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Asuntos Metafísicos 90: “Diferencia libre”

Desde hace un tiempo he venido centrando esta columna en un asunto vinculado a la historia de la filosofía, concretamente a las condiciones de posibilidad de la identidad, que he ido planteando con referencias a la clasificación aristotélica, ciertos principios leibnizianos y el proceso dialéctico que va de la  diversidad a la contradicción pasando por la oposición en la Ciencia de la Lógica de Hegel.

Ciertamente el tema sólo ha sido esbozado. Entre alguno de los tratamientos del asunto a los que ni siquiera he aludido  está el de Deleuze en su tesis doctoral Diferencia y Repetición,de cuya publicación se cumple ya medio siglo y que constituye quizás la obra mayor del autor ( a quien músicos y filósofos rendirán un homenaje este año en la ciudad de Ronda). Señalaré tan sólo que Deleuze introduce los conceptos de diferencia libre, es decir diferencia no subordinada a la unidad y de repetición compleja. La segunda idea es difícil de sintetizar. Podría hablarse metafóricamente de  retorno de algo que nunca de verdad se ha dado, la fertilidad en forma de reminiscencia. En algunos pasajes de la Recherche de Marcel Proust (autor sobre el cual Deleuze tiene un magnífico libro titulado Proust y lo signos ) cabría encontrar bellísima expresión literaria de esta idea.

Más fácil es aproximarse a la noción de diferencia libre, por  ejemplo contraponiéndola a la teoría aristotélica de la clasificación: Sócrates y Calias difieren entre sí por determinaciones que Aristóteles considera accidentales (diferencias materiales dice), pero coinciden en cuanto hombres. Hombre y bonobo se distinguen por su diferencia específica pero coinciden en cuanto animales. Animal y planta son heterogéneos pero coinciden en tanto seres vivos. Hasta ahí a cada nivel de diferencia corresponde u ivel de unidad que de alguna manera prima. El proyecto de Deleuze consiste en liberar el pensamiento de esta necesidad de vincular siempre la diferencia a la unidad, la diferencia libre sería la expresión de este desenganche. Recuerdo que durante la discusión de mi propia tesis doctoral (de cuyo tribunal Deleuze era miembro) tuvimos un pequeño debate sobre si la teoría de las categorías de Aristóteles era insertable en el sistema de subordinación de la diferencia a la unidad. Mi posición era que en la teoría según la cual  el ser no es un género supremo, sino que explota en la multiplicidad categorial, Aristóteles se acercaba de alguna manera al concepto deleuziano: juzgar es aplicar la multiplicidad categorial; las categorías son una multiplicidad originaria no derivada por diferenciación a partir de género común alguno; luego juzgar es inscribirse en una diferencia irreductible. Ciertamente Gilles Deleuze tenía otra percepción del aristotélico  libro de las Categorías. En cualqueir caso la cuestión que el pensador francés planteaba era fascinante y en aquel momento indisociable de los idearios políticos que se debatían entre sus estudiantes.    

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24 de marzo de 2015
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Dolor bajo la máscara

No es la primera vez que me ocurre: “Podrías ahondar en por qué las mujeres lloran más que los hombres”, le sugerí a un afamado periodista. “Esto es para ti, yo no lo puedo tratar porque me acusarían de machista”, me respondió seriamente. Ni hormonas ni lagrimales más pequeños, ni investigaciones científicas, ni entrecomillados… Todo palidecía ante la suspicacia y la prevención que sentía mi colega respecto a que un asunto, digamos de género, se le volviera en contra. Hace dos días, en una redacción, a la responsable de marketing le latía el estómago. Estaba felizmente nerviosa ante la posibilidad de un nuevo proyecto, y entre risas y nervios le dijo a su jefe: “Mira cómo me late el estómago, toca”. El sabio profesional, declinó amablemente la invitación. Hay más casos que rozan la paranoia: amigos que prefieren no subir con una mujer en un ascensor sin compañía de otros, directivos que ya han importado la máxima de los yankees: no encerrarse en un despacho con una mujer a solas. “No dejen entrar a uno de estos nuevos hombres en mi habitación”, murmuraban las protagonistas de las series de televisión cuando a finales del siglo pasado se habló del “nuevo hombre”. El que el mismo día jugaba a rugby y acunaba a sus hijos; el que no confundía la expresión de los sentimientos con la cursilería, ni la determinación con la testosterona. Hombres soñados que, al hacerse reales, se convirtieron en pesadillas, pues parecían demasiado depilados, presumidos o empáticos. En el 2003 escribí un libro sobre las masculinidades, y la mayoría de mis congéneres me espetaban: ¿por qué un libro sobre ellos cuando somos nosotras las que estamos en el punto de mira? La reivindicación de los hombres como padres -aunque para algunos empiece de verdad cuando se separan- ha cristalizado hoy en la aplicación cada vez más habitual de la custodia compartida. En las últimas campañas contra la violencia doméstica los protagonistas son hombres concienciados que la rechazan al igual que las féminas; en algunas ciudades, como Estambul, cientos de ellos se han manifestado en contra con minifalda como signo de protesta. Existe no obstante un dato que sobrecoge, y es el del abultado número de muertes de hombres jóvenes por suicidio: en Catalunya la primera causa de muerte entre varones de 30 a 44 años. Varias investigaciones relacionan esta brecha con la genética pero también aducen a un malestar vital que se refugia en el autocontrol para ocultar la inestabilidad. Y a la dificultad en pedir ayuda -y medicación-, a diferencia de las mujeres. En Newsweek leo que en el Reino Unido murieron más hombres por suicidio el año pasado que todos los soldados británicos caídos en combate después de la II Guerra Mundial. Una cifra asombrosa que indica la infinidad de historias silenciadas: el dolor detrás de la máscara. Un asunto que debería preocupar a ambos sexos por igual, sin suspicacias. (La Vanguardia)

