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Un partido para el presidente

No estamos en guerra, pero como en la guerra la verdad es la primera víctima de nuestra contienda política. Mentir y ocultar, siempre que sea por los más altos intereses patrióticos, está bien visto y recibe el aplauso de la concurrencia. Lo hacen nuestros dirigentes abiertamente, con la explicación de que no quieren dar pistas al enemigo. No estamos en guerra pero lo parece, y en la guerra como en la guerra: todo vale, incluso sacrificar la obligación de transparencia hacia los ciudadanos en favor de la esperanza, aunque sea muy tenue, en una segura e inevitable victoria. La verdad es sencilla y conocida por todos, pero ahora está embargada. No habrá consulta el 9 de noviembre. Lo saben los convocantes, lo saben los que se sienten convocados y lo saben los que no se sienten convocados en absoluto. Lo sabe el presidente y su gobierno y lo saben los partidos del pacto por el derecho a decidir; pero nadie se atreve a decirlo, porque al primero que hable le caerá encima todo el peso de la descalificación patriótica. El embargo es del Gobierno, claro está, pero lo es también de los partidos de la consulta. El primero que hable se sale de la foto. El periodismo presidencial, en posición de saludo y a las órdenes del primer magistrado catalán desde que empezó el proceso, se ha convertido en el primer guardián del embargo. También la entera clase política soberanista tiene buen cuidado de guardar el pacto de silencio ante las legítimas presiones del periodismo más suelto y asilvestrado, que no quiere atender a la disciplina de Palau. Radicalismo democrático, sí, pero sin exageraciones. Al pueblo hay que consultarle, claro está, pero no siempre hay que contarle la verdad. Si no hay consulta el 9-N y nadie quiere contarlo todavía, significa que algo se está tramando a sus espaldas. Solo pueden ser dos cosas: una, cómo vender la mercancía averiada de la consulta del 9N que no se celebrará; y otra, cómo organizar las elecciones anticipadas, sea cual sea la denominación con que se planteen. No son tareas fáciles, puesto que alguien puede perder la cara en las explicaciones. La ocultación de la verdad puede que tenga menos de astucia maquiavélica que de pánico escénico que conduce a diferir el momento en que habrá que enfrentarse a la dura y desnuda verdad, cuando veamos en qué han quedado tantas fotos históricas y tantas proclamas que hacían obligada, segura y decisiva la cita del 9N. De entrada y a grandes rasgos hay un partido que no ha hecho más que ganar y reforzar sus posiciones, Esquerra, y otro que se ha ido deshilanchando, que es Convergència. La paradoja de la partida que se está jugando debajo de la mesa, con expresa ocultación ante los votantes y los ciudadanos, es que el presidente de los sucesivos fracasos quiere convertirse en el líder del partido de todos los éxitos gracias a la fórmula del partido presidencial en el que se unan CDC y Esquerra, pero también todo lo que ambos puedan pillar dentro y fuera de las otras fuerzas soberanistas. Artur Mas fracasó en las elecciones de noviembre de 2012, como ha fracasado ya con su apuesta sí o sí por el 9-N, y solo le falta culminar su historial de fracasos liquidando a la federación con Unió e incluso diluyendo Convergència dentro de una candidatura con Esquerra. Tras entregarse al programa y calendario republicanos se entrega él mismo como presidente y prenda de su compromiso con el proceso, acompañado de las obligadas odas y epinicios que le exaltan como un dirigente excepcional, capaz de hacer historia sin bajar del autobús como hacía el Barça según su entrenador Helenio Herrera. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho Esquerra, que obtuvo unos resultados espléndidos en las elecciones de 2012; consiguió que CiU se adhiriera a su programa; no tuvo necesidad alguna de asociarse con un presidente marcado por los recortes de su primera y bien corta presidencia y lastrado en la segunda por la figura de su padre político, Jordi Pujol; y ahora se encuentra preparada para recoger en las elecciones sucesivas los frutos de su paciente trabajo y reconocida ventaja estratégica, de modo que a poco que le vayan bien las cosas puede hacer tres en raya en las elecciones sucesivas, sea cual sea el orden en que se celebren, catalanas, municipales y generales. La discreción de Esquerra sí es maquiavélica, seguro. La explicación para el bloqueo informativo, en cambio, es bien simple y la ha dado el presidente en persona, recibiendo como refuerzo el eco de decenas de artículos, comentarios y tertulias: el único responsable de todo lo que está pasando es el Estado hostil. Cuando las cosas llegan a este punto no hay más remedio que entonar el grito de unidad, unidad, unidad. No es la hora de los críticos y de los distantes, sino de la obediencia. Todos a formar. Quien no lo haga ya sabe qué le espera. El nuevo partido está ya preparado. Y también su presidente, muy bien entrenado en las formas y variaciones de su liderazgo: primero y hasta 2012 el de Moisés, personal, carismático; después y hasta ahora, el compartido, humilde y a veces agónico; y a partir del 10N el obediente, no liderando sino liderado, a las órdenes del pueblo, único señor de esta nueva era.

