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La historiadora Aviva Chomsky se mira en el rostro de los migrantes latinos en EE.UU.

Pocos intelectuales de Estados Unidos han comprendido tan a fondo la lucha de los trabajadores, las comunidades campesinas e indígenas y los oprimidos en América Latina, y sus nuevas luchas desiguales como inmigrantes en Estados Unidos. Desde hace cuatro décadas, la historiadora Aviva Chomsky cumple un triple papel: como académica, como divulgadora de verdades incómodas y como activista contra el olvido en su país.  

Visité a Chomsky en el verano de 2009, durante la investigación para mi libro Crónicas bananeras. Escribí para mi obra una crónica de mis entrevistas con ella y la lectura de sus libros. Al final, Crónicas bananeras resultó demasiado amplio y abarcativo, y entre muchas otras cosas, ese relato de mi día con Aviva en Salem, Massachusetts, se cayó del libro.

Hoy lo recuperé, corté unas cosas y cambié otras, y quiero compartirlo con ustedes. Los temas de Aviva Chomsky – la globalización y su efecto en los trabajadores, la inmigración, el efecto de las políticas públicas y privadas de EE.UU. en sus vecinos del sur – siguen estando vigentes.

La brillante y lúcida prosa de esta gran intelectual pública nos sigue enriqueciendo. Aquí, entonces, la crónica que escribí tras esa visita al pueblo de Aviva Chomsky.  

*          *          *

 “¿A quién reconoces?”, me pregunta Aviva Chomsky frente al mural, en una tranquila calle en las afueras de la pequeña ciudad de Salem, Massachusetts.  

La pintura colorista y vital representa una calle del barrio, con edificios como cajas con gente. Los edificios del mural son muy parecidos a los bloques de pisos que hay atrás, como si fuera una visión expresionista del paisaje que lo rodea. La gran diferencia es que los edificios pintados están doblados, arqueados, como si estuvieran discutiendo o bailando. Otra diferencia es el paisaje: en la calle pintada en el mural, unos campesinos venden comida como si estuvieran en un pueblo de Centroamérica.

En el primer plano de la pintura, a la derecha, un edificio abierto, sin pared frontal, muestra la vida de dos familias de inmigrantes latinos. Las personas tienen facciones definidas, como si hubieran querido representar a gente real del barrio. La estética se coloca en algún punto entre el infantilismo didáctico de principios del siglo XX y el cómic actual.

Pero lo que más me llama la atención es la escena que cubre casi toda la mitad izquierda: un coche descapotable viene hacia el observador. Al volante, una joven rubia de sonrisa misteriosa. A su lado y en los dos extremos de asiento trasero, tres adolescentes latinos. Entre dos de atrás, un señor de pelo cano y bigote blanco.

“¿Ese no es…?”, le digo, dubitativo.

“Sí. Es Gabriel García Márquez. Lo pintaron los alumnos dominicanos del colegio público. Se representaron a sí mismos como pasajeros, con Gabo en medio. La que conduce el auto es su maestra, Carmen Ruiz”.

Nos quedamos unos minutos mirando el mural. Entonces noto, en la orilla derecha, casi saliéndose del cuadro, la cara de perfil de un barbudo que canta.

“¿Es…?”

“Sí, ese es Juan Luis Guerra. A estos chicos dominicanos les encanta su música”.

*          *          *

Entiendo por qué Aviva Chomsky quiso dar un rodeo en la caminata hasta su casa para traerme a ver este mural. Es un retrato en positivo de los sueños de los jóvenes inmigrantes: la pintura muestra el talento de estos chicos, su mirada que une lo de allá y lo de acá en una síntesis personal. Los personajes de García Márquez y Guerra, sus referentes artísticos, aparecen como razones para el orgullo de su identidad latina. Pero la clave, me dice Chomsky, es el personaje de la conductora del descapotable. Sin la maestra, el mural y el proyecto de vida de los chicos que lo hicieron no serían posibles.

Aviva Chomsky entrevistó a la maestra Carmen Ruiz para su último libro, Linked Labor Histories (Historias de trabajo vinculado, o historias vinculadas de trabajo). En el libro reproduce el mural, en una página donde la maestra, puertorriqueña, explica cómo no se ve reproduciendo modelos y enseñando listas, sino como una activa participante en la formación de una comunidad. Para eso tiene que hacer que los niños dominicanos piensen en quiénes son, por qué están en Salem, de dónde vienen y a dónde quieren ir.

