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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La Europa alemana

Ya sabemos que muy poco cambiará el lunes cuando se conozca la nueva composición del Bundestag que arrojarán las elecciones del domingo. Angela Merkel es la función fija y la variable señala la continuidad con los liberales o el regreso a la gran coalición con los socialdemócratas. Son cuestiones de énfasis las que están en manos de los votantes alemanes, lo más alejado de unas elecciones polarizadas.

La emoción democrática estará casi ausente en estos comicios. Nada como una buena elección polarizada para levantar la pasión política incluso fuera de las propias fronteras. Con mayor razón cuando el país que somete al sufragio la composición de su futuro gobierno es el que conduce a la Unión Europea en la salida de la crisis de gobernanza del euro y el que durante su resolución se ha convertido en la solitaria nación indispensable. Pero no es este el caso: no hay polarización ni hay una política de austeridad europea que en propiedad vaya a someterse al veredicto de las urnas.

No ha lugar entonces a la envidia electoral hacia los alemanes, como nos sucede con las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Observemos no tanto qué votan como hacia dónde se dirigen los alemanes cuando votan, incluyendo el modelo de país y el modelo de Europa, pero también el sistema político que dibujan.

Empezando por esto último, ya ha podido advertirse un cambio de tendencia en las elecciones regionales de Baviera del pasado domingo. Regresa el Volkspartei, el partido de masas, según titulaba un periódico de Munich. La sangría socialdemócrata ha quedado cortada, después de que en 2009 el partido centenario de la clase obrera obtuviera su peor resultado en 60 años. Con un mal candidato como Peer Steinbrück, las encuestas no solo le dan un mejor resultado sino que es muy probable su regreso al Gobierno. Los pequeños seguirán siendo pequeños e incluso lo pueden ser más, sin que ni Verdes ni Liberales, que alguna vez soñaron en una vida adulta, consigan salir de la infancia. Cuando el conjunto de Europa se ve acosada por la fragmentación parlamentaria, el auge de los populismos y la crisis de los grandes, los alemanes nos están preparando un mensaje de vuelta, hecho de estabilidad parlamentaria y de gobierno previsible.

Puede que lo que sucede en Alemania no sea la plantilla. Cabe la posibilidad de que la atención política deba dirigirse hacia los Países Bajos, donde se nos anuncia el final del Estado de bienestar, más que hacia Alemania, donde gracias a la estabilidad casi todo el arco político pretende salvar el Estado de bienestar después de unos sacrificios realizados a tiempo. Los socialdemócratas hicieron el mayor esfuerzo, primero cuando eran el socio mayor de la coalición con los Verdes con Schroeder (1998-2005), y luego como socios menores de la primera Merkel (2005-2009). Si ahora regresan al Gobierno rematarán la doble tarea de reformar y conservar, tarea obligada para todos los países europeos que no quieran seguir el camino holandés.

Descontado el énfasis socialdemócrata, la Alemania modelada por Merkel en sus ya ocho años de cancillería es determinante para el futuro europeo sin necesidad de conocer el resultado del domingo. Cuatro años más, con liberales o con socialdemócratas, poco cambiará en el proyecto europeo, concentrado ahora en la unión bancaria, construida según el método de la unión, que Angela Merkel anunció solemnemente en el Colegio Europeo de Brujas en 2010 como alternativa al método comunitario. El centro de gravedad está en los Estados, a través del Consejo, y no en la Comisión, y aquellos no se dirigen hacia la integración sino al estrechamiento de la cooperación multilateral en una Europa de las naciones gaullista y cada vez menos renana. Si son Estados de bienestar o no, es cuestión de cada uno y de su bolsillo, y en ningún caso del ajeno o del presupuesto europeo: el modelo participativo holandés, aplicado a los países dentro del conjunto europeo, también es un modelo alemán.

