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El efecto Clooney

Nada menos que la histórica Helen Fisher, la antropóloga social y bióloga del comportamiento humano que lleva más de tres décadas desmitificando tópicos de conducta sexual, parece haber conseguido demostrar la caída de un viejo mito: que los hombres temen a las mujeres inteligentes. En primer lugar habría que precisar qué se entiende hoy por “mujeres inteligentes”, como si fueran un club o un colectivo con código genético aparte. Se trata de una locución que, en cambio, no suele utilizarse para etiquetar a los varones como grupo. Acostumbrados estamos a hablar de machos alfa, tiburones, mindundis y sensibleros, pero jamás se ha planteado la desconfianza femenina frente a un “hombre inteligente”. Todo lo contrario: es un valor que se ha ensalzado, al igual que el sentido del humor; atractivos que engrandecen. La quinta oleada del estudio anual de Match.com sobre los solteros en EE.UU., dirigido por Fisher, ha llegado a la curiosa conclusión de que por fin el colectivo masculino de hombres normales y corrientes ha superado el miedo a las mujeres brillantes, preparadas y seguras. Y para ilustrar sus resultados, recurre a un ejemplo de la subcultura celebrity: George Clooney. El llamado “efecto Clooney” englobaría a aquellos que desean parejas descritas como “independientes” y “con confianza en sí mismas”. Atrás quedó la mujer-trofeo. Fisher razona que “cuando un soltero de toda la vida como Clooney sienta la cabeza, las cosas están cambiando”. Se refiere a su matrimonio con Amal Alamuddin, abogada de prestigio internacional que se ha convertido en la defensora de los derechos humanos con mayúsculas y pamelas. De acuerdo con los resultados de esta macroencuesta, no es ya que muchos hombres apuesten por encontrar una mujer a su altura, sino que el 87% dicen desear “salir con una mujer que gane más que ellos, más intelectual y con una educación superior a la suya”. Las mujeres, por su parte, buscan un par: la bramadora mayoría quiere encontrar un compañero “tan inteligente como ellas”, incluso aunque hubiese que apoyarle económicamente. La evolución de las sociedades occidentales -y los roles de género- a lo largo de los últimos sesenta años apunta a que ellos no buscan damiselas sumisas, y a que ellas se sienten tan proveedoras como ellos. Pero aún hay un punto (débil) a tener en cuenta en este supuesto efecto: ¿cuál es el impacto del físico? Biólogos, antropólogos, psicólogos… cualquier experto en el tema del emparejamiento señalará la importancia de la apariencia, para muchos el factor más relevante. Clooney no ha elegido a una mujer mayor o sobrada de curvas. Exótica, morena, Oriente y Occidente convergiendo en su entrecejo, y con una excelente fotogenia para copar portadas del couché, que al fin y al fin y al cabo parece ser lo que importa, además de ser “inteligente” para mantener el caché. (La Vanguardia)

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9 de marzo de 2015
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Primavera y vino

