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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los enemigos de la Constitución

Hay consenso, aunque parezca mentira. En casi todo hay disenso, menos en un punto minúsculo, pero trascendental, porque puede ser el de partida. Parece que hay acuerdo en que se ha roto el consenso y que nada se podrá hacer si nos conseguimos recuperarlo, por pequeño que sea. Este consenso minúsculo señala una dirección. En vez de seguir peleándonos sobre quién empezó, si fue Aznar o fue Maragall, si es deslealtad de unos o de otros, culpa de Rajoy o de Mas, vamos a empezar a mirar hacia adelante. Crece la idea de que hay que reformar la Constitución, un territorio precisamente nada fácil para el consenso. Los que quisieran recentralizar España, limitar el autogobierno catalán y terminar con la inmersión lingüística seguro que también quieren reformar la Constitución, pero en sentido contrario al consenso. Lo mismo sucede con quienes sitúan la celebración de una consulta de autodeterminación como paso obligado y punto de partida, hasta el punto de que solo quieren dialogar y pactar cómo realizarla. Fijémonos que ambos, quienes quieren recentralizar y quienes quieren irse, tienen algo en común. Ambos utilizan la Constitución en contra del consenso. Pedir la aplicación del artículo 150.2, que permite transferir al Gobierno catalán la competencia para la celebración de una consulta sobre la independencia de la Cataluña, es utilizar la Constitución española como instrumento que conduzca a salirse del amparo de la Constitución española, es decir, a destruirla. Utilizar el artículo 155 para suspender la autonomía catalana es también otra forma de utilizar la Constitución en contra de la Constitución, puesto que el derecho a la autonomía viene reconocido y garantizado nada menos que en el artículo 2, que es el que invoca la unidad de España. Ambas posiciones trabajan en contra del consenso, y aunque se apoyen en la literalidad de dos artículos, el 150.2 para unos y el 155 para otros, son anticonstitucionales, es decir, atentan contra el espíritu de la Constitución, que es precisamente el consenso. Hay quienes se oponen tajantemente a la reforma de la Constitución pero en realidad a lo que se oponen es al consenso. El primer y elemental paso para recuperar el consenso es reconocer que se ha roto. El segundo requiere un acto de mayor trascendencia: recuperar la voluntad de consenso. Para dar ambos pasos es muy bueno fijar previamente la posición propia. Ya lo han hecho algunos, pero no lo ha hecho todavía el Gobierno ni el PP. Después hay que abrirse al consenso, cosa que solo se puede hacer cuando se está dispuesto a escuchar y atender las razones de la otra parte y, al final, a pactar, que significa ceder por parte de todos. El mayor esfuerzo corresponde a quienes quieren que nos quedemos exactamente tal como estamos ahora y a quienes han decidido ya irrevocablemente que quieren irse. Son los partidarios del disenso, no del consenso. Quien quiera diálogo, tenga deseos de pacto o imagine reformas constitucionales debe alejarse rápidamente de estos dos extremos. Tiene razón Sol Gallego en su artículo de ayer en EL PAÍS Domingo: la Constitución no tiene la culpa. La culpa la tiene el disenso, que es precisamente el enemigo de la Constitución. Recuperar hoy el espíritu de la Constitución, es decir, el consenso constitucional, no debiera ser sobre el papel más difícil que en 1978. Pero quizás lo es: no basta con un consenso sobre las libertades, la democracia y una autonomía inicial, sino que hay que entrar en detalles y enmendar errores que no pertenecen a un régimen dictatorial periclitado sino a todos los que han participado en la democracia hasta ahora. El consenso requiere divisiones y capítulos. El primero es de orden fiscal y obliga a que pacten las comunidades que más reciben y las que más aportan, incluyendo además a quienes preferirían quedarse fuera del consenso, que son navarros y vascos. El segundo es lingüístico y exige pacificar y pactar las políticas, la enseñanza y el reconocimiento de la lengua catalana en el conjunto de España y específicamente en las comunidades donde se habla. El tercero es el más político, y conduce al reconocimiento de la personalidad diferenciada de Cataluña dentro de España. Todavía sería posible reforzar el consenso en otros capítulos. Por ejemplo, en infraestructuras. Es evidente que las inversiones en el corredor del Mediterráneo o la transferencia de la gestión del puerto y el aeropuerto de Barcelona harían un bien enorme. También lo haría la recuperación de la vieja idea, de raíz federal alemana, que sitúa organismos e instituciones del Estado en capitales autonómicas: el Constitucional en Barcelona y el Senado en Sevilla, por ejemplo. Todo esto son campanas celestiales, es verdad. O tarea para colosos, tipo Mandela, de los que ya no hay. Más fácil es maquillar la Constitución sin recuperar su espíritu, que es el consenso, cosa que no servirá para nada y nos dejará cabalgando hacia ninguna parte bajo la dirección de los partidarios del disenso anticonstitucional.