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23 de marzo de 2015
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Escribir como si hubieras muerto

¿Qué son esas costumbres de las que nos sentimos tan satisfechos? La buena educación, por ejemplo, o el optimismo, o la ecuanimidad. Parecen dones para una convivencia entre seres humanos civilizados. Pero ¿y si fueran imposturas para coaccionar al prójimo? ¿Y si en lugar de ser fruto del respeto, estas virtudes no fueran más que una treta urdida para dominar a los demás? ¿Qué pensaríamos entonces de nosotros mismos?
Escribir como si hubieras muerto. Esto es lo que ha conseguido Juan Antonio Masoliver Ródenas en un ensayo enojado y resignado a una verdad sin adornos. Probablemente El ciego en la ventana (El Acantilado, 2014) sea una de las confesiones literarias más soberbias de las que se han publicado últimamente en España. Un ejercicio de brutal confrontación con el hombre que uno ha sido. "No me importa morir... sólo siento no ver cómo es mi muerte, para poder decir que he completado el ciclo de mi vida y que he sido testigo de ello".
El epílogo del libro es un epitafio. Que nadie vaya a pensar sin embargo que el autor es un diletante. Nada hay de frívolo en esta novela amarga, triste, bella y penosa. Una narración que anticipa la cita del autor con la muerte. Sólo el que haya creído oír alguna vez la sutil manifestación de su poderío -ese extraño sabor en la boca de algunos vivos- comprenderá la terrible veracidad de esta narración. "Trato de recordar momentos felices y descubro que ninguno realmente lo fue".
Hay una elocuente interrogación en cada una de sus páginas y las preguntas que se espeta el autor son por ello de una fuerza inconcebible. No hay retórica ni complacencia. Ni siquiera la búsqueda dramática de un efecto teatral. A diferencia de la ególatra invención del yo que con tanto fasto editorial sale cada cuanto a la luz, este memorándum es el de un hombre lúcido y huraño. Elabora una angustia que trasciende toda categoría literaria para llegar a ser irrefutable. "¿Me ha servido este prolongado silencio para preparar la obra que siempre he querido escribir y que no ha querido ser escrita?"
La vanagloria del triunfo social, con su pomposa liturgia de autosatisfacción, se revela en estas páginas como una farsa insoportable. La crudeza con que el autor se empeña en verse a sí mismo -dejando de lado la tentación del arrepentimiento o la hipocresía de la autocrítica- adquiere una categoría que trasciende las disyuntivas de la moral. "El ciego" que aquí escribe podría amar sin condiciones o destrozar a todo bicho viviente. Tanto da. Su memoria va más allá de toda ilusión de justicia. Se trata de descubrir en el espejo la más nítida de las imágenes: una narración exenta de orgullo y frustración. "¿Y si toda la nada está contaminada de vida y es por eso que podemos nacer?"
El autor reivindica para sí el derecho a una locura sin enajenación, sobria e inquisitiva pero bestial en su inquieta disposición de ánimo. El derecho a vivir sin medicinas la libido de una desazón. El derecho a no perdonar la estupidez ajena. El derecho a no disculparla: ni siquiera en defensa propia. "Todo lo que he escrito ya no existe".
El autor renuncia a todo consuelo: nada habrá en la biblioteca universal que pueda mitigar las ingratas certezas de su inteligencia. Cualquier bálsamo sería una ofensa. Aunque no por ello nos sustrae un aforismo de profunda sabiduría: "No ver la realidad que está oculta: esto es la magia".
De la vida literaria Juan Antonio Masoliver parece saberlo todo y nos habla como el que nunca cayó en sus trampas. El autor no tuvo necesidad de creer en el espejismo de la fama ni en el rácano elogio de los colegas. Uno tiende a pensar que el viejo Masoliver llevó desde siempre a cuestas la precaución de vivir. Y a pesar de todo conserva viva la devoción poética: "el más alto significado de la ficción".
Que estas "Monotonías" no hayan sido escritas para complacer al lector, ya es mérito suficiente pero lo que merece el estricto reconocimiento de la crítica es un logro único en nuestra literatura: Masoliver ha roto el hechizo heroico de los autores empeñados en ser intachables. A diferencia de los que desean ser admirados, Masoliver confiesa que nada encuentra en su recuerdo digno de tal cosa: "Soy, literalmente, un autor de frases lapidarias".

