Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

La criatura de Bowles

Mohamed Chukri sufrió destinos contradictorios; primero fue la sospechosa criatura literaria de Paul Bowles, y luego tuvo que arrastrar la abrumadora carga gloriosa de ser el mayor novelista contemporáneo de Marruecos, donde sus libros estaban prohibidos (en otros países islámicos su reputación era peor: el Irán de Jomeini, por ejemplo, le condenó a muerte ‘in absentia'). Este año se celebran los cuarenta años de la publicación de su libro de referencia internacional, ‘Le pain nu' (‘El pan desnudo'), que la editorial Cabaret Voltaire ha reeditado dándole un nuevo título más fiel, sugerido por Juan Goytisolo, ‘El pan a secas'. Y en su propio país, donde pasó de ser un marginado a una gloria nacional, el décimo aniversario de su muerte está siendo conmemorado con reediciones y largas páginas de evocación y estudio, como las que le dedica en su último número la excelente revista de información general ‘Tel Quel'.

    Chukri, analfabeto hasta los veinte años, nació como un escritor sin lengua. Cuando en 1973 apareció su primera obra ‘El pan a secas', lo hizo en inglés (‘For Bread Alone'), traducida o tal vez recreada por Paul Bowles a partir de los relatos orales que Chukri le iba haciendo en castellano en los cafetines de Tánger. La gran repercusión de este extraordinario relato de iniciación y ‘mala vida' se alcanzó sin embargo con su edición francesa, de nuevo un proceso de colaboración y reescritura llevado a cabo por su compatriota y segundo mentor Tajar Ben Jelloun, que traducía las cuatro o cinco páginas que Chukri, transformando el inglés de Bowles en árabe clásico, escribía a diario, siempre por la mañana; "por la noche estaba borracho".  

     Chukri fue autor de más de una docena de libros (entre ellos el excelente ‘Tiempo de errores, que aquí publicó Debate), y en la mayoría refleja con perfiles autobiográficos una difícil itinerario vital, lleno de excesos alcohólicos y promiscuidad sexual. Tremendista y, cuando quiere serlo, delicadamente lírico, el mundo que late en sus páginas es, claro está, el que los guardianes de la moral y la hipocresía política menos quieren ver reflejado. Pese a las prohibiciones de su obra, cuando el escritor, originario del Rif pero tangerino de vocación, enfermó gravemente, sus gastos hospitalarios fueron costeados por el nuevo rey Mohamed VI, y su funeral en noviembre de 2003 adquirió el rango de un duelo oficial.

    La misma editorial que reeditó ‘El pan a secas', Cabaret Voltaire, ha sacado en los últimos meses dos libros suyos muy recomendables y complementarios a la lectura de su narrativa. Se trata de ‘Jean Genet en Tánger' y, el que para mí tiene más interés, ‘Paul Bowles, el recluso de Tánger', un ajuste de cuentas con su descubridor, a quien pinta, admirándole artísticamente, como un tacaño que se aprovechaba de sus propias ganancias y como alguien que, pese a su amor por Marruecos, nunca comprendió ni tuvo la menor sintonía con los habitantes del país en el que pasó la mayor parte de su vida. Aparte del propio Bowles y su mujer Jane, el libro de Chukri, desordenado como a veces es su escritura, incluye retratos estupendos de otros personajes conocidos, destacando el de William Burroughs, que "vivía en Tánger como uno de esos personajes de ‘western' que llega a una ciudad en la que es forastero".

