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Eder. Óleo de Irene Gracia

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China es noticia

El mayor país del mundo, 1.300 millones de habitantes, tiene siempre motivos para ocupar las primeras páginas de los noticiarios. No siempre buenos, lógicamente. Sus accidentes, sus catástrofes naturales, e incluso sus purgas políticas, corresponden perfectamente a su tamaño natural y al prominente lugar que ocupa. La última y más reciente no ha salido en los medios de comunicación chinos, sino en el Financial Times, el prestigioso diario de la City londinense, de la mano de su editor económico Chris Giles. Son cosas que suceden con frecuencia en un país donde no hay libertades públicas y menos todavía libertad de prensa, aunque en este caso el motivo de la primicia londinense nada tenga que ver con la censura. Déjenme que mantenga el suspense y desenfunde los adjetivos antes de entrar en materia: la noticia es colosal, de las que, esa sí, merecen el calificativo de histórica. Resulta que este mismo año de 2014 China se convertirá estadísticamente en el primer país del mundo en producción de riqueza, desbancando a Estados Unidos del primer lugar que venía ocupando desde 1872. ¿Cómo se producirá tan inesperada nueva, inicialmente prevista para 2019? El periodista nos cuenta que las cifras acaban de ser actualizadas por el Banco Mundial, a través de su Programa de Comparación Internacional, en el que se compara el PIB de cada uno de los países a partir del coste real de la vida y no de la tasa de cambio. En la última ocasión en que se hizo tal comparación, en 2005, China no llegaba a la mitad de Estados Unidos en PIB. Ahora, de pronto, aparece de nuevo en todo su gigantismo a punto de atrapar a quien ocupaba el primer puesto desde hace 140 años, al igual que en 2010 adelantó a Japón y se colocó en el segundo lugar. La mayor sorpresa no es el sorpasso, previsto y esperado, sino la rapidez con que llega. China es el primer país del mundo en multitud de clasificaciones económicas: mercado de trabajo, exportaciones, productos agrarios y materias primas a porrillo, automóviles o electricidad. Lo es, ante todo, y eso ya explica mucho, en población, algo que matiza su riqueza: en renta per capita es todavía un país pobre, que ocupa el lugar 99 del mundo. Y está muy mal situado en las clasificaciones respecto a libertades públicas y derechos humanos. La noticia ha pillado a Obama de vuelta de su gira por Asia, donde ha simultaneado dos mensajes contradictorios: que defiende a sus aliados asiáticos ante el irredentismo chino sobre peñascos e islas vecinos, y que no busca la polarización ni una política de contención hacia Pekín. El propósito del viaje era reafirmar el compromiso de Estados Unidos con la región asiática del Pacífico, donde se halla el pivote del mundo y donde deberá contar con un socio económico que seguirá creciendo como su principal rival geopolítico.



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3 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los éxitos del fracaso