Es, en todo caso, una situación ventajista para un país tan central, con tanto peso y con una economía que le permite jugar directamente en el mercado global, ya sin el contrapeso inactivo de Francia. Alemania gobierna y traza el camino incluso sin tomar decisiones, como en política exterior y de defensa, o las toma en dirección contraria, como es la apuesta por las renovables y por el cierre de las centrales nucleares. A Merkel le interesa Europa como bloque comercial con moneda gobernada, una especie de profundización de la posición británica, que se desentiende de la unión más estrecha que predican los tratados europeos y limita su ambición exterior al acompañamiento de la economía.

Sobre el papel no quiere una Europa alemana, pero en la práctica se deja absorber con todo su peso y su ensimismamiento por Europa, cada vez más parecida al cuerpo de mayor tamaño que la habita y la gobierna. No son unas elecciones cruciales para Europa, pero nos señalan el camino que vamos siguiendo.



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19 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísicos 11

El metafísico de nuestra época

 

 Intento ahora responder a una pregunta que pasará necesariamente por la mente de quien se haya interesado por esta reflexión y tenga intención de avanzar en la lectura; ¿en qué el planteo de las cuestiones aquí tratadas ha de ser tildado de filosófico, y aun de metafísico? ¿No se ocupa la ciencia de los mismos asuntos?
Quizás un tiempo sí, pero ya no es el caso. Cuando, contra la percepción inmediata, se aventuraban las hipótesis de que la superficie de la tierra tenía curvatura y nuestro astro giraba en torno al sol, era entonces imposible discernir lo filosófico de lo científico. Entre otras razones porque -como señalaba el físico Max Born- el debate carecía en su tiempo de toda implicación en el plano de la práctica y sólo estaba motivado por -según sus palabras- "el ardiente deseo de toda mente pensante". Desinteresada disposición del pensamiento que coincidía con lo afirmado en el texto de Aristóteles sobre el asombro como motor de la actitud filosófica.
Después la ciencia se alejó de la filosofía, siendo quizás el momento clave cuando la inducción y a generalización a través de la misma se convierte en criterio legitimador de la actitud científica. De alguna manera a partir de entonces la ciencia avanza prodigiosamente sin reflexionar, concretamente sin preguntarse sobre la solidez de la base sobre el que iba dando pasos, base en parte constituída por algunos de los principios ontológicos de los que en esta reflexión se trata. Y la novedad es que hoy, acuciada por sus propias constataciones, la ciencia misma está realizando el retorno a la filosofía, entre otras cosas en razón de que la confianza en la firmeza de los postulados se derrumba. Y así, retomando con envidiable conocimiento de causa la cuestión de los principios que se daban por supuesto a la hora de practicar su disciplina, los físicos contemporáneos están sentando las bases de una nueva y esplendorosa meta-física.
Pero hay un segundo aspecto por el cual la disposición filosófica no coincide exactamente con la disposición científica, a saber: la filosofía nunca pierde de vista la causa del hombre. En efecto, lo que llamamos un científico es alguien por definición confundido con el conocimiento objetivable, es un mero representante del sujeto del conocimiento, salva veritate intercambiable con cualquier otro. La ciencia no posibilita diferencias subjetivas, porque el objeto homologa en acuerdo a todos los que practican una disciplina. Por así decirlo, el objeto es quien legisla.
La filosofía ya de entrada relativiza el peso de la razón cognoscitiva, afirmando que se trata tan solo de uno de los intereses de la razón, junto a la razón que se interesa por lo que debe hacerse y la que se interesa por lo que es objeto de admiración o repulsión (asunto kantiano sobre el que no puedo aquí extenderme) pero sobre todo: la filosofía nunca pierde de vista que las modalidades de concretización de la razón son modalidades de un conjunto unificado de todas ellas que es lo que llamamos " hombre". En este sentido la filosofía es un humanismo (humanismo que desde luego nada tiene que ver la samaritana predicación de la necesidad de amar al prójimo, generalmente bien avenida con la situación social que condena a la indigencia a la inmensa mayoría de los que encarnan tal prójimo). Humanismo al que también está retornando la ciencia (Erwing Schrödinger fue en tal sentido un magnífico precursor) cuando se ve obligada a preguntarse si además de someter la subjetividad a la legislación del objeto, el objeto mismo, es decir, el integrante de la naturaleza cognoscible, no es modificado radicalmente por el hecho de que el humano se vuelca sobre el mismo, pregunta que es ya una manera de saltar la barrera que separa de la filosofía.
Metafísica pues sustentada en los aportes de la ciencia; contemporánea aproximación a viejos asuntos que siguen provocando esa situación de estupefacción descrita por Aristóteles: "Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el asombro...

