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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una sentencia de Josep Pla

Ha pasado una semana y nadie ha citado la famosa frase atribuida Josep Pla: ?Nada se parece más a un español de derechas que un español de izquierdas?. No ha hecho falta porque hay coincidencia entre los comentaristas más conspicuos del soberanismo y del antisoberanismo: a la hora de encarar la propuesta de consulta sobre la independencia de Cataluña en el Congreso de los Diputados, Rajoy y Rubalcaba son dos gotas de agua. Unos lo denuncian y otros lo celebran, pero ambos coinciden en lo sustancial, la denegación de la transferencia de competencia para efectuar la consulta les une a ambos, incluso en los aplausos cosechados por los diputados, al menos de algunos populares para el líder socialista. ¿Hubo diferencias que desmientan la frase supuestamente planiana? Las hubo en los discursos y en los argumentos. En el diagnóstico: para Rajoy todo es un lío del que son responsables quienes lo han creado; para Rubalcaba hay un problema real de desentendimiento, del que en buena parte es responsable el propio Rajoy. En la solución: Rajoy propone la inmovilidad; Rubalcaba sugiere una reforma constitucional que pueda ser refrendada luego por los catalanes. Pero al final, lo que cuenta es el voto, y ahí no hubo variaciones. Todo estaba en el guión. Cualquier variación, propia de culturas políticas algo más sofisticadas, quedaba fuera de lugar. Es imposible imaginar en un escenario polarizado como el nuestro que los socialistas se hubieran abstenido, sin necesidad de apoyar la propuesta pero dejando que fuera la mayoría absoluta del Gobierno la que cerrara el paso a la propuesta nacionalista. Quien osara hollar este camino, sospechoso de dudas sobre la unidad de la patria común e indivisible, quedaría automáticamente descalificado para optar a gobernar en Madrid. Todavía más difícil es imaginar que hubiera funcionado la pluralidad socialista y la relación federal en forma de un voto diferenciado: en contra el PSOE y abstención del PSC. Rubalcaba hubiera quedado desautorizado y, a efectos prácticos hubiera sido lo mismo que una abstención socialista en bloque. Dejando volar la imaginación, quedaría todavía una tercera posibilidad, más exigente aún respecto a la sutilidad del sistema político que tenemos. Partamos de que la propuesta significaba el inicio de un trámite parlamentario, no la aceptación de la transferencia de la competencia para convocar la consulta. En el parlamento imaginado de Nunca Jamás, se aprobaría la aceptación a trámite, pero luego se discutiría y enmendaría para dejar la proposición de ley en nada o aceptarla en alguna de sus partes. Había una novedad que abonaba el debate sobre esta posibilidad: la sentencia del Constitucional sobre la declaración soberanista que reconoce el carácter legítimo y constitucional de la aspiración a realizar la consulta, aunque la rechaza como ejercicio del derecho de autodeterminación o expresión de una inexistente soberanía catalana. Sentencia en mano, cabía la discusión sobre la necesidad de consultar a los catalanes, las garantías sobre su carácter no vinculante, la oportunidad y constitucionalidad de las preguntas tal como pretende formularlas Artur Mas o la idoneidad de la fecha del 9 de noviembre, cuestiones las dos últimas decididas unilateralmente por una mayoría parlamentaria catalana que no llega a los dos tercios. Si la sentencia del Constitucional apenas entró en el debate es porque no interesa a ninguna de las dos posiciones enfrentadas de forma maniquea. La frase atribuida a Josep Pla tiene la virtud de que admite la dirección inversa: ?Nada se parece más a un catalán de derechas que un catalán de izquierdas?. El tópico implícito en la sentencia es el de una irreductible separación esencial entre lo español y lo catalán, de forma que tanto españoles como catalanes se definen por lo que tienen en común según sus respectivas identidades y no por la separación entre izquierdas y derechas. Arturo San Agustín ha fabricado un libro estupendo alrededor de la pregunta ¿Cuándo se jodió lo nuestro?, con el subtítulo Cataluña-España: crónica de un portazo (Destino), que formula a una veintena de personas (aclaración: yo soy una de ellas). Unos dicen que todo empezó con la sentencia del Estatut, otros con el Estatut mismo, otros más se remontan a los años 80 y algunos apelan a la irreductible diferencia entre españoles y catalanes y sitúan el conflicto en el depósito de las verdades eternas e inmutables, sin remedio pasado alguno y sin atisbo de solución en el futuro. Aterricemos de una vez para comprobar la cita de Pla: Quadern Gris, 28 de septiembre, 1918. ?Lo que más se parece a un hombre de izquierdas en este país es un hombre de derechas. Son iguales, intercambiables, han mamado la misma leche. ¿Podría ser de otra forma? No lo dudes: esta división es inservible?. El escritor pone las palabras en boca de su padre, que puede referirse a l?Empordà, a Cataluña o a España cuando habla de los políticos. Nada hay en la cita que se acerque a las irreductibles esencias nacionales, ajenas al escritor de los matices y de las tonalidades grisáceas, los territorios donde crecen la sutilidad y la capacidad de acuerdo que tanto nos faltan ahora.