Kerry ha fracasado. Y detrás de él Obama. Todos los presidentes han tenido su fracaso en la negociación de la paz entre israelíes y palestinos. Incluso Clinton, que tuvo un éxito resonante con los acuerdos de Oslo (1993), fracasó luego al final de su presidencia en Camp David (2000) y quedaron abiertas de par en par las puertas del infierno. También fracasó Bush hijo, que arrinconó a Arafat junto a Bin Laden en su guerra global contra el terror, pero inventó la Hoja de Ruta para la creación del Estado palestino e intentó coronar su presidencia en Annapolis (2007) en una negociación también sin resultado. Obama ha ido más lejos. Ha fracasado dos veces. Lo intentó al llegar a la Casa Blanca, con la imprudente aunque justa exigencia de congelar la construcción de nuevas viviendas en los territorios ocupados por Israel: hubo primero negociaciones indirectas y luego una sesión inicial en Washington en septiembre de 2010, pero las conversaciones propiamente dichas nunca empezaron. Ha repetido ahora, sin directa responsabilidad personal, con el fracaso de John Kerry, su secretario de Estado, en un plan de negociaciones directas que pretendía alcanzar el acuerdo definitivo en solo nueve meses. El plazo venció este 29 de abril sin que se haya obtenido resultado alguno, salvo algunas concesiones para fomentar la confianza mutua. Lo normal de este tipo de negociaciones es que fracasen. Se diría que están hechas para dar rendimientos mientras se celebran sin que importe mucho si terminan conduciendo al final esperado. Todos saben que no llevan a ningún lado pero cada uno se espabila para ver qué saca. El rendimiento más directo se mide en unidades de tiempo. Durar es el primer objetivo de todo político. Desde este punto de vista las negociaciones ahora rotas han sido buenas tanto para Netanyahu como para Abbas, que han ganado tiempo; y malas para Obama y Kerry, que son quienes lo han perdido a espuertas. El israelí ha conseguido demorar las consecuencias del reconocimiento de Palestina en Naciones Unidas y el palestino prolongar su presidencia ya caducada y abrirse ahora a la recuperación de la unidad palestina para convocar elecciones y relegitimar sus instituciones. La duración es siempre especialmente saludable para Israel, puesto que con el tiempo gana siempre territorio. Desde Oslo, Israel nunca ha cesado de avanzar en la construcción de viviendas en los territorios ocupados. Lo ha hecho como respuesta y represalia ante la Intifada y el terrorismo y lo ha hecho como actividad normal durante las negociaciones de paz. Es decir, en cualquiera de los casos. En esta ocasión ha construido 12.000 viviendas más. Pronto serán ya unos 600.000 los israelíes establecidos en los territorios conquistados en 1967, Jerusalén Este incluido. Israel ha atravesado incólume un nuevo cambio geopolítico en la región sin realizar ni una sola concesión sustancial. Superó el final de la guerra fría en 1989, el sueño democrático que acompañó a la caída de los déspotas árabes en 2011 y ahora la decepción del regreso a la dictadura militar en Egipto y la persistencia de la guerra civil y sectaria en Siria. Su única concesión ha sido liberar un grupo de presos anteriores al proceso de Oslo. Es lo que han obtenido los palestinos. Israel se comprometió a soltar a 104, casi todos condenados por delitos de sangre, pero no ha querido liberar a los últimos 26 que quedaban. Es mucho si se considera la personalidad de los liberados. Pero poco en relación con la población palestina en las cárceles israelíes: casi 5.000 condenados y detenidos por delitos de intención política y 1.500 por residencia ilegal.



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1 de mayo de 2014
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El círculo de tiza

Embriagado por la gloria, el coronel Aureliano Buendía decidió que nadie podría acercársele a menos de tres metros de distancia, y sus edecanes trazaban a su alrededor un círculo de tiza que ninguno estaba autorizado a traspasar, ni siquiera su madre.

Dentro de ese círculo de tiza lo que hay es soledad absoluta, y no llegan hasta allí las voces de fuera porque el poder absoluto sólo tiene respuestas tajantes que no necesitan  preguntas. El caudillo, venga de la academia o del rango de los iletrados, busca convertir a las instituciones en meros decorados para imponer su voluntad única que termina siendo la razón de estado. Es la misma soledad sin ecos del dictador de El Otoño del patriarca, en toda su parafernalia arbitraria de desmanes.

Pero también es la soledad del poder con toda su cauda de miserias y derrotas, como en el último viaje de Bolívar hacia su muerte en El general en su laberinto, solo y ya sin gloria. García Márquez no eligió el resplandor épico del libertador cruzando una y otra vez los Andes a caballo, algo que de por sí entra en el reino de las exageraciones, sino el íntimo desastre del final de su vida sacrificada en vano.

Joseph Brodsky alega, refiriéndose a los escritores geniales del siglo veinte ruso, que "el talento no necesita historia".  En el caso de García Márquez sería una curiosa afirmación. En América Latina, la realidad es el sustrato de toda su literatura. Lo que él hizo como artista fue transferirla la historia a una dimensión diferente, tanto que a veces nos llega a parecer inverosímil, pero sin que deje nunca de ser esa misma realidad cuya materia ha sido transformada.

