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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fiesta química de Stanislaw Lem

 

Hubo un tiempo en que creí que el polaco Stalinslaw Lem era autor de una sola novela, Solaris. Después descubrí los libros de reseñas de libros inexistentes, un amigo me recomendó los cuentos del piloto Pirx publicados en Alianza, cayó en mis manos la brillante El hospital de la transfiguración, conseguí en España Golem XIV y Máscara... y terminé entendiendo por qué Philip Dick alguna vez creyó que el polaco Lem no era una persona sino un comité inventado por el partido comunista (Dick llegó incluso a escribir de sus sospechas al FBI).

Como Lem es inagotable, esta semana me tocó descubrir El congreso de futurología (1971), novela que sirve de inspiración a la película El congreso (2013), del israelí Ari Folman (autor de la intermitente Vals con Bashir). En la novela, Ijon Tichy, un personaje recurrente de Lem, es invitado a un congreso de futurología en Costa Rica, para hablar sobre las grandes crisis que asolan a la humanidad (el hambre, el crecimiento demográfico, etc). Al rato, gracias a agentes psicotrópicos en el agua que toma a su llegada, Ijon comienza a sentir cambios en su cuerpo que lo llevan a un estado de exagerada alegría y "beatitud": "Todos mis reflejos analíticos estaban sumergidos en un grueso jarabe, envueltos en una mezcolanza de autosatisfacción, goteando con la miel del optimismo más idiota".   

El congreso de futurología es una sátira gruesa: la humanidad ha aprendido a ocultar sus problemas gracias a los avances químicos. El ego ya no existe, uno es lo que quiere ser gracias a diferentes sustancias lisérgicas. Lem profundiza en la sombría pista de Aldous Huxley y explora estos temas al mismo tiempo que el pesadillesco Dick, pero su tono es diferente, más bien farsesco: los avances tecnológicos no nos servirán para crear una vida más "auténtica" sino para entregarnos a una fiesta psicotrópica en la que perderemos la noción de lo que es real -todo puede parecer una alucinación consensual--; pero, ¿que tiene de malo eso si lo único que buscamos es el placer inmediato? Lem, burlón, sugiere que viviremos en una realidad alterada y que nos encantará vivir en ese engaño.

La novela de Lem puede leerse como una crítica al totalitarismo soviético. Fulman la adapta al momento actual y dirige sus dardos a la industria cinematográfica. El congreso, una película visionaria y absolutamente recomendable que en realidad es dos a la vez -la primera parte es con actores, la segunda es animada-- es la historia de Robin Wright, una actriz que se encarna a sí misma y a quien se le ofrece dejar el cine a cambio de que un estudio compre su identidad, la digitalice y luego utilice su avatar para cualquier proyecto que se le antoje. El futuro soñado por Fulman no está alejado de lo que podría ocurrir: ¿para qué preocuparse de los problemas de los actores -su narcisimo, su adicción a las drogas, el hecho de que envejezcan-- si con una versión digital de ellos esos conflictos podrían evitarse?

 

Durante los primeros cincuenta minutos, Fulman no sabe si hacer un drama familiar con la impecable Wright o satirizar los excesos comerciales y el culto a la juventud de la industria cinematográfica. Luego comienza la parte animada y el director israelí logra transmitir de forma deslumbrante el sentido de la maravilla de la mejor ciencia ficción: el ingreso de Wright a la "zona animada", al Congreso Futurista, es dibujado como un mal viaje en ácido, con momentos finales sublimes y una posibilidad de redención en medio de un mundo fantasmágorico, siempre y cuando se entienda por redención esa terrible verdad de Lem: no hay más acceso a la "realidad" sino solo la posibilidad de reinventarla.