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14 de abril de 2014
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El último minuto

¿Por qué hay personas previsoras que se organizan minuciosamente para acometer una tarea y otras que, por más que lo intenten, siempre lo hacen todo en el último minuto? Los primeros, más que puntuales, realizan sus entregas con antelación a la fecha señalada; y cuando acuden a una cita llegan con tiempo suficiente para permitirse el lujo de perderlo. Eso es lo que piensan quienes sienten que no tienen ni un minuto para malgastar y apuran las horas como si fueran elásticas. De los primeros se dice que son metódicos; los segundos, caóticos. Pero la precipitación no siempre es mala, depende de la fuerza de las ideas, y de las conexiones entre consciente e inconsciente. Si no, ¿por qué a pesar de posponer racionalmente un asunto, no podemos quitárnoslo de la cabeza hasta que lo afrontamos? También se puede llegar a soñar con el deber aplazado: a mí me ocurrió cuando empecé a escribir artículos. Si no lo tenía resuelto, aquella noche mi inconsciente se afanaba en buscar un tema para la columna, y alguna miga llegué a recoger en la vigilia. Hitchcock contaba su experiencia en un colegio jesuita célebre por su rectitud moral y su disciplina, y reconocía que le ayudó a perfilar su sentido del suspense. “El método de castigo era altamente dramático: el pupilo debía decidir cuándo acudir. Y dirigirse a la habitación especial donde se hallaba el cura o el hermano lego encargado de administrarlo. Algo parecido a dirigirte tu propia ejecución”. “Decidir cuándo”, ahí está el quid de la cuestión. El adolescente Hitch comprobó que la mayoría de sus compañeros retrasaba la sesión de azotes con correa hasta última hora del día. Así, al castigo físico se le añadía una losa autoimpuesta que los angustiaba durante toda la jornada. En cambio, si se recibía inmediatamente, tras las lágrimas y el escozor pronto llegaba el alivio. Por pereza, parálisis o carácter postergamos lo que sabemos que tendremos que encarar irremediablemente -lo llaman procrastinación-, aun sintiendo el látigo del minutero, la angustia del tiempo que expira, la boca seca. No siempre se advierte diferencia entre el resultado de quienes realizan una actividad con tiempo y quienes la han hecho a última hora. “No me lo he preparado demasiado y me ha salido mejor que nunca”, les he oído decir a varios conferenciantes. Cierto es que la inspiración llega cuando uno suda, pero la daga de la presión desquicia a unos mientras que revitaliza a los otros. Según una investigación realizada en la Universidad de Colorado, de la que informa la revista Time, la procrastinación se hereda. El profesor Daniel Gustavson y su equipo concluyen que el dejarlo todo para el último momento no es sino una adaptación evolutiva a nuestra era de planes y agendas. Genes impulsivos a la búsqueda de un relámpago de suspense.

(La Vanguardia)

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14 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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54. Las drogas inventadas

