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Soportar el mundo o escribirlo

Tiempo atrás muchos profesionales eran, además, buenos literatos. La más sonada es la carrera militar de Garcilaso, caso pasmoso, pero aún en el siglo XX hubo buenos poetas que practicaron la medicina (Gottfried Benn), narradores que ejercían de químicos (Primo Levi), o ingenieros novelistas (Benet). En todos ellos (y también en Garcilaso) la profesión permea las letras. Hay tabla de los elementos en Levi, cartografía noble en Benet, mesa forense en Benn.

    Posiblemente la práctica mundana es excusable para el buen ejercicio de la literatura y por esta razón la mayor parte de los escritores modernos son funcionarios, profesores o empleados al modo de Kafka. El suyo es un conocimiento del mundo de componente seca, más de celulosa que de músculo. Busca uno narraciones de un leñador o de un ovejero trashumante. Caprichos de la última edad.

    Así que me ha ilusionado ver en librería dos piezas de sendos hombres de ley. Juez el uno, fiscal el otro. El primero, Miguel Ángel del Arco Torres, es hoy juez en Granada, pero en este primer volumen de recuerdos, titulado La Audiencia va de caza, cuenta su experiencia bajo el franquismo y la primera transición en un pueblo andaluz. Es tan deprimente como cabe exigir, y además de la prosa austera, severa, de quien ha manejado toda la vida una jerga granítica, vive uno la terrible abyección de aquel mundo jurídico poblado por mercenarios y sádicos. No todos: nuestro juez se enfrentó al Tribunal Supremo cuando éste quería distraer la estafa de los ERE andaluces, no los de ahora, sino los de entonces, que el caciquismo andaluz tiene ya muchos años. Meterse en ese mundo sórdido, de una tóxica deshonestidad, se soporta gracias al gran corazón del escritor y a su probidad, porque no se dejó vencer por el ambiente putrefacto de jueces y abogados franquistas o simplemente malévolos, ni por sus promesas de ascenso.

    En contraste completo, Una habitación en Europa, de Avelino Fierro, recoge la pasión literaria de un fiscal de menores que seguramente se ve sometido a la misma atmósfera asfixiante del Poder Judicial español, en permanente y escandaloso tráfico. Sin embargo, quizás porque defender los derechos de los débiles y amparar a criaturas solitarias y errabundas produce mayor satisfacción que juzgar según las leyes españolas a los adultos, Avelino Fierro dibuja un mundo limpio, terso, prístino, a veces triste. Debe decirse en su descargo que es leonés y por lo tanto lo de la lengua literaria le viene de fábrica. El suyo es un libro para leer cada noche, echando la mano hacia la mesita y diciéndose, "a ver qué alegría me da hoy el señor fiscal". Una excursión por los montes leoneses bien regados en primavera, un poema de Milosz, una visita a Cracovia. Algo de la sutil mirada infantil se le ha quedado en los ojos a este escritor y fiscal. También dibujante. Las viñetas que ha incluido delatan al observador riguroso. Buen dato para un fiscal.

 

Artículo publicado en El País. 

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1 de octubre de 2014
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Secretos y heridas

Los portales de internet se han convertido en los nuevos oráculos de la psicología social, con sus pesquisas moderadamente creativas prestas a indagar acerca de los comportamientos humanos, en la mayoría de los casos con un claro fin comercial. El estudio Top Secret, elaborado por Lastminute.com, un portal de viajes y ocio de última hora, ha consistido en preguntar a 5.500 personas de seis países europeos cómo se comportan cuando tienen que guardar un secreto. Conclusión: a los españoles los secretos ajenos nos queman y, en cambio, somos quienes mejor guardan los propios. Más de la mitad de los encuestados, el 56%, reconoce tener “algo que esconder”. Es más, aseguran que, de hacerlo público, la opinión que se tendría de ellos sería notablemente peor. Incluso que dicha revelación podría cambiar sus vidas. Hace unos días el hijo adolescente de una amiga le comentó que todas las familias escondían un secreto, y le preguntó cuál era el suyo. “No creo que nosotros lo tengamos, pero me pareció curioso el concepto”, me contó la madre. Existe un momento en el que todos queremos hurgar en nuestras raíces: algunos bucean en su árbol genealógico e incluso en la heráldica. Otros husmean en cajones y baúles en pos de la escena universal del hallazgo de una misteriosa foto que le cambia a uno la vida, o se lanzan a esa búsqueda literaria tras una palabra furtiva, atrapada entre humos de habanos y manteles manchados de café, de una historia prohibida. En el secreto que Jordi Pujol mantuvo 34 años -que ni siquiera compartió con su hermana- hay un hecho irresoluble: permanecer media vida con una mancha en la frente es algo parecido a convivir con una mentira que el propio embustero acabará creyendo. A veces porque el traje que creemos habernos hecho a medida a fin de envolver nuestra identidad tiene unas sisas demasiado anchas para nuestras espaldas, aunque insistamos en presentarnos con él para salvaguardar un secreto que emergería al desnudarnos. Y al que deberíamos responder desde la vergüenza, el desprestigio o el dolor. Había algo en aquel Pujol del Parlament que no estaba escrito en el folio. Y era su herida abierta. Ni el mito forjado sobre el personaje, el del molt honorable ingeniero de Catalunya, ha resistido la confesión de su secreto, y de ahí esa respiración agitada y los alaridos. “El miedo de perder lo que uno no tiene o de no llegar a temer lo que uno persigue es lo que hiere, lo que da forma a la vida”, escribe Josep Pla en El quadern gris. La herida debe ser cauterizada, pero primero hay que anestesiar el impacto del secreto, el mismo que antaño se entendía como vida privada pero que hoy, afortunadamente, es vida pública.

