministro inglés en Black Mirror". Días atrás, una amiga me dijo, a propósito de un mensaje de condolencias que recibió de la cuenta todavía abierta en Facebook de un pariente suyo recién fallecido: "Como en Black Mirror". Esta miniserie inglesa ha conseguido fieles adeptos muy rápidamente, prueba de que tiene algo poderoso que decir sobre nuestra relación perversa con la tecnología.

            Black Mirror, creada por Charlie Brooker, se refiere al "espejo negro" de las pantallas con las que convivimos todos los días: vamos de la de nuestro celular a la de la televisión a la del cine, pasando por la de la computadora y quizás la del iPad y la del Kindle y las de los monitores de seguridad en aeropuertos, urbanizaciones, centros comerciales. Muy pronto, también habrá una pantalla en nuestros ojos, como en "Tu historia completa", el mejor episodio de la miniserie; en ese episodio, ambientado en un futuro cercano, todos tienen un implante detrás de la oreja que les permite grabar lo que les ocurre. Cuando Liam tiene un ataque de celos y le pide a su esposa Ffion que le muestre escenas pasadas de su relación con Jonas, un amigo común, ella se niega en principio pero al final, apremiada, accede; no sabemos qué es lo que ve Liam en la pantalla, pero está claro que su relación ya no volverá a ser la de antes.

Black Mirror sugiere que si nuestras vidas son un infierno debido a la fragilidad de la memoria, podrían serlo aun más gracias a avances tecnológicos que nos impedirían olvidar. Como en La invención de Morel, la distopía de Adolfo Bioy Casares, los artefactos tecnológicos de esta miniserie son figurados como seductoras promesas de vida (incluso inmortalidad) que terminan brindando la muerte (en este caso, de una forma de entender la identidad). Los sueños paranoicos de Black Mirror no son tan lejanos; en la vida real pronto tendremos Google Glass, nuestras gafas se convertirán en cámaras y podremos filmar todo lo que pasa delante de nosotros; el ejército norteamericano está desarrollando lentes de contacto que permitirán a sus soldados recibir información actualizada del territorio por el que se desplazan.

En "Vuelvo enseguida", esta promesa de una nueva vida gracias a la tecnología se convierte en metáfora de nuestros deseos de vencer a la muerte, aunque sea a través de avatares que nos representen cuando ya no estemos: Ash muere, dejando inconsolable a Martha, su pareja. Gracias a un nuevo servicio, las fotos, los videos y los mensajes de email de Ash son usados para crear un Ash virtual que seguirá comunicándose con Martha más allá de la muerte, una voz de ultratumba que en principio ofrece sosiego a la viuda pero luego será una intranquilidad permanente (en la vida real ya existe LivesOn, un servicio que, después de analizar el estilo de nuestros tuits, puede seguir enviándolos una vez que estemos muertos).

La buena ciencia ficción no se ocupa tanto del futuro como del presente o incluso de aquello que ya ha sucedido. Los futuros alternativos de Black Mirror no son más que radicalizaciones de tendencias culturales y pulsiones identitarias con las que convivimos hoy. Su sátira puede ser cruel -en "El himno nacional", el primer ministro inglés debe tener sexo con un cerdo, delante de las cámaras y ante una audiencia global, si quiere salvar la vida de una princesa secuestrada--, pero es siempre certera: sugiere que, "mientras estábamos distraídos, mirando pantallas", todos nos hemos convertido en ciborgs. Vivimos conectados a las máquinas, nos han seducido con su promesa de extender nuestra memoria, nuestras redes de amigos, incluso nuestra misma vida. Alguna vez pudimos prescindir de ellas, ir de vacaciones y desconectarnos. Hoy necesitamos que esas pantallas relucientes que nos reflejan estén siempre encendidas, por más que ese reflejo sea a veces siniestro. Apagarlas sería apagarnos. Y no queremos apagarnos, ni siquiera muertos.   

       

(La Tercera, 10 de agosto 2013)



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10 de agosto de 2013
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La santidad en la política

Agobiado por la edad avanzada, Nelson Mandela parece por fin a punto de sucumbir. Pero es uno de esos personajes extraordinarios a quienes la historia viva ha juzgado con bien desde antes de su muerte. Entre los héroes contemporáneos, y no son muchos, para mí él está a la cabeza. No sólo por lo que representa en su lucha al final triunfante contra el Apartheid en Sudáfrica, su patria, una lucha por la que pagó con largos años de cárcel en una celda de aislamiento, sino también por lo que luego representó como estadista, el primer presidente negro de su país, que no vaciló en apartarse del poder cuando cumplió con su período, sin dejarse tentar por ese demonio siempre despierto de la reelección, cuando pudo haber sido electo cuantas veces hubiera querido.
Salió de la cárcel para buscar como construir un país nuevo en el que no se excluyera a los soberbios y altivos blancos que habían inventado todo un perverso sistema institucional para oprimir y discriminar a los de su raza, y supo mantenerse lejos de cualquier deseo de venganza o de revancha. Qué difícil construir la democracia en medio del odio y la desconfianza, de los agravios, pero lo hizo. Impuso con su ejemplo el perdón y la reconciliación entre los suyos.
La austeridad en su modo de vida se ha vuelto legendaria, lejos siempre del lujo y de los oropeles. Y la sencillez fue siempre su regla, dueño de la humildad hasta en los momentos más dolorosos de su vida, como cuando le tocó comparecer delante de un tribunal que tramitaba el divorcio con su esposa de muchos años. Se despojó de la investidura presidencial, como cualquier ciudadano, y declaró en el juicio, respetuoso, sin pronunciar jamás una palabra fuera de lugar.
Qué pequeño se queda a su lado Robert Mugabe, por ejemplo, otra figura de la historia africana de nuestra época. Luchó con las armas por la independencia de Zimbawe, fue un héroe de la liberación de su pueblo, y cuando llegó al poder ya no quiso apartarse jamás, pisoteando los derechos de sus conciudadanos, llenando las cárceles de disidentes, abusando de los bienes públicos y construyendo una inmensa fortuna. Allí sigue aún ya cerca de los noventa años, convertido en un dictador indeseable ante la comunidad internacional. La historia viva la he dado también su lugar.
Cuando un héroe se convierte en villano pasado el tiempo, la explicación más simplista es decir que fue así desde el principio, y que lo que sabía era esconder muy bien su vileza. Demasiado simple. El ser humano es más complicado, y nunca debemos olvidar que el poder es el peor de los factores disolventes. Muy pocos son los que llegan a su cima y descienden de ella sin haberse contaminado de arrogancia, y sin haber corrompido los principios que lo llevaron a emprender su lucha con desinterés y entrega, y en medio de las peores privaciones, cárcel, clandestinidad, exilios.
O sin ir más lejos, ejemplos para comparar a Mandela podemos hallarlos dentro de las filas de algunos de sus propios herederos, quienes han malversado su legado. Él se apartó del poder para garantizar la alternabilidad en el mando, porque creyó siempre en la democracia, y luego vinieron otros, como el actual presidente de Sudáfrica, Jacob Suma, acusado de corrupción y violación, y que contradice en su ostentoso estilo de vida, a veces hasta el ridículo, todo lo que Mandela representa. Pero esos son riesgos que no se curan quedándose para siempre en el mando, y él lo tuvo claro siempre.
Héroes y villanos. Nelson Mandela ha probado que existe una santidad en la política, rara, por supuesto, como toda santidad. Mathama Gandhi, Martin Luther King. ¿Cuántos más podemos agregar?

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9 de agosto de 2013
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El Boomeran(g)
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