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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Asia a un lado, al otro Europa

Un simple túnel ferroviario puede convertirse en todo un símbolo. Es lo que ocurre con el Marmaray, el enlace directo por ferrocarril entre las dos orillas del Bósforo inaugurado el martes por el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, en el 90º aniversario de la fundación de la República turca. Esos 1.400 metros de túnel submarino son mucho más que una conexión rápida entre las dos orillas de la metrópolis de Estambul. Enlazan directamente por tren la península asiática de Anatolia y el continente europeo sin necesidad de la circunvalación por el Caúcaso, y se añade a los dos puentes colgantes para tráfico automovilístico actualmente existentes.

La próxima semana se reanudan las tormentosas negociaciones de adhesión de Turquía a la Unión Europea, tras tres años de bloqueo, aunque nadie cree ya en un horizonte de adhesión a una UE desorientada y fragmentada y sin ganas para nuevas ampliaciones. Pero la acción de las obras públicas sobre la realidad geofísica sigue en la misma dirección de adhesión europeísta emprendida por Turquía desde la desaparición del imperio otomano; como prueba, este nuevo túnel intercontinental por donde circularán trenes de alta velocidad que en un futuro no muy lejano conectarán Pekín con Londres.

A esta misma realidad pertenece la enorme metrópolis estambulita, con sus 16 millones de habitantes desparramados sobre las dos orillas del Bósforo, capital europea de un islamismo democrático que alardea de modernidad tecnológica y eficacia económica. En los mismos días de la inauguración ha empezado a aplicarse el paquete de medidas democráticas presentadas por Erdogan en respuesta a las protestas de junio y julio en Estambul, que impugnaron su estilo autoritario en la aplicación de un plan de reforma urbana. Dicho paquete incluye gestos hacia las minorías y nuevos avances en el uso público del velo islámico, autorizado ahora en el Parlamento y en la función pública, a excepción de jueces, policías y militares.

El islamismo político ha sufrido un durísimo revés en Egipto, donde los militares le han arrebatado el poder obtenido en las urnas. Exactamente lo contrario de lo que sucede en Turquía, donde su amigo y aliado Erdogan exhibe una desenfrenada ambición: para sí mismo, de perpetuarse en el poder, y para su país y para Estambul ?la megalópolis de la que fue alcalde?, de liderazgo, no tan solo regional. Nuevos túneles y puentes e incluso un canal artificial alternativo al Bósforo se hallan entre los proyectos megalómanos que tiene en cartera.

Nada sirve mejor a los ensueños de transformación que bullen en la cabeza de los políticos como la superación de los obstáculos geofísicos. Así es como Erdogan está resucitando la idea de una hegemonía neootomana por la pacífica acción geopolítica que permiten las obras públicas.



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2 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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72. Bibliomaquia con Pérez Galdós e Isaac Rosa

