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De ?it girls? a ?it women?

Ocurrió hace más de quince años en el Florida Park, un edificio enclavado en el Retiro, construido en tiempos Fernando VII, que antes de ser una bullanguera sala de fiestas fue galería de caza e incluso balneario. En los setenta se convirtió en el plató de José Maria Íñigo donde Lola Flores interpretó ese momento cumbre del folklore arrebolado: “El pendiente, Íñigo, no lo quiero perder, por favor”, profirió en plena actuación. A mitad de los noventa, bajo su amenazante lámpara de araña, allí organizamos la entrega de los premios de una revista. Se inauguraba la fórmula de cabecera más patrocinador, photocall, famosos y retorno mediático. Presentaba El Gran Wyoming, y entre los premiados: Almodóvar, Luz Casal o Joaquín Cortés. Pero quien destacó fue la entonces ministra socialista Cristina Alberdi, que al recoger su trofeo criticó agriamente un desfile de diez años de moda española denunciando que aquello suponía un retroceso para la mujer. Incluso Wyoming sugirió en tono de chanza que le arrebatáramos el trofeo. Pero entonces, las it girls aún no habían tomado las revistas femeninas, ni los premios estaban tan bien amortizados, aún se apuntaba al prestigio y la diversidad de sus valedores. Al cabo de unos meses, comentando el suceso con una ex colaboradora de Alberdi, esta se mostró muy extrañada : “Pero si ella guardaba los rulos en un cajón del despacho y montaba en cólera si se perdían…”. El pelo de las mujeres públicas era entonces anatema. Bigudíes, cepillos duros, espumas y secadores de pie esculpían cabezas trabajadísimas, herederas de Farrah Fawcett o Nancy Reagan, levantando un muro de protección al tiempo que atributo estético. Hoy hay poca peluquería en la política: ni las Anas -Pastor y Mato- ni Susana Díaz o Joana Ortega lucen artificiosos peinados, y qué decir de la propia Ana Botella, cada vez más indie. Pero nos queda Esperanza Aguirre. Nadie luce el brushing como ella. Un clasicismo sénior de quien fomentaba la rivalidad entre sus dos colaboradores íntimos, el taciturno Ignacio González y el campechano Francisco Granados, jinete del Apocalipsis que pasaba por paleto aunque fuera buen conocedor de cómo se manda el dinerito fresco a Suiza. Ahora, Rajoy la considera “un activo de primera”, mientras que la llamada derecha moderna quiere mandarla a jugar con sus nietos. Probablemente Esperanza se sienta una it woman, etiqueta que defiende mi querida Pastora Vega -a ella le va como anillo al dedo-, en contraposición a la estética aniñada, con botas de cowboy, eye liners de Cleopatra y una exuberancia carnosa al estilo de Sara Carbonero o Paula Echevarría, las it girls españolas entronizadas por los medios off y on line. Sí, después de tantos excesos, corruptelas, cirugías y lacas, mientras ellas anuncian suavizantes y lencería, una nueva generación de it women sin peluquería asiste atónita a la gran debacle, con los rulos en el cajón. Y esa ausencia de peluquería en política no es sino una metáfora de la imperiosa necesidad de desinfección con champús antipiojos a riesgo de acabar con el pelo ralo. Vuelta al ruedo Sale airoso -y, sobre todo, inocente- de las dagas de quienes le acusaban de haber saqueado al Barça hasta arruinarlo. Tildado de prepotente, errático en sus exhibiciones festivas con botellas magnum, bellas mujeres y camisetas negras made in Italy, los jueces exoneran al presidente con más logros y proezas, entre ellas, escuchar a Cruyff y encargar a Guardiola que reinventara el fútbol. Ignoro si sus coqueteos con la política le han pasado factura, pero sus dotes de comunicador, su carisma exultante y los cuatro millones de beneficios que parece que dejó al club, lo colocan en posición de retorno. Algún día habrá que escribir la historia de lo que ocurre con héroes caídos y apuñalados, una vez restituido su honor. ¿Podrá ser todo como antes? Resistencia obliga No echábamos de menos la provocadora altanería del ministro Wert. Defenestrado Gallardón, cabría haberle supuesto un mayor protagonismo. Pero su baja popularidad y la gallega estrategia de esperar a que amaine el temporal, le mantenían alejado de titulares. Ahora, el inmenso Jordi Savall vuelve a ponerle en el ojo del huracán al rechazar el premio Nacional de Música por el “dramático desinterés y la grave incompetencia en la defensa y la promoción del arte y de sus creadores”. No es ni mucho menos el primero: Javier Marías, Santiago Sierra o Josep Soler rehusaron premios por los mismos motivos. La autocrítica parece urgente. La cultura es de los pocos lugares a los que se puede regresar cuando hace frío. El bufón cargante No hay gente tan cargante como quienes se empeñan en ser graciosos. El cantante británico Robbie Williams es un perfecto ejemplo de la desesperación por epatar, abusando de lo que él cree que es humor: su mujer rompiendo aguas en el paritorio y él a su lado, haciendo vídeos y fotos para subirlas a YouTube. Hasta que su esposa acaba por torcer el gesto, en plena cascada de contracciones; aunque a él lo único que le parece interesar es ser famoso. Al abandonar el hospital incluso convenció a la molida partera de que empujara -con dificultad- una silla de ruedas con el papá y su bebé en brazos. Coleridge sentenció que “a ninguna mente bien organizada le falta sentido del humor”. La del pesado Robbie debe de estar manga por hombro. (La Vanguardia)

