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Sidra con Rosie

A los cien años de su nacimiento Laurie Lee (1914-1997) continúa siendo  querido y, lo que es mejor, muy leído en Inglaterra. Cuando  en 1959 se publicó Sidra con Rosie se vendieron seis millones de ejemplares y Lee pudo dedicarse por completo a escribir cosas como Cuando partí una mañana de verano (1969) y Un instante en la guerra (1991), continuación del relato autobiográfico que empezó con este su agradecido recuerdo a Rosie. En España no goza de la popularidad de otros escritores anglosajones pero sigue siendo un valor seguro y Nórdica es la tercera editorial que apuesta por él, cabiéndole a Edhasa el mérito de jaber sido la primera (1986). Por su parte  la localidad granadina de Almuñécar ha recordado también la fugaz estancia del escritor británico durante el viaje que realizó a España justo antes de la Guerra Civil y cuyo relato está recogido en la continuación de sus memorias.

            En esta su primera incursión en el campo de la memoria Laurie Lee relata su infancia y adolescencia en la aldea de Slad, un lugarejo perdido en Glocersterhire y que él situó en el mapa para siempre. En su momento fue celebrado porque reflejaba, con una prosa excelente y que todavía hoy admira por su frescura y su aliento lírico, un mundo que ya estaba desapareciendo para siempre. El relato arranca con la brusca llegada del narrador, que tiene tres años,  a lo que va a ser su hogar durante los próximos veinte años: una casa enorme y destartalada, construida en una riera que pone en estado de máxima alarma a toda la familia cada vez que llueve con una cierta intensidad, y rodeada de un jardín exuberante, medio salvaje y repleto de peligros y maravillas. La minuciosa exploración de la casa y el jardín, y de los alrededores según se le vaya ensanchando el mundo al explorador, es un ejercicio que le marcará de por vida y que le servirá después para sentirse como en casa en un universo integrado por paisajes tan lejanos a su experiencia como puedan ser los de la España de antes y durante la Guerra Civil.

Aunque el libro empieza por donde suelen empezar los libros de memorias, por la más tierna infancia, a continuación el relato se desarrolla  en fragmentos temáticos en los que el tema y los personajes priman sobre la cronología. Son muy notorios los dedicados a la casa (con especial dedicación a la cocina), la escuela rural, las dos abuelas (rencorosas, adorables, geniales), la vida en el pueblo y sus habitantes según fuera verano o invierno o el dedicado a la madre, muy representativo de  la postura de Lee ante su propia vida: antes ha contado cómo de niño dormía en la misma cama que ella y el sentimiento de intimidad que él creía eterno se acaba el día que las hermanas se lo llevan con mimos y falsas promesas  al cuarto de los chicos “sólo por unos días”. “Nunca me pidieron que volviera a la cama de mi madre [dirá cuando años después escriba el libro]. Fue mi primera traición, mi primera lección del afable y despiadado rechazo de las mujeres”. Más adelante, cuando centre su atención en ella, el retrato es agradecido y cariñoso, pero hecho desde  esa lucidez que le fue otorgada sin quererlo cuando fue arrojado del lecho materno.

Y esta apreciación vale también para el resto de la memoria. Gloucesterhire  es hoy un lugar paradisíaco y muy buscado por los ricos que no quieren perder de vista a Londres, pero entonces era al mismo tiempo un agujero  miserable en el que el hambre visitaba todas las casas y en el que por consiguiente la vida podía ser despiadada. Y en este sentido es muy esclarecedor el capítulo dedicado, un poco como el resto del libro, a Rosie Burdock, la muchacha con la que bebió su primera sidra debajo de un carro medio oculto por el heno y con la que “sólo nos besamos una vez, un beso seco, tímido, como dos hojas que se rozasen en el aire”.