Concluyo diciendo que el presente estado social, con toda su confusión y nerviosas inquietudes, no ha sido estéril para la novela en España, y que tal vez la misma confusión y desconcierto han favorecido el desarrollo de tan hermoso arte (p. 34) / (...) el capitalismo se tambaleaba, era el fin de una época (p. 102) / Se puede tratar de la Novela de dos maneras: o estudiando la imagen representada por el artista, que es lo mismo que examinar cuantas novelas enriquecen la literatura de uno y otro país, o estudiar la vida misma, de donde el artista saca las ficciones que nos instruyen y embelesan. (p. 24) / El relato de nuestras vidas podría resumirse en la prosa de un currículum vítae: un par de folios apretados que enumeraban los episodios breves, la discontinuidad, las veces en que caímos, nos levantamos, empezamos de cero, cambiamos de empresa, de trabajo, de actividad, de formación, de compañeros, de casa, de ciudad, de pareja, de amigos (p. 103) / Examinando las condiciones del medio social en que vivimos como generador de la obra literaria, lo primero que se advierte en la muchedumbre a la que pertenecemos es la relajación de todo principio de unidad. Las grandes y potentes energías de cohesión social no son ya lo que fueron, ni es fácil prever qué fuerzas sustituirán a las perdidas en la dirección y gobierno de la familia humana (p. 25). / El dinero, por ejemplo, era central, ahora lo entendemos así pero entonces no lo veíamos, no lo nombrábamos, porque era natural, era el aire que respirábamos. Sin él nos asfixiábamos, claro, pero fueron años de buena ventilación, la mayoría no lo teníamos en abundancia pero sí suficiente y, más importante, con la expectativa verosímil de que aumentase. (pp. 51-52). / Podría decirse que la sociedad llega a un punto en su camino en que se ve rodeada de ingentes rocas que le cierran el paso. (p. 26). / Y menos mal que el tren llegaba a la estación (...) porque si hubiese más estaciones por delante se le aparecería en el ventanal la vida por venir, los años en que tendría que empezar de cero cada mes buscando algo con que completar los ingresos necesarios para llegar al final y luego empezar otro mes, y así un escalón tras otro durante cuántos años, hasta qué edad aguantaría sirviendo desayunos, hasta qué edad la seguirían llamando, qué vendría después (p. 121). / (...) los más sabios de entre nosotros se enredan en interminables controversias sobre cuál pueda o deba ser la hendidura o pasadizo por el cual podremos salir de este hoyo pantanoso en que nos revolvemos y asfixiamos (p. 27) / (...) nuestras vidas en aquellos años podrían contabilizarse, monetizarse, dejarían un rastro de billetes arrugados y monedas sin brillo allí por donde pasamos, como una huella de baba, la vida resumida en apuntes bancarios, ingresos, reintegros, pagos, recibos, un deambular frenético de hormigas sin un momento de descanso, dejando cada mañana en las sábanas el malestar acumulado como un residuo tóxico, como una secreción nocturna, para que el contador luminoso no se detuviese y prolongase su girar de dígitos como un metrónomo irresistible (pp. 48-49) / se advierte la descomposición de las antiguas clases forjadas por la historia (...) la llamada clase media, que no tiene aún existencia positiva, es tan solo informe aglomeración de individuos procedentes de las categorías superior e inferior, el producto, digámoslo así, de la descomposición de ambas familias (pp. 27-28) / Consumíamos menos, sí, pero consumíamos. Aunque fuese barato seguía siendo consumo, nos mantenía vivos: la cerveza internacional era de marca blanca, películas y series descargadas, aplicaciones gratuitas en el teléfono, vino de oferta, bares más económicos, ropa comprada en tiendas de liquidación de fábrica, mercadillos, vacaciones en la segunda vivienda de nuestros padres o en el pueblo familiar o en casas intercambiadas en otras ciudades. Aquellos relámpagos de felicidad también nos empujaban a seguir corriendo, y nos convencían de que en el fondo todo volvería a ser como antes, la máquina reanudaría su avance, el contador recuperaría su marcha. (p. 138) / en esta muchedumbre consternada, que inventa mil artificios para ocultarse su propia tristeza (p. 27) / quién propuso construir una habitación oscura (p. 26)  / diciendo que no han visto más que tinieblas (p. 27) / cuando esta última reunión a oscuras se convierte en un viaje en el tiempo, cuántos de nosotros nos cruzamos en un mismo recuerdo (p. 19) / todos, en fin, nos lamentamos, con discorde vocerío, de haber venido a parar a este recodo, del cual no vemos la manera de salir, aunque la habrá seguramente, porque aquí no hemos de quedarnos hasta el fin de los siglos (p. 27) / Quién nos iba a decir que la habitación oscura acabaría convertida en un escondite (...) como si esta invisibilidad y este silencio fuesen a durar para siempre (p. 135) / el Arte nos ofrece un fenómeno extraño que demuestra la inconsistencia de las ideas en el mundo presente (p. 29) / Cruzó el parque, se sentó en un banco pero se vio a sí mismo en una imagen tópica y patética, el derrotado que todavía con la corbata puesta se adormece mirando las palomas (p. 116) / Pero no creáis que de lo expuesto intentaré sacar una deducción pesimista, afirmando que esta descomposición social ha de traer días de anemia y muerte para el Arte narrativo (...) Y nadie desconoce que, trabajando con materiales humanos, el esfuerzo del ingenio para expresar la vida ha de ser más grande, y su labor más honda y difícil, como es de mayor empezó la representación plástica del desnudo que la de una figura cargada de ropajes (p. 32) / No, ya no nos creíamos inmortales. Pero todavía estábamos vivos. Ya no mirábamos el derrumbe con fascinación, ya no éramos turistas de guerra: algunos proyectiles nos rozaron, hubo edificios que se desplomaron demasiado cerca y su polvareda nos tiznó la garganta, algunas caídas dejaban más que magulladuras, heridas que se infectaban (p. 136).  / Y al compás de la dificultad crece, sin duda, el valor de los engendros del Arte, que si en las épocas de potentes principios de unidad resplandece con vivísimo destello de sentido social, en los días azarosos de transición y de evolución puede y debe ser profundamente humano. (p. 32)

 

 

 

[Los párrafos o frases en cursiva pertenecen a Benito Pérez Galdós, La sociedad presente como materia novelable (discurso de 1897, en la edición de Biblioteca Nueva, 2013); los textos restantes corresponden a la última novela de Isaac Rosa, La habitación oscura (Seix Barral,  2013)].



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2 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La estética es medicina

Es duro decirlo, pero no es la ética sino la estética quien avanza, paso a paso, para apuntalar este mundo que se desmorona. Ya parece que no hay dinero para casi nada, pero se ha reforzado, en notables porciones, una parte importante del buen gusto. Tampoco ha desaparecido, sin duda, el mal gusto y la extrema ordinariez, pero cada vez se hace más evidente que los nuevos negocios que logran triunfar -grandes o pequeños- se caracterizan por poseer un buen estilo y despertar interés por la belleza que inculcan a sus locales o a sus mercancías.

H&M no se ha conformado con ganar mucho a partir de sus diseños y bajos precios sino que ha creado COS, una cadena que luce mejorando superlativamente la dignidad estética de su oferta y de paso de toda su querida clientela. Y algo semejante, en otro sector, podría decirse de Petra Mora, una creación de Bimba & Lola que en el ramo de la alimentación (dulces y postres) ha mimado los envases con un gusto que redondea el gozo de la compra.