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1 de noviembre de 2014
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Cheikh Lo, el leopardo: Un guiño de África al tesoro musical de su diáspora

Burkina Faso, el noble país africano de cultura riquísima, está hoy restringido a las noticias sobre el ébola y sus peligros para Occidente, una dictadura de 27 años, revueltas populares y violencia militar. Muy poco se dice de la miseria y el despojo. Nada se dice de sus riquezas culturales. Por eso quiero recordar hoy un concierto maravilloso que tuve el privilegio de ver hace trece años en el Grec, el anfiteatro de estilo griego al aire libre, donde todos terminamos bailando al ritmo sabio del maestro Cheik Lo. Este texto se basa en una crónica que escribí entonces, todavía con la alegría africana en mis piernas blancas y entumecidas.   

 

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El tráfico de esclavos llevó a los africanos a América. Desde su llegada comenzaron a crear una música de una vitalidad y originalidad a la que nunca pudieron aspirar sus altivos amos. Recién en el siglo XX los blancos de las tres Américas descubrieron la riqueza de los sonidos que palpitaban en sus plantaciones y puertos, pero no fueron los únicos que se apropiaron de ese legado.

Paralelamente se inició un riquísimo movimiento de vuelta a África, cuyos frutos se comenzaron a conocer en Europa y América hace relativamente poco. Los músicos africanos de hoy incorporan el acervo afroamericano – de las Antillas, de Brasil – con la misma naturalidad con la que bailan, caminan y ríen.

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Tan acostumbrado está el espectador blanco a lo afroamericano que en cuanto ve al mago senegalés de la música Mbalax, Cheikh Lo, entrar al escenario y trepar como una elegante araña al control de mandos de su batería con una túnica colorida y unas trenzas ‘dreadlocks’ como las popularizadas por Bob Marley, viene a la mente el Caribe. Pero el músico pertenece a la hermandad mística musulmana Baye Fall, que usaba estos abultados peinados mucho antes de que surgieran los Rastafari en Jamaica.

Cheikh Lo se dio a conocer hace dos décadas en Francia y Gran Bretaña con dos excelentes discos: Ne La Thiass, producido por Youssou N’Dour, su “padrino musical” en el Norte, y Bambay Gueej, su consagración en el mercado del World Music anglosajón.

En estas grabaciones y en sus conciertos en España hace trece años, Cheikh Lo se basaba en una poderosa sección rítmica, cuyos pulsos combina sabiamente con guitarra, bajo y teclados para crear un sonido en el límite entre la música tradicional del África Occidental y el pop jazzeado.

De hecho, para muchos seguidores de las nuevas tendencias de su continente, se mantiene más apegado a las raíces africanas que su maestro Youssou N’Dour. Y de forma natural, se van incorporando en sus canciones ecos del son tradicional cubano, el jazz y la salsa.

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Fue en 2001 que el vibrante compositor, percusionista y cantante de Burkina Faso irrumpió en España. No hay antídoto – por suerte – para sus contagiosos ritmos, sus melodías sinuosas y sutiles y la energía desbordante de los espectáculos de Cheikh Lo.

El artista domina la escena con una voz cálida y persuasiva, pero deja amplio espacio para el lucimiento de sus músicos, sobre todo los asombrosos percusionistas.

En el Grec de Barcelona, el concierto fue levantando de sus asientos primero a jóvenes africanos vestidos con túnicas de llamativos ocres y amarillos, que tomaban por breves momentos el redondel vacío delante de los cantantes para moverse de forma sutil, insinuante e inimitable. Promediando la presentación, entusiastas grupos de barceloneses entraron a bailotear también con envidiable desparpajo.

Se había armado una fiesta popular al son de una fusión original e intoxicante de géneros. La noche terminó con grandes aplausos, un tributo a la maestría musical y la capacidad de comunicación de Cheikh Lo. Fue hace trece años. Lo recuerdo como si hubiera sido anoche.

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Lo último que pude escuchar de Cheikh Lo fue Jamm, de 2010, un álbum que sigue la estela de su gran arte y un video que muestra que con los años su energía y su sonrisa no se apagan sino que siguen iluminando. Pero hay novedades: en su web anuncia para marzo de 2015 la salida de un nuevo disco. Ojalá el vendaval de su música salga también de gira.