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9 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Atisbar el tsunami

Una de mis grandes aficiones consiste en visitar las tiendas de discos compactos en las que se forjó mi memoria musical. No había vuelto a Madrid en dos años, así que no tardé en acudir a la FNAC, la cadena francesa que posee varios almacenes de música, libros y productos electrónicos en Europa. No diré que mi sorpresa fue mayúscula, pues me he resignado a estos íntimos desastres, pero no dejó de consternarme que, de los dos pisos antes dedicados a la música -y en especial a la música de concierto-, ahora sólo quedase un pobre rincón con unas pobres estanterías. Antes, me tocó atestiguar las quiebras de Tower Records y Borders, así como el cierre de numerosas sucursales de Barnes & Noble. Y, en México, el no por anunciado menos triste final de Sala Margolín, la emblemática tienda de música clásica en la Roma.

A mí este panorama no puede sino resultarme desolador. El mundo en el que fui criado -aún recuerdo que, a los 13, ahorré varias semanas para comprar mi primer LP: las oberturas de Verdi dirigidas por Karajan- no existe más. Tras la irrupción de Napster, y la aparición de sitios como Spotify, los discos compactos se han convertido en reliquias, antiguallas que sólo los nostálgicos perseguimos por doquier. Y, al mismo tiempo, sé que no hay remedio. Que hoy la música ya no se almacena ni se adquiere en este tipo de soportes. Que la idea misma de hacer un "disco" se ha vuelto antediluviana. Que hoy los jóvenes sólo descargan música de la red -de manera legal o ilegal. Y que miles de jóvenes jamás han comprado un disco compacto.

Igual que millones de jóvenes jamás han acudido a un quiosco a comprar un periódico (yo mismo hace 2 años que no lo hago). Porque, aunque se nos parta el corazón, a los diarios en papel -igual que a los libros en papel- les aguarda, más tarde de lo que profetizaban los gurús tecnológicos, pero más temprano de lo que creen los adoradores del libro-objeto, el mismo destino de los discos. No hay remedio: vivimos una cesura tan drástica como la experimentada en 1452, cuando Gutenberg puso en peligro la bella tradición de los manuscritos. Todos sabemos que el tsunami está allí, muy cerca de la costa, pero frente a la magnitud del meteoro no sabemos cómo reaccionar.

Es probable que los libros -no así los periódicos- sobrevivan como objetos de culto, y que unos cuantos nostálgicos sigan atesorándolos como los coleccionistas de los siglos xvii o xviii atesoraban pergaminos -cuyo aroma sí resulta embriagador-, pero serán eso: excéntricos como yo con los discos compactos. Vivimos el fin de una era, y por ello nuestras respuestas a la mutación resultan tan pedestres, tan improvisadas. Pero no vivimos una guerra entre la cultura impresa y la cultura visual -en la Red se lee tanto o más que antes, sólo que otras cosas y de otras maneras-, sino una transformación radical de nuestra cultura.

Desoyendo las versiones apocalípticas, los avances tecnológicos permiten que la distribución de contenidos -musicales, literarios, audiovisuales, multimedia- sea mucho más eficiente que la de los soportes físicos. Y sus recursos adicionales los enriquecen: diccionarios y enciclopedias, canales de comunicación entre usuarios, etc. Otra cosa es que sean empleados por las empresas -y los gobiernos- en perjuicio de los ciudadanos. Así como Amazon posee la herramienta más accesible del mercado -nunca fue tan fácil, para tantos, adquirir cualquier libro, película u obra musical-, también sabemos cómo explota a sus trabajadores y barre a la competencia.

Los diarios en papel -lo digo montado en uno de ellos- son maderos a la deriva. Sus propietarios y editores, como los de incontables editoriales, tantean por aquí y por allá, tropiezan y rectifican, a sabiendas de que pronto vendrá otra ola, acaso definitiva, y no habrá más qué sumergirse bajo la corriente digital. Como demuestra el caso Newsweek -hace un año proclamó su cierre en papel, condenándose a la irrelevancia, sólo para anunciar su vuelta en unos meses-, no sabemos cuándo llegará ese instante, sólo que su majestuosa fuerza se vislumbra ya en el horizonte. Mientras eso ocurre, seguiremos con palos de ciego y estrategias de supervivencia más o menos desafortunadas. Pero, en vez de entonar antífonas por el hundimiento del galeote, nos corresponde modelar ese futuro inmediato para que resulte mucho más incluyente y mucho más abierto a la crítica de lo que los dueños de los nuevos medios -y los gobiernos- planean por su cuenta.