Cuando recibió el premio Nobel de Literatura en 1982, de la fantasía salta hacia el otro lado del abismo: el incendio del palacio de la Moneda y el sacrificio del presidente Allende, los dudosos accidentes de aviación en que perdieron la vida el presidente Jaime Roldós de Ecuador, y el general Omar Torrijos de Panamá.

El recuento se vuelve una elegía: "un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo".

Guerras, golpes de estado, cárceles y cementerios secretos, desaparecidos, recién nacidos secuestrados y dados en adopción clandestina. Es el recuento de una historia oscura desde las palabras iluminadas. América Latina se hallaba plagada aún en esos años ochenta de dictaduras militares que pronto deberían dejar paso a gobiernos civiles electos, surgían revoluciones como las de Nicaragua, que representaba una esperanza nueva, diferente al modelo de la revolución cubana que entraba en decadencia; la suya es una adhesión sentimental a la rebelión y la resistencia.

Y al mismo tiempo pide a los europeos recordar "que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos". Un reclamo en los tiempos de la guerra fría, cuando aún nadie vislumbraba el fin del mundo bipolar.

García Márquez venía de esa generación de latinoamericanos que había crecido bajo las dictaduras bananeras instauradas por Estados Unidos durante los años más álgidos de esa misma guerra fría, y entre sus palabras y la acción no había distancia. Un conspirador curtido, además, y fue en esa calidad que lo conocí, dispuesto a hacer todo lo que pudiera para lograr el derrocamiento de la familia Somoza. Un escritor comprometido, como decíamos ayer.

El relato del poder alcanza en su escritura esas dimensiones alucinantes que tan bien conocemos, y la realidad se vuelve la hija pródiga de la imaginación hasta desconcertarnos. Y a través de la ficción aprendemos que el poder, enquistado como está en las entretelas del corazón humano, es una bestia peligrosa que algunos logran domesticar y otros más bien azuzan dentro de sí mismos.

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30 de abril de 2014
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La soportable levedad

Vivimos tiempos de cambio de formatos. O mejor dicho, de adelgazamiento, recorte y levedad. De los libros cortos a las cenas frugales, lo mini -nano incluso- y lo light han catapultado su reinado. Queda descatalogado lo exhaustivo, lo latoso y lo fatigoso. El arte de la inmediatez exige ritmo y tijera; escapar de lo prolijo en favor de la transparencia es un imperativo que se cuela en todos los medios y registros. Mensajes sutilísimos amparados en la cultura de las app demuestran cómo el mundo se apoya en entidades invisibles: del genoma a los bits sin peso, la nube o el bitcoin. La inmensidad de la red, donde no hay límites de extensión, choca con esta nueva noción de la materialidad escuchimizada. Aunque lo ostentoso pierde fuelle mientras lo ingrávido cotiza. Tiempos donde se declaran nuevas y livianas adicciones. A las series, por ejemplo, aceptando la cantinela que venimos escuchando desde hace algunos años, mitad por verdadera, mitad por repetida, de que la ficción televisiva -la fórmula gafapasta para decir “las series de televisión”- ha superado al cine en calidad y originalidad. Al cine de Hollywood, claro, porque no deberíamos olvidar que hay cine -y de gran calidad- más allá de las palmeras californianas. En la oficina, en los periódicos, en las reuniones de amigo, todo el mundo habla de ellas, tanto que el término spoiler (literalmente el que arruina algo, en este caso revelando vericuetos de la trama) se ha convertido en uno de esos insoportables neologismos à la mode. La levedad es el ideal: de las colas de la burocracia a los expedientes on line, de las comilonas de antaño a las sojas, quinoas y alimentos bio, de las botas de cowboy a los zapatos con cápsulas de aire, o “zapatos que respiran”, reza una marca, pretendiendo alcanzar el sueño de poner alas en los pies. La materia voluminosa cae en picado en la nueva cotidianidad, y algunos tejidos ligeros, como el cachemir, se convierten en el auténtico must del llamado lujo experiencial. Adscritas a la tendencia micro -de microrrelatos a micropigmentaciones-, marcas y tiendas presentan sus llamadas colecciones “cápsula”, y las novelas lacónicas nos recubren de feliz eficacia (empezar y acabar rápido). Todos queremos pesar menos, andar como si fuéramos descalzos y liberarnos de cargas. “Existe una levedad del pensar, así como todos sabemos que existe una levedad de lo frívolo; más aún, la levedad del pensar puede hacernos parecer pesada y opaca la frivolidad”, escribía Italo Calvino acotando bien la noción de lo espeso. Y así es: bien sabemos que la levedad y la ligereza resultan insoportables cuando son triviales en lugar de sublimes.