Antes de eso sin embargo, y al hablar de su propio despertar sexual, al abarcar con la mirada el pueblo entero ha dicho: “Se cometía [en el pueblo] la cuota correspondiente de delitos penales. El homicidio, el robo, el incendio premeditado o el estupro […] Se daban casos de incesto allí donde los caminos eran malos; se daban las usuales amistades entre hombres y muchachos […] la opinión local trataba a los transgresores con el silencio, las sátiras y los apodos […] pero su castigo quedaba confinado a la parroquia”.  Y ahí estaba, para probarlo, el puño del campesino al que robaban manzanas: los puñetazos dolían igual si, además de dejarle sin fruta pescaba a algún gañán solfaldando a una hija en el bosque, pero al menos el puño  “era muestro” y todo quedaba en casa.  

 

 

Sidra con Rosie

Laurie Lee

Traducción de José Manuel Álvarez Flórez y Ángela Pérez

Nórdica

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1 de diciembre de 2014
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Contra las tinieblas

Una náusea compulsiva, un hueco en el pecho, el ánimo desgajado. Eso es lo que siento ante las noticias de niños asesinados por padres o nuevas parejas de sus madres, además de una cruda incomprensión del mal radical. Porque este es el único nombre -ni desamor o desesperación valen- al acto de utilizarlos como armas arrojadizas en un conflicto de pareja. Me acerco a las noticias de menores víctimas de la violencia machista dosificando la información, precavida. Tengo que leerlas a trozos, no enteras de golpe, igual que me sucede ante las escenas violentas con menores en una película: antes me tapaba los ojos, ahora, sin complejos, le doy al off. Cómo vamos a entenderlo. Qué clase de piltrafa inhumana cruza el límite entre el bien y el mal dando muerte a lo que más debería proteger. Miro a los pequeños en clase de piano de mi hija pequeña, cómo se sientan tan gozosamente, aplastando las manos bajo los muslos y balanceando las piernas; o las carotas que se hacen cuando empiezan a aburrirse; su inocencia tan diáfana, y al tiempo el único espejo para que los adultos recuperemos uno de los primeros sentidos de la vida: todo parece posible. Dos niñas de 7 y 9 años fueron asesinadas por su padre en San Juan de la Arena, Asturias. La pequeña Argelys, también de nueve años, enterrada en un pozo junto a su madre, tras morir a manos de quien fue su compañero. Estas noticias llegaban en la semana en la que se celebra en el mundo entero el día contra la Violencia de Género. Desde hace tiempo se viene alertando acerca del peligro al que están expuestas las víctimas más débiles de estos conflictos: los niños, utilizados como pelotas de goma para ser lanzadas al corazón de quien ha enfurecido a la maltrecha autoridad. Save the Children calcula que, cada año, entre 100 y 200 millones de niños presencian escenas violentas entre sus progenitores/cuidadores. Muchos de ellos sufren daños físicos y psicológicos allí donde deberían estar más a salvo, y las secuelas les acompañan toda la vida al extremo de condicionar su vida adulta, incluso la decisión de tener hijos. Tanto reformar leyes y leyecitas, y ¿acaso se han tomado medidas extremas para proteger a los pequeños en un entorno violento? El programa electoral del PP incluía la incorporación de los niños a los sujetos activos que necesitan protección -en la actual ley figuran como población vulnerable que sufre de forma colateral la violencia contra las mujeres-, pero hoy por hoy maltratadores condenados, hombres violentos, siguen disfrutando de un régimen de visitas. ¿Cómo se puede obligar a abrazar a tu verdugo? ¿Qué perversión del amor familiar es esa? Todas las medidas son pocas frente a los filicidas que nos provocan esta náusea paralizante. Mientras, nuestros representantes andan entretenidos con sus sainetes de politicastros y picapleitos. Esto es urgente. (La Vanguardia)

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1 de diciembre de 2014
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Fausto, siglo XXI

