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La calidad de la representación

Por 16 de noviembre de 2014 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

 

 

La mayoría de los parlamentos tienen forma de teatro griego para dejar claro que lo que allí sucede es una representación teatral, con actores y el público. Cualquier diputado puede ser en un determinado momento actor, pero el protagonismo se va a asentar casi siempre en los principales miembros del gobierno y la oposición.

Probablemente la democracia surgió en Atenas porque era una ciudad que amaba mucho el teatro, es decir: la representación dramática de la vida. Y con toda seguridad las culturas que renuncian al teatro tardan en democratizarse. Dicho en otras palabras: las culturas que prohíben la representación están prohibiendo también la democracia.

Es asimismo evidente que hay representaciones buenas y malas, y que la responsabilidad de la representación recae especialmente sobre el director y los actores. La obra que se representa en el parlamento está decidida pero a la vez condenada a toda clase de improvisaciones, y se exige que los actores dominen el lenguaje. Ninguno de nuestros presidentes y sus ayudantes se ha caracterizado por emplear un lenguaje rico, preciso, elástico, diplomático, inteligente, astuto y seductor, además de bien modulado. Todos se han distinguido por una cierta pobreza verbal y un lenguaje más bien tosco y repetitivo. Lo que digo atañe también al lenguaje gestual, y lo digo con dolor. González y Guerra fueron los que más brillaron en su momento, porque surgían de una generación progre y bastante culta, pero a mi entender sus representaciones tenían notables deficiencias, a veces por exceso y otras por defecto, si bien hay que advertir que Guerra fue el primero en concebir la política como un espectáculo de masas pop cuando decidió usar el micro inalámbrico que le permitía moverse a sus anchas por el escenario.

La tosquedad verbal de más de un presidente humillaba profundamente a los ciudadanos y los sigue humillando. ¿Por qué hemos elegido, para el teatro parlamentario, actores tan deficientes? ¿Queríamos aburrirnos eternamente y eternamente abominar de la representación política? ¿Queríamos llegar al tedio, ese lujo de poetas malditos y adictos al opio? Juraría que no. Habíamos pagado una entrada muy cara y deseábamos ver una buena representación. Amor con amor se paga, y también se puede pagar con una buena actuación que te eleve el ánimo y haga más llevaderas las repeticiones en la escena política. Desde que se restauró la democracia en España, esas actuaciones han sido muy raras, y el público empieza a estar muy harto de la representación.

Siempre les faltó elegancia y vigor a los actores, y no es fácil explicar por qué. En algunos momentos pudo ser por culpa de la corrupción, que daña mucho la escena, porque le quita poder al lenguaje, lo vacía de sentido y destino, y convierte la obra en una farsa llena de impudor y sin la más mínima gracia; pero en otros momentos pudo ser simplemente la falta trágica de sutiliza y gracia, la falta de lenguaje, que es también falta de saber: la ignorancia de los poderes de la lengua, tan fundamentales en esa representación que llamamos democracia. Los griegos lo sabían mejor que nadie, y por eso su democracia se fue desarrollando a la par que un conocimiento cada vez más profundo del lenguaje, de sus virtudes y sus miserias, de sus maniobras y sus trampas. Lo contrario que nosotros, con una democracia que ha ido deslizándose hacia la ignorancia general y hacia un desconocimiento cada vez más profundo del lenguaje. El resultado ha sido la degeneración narrativa, la desorientación dramática y la distorsión, y ahora mismo no hay Dios que entienda esta representación.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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