 

Ahora más que nunca, cuando muchos piensan que la solución para el ébola es cortar las comunicaciones y aislar del mundo a todo el África occidental, así no nos contagian, es importante contagiarnos de la forma tan africana y tan universal de regalarnos música de este leopardo con rastas. 

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31 de octubre de 2014
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40. No vanidad, sino ofrecimiento

Acudí hace poco a un acto público del filósofo Javier Gomá Lanzón, de quien he leído con gusto algunos de los ensayos de su tetralogía sobre la ejemplaridad. En el acto apuntó algunas ideas sobre la vanidad literaria, que ya había avanzado en este artículo, aunque en su intervención hablada amplió su razonamiento. Según su hipótesis, a diferencia de otras manifestaciones artísticas como el teatro o la música, que se realizan frente al público y obtienen la inmediata recompensa del aplauso (recordó una anécdota de Fernando Fernán Gómez), la creación literaria es un acto solitario (la escritura) que viaja hasta otro acto solitario (la lectura), y esa distancia ha creado lo que denominó "la nostalgia del aplauso" de los escritores. El paso de la literatura oral a la escrita, a juicio de Gomá Lanzón, tiene muchas consecuencias históricas, pero entre ellas destacó esta de la pérdida del agradecimiento directo del lector al escritor. Agradecimiento que se restituye gracias al halago en persona. Así termina, medio en broma y medio en serio, su artículo:

 

"Sé indulgente, lector, con la vanidad literaria, esa pasión dominante. Si tenías pensado elogiar algo mío, hazme llegar tu opinión sin tardanza por tierra, mar o aire. Cuando amague un gesto de fingido recato, no te dejes llevar por las apariencias. Tú sigue y sigue. Me va la vida en ello."

 

Por ello, concluía Gomá en su intervención hablada, el halago, el hecho de que nos solacemos con el elogio de otro hacia nuestro texto, es el verdadero objeto de la literatura, la razón por la cual escribimos.

 

Y ahí es donde no estoy de acuerdo, y donde planteo mi propio -y humilde y de seguro equivocado- parecer.

 

En otro momento de su charla insistió Gomá en lo apropiado del término prestar atención; la atención del oyente -dijo- no se regala, sino que se presta; como tal préstamo, se entiende que será devuelta con intereses, sin entender éstos en sentido crematístico, claro está, sino conformados por el interés o intereses diversos que la charla, la conferencia, el libro, han deparado al lectoespectador. Aquí me gustaría alargar un poco este argumento a partir de Gomá.

 

La actividad del escritor también busca que se le preste atención, no el halago (algunos habrá que necesiten el halago, pero no es así para otros). Para algunos escritores, entre los que me cuento, el increíble número de publicaciones literarias actuales, así como la diversidad de ofertas de ocio que tenemos incluso sin salir de la propia casa, hacen que consideremos un privilegio el hecho de ser leídos, en el sentido literal, puesto que el lector privilegia nuestro libro al leerlo, prefiriéndolo y jerarquizándolo frente a miles de posibilidades a su alcance, literarias y no literarias. Ese hecho de ser leído, que a la vista de la caída imparable de las ventas de libros ha pasado de ser algo habitual a ser algo cuasi milagroso, es suficiente agradecimiento en sí mismo. Es decir: ¿no es disparatado que, tal y como están las cosas, solicitemos al lector que compre el libro, que lo lea y que, no contentos con ello, nos felicite por él? El halago es una propina absolutamente inmerecida y que, cuando llega, debería tratarse como tal. En mi caso, el fin de la literatura, mi vocación, es ser leído. Cuando alguien me dice "estoy leyendo tu libro", sea comprado o sea sacado de una biblioteca pública, me doy por infinitamente agradecido. No quiero saber más. Me siento honradísimo ya con esa deferencia, y me gustaría cortar la comunicación ahí, preferiría no tener noticias del resultado final, sea bueno o malo. Lo que venga será por añadidura. Yo ofrecí mi libro y el lector me ha ofrecido, nada menos, leerlo. Un trato perfecto, redondo.

 

Ser leído, sin más. Ahí, entiendo, está el pago justo y más que suficiente para compensar un trabajo solitario de años.

