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Clamavi

No es infrecuente, cuando uno es joven, empeñarse en remediar la maldad y la mentira del mundo. Puedes entonces estudiar derecho y luego escalar en la política. Para otros, esa decisión es imposible porque supone aceptar la maldad y la mentira de buen principio. La política es la maldad y la mentira del mundo en su forma popular. Queda entonces el recurso de rehacer el mundo con las correcciones necesarias. Así, el mundo heroico, sereno, luminoso de Poussin o las humildes verduras de Sánchez Cotán. Ambos rechazan la maldad y la mentira del mundo sin necesidad de estudiar derecho. También los escritores a veces mejoran el mundo, aunque otros se limitan a dejar una copia innecesaria de la maldad y la mentira.

Pero, atención, no es preciso idealizar. La forma negativa puede ser también una rectificación del mundo. El escritor Thomas Bernhard se aplicó en reconstruir su país, Austria, al que odiaba con furor yihadista. No produjo música épica como Strauss, ni cuerpos ornamentales como Klimt, se limitó a inventar una Austria donde pudiera vivirse. Una Austria desnazificada. Por ejemplo, Bernhard escribió un relato en el que, llegada la agonía, Goethe llamaba obstinadamente a Wittgenstein, lo quería a su lado, exigía su presencia. Despidió a Eckermann con malos modos y convocó a gritos a Wittgenstein, el cual no pudo atenderle porque aún no había nacido.

Quizás el hundimiento de Austria se debió a eso, a que Wittgenstein nació demasiado tarde. La presencia del honesto filósofo vienés junto al inventor de la moderna lengua alemana seguramente habría podido salvar a Austria. Su ausencia junto al lecho del Goethe moribundo precipitó a la lengua y la filosofía alemanas en la desesperación y el crimen del siglo XX. No sabría yo a quién llamar cuando llegue la hora.

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16 de junio de 2015
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Los hermanos Strugatsky, más allá de Stalker

            De Boris (1933-2012) y Arkady (1925-1991) Strugatsky, los escritores más importantes de la ciencia ficción soviética, sabía sobre todo que eran los autores de Picnic extraterrestre (1972), la novela breve en la cual se basó Stalker (1979), esa clásica película de Tarkovsky. Como muchos lectores, los estoy descubriendo ahora gracias a nuevas traducciones de su obra al español y al inglés. En los Estados Unidos Melville House, una prestigiosa editorial independiente, ha iniciado su relanzamiento con dos títulos que se cuentan entre lo mejor de un corpus que abarca alrededor de treinta libros: Definitely Maybe (1967) y The Dead Mountaineer's Inn (1970).

            The Dead Mountaineer's Inn es un excelente lugar para comenzar con los Strugatsky y su peculiar mezcla de géneros, su humor de situaciones que remiten a las comedias del cine mudo. La novela se inicia como un divertimento, una parodia de esas novelas detectivescas que tan bien sabía armar Agatha Christie: una posada, un muerto en un cuarto cerrado, ocho sospechosos y un inspector sin muchas ganas de ocuparse del caso. A la posada en un lugar aislado entre picos nevados ha llegado el inspector Glebsky en busca de descanso, para enterarse de la leyenda de un montañista desaparecido años atrás. Del montañista ha quedado un fantasma que deja huellas de sus pies húmedos por las habitaciones de la posada y comete travesuras (hace ruidos, lee el periódico, fuma pipa, esconde los zapatos de los huéspedes). No ha terminado el primer capítulo, y el policial ya insinúa que también tiene filiaciones con la literatura fantástica.

             A medida que el inspector conoce a los huéspedes ---un famoso adivino, un millonario, un físico, etc- y se enreda en diálogos absurdos con ellos y escucha sus bromas ("vine a escalar las montañas, pero no he llegado a ellas todavía porque están cubiertas de nieve"), los hermanos Strugatsky van enrareciendo la atmósfera, creando momentos inquietantes que apuntan a una fisura en el estado de las cosas: nada es lo que parece, y tampoco estamos seguros de qué es lo que parece. Por esa fisura ingresa la ciencia ficción: los extraños visitantes en la posada, ¿son fantasmas, espías o extraterrestres? De pronto estamos leyendo un policial metafísico, en el que ya no importa tanto quién es el asesino como la naturaleza misma de la realidad.