 

(La Tercera, 21 de septiembre 2014)

 

 

 



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22 de septiembre de 2014
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Generación Z

Qué ociosa abstracción la de tratar de ponerse en la piel de quienes hoy tienen dieciocho años. Y no me refiero a indagar en la promesa de que al final del túnel se halla el verdadero futuro, conectado siempre a las redes sociales, sino a descubrir cuál es su posición frente al amor, la justicia social o la extinción de las abejas. Antes, las etiquetas generacionales las acuñaban los poetas pero hoy las ponen los publicistas. La agencia neoyorquina Sparks & Honey ha bautizado a los chavales que hoy tienen 18 años como generación Z (con la generación X, también llamada baby boomer, y los millennials de la generación Y, han terminado con el abecedario). Se trata de un paraguas que engloba a 2.000 millones de jóvenes nacidos en torno al año 1995 que conforman una casta que se augura estelar: formada, afanosa, colaborativa y en busca de alternativas para mejorar este mundo en crisis. Los observo en sus fiestas, como la que organizó Nike el pasado domingo en el Casino de Madrid, muchos de ellos tan disfrazados como en los ochenta, con sus tatuajes rabiosos, metales en el cuerpo y esas horrendas barbas talibanas -por mucho tengan que ver con la subcultura hipster, de la que se han acabado hartando hasta ellos mismos-. Ahí están, como Walt Witmans bíblicos e iluminados que escuchan a Imagine Dragons y se agujerean la lengua para enfatizar su identidad. Poco sabemos de lo que hay debajo de las suelas de sus New Balance, de sus sudaderas 24 horas, o de sus cabellos teñidos. “Soy rubio natural, pero tengo los ojos azules y no quiero parecer nórdico”, me decía Diego, un sagaz diseñador veinteañero al cual con incontinente docencia le dije: “Disfruta de tu rubio, lo que daríamos para que el nuestro fuera auténtico”. Aseguran que el 60% de los miembros de la generación Z aspira a un trabajo que sea “socialmente relevante”, en el sentido de ser útil (cuando apenas un 30% de los Y lo tenía tan claro). La cantinela del emprendedor ha calado en ellos, no tanto por sus megáfonos como por la conciencia de que el trabajo dependerá más de la propia iniciativa que de los departamentos de recursos humanos (el 72% quiere crear su propio negocio). En lo tocante a sus valores, parecen ser más tolerantes con la diversidad -racial, sexual, generacional- que sus predecesores, y también son definidos como “más conservadores”: una encuesta masiva de los centros de Control de Enfermedades concluye que fuman, beben y se pelean menos (aunque mandan y reciben watsaps o suben cosas a las redes mientras conducen), y que “tienen costumbres más sanas que las de hace 20 años”. Aunque celebremos que la especie mejore, desde nuestra superioridad adulta pensaremos en lo que nunca cambia: desde los celos a la decepción, el desaliento de la felicidad, el duelo inevitable, o el vacío de las tardes de domingo. Pero una vez también tuvimos dieciocho años, cuando las X, Y o Z no tenían ninguna importancia. (La Vanguardia)

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22 de septiembre de 2014
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El personaje es el mensaje