(La Vanguardia)

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30 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Acta del Jurado Formentor 2014

Reunido el jurado del Premio Formentor, constituido por Cristina Fernández Cubas, Eduardo Lago, Aurelio Major, Ignacio Vidal Folch y su Presidente Basilio Baltasar, después de ponderar y evaluar las candidaturas presentadas por los miembros del jurado, ha decidido reconocer por unanimidad los méritos de la obra del escritor Enrique Vila-Matas y concederle el Premio Formentor de las Letras 2014.

El jurado desea subrayar la elegancia literaria con que Vila-Matas ha renovado los horizontes de la novela, dándole un ímpetu creativo que la ha situado de nuevo como gran crisol de las influencias, las voces e inspiraciones de nuestra cultura.

Vila-Matas ha desmentido con su prolífica obra narrativa la supuesta decadencia de un género que sigue mostrándose como el mas eficaz relato de la conciencia contemporánea. Los procedimientos narrativos inventados por el autor catalán han supuesto una enérgica contribución al vigor de la literatura escrita en español y ha sido reconocida en Europa y Estados Unidos como una de las más significadas creaciones literarias de nuestro país.

El autor de obras tan destacadas en la reciente historia de nuestra literatura, como La asesina ilustrada, Historia abreviada de la literatura portátil, Hijos sin hijos, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, Dublinesca, Aire de Dylan o Kassel no invita a la lógica, ha sostenido un empeño coherente que adquirió desde sus primeras creaciones en la decada de los setenta una voz propia e inconfundible. Un estilo personal que ha seducido a lectores europeos y americanos, entusiasmados por una imaginación que difumina las fronteras entre realidad y ficción, autor y personaje, lectura y vida.

Uno de los méritos del autor que los miembros del jurado quieren destacar es el modo en que ha sabido abordar asuntos conflictivos y angustiosos de nuestro tiempo con una destreza literaria que ha hecho del ingenio, el humor y el espíritu lúdico un reconfortante punto de vista. Un estilo narrativo pero tambien una certeza filosofica que restaura la soberanía del individuo como eje moral de una existencia destinada a la plenitud, la inteligencia y el desenfado.

Enrique Vila-Matas es además uno de los pocos autores españoles adoptados por el público joven latinoamericano, que ha reconocido en su obra cosmopolita la negación de unas fronteras que parecían insuperables. La complicidad y simpatía con que ha sido recibida confirma el territorio estético y lilingüístico inaugurado por su narrativa: un relato abierto a la imaginación libre de restricciones costumbristas y fertilizado por el incesante acontecimiento artistico contemporaneo y por las tradiciones literarias que le han precedido.

La absorción de autores y obras desapercibidas en nuestra memoria cultural, la perspicaz integración de olvidadas contribuciones literarias, han hecho de la obra de Vila-Matas una polifonía que da a la figura del Autor un nuevo significado: creador de formas narrativas inesperadas pero también heraldo de lo que había sido olvidado por la perezosa amnesia de nuestro tiempo.

La lectura de la originalisima obra de Vila Matas es también la lectura de una tradición felizmente entregada a la innovación que sólo pueden llevar a cabo los grandes creadores.