En muebles, Habitat es ya aburrida e Ikea, que acaso no lo había dado todo de sí, ha decidido popularizarse hasta caer con frecuencia en la nada. La firma Hay, sin embargo, forma parte de los nuevos brotes que, en este caso, añade, recreando el mueble danés de los cincuenta-sesenta, calidad estética a una silla, un sofá o una alfombra, sin exagerar el precio.

Vivir entre la fealdad es igual a vivir entre basuras. Birrias y desechos han formado parte del arte en los últimos lustros del siglo XX, justo cuando la prosperidad era igual a la acumulación y Damien Hirst, entre muchos otros, componía su obra con bolsas de Doritos, pieles de plátanos, condones y envases de plástico. La rudología sería así la rama del arte que trata apasionadamente el detritus y que, próxima al feísmo, ha ocupado buena parte del arte contemporáneo, cuando el dinero líquido y abundante cubría la sociedad de barrocos excrementos.

¿Una nueva y sana moralidad ahora? El descrédito de la ética ha propiciado el importante quehacer de la estética y desde Muji a Le pain quotidien, desde las cosas, una a una, a los espacios envolventes, el conjunto industrial y comercial se ha estilizado. Estilizado en su doble acepción de compostura y despojamientos superfluos.

Locales de copas, de prendas deportivas, de artefactos informáticos, han ido transformando sus establecimientos, antes solo instrumentales, en ámbitos emocionales.

No siempre sucede así, desde luego, pero si, por ejemplo, pensamos en el fenómeno de las bicicletas, ¿cómo no quedar deslumbrados de su explosivo renacimiento no ya sólo ecológico sino, especialmente, ecoestético?

Una nueva tienda de bicicletas en Barcelona, París o Madrid, desde Slowroom a Ciclos Noviciado, es tan estimulante como visitar una buena galería de arte. O más, porque el arte se ha filtrado con ímpetu incluso más fuerte que en los también deprimidos años treinta, en los utensilios domésticos y en los coches, en las motocicletas, las mochilas o los carritos de bebés, productos que han mejorado en su función ergonómica pero, sobre todo, en su morfología de seducción.

Claro que la fealdad permanece y sigue trabajando a destajo. Amenaza incluso con rodearnos en cadena, puesto que pronto llegarán los almacenes norteamericanos Forever 21, colmo del más infame low cost. ¿O qué decir ahora mismo de los abyectos bocadillos que venden a bordo de los aviones o de los torturadores uniformes que visten las empleadas de El Corte Inglés?

La fealdad se pega con temible facilidad sobre la arquitectura de bares y casas particulares, pero acaso pocas veces se ha tenido una conciencia más limpia para la acción arquitectónica que hoy, en los pocos edificios sociales que se proyectan. Pero además no se trata ahora, como antes, de trabajar a través de un severo compromiso político, ético o humanista sino, en buena parte, hay que decirlo, mediante la encantadora y curativa potencia de su estética.

(El País, 28/9/2013)



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1 de noviembre de 2013
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Asuntos metafísicos 21. Individualidad, causalidad y realismo

En la columna anterior dado un avance sobre el principio ontológico fundamental de  contigüidad- localidad el cual, a modo de una de esas "ideas que somos" de Ortega, rige en todo momento  nuestras relaciones con el entorno físico, sin necesidad alguna de  que tal principio sea objeto de reflexión consciente. Señalaré de pasada que ni siquiera  la creencia en los poderes mágicos pone en cuestión la certeza de que la naturaleza está regida por la contigüidad. Al  contrario: estamos bien seguros de que el mundo está hecho de tal manera   que   agujereando la cabeza reproducida de nuestro enemigo ausente no tenemos influencia física alguna sobre el mismo, y por ello mismo recurrimos  a los   poderes del mago, los cuales son literalmente sobrenaturales. Volveré sobre este poder de los principios ontológicos, tras introducir hoy tres más de entre los mismos.

                                                                 ***

La tierra y la luna se influyen mutuamente, influencia reflejada por ejemplo en el fenómeno de las mareas, y cuando reflexionamos sobre esta influencia mutua estamos pensando en el complejo tierra-luna como un todo. Ello sin embargo no nos hace pensar que la tierra y la luna han dejado de existir como entidades separadas y que han perdido   sus propias determinaciones. Cada una de ellas tiene  en cada instante una posición en relación al sistema solar y asimismo una velocidad, es decir: seguimos considerando a la tierra como una cosa dotada de propiedades que forman un individuo,  o sea,  un conjunto unificado o  indiviso, separado de ese otro conjunto indiviso que es la luna. Principio de individualidad  que asimismo (basta reflexionar un instante) está implícito en nuestro lazo inmediato y cotidiano con el entorno natural.

                                                            ***

Sabemos que el alcohol que estamos ingiriendo nos producirá muy probablemente una crisis hepática, y al no dejar de ingerirlo tenemos quizás el molesto sentimiento de que nosotros mismos estamos siendo la causa  de nuestro (lamentable) estado futuro. Pero una vez  inmersos en la  resaca no tenemos la menor esperanza de poder influir  sobre la situación que la provocó. Interna certeza de la imposibilidad  de   intervenir sobre el pasado, que, junto a la certeza de que todo lo que acontece tiene causa,  da testimonio   de nuestra profunda interiorización del principio de causalidad.