(La Vanguardia)

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1 de octubre de 2014
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De refrescos y perfumes

En días pasados apareció Rubén Darío en una valla publicitaria gigante en una de las avenidas más traficadas de Managua, algo que resultó efímero porque mandaron a retirar el anuncio antes del anochecer, frente a las protestas desatadas en las redes sociales. En el cartel, una muchacha invitaba a beber un refresco enlatado mientras el egregio panida, al lado, permanecía con la mano en el mentón, como si dijéramos silencioso, e indiferente. 

¿Qué tenían en mente los publicistas que metieron al excelso poeta en este anuncio de una bebida gaseosa? No puedo imaginármelo. Quizás si lo han puesto haciendo propaganda a una marca de plumas fuentes, o de cuadernos, habría tenido un tanto más de sentido, al fin y al cabo lo que hizo en su vida fue escribir; cuando uno compra una libreta Moleskine le advierten que son de las que usaban Picasso y Hemingway.

A lo mejor, pienso, a esos creativos de la agencia publicitaria se les ocurrió primero usar a Rubén para promover una marca de ron, pero sus superiores lo consideraron demasiado grotesco, y entonces se quedaron en el refresco envasado.

En tiempos en que la publicidad era más casera, no tan sofisticada como ahora, y los dueños de las empresas que buscaban vender sus productos participaban en la confección de los anuncios, hubo en Nicaragua marcas de gran eficacia, como los analgésicos Divina. Cada sobrecito de pastillas llevaba la efigie de Jesús tocando la frente de un niño con la cabeza vendada, y el lema abajo rezaba: "como con la mano". Una muestra de perfección propagandista. Nada más cercano a la imagen del Redentor que el dolor, y su poder para aliviarlo.

No es extraño ver a Leonardo di Carpio anunciando relojes de precios estratosféricos, o a Kate Blanchett perfumes de lujo; y tampoco que los haya con el nombre de otras estrellas como Antonio Banderas o Jennifer López. También están las fragancias Heat de Beyonce, e Intimately Beckham, del futbolista David Beckham. Pero en el mundo de las marcas y de la propaganda, relacionadas con personajes sagrados o famosos, hay ahora de todo, como en la viña del Señor, sean poetas, caudillos o guerreros.

Acababa de anunciarse la salida al mercado de dos nuevos perfumes para hombres: uno se llama Ernesto, por el comandante Ernesto Che Guevara; y el otro Hugo, por el comandante Hugo Chávez.  Ambos son creaciones del grupo empresarial cubano Labiofam, que además de cosméticos produce en sus laboratorios antiparasitarios para el ganado, insecticidas, medicinas naturistas, detergentes, yogures y suplementos dietéticos.

El perfume Ernesto, anuncia Labiofam, "es una fragancia cítrica refrescante, con un toque de madera y talco...el toque de roble le da el sentido varonil"; mientras que el Hugo "es más suave y afrutado, con aromas de mango y papaya"...y tiene "fragancias cítricas y esencias maderables que le dan una expresión de masculinidad".

Ambos perfumes son el resultado del trabajo de un equipo dirigido por el bioquímico Mario Valdés, que fijó las fórmulas proveídas por el laboratorio francés Robertet, y, según el propio Valdés, esta combinación de aromas, obtenidos de esencias a partir de productos naturales, se propone evocar la "heroicidad y gallardía" que distinguió a ambos personajes.

Es fácil imaginar a Rubén Darío llevándose a los labios una copa de "fino bacarat" para sorber el "rubio champán" de las marcas más refinadas, que tanto le gustaba, pero no empinando una lata de bebida gaseosa. Así como tampoco es posible imaginar al mítico Che Guevara, barbudo y desaliñado, vestido con su sempiterno uniforme verde olivo, conduciendo a sus hombres en la batalla de Santa Clara, en Cuba, o acosado en la quebrada del Churo, en Bolivia, con un frasco de perfume en su mochila. Eso que los creadores del perfume Ernesto llaman aroma varonil, estaba más bien en su sudor.