La belleza encandila pero a la vez penaliza, sobre todo en política. Discreción y uniformidad son mandatos para devenir creíble en una España donde excentricidad y glamour tienen mal encaje. Bien diferente que en Francia, con esos ministros jóvenes y charmants que ha fichado Hollande: Emmanuel Macron detenta la cartera de economía y a su brillante curriculum se añade el dato de estar casado con su antigua profesora, veinte años mayor que él. Todo tan francés y desacomplejado a fin de disipar la neblina moralista y añadirle un plus flaubertiano a las intrigas del Elíseo. En su tourné mediática, Pedro Sánchez no deja de repetir que, además de guapo, es doctor y profesor de economía, que ha estado en paro y que dejó temporalmente la política abrumado por sus corruptelas y la generación tapón que impedía el relevo generacional. La otra noche aseguró en El Hormiguero que ha regresado a ella para ?cambiar la política?. Es encomiable la elevada aspiración del flamante secretario general de PSOE, más cuando hoy difícilmente logramos cambiar una coma de nosotros mismos. El punto fuerte de Sánchez ha sido su intrepidez para lanzarse a la arena.¿El débil? su inconsistencia. Podría ser un estilo Suárez ?apuesto, amable, educado- pero para eso tendría que desmontar el viejo PSOE como Adolfo finiquitó el franquismo. En un mundo en el que los conceptos ‘aspiración’ y ‘cercanía’ han transcendido sus propios límites, hay que sustituir la metáfora por un rostro. El pasado miércoles, mientras Pablo Motos entrevistaba a Sánchez, en la pantalla de detrás aparecían imágenes de Pablo Iglesias, consiguiendo un plano superpuesto de ambos personajes. Es evidente que el candidato socialista ha aprendido la lección del profesor Iglesias: hay que estar en todos sitios a todas horas, lograr que el ciudadano de a pie conozca al menos tu cara, si no tu discurso. Ya sea entrando en directo para condenar el Toro de la Vega en Sálvame ?con una media de millón y medio de espectadores? o aguantando bromitas al lado de las marionetas de El hormiguero ?más de dos millones?. La nuestra es una democracia de espectadores, así que, hoy más que nunca, hay que tener a los medios de comunicación como aliados cuando la poderosa empatía ha suplido al contenido ideológico. Los asamblearios de Podemos siguieron a pies juntillas el mandato leninista de infiltrarse en los medios y aprovecharse de ellos para lanzar un ?mensaje populista? que, según Sánchez, da ?soluciones falsas a problemas reales”. En su caso, la lógica de convertir el puerta a puerta en share a share, se construye sobre una relectura de McLuhan: el personaje es el mensaje. Los guapos que ejercen y cobran por serlo saben que las proclamas políticas tienen un efecto insecticida sobre sus contratos. De ahí que el agente y los abogados del modelo Andrés Velencoso hayan saltado de sus sillas al ver cómo la plataforma Societat Civil Catalana utilizaba su imagen y esa frase, ya tan demodé, que un día soltó nuestro top internacional: ?soy catalán, español y ciudadano del mundo?. Si eso lo hubiera dicho un feo, aunque fuese catedrático nadie se habría enterado. Máquinas humanas Tim Cook se disfraza de Steve Jobs y presenta en vaqueros los nuevos iPhone 6 y el súper reloj inteligente ?y elegante? Apple Watch, dejando claro que la filosofía de la compañía ha sido, es y será siempre “ser los mejores, no los primeros”. No se refiere a las ventas, por supuesto, sino al viejo adagio de que “quien pega primero pega dos veces”. La relación simbólica que se creó entre la invención del transistor y el rock & roll quiere ser emulada a partir del nuevo reloj ?una máquina humana- desde el cual se pueden mandar hasta los latidos del corazón. Ni la precoz desaparición de Jobs, ni la durísima competencia de Samsung oxidan a la manzana de Cupertino. Y eso que está mordida. El hotelero cool Tras revolucionar el concepto ‘hotel’ con sus Room Mate en los centros urbanos?18 en todo el mundo?, el empresario (y ex jinete) Kike Sarasola luce swing de cintura en tiempos de consumo colaborativo con Be Mate, su nueva apuesta. ¿Que las reservas hoteleras en los centros de las grandes ciudades se resienten del alquiler de ‘apartamentos turísticos’? Únete al enemigo, además de ofrecer: “una casa lejos de casa” a tus clientes. Pisos “únicos y de diseño” en Barcelona, Madrid, Ámsterdam, Florencia, Nueva York… forman parte de la nueva estrategia de este emprendedor sin miedo y con pedigrí. Mientras el sector clama por la ruptura del ‘frente’ contra el enemigo común, Sarasola apuesta por “dar un paso adelante y tomar la iniciativa a fin de transformarse”. La plaza de hierro Inaugurar una Margaret Thatcher Square en pleno barrio de Salamanca de Madrid, eso sí que es insólito… Hasta los británicos se han sorprendido. Es el primer homenaje a “la Dama de hierro” fuera del Reino Unido. The Guardian titulaba: “curiosa referencia en unos tiempos difíciles”. El caso es que, el pasado lunes, la saliente Ana Botella, acompañada por el Embajador británico en nuestro país, Simon Manley, y Mark Thatcher, hijo de la ex Primera Ministra, bendijeron ese ricón ‘neocon’ en pleno downtown capitalino. Esperanza Aguirre, fan declarada, no podía faltar. Podrán inaugurarse tiendas de lujo, hoteles de diseño, casinos con restaurante Michelin, pero Madrid no cambia. (La Vanguardia)