Linked Labor Histories muestra la enorme complejidad de las estrategias de capitalistas y obreros a lo largo del siglo XX, centrándose en las profundas y cambiantes relaciones entre la costa de Nueva Inglaterra, en el norte de Estados Unidos, y la costa caribeña de Colombia. Este libro de Aviva Chomsky, profesora de historia en Salem College, es un relato muy ambicioso y logrado de cómo la industria textil primero y la del carbón después han movido a lo largo del siglo XX a miles de trabajadores, inversiones, materias primas y productos manufacturados a través de fronteras y atravesando barreras sociales, lingüísticas y culturales. El largo camino que llevó a estos adolescentes de República Dominicana a este pueblo colonial de Nueva Inglaterra.

El caso de la formidable industria textil de Nueva Inglaterra le sirve para demostrar que la globalización no es un fenómeno reciente, sino que los empresarios han movido desde hace siglos capitales, máquinas, procedimientos y trabajadores de un país a otro según su conveniencia. Para bajar costos y subir sus beneficios ‘importaron’ trabajadores, y cuando esto no fue suficiente, ‘deslocalizaron’ sus industrias y despidieron a los trabajadores.

*          *          *

Irónicamente, como refleja con palmaria claridad el libro de Chomsky, los mismos empresarios que traían trabajadores ‘baratos’ a Estados Unidos eran fervientes defensores del nacionalismo y apoyaban a candidatos políticos que proponían quitar derechos a los mismos trabajadores extranjeros que ellos utilizaban. Luego, cuando eran ellos mismos los que deslocalizaban sus industrias, apoyaban campañas xenófobas contra los países de los que ellos se beneficiaban.

El relato de la exacerbación de la violencia en la región de Urabá en Colombia, región bananera por excelencia, marca la línea directa que va desde las estrategias de la United Fruit Company que conté en la primera parte de este libro, usando y citando muchas veces a Chomsky, y los intereses y prácticas de las multinacionales actuales.

La información más controvertida y novedosa que aporta Linked Labor Histories es la alianza entre estos empresarios norteamericanos, los gobiernos de EE.UU. y los sindicatos mayoritarios del país. El libro se detiene a analizar la connivencia de la AFL-CIO con los intereses y maniobras del Departamento de Estado y de las grandes corporaciones, muchas veces en directo conflicto con las luchas desiguales que libraban los sindicalistas locales. Y relata los tímidos intentos de sindicatos minoritarios y líderes rebeldes de AFL-CIO para desmarcarse de esa política y trabajar conjuntamente con los obreros de Latinoamérica.

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Yo sabía que quería visitar a Avi Chomsky desde que leí su libro Obreros de las Indias Occidentales y la United Fruit Company en Costa Rica (1870-1940), una versión adaptada a libro y ampliada en su marco histórico de su tesis de doctorado. Chomsky, nacida en Boston en 1957, es hija del célebre lingüista y polemista de izquierda Noam Chomsky, pero no le gusta que le mencionen a su padre en entrevistas sobre su propia obra. Y ni falta que hace: en las tres décadas que lleva estudiando la historia de las relaciones laborales, con énfasis en el trabajo inmigrante y los movimiento transfronterizos, se convirtió en una voz insustituible en el actual debate económico y político en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

Estar en la pequeña universidad de Salem, me explica, la aparta de la ruta hacia las grandes cátedras de los centros de referencia, como el vecino Harvard, pero le permite hacer activismo político-social y tomar su trabajo como una vía hacia el cambio y el entendimiento de los problemas.

Por eso pudo escribir, en 2007, en plena batalla por los derechos de los inmigrantes, un alegato a la vez lleno de pasión y brío y colmado de datos duros, argumentos fríos y razones incontrovertibles. Cuando el gobierno de George W. Bush proponía perseguir y quitar derechos fundamentales a los trabajadores sin papeles y sus familias, Chomsky publicó They Take Our Jobs! (¡Nos quitan nuestros empleos!) y otros 20 mitos sobre la inmigración. Es un manifiesto que presenta, evalúa y destruye uno a uno los prejuicios, las mentiras y las tergiversaciones sobre las que se basa la campaña anti-inmigración.

Como en su título, cada capítulo está titulado con la expresión más directa y clara de un mito (como ‘Los inmigrantes no pagan impuestos’, ‘Los inmigrantes compiten con los trabajadores locales con poca formación y hacen bajar los salarios’, ‘Estados Unidos tiene una política muy generosa con los refugiados’, ‘Estados Unidos es una olla de cocción que siempre dio la bienvenida a inmigrantes de todo el mundo’, ‘Los inmigrantes no quieren aprender inglés y la educación bilingüe agrava el problema’, o ‘El pueblo norteamericano se opone a los inmigrantes y las posiciones en el Congreso reflejan esa actitud’). 