¿Se pueden combinar esencias de sudor y pólvora para meterlos en un frasco? Imposible, así como tampoco se puede poner una lata de gaseosa en las manos de marqués de Rubén.

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1 de octubre de 2014
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Un novelista supremo

 

Alfred Döblin regresa a las librerías españolas con una obra mayor: la trilogía  Noviembre de 1918. La leí en francés hace bastante tiempo, y me deslumbró por su realismo severo y de doble filo, que acentuaba el sentido crítico de la obra más monumental de Döblin, pero no la más revolucionaria.

Confieso que estoy hablando de uno de mis novelistas preferidos. Lo admiro como escritor y como persona, y alabo que hasta el final de sus días fuese tremendamente crítico con Alemania y sus gigantescas mentiras enterradas bajo toneladas de cadáveres. Su propio hijo había fallecido en la Primera Guerra Mundial defendiendo las ambiciones del káiser.

Döblin nunca le había dado importancia a su procedencia judía, y como Husserl, era un hombre que apostaba por la ciudadanía netamente europea y alemana, por encima de su condición judía, hasta que le cayó encima la maldición gamada. Tuvo que huir a Estados Unidos, cuando regresó a Alemania tras la guerra, se encontró con la sorpresa de que los editores alemanes no querían publicar su última novela, Hamlet, por considerarla "demasiado deprimente". Curiosamente, esos editores eran, todos ellos, viejos nazis, y Döblin lo sabía, sabía que aquellos señores que lo acusaban de escritor deprimente eran en sí mismos lo más deprimente que uno podía imaginar. Conviene recordar que también el editor de Lowry le acusó de haber escrito una novela "demasiado deprimente": Bajo el Volcán.

Tengo la certeza de que su obra maestra, Berlín-Alexanderplatz, es la novela más moderna del siglo XX, y me pregunto si su modernidad ha sido superada. La novela introdujo una multiplicidad de puntos de vista de carácter fulminante antes nunca vistos, e inventó de paso lo que se podría llamar novela molecular, concebida a partir de moléculas (o breves elementos narrativos que se van juntando y formando estructuras más densas). Curiosamente, Döblin era médico, y concibió su novela como una especie de organismo vivo, de movimientos vertiginosos y oscilantes. Toda la novela tiene un aire de ruidosa fanfarria también desconocido hasta entonces (en ese sentido es una novela jazzística), e introduce el concepto "distanciamiento irónico". Muchos creen que fue un concepto concebido por Brecht, pero lo inventó Döblin. El mismo Brecht lo reconoció y confesó que "le había sido de mucha utilidad".

Todo lo que escribió Döblin me interesa, y más de la mitad de su obra la he tenido que leer en francés, pues durante bastante tiempo las únicas novelas accesibles en español de este singular y asombroso novelista eran Berlín-Alexanderplatz, que apareció por primera vez en España en los primeros años 30 del siglo pasado, poco después de su publicación en Alemania, y Hamlet.

Es sabido que Fassbinder hizo una serie televisiva sobre Berlín-Alexanderplatz, que da una versión muy falsa y empobrecida del texto. La novela de Döblin está llena de movimiento, como los cuadros futuristas que le sirvieron de inspiración, y la serie de Fassbinder es tremendamente estática y teatral.

También le sirvió de inspiración a Döblin una novela presuntamente francesa titulada Le diable boiteux. Döblin nunca supo que se trataba de una versión, adaptada a las costumbres francesas,  de la novela española El diablo cojuelo, de Vélez de Guevara. En el primer capítulo de El diablo cojuelo vemos una visión panorámica de Madrid, que aparece ante los ojos de los personajes como un mándala gigantesco en el que se están desplegando al mismo tiempo todos los vicios. Esa visión total de una ciudad representó para Döblin la iluminación que dio origen a Berlín-Alexanderplatz, y es una prueba más de que la literatura es un laberinto de vasos comunicantes.

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30 de septiembre de 2014
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El impudor del desnudo

Este verano he oído la voz de una chica cerca de los lugares donde yo empecé a hablar y a descubrirme, mucho tiempo atrás. En Benidorm y otros puntos de la provincia de Alicante, Marta Sanz vive con sus padres, va al colegio, hace excursiones, y hace incursiones: en el dolor de la muerte de un familiar, en la amistad con personajes muy sugestivos (como Paquita, su compañera de clase), en la ilusión y el primer fracaso (de no ser elegida como modelo de un pintor que hace un casting a las colegialas). Y algo más determinante: la niña y  después adolescente Marta descubre lo que quiere ver y encuentra el cómo quiere contar lo que ha visto, dentro y fuera de sí misma. El resultado se llama ‘La lección de anatomía', un apasionante relato autobiográfico que, revisado y ampliado a partir de una primera edición de 2008, publica ahora Anagrama, la editorial de las tres últimas novelas de Sanz.