 

 

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19 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El muñeco de nieve

Desde que Maj Söwall y Per Wahlöö publicaron hace lo menos cincuenta años sus famosas "diez novelas de detectives", los Países Escandinavos no han dejado de asombrar a los aficionados al género negro con una serie ininterrumpida de escritores que en algunos casos, léase Stig Larsson o Henning Mankell, se han convertido en fenómenos mediáticos de alcance universal, pues quienes no han leído directamente sus libros se habrán visto de todas formas asaltados en sus domicilios por las películas y series de televisión realizadas a partir de sus relatos más conocidos. Otros, y hablo de gente como Anne Holt (Noruega), Khell Ola Dahl (Noruega), Liza Marklund (Suecia), Karin Fossum (Noruega), Åsa Larsson (Suecia) o Arnaldur Indridason (Islandia), cuentan con seguidores en todo el mundo y especialmente en Alemania, que parece degustar con particular delectación las brutalidades que con tanta precisión cuentan esos novelistas.
Y esa tal vez sea la característica más llamativa, y uno de los principales argumentos de venta, de la novela negra escandinava: la brutalidad, el sadismo y la delectación de la que hacen gala los asesinos nórdicos al cometer unas salvajadas meticulosamente descritas por sus narradores. Las novelas del tándem Söwall-Wahlöö fueron el primer ataque frontal contra esa falsa pero generalizada convicción de que los escandinavos eran unos privilegiados que tenían la suerte de convivir todo el año con aquellas diosas rubias y con ojos de color cielo que durante los veranos bajaban a tomar el sol del Mediterráneo. Y encima estaban todas aquellas asombrosas prestaciones que ofrecían a sus súbditos unos estados que más parecían madres ubérrimas y entregadas. O sea, una especie de paraíso sin más áspid que un clima endiablado. Pero qué va, y, ante la sorpresa de todos, los escritores de novela negra no han dejado de poner de manifiesto que debajo de esa capa de civilización y racionalidad corren negros ríos de pasiones y odios y crueldades y venganzas capaces de hacer parecer unos aficionados a los mismísimos mafiosos sicilianos.
Jo Nesbo es de los que no creen en absoluto que la vida en Noruega, el país con el superávit más alto del mundo y con la tasa de desempleo más baja, sea precisamente un paraíso. Y su alter ego, el ya famoso comisario Harry Hole, menos aún. Aquejado de graves problemas con el alcohol, solitario, víctima de viejos traumas y obsesiones, obstinado y díscolo, en cada novela se pone él mismo varias veces al borde del despido por su indisciplina y su compromiso irrenunciable con el conocimiento de la verdad. Caiga quien caiga y sean cuales sean las consecuencias de sus pesquisas, el criminal debe ser desenmascarado.
En El muñeco de nieve Nesbo se ha creado un entorno narrativo tan complejo que le exige dar lo mejor de sí mismo. Llega a manejar una cincuentena de personajes contando víctimas, verdugos, testigos y sospechosos (casi todos ellos lo son, en un momento u otro), además de los periodistas y policías, entre los cuales una enigmática y muy atractiva recién incorporada al equipo de investigadores y con la que el comisario establece una complicada pero creativa relación porque cree ver en ella una réplica de sí mismo sin que esa impresión le ciegue hasta el extremo de no ver en ella una conducta sospechosa... Es lo que tienen las relaciones entre policías.
Quede claro que Jo Nesbo maneja los personajes y las situaciones con una envidiable eficacia de manera que mientras pasa páginas el lector no para de plantearse conjeturas que acaban resultando ser falsas porque detrás de cada certeza hay siempre un giro brusco e inesperado que abre nuevas e insospechadas perspectivas.
El problema, y creo que esta servidumbre podría hacerse extensiva a muchos de los escritores de novela negra, es que en su afán de entretener, despistar y desconcertar al lector, Jo Nesbo va abriendo historias cada vez más fascinantes y espeluznantes, y que los asesinatos se suceden a ritmo creciente. Pero todo lector experimentado sabe que resulta mucho más fácil abrir que cerrar las historias, y no digamos nada cuando llega la hora de formar un todo coherente, verosímil y, lo que faltaba, con final feliz. Hacer que todas las piezas encajen. Que algo de lo dicho o contado en las primeras páginas no contradiga la historia general. Que el lector no adivine antes de tiempo la clave central y todo ello expuesto, además, con arte y amenidad. Todo un reto. Pero vaya, aunque al final El muñeco de nieve se líe y se alargue un poco innecesariamente, el camino para llegar hasta ahí es muy emocionante y repleto de pistas falsas y soluciones imposibles. Quienes le conocen bien aseguran que es la mejor novela de Jo Nesbo.