 

Publicado en Reforma, 08.12.13

 

Twitter: @jvolpi

 



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8 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Constituciones

Desde que cayó Mubarak, Egipto se ha regido por cuatro textos que llevan el nombre de Constitución. Dentro de poco, puede que antes de fin de año, los egipcios serán llamados a las urnas para que ratifiquen un nuevo texto constitucional, el quinto en vigor en los tres años transcurridos desde que empezó la primavera árabe. La Constitución de 1971 siguió vigente desde el 12 de febrero de 2011, cuando Mubarak cayó, hasta el 30 de marzo del mismo año, día en que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas impuso una Constitución provisional, destinada a celebrar elecciones legislativas y presidenciales y a elaborar una Constitución definitiva. Las legislativas, celebradas entre el 28 de noviembre y el 11 de enero de 2012, y llenas de irregularidades, impugnaciones e incidentes, fueron las elecciones más libres desde la caída de la monarquía en 1952. El islamismo salió ampliamente vencedor, con el partido de la Libertad y la Justicia, brazo político de los Hermanos Musulmanes, en cabeza y el bloque islamista Al Nour en segundo lugar, muy por delante de los partidos laicos. La marcha triunfante culminó con la elección de Mohamed Morsi como presidente, el primero salido del islamismo en la historia de Egipto. Los islamistas fueron así los que inspiraron y redactaron la Constitución que se pretendía definitiva. Entró en vigor el 26 de diciembre de 2012 y fue suspendida de nuevo por los militares el 8 de julio, tras el golpe con el que derrocaron a Morsi, y sustituida de nuevo por unas enmiendas decretadas por el presidente interino que hace las veces de una constitución. Van cuatro, que serán cinco con el nuevo texto constitucional ya redactado, en el que la ley islámica o sharía regresa al lugar acotado que ocupaba en la vieja constitución de Mubarak, quedan prohibidos los partidos de definición religiosa y consagrado el poder de las fuerzas armadas, situadas por encima del poder civil. También hay bellas palabras sobre derechos civiles, prohibición de las torturas y protección de las mujeres de la violencia masculina. Fácilmente será el camino para que, al final, sea el jefe supremo militar, el general Al-Sisi quien se presente a unas presidenciales y se convierta en un émulo de Mubarak tras el paréntesis de Morsi. La revolución de 2011, si acaso se la puede llamar así, no ha conseguido convertir la libertad conquistada con el derrocamiento de Mubarak en la constitución de un régimen de libertades. No es el pueblo quien se da una Constitución, sino los gobiernos sucesivos, bajo vigilancia o directo control militar siempre, los que otorgan al pueblo un texto constitucional. La Constitución egipcia es un instrumento del poder militar que deja fuera de juego a la mitad de la sociedad. Cinco textos en tres años y ninguno con consenso ni con capacidad de crear consenso. Por eso no sirven. 



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7 de diciembre de 2013
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Entrevistas de Margarita Rivière: Pionera inquieta, maestra tranquila

Este próximo miércoles 11 de diciembre, a mediodía, Josep Cuní y yo tenemos el placer y el honor de presentar en el Col·legi de Periodistes de Catalunya (Rambla de Catalunya, 10) la antología de Entrevistas de Margarita Rivière, periodista de risa joven y sabiduría veterana. Es el tercer número de la colección Periodismo Activo que dirijo en la editorial de la Universidad de Barcelona.

*          *          *

A quienes se adentren en las páginas de Entrevistas – Diálogos con la política, la cultura y el poder  les aguarda una fiesta triple: Margarita ha seleccionado personajes fascinantes, sorprendentes; los ha entrevistado con maestría y ha sacado de ellos más que ninguno o casi ninguno de sus colegas; y finalmente, por su mirada amplia al mundo y al papel del periodista, ha sabido crear texto a texto un cuadro profundo de un mundo en constante cambio, y de un mundo social – Catalunya y también España – en momentos clave de su historia.

Estas entrevistas cumplen con lo que para mí son las reglas básicas de una muy buena entrevista: en ellas se habla de algo que pasa o pasó fuera del momento de la charla, pero también son un momento de apertura y descubrimiento en sí mismo. En ellas pasa algo. Aunque sean breves, tienen un arco dramático, vemos a una mente brillante tratando de entender a su entrevistado, o de entender un tema a través de la persona que tienen enfrente. Se leen como pequeñas obras de teatro con dos personajes.