[En Un mundo feliz (1932) Aldous Huxley establece una droga, el soma, como el auténtico regulador de las relaciones sociales e interpersonales. En el relato de Philip K. Dick "Faith of Our Fathers" (incluido en Dangerous Visions, 1967), se reparten drogas alucinógenas diluidas en el agua, para tener a los ciudadanos controlados bajo el dominio extraterrestre. Los grupos de resistencia operan ingiriendo fenotiacina, un antialucinógeno. Frederic Pohl hace una irónica variación del tema en su relato "What to do till the Analyst comes"[1], donde la droga que produce el control social es un chicle denominado Cheery-Gum.] [En White Noise (1985), Don DeLillo describe Dylar, una droga para ahuyentar el miedo a la muerte. Una neuróloga opone al respecto que necesitamos alguna frontera, algún límite final para definirnos metafísicamente: "but I think it's a mistake to lose one's sense of death (...) Isn't death the boundary we need? Doesn't it give a precious texture to life, a sense of definition?"[2]. En el cómic American Flagg! (1983-89), Howard Chaykin introduce la droga NachtmachterTM, que produce lagunas en la memoria a los participantes en disturbios.] [Rodrigo Fresán imagina en El fondo del cielo (2009) una droga para olvidar: "Mi padre nunca se repuso de esa frustración y por eso se ofreció como uno de los primeros voluntarios para probar la droga esa... la que te hace olvidar recuerdos no deseados, tristes, insoportables. Mi padre quería olvidarse de que alguna vez me había soñado un futuro estelar, un futuro en las estrellas. Pero eran los primeros días del asunto, todavía estaban desarrollando la cosa. Y se olvidó de todo. Me olvidó por completo"[3]. Douglas Coupland imaginó en Generation A (2009) una droga cronosupresora: "SOLON CR está indicado para el tratamiento de la incomodidad psicológica basada en la obsesión con el futuro cercano o distante. Al cortar el lazo entre el momento presente y la percepción de un estado futuro por parte del paciente, se han conseguido caídas pronunciadas y significativas en todas las formas de ansiedad. Además, los investigadores han descubierto que la desconexión del futuro ha conseguido que varios pacientes que se quejaban de soledad persistente vivan una vida activa y productiva en soledad, sin temor ni ansiedad"[4].] [Óscar Gual también ha dejado su propia droga inventada: "la sopa-S desapareció semanas después de haber sido introducida en el mercado, tan rápidamente como irrumpió (...) Según pudo averiguar, no todo quien lo probó sufrió tan fatales consecuencias, pero sí coincidían describiendo sus efectos: quien lo consumía se cegaba irracionalmente en aquello que más le importaba en ese momento. Se convertía en un autómata. Bloqueaba la conciencia dispersa aislando tan sólo una idea en la mente. (...) El cuerpo como reflejo del alma. Eso es lo que parecía provocar aquella sustancia"[5].] [En La última novela de César Aira (2012), de Ariel Idez, el narcotraficante César Aira inventa y difunde la proxidina, cuyo efecto es "desactivar el relato unificador y disgregar el sistema nervioso sembrando la anarquía fisiológica"] [Ray Loriga imagina en Za Za, emperador de Ibiza (2014) la droga ZAZA, que tiene como efectos la felicidad total y sonrisa perpetua, incluso en un condenado a muerte[6]. Como aquella droga del relato de Dick, también es suministrada a la población para tenerla sonriente y bajo control.] [Edmundo Paz Soldán construye en Iris una región en guerra, donde la droga -como en Vietnam- es indisoluble de la experiencia bélica, para huir del horror: "Quiso un swit para tranquilizarse. Había abusado de ellos, quizá por eso algunos ya no le hacían efecto. Tomaba uno para dormir y otro para estar alerta; uno para los ataques de pánico y otro para la ansiedad; cuando le faltaba aire se metía uno a la boca y cuando le subía la presión, otro; para divertirse necesitaba tres y cuando estaba melancólico, dos; quería ver estrellas y escuchar explosiones en el sexo con Soji y buscaba swits en la cajita de metal que tenía en el cuello"[7]. El PDS, otra droga de la novela, "crea una realidad para el que la usa. Como meterse al Hologramatrón, ser parte dalgo que sestá proyectando nese instante. Como actuar nuna película ya filmada, revivir un recuerdo como si jamás hubiera ocurrido" (p. 79). El jün es la droga definitiva, leitmotiv de muchos personajes de la novela, que persiguen la experiencia "oceánica" de disolución identitaria que procura su ingesta.] ["La puesta en escena que había empleado tenía que ver seguramente con la característica más novedosa de la poliproxidina, de la que se decía que era la droga que eliminaba del discurso todas las metáforas"[8], explica César Aira en Yo era una chica moderna (2004). Y es curioso pensar qué sucedería con buena parte de la narrativa contemporánea si se le aplicase esa poliproxidina y la droga dejase de ser, súbitamente, una de sus más recurrentes metáforas].

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Addenda: Después de colgar el post mi novia me recordó la "leche-plus" que bebían antes de salir a dar golpes los protagonistas de La naranja mecánica de Anthony Burguess; Paul Viejo me apuntó la "melange/spice" del Dune de Frank Herbert; Juan Carlos Márquez recuperó al Dr. Jekyll de Stevenson y su droga disociadora, y Fernando Ángel Moreno Serrano me citó el relato "Solsticio", de James Patrick Kely, sobre un diseñador de drogas. Rodrigo Fresán, tras leer el texto, me comentó la existencia de otras drogas imaginarias en Flashback (2011), de Dan Simmons, donde la población toma la droga "flashback" para retornar al pasado de su memoria, y en la distopía Sleepless (2010), de Charlie Huston, que describe un futuro donde las personas no pueden dormir y sólo algunos privilegiados evitan la muerte segura por agotamiento gracias a la droga "dreamer". Juan Bonilla me ha enviado un correo donde agrega: "Y Vurt, Vicente, de Jeff Noon: unas plumas que se venden en las vurterías y hay de todos los colores: las azules, que facilitan sueños legales y seguros, las rosas para las experiencias pornográficas, las negras, que son ilegales porque convierten al ciudadano en un peligro, y las amarillas que son escasas y gracias a las que se puede construir una ‘second life' más real que la realidad en la que casi todos los que entran ya no pueden salir. Es simpático que en la descripción de los efectos de esas plumas se indique que, al tomarla, cuando el consumidor cierra los ojos, empiezan a salir en la pantalla de su cerebro unos títulos de crédito informándole quiénes son los creadores del estupefaciente."

