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La infancia de Jesús

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

En You Tube hay un vídeo en el que un escritor llamado Geoff Dyer agradece a J.M. Coetzee que haya tenido la amabilidad de presentarlo:"¿Qué hubiera dicho yo hace unos años si alguien me llega a vaticinar que un día sería presentado por un premio Nobel sudafricano?", se pregunta. Y se responde a sí mismo:"Me hubiera parecido maravilloso porque Nadine Gordimer es una de mis escritoras favoritas". Mientras la audiencia se parte de risa, el presentador permanece impertérrito.
Un ex compañero de trabajo afirmaba que en diez años juntos había visto reír a Coetzee una sola vez. Y son numerosas las personas que le han observado durante homenajes y actos académicos en su honor durante los cuales no ha abierto la boca. Si a ello añadimos el célebre comentario de Martin Amis aseverando que el estilo de Coetzee está íntegramente estructurado para no transmitir el menor placer, se obtiene un retrato del hermético autor sudafricano que choca frontalmente con la idea que él tiene de sí mismo cuando dice: "Todo el mundo parece encontrar negrura y desesperanza en mis libros. Yo no los veo así. Me veo a mí mismo escribiendo libros cómicos, libros acerca de gente normal que trata de vivir vidas normales, aburridas y felices mientras el mundo se cae a pedazos a su alrededor.
Con permiso del señor Amis, y más bien en la línea de Geoff Dyer, creo que si no se tiene en cuenta el profundo sentido del humor que impregna la prosa de Coetzee no se puede, como le pasa a Amis, disfrutar con sus libros. Por descontando que se trata de un humor ácido, escueto e incluso malhumorado, si se me permite el contrasentido, o llámese gruñón, pero explica, por ejemplo, que al entregar el manuscrito de La infancia de Jesús le preguntase educadamente al editor si era posible sacar el libro con la portada y la página de créditos en blanco para que fuera el propio lector quien adivinase qué clase de libro estaba leyendo, y cuál era el título. Ya lo dice él: pura guasa.
Quien desee ver una alegoría cristiana tiene elementos de sobra para defender su lectura: un hombre anónimo (que hace de estibador pero podría haber sido carpintero) se hace cargo de un niño que no se sabe de quién es hijo y se compromete a encontrarle una madre. Y la elegida (sin la menor prueba, sólo la intuición) es una mujer virgen, llamada Inés (el cordero como símbolo de santidad) y que viste de azul como la inmaculada. Aunque de entrada ella retrocede asustada ante la idea de hacerse cargo de un hijo (exactamente como ocurre en el episodio bíblico de la Anunciación) después no sólo lo acepta sino que le cuenta al niño que se lo va a introducir en la barriga para luego parirlo, y empieza a tratarlo como a un bebé y lo pasea en un cochecito. Todo su entorno hace continuas alusiones a que se trata de una criatura fuera de serie, como lo prueba el hecho de que aprende a leer él sólo con el Quijote, que se inventa una escritura para él mismo y que al ser obligado a escribir en la pizarra que dirá siempre la verdad, dice en cambio: "Yo soy la verdad". El problema es que, quien quiera ver ahí a Jesús, tiene que cargar con un niño caprichoso, maleducado y tiránico, que traiciona a todos y que está dispuesto a escaparse con cualquiera y a abandonar a su madre de adopción por la sola promesa de que le dejarán ver películas de Mickey Mouse.
Ello sin contar todo el resto de elementos narrativos que no encajan en una posible alegoría cristiana. La prosa es precisa, directa y sin el menor adorno, perfectamente adecuada al universo gris y monótono que describe: una sociedad de recién llegados sin memoria, ni nombres (unas autoridades benévolas pero que lo controlan todo asignan nombres y edades a quienes van llegando) y que apenas si conservan deseos y necesidades. Cuando Simón, el hipotético San José, manifiesta querer satisfacer su sexualidad, la mujer a la que se dirige le pide que precise si lo que desea es meter una parte de su cuerpo en ella, y cuando recibe una respuesta afirmativa, ella accede de inmediato pero sin poner el más leve rastro de pasión. Y en esa falta de pasión (por todo, no sólo en el sexo) es donde radica una de las posibles vigas maestras que aguantan todo el armazón narrativo. Pues cuando el amante se queja, la respuesta de ella es inequívoca:
"[…] si mañana te ofreciese toda la pasión que necesitas, pasión a carretadas, no tardarías en echar en falta otra cosa. Esta insatisfacción constante, ese anhelo de algo que echas en falta, es una forma de pensar de la que, en mi opinión, nos hemos librado. No nos falta nada. Lo que tú crees echar en falta es una ilusión. Vives por una ilusión".
En su confesada insatisfacción, el personaje principal cuestiona los sistemas de trabajo, indaga la línea de pensamiento filosófico del Instituto local, se queja de la escueta alimentación, se rebela contra las autoridades académicas e incluso pretende hacerse socio de una casa del placer, pero si algún concepto de la vida predomina en esa curiosa sociedad de zombies inapetentes, va más en la línea del budismo que del cristianismo, incluso entendido como una parodia.

 

La infancia de Jesús
J.M. Coetzee
Traducción de Miguel Temprano García
Mondadori

 

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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