            "¿Se ha dado cuenta, señor Glebsky," dice el dueño de la posada, "¿cuánto más interesante es lo desconocido que lo conocido? Lo desconocido nos hace pensar -hace que nuestra sangre se desplace más rápidamente  y nos lleva a pensamientos deliciosos. Nos hace señas, nos promete cosas. Es como un fuego parpadeando en la oscuridad de la noche. Pero tan pronto como lo desconocido se vuelve conocido, se vuelve tan gris y plano y poco interesante como el resto". Los hermanos Strugatsky son muy buenos para crear el misterio, para apuntar a lo desconocido. El género policial, sin embargo, exige la resolución del misterio, y lo que hace la novela, para que no todo se vuelva gris y plano y poco interesante, es ofrecer una falsa solución, que deja abierta la puerta como para que el inspector Glebsky, y nosotros con él, se quede balanceándose a las puertas del enigma. ¿Novela realista, fantástica, de ciencia ficción o todo a la vez? Definitivamente, quizás.

 

  (La Tercera, 7 de junio 2015)

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15 de junio de 2015
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Nosotras

La naturalidad con la que Lucas Mondelo, entrenador de la selección nacional de baloncesto femenino, declaró ante los micrófonos tras el fragor del par­tido del Europeo que “en la segunda fuimos más nosotras”, encandiló a la plaza. Tantos cantos melifluos acerca del lenguaje sexista empujando tér­minos neutros: (“juventud” en lugar de jóvenes, “ciudadanía” en lugar de ciudadanos y ciudadanas, etcétera) y este hombre suelta un plural femenino inclusivo con la camiseta sudada. “Nosotras”, bien lejos de las carrozas del orgullo gay y de los rímels de Vaquerizo o Bosé. No es la primera vez. Lo suele hacer incluso en sus artículos: “Para nosotras, ese logro no fue más que un impulso¿” (en la revista Gigantes). Con una sobriedad ejemplar, el técnico demuestra varias cosas asumiendo el femenino: que es un gran líder, uno más del equipo, que no puede imponerse diciendo “en la segunda parte del partido hemos sido más nosotros”, ni desentenderse y declarar que “en la segunda parte del partido han sido más ellas”. Al tiempo, evidencia que la empatía es capaz de barrer la corrección lingüística, una especie de superación del sentido común sobre la ortografía a fin de rubricar su sentido de pertenencia. Cuando un hombre adopta el gé­nero femenino, se produce una ligera algarabía. Bien lo saben los gays juguetones con sus nena o sus Mari -ahora se lleva más el Antonia como mote de comadreo-. Un travestismo que el lenguaje sellado tolera mal. En algunas empresas, donde la mayoría son mujeres, he escuchado decir al jefe: “Estamos muy satisfechas”, él era el único varón en la sala y se sentía moderno. Pero ¿impera la corrección o la desinhibición lingüística en una sociedad que sigue siendo representada por estereotipos en el diccionario? “El uso no marcado (o uso genérico) del masculino para designar los dos sexos está firmemente asentado en el sistema gramatical del español, como lo está en el de muchas otras lenguas románicas y no románicas, y también en que no hay razón para censurarlo”, afirmaba el catedrático Ignacio Bosque en un informe sobre el asunto para la RAE. En los últimos tiempos, muchas han sido las instituciones que han editado sus propias guías de lenguaje no sexista, y varias activistas (pocos hombres han combatido en esta trinchera verbal), entre las que destaca la filó­loga y feminista Eulàlia Lledó, han ­señalado que el inmovilismo en la tradición no es una razón de peso válida, como podría demostrar la aceptación durante siglos de la esclavitud como una condición natural. Cierto es que el lenguaje hilado se fundamenta en su economía. Duplicar plurales es can­sino y feo. Forzar el lenguaje para ­feminizarlo tan ridículo como hablar de periodistos o policíos. Hombres y mujeres somos seres humanos. Pero el “nosotras” de Mondelo es otra cosa: ¿o no hemos aprendido aún lo del sexo dominante? (La Vanguardia)

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15 de junio de 2015
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Clientes, los nuevos hinchas

Las críticas al poco aliento del público, en el primer partido del seleccionado chileno, tienen una explicación simple: a estos partidos no van hinchas del fútbol. Ni siquiera se llena de familias, que podían saber poco del deporte pero eran fanáticas del equipo nacional (pasa en todos los países). Los que llenan el estadio ahora son una especie diferente: los clientes.