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13 de octubre de 2014
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El último sainete

En Madrid hay una calle llamada Don Ramón de la Cruz, en honor de uno de los máximos artífices del sainete. No es una calle lúdica o jocosa, como algunas de Chueca o Malasaña, sino que perfila sus nobles fachadas en pleno barrio de Salamanca, atildadas y con remilgados atuendos campestres de montería, que se siguen vendiendo en la zona para los buenos castellanos con cottage. Nos habituamos a los nombres del callejero, hasta el extremo de que los vaciamos de su historia y significado. Pero pocas calles existen que comiencen por Don, aunque en este caso no se trate de un vocativo sino del nombre con el que sus padres le inscribieron al nacer, un caso único en la historia de la iglesia católica en España. Nuestro Don vivió en Ceuta, donde ejercía como funcionario de prisiones, y uno de sus sainetes más célebres se tituló Manolo, una parodia desvestida con lenguaje arrabalero que narra las desventuras de un hampón recién salido de un presidio africano. Material de primera hubiera sido para Don Ramón de la Cruz la escenificación de la última españolada a resultas del contagio del virus de Ébola por una auxiliar de enfermería. Un caso enormemente dramático convertido en un teatrillo de disparates por su gestión política. Desde el primer mensaje de tranquilidad que tanto intranquilizó a los ciudadanos, seguido de un “nos hemos contagiado” de la ministra Mato -cuyo blindaje por parte de Rajoy resulta inaudito-, hasta las declaraciones del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, y recurrir a Soraya Sáenz de Santamaría para enderezar tanto despropósito. No soy capaz de imaginarme a un alto responsable de la salud pública norteamericana acusando de mentir a una trabajadora que ha arriesgado su vida desinfectando una habitación con ébola y se halla en estado grave, como hizo el consejero Rodríguez. Tampoco podría justificar que los trajes -algunos se fijaban con cinta adhesiva- les quedan cortos sólo a los altos, como si no fuese normal serlo en España. Ni que se metiera, rabioso, con que la enferma hubiese tenido cuerpo para irse a hacer las mechas a la pelu. Qué cochambrosa domesticidad tiñe todas estas escenas. El cachondeo como refugio desesperado de la tragedia, al estilo del Manolo de Don Ramón, que carcome nuestra imagen ante el mundo. Berlanga y Azcona no lo hubieran imaginado mejor. En este instante, millones de personas estarán googleando la palabra ébola, que se cliquea a un ritmo enfebrecido. Un nombre que suena a juguete, pero que se anuncia como una pandemia comparable al sida. Que aquí nos haya llegado, según parece, por un error humano, no justifica la pachanguera actuación de la administración, todos los mecanismos de seguridad puestos en duda, ni la imbecilidad burocrática, la misma que recomienda “no salir de la vivienda aunque arda”, porque lo dicta el protocolo. (La Vanguardia)

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13 de octubre de 2014
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Malala, Leonarda y el derecho de las niñas a estudiar

¿Y dónde está la niña que a un año justo del horrible crimen contra Malala fue arrancada de un autobús escolar, detenida, expulsada y transportada a un país que no era el suyo, y donde su familia fue atacada a golpes?

Mientras el mundo celebra el merecidísimo Premio Nobel de la Paz para la valiente niña paquistaní Malala Yousafzai, junto con el indio Kailash Satyarthy, activista por los derechos de los niños, Leonarda Dibrani sigue sola, desesperada, expulsada del paraíso europeo, culpable de un solo crimen: ser gitana.

Me alegro por Malala. No olvido a Leonarda.  

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El 9 de octubre de 2012, un comando talibán irrumpió en un autobús escolar en la ciudad de Swat, Paquistán. Malala Yousafzai, de 15 años, una elocuente activista en defensa de los derechos de las niñas a estudiar, volvía del colegio. Los talibanes le dispararon en la cabeza.

