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Mis óperas del 2013 I: La legendaria Traviata, de Salzburgo llega a Valencia

¿Qué óperas me impresionaron más esta primera mitad de la temporada 2013-2014 en España?

Elegí el primer lugar la llegada de una de las producciones más ‘viajadas’ del siglo: La Traviata versión Willy Decker, que triunfó en Salzburgo en 2006 y después hizo roncha en Nueva York y Amsterdam. De Madrid, me quedo con la exquisita reinvención de Peter Sellars de La Reina India de Henry Purcell, con el maravilloso coro de la ciudad rusa de Perm. Y de Barcelona, un divertidísimo e inteligente estreno: Cendrillon, de Jules Massenet, una cenicienta francesa toda gracia en el canto y elegancia en el vestuario.

Esta es una versión en castellano de mi crítica para la revista Opera News (de la que soy corresponsal en España) de la Traviata valenciana, que culmina la conmemoración de los 200 años del nacimiento de Giuseppe Verdi.

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Cuando se presentó en el Festival de Salzburgo en 2006, la nueva puesta de La Traviata fue una sorpresa y un redescubrimiento: parecía que el clásico de Verdi, probablemente la tragedia de amores contrariados más representada de la historia junto con Carmen y Tosca, entró en el siglo XXI. La puesta en escena atemporal, casi abstracta de Willy Decker la deja en los huesos y la devuelve a sus orígenes. En una columna de su Piedra de toque, Mario Vargas Llosa alabó esta visión y confesó su amor (artístico) por la soprano rusa Anna Netrebko, una Violetta memorable.

Al barco dado vuelta del Palau de les Arts de Valencia viajó en noviembre la escenografía despojada de esta obra maestra: una pared gris, curva, acanalada, un enorme reloj de pared, dos sofás multiuso y el corto vestido rojo de la protagonista.

Con esos pocos elementos, muchos anticuados recursos del argumento cobran una vida y un sentido de los que carecen la mayoría de las miles de Traviatas que se representan sin parar por el mundo.

Mi momento favorito viene con la música de Carnaval que interrumpe el lamento de una Violetta consumida, a punto de morir pobre en un apartamento, acompañada solo por su fiel criada y el compasivo doctor Grenvil. En vez de escucharse por la ventana, los festejantes carnavaleros irrumpen en la habitación y de entre ellos emerge su nueva Violetta, una chica fresca y bella, cubierta con el mismo vestidito rojo. La chica se detiene frente a la cortesana caída en desgracia y contempla por un segundo su propio futuro. Los muchachos alegres la montan en el reloj, que hace ahora de bandeja,  y le la llevan.

Cuando ya se han ido, cuando vuelve la melodía triste de la ‘extraviada’, nos percatamos que hemos asistido a un instante de genio teatral: en una escena Decker hace avanzar la historia hacia su futuro lógico y al mismo tiempo, saca de la habitación el reloj que había acompañado a Violetta desde el principio. Su tiempo se ha acabado.  

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Dos extraordinarios artistas brillaron en estas funciones, que abrieron la escueta temporada valenciana. Uno es un viejo conocido del teatro sobre el lecho del río Turia. Zubin Mehta, el legendario director indio,  que llevó a esta orquesta a la cúspide de la interpretación de ópera con su tetralogía wagneriana El anillo del nibelungo en 2006, comenzó esta temporada con una Traviata vibrante, rápida y precisa: los colores y ritmos de la orquesta siempre se notaban pero nunca se imponían a la acción. Pocos directores saben acompañar a los cantantes como el viejo Mehta.  

En el escenario se lució una Violetta emotiva, memorable: la joven soprano búlgara Sonya Yoncheva, poseedora de una belleza misteriosa, como de otra época y una voz maleable y cristalina, se calzó el vestido rojo con el valor y la pasión de las grandes. En esta versión, Violetta pelea con garra el gran reloj, su próximo fin, desde las primeras notas del preludio. Pero también sentimos y sabemos que desde el mismo comienzo ya se sabe derrotada. Todos sus movimientos y su impecable línea de canto transmitían arte y verdad.  