                                                            ***

Ante ese malestar provocado por  haber inerido alcohol, constatamos que fue un alivio el tomar un caldo de verdura y  así, en la siguiente ocasión, volvemos al mismo remedio, dando por supuesto que, siendo las circunstancias coincidentes, los efectos del caldo en nuestro cuerpo  también lo serán. Y de no darse el resultado,  concluiremos  que  en realidad estábamos equivocados, diremos  o bien  que  las condiciones  de nuestro organismo diferían, o bien que al caldo le faltaba o  sobraba algún ingrediente. Esta razonable conclusión significa simplemente que funcionamos en conformidad al principio de determinismo,  por el cual el devenir de dos cosas o circunstancias idénticas  es  asimismo  idéntico,  salvo intervención desconocidas variables en el arranque, con lo cual la aparente identidad sería mera similitud, o de influencias exteriores en el proceso.  Y en su vertiente cognoscitiva este principio nos dice que si tuviéramos el conocimiento de todas las variables en el arranque de un proceso no sometido a nuevas influencias (ese proceso que constituye el mundo por ejemplo) podríamos prefijar cada uno de sus eventos. [1]

                                                            ***

En fin,  nos relacionamos con esas cosas del entorno dotadas de propiedades, con el sentimiento bien anclado de que las mismas no dependen de nosotros, contrariamente a     las representaciones que nos hacemos de ellas, las cuales obviamente no se darían sin nosotros, y  que en el mejor de los casos nos ayudan a relativizar la barrera que nos separa de las primeras. Las cosas, en suma,  tienen su ser y su devenir y seguirían teniéndolos,  aun en el caso de que no estuviéramos nosotros como testigos. Principio este de la independencia de las cosas en relación al pensar de las cosas, que lleva el nombre de realismo. Principio muchas veces puesto en tela de juicio en la historia de la filosofía,  aunque ha de quedar claro que no se pone en cuestión la apariencia del principio, es decir la diferencia entre la reductibilidad de nuestras representaciones y la irreductibilidad, la resistencia a nuestra subjetividad, de lo que tiene los caracteres de lo físico.

 


[1] Es casi obvio que el determinismo es dificilmente  compatible con el concepto de emergencia que nos ocupará aquí en su momento. A modo de avance,  y para calentar boca, voy a resumir una situación que desde luego resultará chocante. Consideremos múltiples copias de una partícula elemental (un conjunto de  electrones, o bien de neutrones, protones,  etcétera). Todas ellas  tienen las mismas propiedades intrínsecas,  y por consiguiente pueden ser consideradas idénticas. Ello puede extenderse también a una pluralidad de átomos idénticamente preparados,  según la jerga de los físicos. Se llama media vida ( half life) el tiempo  requerido para que una magnitud pierda la mitad de su valor. En   física la expresión se usa sobre todo para referirse a la desintegración radioactiva:  media vida es el tiempo requerido para que, dado un conjunto de átomos, la mitad de ellos se desintegre.. Sea pues un conjunto que ha sido preparado para tener una media vida -half life- de 30 minutos y consideremos dos de los átomos A B. Cuando hemos acabado la preparación podemos hablar en términos leibnizianos de que A B son indiscernibles, pues tal es el término para designar aquello que no es distinguible por ninguna nota intrínseca, de tal manera que su multiplicidad se explicaría sólo por las determinaciones espacio temporales, tal como lo entiende la mecánica clásica (veremos que con la cuántica ni siquiera esta vía está garantizada). Los dos átomos lo comparten todo, incluida la media vida del conjunto en que se inscriben. Esperamos pues a ver que pasa. Y puede perfectamente  pasar lo siguiente: el primero se desintegra a los 20 minutos y el segundo a los 45, es decir: siendo idénticas las circunstancias no hay identidad en el devenir (la media vida de 30 minutos se verifica para el conjunto, no para dos individuos) O en otros términos: la indiscernibilidad sincrónica (estaban preparados para decaer igualmente) se resuelve diacrónicamente: hay una diferencia entre ambos respecto al tiempo de la desintegración. ¿Cómo reaccionamos? Habrá dos maneras: una que intentará salvar el principio de determinismo, buscando la causa oculta,otra que sacrificará tal principio. Volveremos obviamente a este ejemplo y consideraremos asimismo otros que son problemáticos para los demás principios.  

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31 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El mapa secreto del poder mundial

Josep Pla clasificaba a la gente según tres categorías: amigos, conocidos y saludados. Los espías de Estados Unidos hacen algo similar a la hora de negociar sus asuntos: con los amigos establecen una cooperación que denominan exhaustiva, con los aliados una cooperación a la que llaman focalizada y con los saludados una cooperación limitada. El resto son rivales o directamente enemigos, sujetos a un espionaje total y sin relación cooperativa alguna.

Creemos saber mucho de los servicios secretos, pero también debiéramos saber que siempre será poco lo que sabemos en comparación con lo que no sabemos: the unknown unknown, "lo desconocido que no conocemos" con que Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Bush, se refería a las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Sabemos que el círculo más estrecho de los amigos de Washington se fraguó durante la Segunda Guerra Mundial, a partir de la Carta Atlántica, y fue luego denominada Five Eyes (Cinco ojos), un acuerdo entre estadounidenses y británicos para espiar sobre todo a los soviéticos, al que se añadieron más tarde Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Pero poco sabíamos, hasta la irrupción de Edward Snowden con sus documentos y sus revelaciones, de los siguientes círculos de conocidos y saludados de Washington.