Milagrosamente, salvó la vida y hoy se ha convertido en un símbolo. Una restablecida Malala fue agasajada y premiada por el Secretario General de Naciones Unidas, el Presidente de Estados Unidos y la Reina de Inglaterra. Occidente admira y ama a Malala, la valiente y brillante activista adolescente. Y esta semana, con total justicia, recibió el Nobel de la Paz.

El 9 de octubre de 2013, en el primer aniversario del ataque contra Malala, la policía francesa irrumpió en un autobús escolar en el departamento de Doubs, y sacó a la fuerza a la estudiante Leonarda Dibrani, de 15 años. Estaba con sus compañeros en una excursión escolar, y fue inmediatamente deportada junto con sus padres y sus hermanos. Terminaron esa noche todos en Kosovo, un lugar donde ella nunca había estado y cuyo idioma no hablaba.

¿Su crimen? Ser gitana. El pueblo gitano, la “otra” gran víctima del Holocausto, sigue siendo perseguido. Leonarda nació en Italia, habla a la perfección el italiano y el francés (tiene excelentes notas en el colegio), y dice que quiere estudiar, volver a ver a sus maestros, sus compañeros y su novio.

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Malala ya era una líder valiente cuando los talibanes la atacaron. Merece el Nobel, todo el apoyo y los elogios que recibe, pero no nos engañemos: muchos la premian porque su causa no afecta al orden occidental y sus enemigos son los “nuestros”.

Leonarda fue víctima de “nuestra” policía. Sólo quería estudiar pero puede que se convierta en activista y símbolo ahora. ¿La recibirán los reyes y potentados? Probablemente no. El derecho de los inmigrantes, sobre todo gitanos, es una causa incómoda. De hecho, el gobierno francés no sabía que hacer con la ira de estudiantes que se manifestaban a favor de Leonarda y de una gran porción de su opinión pública que exigía tratarla sin miramientos.

El presidente Hollande le ofreció volver sola, sin su familia. Valiente, rechazó la oferta.

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Este año una corte francesa confirmó su expulsión. “Mi futuro se ha acabado”, dijo Leonarda a la BBC cuando se enteró del veredicto en Mitrovica, en Kosovo, donde se enfrenta a la hostilidad de sus vecinos y la impotencia de sentirse en un lugar donde nunca quiso ir.

Pero para mí, y espero que para muchos de ustedes, la lucha y la causa de Malala y Leonarda es la misma.    

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12 de octubre de 2014
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Epidemia en la aldea global

La epidemia empezó en una zona rural de Guinea, se desplazó luego hacia las zonas urbanas de Liberia y Sierra Leona y de ahí ha empezado a saltar a otros continentes. Es exponencial la velocidad de expansión en países sin sistemas de salud y en un continente donde los controles en frontera son meramente virtuales: las cifras oficiales contabilizan 3.800 fallecidos de un total de 8.000 enfermos reconocidos, pero los casos de contagio y muerte no localizados permiten multiplicar por cuatro las cifras. El ébola es una avería sanitaria global con orígenes locales, nada distinta de las otras averías económicas, medioambientales, de derechos humanos o de seguridad de nuestro mundo globalizado. Vivimos en aquella aldea global que Marshall McLuhan ya supo ver en fecha tan temprana como 1962. El problema que tiene nuestro pequeño mundo es que todavía no está organizado ni gobernado en su conjunto, sino que siguen mandando los viejos Estados nación, allí donde existen, retranqueados en sus fronteras y sus soberanías nacionales; mientras que, en las zonas más pobres del planeta, estos mismos Estados son más entelequias que realidades con capacidad de garantizar la vida y la seguridad de los ciudadanos. La primera reacción ante los efectos globales de las crisis locales es echar mano de los instrumentos obsoletos anteriores a la globalización, los controles a la entrada de los países. Si de los atentados del 11-S surgieron las colas ante las cancelas de seguridad, del ébola saldrán unas nuevas colas ante las cámaras que detectan a los pasajeros con fiebre. En la aldea global, el miedo es el virus más peligroso. Se expande todavía más rápidamente y tiene efectos desastrosos sobre la economía e incluso el orden social. De ahí que muchas medidas tengan sentido más como sistemas para dar seguridad a la gente que por su efectividad. Pero estas reacciones locales no deberían llamar a engaño, pues todos sabemos que al terrorismo como al ébola se le combate con esfuerzos e inversiones allí donde nacen. Nada de lo que sucede en el más remoto punto del planeta es ajeno a quienes vivimos en las urbes del mundo más desarrollado. Todo termina afectándonos. Lo sabemos, pero nos enfrentamos a estas crisis de forma reactiva, siempre viéndolas venir. El virus se extiende a toda velocidad, pero la respuesta es lenta y en algunos casos, como en el caso español, de una torpeza política exasperante. ?Debemos eliminar el virus, pero antes tenemos que eliminar las excusas?, ha dicho el coordinador de la Organización Mundial de la Salud para el ébola, Bruce Aylward. Está visto que en el déficit de gobernanza de la globalidad hay que contabilizar también la ineptitud y el cinismo de los políticos locales, incapaces de responsabilizarse de nada que pueda afectarles en las elecciones.