Los escaparates de las joyerías londinenses de New Bond Street acaban de desnudarse. Son las seis de la tarde, y en las vitrinas de Asprey o Boucheron solo permanecen los estuches aterciopelados como en un baile sin música, desprovistos de las alhajas que se exhiben en horario comercial. El efecto de los joyeros vacíos multiplica el deseo. Como ocurre en la National Gallery, donde se ha adelantado la primavera. La de 1891, la serie de álamos de Monet y su luz cambiante, o las bailarinas de Degas, observadas en su intimidad distraída. Inventing Impressionism es una exposición con un elevado poder terapéutico. La sublimación de un estado mental; la luz blanca del alba filtrándose entre viñedos. Como tantas veces la ha soñado Álvaro Palacios, entronizado el pasado jueves como The Man of the Year, uno de los más elevados honores al que puede aspirar un viticultor, concedido por la revista Decanter, la Biblia del vino. Lo que sé de vinos lo he aprendido de este riojano que se enamoró del Priorat, de la mano de René Barbier, hace ya veinticinco años y reinventó aquella tierra abandonada. “Nadie apreciaba aquella zona, pero Álvaro creó un concepto nuevo sobre la tierra, el vino, y la garnacha. Cuando lo conocí, lloraba cuando los payeses arrancaban las cepas centenarias y él no podía hacer nada”, me contó Jaume Roures, que junto a Ana Rosa Quintana, Peter Sisseck, Quim Vila o José María Iñigo formaba parte del grupo de amigos que lo acompañaron en el acto de entrega del galardón, que ha reconocido a leyendas como Mondavi, Antinori o Cazes. “Visionario, revolucionario, transgresor”, dijeron de él los sacerdotes de Baco, británicos sedientos de los buenos caldos que hace siglos importan en barricas, Burdeos y amontillados de Jerez, y que figuran en la prosa de Shakespeare. Hoy, en cambio, las familias reales hacen galletas ecológicas. En el Daily Mail, una doble página firmada por otro Shakeaspeare informa de los últimos quejidos del príncipe Charles -”apenas me dejan ver a mi nieto”-, mientras su hijo, Guillermo, de visita en Tailandia, se acerca dulcemente a un elefante. Los periódicos ingleses se relamen con la realidad incongruente, tan anecdótica como trágica y su fino sentido del paladar. Álvaro Palacios habla inglés y catalán de Falset, canta flamenco, torea vaquillas, recita poesía, viaja por el mundo con una visión comercial que según su hermana Chelo le acompaña desde niño, cuando jugaba a botones en el Hotel Palacios. Se cansó de lo de siempre, de la tradición familiar de bodegueros clásicos, y se instaló en Gratallops donde creó de la nada un vino redondo, L’Ermita, que hoy se sirve en los mejores restaurantes del mundo, de The Fat Duck a George V. “Mi hermano y mi hijo Ricardo adivinan el porqué de la tierra y lo que hay que darle”. Al final de la noche, en un club de moda vecino a la orgía de paisajes impresionistas, me confesó su máxima aspiración: que un vino suyo le de miedo, que huela a carne de mujer, que atrape la luz del sudeste montada encima de una falla, una revelación de la primavera para beber la vida a sorbos, o los sorbos de la vida. Mama Lisa / Lisa Lovatt-Smith Su madre se casó con una minifalda morada en los años sesenta, puro swinging London. Ya muy joven, Lisa empezó a asistir en editoriales de moda a los más grandes, de Herb Ritts a David Bailey. Una larga década dedicada a la moda y al glamur, a las limusinas blancas que le mandaba la agente de Mick Jagger, y hasta a un novio ex heroinómano y ex bisexual hermano de Isabelle Adjani. Un día viajó a Ghana de cooperante, y se convirtió en Mama Lisa. Descubrió la doble cara del mundo de la solidaridad, fue víctima de las mafias locales y vendió todo lo que tenía para crear una oenegé que combate los orfanatos ilegales y el tráfico de niños. Hoy tiene cinco hijos adoptados. Y sabedora de que su vida es una novela, ha decidido escribirla. Amado diablo / Anne Wintour “Aunque no seas alguien seguro de ti mismo, finge serlo, pues así parecerá más claro para el resto”. Esta máxima de la gran dama del periodismo de moda, que la ficción ha retratado como una caprichosa déspota que no tolera un error ni un café con leche frío. En “Winners and How They Succeed” el periodista y asesor político Alastair Campbell desvela las claves del éxito de la mayor influencer, capaz de aupar y defenestrar a creadores, modelos y tendencias. Ningún desfile de altura da comienzo hasta que Wintour, con su rictus hierático, se sienta. Dice que su único talento es el de gestionar el ajeno. Y lo que en verdad merece que un asesor político profundice en ella es la constelación de poder que ha forjado a su alrededor. Fin de raza / Naty Revuelta Cuando Wojtyla llegó a La Habana y las guaguas reventaban de católicos caribeños, tú nos abriste las puertas de tu mansión en el Nuevo Vedado, donde tu anciana madre se mecía en un balancín y hacía tintinear las arañas de cristal igual que el hielo en un vaso. Qué bellas balaustradas, el café negro en el soportal, la charla animada. Te llevamos noticias de tu hija Alina, que ha podido regresar a Cuba para acompañarte a morir. Primero fuiste burguesa de escotes halter y perlas, filóloga, mujer de médico, comprometida con los pobres, enamorada enamorada de Fidel, con quien mantuviste un romance tan insensato como cualquier gran romance. “Me lo saqué del corazón para meterlo en la cabeza” dijiste sobre él. Contigo desaparece una raza. (La Vanguardia)