Hay muchos mapas del mundo. El geográfico trata del emplazamiento y la extensión de los países y es absolutamente superficial, aunque nos orienta sobre la cuestión crucial del espacio geopolítico, su vecindario o sus fronteras. El demográfico también nos explica mucho sobre el poder potencial de los países, escaso para los que tienen una pirámide de población que envejece y mayor para los que poseen un ancho zócalo de población joven. El económico ?PIB, crecimiento, empleo, productividad? se acerca algo más a la realidad; como el militar ?tanques, aviones, flota, tropa, cabezas nucleares?, bien revelador en las zonas o puntos calientes. También sigue valiendo el político, con sus colores ideológicos, instituciones y sistemas de alianzas, a pesar de las crisis de gobernanza.

Todos nos dan alguna dimensión del poder efectivo de los países y de quienes los gobiernan, pero ninguno se acerca a la verdad desnuda de la dominación y de la hegemonía como puede hacerlo el mapa del espionaje. Es el único que describe con cierta exactitud las jerarquías y relaciones de poder, las dependencias y los intercambios, pero tiene el inconveniente de que es secreto y además inabarcable, gracias a la cantidad astronómica y creciente de datos que contiene desde que el Gran Hermano se ha asociado a los Big Data.

El vendaval levantado por las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje global tiene muchas derivadas, pero la más interesante, al final, es la vaga idea que nos proporciona sobre el mapa del poder mundial. Apenas hemos levantado la punta de esa gran alfombra que oculta la extensa y espesa capa de suciedad que acompaña al poder de los Estados, pero lo poco que nos dice explica mucho sobre las relaciones de poder entre ellos, las dependencias y subordinaciones y la profusa ración de engaño y de hipocresía que emplean.

Ya hemos visto que el círculo más estrecho alrededor de las 16 agencias de espionaje que tiene Washington es la alianza Five Eyes, con países de "largo historial de confianza mutua y de riesgos asumidos en su alianza con EE UU", según reza uno de los documentos filtrados por Snowden. Con ellos se establece una "cooperación exhaustiva" (comprehensive cooperation) que significa que comparten casi toda la información y teóricamente no se espían unos a otros sin permiso, con una salvedad: la regla básica de cualquier espía es que toda regla tiene su excepción y que la excepción siempre es más interesante que la regla. El filósofo del Derecho que sirve e inspira al espionaje es Carl Schmitt, inspirador del nazismo y autor de una sentencia capital: "Soberano es quien decide sobre el Estado de excepción". Hay pocas dudas de que jefes de Estado y de Gobierno de los Five Eyes se han espiado unos a otros. Apenas puede quedar duda alguna de que los que no pertenecen al primer círculo han sido espiados sistemáticamente, como Angela Merkel.

El segundo círculo es el de los aliados de la OTAN, entre los que se encuentran España y Alemania. Con ellos existe una estrecha cooperación, focalizada o centrada en los intereses estratégicos comunes, que no excluye que luego se espíen unos a otros. Según las revelaciones de Snowden, no están ni Francia ni Israel, países de larga tradición de espionaje, a los que sería una grosería y un imposible pedirles que no espiaran, y pertenecientes al tercer círculo, el de los saludados de Pla, donde se encuentran con India o Pakistán, todos ellos objeto de una cooperación limitada y de un espionaje masivo cuando conviene.

En parte se sabía y en parte puede leerse ahora en los papeles de Snowden, pero ahora hay algunas cosas nuevas que se deducen de esta vieja historia de espías aderezada por la novedad digital. Por ejemplo, que caben dudas sobre el emplazamiento de algunos países en un círculo o en otro de este infierno del espionaje. Pakistán oscila entre el círculo exterior de los enemigos, al lado de Rusia y China, y el de las amistades circunstanciales en que aparece ahora. Sus servicios secretos juegan siempre a las dos barajas, a diferencia de otros servicios secretos, que solo juegan a veces, muchas veces, a dos barajas. Francia e Israel debieran pertenecer naturalmente al segundo círculo y es difícil entender que Alemania no esté en el primero. De las dudas surge una conjetura sobre el actual conflicto: quizás el problema surge precisamente porque Alemania no quiere seguir estando en el segundo círculo. Al final, solo sabemos una cosa: que estamos inaugurando un nuevo orden en el espionaje y que, como no podría ser de otra forma, es expresión fiel de un nuevo reparto del poder mundial en el que indefectiblemente unos salen ganando y otros perdiendo. Adivinen quiénes.