Quienes estuvimos en el estadio el jueves, en el partido inaugural de la Copa América, lo pudimos ver claro. De pronto, de un par de buses, bajaba un centenar de clientes de una tarjeta de crédito. Una empresa de correo express acarreó más de trescientos espectadores. Una marca de computadores uniformó a varios cientos de asistentes. Un empleado de un banco levantaba un cartel gigante con los colores de su compañía, y al lado se iba juntando un llamativo tumulto de asistentes sponsoreados.

Alguien me contó que a una amiga, que trabaja para una bebida cola, le habían regalado cinco tickets. Otro, que pudo entrar al Nacional gracias a que ganó el sorteo de una telefónica. Dos de más allá venían gracias a ser clientes premiados por un sitio de Internet.

Antes, las entradas se compraban. Hoy, en tiempos del postfútbol, las entradas se consiguen o se ganan.

Quizás se debería investigar cómo se hacen estas ventas masivas a las empresas. ¿También las compran por internet? Cuesta creerlo. Por mientras, con el estadio lleno de clientes, el poco aliento a la Selección se ha hecho más notorio que nunca. Por suerte el equipo ganó su primer partido. El día que Chile pierda, los nuevos hinchas de la Roja ni siquiera se darán el tiempo para pifiar al equipo. Es posible que ahora lleven sus reclamos al Servicio Nacional del Consumidor.

 

 

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15 de junio de 2015
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La España plural ya está aquí

Madrid y Barcelona, en sintonía. El anticatalanismo, en retroceso en las Islas y el País Valenciano. ¿Qué digo? En retroceso en toda España. En Aragón, sin ir más lejos, donde el gobierno saliente humilló a los catalanohablantes con la denominación de la Lapao (Lengua Aragonesa Propia del Área Oriental). Son los últimos meses de la España del PP, rígida y crispada, incapacitada para hablar y entenderse. Se va José Ignacio Wert, el ministro que quería españolizar a los niños catalanes. Lo poco que queda del PP en municipios y comunidades autónomas se lo debe a Ciudadanos, formación surgida de Cataluña y del vacío al que ha llegado aquí el partido que dirige Alicia Sánchez Camacho. Queda la mayoría absoluta y sobre todo La Moncloa, que lo es todo en el país de tradición centralista donde la derecha conserva todavía sus ensueños de uniformismo y autoridad. Allí está Mariano Rajoy, el presidente que se comunica a través de la pantalla de plasma, con una disfunción comunicativa que le iguala con la de su partido. Puede pronunciar las palabras diálogo y pactos, pero está incapacitado para ponerlos en práctica. El PP dialogó y pactó solo cuando lo necesitaba y no podía hacer otra cosa: entre 1996 y 2000. Luego ha perdido los papeles con las mayorías absolutas, la segunda de Aznar, hija del éxito económico y de la prudencia estratégica, y la primera y con toda seguridad única de Rajoy, hija del primer golpe de la crisis y del fracaso de Zapatero. Aunque Rajoy remodele ahora el Gobierno, nada indica que el PP vaya a cambiar a seis meses de las elecciones generales. Al contrario, las reacciones ante los pactos municipales y autonómicos y su empeño en el enfrentamiento con el Gobierno catalán indican que los populares van a morir matando. No están programados para hacer algo distinto y, además, solo tienen capacidad para sacar agua electoral del negro pozo de la radicalización y del frentismo. Se aleja para Rajoy la posibilidad de capitalizar unos éxitos de la economía reconocidos por todos, y por ende la eventualidad de repetir mandato. En caso de que pudiera formar gobierno, debería ser condicionado por apoyos o coaliciones que matizarían su radicalismo y bloquearían su programa más derechista. Han quedado barridos los horizontes simplistas y felices, que prometían echar a los nacionalistas de los pactos en Madrid, sustituidos por las fuerzas emergentes, y que anunciaban grandes coaliciones para bloquear cualquier reforma al alza del Estado de las autonomías. Las elecciones municipales y autonómicas y los pactos posteriores abren una etapa de profundas reformas del Estado. La España plural ya llama con insistencia a esas puertas. En esta etapa nueva queda pendiente la agenda de Artur Mas, desgastada desde hace casi un año, cuando le estalló el caso Pujol y, sobre todo, desde que el soberanismo alcanzó la cumbre con la consulta del 9N. Su próxima gran cita es el 27S, cuando Mas quiere convertir unas elecciones autonómicas en plebiscito de independencia. La nueva dinámica abierta en toda España, también en Cataluña, no ayuda precisamente a esta agenda. La geometría de los pactos demuestra que ni siquiera ERC, no digamos ya la CUP, pueden someterse a la apropiación presidencial del independentismo. La dificultad que tiene el soberanismo, tras la acumulación durante cuatro años de un enorme capital político, es saber cómo gestiona y consolida sus posiciones y no como cumple unos hitos y plazos imposibles al servicio del liderazgo convergente. De cara al 27S, Artur Mas y Mariano Rajoy se hallan hermanados por intereses similares. A ambos les conviene tensar la cuerda. Todo lo que sea amenazar a Mas con las penas del infierno dará votos en el electorado del PP más fiel y radical. A su vez, las amenazas reafirman y prometen votos al abanderado del proceso y a sus argumentos sobre la baja calidad democrática de la España constitucional. Mas puede esgrimir incluso el recurso último de una declaración unilateral de independencia ante el callejón sin salida que le ofrece Rajoy. Todo esto explica los silbidos del Nou Camp a un Rey desprotegido por un presidente español ausente y la media y frívola sonrisa de un presidente catalán olvidadizo respecto a la reciprocidad del respeto: solo te respetan si tú también respetas. Ni uno ni otro debieran cerrar los ojos ante la nueva realidad. A pesar del PP, desde el sábado hay una mano tendida hacia Cataluña, que Cataluña no puede despreciar.