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7 de marzo de 2015
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Menos guerras, más armas

Todos hemos reparado en el 7 por ciento del crecimiento de la economía china previsto para 2015. Es una cifra muy alta para los niveles que conocemos en los países desarrollados, pero baja y en declive comparada con las cifras que habíamos visto desde 1990, año al que hay que remontarse para encontrar un crecimiento inferior. El mundo se juega mucho en la marcha de la economía china, la segunda del mundo y por tanto una de las locomotoras globales. Menos atención ha merecido otra cifra de notable elocuencia, como es el incremento en los gastos de defensa --algo más del 10 por ciento, tres puntos por encoma del crecimiento de la economía--, en el segundo lugar de la clasificación mundial. La agencia oficial Xinhua se ha encargado de matizar que es el incremento más bajo de los últimos cinco años, aunque lleva mucho tiempo por encima del 10 por ciento. Respecto al PIB, representa como máximo el 1'5 por ciento, la mitad del 3 por ciento de gasto militar que hace Estados Unidos respecto al suyo. El tamaño apabullante del gasto de defensa que hace Washington convalida cualquier incremento de los 14 países que le siguen y que solo sumados alcanzan a la superpotencia. EE UU, con el presupuesto en declive desde hace cinco años, gasta cuatro veces el presupuesto chino, pero Obama ya ha propuesto un incremento del 4'5 por ciento para 2015. Dos matizaciones. Una: aunque todos los presupuestos de defensa tienen un cierto grado de opacidad e incluso de ocultamiento, el gasto maquillado siempre es mayor cuanto más autoritario y por tanto menos transparente y creíble es el país, como es el caso de China. Y dos: EE UU gasta en defensa para todo el globo, mientras que China concentra su gasto solo en Asia. Pekín está echando la casa por la ventana sobre todo en defensa marítima y aérea, para presionar sobre su inmediato entorno geopolítico y dificultar el acceso de los navíos y aviones de estadounidenses. La economía mundial se ralentiza, pero el gasto militar sube. Con crisis o sin ella, con guerras convencionales o con híbridas, el gasto militar crece casi siempre (solo en 2012 hubo un pequeño bache). Las teorías de Steven Pinker sobre el constante declive de la violencia en la historia se cruzan y contradicen con el constante incremento de gastos militares en todo el mundo. ¿En todo el mundo? No, ciertamente no se incrementan en Europa, donde vienen cayendo desde 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética. Desde 2010 hasta hoy ha caído un 8 por ciento acumulado, según Military Balance 2015, mientras que en el mismo período han aumentado un 27 por ciento en Asia. Es otra paradoja, quizás trágica, por cuanto Europa tiene una guerra en su flanco oriental y se halla rodeado por un arco de tensión bélica que abraza desde el Africa subsahariana hasta el sur de Asia.

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7 de marzo de 2015
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Vida sin cultura

Quizá lleguemos a ver cómo será la vida sin cultura. De momento ya tenemos indicios de lo que está siendo, paulatinamente, un mundo que ha optado, al parecer, por desembarazarse de la cultura de la palabra pese a poseer índices de alfabetización escolar sin precedentes. Hace poco un editor me comentaba que el problema -o, más bien, el síntoma- no eran los bajos niveles de venta de libros sino la drástica disminución del hábito de la lectura. Si el problema fuera de ventas, decía, con esperar a la recuperación económica sería suficiente; sin embargo, la caída de la lectura, al adquirir continuidad estructural, se convierte en un fenómeno epocal que necesariamente marcará el futuro. El preocupado editor -un buen editor, de buena literatura- añadía que, además, la inmensa mayoría de los libros que se leen son de pésima calidad, desde best sellers prefabricados que avergonzarían a los grandes autores de best sellers tradicionales hasta panfletos de autoayuda que sacarían los colores a los curanderos espirituales de antaño.