Leer más
profile avatar
7 de octubre de 2013
Blogs de autor

Risa con espinas

Confieso que también sentí estupor al contemplar la risa de Rosario Porto, la madre de la niña asesinada en Santiago. Ese natural desenfado, provisto de la ligereza refrescante que muchos consiguen transmitir cuando sonríen… A primer golpe de vista parecía incluso una risa alegre. La escena, captada desde lejos y entre árboles, desprendía el halo de imagen furtiva, robada, lo que aún rubricaba más su ignominia. Porque en las películas sólo los malvados sonríen mientras la policía busca pistas del crimen de tu propia hija. La ficción, como estructura mental que ha organizado las reacciones humanas y nuestro imaginario colectivo -estereotipándolas de paso-, reescribe el guión del dolor con estilo noir. Reírse en medio del drama es un acto indecoroso, y a la vez desafiante. Y si esa risa nos llega a través del ojo de una cámara el juicio es inmediato. Porque bajo el impacto de la noticia del asesinato de una niña en el que los padres son detenidos como presuntos sospechosos, la división entre el bien y el mal está cantada. “Se trata de una risa social”, afirmaba el otro día una experta en semiótica, al tiempo que denotaba su percepción de la madre como una mujer experta en manejar la distancia social, acostumbrada a interactuar, incluso con los policías que la llevaban detenida. No en vano es abogada. Reírse. Es innegable el grado de ofensa que puede entrañar fuera de contexto. Su poder hiriente, el desprecio que supone en un marco de desgracia, cuando alrededor domina la conmoción. Puede que fuera la única sonrisa en 48 horas de Rosario Porto, o que se tratara de una reacción espontánea ante un comentario animoso. Incluso de un mecanismo de defensa. Da igual. En el crimen de Santiago ya se ha escrito la mitad de la sentencia con los antecedentes: hija adoptada, y superdotada, que a veces tomaba medicación fuerte, madre con crisis de ansiedad, separación de los padres, abuelos recién fallecidos, y mucho dinero, una copiosa herencia patrimonial. Y si le sumamos el retrato psicológico de una de las supuestas culpables, al veredicto le acompañan en nuestra mente redobles condenatorios. Es remarcable cómo hemos acostumbrado no sólo la mirada sino también el juicio a la edición de la realidad. En nuestra sociedad panóptica y sobreinformada, instagrameada, tuiteada y youtubeada en directo, sólo cuenta lo que se ve. A pesar de que la filosofía nos ha prevenido contra las apariencias, hoy somos capaces de invadir la intimidad, de conocer cada una de sus teclas, y de sacar conclusiones rápidas gracias a la fijación de una imagen. Mientras le rendimos culto de manera desesperada, aferrados a lo visible, una parte de la vida subterránea, insondable, inconsciente, sigue oculta. Y se nos hace excesivamente arduo enfrentarnos a ese “por qué” sin cámaras de por medio, como si la realidad fuera un largometraje en 3D. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
7 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

De pastores y rebaños

El dominio de la masa y el absolutismo del número no es algo moderno ni, por decirlo en términos insulsos, un peligro de la democracia. Es más bien algo sabido de siempre. En la épica griega ya se trata la cuestión del sufragio,  y aparece la falacia del mérito y el pasado oficial establecido por sufragio en la controversia entre Ayax y Ulises, donde se ve la bajeza de la plebe que, voto mediante, accede a la magia de decidir que la memoria sea lo que no fue pero les gustaría que fuera, porque un demagogo les ha adulado. La oposición a que se hagan censos por parte del dios de la Biblia encierra la misma advertencia y prevención contra referéndums. Yo mismo, sin ser dios, estoy con ese amigo baztandarra que escribe una carta al director en una revista local donde abomina de toda suerte de sondeos y preguntas de la superioridad, tanto si inquieren sobre los usos del polideportivo como sobre las fechas de las fiestas patronales,  porque son “alcahueterías”.
 
En origen, Volk, o sea pueblo en godo, significa “muchos”, y ya está dicho todo. Por su parte, populus, con su recua populachera de pueblo, people y demás, viene de un radical indoeuropeo pelh que significa dar impulso, por ejemplo, arrear un rebaño, o esgrimir una lanza. De hecho, populus (“pueblo”, en latín) y polemos (“guerra”, en griego), significan lo mismo al pie de la letra: “manada que empuña lanzas”. O sea, en la sapiencia indoeuropea, el rebaño pastando aún no es populus, pero el rebaño en marcha, sea en estampida o manso borregueo, para tirarse por el barranco o ser estabulado, ése ya es populus.
 
En fin, que todo el sentido común, desde que hay entendederas, está contra los referéndums por aquello que dijo Heráclito: uno vale por diez mil, si es el mejor,  o sea, si quieres reducir y conducir a diez mil como si fueran menos uno, pregúntales en referéndum. De ahí que Caja o Navarro sean aún más cortos que Mas, porque el sufragista demagogo desprecia a su plebe, en lo cual no se equivoca, por tramposo y cínico que sea, pero el asentidor sobrevenido la tiene por sensata, en lo cual se ve que es obtuso sin remedio.