El libro tiene tres partes, que no siempre siguen linealmente el curso temporal de los distintos aprendizajes de la narradora. Hay episodios de irresistible fuerza cómica (como el que refleja la apelmazada voz de los muchachos que asedian a las quinceañeras, con su "sonido de cáscara de huevo que se rompe contra el borde de los platos"), y otros de una veracidad sin tapaderas en la presentación de los primeros deseos, las primeras curiosidades morbosas (la micción de los hombres, la llegada de la menstruación), los primeros amores. Todo ello daría a ‘La lección de anatomía' un puesto notable en el género, poco a poco creciente en nuestra remilgada literatura, de la memoria biográfica. Pero otro factor clave lo destaca más. Marta Sanz pone su cuerpo al lado de su voz, y así lo que podría ser una confesión alcanza el rango de una exposición que, sin exhibicionismo ni regodeo sensacionalista, nos da a conocer cómo se forma la personalidad y de qué modo brota de su interior la voz singular de esta escritora.

En su tercera parte, de lectura ‘unputdownable' (ese bonito término inglés para designar los libros que no se pueden dejar), ‘La lección de anatomía' alterna la verdad de la conciencia con los caprichos del gran estilo. Su elogio de los gatos, incluso para un refractario a estos felinos como lo soy yo, resulta literariamente seductor, y hay un memorable episodio de una invasión de cucarachas en una cocina en que sus movimientos "sobre las baldosas son como la flor cambiante de un calidoscopio", formando después los mismos insectos unas formas que se parecen a "una coreografía de Busby Berkeley". Pero siempre domina en el libro la profunda lección anatómica: las páginas finales son el formidable autorretrato frente al espejo de la escritura: "Mi aspecto es más atlético que etéreo: es carnal. No es violento ni tierno, pero es tierno y es violento. Mis piernas no son demasiado largas, pero conservan su fuerza. Dibujo con trazo contundente las pantorrillas de bailarina que modelé durante años, yendo en puntas de un lado a otro de la casa". Y añade, como corolario, Marta Sanz: "Cada palabra es un modo, más o menos honesto, de autorretratarse. Llevo mi honestidad hasta el impudor del desnudo".

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30 de septiembre de 2014
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Asuntos metafísicos 67: Ya en galileo…

La fórmula de transformación de coordenadas de Galileo describe una situación en la que la magnitud espacial que se mide tiene su extremo en el origen  de coordenadas del propio móvil que se desplaza. Si Dp es la distancia en la coordenada x de una estación P  a la estación de salida E,  entonces la distancia de P  al tren será D'p  la cual puede ser expresada en términos de la primera  (la distancia en el firme) mediante la transformación de Galileo D'p = Dp -v.t. Dónde v designa la velocidad del tren y t el tiempo. Obviamente D'p se va achicando,  en razón de que un extremo se va acercando al otro. Pero ¿qué pasa si se trata de medir la  distancia   entre dos puntos de la vía a los que el tren aun no ha llegado?

Sean una segunda estación  Q  más alejada que P , siempre en la coordenada x. Consideramos en primer lugar que  nos interesamos por la distancia entre P y Q  desde nuestro reposo en la estación E. Cabe proceder de  la manera siguiente: primero medimos la distancia Dp entre P y E , después medimos la distancia Dq entre Q y E y a continuación restamos: d= Dq- Dp= (Q-E)- (P-E). Por ejemplo 1000- 500=500 kilómetros. Al decir primero y  después, no hemos precisado a qué momentos exactos nos estamos  refiriendo, pues ello es indiferente.  El primer y segundo tiempo  son arbitrarios porque  la acción de medir se efectúa en un tiempo u otro, pero el tiempo no interviene en lo medido, no forma parte de lo medido.  Cabe decir, por ejemplo que a  la una hemos procedido a medir  Dp y a las dos Dq.

Supongamos ahora que por nuestra estación E pasa un tren a las  cero horas  a la velocidad de cien kilómetros por hora,  y que un viajero procede a medir siguiendo la misma pauta. Ha de quedar claro que desde el tren se intenta medir lo mismo que se ha medido desde la estación, a saber la distancia espacial  entre las estaciones P y Q. Además  se ha construido el ejemplo para que, en los momentos de medición el tren aun no haya alcanzado el  extremo P de la misma, de tal manera que en principio la distancia total se presente  digamos intacta  para ambos observadores, aunque obviamente con la diferencia de que,   para el observador en E, ese espacio entre P y Q está inmóvil mientras  pero que (por el principio de relatividad de Galileo) para el viajero se está desplazando hacia la izquierda a una velocidad v.