De querer preocupar todavía más al editor, y a los que piensan como él, se podría analizar detenidamente la última encuesta sobre la lectura que hace unas semanas apareció en los medios de comunicación. No sólo un tanto por ciento muy elevado de la población jamás leía un libro sino que se vanagloriaba de tal circunstancia. Para muchos de nuestros contemporáneos la lectura se ha hecho agresivamente superflua e incluso experimentan una cierta incomodidad al ser preguntados al respecto. Dicen no tener tiempo para leer, o que prefieren dedicar su tiempo a otras cosas más útiles y divertidas. Nos encontramos, por tanto, ante una bastante generalizada falta de prestigio social de la lectura que probablemente oculte una incapacidad real para leer. Dicho de otro modo: el acto de leer se ha transformado en un acto altamente dificultoso y, para muchos, imposible. Me refiero, claro está, a leer un texto que vaya más allá de la instrucción de manual, del mensaje breve o del titular de noticia. Me refiero a leer un texto de una cierta complejidad mental que requiera un cierto uso de la memoria y que exija una cierta duración temporal para ir eligiendo en libertad, y en soledad, los distintos caminos ofrecidos por las sucesivas encrucijadas argumentales.

El pseudolector actual rehúye las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libertad y soledad. Él abomina de lo complejo como algo insoportablemente pesado; desprecia la memoria, para la que ya tenemos nuestras máquinas; no tiene tiempo que perder en vericuetos textuales; no se atreve a elegir libremente en la soledad que, de modo implacable, exige la lectura. En definitiva, nuestro pseudolector actual ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios. Este pseudolector -en el que se identifica a la mayoría de nuestros contemporáneos- no puede leer un solo libro verdaderamente significativo de lo que hemos llamado, durante siglos, "cultura".

Quien escuche una opinión semejante rápidamente alegará que hemos sustituido la cultura de la palabra por la cultura de la imagen, el argumento favorito cuando se conversa de estas cuestiones. De ser así, habríamos sustituido la centralidad del acto de leer por la del acto de mirar. Surgen, como es lógico, las nuevas tecnologías, extraordinarias productoras de imágenes, e incluso las vastas muchedumbres que el turismo masivo ha dirigido hacia las salas de los museos de todo el mundo. Esto probaría que el hombre actual, reacio al valor de la palabra, confía su conocimiento al poder de la imagen. Esto es indudable, pero, ¿cuál es la calidad de su mirada? ¿Mira auténticamente? A este respecto, puede hacerse un experimento interesante en los museos a los que se accede con móviles y cámaras fotográficas, que son casi todos por la presión del denominado turismo cultural.

Les propongo tres ejemplos de obras maestras sometidas al asedio de dicho turismo: La Gioconda en el Museo del Louvre, El nacimiento de Venus en los Uffizi y La Pietà en la Basílica de San Pedro. No intenten acercarse a las obras con detenimiento porque eso es imposible; apóstense, más bien, a un lado y miren a los que tendrían que mirar. La conclusión es fácil: en su mayoría no miran porque únicamente tienen tiempo de observar, unos segundos, a través de su cámara: de posar para hacerse un selfie. Capturadas las imágenes, los ajetreados cazadores vuelven en tropel a la comitiva que desfila por las galerías. ¿Alguien tiene tiempo de pensar en la ambigua ironía de Leonardo, o en la sensualidad de Botticelli, o en el sereno dramatismo de Miguel Ángel? Es más: ¿alguien piensa que tiene que pensar en tales cosas?

Paradójicamente, nuestra célebre cultura de la imagen alberga una mirada de baja calidad en la que la velocidad del consumo parece proporcionalmente inverso a la captación del sentido. El experimento en los museos, aun con su componente paródico, ilustra bien la orientación presente del acto de mirar: un acto masivo, permanente, que atraviesa fronteras e intimidades, pero, simultáneamente, un acto superficial, amnésico, que apenas proporciona significado al que mira, si este niega las propiedades que exigiría una mirada profunda y que, de alguna manera, se identifican con los que requiere el acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libre elección desde la libertad. Frente a estas propiedades la mirada idolátrica es un vertiginoso consumo de imágenes que se devoran entre sí. Al adicto a esta mirada, al ciego mirón, le ocurre lo que al pseudolector: tampoco está en condiciones de confrontarse con las imágenes creadas a lo largo de milenios, desde una pintura renacentista a una secuencia de Orson Welles: las mira pero no las ve.