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21 de septiembre de 2014
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Leonardo Moledo: la divulgación científica como una de las bellas artes

El 9 de agosto murió el gran periodista Leonardo Moledo, el mejor, el más culto y el más influyente de los divulgadores científicos de Argentina, y probablemente de toda Hispanoamérica.

No había cumplido los 70, pero su legendaria “mala salud de hierro” y su vivir en una creativa nube de humo, que hacía que su oficina y su coche fueran fumaderos constantes, se lo llevaron demasiado pronto.

Durante dos décadas y hasta su muerte fue el director y principal voz del prestigioso suplemento semanal de ciencias del diario Página 12, un faro de luz científica en un país que aplaude mucho más la picardía que el saber. Yo supe este mes de su muerte, y quiero rendirle un modesto homenaje a este periodista indispensable.  

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Leonardo fue antes que nada, un gran conversador y un maravilloso preguntador. Sus entrevistas a mujeres y hombres de ciencia, recopiladas en su último libro, la tercera parte de la trilogía El café de los científicos (en coautoría con Javier Vidal; los dos anteriores lo fueron con Martín de Ambrosio), son charlas distendidas, divertidas y muy profundas. Moledo inventó y desarrolló con maestría un tipo de entrevista con expertos donde el lector se siente incluido, invitado, respetado.

De sus 14 libros que cuentan la ciencia al niño que hay en todo adulto, destacan el primero, De las tortugas a las estrellas, y Diez teorías que conmovieron al mundo (con Esteban Magnani), eruditas y deliciosas incursiones en el mundo de la alta ciencia.

“La divulgación de la ciencia es la continuación de la ciencia por otros medios” es una de sus frases más recordadas y felices.

 La mayoría de sus coautores son jóvenes periodistas, varios de ellos ex alumnos suyos, con quienes el maestro compartía su sabiduría, a quienes ayudaba y daba crédito con generosidad, y a quienes empujaba a volar.

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Yo fui uno de aquellos discípulos, aunque nunca trabajé con él o para él. Aprendí viéndolo trabajar y escuchándolo.

Cuando me inicié en el periodismo de medio ambiente, a finales de los ochenta, Moledo ya era una voz respetada y una firma conocida en Clarín. Fuimos juntos a varias actividades y congresos previos a la Cumbre de la Tierra de 1992, y pasamos las dos semanas de esa Conferencia de Naciones Unidas en Río de Janeiro en permanentes debates, aprendizajes y disfrutes.

De vuelta en Buenos Aires, nos encontrábamos en sesiones maratónicas a hablar de ciencia, de literatura (nos unía la devoción por Marguerite Yourcenar), de música (éramos ambos fanáticos de Johann Sebastian Bach), de la vida, de lo que fuera. En su oficina el olor a colillas viejas era difícil de soportar, pero la charla de Leonardo siempre era más estimulante, intoxicante en el mejor de los sentidos.

Nos vimos poco después de mi salida de Argentina, hace más de 20 años. Pero siempre estuve al tanto de lo que hacía, de cómo crecía su obra impresionante y su justa fama.