Por todo ello, nos complace conceder a Enrique Vila-Matas el Premió Formentor de la letras 2014.

Formentor, 27 de abril de 2014.



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29 de abril de 2014
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Asuntos metafísicos 47: la hipotética partícula que abriría el camino a la causalidad inversa.

Cómo garantizar que no hay influencia clásica.

Empecemos por refrescar algunos extremos ya avanzados:

Sean dos acontecimientos espacio temporales A, B.  Si  el intervalo temporal que va de la aparición de A a la aparición de B no es suficiente para que  la luz  cubra la distancia entre ambos, diremos que  estos acontecimientos se hallan espacialmente separados.  Así, si A ocurre a la hora cero y B un segundo más tarde y a 600000 kilómetros, un mensaje enviado por A, incluso a la velocidad de la luz, no llegaría a tiempo de determinar en modo alguno el acontecimiento  B.

 Si el intervalo que va de la aparición de A a la aparición de  B permite que una partícula  que se mueve a velocidad inferior a la de la luz cubra la distancia espacial que les separa, diremos que los  acontecimientos A y B se hallan temporalmente separados. Así, si A acontece a la hora cero y B un segundo más tarde a 150000 kilómetros, un electrón acelerado hasta  el cincuenta por ciento de la velocidad de la luz  llegaría justo a tiempo de determinar de alguna manera las características de B.

En fin,  si en el intervalo temporal que va del acontecimiento A al acontecimiento B,  la luz, y sólo la luz, cubriría exactamente  la distancia espacial entre ambos, diremos que  A y B se hallan separados por la luz. Así, si A acontece a la hora cero y B un segundo más tarde a 300000 kilómetros,  un fotón enviado desde A a B  llegaría justo a tiempo de determinar de alguna manera las características de B.

El problema se plantea con los acontecimientos espacialmente separados. Consideremos el caso de una distancia de 600000 kilómetros. Supongamos que tenemos razones de  sospechar  que  el acontecer de A (por ejemplo el hecho de medir la polarización de un fotón) tiene un efecto sobre las características de B. Para explicar esta influencia no cabe recurrir a la hipótesis de que desde A se ha enviado una partícula, por ejemplo contenedora de un mensaje encubierto, dado que  incluso un fotón (partícula por así decirlo nacida a la velocidad de la luz) llegaría  demasiado tarde.

Distancia espacial grande e intervalo temporal reducido hasta prácticamente la  simultaneidad: tal es la garantía de que entre un lado y el otro no hay influencia posible.  Ahora bien, la física cuántica tiene algo más que sospechas  para considerar  que, en determinadas circunstancias, esta influencia se ejerce: por un lado  tal influencia es concordante con sus propias previsiones; por otro lado  la constata experimentalmente. Mas, ¿cómo explicar el asunto? ¿como dar cuenta de este sorprendente lazo entre partículas que la distancia espacial debería proteger de toda influencia mutua?

 Una hipótesis sería la siguiente: A no ha influido en B mediante una partícula conocida que sólo puede desplazarse a velocidad igual o inferior a la luz, sino mediante una partícula que se trasladaría a velocidad superior a la de la luz y que respondiendo al significado de la palabra griega tachus, recibiría el nombre de tachyon.

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29 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Camino de Enlloc