Expresamos lo que realiza el viajero utilizando la transformación de coordenadas de Galileo (a), y designando T1, T2  respectivamente los intervalos temporales   de una hora y dos horas tenemos:

d'= D'q-D'p= (Dq-vT1)-(Dp-vT2 )=(1000-v1h.)-(500-v 2h)= (1000-100)-(500-200)=900-300=600. No hay coincidencia pues con la medición efectuada desde la estación. Veamos que pasa  si procede a medir primero distancia (P-E) y luego la distancia  (Q-E): (1000-v2h.)- (500-v 1h)= (1000-200)-(500-100)=800-400=400.

Así ese primero y después carentes de importancia tratándose de medir una distancia desde un sistema respecto al cual no está en movimiento, sí la tiene si la medición se efectúa desde el sistema en movimiento relativo. Y no es sólo que no hay coincidencia entre los resultados desde el tren y desde el andén sino que los dos primeros difieren entre sí.

Para que el resultado obtenido por el viajero concuerde con el del observador de la estación, es necesario que el primero se someta a una condición a la que no está sometido el segundo, a saber: que sus dos mediciones se efectúen al mismo tiempo. Si por ejemplo ambas acontecen  a los sesenta minutos, tenemos:

d'=D'q -D'p= (Dq-vT1)-(Dp-vT1)=(1000-v1h.)-(500-v 1h)= (1000-100)-(500-100)=900-400=500. Y el resultado es el mismo si consideramos que se procede a medir a los ciento veinte minutos. (b)

Y cabe pensar que efectivamente ahí reside el "fallo", que había que medir al mismo tiempo. Mas entonces: ¿por qué el que está en la estación no está obligado a ello? La respuesta es  clara: porque cuando el espacio a medir  está en reposo respecto al instrumento de medida, en el mismo  no cuenta el tiempo, mientras que sí cuenta  cuando tal espacio está en movimiento respecto a la unidad de medida. Y precisamente porque el tiempo cuenta,  hay que fijarlo, hay que determinar un instante concreto en el que todos los puntos de ese espacio a medir, extremos incluidos, son simultáneos.

Nótese bien que la trascendencia del asunto sería mucho menor sin  el principio de relatividad de Galileo. Supongamos por un momento que éste no hubiera sido formulado (o bien no hubiera sido asumido), cabría entonces razonar de la siguiente manera: Objetivamente (¡ontológicamente!) las estaciones P y Q están en reposo y quien se mueve es el tren. La distancia que cuenta es la que se mide desde E.  Si el del tren no se las arregla para medir esta distancia efectiva,es cosa suya. La obligación de ceñirse a un tiempo forma parte de este arreglo, por así decirlo epistémico y no ontológico.  Mas el principio de relatividad de Galileo dice que  tan correcto es afirmar que se desplaza el tren de izquierda a derecha en relación al firme, como decir que  es el "firme" lo que se está desplazando hacia la izquierda. Para el viajero que ha obtenido un resultado la obligación  de hacer intervenir el tiempo es la causa de que el otro, el pseudo firme, por así decirlo   no se está quieto. Y de hecho si, informado del resultado  del viajero el del andén quisiera deducir el suyo propio tendría también que hacer intervenir el tiempo:

x =x'+vt

Salvo atenerse a medir exclusivamente en campo propio (cerrando el viajero  las ventanas y el oficial  de la estación ignorando que hay trenes)  no hay manera de librar al espacio del tiempo. Por eso precisamente es necesario determinarlo. Si el viajero y el ferroviario se ponen de acuerdo en un tiempo, entonces el resultado que cada uno obtenga podrá, mediante la transformación de Galileo, servir a que el otro obtenga el suyo propio. Y aquí una exigencia que parece una obviedad: para fijar un instante común tiene que haber un tiempo común.

Por ello es de tal peso  la hipótesis de que  ese tiempo común no lo hay, o al menos no lo hay cuando se trata de medir distancias espaciales, de tal manera que  para los extremos de la distancia  considerada ( P Q en el ejemplo dado) el  instante único que exige  la medición del viajero serían en realidad dos instantes diferentes en el reloj del andén; grave hipótesis la  de que, en general, el espacio de acontecimientos simultáneos para el uno no sea espacio de acontecimientos simultáneos para el otro. 