 

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22 de marzo de 2015
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Ventajas y desventajas

Puesto que todo el mundo tiene la sensación de dar más de lo que recibe, las cuentas del mundo se hallan en un desequilibrio extremo que no hace sino empeorar con los años y llevarnos juntos a la perdición.
Son tan pocos aquellos que declaran haber recibido más en el intercambio simbólico o vivencial que la injusticia viene a ser el sustento de toda nuestra condición. la materia prima de la existencia. 
Porque no en vano somos mortales. Y siendo mortales ¿qué inmenso bien deberíamos recibir por el pago que entregamos con nuestra muerte? No hay ninguno que lo iguale. No hay. por tanto, bien que supere al mal, no hay recompensa suficiente, no hay un peso en oro que iguale el peso de morir. 
De ahí se derive acaso la sensación general de ser tratados (y contratados) injustamente por los otros. Seguramente no son ellos los sujetos directos de la estafa o pero juntos, arracimados, componen una masa que se nos viene encima con inicuidad. 
Nos salvaríamos, seríamos felices, creemos, si fueran correctamente celebradas nuestras entregas y con ellas fuéramos realzados nosotros. De hecho, el del reconocimiento público de los los demás, en la política, los deportes o el arte, puede convertirse un simulacro de supervida o, en definitiva, en un aplazamiento de la desaparición. Los santos y los ilustres ganan con su fama este nemotécnico galardón. El don de verse recordados por la historia, como figuras a las que se les debe algo. Y lo que es todavía más gozoso: : figuras que estando ya enterradas, quedan exentas de entregar nada a cambio. Se llegaría así a la excepcionalidad superlativa de haber ganado en el intercambio. De hecho los santos son figuras realizadas gracias a esta fórmula maestra que hace al feligrés ser un debitario permanente de lo sagrado. Porque en este caso y paradójicamente, la muerte ha sacado ventaja a la vida. No otra sino esta añagaza es es la gran maniobra cristiana y de las religiones en general.

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22 de marzo de 2015
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Cenizas mortales

Si tienes la mala suerte de que un amigo tuyo publica un libro, reza para que sea malo. Si es malo, no hay problema. Vas a decirle que es lo mejor que has leído desde Claros varones de Castilla de Fernando del Pulgar. Es imbatible.

La catástrofe es que el amigo escriba un libro bueno o muy bueno. En ese caso, estás perdido, tendrás que decirle la verdad y eso creará entre vosotros una muralla infranqueable porque estará persuadido de que le mientes.

Eso es exactamente lo que me ha sucedido. Uno de mis mejores amigos ha publicado un libro muy bueno y mi único recurso es decirlo públicamente para que entienda que no le estoy mintiendo. Me juego el prestigio y el sueldo sólo por amor a la verdad.

Dificultad añadida: mi amigo no pertenece al gremio literario, sólo ha ejercido de editor, eso sí, uno de los mejores de España, pero nada le delata como escritor. Es como si publicara un relato excepcional un fabricante de aceite para automóviles. Un aceite muy bueno, desde luego, pero en absoluto puerta de la gloria literaria.