[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
7 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Javier Vásconez contra la geografía

  

Javier Vásconez (Quito, 1946) es uno de los narradores latinoamericanos que con mayor agudeza ha sido capaz de contaminar de literatura no sólo a lo real sino, lo que es más decisivo, al lenguaje mismo. Sus relatos son precipitados químicos que desencadenan versiones alternas y secuencias interpuestas de la Ciudad, que se bifurca como si creciera en el lenguaje, rehaciéndose entre rutas contrarias y escenarios fantasmáticos.  Esa construcción de un ámbito emotivo ocurre como un escenario de Eschner o de Magritte, donde la “mirada oblicua” desata las formas de un relato tácito.  

             

En un discurso sobre las paradojas de la escritura, ha dicho: “A veces he llegado a pensar que Ecuador no es un país, sino una línea imaginaria cuyo nombre fatídico y abstracto se lo debemos a los geodésicos españoles y franceses del siglo XVIII...Este sentimiento contradictorio y equívoco, con el que los ecuatorianos nos hemos habituado a vivir, curiosamente posee su lado enigmático y luminoso.” Como los mejores escritores de su país, Vásconez ha remontado la pesadumbre geográfica, y es de los que mayor horizonte ha abierto para sus lectores.  No es casual, por ello, que la diáspara ecuatoriana, hecha de varias migraciones traspuestas, se encuentre ahora con sus ficciones, donde el Ecuador ocurre como un escenario que se despliega,  imaginativamente. 

 

No está solo en esa navegación contra la corriente. Acabo de compilar una amplia antología de cuento ecuatoriano que me ha permitido poner al día mis lecturas de tres grandes narradoras de ese país, Hilda Holst, Liliana Miraglia y Gabriela Alemán; recuperar, además a escritores de aliento y destreza poética, como son Leonardo Valencia y Abdón Ubidia; y, sobre todo, sumar a novísimos narradores, de talento, ironía y gracia. Los relatos de Javier Vásconez son un feliz tránsito hacia las otras orillas que el cuento abre en la geo-grafía. Para los más jóvenes es ya un geo-graffiti.

 

Este martes 15 se presenta en el Centro de Arte Moderno, en Madrid (Galileo 52) un libro-objeto con el manuscrito de uno de los relatos más celebrados de  Vásconez, “Un extraño en el puerto” (publicado por Alfaguara en un tomo que lleva ese título, en México, 1998). Y la ocasión es buena para volver a ese puerto dotado por el escritor a un Quito libre, por fin, de la geografía.  En ese bautizo del libro que es un puerto, estará su autor, recién desembarcado. 

 

“Un extraño en el puerto” se despliega en nuestra lectura como una ciudad de los espejismos. Pocas veces la narración depende tanto de su lectura, como si el cuento sólo pudiese existir en la leve suspensión de nuestro asombro. La mirada palpita en este relato como el eje del claroscuro de una escena ritual y vital, donde se decide el sentido de los comienzos sin final posible, de procesos revelados como rutas de acceso del deseo y su ritual convocatorio.

 

Leyendo este cuento insondable uno abre otras puertas de la ciudad virtual, aquella que se debe a la magia urbana del azar, que ya no es nuestra, ni siquiera del habla que puntualmente la asedia. Las palabras son la materia emotiva de la que está hecha tanto la ciudad como nuestra aventura.

    

Un cuento que se hace mientras se escribe y se rehace mientras se lo lee, se resuelve, finalmente, como la construcción de una mirada que desde el crepúsculo comprueba que el velo de la melancolía (la distancia acrecentada ente el deseo y lo real) cae sobre la página.  Esa sombra prolongada es la tinta del duelo, la herida de una pérdida. El  “extraño” es el viajero que desembarca con una carta en la mano para el narrador. Ese personaje anuncia la misión poética de recrear la voz narrativa. Pero al narrador sólo podría salvarlo la perspectiva de una mirada alternativa, más libre que la geografía y más grande que los nombres.Sueño, pesadilla, imaginación, son los actos de un pensamiento sobre el narrador como producto de su relato.

 

Este “extraño en el puerto" es, al final, el mismo autor, Javier Vásconez, en una de sus voces más arriesgadas al sobresalto estético de lo nuevo.  O, para el caso, cualquier lector es el autor de su propio extravío en las voces de una Ciudad sin mapa. Al final, el narrador no es sino el pretexto que tiene una ficción para convertirse en real.