Quizá ningún mito cultural haya tenido en Europa la fuerza del de Fausto para introducirnos en las vicisitudes del hombre moderno. Como sucede con los grandes mitos, surgió en el momento en que la época lo exigía y, luego, lleno de vigor simbólico, se extendió sobre los siglos posteriores. La primera noticia sobre el personaje literario la encontramos en el texto anónimo Faustbuch (El libro de Fausto), editado en Alemania en 1587. Pero solo cinco años después, ya encontramos una obra maestra dedicada al tema, no en alemán, sino en inglés: La trágica historia del doctor Fausto, escrita por el dramaturgo Christopher Marlowe, contemporáneo de Shakespeare y emparentado íntimamente con este en cuanto a poética e ideología. Fausto había brotado en el Renacimiento de manera necesaria, porque los tiempos renacentistas, repletos de rupturas revolucionarias, habían hecho imprescindible un arquetipo de esta naturaleza. Aunque su nacimiento fue en tierras alemanas y su bautismo de fuego literario en Inglaterra, lo cierto es que el mito fáustico, tal vez con otros nombres, hubiese podido surgir en cualquier lugar de Europa y, de hecho, tenemos héroes literarios parecidos en las literaturas polaca, francesa, italiana y española, como el protagonista de El mágico prodigioso,de Calderón, en este último caso.

Más allá de la literatura, el Renacimiento había dibujado los perfiles fáusticos a través de múltiples de sus impulsores decisivos. Basta recordar, por ejemplo, los nombres de Leonardo da Vinci, Paracelso o Giordano Bruno, el inspirador real, para algunos, del personaje que aparece en la obra de Marlowe. De un modo más general asociamos estos nombres a los ímpetus desatados por la revolución renacentista: un afán de conocimiento y una ambición sin límites para explorar tanto las fronteras del mundo como las de la condición humana. Frente al escenario centrípeto medieval, vertebrado por la física aristotélica y la teología cristiana, tan admirablemente expuesto por Dante en La divina comedia, las escenografías renacentistas son centrífugas, con el ser humano lanzado a una carrera, incierta y apasionante, en busca de sí mismo a través del cosmos. Fausto es, por excelencia, el mito que refleja la psicología del hombre europeo empeñado en aventurarse en paisajes ignotos y en transformar las imágenes de su propia condición. Alguien que hubiera vivido en el arco cronológico de Leonardo da Vinci (Leonardo mismo), entre mediados del siglo XV y 1520 -únicamente 70 años, por tanto- habría sido testigo de metamorfosis mucho más contundentes de las que estamos viviendo en la actualidad.

Este coetáneo de Leonardo habría sido espectador privilegiado de una triple destrucción del mundo tradicional cuyas consecuencias se expanden hasta nuestros días. De un lado, gracias a los descubrimientos geográficos, observaría la primera gran globalización del planeta, con el hombre habitando un "mundo conocido" diametralmente distinto al que había regido en Europa durante 15 siglos. De otro lado, como consecuencia de las transformaciones astronómicas, este contemporáneo de Leonardo habría nacido en un universo cuyo centro era la Tierra, habría crecido en otro universo que tenía al Sol como núcleo, y moriría con la sospecha de que, en realidad, el universo no tenía centro alguno, ni la Tierra ni el Sol, siendo ilimitado y acaso infinito. Pero si este hombre dirigía la mirada, no hacia el exterior, sino hacia el interior del cuerpo humano, se encontraría que cirujanos y artistas trataban la anatomía como si se tratase de la astronomía y buscaban en nuestro organismo estrellas en forma de músculos, nervios y vísceras. El genial cirujano-artista Andrea Vesalius (otro candidato para inspirar el personaje Fausto) trazará, por esos años, un atlas general de nuestra anatomía: La fábrica del cuerpo humano.

El coetáneo de Leonardo capaz de enfrentarse a todos esos nuevos prodigios se vería acompañado por poderosas armas de transmisión de los conocimientos. La imprenta, fulminantemente extendida por toda Europa en poco más de dos décadas, suscita furibundos debates mientras contribuye a la comunicación masiva de los recientes hallazgos, en una dinámica que tiene similitudes con nuestro Internet. Junto a la imprenta, la pintura renacentista, guiada por la innovadora composición en perspectiva, se ofrece como ventana abierta al mundo que va a exigir a la retina la contemplación sin prejuicios de la existencia. Este es el paisaje en el que toma forma Fausto y, también, como no podía ser de otro modo, su inseparable Mefistófeles. De hecho, desde el principio, Mefistófeles es tan inseparable de Fausto que forma parte de este, siendo al tiempo, como tentador, su afirmación desmesurada y su negación irónica. Fausto necesita a Mefistófeles porque este se erige en el espejo de sus aspiraciones y limitaciones, que son, a su vez, las aspiraciones y limitaciones del hombre moderno.