De ser cierto esto, la cultura de la imagen no ha sustituido a la cultura de la palabra sino que ambas culturas han quedado aparentemente invalidadas, a los ojos y oídos de muchos, al mismo tiempo. El pseudolector, que ha aceptado que a su alrededor se desvanezcan las palabras, marcha al unísono con el pseudoespectador, que naufraga, satisfecho, en el océano de las imágenes. La casi desaparición del acto de leer y, pese a la abundante materia prima visual, el empobrecimiento del acto de mirar llevan consigo una creciente dificultad para la interrogación. En nuestro escenario actual el espectáculo tiene una apariencia impactante pero las voces que escuchamos son escasamente interrogativas. Y con bastante justificación puede identificarse el oscurecimiento actual de la cultura humanista e ilustrada con nuestra triple incapacidad para leer, mirar e interrogar. Cuando en la última reforma educativa se defiende enfáticamente que la lógica filosófica va a ser sustituida, en la enseñanza escolar, por la "lógica del emprendedor" no hace sino sancionarse el fin de una determinada manera de entender el acceso al conocimiento. Aunque ni siquiera quien ha acuñado esta frase sabe qué diablos significa la "lógica del emprendedor", aquella sustitución es perfectamente representativa del modo de pensar dominante en la actualidad.

El mundo político se ha adaptado sin titubeos al nuevo decorado, expulsando de su retórica cualquier conexión cultural. Esto habría sido imposible en los últimos tres siglos. Pero el mundo político, el que más crudamente expresa las oscilaciones de la oferta y la demanda, no es sino la superficie especular en la que se contemplan los otros mundos, más o menos distorsionadamente. La expulsión de la cultura -o de una determinada cultura: la de la palabra, la de la mirada, la de la interrogación- es un proceso colectivo que afecta a todos los ámbitos, desde los medios de comunicación hasta, paradójicamente, las mismas universidades. No obstante, en ninguno de ellos es tan determinante como en el de los propios ciudadanos, que han dejado de relacionar su libertad con aquella búsqueda de la verdad, el bien y la belleza que caracterizaba la libertad humanista e ilustrada. La utilidad, la apariencia y la posesión parecen, hoy, valores más sólidos en la supuesta conquista de la felicidad.

Y puede que sea cierto. Igual la vida sin cultura es mucho más feliz. O puede que no: puede que la vida sin cultura no sea ni siquiera vida sino un pobre simulacro, un juego que sea aburrido jugar.

Artículo publicado en El País.

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6 de marzo de 2015
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La pandilla roja

Avanzan por la explanada hacia el Parlamento, donde deben jurar (o prometer) su cargo, la mitad de ellos con zapatos tan usados como el blanco y el azul de sus camisas. Trece hombres a punto de ser investidos de poder, caminando en grupo sobre el asfalto, representan toda una declaración de principios: un simulacro de anuncio de Emidio Tucci o un remake de Reservoir Dogs sin gafas de sol ni corbatillas. El primer ministro y sus doce radicales no pueden recurrir a ese gesto tan coqueto, y a la vez tan masculino, de ajustarse el nudo de la corbata al bajar del coche. Porque, a excepción de los más veteranos, solo se la pondrán si Grecia logra «salir del coma», en metáfora de Varufakis. ¡Ah, Varufakis, cuánta apostura y sex appeal le aporta al gabinete! Rejuvenece al gobierno con su perfil de economista mediático y motero, que ha conseguido desparramar su masculinidad en la aldea global. Hace tiempo que Europa no jaleaba a un político que paseara el cráneo afeitado, los músculos de gimnasio y la terquedad que antaño mostraron Inglaterra o Rusia para no pagar sus deudas a EEUU, eso sí, sin haber sido doblemente rescatadas con 340.000 millones de euros. «Qué manos tan grandes tiene Varufakis», oigo comentar a dos mujeres con un gesto de picardía que invoca al mito de la longitud de los dedos y su supuesto paralelismo con el pene. Suposiciones. Gineceos exaltados profieren el nombre del flamante ministro de finanzas como el del macho alfa que escapa tanto del traje gris como de esos atildados fenómenos del hipsterismo y el tommyhilfigerismo. Viste una americana con cuello levantado y una veta roja, al estilo Dsquared2 o El Ganso, y estampados de camisa años treinta. Los griegos representaron el paradigma de la belleza mediterránea, aunque se quedaran fijados en nuestra retina dos falsos elliniká: Anthony Quinn/Zorba y el del anuncio de Andros, ambos derrochando virilidad, despreocupación y folclore. Nada que ver con los otros ministros de Tsipras, que podrían pasar por escoltas con sus chaquetas abiertas, camisas a cuerpo, perillas y bigotes. Es un alivio que carezca de Ministerio de la Interculturalidad, como en Bolivia, que obliga a sus miembros a vestir ropa tradicional cada lunes: bufandas multicolores y tocados con plumas de pavo. En la imagen del gobierno del velludo Tsipras ?con cejas pobladas y patillas de cómic? pesa un factor tan estético como ético, tremendamente elocuente: no caben mujeres. Desde los tiempos del Che Guevara, los revolucionarios siempre se apoyaron en las compañeras, hasta que llegaron a los palacios. Les costó incluso a los de la hoz y el martini. En Atenas, calderilla: ni sombra de Afrodita. Kazantzakis escribió que no corre una gota de la sangre de Alejandro por las venas de los griegos de hoy. Por ello hay que recurrir al verdadero olimpo, que es el de Hollywood. ¿Recuerdan a Brad Pitt convertido en Aquiles, el más apuesto de los héroes de la guerra de Troya? Traten de imaginarlo sentado entre los ministros de Tsipras. (Icon)