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15 de junio de 2015
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Series: no literatura, sino storytelling

 Estos días mi blog "Diario de Lecturas" cumple 10 años. Nunca pensé al abrirlo en 2005 que llegase a ser una parte tan importante de mi trabajo y de mi vida. Para celebrarlo (pues me ha dado muchísimas alegrías) publicaré varios post largos y controvertidos a lo largo del año, y no descarto alguna sorpresa. Os doy las gracias de corazón a quienes habéis leído las entradas, que tanto trabajo me cuestan. Comienzo con un post que va a ser impopular, creo, desarrollando una conferencia reciente donde cuestionaba la consideración literaria o artística de las series de televisión, sugiriendo algunas explicaciones sobre su extraño auge actual que van más por lo económico que por lo artístico... Preveo que habrá un interesante debate donde se desatarán las furias seriófilas. Lo siento, pero debo las cosas como las pienso, a ello debo el poco prestigio que tengo. Enlace:

http://vicenteluismora.blogspot.com.es/2015/06/por-que-llamar-las-series-arte-cuando.html

 

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13 de junio de 2015
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Las buenas chicas malas

Kate Moss logró transcender su destino: el de una inglesa de barrio, de Croydon (al sur de Londres), como Amy Winehouse. Minifaldera, rockera y tatuada como sus vecinas que mascaban chicle y se estrenaban precozmente en beber vodka, se erigió en icono de los noventa gracias a un anuncio de Calvin Klein y un cuerpo que aún no se había desperezado de la resaca adolescente. Pero no había otra igual. Bajita, con el mohín torcido, la piel blanca, pecas que parecían pintadas por Klimt y el pelo lacio, lucía ese erotismo propio de la mujer despeinada que se despierta con la parte de arriba de un pijama de hombre. Como pocas se salvó del estigma que penalizaba a las mujeres pequeñas, y alargó la juventud hasta difuminar su frontera: una teenager de 40 tacos que tanto se sube al yate de los Cavalli en Eivissa como en los vuelos low cost para no faltar en las fiestas de la jet trash. Y allí, entre indolencia, urgencia y resistencia, demuestra la máxima de la gran Mae West: ?Las chicas malas van a todas partes?, aunque pasadas de copas. Pero, ¿por qué se conservan en los cajones tantas fotos de famosas drogándose, y en cambio las suyas salen prestas en los tabloides, agigantando su fama de mujer agarrada a un estupefaciente? ¿Por qué no se ha procurado buenos padrinos de los que untan y emblanquecen la reputación? Tras el incidente en el avión de esta semana ha salido un vídeo en el que, junto a Marc Jacobs, imitaba un viral en el que el youtuber Lohanthony canta: ?Tengo un anuncio que hacer: sois idiotas?. Justo lo que le gritaba a la piloto del avión sin business class del que la desembarcaron. Dato económico: Moss sigue ganando más de 10 millones de libras al año. En las antípodas de ese walk on the wild side, pero tan hermética, libre y elegante, se sitúa otro símbolo imperecedero del estilo: Isabel Preysler, capaz de mantener conversaciones dignas de los salones del XVIII. El otro día, en Madrid, le decía a una mujer con retranca: ?Tratándose de usted, querida amiga, no me sorprendería nada que ocultara un pasado oscuro?. A nadie se le