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Una semana después de su muerte, que cayó en sábado (el día en que salía el suplemento), Página 12 le dedicó un emocionante número especial de homenaje.

El primero de los 13 autores – colegas, reconocidos periodistas, escritores, alumnos, artistas – es Eduardo Galeano. “Toda la obra que nos ha dejado Leonardo prueba que la ciencia puede ser muy seria sin perder el sentido del humor, y perdurará por siempre en quien la lea”, dice el autor de Las venas abiertas de América Latina.

Pero dos semanas después de su muerte, la dirección de Página 12 decidió cerrar su suplemento. Un enorme error, creo yo.

No sólo se apaga una voz erudita, cáustica, cultísima, sincera, única, sino que se cierra el espacio de luz que creó, un espacio vital para la divulgación de la ciencia en un país que tanto la necesita.

Ah, no les había dicho cómo se llamaba el suplemento que dirigía Leonardo Moledo. Se llamaba Futuro.

Adiós, Futuro. Y adiós, mi maestro y amigo. Sos de las personas que a uno le harán falta siempre. Pero uno lo descubre demasiado tarde, cuando ya no hay tiempo para más charlas y más nubes de humo.  

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21 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Libertades totales

 

Es bastante probable que ningún crítico argentino comentase juntos estos cinco libros, tan diferentes entre sí. Pero como soy un insensato y no soy especialista en literatura argentina, pues allá van estos breves comentarios de cinco obras de Mauro Libertella, Pablo Katchadjian, Luis Chitarroni, Fernanda García Lao y Ramiro Quintana, rogándoles que disculpen mi atrevimiento. No piensen que es la obra de un crítico, sino el grito estentóreo de un barra brava de la selección argentina (de literatura).  

 

Aquí.

 



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20 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las semejanzas entre prorrusos y yihadistas

No siempre ayudan las diferencias. A veces la luz sale de las semejanzas. Son abismales las diferencias que hay entre el conflicto de Ucrania y el Estado Islámico que los yihadistas han instalado a caballo de Siria e Irak. No vale la pena insistir en ellas y por eso es mejor ir a por las semejanzas. Ambos conflictos se producen en un territorio difuso, que cuestiona fronteras reconocidas; uno en las regiones ucranias fronterizas con Rusia y el otro en una zona entre Irak y Siria, pero ambas en Estados vecinos de territorio OTAN, Polonia en el primer caso y Turquía en el segundo. Responden ambas guerras a la actividad de ejércitos pequeños, formados por paramilitares entrenados y encuadrados, lejos de la figura del guerrillero o del terrorista individual. En Ucrania combaten entre 10.000 y 20.000 paramilitares, rusos en buena parte; mientras que en Irak y Siria son entre 50.000 y 70.000 yihadistas, musulmanes suníes de la región pero también reclutados en los suburbios de todo el mundo, desde Londres hasta Yakarta. Ambos ejércitos están bien pertrechados y cuentan con apoyos exteriores, en armas, dinero y propaganda. Los rusos, de Rusia; y los yihadistas, de los países árabes del Golfo. Los primeros más en armas y logística y los segundos más en dinero y refugio. El calibre es similar en la propaganda antioccidental de sus medios de comunicación oficiales u oficiosos y de alcance global, tanto rusos como árabes. Ambos conflictos resquebrajan la arquitectura de la economía global por un pilar tan esencial como la energía. El gas ruso y el crudo árabe son armas de chantaje, que ya vimos en acción en la crisis del petróleo de 1973, cuando los países de la OPEP cortaron el suministro a los países que habían apoyado a Israel en la guerra del Yom Kipur, y en los conflictos entre Moscú y Kiev desde los años 90 hasta ahora. Ahora, además, utilizan la integración de sus economías con las occidentales como nueva arma. Los multimillonarios rusos y árabes, con sus mansiones en París y Londres, sus acciones en compañías americanas o sus patrocinios de clubes de fútbol, son el emblema de la duplicidad que dificulta las sanciones y protege a los rebeldes rusos y a los yihadistas. Ambas ondean también banderas mitológicas. La Novorossia imperial e incluso la Rusia de Kiev medieval, los insurrectos prorrusos de Ucrania; y los primeros califatos, los yihadistas. Pero la mayor de las semejanzas es la que afecta a la seguridad del continente europeo. Cabe discutir cuál de las dos guerras es más peligrosa, pero no que ambas desafían a los europeos y a su capacidad para defenderse y acordar una política exterior común, lo que equivale a decir para existir colectivamente en tanto que Unión Europea como sujeto político de la nueva escena internacional.