Así lo entendieron, en los siglos posteriores al Renacimiento, todos los autores que hicieron suyo el mito de Fausto, empezando por el más influyente de todos, Goethe, quien prefiguró con lúcida nitidez los afanes y angustias de la condición moderna. Goethe dedicó 60 años de su larga vida creativa a la escritura de su Fausto, y aunque en este prolongado periodo cambió varias veces el punto de vista, no se alejó nunca totalmente de los postulados renacentistas: Fausto como el hombre que busca con ansiedad aquello que, sabe de antemano, difícilmente encontrará. Los múltiples continuadores de la tarea de Goethe en el siglo XX -Paul Valéry, Fernando Pessoa, Thomas Mann, entre ellos-, sin romper con la tradición fáustica anterior, acentúan un clima de impotencia y absurdo que difuminan la claridad temeraria de las aspiraciones de Fausto. El Fausto de Valéry es el más irónico de cuantos se han escrito; el de Pessoa, el más rodeado por un halo de absurdidad y diseminación; el de Mann, el más trágicamente impotente para hacer frente conjuntamente a la creatividad y a la vida. No obstante, cada uno a su modo, son piezas valiosas para comprender en qué ha consistido la condición humana en el siglo XX.

Si me refiero a todas esas máscaras de Fausto es porque, recientemente, quedaron integradas en un curso que realicé en la universidad y que, al menos para mí, resultó de lo más aleccionador. Participaban en el curso estudiantes de media docena de nacionalidades distintas y de edades comprendidas entre los 25 y los 40 años. Después de seguir la trayectoria del mito de Fausto desde el Renacimiento hasta el siglo pasado se suscitó la cuestión, probablemente, más importante: ¿cómo sería Fausto en la actualidad, es decir, cómo es el arquetipo de nuestra época? Esta pregunta iba, naturalmente, acompañada por otra: ¿quién es, o qué es, Mefistófeles en nuestro tiempo?

Por las respuestas de los estudiantes, que en general poseían una gran capacidad autocrítica, podía deducirse que el Fausto de hoy día es un ser vacilante, ambiguo, que se balancea entre pesos contrapuestos. En el platillo de la positividad pesaba la flexibilidad, la falta de dogmatismo, la libertad en la toma de posiciones sin un adoctrinamiento previo, ni ideológico, ni religioso, ni político; en el platillo de la negatividad, por el contrario, pesaba un exceso de pragmatismo, una apatía difícil de superar, un agobiante utilitarismo de las sensaciones. De hacer caso a estas opiniones, el Fausto de hoy, el Fausto que somos, sería un ser inmerso en la contradicción, notablemente preparado para actuar libremente, pero imbuido de un espíritu apático que le hace desinteresarse por todo aquello que excede a lo inmediato.

¿Y quién o qué es Mefistófeles? ¿Quién o qué excita a poseer las sensaciones mientras aprisiona en la indiferencia pasional? Las respuestas divergían: el capitalismo consumista, o el totalitarismo de las nuevas tecnologías, o el hartazgo de los idealismos utópicos. Hubo una respuesta más sutil y misteriosa: Mefistófeles somos nosotros cuando renunciamos al conocimiento por la comodidad de la posesión.

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1 de diciembre de 2014
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Ribeyro, el hombre (in)visible

Alguna vez tuve los Cuentos Completos de Julio Ramón Ribeyro, en la edición de Alfaguara, y alguien me la pidió prestada y se quedó con ella. Me duele descubrir que esa edición agotada cuesta de cuatrocientos a setecientos dólares hoy, pero está bien que alguien haya querido tanto ese libro como para decidir no regresármelo. Es, pienso, uno más de los tantos indicios de la popularidad y la influencia de Ribeyro. Un hombre flaco (Ediciones UDP), el perfil revelador y entrañable del escritor peruano (1929-1994) que acaba de publicar Daniel Titinger, con edición de Leila Guerriero, te hace pensar en gestos desprendidos de ese tipo. Hay que seguir el ejemplo de un ser que parecía flotar por el mundo -un "fantasma"--, alguien lo más alejado posible de vanidades y ataduras. 