 

Y todo ello para que un barco atraque en el muelle de una ciudad, Quito, que no tiene puerto. Todo para que lo imposible sea sólo improbable, y en esa brecha vuelva María, recuperada por el deslumbramiento del deseo, aunque perdida para siempre en el sueño de "una espera de algo que nunca iba a llegar."

Pero lo que llega y está aquí para siempre es este relato haciéndose cargo de la rebeldía mayor:rehacer las tiranías de lo real con el desmentido dellenguaje. 

 

    

 


[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
7 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Retóricas de la desmesura

No son muchos. Tal vez cientos de miles en un país de millones. Un ínfimo porcentaje de la población en cualquier caso. Pero saben lo que quieren, como si se tratara de una revelación divina -no por casualidad son incapaces de separar la religión de la política-, como si un profeta les hubiese susurrado al oído. Si de algo se enorgullecen, es de sus convicciones monolíticas, de su tesón, de su fe. Amparándose en el mito de los Padres Fundadores, no están dispuestos a ceder o a negociar un ápice. Poseen el predominio de la verdad y, como los fundamentalistas de cualquier parte -los islamistas del entorno árabe y persa, los neofascistas y neoanarquistas del nuestro-, están dispuestos a inmolarse por su causa -o a sacrificar a los demás.

            Se llaman de mil maneras y adquieren mil rostros diversos (a veces al aire libre, a veces encapuchados), pero sus consignas son las mismas: jamás retroceder -gritado con iguales dosis de histeria y de orgullo-, nunca dar un paso atrás. Son radicales. Para ellos, la democracia liberal es una engañifa, un ciclorama que oculta un régimen oligárquico, en el que todas las decisiones son tomadas por unos cuantos actores tras bambalinas (aquí no yerran del todo). Adeptos a las teorías de la conspiración y provistos de una alergia visceral hacia cualquier forma de gobierno, sueñan con un mundo desprovisto de leyes -o con las escasas leyes que ellos impondrían.

            Dostoievski los describió a la perfección en Los endemoniados, por más que ahora no sean quienes arrojan bombas, al menos en Occidente: irascibles, iluminados, puros. Es posible hallarlos en casi cualquier sitio, aunque en muy pocos casos logran decidir la agenda pública, como ocurre hoy en Estados Unidos. Desde hace años se han agrupado allí en pequeños clubes, sumados en el movimiento denominado Tea Party. Y, aunque son unos cuantos, al día de hoy han sido capaces de capturar -de secuestrar- a todo el país. Inspirados tanto en las ideas libertarias de Ayn Rand, Hayek ( "el Estado es el problema, no la solución") o Friedman ( "las ventajas de la civilización... jamás han provenido de un gobierno centralizado") como en el más pedestre populismo de derechas o en los sermones de los cristianos renacidos (con su lectura literal de la Biblia y su odio a Darwin), se han adueñado del Partido Republicano.

Así, sin que exista una auténtica crisis de deuda pública, han conseguido el cierre de la administración federal sólo por motivos ideológicos. En su rechazo frontal contra el Estado, al que consideran fuente de todos los males y perverso destructor de la iniciativa individual, la reforma sanitaria propuesta por el presidente y validada el Congreso y la Suprema Corte les parece el mayor atentado contra la libertad y, a fin de combatirla, han secuestrado a toda la nación. Lo más lamentable es que John Boehner, el vocero de la Cámara de Representantes, haya aceptado seguirles el juego. Temerosos de ser vistos como blandos y de perder los distritos controlados por el Tea Party, los líderes republicanos se pliegan a sus designios, provocando que Estados Unidos luzca, según el líder de la mayoría demócrata en el senado, como una "república bananera". Ésta es la terrible consecuencia de que, a lo largo de los últimos años, el G.O.P. no haya sabido distanciarse de estos radicales sino que, en contra de toda lógica, haya enarbolado su enardecida retórica, que no ha tardado en convertirse en el discurso oficial del Partido.

            En su dogmático frenesí, el Tea Party considera que Obama es su mayor enemigo y no ha dudado en calificarlo de "comunista", de "musulmán", de "dictador", de "terrorista". Los discursos de sus miembros no se ahorran mentiras y exageraciones, repetidas hasta la saciedad por medios conservadores como Fox o comentaristas ultramontanos como Glenn Beck, los cuales apenas se sonrojan al comparar a Obama con Lenin o Stalin. Debido a ello, ahora los republicanos son incapaces de deshacerse de estos agitadores, que los tienen atrapados por el cuello mientras Estados Unidos acelera su descomposición como potencia global.