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31 de octubre de 2014
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Túnez es la solución

Túnez era la solución en 2011 y sigue siendo la solución en 2014. La salida tunecina de la dictadura fue la solución entonces admirada e incluso emulada en aquel año de las revoluciones árabes y ahora, casi cuatro años más tarde, de nuevo la construcción tunecina de la democracia parlamentaria y pluralista sigue ofreciéndose como solución ante el fiasco generalizado del islamismo político cuando ha alcanzado el poder y ante la cosecha de horror, violencia y caos en que han derivado todas las otras transiciones árabes entonces iniciadas. Las elecciones legislativas del pasado domingo, primeras que se celebran con la regla de juego de la nueva Constitución laica recién estrenada y segunda alternancia en el poder desde la caída del dictador, han arrojado un paisaje parlamentario polarizado entre las dos formaciones de mayor peso, la laica Nida Túnez o Llamamiento por Túnez y la islamista Ennahda, pero a la vez tan fragmentado y sin mayorías suficientes como para obligar a todos a un esfuerzo de consenso. A la sorpresa que suscitó la revolución tunecina que echó del poder a Ben Ali en apenas cuatro semanas le siguió su capacidad de atracción sobre las opiniones públicas del mundo árabe que se reflejó en la revuelta egipcia de la plaza Tahrir. El lema islamista de los Hermanos Musulmanes egipcios, ?El islam es la solución? se vio sustituido entre los jóvenes manifestantes por el lema ?Túnez es la solución?, que ahora vuelve a adquirir vigencia. Como en Egipto, los islamistas tunecinos, que alcanzaron el Gobierno en las primeras elecciones libres de 2011, han experimentado el desgaste del poder y se han mostrado incapaces de disminuir el paro y poner de nuevo en marcha la economía. Su política antiterrorista ha sido ambigua y en alguna forma también responsable del surgimiento de la violencia política. Pero a diferencia de sus homólogos egipcios, supieron participar en una Constitución incluyente y pluralista, han sabido abandonar el poder y aceptan ahora su nueva posición subordinada. Ennahda es el único partido islamista de la región que todavía mantiene un fondo de credibilidad después de una desastrosa experiencia de gobierno que ya empieza a alcanzar, incluso, a la Turquía de Tayepp Recipp Erdogan, que se pretendía modélica para toda la región. El partido vencedor Nida Tounés ha obtenido pacífica y democráticamente, como resultado del libre juego electoral, una síntesis similar a la que la oposición laica egipcia ha buscado en su apoyo en la calle al golpe de Estado militar contra Mohamed Morsi. En sus filas hay antiguos cuadros del régimen derrocado que se han aliado a quienes se opusieron a Ben Ali desde posiciones progresistas y laicas para evitar la imposición de un modelo islamista restrictivo para las libertades individuales y el pluralismo. El camino tunecino --laicismo, pluralismo político, religioso y social, y consenso constitucional-- sigue contrastando con los caminos perdidos de la primavera árabe en el que se hallan varios estados fallidos y fragmentados ?Libia, Yemen, Siria, Irak--, el regreso del poder militar en Egipto, el inmovilismo de Argelia o la moda siniestra del califato islámico alentada subrepticiamente por gobiernos de la región oportunistas e irresponsables.

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30 de octubre de 2014
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Iglesia Presleyteriana

El primero que me habla de la Iglesia Presleyteriana es el Elvis que se para en The Strip con Flamingo.

Está vestido como en la época final del Rey del Rock, con patillas tipo chuleta y una panza que hace fuerza contra un cinturón grueso de hebilla con brillantes falsos. Una pandilla de turistas japoneses lo acaba de asaltar con sus celulares y luego de más de 20 fotos y minivideos le dejaron 50 dólares.

El doble suda. Ahora es mediodía. El calor fuera de los casinos aplasta como en el desierto (dentro, siempre es de noche y huele a calefacción). Las Vegas está en un desierto. "La ciudad del pecado" es en realidad apenas unas pocas cuadras y esa avenida principal, The Strip, el famoso boulevard de Las Vegas, por donde pasan y pasa todo. El doble de Elvis, como muchos otros dobles que deambulan por The Strip (Michael Jackson, The Beatles, Kiss), se pasa ocho horas diarias posando para las cámaras y celulares de los turistas. Le pregunto su nombre y él, acomodándose sus anteojos de sol con grueso marco dorado, dice:

-Elvis Aaron Presley.

Y mueve su pierna derecha con pata ancha y bota blanca de taco.

Como sacerdote de la Iglesia Presleyteriana, me dice que Elvis está en todo, que la gente es al que más quiere y que ha cambiado y que ha salvado muchas vidas.

Partiendo por la de él.

Según la Iglesia Presleyteriana los seguidores deben mirar, sin importar la parte del mundo donde estén, una vez al día en dirección a Las Vegas.Un par de cuadras más al oeste, en la zona de los casamientos, una pareja baja de la limusina que los fue a buscar al hotel. Están divertidos, pero nerviosos. Se hacen selfies en la puerta del registro. Saludan a otras parejas de novios. Entran de la mano. Al decorado no le cabe un color más. El aire acondicionado se escucha. Y entonces, aparece Elvis, otro Elvis, uno que los casará y los bendecirá y con el cual se tomarán fotos.

-¿Le puedo pedir algo a Elvis?- le pregunto al doble que me habló del culto presleyteriano.

Me dice que por supuesto, que claro, que es cosa de tener fe. Entonces le pido algo casi imposible al Rey del Rock, en la meca de su culto. Y le dejo un aporte de 10 dólares a su enviado.