¿Cómo puede haber escrito un libro tan bueno alguien que no es del oficio? Quizás por eso. El asunto del libro, su argumento repartido en seis relatos a cual más escalofriante, es la Gran Dama Amarilla, la muerte, pero no la muerte en su sentido policíaco, que da dinero, sino la muerte de las personas amadas, respetadas y admiradas. La muerte normal, la nuestra, que no da un duro.

Manuel Arroyo, el mítico fundador de la editorial Turner entre otras cien actividades, ha querido pensar seriamente lo que representó para él la ausencia de algunas personas que no deberían haber muerto y los ha retenido el tiempo de leer Pisando ceniza. El primer muerto es un librero de viejo que vive en una madriguera ratonil, pero es un bibliófilo sin par. Con el tiempo Arroyo se convertirá en su discípulo y llegará el día en que el personaje de aspecto miserable le abra la cámara acorazada en donde guarda ediciones cada una de las cuales puede hacer millonario a su poseedor. Es como un cuento de hadas.

Viene luego un torero para contarnos de un modo milagrosamente convincente cómo son los tratos artísticos de los matadores con una muerte de 500 kilos. Después, un célebre poeta español republicano recorre diversos países, para acabar muriendo en el País vasco en una agonía espeluznante porque "no tiene dónde caerse muerto". En el siguiente relato los borrachos de un pueblo se reúnen para enterrar a otro de la pandilla y asistimos a veinte horas de vino y conversaciones transcritas por un oído implacable. En los dos últimos mueren un hermano y la madre del narrador. Son relatos terribles, augustos, de gran nobleza, en los que el lector tiembla. Puede parecer un libro fúnebre, pero no lo es. La distancia, el estoicismo, la elegancia con que está tratada esa experiencia insoportable que es la aniquilación, soslaya cualquier efecto sensiblero o sentimental. La muerte está ahí delante, pero paralizada mientras el narrador la mira a los ojos. Es como si la experiencia del torero hubiese encarnado en un maletilla muy peculiar. Arroyo mantiene a la muerte en el tercio que le interesa.

Este libro excepcional tiene la ventaja de que, como lo firma unoutsider, no provoca envidia. Así que es posible que alguien más lo lea con temor y temblor. Así lo espero.

Artículo publicado en El País

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22 de marzo de 2015
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Túnez es todavía la solución

No era la excepción, sino la solución. Supieron verlo muy claramente los manifestantes laicos de la plaza Tahrir de El Cairo en 2011. Frente al "Islam es la solución" de los Hermanos Musulmanes, su eslogan era "Túnez es la solución". Pero también lo han sabido ver los islamistas violentos, que quieren imponer a sangre y fuego el Islam como única solución. La solución de Túnez es bien clara: sustituir al tirano por un régimen de democracia representativa en el que el pueblo sea el único soberano; todos iguales, hombres y mujeres; nadie por encima de una Constitución, en la que caben todos los que respetan la regla de juego por la que se rigen. Esa solución tunecina no sirvió en Egipto. Allí llegaron democráticamente al Gobierno los islamistas, creyentes solo en la soberanía de Alá, partidarios de la sumisión de las mujeres y arrogantes discriminadores de quienes profesan otras religiones o no profesan religión alguna. Dividieron el país, azuzaron la violencia sectaria y gobernaron con tanto partidismo como impericia económica, allanando así el camino al regreso de la dictadura militar. Menos sirvió en Libia, Yemen y Siria, donde las revueltas civiles se trocaron en guerras inciviles y convirtieron a buena parte de los rebeldes en combatientes de un monstruo todavía más temible que la dictadura, un califato que impone con el terrorismo un Islam primitivo y demencial. Túnez quedó como la excepción, solitaria democracia en un océano de autocracias y Estados fallidos. Pero era la solución, el modelo que el Estado Islámico combate, exactamente lo contrario del califato. Los partidarios de Al Bagdadhi y quienes secretamente simpatizan con el califato o incluso lo financian o lo han financiado quieren que Túnez sea una dictadura militar como Egipto o un país incendiado por las guerras civiles sectarias como Libia, Siria o Yemen. Eso explica el ataque a su Parlamento, institución que hace la ley y donde tiene su residencia la soberanía popular, abominado por quienes solo quieren obedecer a la sharía y reconocer la soberanía de Alá. Y eso explica también la matanza de turistas europeos, que daña a la economía tunecina y ejemplifica el desprecio hacia la vida de quienes no profesan la religión islámica en su versión salafista violenta. El Islam no es la solución, pero solo del Islam puede salir la solución a la resonancia entre religión y violencia que se expande desde numerosas mezquitas y madrasas. El islamismo armado es el fruto, pero el árbol de donde salen sus ideas rigoristas y la savia financiera echa sus raíces en buen número de autocracias árabes. Túnez es la solución, pero la solución no puede llegar de Túnez solo. Túnez es también el último baluarte frente a la ominosa alternativa entre la dictadura y el caos que ha venido garantizando la estabilidad. ¿Vamos a dejar solos ahora a los tunecinos?