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31 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Huesos en el jardín

Cuando en 2009, coincidiendo con la aparición de El hombre inquieto, Henning Mankell anunció que ése sería "lo último" del inspector Kurt Wallander las manifestaciones de pesar fueron unánimes y generalizadas, pero sin estridencias. Porque se veía venir.
Demasiados cafés y pizzas frías y a deshoras, aparte de las montañas de comida basura consumidas aprisa y corriendo, en cualquier sitio y de cualquier manera. Y demasiado whisky, también consumido de forma inmoderada y triste, más como quien se toma un jarabe que por degustar un exquisito regalo de los dioses. Además las mujeres no le soportaban, incluida su hija Linda, y años después de separarse de su primera y única esposa todavía le dolía saberla con otro, aunque tampoco hacía nada por resolver su situación personal.
Como cabe imaginar, era depresivo, sentimental y apenas luchaba contra la gordura, así como tampoco hacía nada por alejar, o al menos paliar, maldiciones como la diabetes que le acechaba desde tiempo atrás y que terminó por alcanzarle. Pero lo peor, de cara a la supervivencia me refiero, era su conciencia de que su tiempo había pasado porque el universo en su derredor había evolucionado mucho más deprisa que él y él, al fin y al cabo, era un simple policía de pueblo (Ystad, la ciudad más meridional de Suecia y donde transcurre gran parte de su vida profesional, apenas llega a los 20.000 habitantes, y tal vez por eso los complicados y crueles casos que Wallander debe solventar empiezan siempre en apartadas granjas diseminadas por los grandes bosques de Scania). Un hombre demasiado viejo y maleado para asimilar la tecnología punta de la que se vale actualmente la policía científica, o para recurrir a los métodos que se usan hoy en día cuando toca ir al choque de frente. En alguna entrevista Mankell ha señalado que releyendo ahora las historias de sus policías le parecen más como cerebros en funcionamiento que como hombres de acción.
Se veía venir, pues, y que en su última aparición lo dejásemos retirado, viviendo en el campo y convertido en abuelo parecía lógico. Tal vez, endosarle un alzheimer fue un tanto excesivo, o innecesario: todo el mundo sabía que no iba a disfrutar de una plácida vejez en el campo porque la catástrofe le aguardaba a la vuelta de la esquina, pero ponerle nombre y apellidos a la desgracia pareció indelicado.
Y de repente aparece un "nuevo" Wallander que no es una ocurrencia que haya tenido Mankell a destiempo, como quien acaba de despedirse para siempre de una vieja amante y llama de nuevo a la puerta porque a última hora se le ha ocurrido algo demasiado trascendental para dejar que se pierda en el silencio. Huesos en el jardín es un relato relativamente corto y lo escribió en 2003 por encargo de unos libreros holandeses que deseaban regalarlo a quienes comprasen otros libros de Mankell. Años después lo redescubriría Kenneth Branagh, el actor norirlandés que encarnaba a Wallander en la serie de la BBC. Cuando le pidieron permiso para convertirlo en un episodio más, Mankell lo leyó, vio que era bueno y dio su consentimiento para serializarlo y, después, publicarlo en forma de libro. Conociendo las cifras de ventas que alcanzan los libros de Mankell, uno no puede menos que recordar a Cassius Clay, ya viejo, gordo, cansado y sufriendo los primeros síntomas del alzheimer que ahora se le está comiendo la vida y diciendo:"No soy lo bastante rico para rechazar la indecente cantidad de dinero que me ofrece esta gente por pelear una vez más".
Sin embargo Huesos en el jardín no deja de ser un regalo inesperado. En su momento puede que resultase un tanto decepcionante porque entonces habían aparecido previamente La pirámide (1999) y Antes de que hiele (2002) y todavía se esperaban grandes cosas del desastrado policía pueblerino. Leído ahora, cuando parecía que ya nunca más se iba a enfrentar a un caso aparentemente irresoluble, la conciencia de estar recibiendo un regalo rebaja el nivel crítico y el lector da por bueno lo que hay. Qué tipo el viejo Wallander, capaz de sentir celos de su hija Linda porque sale con un policía. Como se decía antes, es de lo que no hay.

 

Huesos en el jardín
Henning Mankell
Traducción de Carmen Montes Cano
Tusquets



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31 de octubre de 2013
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Lengua mojada

DISCURSO EN EL ACTO DE INAUGURACIÓN DEL VI CONGRESO INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA
Panamá, 20 de octubre de 2013

Siempre me ha intrigado saber lo que es sentirse escritor de una lengua que tiene el país por cárcel, una lengua que no se habla más allá de las propias fronteras. Claro que el tamaño de una lengua no se mide por sus límites geográficos, ni creo que haya lenguas pequeñas. Todas tienen sus propios registros mágicos e inmensas posibilidades literarias, pero éstas de las que hablo son lenguas hacia adentro.

No sé lo que es vivir en uno de esos espacios verbales cerrados. Hay escritores que desde allí, desde esos compartimentos, se han  trasplantado a alguna de las grandes lenguas europeas, como el gran escritor Milán Kundera, que ahora escribe en francés, y no en checo. Pero para mí, una renuncia semejante significaría alejarme de la casa de la infancia por siempre clausurada, desde donde me llegan las voces que un día aprendí para siempre.

Son escritores que dejan de escribir en la lengua en que nacieron, y con la que nacieron, bajo un sentimiento de asfixia. El sentimiento de que su voz se escucha de cerca, pero no de lejos, de por medio o no la traición de las traducciones. Y no puedo verlo sino como una dolorosa mutilación, como la que se practicaba a los castrati en el siglo diecisiete, que ganaban así una nueva voz, pero perdían para siempre la propia. Mutilarse para sobrevivir. Pero peor que la castración es la deslenguación, la lengua extirpada, desde su arranque y raíz.

