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Huesos en el jardín

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Cuando en 2009, coincidiendo con la aparición de El hombre inquieto, Henning Mankell anunció que ése sería "lo último" del inspector Kurt Wallander las manifestaciones de pesar fueron unánimes y generalizadas, pero sin estridencias. Porque se veía venir.
Demasiados cafés y pizzas frías y a deshoras, aparte de las montañas de comida basura consumidas aprisa y corriendo, en cualquier sitio y de cualquier manera. Y demasiado whisky, también consumido de forma inmoderada y triste, más como quien se toma un jarabe que por degustar un exquisito regalo de los dioses. Además las mujeres no le soportaban, incluida su hija Linda, y años después de separarse de su primera y única esposa todavía le dolía saberla con otro, aunque tampoco hacía nada por resolver su situación personal.
Como cabe imaginar, era depresivo, sentimental y apenas luchaba contra la gordura, así como tampoco hacía nada por alejar, o al menos paliar, maldiciones como la diabetes que le acechaba desde tiempo atrás y que terminó por alcanzarle. Pero lo peor, de cara a la supervivencia me refiero, era su conciencia de que su tiempo había pasado porque el universo en su derredor había evolucionado mucho más deprisa que él y él, al fin y al cabo, era un simple policía de pueblo (Ystad, la ciudad más meridional de Suecia y donde transcurre gran parte de su vida profesional, apenas llega a los 20.000 habitantes, y tal vez por eso los complicados y crueles casos que Wallander debe solventar empiezan siempre en apartadas granjas diseminadas por los grandes bosques de Scania). Un hombre demasiado viejo y maleado para asimilar la tecnología punta de la que se vale actualmente la policía científica, o para recurrir a los métodos que se usan hoy en día cuando toca ir al choque de frente. En alguna entrevista Mankell ha señalado que releyendo ahora las historias de sus policías le parecen más como cerebros en funcionamiento que como hombres de acción.
Se veía venir, pues, y que en su última aparición lo dejásemos retirado, viviendo en el campo y convertido en abuelo parecía lógico. Tal vez, endosarle un alzheimer fue un tanto excesivo, o innecesario: todo el mundo sabía que no iba a disfrutar de una plácida vejez en el campo porque la catástrofe le aguardaba a la vuelta de la esquina, pero ponerle nombre y apellidos a la desgracia pareció indelicado.
Y de repente aparece un "nuevo" Wallander que no es una ocurrencia que haya tenido Mankell a destiempo, como quien acaba de despedirse para siempre de una vieja amante y llama de nuevo a la puerta porque a última hora se le ha ocurrido algo demasiado trascendental para dejar que se pierda en el silencio. Huesos en el jardín es un relato relativamente corto y lo escribió en 2003 por encargo de unos libreros holandeses que deseaban regalarlo a quienes comprasen otros libros de Mankell. Años después lo redescubriría Kenneth Branagh, el actor norirlandés que encarnaba a Wallander en la serie de la BBC. Cuando le pidieron permiso para convertirlo en un episodio más, Mankell lo leyó, vio que era bueno y dio su consentimiento para serializarlo y, después, publicarlo en forma de libro. Conociendo las cifras de ventas que alcanzan los libros de Mankell, uno no puede menos que recordar a Cassius Clay, ya viejo, gordo, cansado y sufriendo los primeros síntomas del alzheimer que ahora se le está comiendo la vida y diciendo:"No soy lo bastante rico para rechazar la indecente cantidad de dinero que me ofrece esta gente por pelear una vez más".
Sin embargo Huesos en el jardín no deja de ser un regalo inesperado. En su momento puede que resultase un tanto decepcionante porque entonces habían aparecido previamente La pirámide (1999) y Antes de que hiele (2002) y todavía se esperaban grandes cosas del desastrado policía pueblerino. Leído ahora, cuando parecía que ya nunca más se iba a enfrentar a un caso aparentemente irresoluble, la conciencia de estar recibiendo un regalo rebaja el nivel crítico y el lector da por bueno lo que hay. Qué tipo el viejo Wallander, capaz de sentir celos de su hija Linda porque sale con un policía. Como se decía antes, es de lo que no hay.

 

Huesos en el jardín
Henning Mankell
Traducción de Carmen Montes Cano
Tusquets

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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