Como historiadora, relata con datos y documentos la fundación de la nación basada en el exterminio de los indígenas, la persecución de inmigrantes irlandeses e italianos y las dificultades casi insalvables que tienen los perseguidos por regímenes dictatoriales, con la enorme excepción de los cubanos, de quedarse.

Con datos económicos demuestra que los inmigrantes aportan más a la economía que lo que sacan, y que la política de bajar salarios nos los favorece y en cambio beneficia a los empresarios, con la connivencia de los gobiernos. Y así sucesivamente. Es un libro claro, lúcido, que toma los argumentos que no comparte con seriedad y nunca insulta o estigmatiza a los contrarios. Aspira a ser leído por los trabajadores estadounidenses, víctimas de las campañas anti-inmigración de la prensa conservadora y los políticos de derecha.

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Para encontrarme con Avi Chomsky vine al pueblo costero de Salem, a un par de horas de Boston. Salem es famoso por las brujas: en 1692, en un delirio de fanatismo religioso, 25 mujeres fueron acusadas de brujería y ejecutadas. En 1955 se estrenó The  Crucible (Las brujas de Salem), una de las obras más conocidas y representadas del dramaturgo Arthur Miller. Miller transformó el juicio de los puritanos, donde los vecinos de Salem fueron obligados a declarar contra las supuestas brujas con torturas y bajo amenaza de ser acusados ellos también si no lo hacían, en una alegoría de los juicios por comunismo que el senador Joseph McCarthy estaba llevando a cabo en esos años. Desde entonces, la historia sobrevive como símbolo de la barbarie del fanatismo y la persecución, y Salem es visitado por millones de turistas, que se atiborran de souvenirs brujeriles.

El centro de la ciudad, donde está mi hotel, el legendario The Hawthorne, es un laberinto de callecillas donde ya nadie sabe cuáles son las auténticas casas coloniales y cuáles las modernas imitaciones. De los souvenirs no hay duda: casi todos los de plástico.

Aviva me pasa a buscar por The Hawthorne y vamos a tomar café a un bar universitario de las inmediaciones. Pedimos, para ponernos en tema, sendos ‘banana cakes’. Ella me cuenta de su implicación desde la adolescencia con los movimientos de izquierda, y en concreto con la lucha por los derechos de los trabajadores agrícolas mexicanos que llevó a cabo en los setenta el líder sindical César Chaves, a quien muchos consideran el Martin Luther King de los derechos de los inmigrantes latinos.

A los 18 años, en su primer año de universidad, Aviva ya participaba en campañas en las puertas de grandes cadenas de almacenes para que los clientes no compraran verduras de fincas que no aceptaran trabajadores afiliados al sindicato de Chávez. Acabado ese primer año de universidad, dejó las aulas y se incorporó a la lucha. “Fue mi momento de concientización en muchos sentidos; no pensaba en lo que querría hacer en el futuro, sino que vivía el presente”, me cuenta.

En 1987, vuelta a los estudios, Nicaragua atrapa su atención: ve en la lucha contra la dictadura de Somoza el afán de un pueblo pequeño por su liberación y la posibilidad de pelear dentro de Estados Unidos para que su gobierno cambie de política.

“Ni en esa época ni ahora sentí ninguna contradicción entre mis objetivos profesionales y mi trabajo político”, me aclara. Desde entonces, su trabajo para cambiar la política de su país en el mundo se centró en Latinoamérica, “porque era la región más afectada por los políticas norteamericanas”.

En lo académico, se vinculó con latinoamericanistas y por esa época le vino la idea de centrar su trabajo doctoral en la historia de la United Fruit Company. Quiso combinar su lucha política con la investigación asentándose en Nicaragua, pero pronto vio que no tendría las condiciones mínimas para trabajar, y se mudó a Costa Rica.

El tema en que la tesis de Aviva Chomsky innova y marca nuevas vías de investigación es en la relación entre la política de salud de la United Fruit Company y la cultura en ese sentido de los inmigrantes jamaiquinos.

En los documentos encontró un tema fascinante: la compañía se ufanaba de traer la salud, la ciencia, la modernidad al trópico, con sus hospitales, medicinas y médicos importados. Pero las organizaciones de trabajadores, sus líderes religiosos y muchos trabajadores y trabajadoras a nivel individual emprendieron una lucha para liberarse de ese sistema de salud. ¿Por qué estos trabajadores rechazaban el moderno sistema de salud de la compañía?