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Los amantes de la opera que viajamos a Valencia para ver esta tragedia no tuvimos tanta suerte con nuestro Alfredo. Ivan Magrì nos hizo retroceder 50 o 60 años en el tiempo, a una época de tenores que se plantaban entre cartones pintados y lanzaban su ‘do de pecho’ abriendo los brazos. En esta maquinaria perfecta de ‘teatro de autor’, el pobre Magrì no era siquiera capaz de mostrar sorpresa al ver a su padre en la casa que compartía con su amante Violetta. Ni que hablar de transmitir alguna emoción. A juego con sus dotes actorales, la voz, bien timbrada, fuerte y entonada, jamás se metió en el personaje.

En el momento más dramático de la obra, Magrì se abrazó patéticamente a las rodillas de la Yoncheva. Ella entonaba su hermosa, dramática súplica: “Amami, Alfredo!”. Su personaje ya había decidido sacrificarse y morir en vida por no verlo más. Entonces pude ver claramente desde la fila 18 que su vista estaba fija en él, en su verdadera pareja artística: el viejo maestro Mehta le correspondía con el mismo amor, batuta en mano.

Por lo demás, el joven barítono italiano Simone Piazzola puso un tono firme y aterciopelado en las arias del padre sufriente Giorgio Germont, y los jóvenes intérpretes del Centro de Perfeccionamiento Artístico Plácido Domingo de Valencia desempeñaron los papeles pequeños con refinamiento y voces prometedoras. Esta nueva generación (tanto hombres como mujeres) se ve muy bien enfundados en los trajes y corbatas negros de esta puesta sobria de Willy Decker.

Por último, me impresionó mucho el veterano bajo Luigi Roni, importado de La Scala de Milán, donde como secundario de lujo lleva ya 564 funciones.

En esta Traviata, su personaje, el doctor Grenvil no aparece en el último acto para certificar el estado fatal de Violetta. Aparece desde el comienzo y es una presencia y una mirada constante, de reproche y amenaza, vinculada al tema del reloj y el tiempo que se acaba. En el paso sinuoso y grave de Roni, en su melena de nieve, percibí desde el primer compás que me habían metido en una Traviata como ninguna otra.  

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26 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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NW London

En el 2000 Zadie Smith publicó Dientes blancos, una novela ambientada en el barrio de Willesden, en el Noroeste de Londres, y que pasa por ser uno de los crisoles multiculturales y multirraciales más complejos del mundo. Dientes blancos no era enteramente autobiográfica pero resultaba evidente que Zadie Smith había utilizado como material narrativo una gran parte de su propia , o muy próxima, experiencia personal.

En 2012, tres novelas y varios libros de ensayos literarios más tarde, Zadie Smith volvía con NW London a su Willesden natal. La experiencia ha demostrado en numerosas ocasiones que regresos al origen como este ocultan una cierta pérdida de creatividad e inventiva. Al fin y al cabo es más sencillo evocar la experiencia propia que fabular otras vidas y otros mundos totalmente ajenos al propio.

Pero en el caso de Zadie Smith, nada más lejos de la realidad que la sospecha de una  pérdida de creatividad e inventiva narrativa. Es más. NW London supone un salto adelante estilístico y creativo tan gigantesco que a la propia Zadie Smith le va a costar años terminar de asimilar lo que ha hecho. Pero que nadie se llame a engaño. Se trata de una novela compleja y difícil, aparte de ser una obra polifónica: hay cuatro voces solistas que encauzan la narración en otros tantos momentos vitales (no necesariamente correlativos u ordenados temporalmente, aunque por algo digo que no es de lectura cómoda). Y también hay una infinita variedad de instrumentos de acompañamiento con sus respectivas voces, cadencias y melodías, y a nadie se le oculta que es prácticamente imposible armonizar y dar una suave unidad orquestal a semejante guirigay de sonidos.  A ratos chirría, pero también es cierto que cuando se recupera la melodía es gloria pura.

