Joana Bonet
Sería un eufemismo decir que sentimos estupor al escuchar a nuestros políticos el pasado sábado rematando la venta de la candidatura olímpica de Madrid. “Los españoles son gente muy divertida”, decían, en un discurso más parecido al de un relaciones públicas de discoteca de la costa. Estéticamente, y por una cuestión de credibilidad, hubiera convenido cualquier otro adjetivo. Imaginemos esa España cachonda con más de cuatro millones y medio de parados muertos de risa. Chistosa, noctámbula, bailonga, como les gusta creer a esos turistas incandescentes que ignoran que esos tablaos, jaranas y capeas se montan sólo para ellos. Porque el parque temático de un país estereotipado en la chanza hace tiempo que resultó cansino, y sobre todo desajustado para la gran mayoría de sus habitantes. Pensemos si no en todos esos científicos que han tenido que exiliarse para poder seguir investigando, o la comunidad cada vez más amplia de expatriados que se buscan la vida donde pueden, a pesar de añorar su casa. Y no precisamente por echar de menos la fiesta, sino por un extrañamiento bastante más hondo, que guarda relación con el sentimiento de pertenencia.
El llamado paradigma de Hemingway, alimentado por una mezcla de pasión bajo el sol, faralaes, vino y burladeros, tiñe aún los cristales con los que acostumbramos a ser vistos. Cuando la Unión Europea muestra la riqueza cultural de sus países, elige casi siempre un torero para plasmar la identidad española. Pero ahora nos encontramos, además, con que parece que sus gobernantes tampoco pueden abstraerse del estereotipo, precisamente cuando nuestro país se halla lacerado por una profunda crisis que ha tocado incluso a su identidad. Habría que considerar el porqué de tanta impostura.
Tokio supo jugar la carta del discurso emocional, y consiguió invertir la tragedia y escenificar una demostración de fortaleza y determinación. En el speech final de la candidatura madrileña, tenazmente ensayado e interpretado por la alcaldesa, primó el escapismo. “Relaxing cup of café con leche…”. ¿De qué sirven tantos asesores? ¿Nadie supo alertar del inglés macarrónico, de la sobreactuación, del derroche de prepotencia? La candidatura de la austeridad se caracterizaba por el exceso: de comitiva, arrojo, triunfalismo. De Fukushima a Tokio, los japoneses han querido reescribir una nueva verdad donde lo sagrado convive con la solvencia del dinero.
El ridículo de Madrid no es el de sus gentes ni el de su paisaje palpitante, generoso, caótico, sino una muestra más de que el distanciamiento de la sociedad respecto a los políticos está directamente relacionado con lo alejados que están del resto de sus conciudadanos.
(La Vanguardia)