*          *          *

Para la compañía, el problema central era la malaria: le hacía perder trabajadores y horas de trabajo, que era lo que le importaba. Pero no estaba dispuesta a emprender las reformas en las casas y habitaciones, en las horas de trabajo, en la alimentación y en las condiciones generales de vida que prevendrían esta enfermedad. Los blancos, bien alimentados y que vivían en sitios salubres y cómodos, casi no sufrían de malaria. A los trabajadores negros les recetaban quinina, pero sólo producía efectos secundarios nocivos: los beneficiosos funcionan cuando el cuerpo está sano.

Los médicos de la compañía, en cambio, promovían cambios de hábitos que iban directamente en contra de la cultura caribeña de las familias de los trabajadores, y en algunos casos, como su insistencia en darle a los bebés leche envasada traída de Estados Unidos en vez de leche materna, era un error médico.

El relato de Chomsky de la lucha, primero desorganizada e individual, luego más orgánica, de los trabajadores contra las imposiciones de salud de la compañía es un avance enorme en la historiografía bananera. Ataca directamente uno de los pocos logros obvios de los que la UFCO podía presumir, al constatar que su amplia y sistemática política de salud estaba basada en premisas equivocadas, tenía bases racistas y etnocentistas, y terminaba siendo ineficiente por no considerar la salud como un problema social.

A finales de los ochenta, Aviva se instaló un año y medio en Costa Rica, hurgó en archivos en San José y viajó muchas veces al Caribe.

“Me sorprendió el nivel de pobreza y destrucción que la compañía dejó de los lugares por donde había pasado”, me dice.

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Caminamos desde la cafetería hasta el puerto y bordeamos la bahía. Me cuenta que anoche estuvo enseñando inglés a un grupo de inmigrantes guatemaltecos, que trabaja en ayuda solidaria a grupos de derechos humanos de esos países, apoyo legal y de integración, como clases de idiomas, y que no ve su investigación como algo diferente de estas tareas de voluntaria y militante.

Sobre el agua, para aprovechar su paso, se alza aún la vieja fábrica textil de la ciudad, abandonada. Aquí trabajaban los inmigrantes colombianos que habían aprendido con las mismas máquinas en fábricas instaladas por la misma empresa en su país. Seguimos caminando y nos topamos con la enorme planta generadora de energía. “En los ochenta recibía carbón de minas de Colombia que destruían bosques, aldeas y dejaban a la gente con el único futuro posible de la emigración”, me explica.

Voy viendo claro esto de las historias laborales interrelacionadas: es como el cuento del aleteo de la mariposa en China que provoca un tsunami en Perú, pero contada por Karl Marx.  De la esquina del mural con García Márquez, Juan Luis Guerra y la maestra, seguimos camino hacia la casa de Avi y su familia.

Es una pequeña pero robusta casa de dos plantas, con piso de madera vieja y muebles rústicos, llena de libros y papales en las mesas, en el suelo, por los rincones. Avi se quita los zapatos y yo la imito. Va a un estante lleno de sus obras y me regala ejemplares de Linked Labor Histories y de They Take Our Jobs! Tiene varias copias de su libro de la UFCO en Costa Rica, pero yo ya lo había comprado por Internet, a precio de oro. 

En la sala hay un piano de madera percudida, vivida. Parece tan rústico como el banco de la cocina y el piso. Me acerco a ver qué aprenden a tocar sus hijos: una sonata de Mozart y Blowin’ in the wind, de Bob Dylan.

Desde la cocina me ofrece té. “¿Qué té quieres?”, me dice en su melodioso acento centroamericano, con un levísimo deje inglés.

Casi sin pensarlo, le digo: “Voy a escribir sobre vos, así que voy a tomar lo mismo que te sirvas, para conocerte mejor”.

Vuelve a sonreír, y aparece con dos jarros de cerámica artesanales. El té es negro, deliciosamente amargo, y nos lo tomamos sin azúcar, sin leche y sin quitar el saquitos. Así, con cada sorbo el sabor es más fuerte. 

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29 de marzo de 2014
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España en vela