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22 de marzo de 2015
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Elegía en el día de la muerte de Moncho Alpuente

Se va un amigo de verdad, Moncho Alpuente, con el que mantuve siempre una cordial amistad, alimentada en una taberna de Malasaña regentada por un hombre llamado Tarzán, donde me reunía a veces con él y con otros para juzgar jocosamente el mundo que nos estaba tocando vivir.

 

Moncho era de una humanidad inquebrantable, y de un saber entre irónico y sibilino que lo convertía en un maestro de la vida. Nunca lo vi alicaído, aunque lo estuvo a veces, y solo en una ocasión lo vi de mal humor.

Conocía Madrid palmo a palmo: su historia, sus secretos, sus enredos, sus luces y sus sombras, y es una pena que nunca escribiera su gran novela sobre Madrid, que sin la menor duda tenía en la cabeza. Poseía el suficiente talento, el suficiente humor y la suficiente insolencia para hacerlo. Y nadie había explorado Madrid con tanta ironía y tanto fervor.

Ahora todos los recuerdos se me agolpan en la memoria, pero sobre todo uno, que tiene además la peculiaridad de ser el último, pues atañe a la última vez que lo vi. No hace mucho tiempo, me hallaba con mi mujer en el intercambiador de Moncloa cuando nos cruzamos con Moncho y su mujer junto a las escaleras mecánicas. Se iban a Segovia a pasar el fin de semana, y estuvimos hablando un rato.

En algún momento de la conversación Moncho me hizo una revelación inquietante que nunca antes me había hecho: tomaba pastillas para reducir la velocidad de su corazón. Moncho tenía una corazón muy veloz y en estado normal latía al doble de velocidad que los demás.

Ahora mismo,

cuando miro el cielo plomizo

y el pasado se torna presente,

tengo la impresión de que la última vez que nos vimos

Moncho estuvo profetizando su fin: el maldito corazón

que hasta hoy había sido más veloz que la muerte.

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21 de marzo de 2015
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La Florida española