Para construir su libro Titinger se convierte en personaje. Asistimos a sus encuentros con gente cercana a Ribeyro como los escritores Guillermo Niño de Guzmán y Alfredo Bryce Echenique, con amigos de sus años parisinos y del tiempo de su regreso final a Lima y con familiares, entre los que destaca Alida de Ribeyro, candidata desde ahora a ingresar al selecto club de viudas literarias, "una mujer dispuesta a cortarle la yugular a quien pretendiera tocar el legado de su marido". Titinger ensaya una defensa de Alida: gracias a sus cuidados, su trabajo como marchand d'art y sus gestiones, Ribeyro se salvó de su "primera muerte" en 1973 (dos operaciones que le dejaron con medio estómago y de las que salió con un pronóstico de seis meses de vida) y tuvo luego la tranquilidad económica necesaria para escribir su obra. Sin embargo, los testimonios que acumula el libro son irrefutables: Alida es vista por el entorno de Ribeyro como desdeñosa y preocupada por comodidades materiales; no es, digamos, un personaje ribeyriano. 

Titinger es hábil para encontrar las anécdotas que ratifican lo que sabíamos de Ribeyro: era tan despistado que un día fue a un parque parisino con su hijo y volvió a casa olvidándose del niño; estaba tan avergonzado de su cuerpo flaquísimo y tasajeado por las operaciones que en Lima iba a la playa a la hora del crepúsculo; llegó a ser tan pobre en París que a veces no escribía su diario porque no tenía para comprarse un lapicero; era tímido y solitario, y quienes lo conocían por primera vez decían que "daba la mano sin fuerza, y luego parecía querer huir, desaparecer, esconderse".

Lo más revelador de Un hombre flaco, sin embargo, está en las anécdotas de los últimos años de Ribeyro, desde su regreso a Lima en 1992, que van a contrapelo de lo que sabemos de él (seguía casado, pero Alida se quedó viviendo en París). A ese Ribeyro le gustaba ir al karaoke y una vez ganó dos mil dólares en un casino; otra, en un almuerzo en Madrid, se desvistió delante de todos y se metió a la piscina en calzoncillos. En 1993 conoció a Anita Chavez, una "jovencita muy delgada y alta, de pelo negro y ojos encendidos", y se enamoró perdidamente de ella. Espoleado por la cercanía de la muerte, el hombre triste pudo al fin ser feliz.

Un hombre flaco traza magistralmente la vida de Ribeyro, desde los cinco años, cuando se descubre precoz escritor, hasta su viaje de estudios a Paris, siguiendo por los elogios a sus libros de "escritor sin boom" en los años sesenta y su consagración peruana a principios de los setenta y continental en 1994, al recibir el premio Juan Rulfo. En una de sus últimas presentaciones en Lima, hubo como doscientas personas que se quedaron fuera y comenzaron a gritar "Juan Ramón es del pueblo y no de la burguesía"; Ribeyro salió al balcón a saludarlos, conmovido. Por lo visto, el hombre que "hubiera preferido ser invisible" no tendría ese destino ni entonces ni ahora.

 

(La Tercera, 30 de noviembre 2014)

 

 

 

 

 

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30 de noviembre de 2014
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Un lugar en el mundo