Quitarse la lengua uno mismo, o que se la quiten por la fuerza. Otro de los grandes escritores centroeuropeos, Sandor Marais, sintió que había muerto cuando sus libros, que entonces sólo podían leerse en húngaro, fueron prohibidos. Ya tenían sus novelas el país por cárcel, y ahora las enviaban al cementerio. Le habían extirpado la voz como castigo. No sólo nadie podría leerlo al otro lado de la guardarraya, ni siquiera en Polonia o en Austria, donde no estaba traducido, sino que tampoco podría ser leído en su propio país. Como que no existiera. Y así  el mundo se perdió por muchos años la espléndida belleza de sus palabras, mientras él decidía su suicidio en el exilio, ya sin lengua.

Nicaragua es un país más pequeño que la Hungría de Sandor Maris, o de lo que fue la antigua Checoslovaquia de Milán Kundera, y por eso me intriga, y me aterra, esa posibilidad de que nadie pudiera oírme más allá de mis fronteras, o la de quedarme alguna vez sin lengua. El limbo de las palabras, o su infierno.

Si en cada uno de los países de Hispanoamérica se hablara una lengua diferente, viviría yo también, a fuerza, ese síndrome de babel que obliga a despreciar la propia lengua para entregarse sin consuelo a otra de mayores posibilidades. Y al perder la lengua así, cortada desde donde empieza, en lo hondo de la faringe, perdemos también la garganta, la boca, el oído, el olfato, la visión.

Al perder la palabra, perdemos la memoria. Para ser trasplantado hay que ser arrancado de las propias raíces, porque la lengua no es solamente una forma de expresión que uno pueda cambiar en la boca a mejor conveniencia, sino que es la vida misma, la historia, el pasado, y aún más que eso, el existir en función de los demás, porque la lengua sola de un individuo hablando en el desierto no tendría sentido, menos para un escritor, que si existe es porque alguien más comparte sus palabras, y las vuelve suyas. Según evocaba Miguel Angel Asturias la tradición del pueblo quiché, el mismo pueblo que nos heredó la magia del Popol Vuh, aquel que habla en nombre de los demás es el Gran Lengua de su tribu.

Existimos, porque podemos hablar entre todos los que profesamos esa misma lengua, y con esa misma lengua, sin confundirnos como en el Pentecostés, cambiándola cada día, y agregándole capas de pintura creativa, en lo que hablamos en la calle, y en lo que escribimos en la literatura.

Soy un escritor de una lengua vasta, cambiante y múltiple, sin fronteras ni compartimientos, que en lugar de recogerse sobre sí misma se expande cada día, haciéndose más rica en la medida en que camina territorios, emigra, muta, se viste y de desviste, se mezcla, gana lo que puede otros idiomas, se aposenta, se queda, reemprende viaje y sigue andando, lengua caminante, revoltosa y entrometida, sorpresiva, maleable. Puedo volar toda una noche, de Managua a Buenos Aires, o de la ciudad de México a Los Ángeles,  y siempre me estarán oyendo en mi español centroamericano.

Español de islas y tierra firme, deltas, pampas, cordilleras, selvas, costas ardientes, páramos desolados, subiendo hacia los volcanes y bajando hacia la mar salada, ningún otro idioma es dueño de un territorio tan vasto. Me oirán en la Patagonia, y en Ciudad Juárez, un continente de por medio, y en el Caribe de las Antillas Mayores, y en el arco del Golfo de México, y del otro lado del dilatado Atlántico también me oirán, y oiré, en tierras de Castilla, y en las de Extremadura, y en las de León, en las de Aragón. Y en Guinea Ecuatorial, y en el desierto saharaui. Nos oiremos, hablaremos. Sabremos de qué estamos hablando, porque en la lengua, somos idénticos, estamos ungidos por la misma gracia.

Augusto Roa Bastos es un híbrido del español y el guaraní, de otra manera no existiría Hijo de Hombre. La sintaxis quechua entra en la escritura de José María Arguedas, de otra manera no existiría Los ríos profundos. Sin la lengua yoruba, congo o mandinga y su profundo palpitar de tambores, no existiría Songoro Cosongo de Nicolás Guillén, ni Tuntún de pasa y grifería de Luis Palés Matos, y sin el quiché tampoco Hombres de Maíz de Miguel Ángel Asturias.

Aguas revueltas de ríos distintos, una sola en su vasta y caótica diversidad que ya del lado de los emigrantes hispanos a Estados Unidos, se vuelve más vasta y sigue nutriéndose y transformándose.  Porque una lengua viva, que emigra, y no se queda enclaustrada en su propia casa, siempre lleva las de ganar.

Cuando en América hablamos acerca de la identidad compartida, nuestro punto de partida, y de referencia común, es la lengua. No somos una identidad étnica, no somos una multitud homogénea, no somos una raza, somos muchas razas. La diversidad es lo que hace la identidad. Tendremos identidad mientras la busquemos y queramos encontrarnos en el otro. Pero somos una lengua, que tampoco es homogénea. La lengua desde la que vengo, y hacia la que voy, y que mientras se halla en movimiento, me lleva consigo de uno a otro territorio, territorios reales o territorios verbales.