La primera sección está encomendada a Leah, la única blanca envidiada además por sus compañeras contrincantes afrocaribeñas por haber pillado a un guapo peluquero de origen italocaribeño. Cosas de los willesdeanos. Esta primera sección titulada “visitación” tiene reminiscencias joyceanas claramente identificables pese a la barrera de la traducción (que por cierto ha tenido que ser una pesadilla brillantemente resulta por su autor, Javier Calvo), con sus monólogos interiores (“stream-of-consciousness”) y ese inconfundible “reverberar” de la calle en forma de retazos de conversaciones al vuelo, afirmaciones no atribuibles a nadie, descripciones sin punto de fuga…no me cabe la menor duda de que si Joyce tuviera que contar hoy sus percepciones callejeras dublinesas no lo haría de forma muy diferente a como lo hace Zadie Smith.

En la  segunda sección, “invitado”,  la narración, la sensibilidad y  el desarrollo  del acontecer están encomendados a Felix Cooper, también hijo de los gigantescos y destartalados bloques de apartamentos municipales donde han nacido y crecido los demás personajes y que van a tener una destacada presencia en la peripecia de este joven que después de haber sufrido lo peor del aprendizaje en la calle parece estar superando la etapa de drogodependencia para crearse una vida normal. Pero un detalle: en una de sus últimas intervenciones en la sección anterior, Leah ha escuchado en televisión que el espíritu del carnaval que está teniendo lugar esos días (se trata del celebérrimo carnaval jamaicano de Londres) ha quedado desvirtuado por la muerte de un joven llamado Félix a manos de dos navajeros de callejón. Es decir: a partir del momento en que el lector ha sido informado de que el protagonista de “invitado” va a morir en cualquier momento de forma inicua y sin sentido, todos sus gestos y movimientos, los sufrimientos del pasado, la actual lucha por salirse de la droga o  su negra ausencia de futuro cobran una significación muy especial y este recurso narrativo tan sencillo permite a Zadie Smith contar una historia perfectamente vulgar y cotidiana  que cobra sin grandilocuencias ni grandes pretensiones  una conmovedora dimensión trágica.

Y otro tanto cabría decirse de las dos secciones que restan, dedicadas a Natalie y, en menor medida, a Nathan. El relato sigue  siendo el mismo (Natalie es la amiga íntima de Leah, se han criado juntas en los bloques municipales, y aunque luego han tomado trayectorias distintas, siguen siendo el punto de referencia una de otra) pero la narración no tiene nada que ver, pues ahora avanza a base de pequeñas  bocanadas vitales (185 en total) en ocasiones redactadas en unas pocas líneas de forma tradicional y otras veces recurriendo a bloques muy largos desarrollados con técnicas muy variadas.  Es un prodigio percibir el odio que suscita Natalie por ser negra y creerse superior a las demás porque es abogada y está casada con un rico banquero antillano.

El desenlace, titulado “travesía” es un alucinante viaje a pie  entre Willesden Lane y Kilburn High Road, y puesto que Zadie Smith ha decidido que sea el lector quien haga su propia lectura del mismo no voy a enredarme ahora en interpretaciones personales. Pero ya digo: aunque momento a momento NW London se deja leer con todo gusto, el conjunto es complejo y  viene a confirmar por qué Zadie Smith esté considerada como una de las mejores novelistas de su generación.

 

NW London

Zadie Smith    

Traducción de Javier Calvo

Salamandra



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26 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cultura del más

Del mismo modo que hay personas o pueblos que sufren un complejo de inferioridad y en él se representan, otros se atiborran de un complejo de superioridad y con él se emborrachan como pavos de Navidad. Los españoles, en general, somos los del complejo de inferioridad y nuestra estima sin brillo da para bastante poco. En cambio, los catalanes, dentro y fuera de aquí, son más. Fueron uno de cada tres del equipo olímpico español en 2008 y Pau Gasol portó, en 2012, la bandera nacional al frente de la mejor selección española de la historia. En el balonmano, en el baloncesto, en el hockey, la natación, las motos, el fútbol o el baloncesto son los representantes más altos. Probablemente, ningún momento mejor para presentar una demanda de independencia como entidad diferente y superior. El Barça, segundo o tercero en la Liga no facilitaba el fervor patriótico pero ahora es otra cosa. Este momento viene a ser idóneo para enaltecer la cultura del más. Y, por si faltaba poco, el president se llama Más y un distinguido escudero se apellida Más. ¿Qué más se puede invocar?