(a) Ha de quedar bien claro que el recurso a la transformación de Galileo es para expresar en términos de un sistema las mediciones que se realizan en el otro sistema. El viajero ha medido con los recursos que le son propios y obtenido los resultados D'p, D'q, los cuales después expresamos en términos del otro sistema de coordenadas. No se trata de que su medición consiste en recibir la información desde el firme y aplicar mecánicamente la transformación, aunque obviamente este podría ser un método. 

(b) Si en lugar de una distancia  espacial fija  P Q se trata de dos acontecimientos puntuales, el primero a los 60minutos y el otro a los 120 minutos del paso del tren. Obviamente, dada su evanescencia ( y ausencia de huella fija sí se quiere) sólo serán localizables  en el momento de su emergencia, no pudiendo ser medidos al mismo tiempo. Ello  no tiene mucha importancia para el observador  del andén: "P y Q acontecieron  el primero a la una  en el kilómetro  500  y el segundo  a las dos en el kilómetro 1000 " dirá en su informe. Mas sí habrá problemas si confronta su medición con la de su colega. Se verá la importancia de esto más adelante.

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30 de septiembre de 2014
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¡A gozar y a sufrir con Macbeth!: Vindicación pasional de la ópera

Está a punto de empezar la temporada de ópera en Bogotá y el diario colombiano El Tiempo me pidió un texto que en parte informara, entretuviera, educara y invitara a disfrutar de este arte, que a veces me pregunto por qué me gusta tanto. Aquí está: salió en el diario del domingo. Los ejemplos son de óperas en directo y en pantalla (de la temporada del Metropolitan de Nueva York) que se transmiten en Colombia. Pero al leerlo hoy con otros ojos, creo que tiene sentido en otros países, porque es mi intento de empujar a los lectores a disfrutar de un arte único, y un compartir con ustedes deleites y descubrimientos artísticos que me acompañan desde hace décadas. 

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¿Le gustan las historias apasionantes, bien contadas y presentadas con arte, música emotiva y voces angelicales? Aunque no lo sepa, la ópera es para usted.

Probablemente alguien le dijo alguna vez que la ópera era para otra gente: públicos muy selectos, hijos y nietos de melómanos, gente remilgada y anticuada. Si no, le han advertido que requiere mucho trabajo y conocimientos previos. Y si no, ha escuchado a un amigo o familiar burlándose de los raros que se sientan a ver estas torturas con música, larguísimas y cantadas en otro idioma.

¿Hay que ser experto? Déjeme decirle que los que entramos en esta afición, al principio tampoco sabíamos mucho. Lo fuimos aprendiendo. ¿Qué si se puede soportar algo tan largo? Las óperas duran menos que una telenovela, una serie en televisión o un novelón. ¿Qué cómo se entiende en otro idioma? ¡Si es que no tenemos problemas con películas con subtítulos!

Y otra cosa: solo necesitamos prestar atención, abrir los sentidos, ver y escuchar sin prejuicios. Lo mismo que se necesita, por ejemplo, para disfrutar de un deporte nuevo en las olimpíadas.

*          *          *

Este es también un momento ideal para meterse en este mundo de melodías envolventes y sentimientos desbocados. La ópera se está popularizando. Ya no hace falta ir con vestido largo o con saco y corbata; en los teatros se ponen sobretítulos en español; y las entradas de los pisos altos son más baratas que las del fútbol.

Además, está por empezar en Colombia una temporada lírica: en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá se pondrá en escena Turandot, la ópera póstuma de Giacomo Puccini.

¿Se la cuento? Es la historia de una princesa fría como el hielo, un príncipe enamorado y un acertijo que abrirá el corazón de la princesa. Es una ópera que en el momento de su estreno, hace ochenta años, fue tan popular como las películas de Steven Spielberg o las canciones de Shakira hoy.

Además, es la ópera cuyo punto fuerte, el aria para tenor Nessun dorma, llenó el corazón de millones de espectadores y oyentes en la voz de Luciano Pavarotti.

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¿Que usted no puede ese día o no le gusta ir al teatro? Ahora tiene la opción de ver ópera en las mejores condiciones en la pantalla, transmitida en alta definición desde el Metropolitan de Nueva York. Con la más alta tecnología digital, desde hace una década los mejores teatros de ópera del mundo, de París a Barcelona y de Milán a Londres, están grabando espectáculos en vivo y transmitiéndolos en cines de medio mundo.

No es solo una experiencia similar a la de estar sentado en la butaca de terciopelo rojo en la platea de un gran teatro. Es en muchos sentidos mejor: la dirección de cámaras toma primeros ángulos para ver las caras y los gestos de cantantes que cada vez dominan más las dotes del actor. Es como disfrutar de un partido de la Champions grabado con decenas de cámaras.