La luz de los fanales era capaz de ahuyentar el absurdo borgiano de brillar cuando aún prende la última luz de la tarde. El haz dorado refulgía sobre la cola, que cruzaba la regia Alcalá. En el Banco de España doblaba de nuevo, hasta las puertas del Congreso, formando una doble cadena que anillaba a millares de personas. Una cola silenciosa con vasos de Starbucks y mucho paraguas. Los guardias con chalecos amarillos parecían conmovidos. La liturgia urbana, paciente, embriagada del deber de presentarle honores a Suárez, se acrecentaba a medida que caía la noche. Porque hoy, ya no importa tanto qué se hizo mal como lo que se hizo bien para poder dormir sin un arma debajo de la almohada. La gallardía, el encanto, el coraje, incluso las pícaras heterodoxias de Suárez se iban desgranando en todos los foros, mientras la ciudadanía se santiguaba o bajaba la cabeza frente al féretro, con el ritmo ligero que marcaba la ujier. “A los Calvo-Sotelo los saludaré dentro”, decía Adolfo Suárez Illana a Tere Cunillera, una de las veladoras del Congreso. Y ante las cámaras departieron en círculo, hermanados ante la doble pérdida. Entraban y salían Celia Villalobos, Carmen Alborch o Rosa Díez, y chocaba el luto riguroso en esas mujeres multicolor. Felipe González se plantó dos minutos eternos, como si hablara con él en silencio; Mas pareció rezarle un padrenuestro antes de soltar su discurso. En una esquina del vestíbulo del Salón de los Pasos perdidos -no podía rezar mejor nombre para acoger tamaña despedida-, Francisco Camps, sueltísimo y bronceado, departía con Núñez Feijóo con tal deportividad que parecían encontrarse en La isla de los políticos. No hay funeral sin chismorreo, una especie de mirador por el que desfilan rostros y apellidos. “¡Qué bueno está el negro, el marido de Sonsoles!”, decían unas señoras. A un lado se sucedía el ritual solemne, con el féretro escoltado por los cuerpos de seguridad del Estado; al otro, los nietos del presidente, bien parecidos como el abuelo, morenos abulenses con aires de galán, besaban a unos y a otros demostrando maneras de buena familia. Hijas, nueras y novias, con ojeras y Ray-Ban. A lo largo del día se había intensificado el aroma fúnebre de las rosas blancas. También había calado la honda tristeza del Rey, que desplegó el collar de la Real Orden de Carlos III con gesto delicado, puro afecto. La infanta Elena, que se santiguó como nadie, alta y rotunda, llevaba la melena desatada como símbolo de su creciente popularidad, mientras que el Príncipe y Letizia empatizaban con los hijos de Suárez, mucho menos envarados que los políticos. El torero Padilla, incansable, con su parche en el ojo, su patilla decimonónica y un manojo de pulseras de colores. Le venía bien al ambiente su aire de autenticidad y rareza. La cola palpitó hasta las dos de la madrugada, ajena al mundanal frufrú de la clase política, la aristocracia y los periodistas. Y alrededor de los Benlliures, la nostalgia de un liderazgo carismático se convertía en mantra. En el salón donde se perdieron los pasos del “puedo prometer y prometo”. No hay atajos Gwyneth Paltrow y Chris Martin anuncian que se separan, y demuestran, una vez más, que el amor no tiene atajos. Y más que líquido es gaseoso. Parecían la pareja ideal: tan guapos, tan rubios, tan arty. Y en cambio se hacen añicos, aunque en lugar de separarse “se desacoplen”. Ella y su blog arrasan con sus recetas y consejos de nutrición y decoloración. Mientras, se han filtrado sus affaires con señores muy ricos. Me contaron que la última vez que él visitó Madrid con su banda, compartió copa y cosquillas en los ojos con Russian Red, a quien el papel de reina del indie español se le ha quedado pequeño. Lourdes-Russian ha decidido mudarse a Siverlake, el barrio de moda de L.A., y se ha teñido de rubia. ¿Siguiendo los consejos de Gwyneth? Felices 40 Es guapa de libro. Y una socialité que no falta en ninguna fiesta de alcurnia.Y una de las pocas compatriotas que siguen desfilando en la alta costura (el pasado febrero, para Stephan Roland), Nieves Álvarez cumple mañana 40 esplendorosos años, esa edad en la que una mujer ya puede lucir alta joyería y soltar algún taco. Es la única modelo española que desfiló con el gran Saint Laurent, y fue portada del Vogue París. En España se ha dado un fenómeno que merecería ser bien explicado: desde Mascó, Ponte, Silva, o las algo más jóvenes Martina Klein y Vanessa Lorenzo, nunca la profesión se había alargado tanto ni mostrado sus tentáculos. Han sabido convertir su nombre en marca. Ríete de la Crawford. ¡Vivan los bávaros! Guardiola no le teme a la mermelada de arándanos, al pan negro ni a las chuletas de Sajonia. Mientras algunos compatriotas regresan, incapaces de soportar la rectitud germánica a pesar de los anuncios de una Claudia Schiffer empeñada en que prefiere a un alemán (como marca de coche), él ya ha hecho campeón al Bayern. Fiel a su estilo -pese a que críticas y envidias se van haciendo globales: que si su fútbol es aburrido, que si es un falso gurú…- demuestra un savoir faire que ya quisieran muchos líderes patrios. Habla alemán e incluso se ha disfrazado de bávaro para la fiesta de la cerveza: con pantaloncito corto y sombrero típico, jarra en mano. Lo suyo siempre ha sido la victoriosa empatía. Ladran, luego cabalgamos. (La Vanguardia)