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11 de octubre de 2014
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Juego de nombres

La palabra marca ha irrumpido en el ámbito individual y ha instaurado su lógica comercial en la identidad del ser humano. Por ello florecen los expertos en crear marca personal que platican sobre la importancia de tener audiencia. El aplauso que nos persigue -como si necesitáramos detrás de cada acto una corte de palmeros- da muestra de los miles de cristales pequeños que conforman la condición humana. La marca se ha comido a la romántica firma, con su ansia de monetizar -palabro terrible que hoy se utiliza para todo- y contabilizar los clics para reeditar el cuento de la lechera. John Galliano perdió su nombre hace un par de años. Nacido Juan Carlos Antonio Galliano-Guillén, cuando era un llanito que recortaba vestidos de papel poco podía imaginarse que un día formaría parte del olimpo de la costura, que cambiaría los patrones de una grande maison, un estilo años cincuenta desfasado, propio de un tiempo de mujeres-flor. Ni que multiplicaría los dividendos de la firma parisina adquirida por Bernard Arnault para coronarse como el más transgresor, genial, audaz y creativo de los diseñadores. Se conocía su pasado de adicciones y su tendencia al exceso. Diseñaba 25 colecciones anuales, y siempre se disfrazaba en la salida final de sus desfiles: de torero, o Napoleón, riéndose de sí mismo con sus cejas dalinianas. Hasta aquel exabrupto de “amo a Hitler”, completamente borracho. La condena fue unánime. No era un intelectual, como Heidegger, Hamsum, Pound o Grass; ni gozaba de la libertad desarrapada de Ian Curtis o David Bowie, que en su día declaró “creo que podría haber sido un Hitler cojonudo” sin temor a represalias. Él estaba a sueldo porque, a pesar de sus envoltorios, el negocio de la moda está sujeto a altas tiranías financieras. No sólo perdió trabajo: la marca John Galliano, del mismo propietario que Dior, sigue sin él. Se rehabilitó, duró poco en sus nuevos trabajos, y anunció que habría una segunda parte. Ha sido un italiano, Renzo Rosso -propietario de Diesel-, quien le ha brindado un nuevo nombre, el de otro diseñador que vendió el suyo: Martin Margiela. La foto que acompaña al comunicado, atildado y con mirada entre vidriosa y desafiante, resucita el fantasma de Dorian Grey. Así, Galliano firmará sus colecciones como Maison Margiela a fin de rehabilitar su nuevo yo. Un nudo borgiano con trasplante de nombres en toda regla. Como el que pide a gritos Isabel Pantoja, que difícilmente podrá arrebatarse el suyo. La orden del juzgado que la conmina a ingresar en prisión si no paga más de un millón de euros no hace sino reavivar su marca personal. Tragicomedia alrededor de los tribunales; la mancha del amor y sus blanqueos. Como si la Pantoja tuviera que interpretar en la vida todo lo que ha cantado. Nunca he entendido por qué le llaman canción ligera, cuando en sus letras se abren carnes y vísceras en canal: “Me duelen los centros”, dicen los manchegos. Igual que a los personajes que quedan atrapados en la rueda de la fama, esa gran trituradora de la dignidad. El ocaso Descendiente de una prolija casta de industriales y políticos, e incluso con un primo oficiando de obispo de los pobres y mutilados en Camboya, Rodrigo Rato fue un chico bien (en Madrid se empeñan en llamar chicos a los de sesenta y más) aunque lo expulsaran de Icade; contribuyese a hinchar la burbuja inmobiliaria desde el Gobierno; saliese por la puerta de atrás del FMI; y como guinda colaborase en el escandaloso hundimiento de Bankia utilizando su tarjeta fantasma a diestro y siniestro entre 1999 y 2012. Representó la esperanza blanca del aznarismo, la derecha moderna que se dice; ahora, imputado por el juez Andreu, deberá explicar sus caprichos pagados con tarjetas opacas. El siglo XXI será el de la transparencia, o no será. Ligues en Palacio “¿En tu casa o en palacio?”. El asunto es completamente real, nunca mejor dicho: los responsables de la seguridad de Buckingham están hartos de que el personal que atiende a la realeza británica (más de 800 entre mayordomos, limpiadores, camareros, vigilantes…) utilice Grindr, Bender y demás apps para ligar. Según han revelado, en los últimos meses se ha disparado el número de visitas -fugaces y ardientes- a las dependencias accesibles del regio complejo, que no son otras que sus habitaciones. La tecnología que las promueve también las delata. Quien le hubiera dicho a Isabel II que las trifulcas telefónicas serían, desde aquel tampax de Camila en el que quería convertirse su hijo, un continuo sobresalto. Memoria y pedigrí Patrick Modiano, flamante Nobel de Literatura, ha rechazado una y otra vez la fácil etiqueta de nostálgico que la crítica le ha colocado, aunque sea cierto que la literatura y el cine le funcionen para dialogar con el pasado. Como cierto es también que su retrato -en singular, pues su obra no puede entenderse sino como una suerte de Comedia Humana del siglo XX- de los terrores y miserias de la ocupación, valorada por la Academia Sueca, es tan evocador como valiente. Pero, ¿acaso no tratamos todos desesperadamente de no olvidar lo que hemos sido o a quienes hemos amado? La hierba de las noches, su última novela, estrena la autoficción poético-policial. Un noire seductor de quien escribió una pequeña obra monumental: Pedigrí. (La Vanguardia)