Margarita Rivière comenzó en esto del periodismo a finales de los años sesenta. Ha publicado más de 30 libros, ha introducido en el periodismo español temas antes no considerados dignos, y hoy aceptados y prestigiosos, como la moda, . Y temas antes considerados tabú, como la experiencia de la vejez y las etapas de la vida de las mujeres

¿Quién escribía sobre la experiencia y la sensibilidad de las mujeres mayores antes que ella? ¿Y quién se había atrevido a dedicar un libro a la menstruación, como hizo Margarita con su hija Clara de Cominges en 2001? ¿Y quién tomó con tanta seriedad como ella el tema de la formación de la Unión Europea y la importancia de la entrada de España en la Europa de los ochenta? ¿Y quién escribió con tanta perspicacia y profundidad sobre la dictadura de la fama en el imaginario mediático del nuevo siglo?

Nadie. Margarita Rivière es insustituible, porque muchos de los temas que ahora consideramos lógicos, como si hubieran estado siempre, fueron puestos sobre la mesa del debate periodístico por ella. ¡Y qué suerte tiene este país de que haya sido alguien con la inteligencia, el rigor y la ética de esta pionera humilde.

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En su larga trayectoria, Rivière tuvo dos “picos” fundamentales de relación con la entrevista. Uno fue en los ochenta, cuando como parte del equipo fundador de El Periódico de Catalunya, publicó una entrevista diaria (“libraba” los domingos) durante cuatro años. De allí partió a dirigir la delegación en Catalunya de la agencia EFE, una experiencia de la que suele hablar con gratitud y que le dejó, como las demás, muchas enseñanzas.  Y tras ese trabajo enorme, otro aún mayor: cuatro años más de entrevistas diarias en La Vanguardia en los noventa.

 “La gente con la que hablaba en estas entrevistas (…) me enseñaba muchas cosas: todo un mundo aparece detrás de cada persona y a mí todo me interesaba”, confiesa con placer Margarita. “Pero, con la premura y la presión del trabajo, apenas podía digerir toda aquella riqueza humana, lo cual me estresaba muchísimo. De la primera etapa de mis entrevistas diarias me queda, sobre todo, un retrato bastante preciso de mi generación”.

Leyendo esto terminé de entender el método, la unidad que late detrás de su sucesión de entrevistas con personajes tan distintos como los que aparecen en este libro, y que van desde presidentes y líderes revolucionarios, religiosos y sociales hasta pensadores, novelistas, actores, músicos, jueces y condenados. Es un retrato coral de su época.

Así como Josep Pla trazó en su sucesión de perfiles de catalanes ilustres un mapa de su país, así como Joseph Mitchell recorrió las calles de Nueva York pintando un mapa de los seres anónimos de su ciudad, Margarita Rivière plasmó a lo largo de miles de entrevistas una idea colectiva del tiempo que le tocó vivir.

Y, dado que entre sus entrevistados había gente a la vanguardia de la creación artística y científica y la organización de plataformas y estructuras sociales nuevas, también se adentró en el esbozo del tiempo futuro.   

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Después de leer a Margarita Rivière somos algo más sabios, entendemos mejor el mundo que nos rodea y nos entendemos mejor a nosotros mismos.

Y con las entrevistas, el eje y la cadena de la producción periodística de la autora, vamos asistiendo a una larguísima y fascinante conversación con el mundo. A ella nunca le faltan las preguntas. Muchas veces sentimos que las mejores son las “repreguntas”, las que le surgen a partir de algo que está diciendo el entrevistado. Tenemos la sensación de que por más que escriba o grabe, Margarita está siempre atenta, se adelanta a lo que nosotros quisiéramos preguntar.

Espero que esta antología, que trae al presente momentos importantes del periodismo de este país, le recuerden a sus lectores algunos de sus mejores momentos. Y que atraigan a nuevos ‘rivieristas’ que se acerquen desde otros acentos y otros ámbitos a su estilo directo, respetuoso, preciso de entrevistar.

 Les invito a leer estas entrevistas, que atraviesan más de tres décadas, como si se tratara de una larga conversación. Margarita Rivière habló con decenas de personajes admirables, extraños, queribles o inquietantes. Pero siempre, en el fondo y muy profundamente, está hablando con nosotros, sus lectores.

(Este texto es un resumen de parte de mi Prólogo al libro, una invitación a la fiesta de viajar en el tiempo para leer sus conversaciones con Felipe González, la Pasionaria, Jordi Pujol, Julio Iglesias, Yehudi Menuhin, Elia Kazan, Yoko Ono, Umberto Eco, Manuel Castells, El Lute y tantos otros, que se sorprenden con algunas de sus preguntas y nos sorprenden a nosotros con sus respuestas).  