No pregunten dónde está Enlloc. Podría ser el nombre de un santuario: Santa Maria d'Enlloc, o de una remota localidad comarcal: Enlloc de l'Empordà, d'Urgell o de La Sagarra. Yo no sé dónde está, aunque muchos pretendan saberlo ahora mismo, empezando por el presidente de la Generalitat. Me hablan de tal lugar cada día. Cada día pretenden indicarme el sitio que ocupará en el mapa y en la historia. Enlloc, ya saben, quiere decir en castellano en ningún lado o en ninguna parte. Es hacia donde vamos con absoluta certeza y con un grado de resolución y convencimiento realmente admirables. Novelerías. En cualquier caso, no lo sabe Artur Mas, por más que diga, pero tampoco lo sabe Oriol Junqueras, aunque esté último parezca más convincente cuando finge saberlo. No saben cómo se va. Pero tampoco saben ni siquiera por dónde cae. Si al menos ellos tuvieran alguna idea e incluso certeza suficiente de que existe un lugar tan anhelado, al menos ya habríamos avanzado algo. Pero la verdad es que ni ellos, por más que lo oculten, ni nosotros, crédulos o incrédulos, ilusos o escépticos, sabemos que exista e incluso tenemos suficientes datos para pensar que ni siquiera pueda existir a estas alturas. Una palabra vacía. Vamos rumbo a lo desconocido, como dijo prematura y premonitoriamente el propio presidente. Por eso podemos darle el nombre de Enlloc, aunque otros le busquen otros nombres más bellos y acordes con la hipótesis tan improbable de su existencia. Hay muchos que creen fervientemente en ella. Y no tan solo entre sus partidarios sino también entre sus enemigos. Para sus partidarios es una idea que concentra todo la belleza y la bondad del mundo. Exactamente lo contrario que significa para quienes se oponen. Unos y otros trabajan denodadamente, ya sea para recorrer el camino, ya para obstaculizarlo. Esos trabajos a veces titánicos producen unos resultados ciertamente sorprendentes porque son los que dan mayor vida a la quimera que se persigue y a los instrumentos para alcanzarla. Sin obstáculos no hay camino y sin camino no hay obstáculos. Enlloc ha crecido gracias a la fuerza del mundo digital. La imaginación de sus creyentes tiene el dibujo entero de cómo es este no-lugar producido por los poderes meramente mentales del deseo democrático. Es un estado de la mente multiplicado por los centenares de miles de cerebros conectados al ímpetu de una imagen, que encarna y simboliza la estelada. De una tal conexión colectiva salen las movilizaciones y el activismo frenético, hasta ahora incansable, que hemos visto desde la Diada de 2012, pero es dudoso que exista la capacidad, es decir, los poderes, para convertir esos estados mentales en un Estado, material, tangible, reconocido como tal por todos, por más que nos la vendan como lo normal en un país normal. No, esta capacidad democrática de convertir los deseos en realidades pertenece más bien al mundo de lo paranormal. Tan entusiasmados se hallan unos y otros en esta actividad frenética, unos en abrirse camino y otros en cerrarlo, que fingen no tener tiempo para meditar y debatir argumentos en mano sobre lo que va a suceder en cualquiera de los casos. Pero en su fuero interno tropiezan con una idea que inmediatamente rechazan como un inevitable inconveniente para sus reflexiones. Como que no existe, habrá que conformarse con acomodarse con lo que se alcance en el camino. No habrá más remedio que sustituir la brillante quimera por una gris y plana realidad tangible, sustancial y eficaz pero sin adorno alguno de lirismos ni mitos. Eso en el mejor de los casos. También es posible que no haya un punto medio con el que conformarse, sino que el esfuerzo termine en un brutal retroceso respecto a lo que se había conseguido al menos en los últimos 35 años. No sería la primera vez que sucede. El punto medio y gris no gusta. Ni a los perseguidores de la quimera ni a sus enemigos. Los primeros se consideran insultados por la mediocridad de la propuesta y los segundos por el ventajismo que denuncian en quienes piden siempre lo más de sus ensueños para obtener lo menos de sus intereses. Pero saben unos y otros que es ahí donde terminará todo en el mejor de los casos, aunque sea en el último minuto, incluso si se han traspasado todos los rubicones imaginables. Y en el peor, en el de un choque de trenes auténtico, no saldría dañado únicamente el autogobierno sino la propia democracia española, como ha sucedido otras veces, con las consecuencias imprevisibles que deducimos si aplicamos la hipótesis a sus efectos europeos. La ecuación de las sinergias positivas del federalismo maragalliano quedaría diabólicamente invertida en el momento en que la democracia quedara tocada: menos Cataluña, menos España y menos Europa, es decir, una Cataluña más disminuida, en una España menor y dentro de una Europa inexistente. Cuando todos pierden, hora es de apuntarse a que todos ganen, win win, como ha sugerido, por primera y lúcida vez, el líder carismático que guía esta marcha hacia ninguna parte.