La Historia lleva a estas cristalizaciones nominales (seminales) y bien se sabe cuánto importan las palabras del destino en estas coyunturas simbólicas por demás. Más que un club, más que una lengua, más que una nación. Más a más.

Sólo haría falta esperar el momento para expresarlo con rotundidad y ese momento ha llegado sin que se le deba dejar escapar ¿Estado de la Autonomías? ¿Café para todos? ¿Estados Federal? Parece que los españoles no entienden ni los políticos se enteran. No se trata de ser más autónomos sino de ser más. Los otros pueden darse por satisfechos con el federalismo pero los catalanes acérrimos nunca quedarán satisfechos con una fórmula igual. La cultura del más siempre requiere un plus que la distinga, aunque sea, según los catalanes, en los confines de la españolidad. Si hay comida para todos en proporciones iguales, no es bastante para la voraz cultura del más. No es el "mucho" como cree el PSOE con el federalismo lo que sacia, sino el más.

Barcelona es guapa, es la ciudad más mimada, más expuesta y más visitada internacionalmente de toda España. Poco importa que otros lugares (País Vasco, aparte, claro está) les parezcan hermosos sean El Bierzo o La Rioja. Nunca les parecerán más. Barcelona siempre fue más que Madrid y aún ahora, que los números dicen otra cosa, no importa a efectos de pesar el valor nacional.

De modo que, a base de empujones identitarios se ha llegado al extremo superior el independentismo y lo último que se le ha ocurrido a la cultura del "más" ha sido la independencia "másima". Es decir, el fin de la comparabilidad.

Los complejos de superioridad son difíciles de curar porque cada vez que se les combate se fortalecen sintiendo que la envidia o la mediocridad atentan contra ellos. En consecuencia, mañana serán mayores y pasado mañana más altivos. El español es una cosa corriente en la que alistarse y el catalán un don donde entronarse. ¿Un Estado? ¿Un Estado independiente? Claro que sí. Cuánto más independiente y único mejor. No se sabe a qué conduce esta absorbente soberbia. Puede ser que no, pero ¿y el regusto que esta morbosa patología procura ahora sin necesidad de esperar al más allá?



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26 de diciembre de 2013
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Viaje al país del siempre jamás / II. Grandes esperanzas

1968. Grandes esperanzas, Dickens también fue un profeta. La década de los sesenta, la que no se repetirá, y sin la que nada de lo que está por venir en mi vida sería posible, ni lo que me tocó vivir ni lo que me ha tocado escribir. Aprendí que la más lúcida de las compatibilidades es que podía ser un escritor y un revolucionario, alguien que piensa y que hace, y que encuentra que su sensibilidad para escribir es la misma que le sirve para pensar que otro mundo es posible en la realidad y en la narración, tierra y cielo, el yin y el yang.

Entré en el Club de la Serpiente, fui cronopio de primera fila y no apretaba el tubo de pasta dentífrica desde abajo como se ordenaba en el sabio manual de instrucciones para vir que fue Rayuela. Cortázar y Franz Fanon, el Ché y Janis Joplin, Martin Luther King y los Beatles, Ben Bella y los Rolling Stones, Lumumba y Bob Dylan, jamás se vio brillar en los cielos de la esperanza una constelación semejante, no importa la frase hecha. Woodstock el gran campo de batalla lo mismo que lo era la cordillera de los Andes, Argelia y el Congo, las calles de París en mayo y la siniestra plaza de Tlatelolco en octubre de 1968.

Ser joven por primera vez en la vida es una carga seria, la barricada cierra la calle pero abre el camino. Es necesario explorar sistemáticamente el azar, dicen también los grafitis, una frase que parece escrita por Cortázar. A los revoltosos en las calles los jerarcas del partido comunista francés les parecían unos ancianos que estaban bien donde estaban, en el asilo de ancianos.