Así que no espere más. Cálcese unas zapatillas cómodas, embútase en esos jeans ajustados, ponga el celular en silencio y dedique tres horas a viajar en el tiempo y el espacio. Porque eso tienen los clásicos: transportan a una época y un mundo donde todo era más lento, más sosegado, donde las artes ayudaban a pensar en la propia vida y ver el mundo con nuevos ojos.

Ya está por comenzar la temporada: el 11 de octubre, en nueve teatros de Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla y Bucaramanga comenzarán a sonar las notas dramáticas de Giuseppe Verdi, en la primera de sus óperas a partir de obras de William Shakespeare.

*          *          *

Se trata de Macbeth, la historia del noble escocés y su diabólica esposa, que reciben de unas brujas la profecía de que serán reyes. Tras asesinar al líder reinante y a sus rivales, los Macbeth se enfrentarán con las terribles consecuencias de sus actos. La música cuenta la historia y al mismo tiempo despierta sentimientos de exaltación, miedo, horror y esperanza. 

¿Qué suena a El señor de los anillos o a Juego de tronos? Por supuesto, la virulencia de las escenas y la majestuosidad de la escenografía de esas obras actuales no existirían sin el genio de Verdi. Muchos de los directores, músicos, escenógrafos y guionistas de películas y series de hoy deben mucho a los grandes compositores, como Wolfgang Amadeus Mozart o Richard Wagner.

Para compartir su secreto, lo invito a acercarse. Se trata de abrir la puerta, los ojos y los oídos. Muchos ya entraron, y están ahora esperando con impaciencia la próxima función.    

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29 de septiembre de 2014
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Sin vísceras

El pasado miércoles, la tertulia de La noche en 24 horas de Televisión Española arrancó con la noticia de la detención del pederasta de Ciudad Lineal en Santander, y una advertencia por parte de su conductor, Sergio Martín: nuestros contertulios se preguntan si no se ha sobredimensionado esta noticia, copando la atención de los medios; luego lo analizaremos, vino a decir, sin que la cita sea textual. Salté de la butaca. ¿Que el alborozo por la detención del presunto depredador que se paseaba por los parques infantiles y que llegó a drogar y violar a cinco niñas era una cortina de humo para tapar el inminente choque de trenes en Catalunya o la marcha atrás en la nueva ley del aborto y la dimisión de Gallardón? Me pregunté qué tipo de disfunción había espesado la mirada de los yonquis de la política para no considerar como un asunto político de primera magnitud la seguridad de nuestras hijas. Para mí lo es: tengo una de seis años y me produce angustia leer “chuches con Orfidal” o “las bañaba antes de soltarlas para no ser rastreado”. Comparto por tanto la sensibilidad social que esta semana, a la salida de los colegios madrileños, ha alfombrado el inicio de otoño, aunque aderezada con un extraño pesar: esos coches de segunda mano cruzando la ciudad, con las pequeñas dentro, delante de nuestras narices conducidos por un narcisista de libro que hinchaba sus músculos en el gimnasio. La policía consiguió encontrar la pista de Antonio Ortiz gracias a los detalles recordados por las niñas. Pienso en la crueldad que ha marcado a fuego su ingenuidad, como en el caso del apuñalador xenófobo de Lleida, de origen chino, dominicano, japonés…, y en el ovillo que ahora deberán deshacer para abandonar el infierno y domesticar el miedo. Se ha alertado ya acerca de la siguiente paradoja: se debate si los registros de pederastas deben ser públicos (el Gobierno ya lo anunció), pero resulta que Antonio Ortiz, que fue condenado por violar a una niña en los años noventa, no estaba fichado como agresor sexual. En la sociedad pantallizada que estrena el iPhone 6 pervive una oscura lacra, la represión sexual liberada desde distintas parafilias y patologías criminales, como el de sentir placer sexual abusando de niños. Unas estudiantes de sociología han realizado un trabajo de investigación con mujeres que ejercen la prostitución. Ni una ni dos, sino muchas, les han confesado que hay machos alfa que las llaman como a sus hijas y les piden que se vistan como ellas. La perversión nunca ha entendido de límites, pero sí el progreso. Y este no es un debate morboso, ni una exacerbada alarma maternal -por cierto, en aquella tertulia no había ninguna mujer-, sino un estado mental y físico que debería cristalizar en un brazo activo de la política social para proteger el bien más preciado: nuestro futuro.