había armado tanto escándalo por el número de baños de su casa, hasta el extremo de considerarse ?el gran meadero?. Veleidades de clase, comparadas con su biblioteca, un auténtico monumento que alberga las obras completas de Voltaire, los ensayos de Paul Feyerabend, uno de los autores favoritos de Boyer, y, curiosamente, toda la obra de Mario Vargas Llosa. El anuncio oficioso de ¡Hola! de la amistad entre ellos, ha arrebatado a España entera. Capaz de hacer sentir a sus invitados príncipes y zarinas, la discreción siempre ha sido su sello, pero la ironía y una transgresión chispeante también le han pertenecido. Hace años, Vargas Llosa escribió: ?Las mujeres hermosas no salen en revistas, las ojean en el médico? Y se tragan el fútbol a cambio de un beso?. Pero Preysler es de las que sólo traga si quiere, poseedora del don de despedirse lanzando besos pequeños. Pasión por la vida / Pedro Zerolo

Era un hombre delicado y a la vez combativo, dos características difíciles de acompasar, y más en un político. Ojos abiertos como platos y ese acento isleño que siempre facilitaba las cosas. Coincidimos unas Navidades en Venecia comiendo un plato de lentejas, porque el activista pro igualdad, símbolo de la causa gay y con las convicciones a pecho descubierto, también era un hombre exquisito que paseaba entre jardines decadentes y palacios abandonados. Empujó la ley del matrimonio homosexual (una de las escasas ocasiones en que España ha sido pionera en algo). Y cuando asesinaban a una mujer, sólo por ser mujer, se ocupaba de que permaneciera su memoria. La que ahora le debemos a quien luchó contra el cáncer de pie, con la cabeza alta. Letras con ron / Leonardo Padura

Pluma cubana como pocas, diestro en combinar lo criollo con el refinamiento propio de quien nunca tuvo prisa y decidió quedarse en la isla para dedicarse a escribir durante y de un periodo crucial en la historia de su país ?además de conjugar el verbo resolver que tantas horas ocupa a quienes viven en la isla? . Como en compaginar la novela con el periodismo o los guiones de cine. Leonardo Padura ha sido merecedor del primer premio Princesa de Asturias de las Letras, una excentricidad que lleva el nombre de una princesita de nueve años, que él celebrará bebiendo ron y fumando habanos. La suya es, como él mismo ha confesado, ?una relación muy visceral con la idiosincrasia cubana?. Afortunadamente. El primer consorte / Felipe de Edimburgo

El de consorte es un papel ingrato, y más cuando al lado se tiene a alguien que derrocha poder y autoridad, además del cariño de la mayoría de sus súbditos: Inglaterra entera, ha soñado con tomar el té con la Reina. Quizá por eso Felipe de Edimburgo, que cumple estos días 94 años, amigo del polo, los barcos, las faldas y la caza, acostumbra a decir en voz alta lo que se le pasa por la cabeza: desde preguntarle a una anciana, cubierta con una manta de aluminio, si la iban a ?meter en el horno? hasta confesarle a una joven y vistosa compatriota que podrían arrestarle por bajarle la cremallera, o considerar que todo lo foráneo es ?raro? y peor que lo británico, cuando él nació en Grecia y por sus venas corre sangre danesa y germana. Los huraños suelen tener razones para serlo. (La Vanguardia)

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13 de junio de 2015
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