Sin los sesentas no habrá setentas, querido Perogrullo, sin esa explosión de locura y esperanzas no habrá revolución en Nicaragua, todos esos ríos azarosos y revueltos que van a dar a la mar, que es el vivir. Los guerrilleros en sus escondites leían Rayuela y leían La ciudad y los perros, el boom también era una rebelión armada; un primo mío comandante guerrillero se puso por seudónimo Aureliano, por Aureliano Buendía, y otro vino a llamarse directamente Macondo. A nadie hubiera extrañado ver a un Ixca Cienfuegos con el fusil en la mano en busca de la región más transparente del aire.

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26 de diciembre de 2013
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La vida soñada

Incluso los días de la semana pierden su nombre; hoy podría ser martes, jueves o domingo, no importa. Porque el rito de la Navidad difumina las aristas del tiempo al extender su mantel escarchado. No hay prórroga que valga, a pesar de la urgencia por cerrar el año. Una parálisis convocada en nombre del amor universal y la familia demuestra cuán relativo puede ser el tiempo, igual que la bruma tras los cristales en esa escena universal del fuego ondulado entre los leños que invade de sopor las últimas tardes de diciembre. Los telediarios mandaron las cámaras a las estaciones y aeropuertos para grabar el abrazo del reencuentro. Porque la soledad se hace puntiaguda en esas fechas, bajo peligro de perder su nobleza y acusar desamparo. Apremia la necesidad de juntarse y comer juntos como si alrededor de la mesa se pudieran curar las palabras no dichas. Los que se quieren, o se deben, ya se entregaron sus regalos. Los niños más listos hacen cábalas para resolver cómo en una misma noche un anciano con largas barbas subido a un trineo posee el don de la ubicuidad y llega a todas partes arrastrando su fábrica de juguetes. Ese sí es un gran relato, que se sigue reproduciendo desde hace dos mil años: la celebración del milagro de Dios como parque temático que trasciende religiones y culturas. Símbolos tan variopintos como la lotería, capaz de combatir la rémora tan española de “tapar agujeros”; la celebración del nacimiento de Jesús de Galilea evocado en catedrales y pesebres, o la afición por ese alimento temporal llamado turrón, que consumido fuera de contexto es algo parecido a vestirse de invierno en verano, construyen el imaginario navideño que incluso los más escépticos acaban tolerando. “La vida es el tiempo que hace. Son las comidas. Los almuerzos en un mantel azul a cuadros sobre el cual hay sal vertida. El olor a tabaco. Queso brie, manzanas amarillas, cuchillos con mango de madera”, escribe el gran John Salter en Años luz. La vida también es una colección de navidades, de sillas vacías y tronas con bebés que se estrenan con un gorrito de Papa Noel del cual ya ni advertimos su ridículo. Resumen el alfiler melancólico que remueve los mimbres del recuerdo y traen el eco del tipo de niños que fuimos; de la rebeldía adolescente que nos obligaba a aborrecer la tradición; del alborozo cuando fuimos padres primerizos y entonamos los villancicos que cantábamos con guantes, gorro y bufanda esas vacaciones de invierno en que la vida soñada no tenía fecha de caducidad. ‘El mundo se desmorona y nosotros nos enamoramos’, decía Ingrid Bergman en Casablanca. No existe otro deseo más redondo, reversibles como somos. Corderos y lobos.

(La Vanguardia)

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25 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El oro, la luz y el desnudo

La máxima y única noticia sobre España que he podido leer en Sidney durante dos meses no es ni positiva ni negativa. Se trata de un relato igual a cero. El relato del Ecce Homo que trató de restaurar Celia Giménez, 83 años, y que se convirtió, gracias a ser una birria, en la peregrinación más graciosa de la catolicidad.

Una peregrinación tan numerosa, como se recordará, que el, párroco decidió cobrar un euro por la visita mientras, en la chacota popular, el sagrado nombre de Ecce Homo pasó a ser Este Mono. La noticia del miércoles pasado en The Sidney Morning Herald es que al cura, de 70 anos, se le acusa de apropiación indebida, lavado de dinero y, como ya es curialmente habitual, de abuso de menores.

Estos y otros datos merecieron un buen lugar en el periódico más serio de Sidney. De modo que la historia del cuadro pasa ya por un doble bucle. Cristo, convertido en monigote, desintegra el fervor. Y el periódico, con estos fragmentos, presenta la imagen principal que los australianos han recibido de nuestro país en 60 días.