 


[1] Incluido en el volumen de relatos, de significativo título, Alternating Currents; Ballantine Books, New York, 1956. J. G. Ballard recordaba este cuento, en conjunción con una obra de Philip K. Dick, en un artículo titulado "What to do till the analyst comes" publicado en The Guardian el 31 de marzo de 1966, p. 6.

[2] Don DeLillo, White Noise; Penguin Books, New York, 2009, p. 217.

[3] Rodrigo Fresán, El fondo del cielo; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 127.

[4] Douglas Coupland, Generación A; El Aleph Editores, Barcelona, 2011, p. 107.

[5] Óscar Gual, Fabulosos monos marinos; DVD Ediciones, Barcelona, 2010, p. 15.

[6] Ray Loriga, Za Za, emperador de Ibiza; Alfaguara, Madrid, 2014, p. 59.

[7] Edmundo Paz Soldán, Iris; Alfaguara, Madrid, 2014, p. 16.

[8] César Aira, Yo era una chica moderna; Interzona, Buenos Aires, 2005, p. 81.



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13 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La sonrisa de Rumsfeld

A lo largo de dos horas -y podemos asumir que en las treinta y cuatro que duró la charla- no hace otra cosa que sonreír. A veces sonrisas punzantes, a veces discretas, y en la mayor parte de los casos irónicas. Sonrisas llenas de certezas. De vanidad. De suficiencia. Sólo en un momento, hacia el final de la cinta, a Donald Rumsfeld se le quiebra la voz e incluso deja escapar unas lágrimas para mostrarse frágil y humano. ¿Acaso toda la entrevista es producto de una soberbia actuación? ¿El antiguo secretario de Defensa de George W. Bush merecería un Óscar por su interpretación de sí mismo?

            Si The Unknown Known -la traducción pierde su fuerza en español: Lo desconocido conocido-, el documental de Errol Morris en torno a la figura de Rumsfeld, resulta fascinante no es porque su protagonista realice una sola declaración espectacular o porque alcancemos a vislumbrar sus contradicciones internas y menos un atisbo de redención, como ocurría en The Fog of War (2003) con otro secretario de Defensa caído en desgracia, Robert McNamara, sino justo por lo contrario: la invulnerabilidad de uno de los hombres de poder más influyentes de las últimas décadas frente al juicio de la Historia.

            La entrevista, qué duda cabe, es un combate. Frente a la cámara, el político que hará hasta lo imposible por justificarse, decidido a no mostrar el menor signo de agonía -con la forzada excepción del final- frente a los embates de Morris, a quien considera su enemigo. Y detrás de la cámara, el cineasta que, con el bagaje de su documental previo, intentará que, en un descuido o en un instante de hubris o soberbia, Rumsfeld muestre su auténtica naturaleza. Si hubiera que señalar un ganador de la contienda, en principio habría que pensar que es Rumsfeld: pese al acoso del entrevistador, quien no duda en mostrarle las evidencias de sus mentiras, el antiguo secretario de Defensa se mantiene impertérrito, ajustado militarmente al guion que él mismo ha escrito para sí. Aunque al final la victoria quizás no sea del todo suya...

            Aunque The Unknown Known (2013) parte de los miles de memorandos que Rumsfeld dictó durante sus años en el Pentágono -incluyendo aquellos en los que puja por intervenir en Irak o en los que aprueba las tácticas de tortura conocidas como "interrogatorio mejorado"-, en realidad se extiende a lo largo de toda su carrera, desde sus inicios como joven congresista republicano hasta su ascenso como secretario de Defensa de Gerald Ford, y desde su batalla contra George Bush padre para convertirse en vicepresidente de Ronald Reagan hasta su regreso al primer círculo del poder, con el hijo del anterior, de la mano de su antiguo asistente, Dick Cheney. El retrato, lleno de tintes shakespereanos, recuerda al Frank Underwood de House of Cards: un hombre absorbido por el ansia de poder, capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya y desprovisto de cualquier sombra de culpa. La coherencia, en cualquier caso, es absoluta: el Rumsfeld que en la administración Ford perseguía a toda costa el aumento de presupuesto militar para amedrentar a los soviéticos es el mismo Rumsfeld que se empeñó en invadir Irak para mantener los intereses geoestratégicos de Estados Unidos en Medio Oriente.