Estamos tan habituados al derrotismo, que apenas captamos los perfiles positivos de los acontecimientos políticos. Sucede en el ámbito de las naciones pero también en la escena internacional. Y no sobran razones para la depresión cuando ya son tópicos el desgobierno del mundo y los conflictos incontrolados, de los que la guerra sigilosa de Ucrania y el Estado Islámico son las últimas y más preocupantes pruebas. También podría incorporarse a la lista el fracaso de las negociaciones del grupo llamado P5+1 con Irán que debía evitar la aparición de una nueva potencia con el arma atómica. Durante un año han estado negociando los cinco países del Consejo de Seguridad más Alemania con el nuevo Gobierno instalado en Teherán sin que hayan conseguido el acuerdo definitivo que hubiera permitido a los iraníes proseguir con su fabricación de energía civil y gozar de una economía sin sanciones internacionales, y al resto del planeta respirar con alivio ante la desaparición del actual peligro de proliferación nuclear, que constituye un estímulo para que países como Egipto o Arabia Saudí se doten también de este tipo de armas. El perfil positivo del fracaso, más que la buena noticia, es que las negociaciones se han prorrogado siete meses, y que prácticamente todos los implicados, incluidos los que no están en la mesa, como es Israel, han preferido el mantenimiento del acuerdo provisional antes que la ruptura o incluso el acuerdo definitivo que consideraban perjudicial. Esto significa que proseguirá el régimen acordado provisionalmente de sanciones aligeradas a cambio de limitaciones en la fabricación y enriquecimiento de uranio con la presión de un nuevo plazo. El estímulo para el acuerdo definitivo es tan fuerte como el temor a la situación amenazante que puede tejer un fracaso ya sin prórroga, puesto que dentro de medio año las circunstancias pueden empeorar por causa de los halcones de ambos bandos. La negociación va más allá del programa nuclear iraní. Rusia y China están implicadas desde sus peculiares y bien distintas relaciones con Washington, y arriman el hombro porque se trata de encontrar un lugar en el mundo global para Irán, el último gran país, por demografía, recursos energéticos y peso geopolítico, que se halla fuera de la economía mundial en la que Moscú y Pekín llevan tanto tiempo integrados. De las dos, China es la que ofrece un modelo más acabado de relaciones equilibradas, entre una intensa cooperación económica y una no menos intensa competencia geoestratégica. Rusia, crucial para avanzar en todos los frentes en Oriente Próximo, intenta mantener los lazos cooperativos sin renunciar a su agresivo roce en Ucrania. Kissinger estableció hace más de una década el dilema al que Irán se enfrenta ahora, como Rusia y China en su día, ?entre ser una nación o una causa?, negociar intereses o levantar una bandera.

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29 de noviembre de 2014
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Poderosas piernas