            La enseñanza es clara: nada hace tanto daño a un país como la polarización retórica de su discurso público. En nuestro país aún no padecemos una desmesura equivalente, pero hay que estar alerta para que los excesos verbales no contaminen a sectores más amplios. Porque el peligro se encuentra ya aquí, en algunos medios de comunicación y en las redes sociales. Basta observar cómo los radicales de un lado exigen el exterminio de los maestros de la CNTE o los comparan con parásitos, o cómo los radicales del otro comparan al actual régimen con el de Pinochet o igualan a Peña Nieto con Hitler, para saber que pisamos terreno frágil. Si unos pocos iluminados han conseguido paralizar la administración estadounidense, imaginemos lo que podría ocurrir en México si la histeria retórica de unos y otros llegase a extenderse más entre nuestros desgastados y zozobrantes partidos.

 

Publicado en Reforma, 06.10.13

 

Twitter: @jvolpi

 

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
6 de octubre de 2013
Blogs de autor

Joseph Mitchell: El fantasma de los pasillos del New Yorker

Joseph Mitchell fue el más tímido de los reporteros audaces, el más mentiroso de los sinceros, el más enigmático de los transparentes.

Nació hace casi cien años en un pueblito agrícola de Carolina del Norte llamado Fairmont, donde dice que aprendió su sabiduría más preciada: el arte del humor negro, humor de tumba o de cementerio (graveyard humor). Se lo enseñaron las duras, flacas, erguidas mujeres del matriarcado donde creció. Sobre todo su tía Annie, con quien iban en procesión al cementerio para el paseo sabatino. Se paraba frente a cada tumba y le contaba a su familia la historia de los muertos.

A todos los conocía, y los niños la escuchaban en un silencio reverencial. De muchos decía: “Era tan malo que no sé cómo lo aguantaba su familia”. De los demás, resoplaba: “Era tan bueno que no sé cómo aguantaba él a su familia”.

Esta la historia la cuenta, con su característico humor de cementerio, en la introducción a Up in the Old Hotel, lo más parecido a sus obras completas. El libro, una maravilla de 716 páginas, contiene sus cuatro libros que a su vez son una amplia antología de sus sesenta años de carrera en la revista New Yorker.

Armado sólo con su ácido sentido del humor y una capacidad innata para encontrar personajes extraños o entrañables, ganarse su confianza, escucharlos con oído absoluto y escribir sobre ellos con punzante piedad, Mitchell llegó a Nueva York en medio de la gran depresión, trabajó ocho años en algunos de los grandes diarios de la ciudad y encontró su casa por más de seis décadas en New Yorker, donde publicó todos sus grandes perfiles. 

*          *          *

Los personajes, las escenas y los escenarios de Mitchell no tienen ni la apariencia de ser noticiosos. Prácticamente no hay políticos, aventureros audaces, artistas de renombre o escritores famosos. Las escenas no empiezan ni terminan, flotan en el aire, como trozos mal cortados de realidad, como las conversaciones que escuchamos en el autobús, que no tienen forma aparente, que comenzaron antes de que nos subiéramos y que seguirán después de que nos bajemos. Casi no hay drama, tragedia de la que llorar ni comedia de la que reír. Es, como dice Mitchell que aprendió de su tía, humor de cementerio.

Tomemos, por ejemplo, a viejo Flood, un contratista de demoliciones retirado, de 93 años, de ascendencia escocesa-irlandesa, que disfruta comiendo pescado que compra temprano en la mañana en el mercado de pescadores de Fulton, bebe ingentes cantidades de whisky, habla con lenta ironía hasta por los codos, es rabiosamente verdadero y nunca existió. Es un ‘composite’ armado con las historias de decenas de viejos con los que Mitchell pasó horas y horas.

¿Es esto lícito? Sí, si el juego es transparente y los lectores entran en él. En este juego, pocos fueron tan grandes maestros como Joseph Mitchell. Por eso pudo, al final de su larga carrera, entregarnos la fábula más extrema del personaje que no sólo se columpia en el límite entre la realidad y la ficción, sino que juega permanentemente con su propia naturaleza real o ficticia.