            Y es aquí donde se encuentra el meollo del documental, en esa invasión que fue producto de uno de los engaños más grandes del siglo: Saddam Hussein, como ahora sabemos, no poseía armas de destrucción masiva. Frente a esta verdad, Rumsfeld articula su teoría de lo desconocido conocido: "hay cosas que sabemos, cosas que sabemos que no sabemos y cosas que no sabemos que sabemos, pero también hay cosas que creemos saber, aunque al final nos damos cuenta de que no". Un juego de palabras que sirve como metáfora del infinito juego de silogismos y trampas verbales con las que Rumsfeld se escuda una y otra vez para no asumir la menor responsabilidad por sus errores.

            Sin embargo, al final es esa sensación de observar una fortaleza inexpugnable lo que termina por resultar más esclarecedor del personaje -y del régimen que lo llevó a la cima. Una camarilla que, cegada por la ideología y la ambición, no dudó en torcer no sólo el lenguaje, sino la lógica y la moral, para cumplir sus objetivos. Que su estrategia se revelase como un gigantesco desastre -Afganistán e Irak en peor estado que antes de la guerra y Estados Unidos con mucha menos fuerza y prestigio- no les impide permanecer seguros de sí mismos. Ni sonreír sin pudor.

              

Twitter: @jvolpi

 



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13 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Sur pide la palabra

La descripción que hace de este libro el cineasta Oliver Stone no puede ser más sugestiva: “El eslovaco chalado, el carismático filósofo croata y el más peligroso político griego han unido fuerzas para brindarnos el atasco en el que está medita Europa…”. El esloveno chalado es Slavoj Žižek, director de un instituto de humanidades en la Universidad de Londres y uno de los revulsivos culturales más provocadores de Europa, por más que sus numerosos enemigos y detractores en lugar de apreciar sus indudables dotes para el espectáculo  prefieran descalificarlo tachándolo de gamberro. Después de leer su decena de intervenciones en este libro el lector español podrá apreciar que si este hombre irrita tanto a los poderes establecidos es porque, junto a una actitud irreverente que a ratos se adentra en la blasfemia, demuestra una capacidad de análisis y una facilidad para la síntesis que le hacen terriblemente incómodo y difícil de rebatir sin caer en el insulto puro y duro (que es lo que por lo general hacen).

                Menos conocido por el gran público que Žižek,  el filósofo carismático Srećko Horvat no es menos luchador e incisivo que él. Aparte de escribir libros de combate y colaborar en medios como The Guardian, El País y Al Jazeera, dirige en Zagreb el Festival Subversivo, que no sé exactamente qué es aunque con semejante título tampoco hay que ser un adivino para hacerse una idea de qué hacen. El tercer participante, Alexis Tsipras, el más peligroso político griego, fue la gran y más esperanzadora sorpresa en las últimas elecciones de su país (2009) y aquí hace las veces de banderín de enganche para las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, a las que se presenta al frente de una colación de partidos denominada Partido de la Izquierda Europea.

                Lo que han escrito entre los tres, no es un tratado político, ni la tan ansiada reflexión que saque a la izquierda de la profunda depresión que la aqueja desde hace ya tanto tiempo: es un libro de combate que busca transmitir la urgencia de un cambio radical en el rumbo actual de la Unión Europea.  Aunque cada uno vaya a su aire, tanto Žižek como Horvat comparten su crítica a la mayor parte de las medidas adoptadas para paliar una situación provocada por los bancos con la connivencia de los estados y cuyo coste se ha hecho recaer íntegramente sobre las problaciones: entre otras muchas, una fiscalidad injusta, recortes en el gasto público sin precedentes, "ajuste" de los salarios, desmantelamiento del Estado providencia o la privatización de bienes públicos fundamentales, como por ejemplo el agua y la energía. Y las que seguirán.

Como es lógico, dada su condición de esloveno y croata, respectivamente, ambos son muy sensibles a la campaña de desinformación sufrida por sus países con el ingreso en la Comunidad Europea, y que les está conduciendo a una situación política y social sospechosamente similar a la que ya sufren Grecia, España, Portugal o Irlanda.  La conclusión es que Los Balcanes, los demonizados y vilipendiados Balcanes, son en definitiva una parte integrante y no diferenciada de ese Sur que reivindican los autores del libro.