Los hombres se muestran mucho más solícitos ante las mujeres que llevan zapatos de tacón frente a las que calzan plano. Con esta rotundidad concluye un entretenido estudio del departamento de Psicología Social de la Universidad de Bretagne-Sud, presto a identificar los códigos de imagen que influyen en la atracción sexual. En el experimento, las investigadoras debían utilizar diferentes alturas de tacón para realizar las encuestas-trampa. A mitad del interrogatorio, dejaban caer un guante al suelo. Y el resultado fue unánime: si se alzaban sobre tacones de más de nueve centímetros, el varón se prestaba raudo a recoger la prenda, pero si iban con zapatillas deportivas, apenas un ligero movimiento de barbilla, que lo recogieran ellas. La desinhibición femenina también tiene aditivos: los hombres que preguntaban a mujeres una dirección, agarrando una funda de guitarra, consiguieron con mayor facilidad su teléfono que quienes acarreaban una bolsa de deporte (un 31% frente al 9%). Ellas, subidas a unos stilettos; ellos, con guitarra al hombro, una sencilla fórmula que evidencia la ardua tarea de reventar el tópico: la encantadora torpeza femenina que busca un punto de apoyo cuando baja una cuesta, y el ideal romántico que rasga las cuerdas de una guitarra en noches de bohemia e ilusión. Además de tacones, las mujeres de edad indeterminada -pongamos a partir de los 42- saben que les ha llegado la hora de lucir las piernas. Ni escote, ni tríceps, ni espaldas al aire… Cómo sigue encandilando, sino, Jennifer López, a sus 45 años. Siempre presta a lucir muslo, la popstar ya no es nada sin un body, pieza que desnuda más que viste, como volvió a demostrar en la gala de los AMA. ¿Acaso no lo hicieron también Tina Turner o Madonna? Mujeres que no temen a su cuerpo, ni siquiera a sus rodillas, como Eva Longoria, Alicia Sánchez-Camacho, Susan Sarandon -a sus 68 años con novio de treinta y tantos- o Mariló Montero, que acaba de debutar como novelista. O Aguirre. Las piernas de las mujeres de edad indeterminada solo pueden lucirse sin complejos cuando lo que quieren expresar no es seducción sino poder. De Sol Daurella publicaron una foto con las piernas cruzadas y medias de rejilla, además de gafas de ver, recién nombrada consejera del Santander. Nada que ver con la prolongada apertura en la falda larga que vestía Corinna el día nacional de Mónaco, ese microclima con baños de mar y bancos, donde ha hallado cobijo. Princesa y alemana, pero siempre en el charco de un escándalo. Ahora nos enteramos que el Ajuntament de Barcelona le pagó 8,3 millones para organizar dos galas del deporte, en 2006 y 2007, uno y dos años antes de la llegada de la gran crisis. El domicilio social de su empresa radica en Malta, ella viaja como un VIP, asida a su Kelly y forrada de Armani -el modisto preferido de Charlenne, ya con la canastilla a punto-. Las Corinnas de este mundo ocupan un buen lugar afuera, pero a la vez habitan muchísimos lugares en su mundo de dentro. Su misterio no está en las piernas. Un mito moderno Uno de los placeres de esta vida es escuchar y leer a un sabio como Carlos García Gual, que se declara “diverso y frívolo, un maestro en minúsculas”. Este catedrático y traductor de textos clásicos ha escrito sobre la biblioteca mitológica de Apolodoro, la batalla de Salamina, el enigmático mito de Edipo y con la misma solvencia ha rastreado las huellas de las Sirenas: esa “llamada del placer que te tienta a desviarte del deber”. Se trata de un ensayo soberbio que arranca con una oportuna originalidad. Es un comentario de texto sobre la canción de Llach Abril 74: “Companys si coneixeu el cau de la sirena…”. Su último must: Una historia mínima de la mitología (Turner). Iniciarse en Gual es una garantía de plenitud. Días de queso y rosas Elegante, serena, también distante, Christine Lagarde encarna la aristocracia del poder femenino, con sus chaquetas de cashmere y sus bolsos de Hermès. Si fuera un animal, sería un pez; de hecho en su juventud fue subcampeona nacional de ballet acuático. Según la edición gala de Vanity Fair, es la francesa más influyente del mundo, y con una gran elipsis la sitúan como la tercera vía para enderezar la República, a pesar de su imputación por negligencia en un asunto de Crédit Lyonnais. Ella asegura que pensar en Francia equivale a sentir nostalgia de sus quesos, sus bistrots y sus rosas. También se permite reivindicar las Lehman Sisters: “El origen de la crisis radica en un exceso de testosterona”. Fuera de la plaza Los toreros deben ser carne de cañón para los psicoanalistas: matan aquello que más aman. Para plantarse delante de seis reses en Las Ventas hay que tener, sin duda, mucho valor, aunque también para quitarse el traje de luces, lanzarse a la pista de ¡Mira quién baila! y ganar el talent show. Eso le ocurrió a Miguel Abellán, denunciado por dedicar “palabras menospreciantes y lascivas” a una mujer y agredir a su acompañante -secundado por su cuadrilla-. Hace años, el crítico taurino Javier Villán se salvó de una embestida a volapié del diestro, su padre y algunos compañeros de paseíllo. Y todo por escribir que “los toros en puntas acojonan a los toreros”. ¡Cómo se pueden confundir aún los cojones con la hombría! (La Vanguardia)

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29 de noviembre de 2014
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El día de las librerías.- Antiguos teatros, botes, estaciones de…

El día de las librerías.- Antiguos teatros, botes, estaciones de trenes victorianos, edificios funerarios y hasta una catedral del siglo XVIII (ver foto). Muchas edificaciones antiguas se convierten en lugares ideales para albergar librerías. Hoy se celebra en España y Portugal el Día de las Librerías y quería compartir estas simpáticas fotos de Flavorwire sobre asombrosas librerías alzadas sobre lugares inusuales. ¡Feliz día, supervivientes! Ver las fotos aquí.

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28 de noviembre de 2014
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