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5 de marzo de 2015
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30. Pasadizos entre Zambra y Vertov

            En su reciente y valeroso libro Facsímil (2015), Alejandro Zambra lleva a cabo una tarea que suele ser más propia de un poeta que de un narrador, una operación de detención observadora mediante la cual la obra llama la atención sobre aquello de que está compuesta, sobre su ser más íntimo: la palabra. Mientras que es habitual que la poesía rompa su discurso para fijarse en las propiedades de una palabra, como hemos visto en el nominalismo de Juan Ramón o Mallarmé, o en ese Lorca que recuerda de pronto "¡qué raro que me llame Federico!"[1], pensando que hay algo tras los nombres que, de alguna forma, explica sus circunstancias. Zambra, que en Mis documentos ya había escrito "le molestan esos nombres tan cargados, tan plenos, tan directamente simbólicos: Paz, Consuelo. Piensa que si alguna vez llega a tener un hijo va a inventar un nombre que no signifique nada"[2], va más allá y, repescando los antiguos exámenes para el acceso a la universidad chilena, pregunta al lector-estudiante cuál es la palabra de la serie que desentona, que no pertenece al hilo lógico o al campo semántico de la planteada.

 

            Confiar el desafío al lector tiene la consecuencia de que éste debe replantearse sus propios marcos lingüísticos, así como su conocimiento léxico y -como lógico corolario, previsto inteligentemente por Zambra- su propio marco estético, su concepto de literatura, aquí enteramente devastado para regresar a su origen cabal, atómico -la palabra- con la intención de, desde ahí, ser reconstruido de nuevo por completo, reintegrándose dentro de un discurso mayor o metadiscurso que cuestiona hábilmente el modo en que los propios discursos formalizan el poder. En especial, se persigue visualizar el modo en que los modelos educativos cosifican al individuo al sustituir la evaluación de los conocimientos por el cómputo matemático de aciertos, y el cambio de la educación por el entrenamiento (p. 67). Por más que se retenga el nombre propio del alumno, sin llegar a convertirlo en número, son sus conocimientos los reificados en un sistema pautado y reglado de respuestas válidas, frente a las demás, que devienen inválidas e inservibles; una dinámica que Zambra también pone en crisis cuando incluye algunos planteamientos cuya ruptura discursiva -sobre el discurso del examen- no serían muy ajenos a la subversión de la lógica de un poema:

 

 

 

 

[Facsímil, edición de Sexto Piso en España, p. 17. La foto de más arriba corresponde a la edición argentina de Eterna Cadencia]

 

            Por este motivo, y dejando de lado las plausibles lecturas foucaultianas o derrideanas que puede propiciar este proceso deconstructivo de Zambra, que devela las oscuras normas de una biopolítica educativa de constricciones seriadas, preferimos asociar su trabajo al de aquellos otros lenguajes que se preguntan, adánicamente, sobre sí mismos y sobre sus elementos compositivos, para lo cual quizá sea más feraz comparar Facsímil y su trabajo reconstructor o deconstructor de la palabra, la frase y el discurso con el que hizo Dziga Vertov en 1929, cuando en Un hombre y su cámara nos presenta también al mismo tiempo la realidad política soviética y las partículas elementales, compositivas, con los que está construido el filme: los fotogramas.