Pero, aun siendo artículos de combate, lo que los hace más incisivos es que sus autores son capaces de alternar la lucha de trincheras con análisis de mucho calado, y en ese sentido son muy reveladores los titulados “En tierra de sangre y dinero: Angelina Jolie y los Balcanes” (una crítica demoledora de Srećko Horvat a En tierra de sangre y miel, la película en la que la conocida actriz metida a directora se empantanó en su intento de mostrar ese terrible y siniestro punto en el que, por recurrir a la terminología de Giorgo Agamben al hablar de Auschwitz “el bien y el mal, y con ellos todos los metales de la ética tradicional, alcanzan su punto de fusión”). Y ya que el lector habrá llegado hasta el momento en que Horvat justifica la sustitución de la imagen dulzona de la miel por el rostro implacable del dinero,  puede adentrarse en el artículo siguiente, titulado “La marcha turca”, en el que Slavoj Žižek analiza y da noticias bastante curiosas acerca del cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven y el (mal) llamado “Himno a la alegría”.

En vísperas de las elecciones europeas es casi un elercicio de higiene mental hacer una pausa en la avalancha de ideología trucada que están vertiendo los curiosamente todavía llamados partidos “conservadores” y “progresistas” y darle una oportunidad a una visión de Europa diferente, y que podría resumirse en una reflexión de alguien tan poco sospechoso de subversión como es T.S. Eliot. En sus Notas para la definición de una cultura, sostenía que en la tesitura de elegir entre el sectarismo y la incredulidad, el único modo de mantener viva una religión (en este caso el fetiche Europa) es provocar una escisión que rompa el núcleo central de esa Iglesia. O dicho en otras palabras: el chalado, el carismático y el peligroso político que firman este libro no tratan de acabar con Europa sino de provocar un cisma en el que las grecias, españas, portugales, irlandas, eslovenias, croacias, serbias y quienes vengan detrás vean sus derechos respetados y colmadas sus aspiraciones más elementales. O sea, que les den la palabra. Qué menos.

 

 

El sur pide la palabra

Srećko Horvat y Slavoj Žižek

Prólogo de Alexis Tsipras

Traducción de Enrique Murillo

 

Los libros del lince

 



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13 de abril de 2014
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Sin saltos de tigre

Hubo un tiempo en el que en las tiendas italianas del paseo de Gràcia podrías encontrarte e Eto’o o Ronaldinho comprando bolsos de Vuitton, acompañados por su incondicional troupe de palmeros. Las estiradas dependientas los escrutaban con un mohín de condescendencia, mientras ellos pedían más relojes de oro al peso. Hablamos de 2007, el último año en el que todo el mundo se sentía todavía rico, guapo, alto y famoso. Y no digamos los exóticos cracks. Sus propias fotos en Facebook y Twitter, como la que nos ha regalado este año Ronaldinho, posando en un jacuzzi custodiado por cinco mujeres sumergidas con el trasero en pompa, siguen perpetuando su impúdica vanidad. Al final de aquella etapa, corrían en boca de todos las descripciones de escenas lujuriosas en discotecas. Y la prensa flasheaba instantáneas que probaban su emparejamiento con top-models y misses del mundo entero. Porque no sólo los narcotraficantes tienen éxito con la belleza despampanante. Basta dinero y coraje para hechizar a la vulnerable cáscara de la hermosura. El talento atrae al talento, predican las multinacionales que se jactan de creativas. El héroe en el campo, el que juega bonito, el que maravilla a la audiencia, lleva implícita un aura de superhombre. Que se le lo pregunten a Iniesta, disfrazado ahora de Spiderman en un anuncio de Sony, que obliga al público a admirar sus ceñidas mallas más allá de su pálida flema. Que los futbolistas de élite son unas máquinas sexuales forma parte de la misma lógica que abre todo tipo de pesquisas acerca de la sexualidad de los toreros. El lugar común del as del balón convertido en rey del kamasutra permanece intacto y las declaraciones de Scolari en la conferencia “Falar de futebol”, en la que acabó falando de sexo, sirven de composición de lugar. El entrenador de la selección canarinha va más allá de prohibir o permitir con naturalidad las relaciones sexuales en la concentración, y alerta acerca de las acrobacias o malabarismos sexuales. “Ni por parte de ellos, ni de sus acompañantes”, llegó a matizar. Y todas las miradas se dirigieron a Neymar, de nuevo libre como el mar. Guardiola y Simeone, el nuevo triunfador, el deseado (también crucificado al ser visto con otra pseudomodelo, Carla Pereira) competirán como entrenadores carismáticos y estrategas en la Champions. Como telón de fondo, el subidón brasileño atraviesa otro imaginario universal y el Mundial palpita de deseo. Decae la libido azulgrana, se habla de fin de ciclo… ¡Al tiempo! Es la hora de entonar con Vinicius y su samba de Banção: “Mas pra fazer um samba com beleza e preciso um bocado de tristeza Senao nao se faz um samba nao. Sarabá!”. La bilis negra Hay familias con las que se ceba el infortunio, y España sabe de ello: los Panero, los Castilla del Pino, los Haro Ibars, o los Suárez. Sobre ellas se posa el fantasma de la bilis negra -así denominaban los griegos a la melancolía- cual cadena de un collar cuyas cuentas se van rompiendo, una tras otra. Encuentran muerta a Peaches Geldof sin causas aparentes, ni drogas ni suicidio (su madre Paula Yates murió de una sobredosis de heroína y su padrastro, por supuesta autoasfixia erótica). Peaches tenía una vida aparentemente hogareña, feliz, y unas facciones de eterna lolita melancólica. “Están contando los días hasta que muera, como mi madre. No es justo”, declaró hace años. La muerte nunca es justa. El ducado Suárez El todo Madrid habla de la hija de Marian, Alejandra Romero. A sus 24 años, abogada, sobriedad castellana y melena lacia, es la heredera del título nobiliario que el Rey concedió a su abuelo. Se declara orgullosa de recibirlo, pero huye del foco. Los efectos de la ley de Igualdad para la Sucesión de Títulos Nobiliarios de 2006, una vieja reivindicación de las aristócratas activistas, se han hecho sentir, trastocando los planes del hijo mayor, el portavoz de la familia Adolfo Suárez Yllana. Cuentan que suplicó al Rey conservar el título, aunque él lo desmintiera, igual que negó el libro de Pilar Urbano y declaró su “enmienda a la totalidad”. Un título. Un ducado. Tan invisibles como el traje del emperador. Belleza con precio Rob Lowe ha asegurado en la presentación de la segunda parte de sus memorias que la belleza es una tragedia. Porque ser guapo se convierte en un gran inconveniente si no se alcanza un buen grado de estabilidad emocional. De don divino, puede convertirse en adormidera que aísla y autodestruye. Lowe triunfó demasiado joven, igual que Justin Bieber, como tantos niños encantadores a los que las pantallas deglutieron. Quien en los ochenta formaba pandilla con aquellos Rebeldes (Cruise, Dillon o Swayze) hoy cumple 50 con una declaración de sobriedad. “El único camino al éxito es la rectitud”, dice después de haberse bebido (y ligado) entera la noche de Manhattan. Lowe, precoz para todo, incluso para escribir unas memorias con 50 tacos. (La Vanguardia)