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6 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cero más cero

En el metro de Sidney, cuando se aproxima una estación, aparece un luminoso que dice: "Please take your rubbish with you".Que, por favor, nos llevemos nuestras basuras (¿nuestra propia mierda?).

Pocas veces se nos ocurre que siendo personas aseadas creemos desperdicios alrededor y menos que, públicamente, los vayamos esparciendo. Sin embargo la compañía tiene razón. Botellas de plástico, cartones del 7-Eleven, latas de Red Bull. Cada cual es un foco de residuos que polucionan el exterior. Y el exterior hoy, tanto como antes el interior, ha venido a convertirse en lugar sagrado, puesto que el medio ambiente simboliza grados de salvación o de perdición moral.

Australia no es un país singularmente limpio. Es como un país anglosajón más, pero incluso en el avión se reparte una bolsa con cierre entre los pasajeros para que depositen sus detritus y la tripulación los eche en contenedores sellados que irán al crematorio municipal. Las basuras, como las personas muertas, han ido recibiendo un tratamiento que los aparta de la vista y los convierte pronto en cenizas que, al cabo, no son ni fu ni fa.

Las cenizas son inertes. Tan inertes como las arenas que, por sedimentación a lo largo de 40 millones de años (día más, día menos), han formado el monte Uluru y las imponentes cordilleras del Kata Tjuta sobre el centro del paisaje australiano.

En el siglo XVIII, cuando los ingleses se establecieron aquí, los aborígenes serían unas 750.00 almas que hablaban 250 lenguas, siendo uno de sus principales centros sagrados estas montañas moradas.

Moradas, violetas, rojas o doradas según la luz solar y la excursión que haya preparado la agencia. Aunque, en realidad, puesto que el Uluru y sus entornos se hallan en el centro del desierto (un 65% de Australia), preparan tours para asentarse allí y verlas de todos los colores.

El asentamiento es, habitualmente, de tres días y los viajes son prácticamente eternos. Una vez allí, sin embargo, los guías ordenan dar la vuelta al Uluru para hacerse cargo de su belleza e incluso de su perímetro de 10,6 kilómetros.

Cosa semejante -caminatas de cuatro horas- ocurre con los Kata Tjuta modelados por la erosión como cúpulas o cabezas mondas: "Muchas cabezas", les llamaban hace 50.000 años los anafngu. Y así los siguen llamando ahora, aunque ya no les sirvan para nada.

En 1992 fue abolido un decreto británico que declaraba estas tierras australes como de nadie y sin nadie. Hoy se les ha reconocido a los aborígenes la propiedad de la mitad del territorio, pero realmente no se ve un aborigen sino por casualidad. O solo se les nota precisamente en la limpieza. La limpieza que se ha hecho de su raza, sea contagiándoles mortíferas enfermedades europeas, primero; sea confinándolos, después, en reservas donde se alcoholizan a la manera de los indios norteamericanos. Excepto en el arte actual, que trata de imitar sus aderezos, su vida es tan solo un souvenir. Pero, en fin, la ausencia, ¿no puede considerarse igual a la limpieza y viceversa?

Paseando las varias horas necesarias para dar la vuelta al Uluru (el monolito mayor del mundo) se reconocen cavidades, grutas y pliegues espectaculares, obras maestras del land art. Obviamente, ni uno de esos tramos llamativos les pasó inadvertido a los anafngu que interpretaron sus colores y formas como mensajes divinos. Tan divinos que, actualmente, cuando oficialmente se ha ordenado un respeto formal por los ancestros está prohibido fotografiarlos. Los turistas que llevan continuamente sus cámaras en posición de "fuego" deben sofrenarse ante estos sensitive sites bajo la amenaza de multas tremendas.

Claro está que no se mancillaría la roca con los disparos del iPhone, pero lo que cuenta no es el objetivo o el objeto, sino el espíritu. Lo invisible de adentro y lo intangible de afuera se confunden en el mismo mandato de la limpieza extrema. No residuos en las ciudades, no retratos en los montes, no restos de las personas. La cultura del cero absoluto es ya una rama de la desmemoriada cultura perfecta.