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11 de octubre de 2014
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Cien palabras sobre Modiano.- Antes de ganar el Nobel, lo…

Cien palabras sobre Modiano.- Antes de ganar el Nobel, lo ?modianesco? ya era un adjetivo en Francia que se traslada a los idiomas que lo han traducido. Una situación que se repite continuamente, alimentándose como una espiral, eso es lo ?modianesco?. Pero también un aroma de un bulevar, una calle o un café que ha dejado de existir; conversaciones suspendidas en el aire; personajes que tienen tanto de reales como de fantasmas melancólicos. Patrick Modiano no publica novelas sino capítulos de un libro interminable que tiene como tema el París de la Ocupación y la memoria -una y otra vez- perdida y recuperada (El Comercio, viernes 10 de octubre 2014) PD.- La foto es cosa aparte. Fue tomada en el 2007, hace siete años, con ocho kilos menos por lo menos (de hecho, actualmente me parezco más al mofletudo señor Modiano que a ese joven imberbe que se creía Nick Cave). Dicen que cada vez que salgo en ?El Comercio? es porque estoy peleándome con alguien. Esta vez, con el peine.

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10 de octubre de 2014
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Casamiento y martirio

‘Omar' comienza junto a un muro, en el que un joven nervioso vigila el paso de vehículos y viandantes; cuando cree que no hay amenaza, el muchacho trepa por la alta pared de piedra y alambrada que separa la franja de Gaza de la Cisjordania colonizada por Israel; suenan disparos que no hacen blanco en su cuerpo, retrocede, duda, lo intenta de nuevo. El muro no tiene una carga simbólica en la película. Omar, el panadero que lo salta en distintas escenas, esquivando a veces las balas de los soldados, trabaja a un lado de la verja, y su novia Nadia vive en el otro. Hay en sus movimientos de escalador algo de danza ingenua y sentimental que a medida que avanza la trama se hace más astuta, puesto que Omar no sólo hornea pan y ama ardiente y púdicamente a Nadia; también lucha con sus amigos del barrio contra el enemigo, y, capturado tras atentar mortalmente contra unos soldados israelíes, sufrirá la cárcel, la tortura y la sospecha de una delación.

        La nueva obra de Hany Abu-Hassad, tras su justamente celebrada ‘Paradise Now' (2005), explora la misma realidad que aquélla con el interesante añadido de la peripecia matrimonial. Abu-Hassad es un palestino nacido en Nazaret (su pasaporte, por tanto, es israelí) pero desde muy joven establecido en Holanda, y si la mayor parte de su filmografía se centra en su territorio de origen, su naturaleza apátrida le da matices y resonancias particulares. El cine que hace es de raíz política, pero su manera de hacerlo es anti-discursiva. El propio director, en unas declaraciones recientes, afirma no ser un nacionalista palestino, "pero somos un pueblo bajo ocupación [...] ‘Omar' no es una película anti-israelí per se. Simplemente contiene mucha ira, y la ira es buena para el cine".