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12 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ciudad sin Estado

Esta es una ciudad extraña. Con vocación de capital, pero sin gobierno y ni siquiera Estado que la tome en consideración durante siglos. Provinciana solo administrativamente, ha sido abierta, europea y cosmopolita incluso en sus épocas más oscuras. El alejamiento de la milicia, la justicia y la administración es un hecho normal en larguísimas etapas de su historia. La gente iba a lo suyo, a sus negocios particulares, ajenos a los empleos y presupuestos públicos. Se diría casi una sociedad sin Estado o sin apenas vocación de tenerlo, propensa al individualismo burgués y a la anarquía proletaria. Es verdad que últimamente ha cambiado. Tiene Gobierno, aunque no colme su ambición de autogobernarse; funcionarios propios, entre los que descuellan esos policías de los que históricamente había carecido; su lengua y su cultura, que brillan en lo más alto, reconocidas y difundidas como nunca en su historia, a pesar de que algunos las vean arrastradas por el barro; presupuesto y ahora mismo endeudamiento; y muchas cosas más, buenas y malas. Pero hay una que permanece intacta a lo largo de los siglos, salvo un breve paréntesis. Barcelona no da a España jefes de Estado o de Gobierno, como tampoco lo hace Cataluña. No los ha dado nunca, salvo los tres personajes consecutivos que lideraron la experiencia revolucionaria y republicana desde 1869 hasta 1873: el reusense Joan Prim y los barceloneses Estanislao Figueras y Francesc Pi i Margall. Esta anomalía viene subrayada ahora por el nombramiento de un barcelonés, hijo del barrio de Horta, con raíces y abundantes amigos y parientes en Barcelona, como primer ministro de Francia. Barcelona da a la República Francesa, con toda normalidad, lo que Barcelona solo ha dado a España en aquel remoto interludio de la Gloriosa y la Primera República. Es poco, ciertamente, apenas una referencia en una biografía: aunque de familia catalana, Manuel Valls es francés por los cuatro costados y lo es por elección, que es como mejor se adquiere la ciudadanía; y lo es además con fervor patriótico y entrega admirada a la grandeur de Francia. A la vez es mucho: Valls no es hijo de inmigrante ni de exiliado republicano, sino de un pintor que se trasladó a vivir a París en pleno franquismo a respirar la libertad que exige el arte, como hacían los artistas barceloneses ya en el siglo XIX, en una avanzada de la idea de Europa e incluso del mundo mestizo en el que estamos ya entrando. Valls es la demostración de que la Francia quejumbrosa por la decadencia no lleva razón. Su nombramiento dice mucho de la capacidad de la escuela francesa y de la eficacia de la República para fabricar ciudadanos y proyectarlos hasta lo más alto. Europa entera debiera ser eso que ha sido Francia para Valls y que todavía no son cada uno de sus países miembros, a veces ni siquiera de puertas hacia dentro.