 

 Vertov

 

verto

El libro de Zambra parece a medio escribir, parece un libro no escrito, pero en realidad no debemos verlo así: está mostrando un proceso, está haciendo lo mismo que Vertov cuando muestra la mesa de montaje de la propia película (lo que luego repetirá Orson Welles en F for Fake, entre otros cineastas):

 

 Vertov

 

Vertov se propone hacer cine con elementos puramente cinematográficos, abandonando-dice textualmente en los créditos del comienzo- la palabra tomada del teatro y la literatura, para sumergirse en un cine puro, internacional. La misma operación, en manos de Zambra, se vuelve extraña y agudamente nacional, metachilena, como una forma de pensar un país, Chile, mediante el uso educativo de sus palabras. Del mismo modo que la fotocomposición a 24 fotogramas por segundo nos procura una ilusión de realidad, el hecho de responder, como si nos estuviéramos examinando, a las preguntas y cuestionarios de Facsímil, también nos lleva a un modo de mirar la realidad, que más que metaliterario podríamos calificar, en puridad, de metalingüístico. Nos conduce a ser conscientes de cómo se construyen las palabras que nos construyen, o que nos destruyen para siempre.


[1] F. García Lorca, "De otro modo", The Selected Poems of Federico García Lorca; New Directions Publishing, New York, 2005, p. 62.

[2] Alejandro Zambra, Mis documentos; Anagrama, Barcelona, 2014, p. 183.

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5 de marzo de 2015
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Amenaza existencial

Nadie ha llegado tan lejos como Benjamin Netanyahu en la exhibición práctica de que definitivamente el poder ya no es lo que era. El primer ministro de Israel ha conseguido romper unas cuantas barreras y tabúes de la política israelí, estadounidense e incluso internacional, y demostrar, de paso, que un político de un país de poco más de 8 millones de habitantes como Israel, cuando quiere ganar unas elecciones, puede ser más poderoso que el político más poderoso del mundo, como es el presidente de los Estados Unidos. Netanyahu ha osado tensar la relación privilegiada que hay entre Washington y Jerusalén, fundamentada en un consenso suprapartidista vigente en ambos países, hasta un punto inaudito en la historia bilateral, con el riesgo de producir daños irreparables. También ha desafiado personalmente al presidente Obama, aprovechando la mayoría republicana en el Congreso, para dirigirse a las dos cámaras con un discurso que impugna las negociaciones que Washington mantiene con Teherán en el marco del P5+1 (los cinco países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad más Alemania). Y finalmente, ha interferido en la negociación de dicho P5+1, en una exhibición de osadía frente a la comunidad internacional, en el momento en que intenta sacar a un país tan importante como Irán del aislamiento y la radicalización. Estas tres cosas y más las ha hecho en nombre de la seguridad de Israel, con una dramática apelación a sus 4.000 años de historia, que le permitió remontarse hasta la figura de Haman, el visir del rey persa Asuero, que quiso exterminar a los judíos. Lo hizo en un discurso espléndido, según han coincidido incluso quienes han denunciado su carácter retórico y meramente electoral. Y ha contribuido a su éxito el motivo bíblico elegido, coincidiendo con la fiesta del Purim, que precisamente celebra con la lectura del Libro de Esther esa historia de salvación gracias a la fe y a la elocuencia de la reina judía que defiende a su pueblo del malvado visir ante el rey persa. Pasadas las elecciones, habrá que ver en qué queda la amenaza existencial. El diario Haaretz ya le ha dicho en su editorial que la amenaza existencial es seguir con la ampliación de las colonias en Cisjordania. Y, en cualquier caso, nada neutraliza mejor la amenaza que pueda suponer Irán como la incorporación del país persa a la comunidad internacional, donde se le necesita para muchas cosas, como enfrentar el peligro mayor e inmediato de quienes rebanan cabezas y hacen hogueras humanas para limpiar Oriente Próximo de minorías religiosas distintas del salafismo. La osadía de Netanyahu retuerce la lógica. Decir que el enemigo de mi enemigo es también mi enemigo es como asegurar que dos más dos son cinco. Si Netanyahu considera que Irán es una amenaza mayor que el Estado Islámico, no tiene más que utilizar al Estado Islámico para combatir a Irán, que es de lo que ya le acusan abusivamente desde distintas capitales islámicas.

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5 de marzo de 2015
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