 

El muñeco de nieve
Jo Nesbo
Traducción de Carmen Montes y Ada Bernsten
RBA



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18 de septiembre de 2013
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Poderosos y psicópatas

El asunto de la personalidad siempre ha sido sumamente atractivo. No hay más que ver el ascendente que aún mantiene la astrología en las relaciones sociales, como si preguntar por el horóscopo en un primer encuentro fuera una manera popular de desvelar algunos rasgos del carácter -que curiosamente sus portadores, sean aries o virgo, suelen aceptar con agrado-. Melancólicos, coléricos, sanguíneos o flemáticos, en la clasificación de los cuatro temperamentos humanos que elaboró Hipócrates conocer al otro pasa por poder catalogar la pasta de la que está hecho. Aun sabiendo que una prolija colección de máscaras acompaña la presentación del individuo en sociedad, e incluso ante uno mismo. Los psicópatas, asegura Kevin Dutton, autor de La sabiduría de los psicópatas, abundan en las altas esferas y, de hecho, algunas de sus características son indispensables para ostentar el poder actuando bajo presión. Como el arte de pisotear a quien les tose sin que les tiemble el labio. Ni autocrítica, ni sentimiento de culpa, ni inseguridad; una capa de barniz es incapaz de oscurecer del todo la frialdad de su mirada esencial para tomar decisiones de gran calado. Pero no siempre es posible detectar la falta de empatía, el sentimiento de omnipotencia o la obsesión por el control como rasgos de personalidades psicópatas. ¿Requerimientos necesarios para inquebrantables mandatarios? Como Putin, amigo del sanguinario El Asad, convertido ahora en prohombre global por haber detenido una nueva guerra en Siria ganando por la mano en capacidad de liderazgo al propio Obama. ¿Recuerdan al Putin de Beslán, y la escuela que su ejército asedió para acabar con un comando de terroristas chechenos -y de paso con más de 170 niños-; o del teatro moscovita donde también se asfixiaron con los gases 129 rehenes inocentes? Por no citar a Litvinenko, Politkóvskaya o a su opositor, reciente candidato a la alcaldía de Moscú, Navalni, y otros adversarios políticos de este exagente del KGB. De la misma forma que escuchamos “un poco de ansiedad es buena”, tras la lectura del libro de Dutton uno se medio convence de que un punto de psicopatía también lo es en este mundo raro. Durante el curso de su investigación, el autor los ha conocido en todos los círculos y ámbitos de la vida, empezando por su padre. Y aparte de los Hannibal Lecter, también ha hallado “psicópatas que, lejos de devorar a la sociedad desde dentro, han servido, mediante una tranquila desenvoltura y tomando decisiones muy duras, para protegerla y enriquecerla”. Otro cosa sería su fiabilidad. Los que no son compasivos, ni dudan, ni tan siquiera sueñan, pueden cambiar el destino de un país, sí, con un rictus terrorífico. (La Vanguardia)