Estratos geológicos superpuestos, palabras escondidas abajo, y encima la agobiante modernidad que trastoca los vocablos que buscan el cauce de las necesidades tecnológicas, porque quien no inventa tecnología tampoco inventa los términos de la tecnología, y entonces la lengua abre sus valvas para recibir esas palabras ajenas, y volverlas propias, el inglés como antes el árabe.

No puedo sentirme solo. No tengo mi lengua por cárcel, sino el reino sin límites de una incesante aventura, de Cervantes a García Márquez, de Góngora a Rubén Darío, de Alonso de Ercilla a Pablo Neruda, de Bernal Diaz del Castillo a Juan Rulfo, de Lope de Vega a Julio Cortázar, de Sor Juana a Javier Villaurrutia, de Miguel Hernández a Ernesto Cardenal, del Inca Garcilaso a César Vallejo, de Pérez Galdós a Carlos Fuentes, de Rómulo Gallegos a Vargas Llosa, de García Lorca a José Emilio Pacheco.

Es nuestra lengua mojada. La que entra oculta a los Estados Unidos en los furgones de carga, hacinada en los techos de los vagones del tren de la muerte en viaje de Chiapas a Sonora, la que pasa debajo de las alambradas, la que traspasa el muro inteligente, la que burla los detectores infrarrojos,  la que no se deja encandilar por los reflectores, la que huye de los perros de presa que saben oler pobreza y sudores, y de los cebados granjeros de Arizona convertidos en vigilantes armados de fusiles automáticos. Vigilante. Palabra ésa que, ironías de la lengua perseguida, le pertenece a ella misma.

Emigra desde tan lejos como Bolivia, el Perú y Ecuador, acampa en el río Suchiate esperando la noche para pasar a nado, siempre acosada a lo largo de su marcha temerosa hacia el otro río, el río Bravo, clandestina, y por tanto subversiva. Es la lengua de la pobreza, que cae bajo las balas de los Zetas en su camino, lengua triste y masacrada que sin embargo vuelve a despertar al nombrar cada vez al dolor y la miseria, pero también la esperanza.

Renace todos los días, se aclimata, camina. Cambia mientras camina. El español de la Tierra del Fuego y el de los salares del desierto de Atacama, el de las alturas de Machu Pichu y el de la tierras caliente de Michoacán, el español del valle del Cauca y los llanos de Apure, el español de la estrecha garganta pastoril iluminada por el fuego de los volcanes que es Centroamérica, el español campesino del Cibao dominicano y el insaciable español habanero, el español tapatío y el de los chilangos de la región más transparente del aire, y el del desierto de crudos espejismos de Sonora, el español de las dos Californias, el de las madreadas mexicanas en Los Ángeles, el de los murmullos de los inmigrantes ecuatorianos y bolivianos perseguidos en San Diego, el de los nicaragüenses que lloran de cabanga en San Francisco por su paisaje perdido, el de los tex-mex del Paso, el de los chicanos de Yuma. La raza.  El español de los hondureños dejados desde antaño en las costas de Luisiana por los barcos bananeros de la Flota Blanca, el de la Florida de Ponce de León donde se habla en son cubano, el de los salvadoreños, los tristes más tristes del mundo de Roque Dalton, en las barriadas de Washington, el vasto e intrincado español de los dominicanos,  y los puertorriqueños de Nueva York.

La lengua que se paraliza en la boca es una lengua muerta. Y el español es también en los Estados Unidos una lengua literaria, que es la otra manera de que una lengua viva sin riesgos de muerte. Una lengua de los escritores que han traspasado la frontera, o que han nacido en el territorio de Estados Unidos, y escriben en español. Unos hablan la lengua, otros la escriben, y estos son sus dos puntales vitales. Es un asunto verbal, no territorial. Una cultura híbrida, variada, y contradictoria, sorprendente y sorpresiva, que varía su sintaxis, que crea neologismos, que se aventura a inventar.

Quienes la hablan y quienes la escriben son protagonistas de esa invasión verbal que cada vez más tendrá consecuencias culturales. Consecuencias de dos vías, por supuesto, porque cuando las aguas de un idioma entran en las de otro, se produce siempre un fenómeno de mutuo enriquecimiento.

La lengua que gana nuevos códigos cerca del lenguaje digital, de los nuevos paradigmas de la comunicación, de los libros electrónicos, de las infinitas bibliotecas virtuales que estuvieron desde antes en la imaginación de Borges, y que gana modernidad mientras se adentra en el siglo veintiuno.

El Gran Lengua seguirá siendo el vocero de la tribu. El que tiene el don de la palabra y representa así a los que no tienen voz. El que alza la voz, es él mismo la lengua, la encarna, y se encarna en ella. Guarda y publica la memoria de las ocurrencias del pasado, inventa, imagina, interpreta, recrea, explica, y seduce con las palabras.

¿A qué otra cosa mejor puede aspirar un escritor, sino a ser lengua de una tribu tan variada y tan vasta?

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31 de octubre de 2013
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El Boomeran(g)
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