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29 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El emperador y el Papa

El chispazo entre estos dos hombres tiene siempre algo de excepcional. Uno representa el mayor poder terrenal y el otro el mayor poder espiritual. El primero se mide por su riqueza económica, tecnológica y científica, poderío militar y capacidad de penetración cultural. El segundo por el número de seguidores, la fuerza histórica del mensaje espiritual y la influencia moral que ejerce más allá de su propia religión. No es fácil la sintonía entre dos poderes tan extraordinarios, pero que se despliegan en planos distintos y a veces contradictorios. En cuestiones de paz y de guerra, casi nunca consiguen encontrarse, ni siquiera cuando ambos se hallan exactamente en la misma longitud de onda. Las disonancias son frecuentes en cuestión de costumbres y moral sexual. También en política internacional, donde Estados Unidos tiende al unilateralismo mientras que el Vaticano es multilateralista por definición. Pero cuando Washington y Roma entran en resonancia, cosa que sucede en pocas pero excepcionales ocasiones, el desorden del mundo parece súbitamente compensado. La primera ocasión en que sucedió tal fenómeno fue con Ronald Reagan y Karol Wojtyla, emparejados en su combate contra la Unión Soviética. Uno con su guerra de las galaxias y el otro con las intangibles divisiones acorazadas de la fe anotaron en su haber la victoria sobre el comunismo. Algo parecido sucedió, aunque con resultados mediocres, entre George W. Bush y Joseph Ratzinger, el neocon y el teocon, emparejados en la lucha contra el relativismo moral. Ahora el primer encuentro esta semana entre Barack Obama y Jorge Bergoglio apunta a una nueva sintonía entre la Casa Blanca y el Vaticano por su similar preocupación ante las crecientes desigualdades económicas que sufre el mundo. Obama y Bergoglio tienen más cosas en común que quienes les antecedieron en este tipo de encuentros. Ambos son americanos e innovadores: Obama es el primer presidente afroamericano y Bergoglio el primer Papa no europeo. Hablaron de inmigración, nos dicen las notas de prensa, y debieron hacerlo con conocimiento de causa: los dos son hijos de inmigrantes, uno de Italia y el otro de Kenia. También ambos conocen los suburbios, uno de Buenos Aires y el otro de Chicago, y saben lo que es el trabajo social y la vida modesta. Reagan y Wojtyla eran dos magníficos actores, con capacidad de comunicar y encarnar el final de la época bipolar que abrió las puertas de la libertad al bloque soviético. Bush y Ratzinger representaban muy bien las elites conservadoras blancas, inquietas ante el desplazamiento de poder en el mundo y el retroceso de los valores tradicionales. Obama y Bergoglio, hijos ambos de la clase media, expresan en su sintonía los desvelos de las nuevas clases emergentes globales que pugnan por salir de la pobreza no siempre con éxito.



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29 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Abracadabras para Julia

Ha aparecido maquillada y sin la trenza de los capítulos anteriores para decir que se presenta al campeonato presidencial. Sus críticos ya denunciaron su estudiada aparición sin maquillaje en la plaza Euromaidan. Parece que los votantes aún la quieren menos que al boxeador Klitschko, y andan los dos rondando el ocho por ciento de incondicionales. El rey del chocolate y la televisión, Proschenko, que financió el jolgorio naranja antaño y la madianía  hogaño, aún no se ha apuntado al concurso, pero ya tiene más partidarios que los dos tempraneros juntos. Quizá ni siquiera se apunte y se limite a dirigir el cotarro.
A Julia, muchos la ven como parte de la sempiterna oligarquía, y a Klitschko, como al típico actor que quiere hacer de presidente. De momento, ya ha anunciado que no va a pegarle un tiro a Putin, ni a quemar Rusia, como dice que hará Julia. Tampoco se volvió, dice, ucraniano de mayor, como Julia, que  fue el siglo pasado morena y monolingüe prorrusa y de las juventudes comunistas y lo que te rondaré. En fin, que parecen pasar muchas cosas, pero cualquiera sabe si  no serán todo el rato las mismas.