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6 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Canadá

Todavía hoy la palabra frontera pone en marcha profundos e incontrolados anhelos en el subconsciente colectivo de los norteamericanos. La frontera implica la existencia de un horizonte situado más allá de la línea que delimita lo alcanzado hasta ahora y que sería lo real como oposición a la promesa que se intuye (y anhela) más allá del horizonte.
Pero qué pasa si al atravesar la frontera resulta que no hay vuelta atrás; qué pasa con la vida tal y como se adivinaba antes o qué pasa con la vida tal y como ha resultado ser en realidad.
Casi al final de la narración, y cuando ya está aquejada de una enfermedad terminal, Berner, la hermana gemela de Dell, el narrador, lo expone con esa lucidez exclusiva de quien habla sabiendo tener la muerte a tres pasos de distancia: "Siento, a veces, que mi vida de verdad no ha empezado aún. Ésta no ha estado a la altura, podrías decir. [...] Me fui por aquella calle, sola, aquel verano, ¿recuerdas?".
Pero dejo que sea el propio Dell, el narrador, quien, en el párrafo que abre la novela, plantee por sí mismo la situación: "Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contase eso antes que nada".
Para terminar de plantear adecuadamente la situación es de precisar que quien habla es un viejo profesor a las puertas de la jubilación al que el encuentro con la hermana moribunda, a la que apenas había vuelto a ver desde que la vida les separó; la entrada en posesión de unas páginas escritas en prisión por la madre poco antes de suicidarse, o su propia conciencia de estar en los últimos tramos de un largo camino, parecen haberle animado ahora a contar (y reflexionar) su vida mirándola con la perspectiva de los quince años que tenía cuando todo cambió.
En otro momento del relato, al rememorar los días posteriores a la detención de sus padres, Dell hace la siguiente reflexión:"Los hechos que resultaron decisivos en las vidas de nuestros padres se estaban convirtiendo en secundarios respecto a los hechos que me llevaban a mí hacia adelante desde aquel día de agosto. Aprender este hecho nada sencillo ha constituido la materia prima del presente relato".
Es decir: el padre (un ex piloto militar licenciado sin honor y tras ser degradado de capitán a teniente por su relación con un feo asunto de tráfico clandestino) y la madre (una profesora convencida de que el matrimonio y los hijos le han impedido cumplir su sueño de ser poeta) cometen un atraco chapucero y patético pero decisivo, pues ellos terminan en la cárcel y sus hijos en la calle. Ante el peligro de caer en las garras del sistema de protección de menores, Berner, la hija, decide escaparse a California y vivir su vida en esa última frontera del gran viaje americano; Dell, por su parte, se deja llevar a Canadá por una amiga de la madre. Son una maravilla las descripciones de la gran pradera, ya sea cuando toda la familia trata de asentarse en un pueblo de Montana como durante los viajes en coche con el padre o en la propia huida hacia la vecina provincia canadiense de Saskatchewan. Dell no ve diferencias físicas, ambientales o humanas entre Montana y su próximo hogar en Canadá  porque, y lo repite varias veces, todo es una única y misma pradera. Pero sí acabará descubriendo diferencias, pese a la aparente uniformidad.
Para contar ese viaje iniciático Richard Ford ha elegido una curiosa técnica basada en hacer uso del atraco (en la primera parte) y de "los asesinatos que vinieron después" (en la segunda parte) como puntos de referencia que le permiten avanzar o retroceder en el tiempo y en espacio como el flujo y reflujo de una marea narrativa que muchas veces parece estancarse e insistir en lo mismo (igual que las olas golpean una y otra vez un punto fijo) para luego cambiar de ritmo y dirección con un lenguaje engañosamente sencillo, como también es engañosamente sencilla la estructura interna de la narración entera. Sólo un aviso: en ciertos momentos esa técnica puede resultar un poco irritante, pues al fin y al cabo en las 250 primeras páginas sólo hay un hecho trascendente (el atraco) siendo lo demás meros precedentes de aquél, mientras que "los asesinatos" son lo trascendente de la segunda parte y el fundamento sobre el que se erigen las 250 páginas siguientes. Pero lentitud y reiteración forman parte de las reglas de un juego en el que se gana sólo por jugar.

Canadá
Richard Ford
Traducción de Jesús Zulaika
Anagrama



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5 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Euromaidan