El secreto de Joe Mitchell

En 1942, en plena época de su escritura de perfiles reales de personajes de las calles de Nueva York, Mitchell se encuentra con su personaje más entrañable y misterioso. Es un viejo vagabundo barbudo y oloroso a vino barato y agrio de no bañarse. “Joe Gould es un hombrecito esmirriado que adquirió cierta fama en cafeterías, comedores, bares y botaderos del Greenwich Village durante un cuarto de siglo. A veces alardea de que es el último de los bohemios. ‘Todos los demás se fueron por la alcantarilla’, dice. ‘Algunos están en la tumba, otros en el loquero y algunos en el negocio de la publicidad’”.  

Así comienza El profesor Gaviota, uno de sus más exitosos perfiles de los cuarenta en el New Yorker. El personaje era un típico descubrimiento de Mitchell y su revista. Un personaje anónimo de la ciudad que todos ven pero en quien muy pocos reparan, y en quien ningún periodista que se precie en los grandes diarios pensaría que merece un perfil periodístico. Pero Joe Gould representa la calle, la erudición sarcástica, el descreimiento radical del Nueva York de mediados de siglo.

Para escribir su perfil, Mitchell lo persiguió por toda la ciudad y alrededores, lo escuchó por horas, le preguntó infructuosamente por hechos y detalles de su vida. Joe Gould le contaba que estaba escribiendo la obra que finalmente le daría la fama que creía merecer: está componiendo la gigantesca Historia Oral del Village. En cientos de cuadernos anotaba historias, anécdotas, datos, citas célebres, descripciones de personajes, momentos y escenas, y con todo eso no le faltaba mucho para terminar de componer el libro que, cuando se publicara, los haría a todos famosos.

El profesor Gaviota es una preciosa miniatura de un personaje menor, contado con arte y gracia. Gusta y atrapa, pero no vuela.

*          *          *

Pasaron los años, el método de entrevistar de Mitchell se fue haciendo más sinuoso y profundo, su estilo más reflexivo y ensayístico, y cuando vuelve a encontrarse con la historia de Joe Gould, descubre que el hombrecillo era mucho menos de lo que antes pensaban él y sus amigos (no estaba escribiendo ninguna gran Historia Oral que lo sacara de la calle y le diera la fama), pero al mismo tiempo, mucho más de lo que había visto 26 años antes.

Con el viejo Gould ya muerto y enterrado, Joe Mitchell se lanza a contar otra vez su historia. Y esta vez es una historia distinta, más amarga, menos apegada a las mentiras blancas que contaba el mendigo para obtener dinero y cobijo contra el frío y la nieve, pero al mismo tiempo más humana y universal.

En su segundo texto, Mitchell cuenta cómo conoció a Gould en 1932, cómo el pícaro homeless se dio cuenta rápidamente que el periodista bien vestido buscaba personajes para retratar y que si se hacía el interesante y le daba historias que despertaran su apetito, podría pedirle que lo invitara a comer, pedirle préstamos y hasta conseguir que lo convidara a dormir las noches más frías. Con Mitchell y con los poetas y aspirantes a artistas de algún tipo que pululaban por el Village Gould se transformó en una especie de bufón.

Claro, debía ser un bufón a medida de sus patrones, un espejo de lo que ellos querían oír, de lo que esperaban descubrir. En esos tiempos Nueva York se transformaba cada día en el imán de atracción de un ejército de bohemios de todo Estados Unidos y gran parte del mundo, supuestos artistas que querían verse como genios y querían ver la ciudad que los rodeaba como cool y con clase. Una ciudad donde hasta los mendigos recitan aforismos y escriben la Historia Oral de ellos mismos.

El secreto de Joe Gould, como el secreto último de los grandes perfiles, es que los personajes más interesantes son como espejos deformados, donde nos miramos a nosotros mismos y nos entendemos mejor al percibir las deformidades que buscamos para reconocernos. Joe Gould era un farsante, un mentiroso, un vendedor de sí mismo que engañaba a todos con la supuesta escritura de un libro que no existía. ¿Pero cuántos escritores, incluso famosos y exitosos, no tienen algo o mucho de Joe Gould?

*          *          *

Al final, el Joe Gould que no estaba escribiendo su gran Historia Oral terminó siendo mucho más interesante y revelador que el que parecía que sí estaba abocado a su magna labor.