       La condición del iracundo no le lleva a tropezar en los lastres del maniqueo. Ya en ‘Paradise Now', que trataba la historia de dos terroristas suicidas a los que el suicidio fallido les salva la vida y les abre los ojos, resultaba evidente que, además de estar dotado de un gran talento visual y un poderoso sentido de la narración, Abu-Hassad rehuye el adoctrinamiento y la moralización. En ‘Omar', las torturas y manipulaciones sibilinamente graduadas por el jefe de la inteligencia militar israelí son escalofriantes, pero la contrapartida nunca es el heroísmo o la exaltación de la víctima; el retrato de los palestinos oprimidos también deja espacio para reflejar la vigencia de los caducos códigos patriarcales, el papel secundario, sojuzgado, que en la sociedad islámica radical padecen las mujeres, y el poder absoluto de los dirigentes de Hamás (el nombre no se cita nunca), que en todo momento vigilan, coaccionan, condenan y, si es preciso matan a sus milicianos desviados. El cineasta no clama por la violencia; la refleja sin miramientos, y en ese sentido tanto ‘Paradise Now' como ‘Omar' constituyen la radiografía de una situación en la que el rencor y la venganza parecen ya enquistados sin remedio entre ambas comunidades.

     Omar y Nadia desean casarse, pero necesitan el permiso del hermano mayor de ella, jefe del clan. El mecanismo nupcial es igual de atosigante aunque más pintoresco en ‘Llenar el vacío', estrenada pocos días después que ‘Omar'. Se trata del primer largometraje cinematográfico de Rama Burshtein, nacida en Nueva York, graduada en la Escuela de Cine Sam Spiegel de Jerusalén y durante bastantes años realizadora de películas, a medias entre el  documental y la exhortación, dirigidas a las comunidades judaicas ortodoxas. En ‘Llenar el vacío', Burshtein ha salido de ese ghetto fílmico para convencidos y, sin tratar de convencer a quienes no estamos por la labor religiosa, relata los pormenores de una boda amañada, de unos lazos de sangre y creencia, de una cerrazón tribal y una observancia del dogma que ahoga a los individuos y relega a las hembras. Es una película intimista desarrollada, a veces monótonamente, en los estrictos límites de una comunidad hasídica de Tel Aviv, fuera de la cual, y eso es un acierto del guión, parece no existir el mundo laico, ni otros seres humanos, ni otro modo de encarar la vida diaria. Como toda incursión en un reducto cerrado y sujeto a códigos, ‘Llenar al vacío' tiene el atractivo de sus ritos, sus vestimentas y sus costumbres a ultranza, destacando la secuencia del Purim, fiesta bíblica anual que, tras el ayuno en rememoración del que hicieron los judíos hostigados por el rey persa Asuero, celebra la salvación milagrosa con rezos piadosos y abundante ingesta de bebidas espirituosas; sólo los personajes masculinos consumen el alcohol.

      Ni ‘Omar' ni ‘Llenar el vacío' ofrecen esperanza o consuelo. Abu-Hassad habla sin odio del odio que  -cuando escribo estas líneas, en una tregua de la operación bélica Margen Protector- ha sembrado la muerte en Gaza, en proporción muy cruelmente descompensada: unas decenas de soldados defensores de unos asentamientos hebreos ilegales y dos mil palestinos sacrificados en el rito fundamentalista que Hamás impone a los suyos periódicamente. La cantata de cámara para voces salmódicas compuesta por Burshtein a mí, en tanto que descreído, me produce el mismo espanto que el martirio auto-infligido del joven panadero en aras de una liberación imposible. Pero es muy sugerente que ambas películas tengan a unas adolescentes casaderas como figuras expiatorias. Nadia se casa por militancia con el hombre que no ama; Shira, acobardada por la ortodoxia, se somete voluntariamente al contrato de boda. Y es un brillo de genio en una película más bien tenue que el último plano de ‘Llenar el vacío' muestre a Shira, ya unida al marido recién enviudado de su hermana, desorientada en un rincón del cuarto conyugal y con cara de querer hacer preguntas. ¿Qué lugar tienen las mujeres en las guerras santas que los hombres de todas las religiones de libro emprenden entre ellos, sin acordarse de ellas?    

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10 de octubre de 2014
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Enlloc

Un artículo que escribí el 27 de abril de 2014, titulado 'Camino de Enlloc', ha suscitado este comentario documental que me manda el historiador Jaume Claret.

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10 de octubre de 2014
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