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28 de abril de 2014
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Largo viaje hacia la transparencia

Nunca llegué a leerlo, aunque era el libro que más me atraía en la biblioteca de mis padres. Seguramente me cautivaba el título, tan seductor como repelente. Se llamaba Primavera mortal y lo había escrito un húngaro entonces extensamente leído, pero hoy desaparecido, Lajos Zilahy. Creo que en posteriores ediciones se le cambió el título por otro más comercial, Primavera mortífera. Se me asociaba con un verso famoso: Abril es el más cruel de los meses. Un verso a veces profético.

    La última primavera está siendo especialmente mortífera con mis amigos, Ana María Moix, Leopoldo Panero, José María Castellet... ojalá que García Márquez sea tan sólo su invitado final. Ahora le veo, en algún momento del siglo pasado, abriendo la puerta de su modesto apartamento en la calle de la República Argentina de Barcelona, donde tenía que entregarle unas galeradas de parte de Carlos Barral. Vestía un chándal azul prusia, muy notable en una época en la que aún no se había aprobado el chándal ni siquiera como prenda casera. Sonaba una música y con el desparpajo de la juventud le dije que era una de mis piezas favoritas. Le llamó la atención y me hizo pasar para terminar de oírla. "Es usted la primera persona que conozco que la conoce", dijo con aquella facilidad para el juego de palabras tan típico de su generación. A partir de entonces siempre que nos veíamos me hablaba de aquel cuarteto de Bartók y yo le comentaba que era el único escritor que conocía que lo conocía.

    Menos la última vez, hará cosa de cinco años. Fue en casa de Carmen y con los encantadores Feduchis. En algún momento de la comida salió a relucir el bello soneto anónimo que comienza con el verso, No me mueve mi Dios para quererte. Comenzó a recitarlo Luis Feduchi, pero se le añadió García Márquez y lo dijeron a capella. Siguió luego una conversación sobre asuntos generales hasta que la interrumpió la voz de Gabo que comenzó de nuevo con No me mueve mi Dios para quererte. Luis se unió también en esta ocasión al recitado. La escena se repitió diez o doce veces. Luis le siguió en todos los recitados. Gabo decía los versos lentamente, como si los paladeara, y a veces con los ojos cerrados.

Podría haber sido una broma muy de los años setenta. Recuerdo escenas similares con amigos recitando una y otra vez un verso, un poema, un fragmento de novela. En mi grupo de colegas, casi todos escritores, podíamos repetir docenas de veces: Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real... Cualquier ocasión era buena para ello, nadie podía pronunciar la frase "es cierto..." sin que se le echara encima la jauría presente para continuar la cita a coro y luego repetirla a lo largo de la noche tantas veces como aguantáramos hasta aburrirnos.

Pero esta vez no era ninguna broma. Aunque yo diría (no lo sé, por supuesto) que García Márquez no tenía creencias religiosas, aquel soneto, como cualquier obra maestra del lenguaje, le permitía participar de toda la esperanza, de todo el consuelo que suele aportar una religión. La perfección de la palabra escrita con arte, el resplandor de la verdad que lleva consigo, bastan para entender que el sentido de nuestras vidas es exactamente aquel que nosotros le damos, el que alcanzamos a cristalizar en algunos momentos excepcionales. Así podríamos nosotros ahora, si esto fuera una comida de amigos y lectores, comenzar a repetir una y otra vez, Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo. Porque quizás en esta frase se encuentre el sentido mismo de la vida de García Márquez, así como la de Región resume de modo extraordinario la vida de Benet, aquel viajero que para llegar a donde quería, siguiendo el antiguo camino real, no podía dejar de atravesar un pequeño y elevado desierto que parece interminable. Comienzos de obras inmortales que son también reflejos de vidas completas.