(La Vanguardia)

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29 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Astucia y democracia en días históricos

!Cuántos días históricos! No caben las fotos en el álbum. No sabemos el final, pero la secuencia ya es gloriosa en imágenes y titulares. El mundo nos mira. La historia nos convoca. Las jornadas salen emotivas y radiantes con pasmosa exactitud y precisión. Los acontecimientos surgen de la cadena de producción como mojones monumentales que marcan el futuro. Las declaraciones y documentos, leyes y decretos, con sus firmas y rúbricas, y sus correspondientes glosas y epinicios, conforman ya un archivo monumental en el que la historia se escribe a medida que se hace. Es una maravilla posmoderna que sorprendería a cualquier filósofo de la historia. Nunca las producciones históricas habían alcanzado tal perfección y efectos tan espectaculares. El nacimiento en directo de una nación independiente, bajo los focos televisivos y con seguimiento de las redes sociales. Hollywood en tamaño real. Catalonia Productions. El show de Truman con un pueblo entero de protagonista. El asombro del mundo. Y todo este cúmulo de acontecimientos extraordinarios e inolvidables, reconozcámoslo, como fruto de dos virtudes esenciales, que encarna Artur Mas, el presidente tenaz y resuelto: son la astucia jurídica y la radicalidad democrática. Sin ambas no habríamos llegado hasta aquí. La astucia ha proporcionado el ejercicio del derecho de autodeterminación bajo la denominación más ligera y aceptable del inconcreto derecho a decidir, inexistente mundialmente en código legal alguno. La ley de consultas y el decreto de convocatoria responden ambos a la misma astucia: denominar consulta no referendaria a lo que todos, empezando por los medios internacionales, consideran sin duda alguna como un referéndum de autodeterminación sobre la independencia. También gracias a la astucia, los ciudadanos que votaron en favor de partidos que propugnaban un pacto fiscal como los conciertos vasco y navarro o de un Estado propio dentro de Europa --signifique lo que signifique tan estupenda como críptica expresión--, vieron utilizados sus votos en la configuración de una mayoría parlamentaria en favor de la autodeterminación y la independencia. Fruto asimismo de la astucia fueron las dos preguntas para la celebración de la consulta, pactadas junto a la fecha antes de que existiera la cobertura legal para celebrarla: respecto a la independencia, son como las bolas de billar que le colocaban a Fernando VII, pensadas para los partidarios del triple sí, a la consulta, al estado y al estado independiente. No hay garantía alguna sobre la celebración efectiva de la consulta, pero lo que es campaña la hemos tenido, larga, intensa y costosa. De hecho, lo único que hemos tenido hasta ahora es campaña, una soberbia y exitosa campaña muy bien coordinada desde arriba y desde abajo, con aportaciones privadas y con presupuestos públicos, con fastos del Tricentenario incluidos y una entera corporación de medios de comunicación, radio y televisión, generosamente pagados por todos los contribuyentes, dedicados a ella en cuerpo y alma, con despliegue de todos los géneros y en todos los horarios. Y lo que ha faltado, en cambio, lo que difícilmente puede haber ahora cuando quedan apenas 40 días para la fecha señalada, es un debate abierto y de altura sobre las ventajas e inconvenientes de la independencia, con posiciones diferenciadas y respeto mutuo entre unos y otros como el que hemos podido seguir en Escocia. El orden trabucado de los factores es parte de la astucia desde el primer día. Primero la campaña y luego ya veremos si hacemos la consulta. Primero optamos por la independencia y luego ya organizamos el proceso que conduzca a una consulta exitosa. Pero la mayor y las más bella de las astucias --que resume el cambio en el orden de las factores que necesariamente altera el producto-- es la inversión de los términos de la reforma constitucional que se necesita para que Cataluña sea reconocida como sujeto político y de ello pueda derivarse el derecho a autodeterminarse, es decir, ser consultada sobre su futuro y sobre sus relaciones con España. La consulta que Artur Mas ha convocado solo sirve para que el Gobierno sepa qué tipo de reforma constitucional tiene que proponer al Gobierno español y no constituye en su enunciado nada más que una enorme encuesta en la que la muestra es idéntica a la población consultada. A partir del resultado, Artur Mas irá a negociar lo que hayan preferido los consultados: la independencia, el incremento de la autonomía en un marco federal o nada. Así los catalanes se habrán autodeterminado sin reformar la Constitución y sin darse cuenta. Hay otra historia sin guiones ni productores que transcurre en paralelo a las grandilocuencias del proceso. Artur Mas también la está abordando con astucia, pero con discutible radicalidad democrática. Pudo verlo todo el mundo en la comparecencia de Jordi Pujol en el Parlament de Catalunya, pocas horas antes de la histórica firma de la convocatoria de la consulta y sobre todo en la deferente actitud del portavoz de Convergència, Jordi Turull, hacia el ex presidente, mucho más interesado en controlar a Albert Rivera y Alicia Sánchez Camacho que en conocer la verdad sobre la confesión de un fraude fiscal continuado durante 34 años. Todo muy claro: astucia, siempre; radicalidad democrática, a conveniencia.



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29 de septiembre de 2014
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El Boomeran(g)
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