Después de eso, camino un rato por la ciudad de las segundas oportunidades y aprovecho de entrar al casino de la cadena Hooters a jugar unos billetes en las tragamonedas.  

 

 

Extracto de "Búsqueda espiritual en Las Vegas", publicado en la revista Domingo.

 

 

 

 

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29 de octubre de 2014
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La edad del ?brunch?

Los brunch se pusieron de moda cuando éramos jóvenes y viajábamos como ya no se viaja, con un walkman que pesaba medio kilo y el despertador en la maleta de lona. Se fumaba en los aviones, las divisas se cambiaban en el aeropuerto y no existían los móviles. Entonces, nuestra única preocupación se reducía a quedarnos sin el desayuno del hotel, que iba incluido en la tarifa. Hasta que un día, en aquel Nueva York donde estaba de moda ir a bailar a Limelight, una iglesia convertida en un estrambótico club nocturno, nos dieron los buenos mediodías con la dicha de que el bufet del desayuno se prolongaba hasta la hora de la siesta. Le llamaban brunch. Qué bien resultaba la fusión de dos nombres, quedaba moderno, pero no al estilo de rabicorto, duermevela o cortacésped, sino de las pormanteux: sílabas de dos palabras que se combinan con un nuevo significado, como spanglish, metrosexual, tanorexia o Brangelina. Pero lo verdaderamente reseñable es cómo el brunch ha logrado asentarse tanto entre las costumbres de los hoteles burgueses como en los novísimos cafés del West Village neoyorquino y, los domingos, en muchos bistrots españoles. Su pujanza denota dos características de cómo somos. La primera: nuestra sociedad se resiste a madurar y se empeña en poner de moda costumbres juveniles como la neococtelería, Instagram, las sudaderas, o cenar a las mil. La segunda: las comidas ya no estructuran nuestra vida en unos tiempos en los que se come rápido -si no es por trabajo, irónicamente-, incluso sobre el ordenador, y apenas se cena para no engordar. Y eso que hay que comer cinco veces al día. Al menos de lunes a viernes. El fin de semana, la ilusión del control nos pertenece. Shawn Micallef, autor del reciente The trouble with brunch, le razonaba al periodista David Shaftel en The New York Times que el brunch es “un signo visible de los cambios que se producen fuera de nuestro control”. Levantarse tarde, sin azote ni rabia por perderse la mañana limpia, pero, sobre todo, sin hijos. Lavarse con una ducha rápida las cuatro responsabilidades y listos para consagrar el día a la laxitud. Porque el ideal estético del almuerzo dominical fuera de casa no lo representan ya los comedores familiares con paellas y barbacoas, sino esos lugares mestizos de comida de norte y sur, con un toque de poesía francesa e impresionantes jóvenes negras o chicos nórdicos, educados y amistosos, que te sirven unos huevos benedictine y te desean un nice day. Los brunch pugnan por eternizar la juventud de quienes pronto serán una pandilla de cincuentones destinados a desayunar como reyes, comer como príncipes y cenar como pobres.

(La Vanguardia)

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29 de octubre de 2014
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Todos los libros del mundo

Cada mes de octubre se celebra a lo largo de varios días la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, la más grande y la de mayor tradición en el mundo. Congrega a miles de escritores, libreros, editores, agentes literarios, traductores, diseñadores gráficos e ilustradores, publicistas y periodistas, y hay cerca de 8.000 expositores de libros en todos los idiomas que uno pueda imaginar. El último día las puertas se abren al público, y los libros, vendidos a precios de feria, desaparecen de los estantes de exhibición.

El catálogo es todo un libro en sí mismo, y allí se anuncian las casi 3.000 actividades que se celebran en los diversos pabellones del recinto, entre presentaciones de libros, conferencia, debates y mesas redondas. Decenas de millones de dólares se transan en contratos de edición, traducciones y derechos de autor.

Es en Alemania donde se inventó el libro impreso, tal como lo conocemos hoy, y la Feria de Frankfurt viene a resultar la celebración de una industria universal que lejos de desaparecer bajo el peso del libro electrónico, tal como se nos vive amenazando cada día, muestra nuevas pujanzas en cuando métodos de impresión y formas de mercadeo, entre las ventajas y los estragos de la globalización. En los pasillos que bullen de gente, y donde se escuchan los más diversos idiomas, uno comprueba este espléndido vigor; no se asiste a un velorio para cantar al libro su requiescat in pace, sino a una fiesta para celebrar su permanente florecimiento.

Grandes editoriales, pequeñas editoriales y escritores de todos los confines se congregan en la Feria. Este año los centroamericanos hemos vivido una experiencia única. Gracias al patrocinio del Instituto Goethe, un grupo de valientes y aguerridas casas editoras de nuestros seis países ha concurrido a la Feria, junto con algunos de nuestros escritores jóvenes: Denise Phé-Funchal, de Guatemala; Vanessa Núñez Handal, de El Salvador y Warren Ulloa de Costa Rica.