La identidad se define en el espejo del otro. Sucede con las personas y los países. Y también con la Unión Europea. Nada define mejor lo que somos que delimitar claramente lo que no somos. Una Europa que cierra las puertas a Turquía define a la vez su propia identidad e incluso sus valores. El espejo se halla ahora en los confines orientales de la UE, donde la crisis económica no ha golpeado en los últimos años como en el flanco meridional. Allí se encuentran los países mejor situados en la clasificación PISA sobre los resultados de la enseñanza (Finlandia, Estonia o Polonia). Allí están también los europeos con mejor notación en los índices de corrupción que elabora Transparencia Internacional (Dinamarca, Finlandia, Suecia). Los europeos nos miramos en el espejo oriental y nos encontramos con los ojos fríos de Vladimir Putin. Todo regresa. Regresó Alemania, aunque por fortuna de otra forma: la Europa monetaria alemana en la que manda la Alemania europea. Regresa también Rusia, o peor aún, la sombra de la Unión Soviética bajo el manto de una unión aduanera euroasiática. Regresa la guerra fría en versión posmoderna y con epicentro en Ucrania. Europa se construye en tres niveles, los Estados soberanos, los despachos de los funcionarios europeos y los ciudadanos, cada uno de ellos con una carga distinta: la del pasado histórico de los Estados nacionales, la del presente de la gestión de los asuntos corrientes, y la del futuro de los anhelos ciudadanos. Así lo explica Luuk van Midelaar, consejero y speechwriter de Herman van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, en su libro El paso hacia Europa (Galaxia Gutemberg). Se construye dentro, a veces con enormes dificultades, pero también fuera. Sobre todo fuera: no ha habido una herramienta de política exterior europea tan eficaz como las sucesivas ampliaciones. Ahora hay ciudadanos fuera de la Unión que levantan su bandera como símbolo de paz, bienestar y prosperidad, que es lo que ha sido para los que están dentro, al menos hasta que empezó la crisis. La mejor Europa es un espacio público, libre y abierto: una plaza, un lugar donde se reúnen los ciudadanos para expresar su voluntad política, como lo están haciendo estos días los ucranios en la plaza de la Independencia (Maidan Nezaleznosti en ucranio), convertida en plaza de Europa, Euromaidan. Justo cuando Europa se deprime, en su frontera oriental ondea la bandera azul con doce estrellas como símbolo de la libertad. De Ucrania nos llega una mala noticia que alberga una esperanza. Mala porque Rusia no quiere que Ucrania se una a la UE, ni siquiera en un acuerdo de asociación, hasta exigir incluso el derecho de veto en sus relaciones con los países que fueron parte de su imperio. Putin respira todavía por la herida de 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética y Rusia perdió grandes retazos de territorio, Ucrania incluida. Europa se pregunta por sus fronteras, pero también se pregunta por sí misma. Rusia no cabe, es evidente. Y propone, además, una alternativa a la UE. Menos liberal, más soberanista, menos democrática, pero eso sí, mejor surtida en energía. Los ciudadanos de Ucrania creen que luchan por su futuro pero su futuro incluye también el de los europeos. Ellos son la esperanza.



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5 de diciembre de 2013
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El buzón está lleno

Cuando en la bandeja de entrada del correo aparece este mensaje, la sensación de ingravidez que procura internet se desvanece. El usuario común, y poco previsor, se siente atrapado por el juego de producir caducidad. De golpe es consciente de que ha ido acumulando memoria y el programa, que ya no admite más almacenamiento, amenaza con la parálisis, advirtiéndole de que quedará incomunicado si no borra mensajes. Es frecuente que, ante esta situación de colapso digital, un rapto de pesadez nos invada, debatiéndonos entre la premura de continuar hacia delante, a la búsqueda de lo nuevo y prometedor, o mirar atrás para limpiar. ¿Por qué borrar se trata de un gesto fastidioso para algunos, y de un sentimiento reconfortante para otros? Revisar lo anterior, marcarlo y eliminarlo del buzón resulta incluso más farragoso que hacer limpia de las cartas del banco el sábado por la mañana, o que ordenar cajones y estanterías, actividad que procura un henchido sentimiento de eficacia gracias al reencuentro material con pequeños objetos olvidados… A nadie le gusta relacionarse con la basura, claro, aunque sea la suya. Y a pesar de que las directrices de los coach para vivir conscientemente cada momento de la vida se impongan -con esos sermones de que toda acción es única y tiene su sentido, que hay que amar el presente y bla bla bla-, no he conocido a nadie que sienta que bajar la basura sea una vivencia gozosa, sino apestosa. En Los emigrados, el admirado W. G. Sebald contaba el caso de un pintor (Frank Auerbach en la vida real, Max Ferber en la novela) amante incondicional del polvo. “El polvo le importaba mucho más que la luz, el aire y el agua. Nada le resultaba más insoportable que una casa en la que limpian el polvo, y en ninguna parte se encontraba mejor que allí donde las cosas pueden reposar a su aire y en paz bajo la escoria gris y sedosa que se forma cuando la materia soplo a soplo se disuelve en la nada”. Nos cuesta borrar e-mails, acaso porque la pátina del pasado, que conforma una nebulosa irreal, nos hace compañía, como al personaje de Sebald. Seleccionar y eliminar mensajes del teléfono o del ordenador representa una condición indispensable para continuar hacia delante. Mientras que un buzón postal lleno es un síntoma inequívoco de abandono, la acumulación digital mide la hipercomunicabilidad del individuo. También su éxito social. El insistente aviso de que el buzón está “casi” lleno vibra como una metáfora de la condición humana: somos finitos, y estamos obligados a administrar nuestros detritus y vaciar la papelera, porque en verdad, cuando lo hacemos, sentimos como si nos prorrogaran nuestra existencia (digital).