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28 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Inseguridad

Leo en el blog de Trapiello la lista de libros leídos y recomendados por Azorín. Me extraña que no salga Saavedra Fajardo, de cuya lectura le acusó Baroja. Se ve que lo dejó inseguro al hombre. Es notable que un autor pueda ser acusado por otro, públicamente y encima en el periódico, de leer con gusto y provecho determinada obra, y que con eso consiga hacerle comportarse como convicto de alguna bajeza. El mundículo de los escritores.


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27 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Resurrección atlántica

El mensaje de Obama es inequívoco. La OTAN vuelve a tener sentido. El objetivo fundacional de disuadir y repeler cualquier agresión que pudiera llegar del Pacto de Varsovia, la alianza simétrica organizada por Moscú, regresa al frontispicio de la organización. Animada por tales propósitos, consiguió adquirir el prestigio de la alianza militar más exitosa de la historia, puesto que 42 años después de su fundación acabó por vencer a su adversario, desaparecido en 1991, sin un solo disparo. Pocos dirigentes atlánticos quieren reconocerlo, pero desde la desaparición de la Unión Soviética la alianza buscaba un sentido a su vida. Nada había conseguido llenar el vacío que produce la desaparición de un verdadero enemigo, aunque fuera más por autodisolución y debilidad que por una auténtica victoria. Con la paradoja de que al éxito que acompañó la época fría, sin disparos, le suceden operaciones calientes, casi todas controvertidas y no siempre con desenlace claro, como las intervenciones en los Balcanes, luego en Afganistán, en Libia o en la costa de Somalia contra los piratas. Ahora, con Vladimir Putin, la OTAN revive. Regresan las ideas que le dieron sentido. El famoso artículo cinco, que garantiza la defensa de cualquier socio ante una agresión, se esgrime de nuevo con el énfasis de los viejos buenos tiempos. Adquiere fuerza renovada la idea de que es una organización para actuar dentro del área euroatlántica en estricta defensa de sus miembros, más que una policía global que auxilia a la primera superpotencia americana para mantener el orden público internacional. Con mayor razón cuando esta nueva guerra fría coincide con la salida de Afganistán prevista para finales de 2014. Con el regreso a los orígenes, muchas cosas han empezado a cambiar desde que Rusia se zampó a Crimea de un silencioso bocado y también sin pegar un tiro. De entrada,reverdece súbitamente el viejo y deteriorado lazo transatlántico. Ha quedado zanjada la discusión sobre el desinterés real o supuesto de Washington por la aburrida y desganada Europa. El pivote asiático de Obama queda para más tarde, ante la demanda del viejo pivote euroasiático, que hizo girar el mundo en el último siglo. Rásquense el bolsillo para gastar en armas como en tiempos del Telón de Acero. El desván atlántico será el destino de los artefactos inventados en los últimos 20 años para intentar sostener esa relación imposible con Moscú, entre ellos el Consejo OTAN-Rusia. Los viejos mapas de Europa central y oriental se despliegan de nuevo sobre las mesas del cuartel general atlántico en Mons, donde los militares preparan planes de contingencia y mandan aviones y barcos a misiones de reconocimiento. Los vecinos de Rusia, y especialmente los que cuentan con esas minorías rusófonas que Putin quiere proteger, verán reforzados sus dispositivos de alerta. El escudo antimisiles, con su componente naval radicada en Rota, que debía guarecernos del Irán fundamentalista y nuclear, se convertirá directamente en el nuevo dispositivo para defendernos de la amenaza rusa.



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27 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fiesta de Lima.- No solo los autores sino los espectadores,…

La fiesta de Lima.- No solo los autores sino los espectadores, que llenan por cientos las salas donde se realizan las mesas redonda, son los protagonistas de la I Bienal de Lima. Mi nota en ?Vano Oficio?, mi blog de El País, sobre esta fiesta que estamos viviendo y que lamentablemente termina mañana (foto: Diego Salazar). Aquí el enlace.



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26 de marzo de 2014
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Una carta a Suárez