Y esas editoriales, siempre con el apoyo del Instituto Goethe, han traído como muestra de sus empeños concertados una antología del nuevo cuento centroamericano,  Un espejo roto, que me tocó prologar y compilar; todo un hito, sobre todo porque en este libro ellas se presentan bajo un solo sello, el de GEICA, Grupo de Editoriales Independientes de Centroamérica. Y esa antología ha sido publicada al mismo tiempo en lengua alemana bajo el título Zwischen Süd und Nord (Entre el Norte y el Sur), por la prestigiosa Union Verlag de Zürich.

En el pabellón de Encuentros Mundiales de la Feria se celebró una mesa redonda en la que acompañé al presidente del Instituto Goethe, el profesor Klaus-Dieter Lehman, al director de la editorial Uruk de Costa Rica, Oscar Castillo, del grupo GEICA, y a la especialista en literatura latinoamericana Michi Straufel, de la editorial alemana Fischer. La mesa, con un lleno total de público, fue coordinada por Lutz Kliche, uno de los traductores de la antología al alemán, y el tema fue el futuro de la literatura en Centroamérica.

Los desafíos hacia ese futuro son muchos para nuestras editoriales y librerías, y también para nuestros escritores, el primero de ellos crear lectores literarios, haciendo que la lectura se convierta en un hábito permanente, sobre todo entre los jóvenes; sin perder de vista que en nuestra región publicar libros sigue siendo un acto de valentía, lo mismo que escribirlos. Hasta ahora nadie se ha hecho rico en ninguna de esas tareas.

Pero tenemos ya una literatura del siglo veintiuno en Centroamérica, con recientes generaciones de jóvenes brillantes que pueblan ahora nuestra narrativa, un fenómeno nuevo y alentador. Y el desafío sigue siendo que los libros editados en la región traspasen las fronteras de nuestras pequeñas parcelas territoriales, y también salgan al exterior. Que nuestros escritores dejen de tener las fronteras por cárcel.

Ya hemos avanzado por ambos caminos, con la presencia conjunta de nuestros editores en Frankfurt, y con la edición en alemán de la antología que llevaron allá. Prueba suficiente de que el futuro no es para divisarlo de lejos, sino para construirlo.

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29 de octubre de 2014
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Asuntos metafísicos 70: Lo real, lo inasumible y…. La filosofía

En una reflexión realizada paralelamente a la que se va hilvanando en este foro (explícitamente centrado en  asuntos metafísicos), sostengo  la tesis siguiente:

Cabe suponer que toda  especie animal lucha espontánea o instintivamente para que  el marco natural en el que se inserta posibilite la eclosión de las facultades  propias de tal especie. El hijuelo del águila tiende al vuelo, y en consecuencia el águila intentará instalarse en un ámbito dónde la potencialidad o facultad de volar de su prole no quede mermada, o eventualmente imposibilitada. Y tratándose del águila ello es válido para  rasgos más particulares o específicos que el genérico del vuelo, pues  toda especie se realiza en la fertilización de las facultades que hacen mayormente  su especificidad.

Aplicando el principio a la especie humana, y aceptando con Aristóteles, Descartes o Chomsky, que la expresión mayor del animal humano es la facultad que posibilita la simbolización y el conocimiento, es decir,  la facultad de  lenguaje, cabría esperar que  nuestra especie se esforzara en contribuir a forjar la atmósfera, digamos natural, para el despliegue de tal capacidad, es decir, se esforzara en construir ese ámbito marcado por la ley que los grandes del pensamiento griego sintetizaban en el término polis,  de tal forma que el ideario de la paideia, la educación como técnica de actualización de las potencialidades humanas,  tendría su expresión mayor en el proyecto de ciudadanos concernidos esencialmente por las tareas de conocimiento y simbolización.

Una sociedad marcada por la paideia, una sociedad  cabalmente humana, sería aquella que daría sentido a nuestras vidas, pese a los  estragos del tiempo o de desgraciadas contingencias subjetivas; una sociedad que dolería  abandonar, y a la que sólo se renunciaría de propia mano  por un sentimiento de incapacidad de estar ya a la altura de la misma; una sociedad indisociablemente lúcida y festiva, trágica por ambas razones  y fértil precisamente porque trágica.

Y sin embargo,  de tal sociedad no parece siquiera haber rescoldo. Aquellos  proyectos y exigencias que deberían ser el síntoma del espíritu humano  surgen  tan sólo como acontecimientos puntuales vinculados a la singularidad de algún individuo, o de azarosas circunstancias sociales positivas. Para la generalidad de los ciudadanos, la alternancia entre trabajo carente  de sentido, ocio que embrutece  y pavor a perder  el primero (quedando de paso privado también del segundo) parece un destino natural, algo  en conformidad con lo único que sería susceptible de ofrecer la sociedad de los humanos.