(La Vanguardia)

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4 de diciembre de 2013
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Huevos ilustres

 

En la Feria del Libro de Guadalajara, mientras me dirigía al buffet del desayuno pasé al lado de la mesa donde comían Mario Vargas Llosa y Patricia, su mujer, y con sonrisa en la que había culpa y satisfacción él me mostró con ambas manos el plato, toda una evidencia dichosa, y me dijo: "me estoy comiendo unos huevos rancheros".

Una de las cosas en que primero pienso cuando el avión empieza a descender sobre el desértico valle de Anáhuac para luego entrar en la densa penumbra tóxica que cubre la ciudad de México, o lo mismo, cuando voy llegando a Monterrey o a Guadalajara, es en los espléndidos e incomparables desayunos mexicanos. Ni los desayunos decimonónicos ingleses descritos con tanta fruición en las novelas de Dickens, ni los desayunos rurales rusos que aparecen en Las almas muertas de Gogol se les comparan.

En México hay tantas clases de desayunos como regiones culinarias, aunque tengan hilos de conducción comunes, el más visible de ellos los huevos compuestos de todas las formas imaginables, y los chilaquiles verdes y rojos, los frijoles molidos refritos, las quesadillas, y las tortillas calientes envueltas en un lienzo acogedor, unos desayunos capaces de tomar media mañana, y que luego de consumados, por muchas entrevistas de prensa que uno tenga, sólo incitan a volver a la cama a rumiar el gusto de la hartura.

Con mi plato en la mano me puse en la fila frente al cocinero que freía los huevos, a ver qué grata escogencia haría esa mañana, y tuve tiempo de estudiar de nuevo la lista escrita con tiza en la pizarra escolar, una variedad más que incompleta porque en México todo lo que es culinario es infinito:

Huevos rancheros (de los que estaba dando buena cuenta Mario con apetito de premio Nobel), fritos enteros, cubiertos por una fina salsa de jitomates licuados (tomates decimos en Nicaragua, pero me atengo al modo mexicano) y una o dos tortillas de maíz por cama.

Huevos embodegados, fritos enteros, metidos dentro de una tortilla de maíz.

Huevos atropellados, con tomate y rodajas de chile jalapeño encima de una tortilla de maíz, y debajo otra tortilla con birria, (carne de carnero, ternera o puerco a la barbacoa), al estilo tapatío, o con machaca (carne seca de res) al estilo norteño.

Huevos montados, fritos enteros pero desnudos, puestos  sobre una lonja de arrachera (un corte delgado de carne de res), con frijoles molidos al lado, guacamole, papa fritas, y rodajas de tomate y cebolla.

Huevos sincronizados, fritos enteros, sobre una tortilla de maíz con jamón y queso, y bañados con salsa ranchera, acompañados de frijoles refritos y papas ralladas.

Huevos divorciados, fritos enteros, uno bañado con salsa de jitomates verdes y el otro con salsa de jitomates rojos, acompañados de frijoles refritos y guacamole.

Huevos socorridos, con chorizos desmenuzados encima y salsa de jitomates verdes.            

Las muy variadas maneras de preparar los huevos del desayuno desbordan la inventiva mexicana y van a dar a la geografía centroamericana y caribeña aunque con menos abundancia de variantes. De la costa de Colombia recuerdo siempre con nostalgia de paladar las arepas con huevo.

La arepa, que comparten la cocina colombiana y venezolana, es una tortilla gruesa de maíz, pero en este caso, el de la arepa con huevo, como la masa se infla al freírse, da la oportunidad de meterle uno o dos huevos crudos mediante un orificio para llegar a la oquedad, orificio que luego se repara con un poco masa cruda, como quien repella una pared, y así se sigue en la fritura para que los huevos, ya cobijados adentro, se cocinen también. Una descripción parecida he escuchado de boca de Gabriel García Márquez, mientras daba cuenta de la gloriosa arepa en el patio enclaustrado del hotel Santa Teresa en Cartagena, donde se toma el desayuno.

En ambos casos, huevos a lo Premio Nobel.

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4 de diciembre de 2013
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El Boomeran(g)
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