Y al final Joseph Mitchell se vio absorbido, secuestrado por el espíritu de su personaje. Después de El secreto de Joe Gould no volvió a escribir sus grandes y perfectos perfiles de pequeños personajes anónimos. Por años no escribió ni una línea. Cuando entraban a trabajar a la gran revista semanal, muchos reporteros y editores jóvenes del New Yorker le preguntaban a la secretaria que quién era ese viejo pelado, barrigón y con abrigo de hacía treinta años que pululaba por los pasillos con las manos agarradas detrás de la espalda.

 Era el viejo Mitchell, a quien los nuevos directores dejaban pasearse por la redacción como un fantasma, tal vez esperando a que se le acabara la sequía y volviera a teclear, o tal vez soñando con que su inmenso talento se desparramase y entrase por ósmosis en la piel dura y fría de los nuevos periodistas, ambiciosos y soberbios, que estudiaron en las grandes universidades pero que nunca aspiraron como el gran Joseph Mitchell el aroma de la madrugada en el viejo mercado de Fulton, donde los peces agitaban la cola con desesperación en sus resbaladizas canastas de paja.

Leer más
profile avatar
6 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Sociofobia

 

Por razones de longitud, y porque se salía de mi esquema habitual de trabajo en este blog, les remito a mi bitácora de siempre, Diario de Lecturas, donde he colgado una larga reseña del último e interesante ensayo de César Rendueles, "Sociofobia" (Capitán Swing Libros). Aquí el enlace:

http://vicenteluismora.blogspot.com.es/2013/10/sobre-sociofobia-de-cesar-rendueles.html



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
5 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Subsidiariedad irresponsable

No eran emigrantes. Eran fugitivos. No huían solo de la pobreza y de la falta de horizontes vitales. Lo que les hizo correr y salir a toda prisa de sus países es la muerte, por el hambre o por la guerra. No venían del Magreb decepcionado por el fracaso de las revueltas árabes, asolado por el paro juvenil y machacado por el rigorismo islamista. Llegaban directamente de Eritrea y de Somalia, dos Estados fallidos, países en trance de muerte donde ya no es posible seguir viviendo. Doscientos de ellos fueron a naufragar y a morir ahogados en la costa europea más cercana a la pequeña isla italiana de Lampedusa, donde el papa Bergoglio había pronunciado cuatro meses antes sus palabras exactas sobre la ?globalización de la indiferencia?.

Estas desgracias son el pan de cada día en un mundo desgobernado donde funciona la subsidiariedad irresponsable: que cada uno se apañe con sus problemas aunque el origen de los problemas sea responsabilidad de todos. Así se gobierna la globalización, con la indiferencia ante el destino de unas poblaciones dejadas de la mano de Dios. Así hemos abandonado entre unos y otros a países como Eritrea y Somalia, que solo interesan cuando se trata de combatir la piratería y garantizar la seguridad de nuestro tráfico marítimo, nuestros suministros energéticos o nuestra pesca.

El principio de subsidiariedad que rige en las relaciones entre los distintos niveles de Gobierno, desde el más pequeño municipio hasta el de mayor rango, como son las instituciones de la Unión Europea, exige que las decisiones se tomen y se apliquen donde sea más acorde a las necesidades de los ciudadanos. Pero la inversión y la perversión de esas reglas de buen gobierno está induciendo a que cada nivel de Gobierno, suficientemente ocupado en lo suyo, se desentienda o no ponga medios suficientes para resolver las dificultades que tienen los otros niveles. Y así está sucediendo con la inmigración que llega a Europa.

Lampedusa se está convirtiendo en un inmenso cementerio con los centenares de tumbas anónimas que acogen los cuerpos de náufragos ahogados frente a sus costas. ?¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla??, ha clamado Giusi Nicolini, la alcaldesa de la isla, dirigiéndose a las autoridades europeas. ?Venga a contar cadáveres conmigo?, le ha dicho a su primer ministro, Enrico Letta. Al final, Lampedusa se siente sola y desasistida por Italia, y a Italia le pasa lo mismo respecto a la Unión Europea y a los países de la Europa del norte. Los jóvenes en paro, los ancianos desasistidos y los inmigrantes sin papeles son las principales víctimas de esa subsidiariedad irresponsable que rige en nuestro mundo ingobernado, gracias a esa globalización de la indiferencia tan bien descrita por Bergoglio. Y su emblema es la isla de Lampedusa, donde también naufragan los valores europeos. 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
5 de octubre de 2013
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.