En lugar de constituir aquello que se ofrece como polo afirmativo frente a los momentos de descorazonamiento por los que atraviesa toda persona, la sociedad parece precisamente reforzarlos,  añadiendo al sentimiento de  adversidad en el destino propio, el de ausencia de sentido del destino colectivo. De ahí esa  tremenda estampa del ciudadano que se arrancó la vida renegando de la polis, y ello precisamente en una plaza pública  de... Atenas.

Y obviamente surge  la pregunta de cómo  se ha llegado a esto, cómo es posible que una especie animal forje para sí misma un ámbito de inserción que le impide desplegar  los rasgos que hacen la singularidad de tal especie. Pregunta que en ocasiones  sólo parece autorizar una respuesta, ciertamente nihilista: el hombre no podría soportar su matriz, el hombre sería incapaz d contemplar  la finitud, el hombre no podría asumir el hacerse verbo de la carne, el hombre, simplemente huiría de lo real, pues sería verídica la tesis (generalizada por muchos desde hace medio, siglo a partir de las consideraciones de un lúcido pensador francés) según la cual, simplemente "lo real es lo insoportable".

Y de esta imposibilidad de asumir lo real surgiría toda la panoplia de construcciones imaginarias que nos sirven de señuelo a la vez que de parapeto: la vida se convierte así en  apuesta exclusiva por objetivos pragmáticos y contingentes, desde lo azaroso de  la posesión de un cuerpo, a la forja de una patria (o a la vivencia como mutilación propia de la eventual escisión en la misma), pasando por alcanzar el reconocimiento de quienes no son más que servidores de mayor alcurnia, o la erección de imaginarios  enclaves securizantes, correlativos del sentimiento paranoico de que todo  mal viene de afuera. En esta concepción del orden de las cosas, no hay desde luego plaza para tareas que impliquen confianza en la  entereza  humana.

Y aquí un puente con las consideraciones generales de este foro relativas a la filosofía. Pues filosofía es palabra designativa de una  disposición  que debería nacer con la inserción en el lenguaje, una disposición a la que el marco social  debería invitar y que el ser humano sólo debería abandonar cuando carece de fuerzas. En una sociedad que no posibilita la realización coral de las potencialidades humanas, la filosofía o bien  carece de lugar o bien se erige en acto de resistencia. Pues de lo contrario ( no siendo  cosa de todos y tampoco combate  por llegar a serlo) la filosofía se aparenta  a un antojo para ociosos, parodia de la llamada por Aristóteles..."ciencia de los hombres libres". Que el orden  social parezca más bien tener como condición de su pervivir el repudio de la filosofía no puede quizás ser explicado por causas contingentes. Gana en este pensamiento fuerza la tesis nihilista: entendida como asunción de lo real, la filosofía tendría en efecto muy pocas posibilidades,  de ser cierto que lo  real es aquello que el hombre no puede asumir, de ser cierto que lo real es lo insoportable.     

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28 de octubre de 2014
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Todos fotógrafos

Nunca como ahora se han hecho tantas fotografías, y nunca tan mal. Este arte del siglo XX, reconocido con tardanza, pronto perdió, por la proliferación de las cámaras instantáneas y de bolsillo, el ‘aura' (que el cine todavía conservaba por su mayor aparato), aunque fuera muy abismal la diferencia entre el papá que le sacaba a su niña una foto de primera comunión y la toma de imágenes por un artista que después, durante un proceso alquímico misterioso, las revelaba en un cuarto oscuro sobre una palangana. A todos nos gusta, creo yo, la fotografía, hacerla, verla, conservarla, y posar para la posteridad. Con el digital, primero, y ahora con los móviles, las tabletas y otras aplicaciones más sofisticadas que ignoro, las fotos son la compañía perpetua de la vida diaria, algo así como el correlato figurado de nuestra felicidad, de nuestros viajes y comidas más memorables, de nuestro cuerpo, si es que no renunciamos  -como hacen algunas personas coquetas- a dejarnos retratar pasados los 40 años. Como yo mismo he sido actor y ‘disparador' culpable no voy aquí a ponerme elitista, pero sí a recordar que mientras el ‘selfie' se va convirtiendo en una tortura obligatoria, auto-infligida y aún no penada por el Tribunal de La Haya, la sublime artesanía de los fotógrafos vocacionales se expande, se estudia y se exhibe cada vez con mayor frecuencia, en museos, en galerías y en centros que casi exclusivamente la tienen como motivo.

 

    La Fábrica es uno de ellos, y, entre otras actividades y publicaciones, organiza cada verano PhotoEspaña, que el presente año ha tenido una oferta espectacularmente buena, con, para mi gusto, dos altos picos de calidad y originalidad, la exposición del excéntrico esteticista catalán Antoni Arissa y la muestra del colectivo La Palangana, un grupo de diez de foto-periodistas, con los nombres conocidos de Gabriel Cualladó, Ramón Masats o Paco Ontañón entre ellos, que a fines de los años 1950 dio un tratamiento artístico, entre el neo-realismo y el intimismo lírico, a una realidad roma.