La carta empezaba así: “Es improbable que esta carta llegue a sus manos, aun así tengo fe y creo que alguna puerta se tiene que abrir”. Y continuaba: “Soy una madre de familia numerosa, mis hijos aún son pequeños, mi marido pasa por un bache de salud y el negocio no marcha muy bien; con trabajo podemos llegar a final de mes pero llevamos seis meses de retraso para pagar los intereses de la hipoteca. A pesar de varios intentos, el banco no atiende a razones y se niega a prorrogarnos el plazo para abonar la deuda. Es más, nos han amenazado con que si en tres semanas no cumplimos, debemos abandonar la casa. Sólo necesitamos un poco de tiempo”. Con letra inclinada, de mujer leída, no era difícil apreciar que se trataba de una confesión sincera, ahogada de angustia pero a la vez con un destello de rara esperanza. La mujer cerró el sobre y escribió: “Excmo. Sr. Don Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno. Palacio de la Moncloa. Madrid”. Pagó doble franqueo, y la echó al buzón. Nadie, ni su marido, debía saberlo. Corría el año 1976. Suárez había desplegado sus hechuras de actor y una sonrisa encantadora. En la televisión emitían Hombre rico, hombre pobre, y Adolfo, falangista hijo de republicano que había jugado con mucha mano izquierda el traspaso del franquismo, tenía físicamente un aire a Peter Strauss -el hombre rico- pero, en cambio, su talante abierto y luchador recordaba más al pobre Nick Nolte. Un Suárez regio, curtido, simpático, vehemente, humilde. Un estadista, por fin ahora recuperado, que decía estas cosas: “El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo”. O “yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. No hay más que recordar la anécdota relatada por su hijo cuando el arzobispo Cañizares le preguntó, ya con la memoria extraviada: “Adolfo, ¿quieres que te administre el perdón?”, a lo que él contestó, en un rapto lúcido: “Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir perdón”. La respuesta llegó en diez días. A la mujer le temblaban las manos. Abrió el sobre rodeada por sus hijos. Leyó en voz alta: “Muy Sra. mía, hemos hablado con el Banco Español de Crédito y nos han comunicado que le prorrogarán el plazo para el pago de sus intereses. Esperamos que de esta manera puedan hacer frente a su situación”. Cuán inimaginable resulta hoy que un gobierno interceda ante los bancos para ayudar a sus ciudadanos. En aquellos tiempos, a pesar del inestable equilibrio del sistema, un hombre llamado Adolfo Suárez intervenía en cosas pequeñas que lo hicieron grande. Nunca he ido a despedir a muertos que no conocí; en esta ocasión lo hice para acompañar a la mujer de la carta.

(La Vanguardia)

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26 de marzo de 2014
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Rayuela en un mercado de Managua, y aún más.

Salman Rushdie, en su libro La sonrisa del jaguar, el relato de su visita a Nicaragua en el año de 1986, habla de su sorpresa porque en los mercados de Managua, el nombre de Cortázar, el autor de "la diabólicamente esotérica y complicada Rayuela" hubiera llegado a ser popular entre las gordas mujeres de delantal que sirven la comida a sus comensales en las largas mesas nubladas por el humo de los peroles que hierven en las cocinas. Allí comió Julio alguna vez. Era lo que siempre le pedía a mi esposa Tulita cuando lo acompañaba a en sus excursiones en Managua, que no lo llevara a restaurantes, sino a los mercados. Por eso lo conocían aquellas mujeres, no, por supuesto, porque leyeran Rayuela, como si fueran personajes de Lezama Lima sacados de Paradiso, o  como de verdad lo hacían los guerrilleros en la clandestinidad.

La policía política de Somoza solía exhibir delante de los periodistas las pertenencias encontradas en los refugios de los guerrilleros urbanos, capturados o abatidos a balazos; y entre magazines de municiones, granadas de mano, y folletos de instrucción política, alguna vez estaba a la vista un ejemplar de Rayuela, fácilmente reconocible por sus tapas negras.

¿Por qué un guerrillero habría de leer Rayuela? Porque era un libro de iniciación crítica que ponía en cuestión todo el catálogo de valores burgueses.  Las categorías éticas de Rayuela iban más allá de la patafísica, y ya se ve que llegarían a tener consecuencias políticas. Algo tan insólito como una escoba dentro de un avión, porque Rayuela, no contenía propuestas, más que la del salto en el vacío. Una operación de demolición que no aspiraba a más, pues en las respuestas se incuba ya el error.

Pero para construir, ya se sabe, es necesario primero destruir, ir a fondo en el cuestionamiento, es decir, en las preguntas. Incesantes preguntas capaces de abrir paso a otras preguntas, y entonces más preguntas aún. Era una propuesta sana, y lo sigue siendo para los jóvenes de este siglo veintiuno donde parece que las preguntas se van agostando.

La inconformidad perpetua, algo con lo que al fin no pueden compadecerse las revoluciones una vez en el poder, porque de todas maneras terminan buscando un orden institucional que desde el primer día empieza, por ley inexorable, a conspirar contra la rebeldía que le dio vida a ese poder. Las utopías reglamentadas se vuelven siempre pesadillas. Un viaje, a veces rápido, desde los sueños a los malos sueños, y de allí a los pésimos sueños, Morelli pudo haberlo dicho, Oliveira pudo haberlo pensado.

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26 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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