El segundo verso del soneto anónimo añade una causa determinante al primer verso: No me mueve mi Dios para quererte/ el cielo que me tienes prometido. Para amar algo, sea un dios, una compañía, un soneto, un paraje o la literatura misma, no es necesario que veamos en ello una garantía de felicidad, como pretendía Keats, para quien la belleza encerraba siempre una promesa de gozo perpetuo ya que nunca se marchitaba: Lo hermoso es alegría para siempre/ su encanto se acrecienta y nunca vuelve a la nada, dice el poeta en la traducción de Irene.

El verso es muy bonito, A thing of beauty is a joy for ever, pero es falso. El gozo de la belleza es pasajero y siempre vuelve a la nada. Ese es precisamente su encanto, que es efímero y debe ser tomado al vuelo, dura un instante y desaparece. Es la pequeña estrella shakespeariana que uno desearía ver danzar en la palma de la mano y observar su centelleo durante años y años placenteros, pero el lugar de la estrella es el firmamento en donde parpadea durante unas horas y ni siquiera podemos saber si su luz viene de un astro vivo o de una estrella muerta.

Por esta razón cuando queremos a alguien o algo no suelen movernos sus promesas de felicidad sino más bien su naturaleza transitoria, fugaz, la belleza de su paso ígneo antes de fundirse en la helada luna de la noche sin fin. Participar de esa fugacidad es la auténtica alegría, acabe como acabe. Así lo decía Ishmael, tras la catástrofe del capitán Ahab y su velero, el Pequod: él estaba allí y por eso pudo contarlo, porque todo lo vio y participó del instante en que el gigantesco Leviatán engulle en las simas del océano al infame, al obsesivo, al destructivo perseguidor de Moby-Dick. También en las destrucciones hay una chispa de belleza cuando la destrucción arrastra al maligno.

Y allí, frente al pelotón de fusilamiento, está también el testigo de una destrucción, esta vez definitiva, con su último recuerdo. En el chispazo que va a llevarle a las simas de la nada, el coronel vislumbra la posible razón de toda su existencia, aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo. Suelen decir algunos escritores que en el momento preciso de la muerte, un instante antes de que se abra la puerta del sueño eterno, toda nuestra vida circula velozmente por una memoria que se despide de sí misma. Prefiero pensar que más bien la memoria elige un instante privilegiado, un momento en el que se concentra todo el sentido posible de nuestra existencia, y con él nos ensimisma. El caso más exacto y precioso que conozco es el que relata Ambrose Bierce en El puente sobre el río del búho.

Como el hombre del cuento de Bierce, que va a morir de un momento a otro sobre el funesto río de Alabama, no sin que antes la memoria le arranque del presente con una prodigiosa mano mágica, así también el coronel, erguido ante la muerte, recibe la visita de un recuerdo específico e imborrable, aquel día en que su padre le llevó a  conocer el hielo. Y no es que su padre "le enseñara" o "le mostrara" el hielo, es que le llevó a "conocerlo". Tantos niños han esperado impacientemente a conocer el mar, a conocer la caza del oso, a conocer el amor, a conocer el mundo, a conocer la victoria, que el conocimiento del hielo es una hipérbole magnífica de todas las desesperadas ilusiones de la infancia.

El cielo que nos tiene prometido, la inmarchitable belleza eterna, el siempre te amaré, la estrella cautiva, la perduración de lo maravilloso, se truecan, en el instante supremo, en un radiante pedazo de hielo, en el remolino espumoso de la ballena blanca hundiéndose para siempre, en la estrella que se posa en tu mano durante unos segundos. A cada cual, según sus merecimientos.

Gabriel García Márquez sabe ahora cómo es el alma invisible del hielo. Fortuna será, para cada uno de nosotros, alcanzar a ver con luminosa claridad, en el relámpago previo a la oscuridad eterna, cuál ha sido nuestro ya ineludible cielo prometido.

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28 de abril de 2014
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El Boomeran(g)
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