     Mapfre, admirable pionera en este campo, lleva un largo tiempo de continuada atención a la fotografía contemporánea, para la que recientemente ha abierto una sede específica, la Sala Bárbara de Braganza, junto al madrileño Paseo de Recoletos. Allí se puede ver ahora (hasta el 23 de noviembre) la antológica de un fotógrafo del que, siendo yo un ‘amateur' del medio, nada sabía. Me refiero al norteamericano Stephen Shore, nacido en 1947 y activo desde su primera juventud, tanto en el blanco y negro como en el color. Sus comienzos fueron canónicos: la tutela del maestro Steichen, la estela del gran realista social Walker Evans, y el paso por la chispeante ‘Factoría' de Andy Warhol en Nueva York. Ese núcleo formativo explica el eclecticismo, nunca banal, del arte de Shore, que es un gran retratista de los rostros de la multitud y aborda el paisaje sin figuras como si dentro de él latiera vida humana. A veces cultiva la arqueología de la naturaleza, como en la bellísima serie de ruinas tomadas a principios de los años 90 en Israel; otras, por el contrario, gusta de la ocurrencia conceptual, dando pie a las fantasmales tiras urbanas de ‘Avenida de las Américas' (1970). Esta magnífica exposición acaba con los recientes trabajos realizados en color entre 2012 y 2013, incursiones llenas de enigma en lugares de Arizona o Ucrania dejados de la mano de Dios y rescatados por la mirada de un solo hombre paciente.

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28 de octubre de 2014
Blogs de autor

Origen secular y castizo

Mucha gente cree que la corrupción política y financiera está llegando a extremos inverosímiles. No hay para tanto. Lo que sucede es que ahora se sabe, e incluso a veces se castiga. Me gustaría que algún periodista nos pasara una lista de lo que llegó a saberse en tiempos de Franco, cuando estaba completamente prohibido saberlo. Ahora no está prohibido informar sobre la corrupción entre rufianes de alta gama y, como era de esperar, se informa. Nuevo error de la transición que habrá que corregir a la manera catalana, con jueces nacionales.

    Sin embargo, el asunto se remonta mucho más atrás. Nunca en España ha habido la menor pedagogía sobre lo que pueda significar Hacienda o Dinero Público o Patrimonio Nacional. Jamás hemos tenido Estado y el que tenemos es tan nuevo que todavía no ha aprendido a caminar y gatea. Ya recordarán los lectores lo que sucedió con el oro de América o en qué consistía el caciquismo que estamos resucitando. Algunas prácticas, como el lerrouxismo o el estraperlo, fueron fenómenos propiamente republicanos. Si me apuran, lo que estamos presenciando es el regreso de la España eterna, ese esqueleto vestido de gitana y fumando un cigarro que pintó con exactitud Picabia.

    Que las causas son profundas y difíciles de erradicar, es evidente debido a que quienes deberían erradicarlas son justamente quienes más las usan, encubren y protegen. Y si hubiera que buscar a la madre del cordero yo diría que es la irresponsabilidad española. Nadie es responsable de nada nunca. A Gil y Gil se le cayó un alpendre que aplastó a no sé cuantas personas y fue el alcalde más votado de España, pero hace tres días se asfixiaron seis chiquillas en un campo de concentración para jóvenes y será lo mismo. El tiempo no fluye en España, se encharca.

    ¿Y de dónde viene tanta y tan extendida irresponsabilidad? Pues lo siento mucho porque voy a ofender a más de uno, pero tengo para mí que viene del catolicismo español, una religión no muy distinta del catolicismo italiano, pero enteramente diferente del catolicismo francés o alemán, para entendernos. Aquí y en Sicilia el pecado se borra con sólo confesar ante un adormilado curilla, y ya podemos volver a empezar. En los países que gozaron de la Reforma, incluso en aquellos donde la Reforma fue una estafa, como en Gran Bretaña, a los ciudadanos se les hizo entender que son responsables de sus actos individuales y los representantes son doblemente responsables como individuos y como representantes. En España no hay individuos, sólo agregaciones.

    ¿Solución? La asignatura de Educación Ciudadana de Savater, rápidamente suprimida por los católicos, era una buena medida para que, desde la infancia, los estudiantes aprendieran a respetarse a sí mismos como individuos, sin necesidad de fundirse en ningún botellón gregario y redentor. También ayudaría una refundación del sistema judicial español para ir metiendo en la cárcel a las generaciones que no gozaron de la enseñanza antes mencionada.

Muy utópico, desde luego. Ni los de Podemos, que todo les sale gratis, se atreverían a proponerlo.

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28 de octubre de 2014
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El Boomeran(g)
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