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18 de septiembre de 2013
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Ventajas del olvido

La exploración de la propia biblioteca es siempre gratificante. Qué voy a empezar a leer hoy es la pregunta que pone fruición en mis dedos mientras buscan tocando los lomos de los libros. Y hoy me digo: Vladimir Nabokov, este tomo de cuentos que tantas veces he pasado por alto porque siempre me ha vencido el gusto por sus novelas, desde aquella primera que leí en mis años de Berlín, Risa en la oscuridad, la maestría de lo trágico, o la sin par Lolita, no por tan aclamada y tan filmada menos obra maestra.
Me lo llevo triunfante, ya atardece, es la hora en que siempre empiezo a leer, salgo al jardín rumbo al corredor en busca del sillón, siempre hay un viejo sillón preferido cuando de libros se trata, y ahora doy inicio al rito de revisar tapa, contratapa, solapas, y por fin voy al índice.
Cuando leo un libro de cuentos no siempre empiezo por el primero, siguiendo el orden en que vienen en el índice, porque leer al azar es parte de la delicia que aguarda solapada. Dejarse seducir por los títulos más atractivos, o en todo caso hacer una exploración a ciegas como quien se abre paso en un bosque donde nunca antes se ha puesto pie. ¿Pero si los árboles están ya marcados, como hacen los leñadores con aquellos que van a ser derribados?
Porque otra de mis costumbres es calificar cada uno de los cuentos con asteriscos, de uno a cinco asteriscos puestos al lado de cada título en el índice con lápiz de grafito, según el grado en que me hayan gustado. Si hay asteriscos, por allí ha pasado ya el leñador. Y advierto con susto que allí están los asteriscos en el libro de cuentos de Nabokov.
¿Cómo puede ser el olvido tan solapado y pertinaz? Pero entonces, en lugar de devolverlo a su lugar y buscar otro, me propongo una relectura. Nabokov siempre vale la pena. Y ensayo una especie de azar. Ignorando el índice donde han quedado las marcas de hace tiempo, y como quien baraja un naipe, empiezo por el primero que encuentro.
O vuelvo a los árboles marcados, y ateniéndome a mis propias calificaciones de antaño elijo los que entonces me parecieron los mejores, los que tienen cinco asteriscos; o, al revés, los que sólo tienen dos, o uno.
Al volver a los de cinco asteriscos, compruebo si los cuentos se sostienen o no; si aquella vez me deslumbró alguno de ellos fue porque cada lectura tiene su momento; y pesa la edad que uno tenía entonces, la exaltación o la melancolía. Y en los que fueron pobremente calificados, quizás algo se me quedó oculto y es tiempo de subirles la calificación, un acto de justicia íntimo que nadie más conocerá.
La verdad es que no estoy haciendo una relectura sino una nueva lectura, porque no recuerdo una sola palabra, nada que me guíe en aquel bosque oscuro de árboles marcados, ni descripciones, ni frases, ningún atisbo del argumento. Pero al volver al índice y revisar las calificaciones, me alegro de que el lector de ayer siga siendo el mismo de hoy, ése que hace años se encontró con la maestría de Nabokov y hoy vuelve a reconocerla intacta.
Aunque una sensación de impaciencia y molestia conmigo mismo me domina a medida que voy releyendo, o leyendo, para mi consuelo Nabokov viene en mi auxilio: "Es curioso", dice, "uno no lee un libro, sólo lo puede releer. Un buen lector, un lector de verdad, y activo y creativo, es un relector".
Y me digo que soy un animal que olvida lo que come pero de todos modos se nutre, todo va al torrente sanguíneo de la escritura, y que olvidar tiene la ventaja de que el deleite de leer viene a ser doble.

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18 de septiembre de 2013
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