Una cosa es que los políticos den ejemplo y otra bien distinta que se pongan de ejemplo, quizás porque están muy necesitados de ellos. Es el caso de Susana Díaz, una mujer a la que los hombres no temen ni desprecian, con Felipe González a la cabeza de su club de fans. Díaz acostumbra a alardear de las muchas horas que trabaja, así como de su claridad moral, de su alta graduación como socialista y servidora de Andalucía (en verdad, no ha tenido otro trabajo en su vida que no haya sido la política). El susanismo se remata con el arte de saberse vender a una misma. No de manera sutil, ni surreal, al estilo de los ingeniosos maestros andaluces del absurdo, sino llana y disfrutona. Abraza “al pueblo” como si fueran primos y sobrinos. Se escucha al hablar, interrogativa, con tan vibrantes golpes de aliteración que la colocan en el módulo de los oradores a los que parece que se les vaya a salir el corazón. Pero también tiene colmillo y experiencia y, de Despeñaperros hacia abajo, tirón popular así como una concentración de poder y competencias nunca vistas. Acostumbra a vestir de blanco y rojo, un color que repiten las políticas más seguras de sí mismas: Saénz de Santamaria, Rita Barberá, Tania Sánchez… Refinó la onda en su melena rubia, pero no escondió sus haches fonéticas, empeñada en hablarle a “la hente”, tan jondamente, con tal quejío, que casi te da pena “la gente”. Según Moreno Bonilla, su contrincante del PP, es un personaje sobrevalorado y soberbio. Los barones socialistas siempre han impuesto su nombre por encima de todos, bien lo sabe Pedro Sánchez; o los sempiternos aspirantes Madina y Chacón, que enseguida tuvieron la sombra de Díaz tapándoles en la foto. Andalucía es hoy el alambre político sobre el que caminan los socialistas españoles, su comunidad flagship. Digamos que hay nervios. Según los sondeos, Díaz ganará las elecciones andaluzas el próximo domingo, aunque con una talla apretada. Asegura que llega con una la ley de transparencia que permitirá a la ciudadanía saber en qué se gastan cada euro: la Andalucía saqueada y la subvencionada, la de los cursos de formación y la de los señoríos de Jerez -los terratenientes mantienen una relación amorosa con las políticas de la Junta-. Y ahí está Moreno Bonilla, que parece un tipo majo a quien Javier Arenas ha empujado en el último minuto para que saliera en la foto. En bandeja ha tenido los eres, los chóferes con cocaína, las sospechas sobre Griñán y Chaves… padres políticos de Susana. Pero ella se ha enfundado el fajín. Ha sido una campaña bronca, con barro e insultos. “Esto parece un tikitaka o más bien Pimpinela”, dijo de ambos Maíllo, el candidato de IU en el segundo debate de TVE. El PP no ha logrado gobernar en más de treinta años ¿cambiarán ahora las cosas? Moreno, licenciado en protocolo según su polémico currículum, ha llegado, con su felicidad y campechanía a disputar la plaza. Andalucía, la Florida española, con más monumentos que Roma y más guitarras que en el Guitar Hall of Fame de Nueva York. Ese sueño. Gais a la greña / Elton John ¡La que se ha armado con las declaraciones del diseñador Domenico Dolce en Panorama! La mitad de Dolce & Gabbana, católico practicante y provocador nato como han demostrado con sus campañas de publicidad -con y sin Madonna-, se declara contrario a los hijos con padres del mismo sexo. Elton John se ofendió: “¿Cómo te atreves a referirte a mis preciosos niños como ‘sintéticos’? Tu pensamiento arcaico no va acorde con los tiempos actuales, igual que tu moda, que nunca volveré a llevar”. Ricky Martin o Victoria Beckham secundaron el boicot de Elton, tachado de “fascista”, según los diseñadores. La perla del bochorno: una foto, un día después, del cantante entrando en el gimnasio con una bolsa de Dolce & Gabbana (que aún no ha quemado). Exquisitos frutos / Gemma Abrié Me la descubrió la agente de Silvia Pérez Cruz, y aprecié lo que hay en su voz de riesgo, terciopelo e innovación. En una escena jazzística internacional amenizada por diosas como Diana Krall, Esperanza Spalding y Melody Gardot, las jóvenes que han bebido de Fitzgerald y Holliday necesitan escenarios. Gemma Abrié, que vive en el Montseny, lleva una década sorprendiendo con su voz y su contrabajo, y el sábado 28 actuará en el ciclo ContraBaix de Sant Feliu de Llobregat junto al guitarrista Vicens Martí. Amiga de los poetas, paladeará Els fruits saborosos de Carner relacionando los diferentes frutos poéticos con estados vitales, desde la pasión o la ternura a la sabiduría. Abrié es una mujer y una voz sin miedo. Anacronismos / Jenny Scordamaglia ¿Qué relación guardan las tetas y los culos con las noticias? Según Miami TV, el canal que aterriza en España, se trata de alegato contra la censura. Así de burdo. El canal busca a presentadoras sin complejos, a las que no les pide el currículum sino una foto en top less. El modelo a seguir es el de la uruguaya Jenny Scordamaglia, que realiza entrevistas con el pecho y el trasero al aire, e incluso anima a sus invitados a que la toquen. “Tenemos un concepto diferente del entretenimiento, liberado de tabúes sociales y compartiendo un mensaje de vida positivo”, ha declarado Jenny. Programas de cocina sin ropa, debates picantes, y telediarios en los que lo que menos importa es la información. Ahorran en vestuario y estilistas, sí, y en neuronas. De Álex a Lee Ranaldo / Christina Rosenvinge Edificó su personalidad artística a comienzos del decenio de 1980 -es decir, hace 30 de sus 50 años- con unos nombres que quedarían grabados en la historia del pop español de todo signo, léase, Ella y Los Neumáticos, Magia Blanca pero, sobre todo, Álex y Christina y, finalmente, Christina y Los Subterráneos. Esta evolución sonora ha corrido pareja a la de su propia personalidad y experiencias vitales, siempre oteando el horizonte. Fue una de las primeras cantantes que se fue a Estados Unidos, donde entró en relación con la escena experimetnal neoyorquina (sobre todo con Lee Ranaldo, de Sonic Youth) que la animó a escribir y cantar en inglés. Su actual etapa artística arrancó en el 2007 con su, también estrecha, colaboración con Nacho Vegas que se fue ampliando hasta convertirse en una de las cantoras de la escena indie española más reconocidas. (La Vanguardia)

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21 de marzo de 2015
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