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20 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El pensamiento lineal

 
Uno de los timos más longevos de la historia de las ocurrencias venerandas es a leyenda piadosa de los filósofos presocráticos. Ninguno de esos hombres fabulosos fue filósofo, en el sentido que el término adquirió después de Aristóteles, no tuvieron relación entre sí, no cultivaron el mismo género, ni fueron contemporáneos. No son más que los autores generalmente supuestos de fragmentos textuales de todo pelaje, muchos de ellos poéticos, que no tienen en común más que la descontextualización. Se les llamó presocráticos a finales del siglo XVIII. Antes, se hablaba de sectas. Tiedemann, devoto creyente en el progreso y el pensamiento lineal, marcó la tendencia en 1791 con su “Espíritu de la filosofía especulativa de Tales a Sócrates”. Vinieron luego Hegel, Schelling, Schleiermacher y otros arqueólogos espirituales que fabularon la vida y milagros de la correcta filosofía como la de un ser vivo de generación espontánea, sin parentesco alguno con las puerilidades orientales, pero componente esencial del pensamiento ario.
 
En el mito del pensamiento lineal, los presocráticos  constituyen la época infantil de nuestra sapiencia, porque balbucean nuestra verdad, aunque en aquel momento los pobres no lo supieran. Y es que la verdad acaba irremisiblemente por ser descubierta y correctamente enunciada en los manuales, es cuestión de tiempo.
 
“El más sabio es el tiempo porque lo descubre todo”, es una máxima atribuida a Tales, al que también se achaca capitanear la procesión fantasmal de los presocráticos. Pero eso del tiempo sabio no es más que un tópico, igual o mayor fundamento tendría decir que el tiempo es el mayor enemigo del saber, porque lo oculta todo, cosa mucho más cierta a la larga, un buen ejemplo es el propio Tales.
 
Los retóricos antiguos hacían catálogos de tópicos con instrucciones para su tratamiento. No como Flaubert, que era un moderno ingenuo, y hacía recopilaciones de lugares comunes para denunciarlos y echarlos de la literatura, ¡pero hombre, si la literatura y la vida es puro lugar común! Ignorar esa práctica de los retóricos antiguos ha producido equivocaciones en los  piadosos hegelianos creyentes en el pensamiento lineal con su avance imparable y sus hitos kilométricos. Por ejemplo cuando Longino se pregunta  por la decadencia moderna y la cruel falta de genios que muestra el paisaje, los especialistas en datación dicen, toma Tomás, aquí tenemos un indicio gordo, esa pregunta es típica de la edad de plata. No queridos, eso es un lugar común, ahora mismo nos preguntamos lo mismo aunque no lo hayáis notado. Longino da su importancia a los lugares comunes y su tratamiento, y ahí no hace más que tomar uno y enseñar cómo se lidia.
 
Esto del tiempo y si será sabio o más bien lo otro, recuerda al chiste de aquella escultora que grabó en un mármol “Veritas temporas filia” con la pretension piadosa de proclamar ‘la verdad es hija del tiempo’ y pensando que tiempo en latín sería femenino, como en alemán, y cuando le avisaron que el genitivo de ‘tempus’ tenía que ser ‘temporis’, replicó que ella no se dejaba condicionar por la gramática machista. 


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19 de septiembre de 2014
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