No no puede decirse, sin embargo, en este caso, que se haya recurrido a los tristes tópicos. La noticia es atópica y podría haberse producido tanto en Indonesia como en Uruguay. Se trata pues de una curiosidad absoluta en la que España es protagonista por azar.

Pero solo así, por azar, los australianos saben de España. No hace falta que nos mostremos espectacularmente en crisis, ni ganadores de un Oscar, ni constructores aquí de grandes obras públicas. Faltos hoy de interés para los australianos, nuestro país se volatiliza en el espacio y solo llega a condensarse cuando planea una broma de peso parroquial. ¿No existe pues España para los australianos? No hace falta pensar mucho para suponer que no. En Europa cuenta Gran Bretaña, como es natural; en América, Estados Unidos como es capital y, en Asia, China como es cabal.

No obstante, de España no sería necesario saber mucho para tenerla en cuenta. Todos los australianos que han pasado por Barcelona, Madrid o Sevilla se han convertido en sus promotores. Pero ni el vino español que da mil vueltas al australiano (ácido como el limón pero cuarto exportador del mundo), ni el flamenco, los toros o las bellas mujeres han ganado suficiente atracción. El ganado vacuno lo poseen por decenas de millones, las bellas mujeres las tienen de todos los gustos, razas o colores y en cuanto al baile los jóvenes mueren en discotecas atestadas como en cualquier lugar occidental. Encima, sus gigantescas playas bullen de surfistas y de un clima canario tan ameno como en un radiante festival.

España les importaría notablemente, sin embargo, si los departamentos oficiales presentaran de una vez al país como la cabeza de cientos de millones de personas hablando español. No España sino el español es lo que vale su peso en oro.

Actualmente, en los programas de estudios australianos ha disminuido la oferta de lenguas europeas, como el francés o el alemán, en beneficio del japonés, el chino o el coreano. Lo que vende es lo que hace vender, y ¿cómo pasar por alto que, además de Hispanomérica, en 2050 Estados Unidos tendrá una población con una mitad de hispanohablantes?

Esta es la última colaboración que envío desde Sidney porque no voy a pasarme aquí toda la vida. He llegado incluso hasta Nueva Zelanda, pero ni un paso más. Y, paralelamente, puesto que ya que he estado allí pido disculpas a John Rochlin, cónsul honorario de Australia en Barcelona, que se llevó las manos a la cabeza cuando, sin querer, multipliqué por dos el número de habitantes neozelandeses y, de paso, sus ovejas. Ahora que, ya en directo, he podido echar un vistazo, los habitantes son 4 millones y medio y las ovejas no pasan de los cuarenta millones. Una animalada de todos modo, pero ¿qué puede esperarse de un paraíso como Nueva Zelanda, donde su naturaleza apenas sin mancillar (hay que desinfectarse las suelas de los zapatos para entrar en algunos bosques) ha convocado a toda clase de especies, faunas y floras, habidas y por haber?



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24 de diciembre de 2013
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Ansiedad con bogavante

