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Una propuesta arqueológica

Por 8 de julio de 2015 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

Murchante, del romance navarro Murchant, derivado a su vez de mercatans mercatantis (*mercatante), participio de mercatare, de mercatus. Es uno de los muchos casos, como el vecino Monteagudo, en que el nombre romance se conservó a pesar del dominio árabe. Es posible que remita a un antiguo mercatus de época romana, porque se han hallado restos romanos y monedas de la época de Antonino Pío. El pueblo está en una meseta en la margen izquierda del río Queiles (de Chalybes, “acero”, nombre griego de gran resonancia clásica mencionado por Justino y Plinio; de hecho algunos recordamos que el nombre popular del Queiles sonaba más bien “Cailes”, al menos en Tudela).
 
Entre las virtudes de la gente de Murchante, está la de preservar la memoria de la romería a la ermita de la Virgen de Mis Manos, ahora que ya no acude nadie más que ellos y las ruinas apenas se distinguen. El lugar ha sido venerado desde tiempo inmemorial y hasta el siglo XVI mantuvo el carácter de “trescantos”, como vértice de una estructura triangular del territorio que entonces se refería a las lindes de los términos de Tudela, Corella y Alfaro, pero que remite a algo mucho más antiguo: los santuarios de culto intercomunitario de la Edad de Bronce. 
 
En la ermita de la Virgen de Mis Manos se entrevistaron Juan II y su hijo Fernando el Católico cuando andaban reñidos, en 1476 se firmó la concordia y tregua de la guerra entre agramonteses y beamonteses, y hasta el siglo XVIII era el lugar donde los regidores dirimían los prendimientos de ganado y otras diferencias. ¿Por qué se celebraban en ese lugar, que no estaba poblado y no tenía más que una ermita humilde, tratados, juicios y encuentros tan importantes? ¿Qué clase de memoria se preservaba popularmente referida a ese lugar, para que, sin que ningún historiador lo explique, se tuvieran que hacer justamente allá pactos y acuerdos solemnes entre facciones? Notemos que en 1476 el conde de Lerín representaba en la guerra civil que ya duraba diez años a Pamplona, Viana, Lumbier y Lerín, entre otras poblaciones, y mosén Pierres de Peralta, a Tudela, Estella, Olite y Tafalla. ¿Por qué tenían que reunirse y firmar la concordia en la Virgen de Mis Manos?
 
Aunque consta alguna grafía dudosa como Mirmanos y, desde luego, está la popular de Mis Manos, el nombre antiguo era Mimanos, ¿qué querría decir?
 
El correspondiente céltico a la fórmula Minerva Memor (la diosa Minerva de la memoria) era la diosa Menmanhia (del indoeuropeo men-nm ‘memoria’, ‘pensamiento’). En la Galia Narbonense y la Céltica se han hallado inscripciones que aluden a las Menmandutiae y las Minmantiae, diosas de la memoria, y en la Lusitania se encontró una dedicada a Mermandicios y otra a Mermandios, dioses de lo mismo.
 
En el tercer bronce de Botorrita, que también da cuenta de un acuerdo en “trescantos”, hay un nombre Melmanios probablemente derivado de un *Menmandios. Según esto, Mimanos podría derivar de un antiguo *Mi(n)man(di)os que sería un dios celtibérico de la memoria, pero podría emanar a su vez de otra divinidad más antigua perviviente en el lugar desde la Edad de Bronce.
 
Digo todo esto para ver si contagio a algún funcionario de la sabiduría foral, arqueólogo municipal o semejante, porque se impone una excavación arqueológica, seguro que salen cosas memorables.
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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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