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12 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El poeta y el dios que no quiere

Hacía tiempo que no jugaba a los oráculos. Hoy he abierto la Odisea y he caído en X, 573b-574:
A un dios que no quiere, ¿quién podrá verlo con los ojos, mientras anda de acá para allá?
Sólo el poeta y, si acaso, nosotros, vueltos más que dioses por su fuerza divina. Y a ti, que eres semejante a un dios que no quiere, también te ve.


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11 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De Perú a Peruggia.- Después de estar en Perú, Daniel Mordzinski…

De Perú a Peruggia.- Después de estar en Perú, Daniel Mordzinski dio un salto a Peruggia, donde se llevó a cabo la primera edición del Festival Literario ?Encuentros?, dedicado exclusivamente a la literatura en castellano. El director artístico es Santiago Gamboa y, al parecer, el éxito fue rotundo. Daniel Mordzinski inmortalizó ese éxito.  En la foto: Antonio Soler, Paco Ignacio Taibo II, Luis Sepúlveda, Leonardo Padura, Fernando Iwasaki, Bruno Arpaia, Guadalupe Nettel,  Santiago Gamboa, Vittoria Martinetto y Marcos Giralt Torrente. (Foto: Daniel Mordzinski)



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10 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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China sigilosa

La fricción se produce en la frontera occidental, pero la futura correlación de fuerzas se juega en Asia central y la frontera oriental con China. Una de las mayores incógnitas que suscita la crisis de Crimea la ofrece la actitud de Pekín, inicialmente prudente y sigilosa, posteriormente equidistante y siempre objeto de cortejo por parte de todos, tanto de Moscú como de Washington. Vislumbrar la posición china respecto a esta nueva Rusia anexionista es crucial para orientarse respecto al mapa geopolítico que saldrá de la sorda confrontación que tiene lugar sobre el mapa de Ucrania. Hay un móvil muy directo en la acción de Vladimir Putin, que suscita sin duda la simpatía de Xi Jinping, y es su temor a la expansión desde la vecina Ucrania del modelo de sociedad abierta, elecciones competitivas y libertades públicas que la Unión Europea sigue ofreciendo y exigiendo a quienes se le acercan, a pesar de inquietantes retrocesos como el de la Hungría de Orban. Pero también hay un ensueño imperial que funciona en dirección contraria y evoca la tensión sino-soviética de la guerra fría, cuando China era un país del Tercer Mundo que solo superaba a Rusia en población, en vez de la pujante segunda economía mundial que es ahora. Y luego están los hechos: Pekín se ha abstenido en dos votaciones en Naciones Unidas, una en el Consejo de Seguridad el 15 de marzo contra la celebración del referéndum de independencia de Crimea, y otra en la Asamblea General el 27, contra la anexión de esa parte del territorio ucranio por Rusia, una forma de escenificar su equidistancia y de subrayar también el aislamiento de Moscú, que tuvo que usar el veto en solitario, aunque luego se deshizo en halagos hacia el comportamiento chino. China cultiva con habilidad la diplomacia del silencio, pero cuenta con razones poderosas para distanciarse de Putin. Unas son internas: el derecho de autodeterminación, los referéndums y las secesiones no le convienen, sobre todo para que no cunda el ejemplo en casa. Otras son externas: Rusia ha sido un rival estratégico, con el que ha mantenido contenciosos territoriales similares al actual de Ucrania. De método: a China no le gusta el juego de la inestabilidad al que es tan propicia la autocracia rusa; considera sagradas la integridad territorial y la soberanía nacional, con las que Putin ha devuelto la pelota de Kosovo a los occidentales. De ideología: China no cree en una unión euroasiática, de momento aduanera, tal como la sueñan los filósofos neosoviéticos de extrema derecha que inspiran al Kremlin. Y sobre todo geopolíticas: Pekín no teme a la Unión Europea como la teme Moscú, al contrario, desea que sea fuerte y actúe de contrapeso frente a Rusia y a EE UU; y, en cualquier caso, prefiere mantenerse alejada del desgaste que sufren las grandes potencias cada vez que se enredan en conflictos de su elección, como EE UU en Irak o ahora Rusia en Ucrania, pues son la oportunidad para avanzar posiciones gracias a las derrotas de los adversarios. Sin descuidar la economía: Pekín no tiene interés alguno en una nueva guerra fría, que terminaría con la etapa de enorme prosperidad que ha obtenido de la globalización.



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10 de abril de 2014
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El Boomeran(g)
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