Cuando gugleas “crisis de ansiedad” y clicas en la quinta entrada para verificar la sintomatología que caracteriza a ese eclipse mental, oyes de repente la voz de una mujer preguntando: “Cariño, ¿con qué me vas a sorprender esta noche?”. A lo que Cariño responde: “Con una crema de bogavante”. Es un vídeo comercial, pero la situación resulta tan absurda como la coctelera de contrastes que se agitan en los formatos contemporáneos. Y es que las agencias de marketing miden el número de clics de miles de páginas en busca de “audiencia útil”, en una estrategia en la que prevalece el número a la letra. Y allí se plantan. El Google Zeitgeist del 2013 concluye que “crisis de ansiedad” es una de las expresiones más buscadas del año, superando incluso a “crisis económica” y “crisis existencial”. Aun así, no deja de sorprender la escena real de que alguien con palpitaciones, sudores fríos, mareo, parálisis y sobre todo con la sensación cada vez más totalizadora de que está a punto de sufrir un colapso, escuche la voz de Cariño a punto de echar al fuego la crema de bogavante. Pero, a la vez, es un excelente ejemplo de lo amalgamado de nuestros tiempos, característica de la cual el buscador es un testigo elocuente. Este año, los españoles han pasado del agujero en el bolsillo al nudo en el estómago, mientras se publican cifras abrumadoras del generalizado aumento del consumo de antidepresivos -según la OCDE, se ha duplicado en diez años- y la fractura de cualquier tipo de seguridad lo asuela todo. Las palabras más buscadas demuestran que internet sigue siendo el cajón de sastre virtual que posiciona no tanto lo más importante o urgente, como lo que perturba. Sólo así es posible entender por qué los españoles han buscado con igual frenesí “dieta macrobiótica”, “Álvaro Bultó” o “crisis de ansiedad”. En lo que antes se conocía como un ataque de nervios, lo que más conmueve es la nostalgia de la normalidad. La vida sin pensamientos atropellados ni latidos en estéreo. Cómo se añora la respiración pausada, el aburrimiento y la nada. Aunque siempre hay que encontrar una explicación socialmente aceptada, que posea un prestigio tan ampliamente compartido como el del estrés. Todo el mundo entiende que, al perder un trabajo y tener que vivir en precario, sobrevenga un apagón. Veinte años atrás, la ansiedad sólo era el aguijón de unos pocos -nerviosos, ambiciosos, angustiados-. Hoy es un trastorno que define los toboganes de una sociedad en permanente rebaja, un mal común. Nunca he entendido con qué naturalidad se le pide a quien cree que el corazón va a salírsele por la boca que controle la respiración y visualice una playa. Me parece una tarea heroica al tiempo que un esfuerzo inútil. La publicidad tiene la llave en su mano, y una osadía que carece de límites. Por eso, en un mundo donde todo está en venta, nada como recetar contra la ansiedad una crema instantánea de bogavante.

(La Vanguardia)

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23 de diciembre de 2013
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Lo que le falta al corazón

Es muy curioso el destino de Marivaux, alguna de cuyas comedias y novelas han sido llevadas a la pantalla pero cuyo mayor timbre de gloria fílmica es el influjo ejercido en cineastas que se dejan impregnar por él sin reconocerlo, y uno de ellos, hasta ahora el más ‘marivaudiano' de la historia, incluso negándole. El que le negó (en una entrevista de la televisión francesa) es, naturalmente, Eric Rohmer; buena parte de su filmografía, y no sólo las ‘Comedias y proverbios', está inspirada por la profunda ligereza y la ingeniosa verbalización de los sentimientos propias de Marivaux, pero todo artista es dueño tanto de elegir sus paternidades como de angustiarse por ellas y rechazarlas. Nosotros, lectores y espectadores independientes, nos quedamos con la libertad de decidir. Otro gran director que ha leído bien al comediógrafo dieciochesco es Jacques Rivette, que toma de él la locuacidad, la travesura galante y la melancolía inexplicable. Y desde hace diez años está en primera fila del ‘marivaudismo' internacional el tunecino de origen Abdellatif Kechiche, que no esconde sus fuentes.

      No he visto las demás adaptaciones al cine de obras de este autor, para mi gusto uno de los genios de la comedia dramática de todos los tiempos, con el mismo rango de Shakespeare, Calderón o Goldoni. Se hizo en Francia en la lejana fecha de 1968 una película sobre su comedia ‘La double inconstance', y un cineasta muy solvente, Benoît Jacquot, es autor de sendas películas tomadas de ‘La fausse suivante' y, curiosamente, de la novela inacabada ‘La vie de Marianne' que inspira ‘La vida de Adèle'. Siento en particular no conocer la que en el año 2001 llevó a cabo la interesante guionista y directora intermitente Clare Peploe, esposa y colaboradora de Bernardo Bertolucci. Peploe filmó ‘El triunfo del amor', una comedia bajo cuyo banal título se esconden una obra maestra absoluta y un personaje femenino, Léonide, princesa de Esparta, que está entre los más sutiles e inteligentes que se han escrito para el teatro; lo interpretaba nada menos que Mira Sorvino, al lado de Ben Kingsley y Fiona Shaw, pero el film no tuvo ningún éxito, y apenas se difundió. Sueño con verlo.

     En el año 2003 Kechiche, después de un debut brillante con ‘La faute à Voltaire', no estrenada en España, hizo ‘L´ésquive' (‘La escurridiza'), en la que un grupo de chicos y chicas de un instituto suburbial mezclaba en sus rutinas estudiantiles y en su vida erótica el texto de la pieza quizá más conocida de Marivaux, ‘El juego del amor y del azar', que los alumnos ensayaban para una representación escolar. Aparte de la presencia seminal del citado escritor, ‘La escurridiza' comparte con ‘La vida de Adèle' el método de filmación en planos aparentemente poco elaborados, muy pegada la cámara al rostro de los intérpretes, y una gran dependencia de los diálogos, en ambos casos (y en las demás películas de Kechiche) caracterizados por el predominio del argot. ‘La vida de Adèle', basada más que en el argumento en los motivos esenciales de la extensa novela ‘La vida de Marianne' (una de las dos, y ambas inacabadas, que dejó Marivaux), toma sin embargo como referencia más inmediata un comic (o novela gráfica, como ahora se les llama grandiosamente) de la dibujante francesa Julie Maroh, que naturalmente desconozco. Maroh es una lesbiana militante, que ha lamentado, con motivo del enorme éxito de la película y su resonancia internacional tras ganar la Palma de Oro del último festival de Cannes, que en el set donde se rodaba "faltasen lesbianas", aunque de modo muy honesto confiesa también en su blog que al vender sus derechos a Kechiche le vendió el de la traición necesaria o inevitable. Otra implicada en el rodaje, la actriz Léa Seydoux, que interpreta el papel de Emma, denunció junto a algunos miembros del equipo técnico las condiciones dictatoriales impuestas por el director. También ese derecho, me temo, se vende cuando uno firma un contrato en el cine. Y si no, que se lo digan a Fritz Lang, a Hitchcock, a Kubrick o a Almodóvar, grandes artistas de la narración en imágenes y del látigo.

    Hablemos de los resultados de todo ese nudo de componentes y contingencias, la obra magistral y siempre apasionante a lo largo de sus tres horas de metraje que es ‘La vida de Adèle', una película que combina con un arte en este caso especialmente refinado el marco literario y el contenido sensual de los seres elementales o muy jóvenes en los que suele ir a fijar su mirada Kechiche. La literatura no sólo proviene de Marivaux, del que se cita en las primeras imágenes de la escuela una frase de la novela, la búsqueda de "aquello que le falta al corazón". La frase y la búsqueda constituyen el lema y el ‘leit motiv' del relato fílmico, que discurre, como es natural tras un pronunciamiento poético tan enigmático, por los senderos de la ambigüedad y el claroscuro. Hay más insinuaciones literarias: Sartre, que llega casi a ser un personaje ausente, Francis Ponge, Alain Bosquet. Qué gusto que un director tan específicamente cinematográfico introduzca tan bien la prosa y la poesía.

      ‘La vida de Adèle' procede desde lo general a lo particular, y fascina tanto en la esfera amorosa como en el leve pero elocuente trazo de los fondos sociales: la política de los grupos de poder sexual en la adolescencia (la escena del acoso a Adèle en el patio del colegio), la verborrea del ‘establishment' artístico, las familias. Son inolvidables y están maravillosamente escritas las dos cenas de las enamoradas con los padres respectivos: nunca, desde el ‘Espartaco' de Kubrick y ‘La quimera del oro' de Chaplin, se le ha sacado tanto partido metafórico a los moluscos y al ‘spaghetti', que el hambriento Charlot obtenía de unos cordones de zapato. La media hora final trasciende la anecdótica de los compartimientos estancos de la sexualidad; a esas alturas ya no importa, después de haber mostrado antes las vejaciones que la homosexualidad sigue produciendo, que las amantes sean dos mujeres. Adèle (extraordinaria Adèle Exarchopoulos) sola en el parvulario, rodeada de juguetes; Adèle tendida en el banco del parque donde coqueteó con Emma; Adèle besándole la mano frenéticamente a su amante, que ya no la ama. Tres instancias conmovedoras del sentimiento global de la pérdida y el abandono.

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23 de diciembre de 2013
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El Boomeran(g)
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