El Premio Nobel francés Patrick Modiano tiene nueva novela
Para que no te pierdas en el...

El Premio Nobel francés Patrick Modiano tiene nueva novela
Para que no te pierdas en el...
?¿Se puede exigir la verdad a un escritor, cuyo trabajo es urdir ficciones y hacer creíble lo...
Si alguno de ustedes es un joven escritor y lee estos consejos, probablemente no aprenderá nada,...
La escritora mexicana Guadalupe Nettel consiguió el premio Herralde de Novela 2014 por Después del...
Ricardo de Querol, para ?Babelia?, ha escrito un extenso artículo sobre la generación más joven de...
Valen los argumentos que aporta la memoria, pero debidamente situados en el paisaje de su tiempo. Sí, en 1953 Alemania vio condonado un 62 por ciento de su deuda, gesto imprescindible para el milagro económico y base de partida de la primera superpotencia geoeconómica europea de hoy. El mundo se hallaba entonces en plena guerra fría, un régimen de competencia menos pacífica de lo que parece entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, con el mapamundi dividido en dos áreas de influencia, acordadas en la cumbre de Yalta, en 1945, a pocos meses de la victoria sobre Hitler. Y esa guerra fría había empezado a partir de otra guerra caliente nada menos que en Grecia, en la que se enfrentaron desde 1946 hasta 1949 el gobierno monárquico instalado por los aliados y las guerrillas comunistas que habían combatido al nazismo, apoyadas por Albania, Yugoeslavia y Bulgaria. Primero fue Churchill quien denunció el Telón de Acero que estaba cayendo sobre la mitad de Europa, en su famoso discurso de Fulton (Misuri) en 1946. El mismo año, el diplomático George Kennan escribió desde Moscú su telegrama largo, que luego publicó con la firma X en la revista Foreign Affair's, en el que se definía el peligro soviético y cómo contenerlo (The Sources of Soviet Conduct). Pero quien hizo la definición política al año siguiente fue el presidente Truman en un discurso ante el Congreso en el que defendió, precisamente, la intervención militar y la ayuda económica a Grecia para impedir que cayera bajo la influencia de Moscú. La Doctrina Truman tiene como objetivos primeros a Grecia y Turquía, los dos países que podían dar a Stalin el entero manojo de llaves del Mediterráneo y de Oriente Próximo. De ahí siguió su inclusión en el Plan Marshall y su incorporación a la OTAN. Walter Lippmann, el periodista de referencia de la guerra fría, lo cuenta con pasmosa claridad: ?Hemos escogido Turquía y Grecia no porque tengan una necesidad especial de ayuda ni porque sean ejemplos brillantes de democracia, sino porque son las puertas que se dirigen al mar Negro, en el corazón de la Unión Soviética?. Lo que benefició entonces a Grecia la siguió beneficiando más tarde: se incorporó a la OTAN en 1953, fue el primer país con un acuerdo de asociación europeo, el primero de la ampliación mediterránea y también adoptó con apenas dos años de retraso, y al parecer indebidamente, la moneda única en 2001. También es el país más beneficiado en fondos per cápita del presupuesto europeo, aportado sobre todo por los alemanes, en forma de ayudas agrarias y de cohesión para los países mediterráneos. Grecia sigue todavía en cabeza, aunque por otros motivos: primer país de la OTAN y de la UE en suspender pagos al FMI; primero en vías de salida del euro, la moneda que iba a ser irreversible. Y en un momento político especial en la dinámica del poder mundial: cuando regresan unos aires de guerra fría que refrescan la memoria acerca de los motivos de Washington para proteger a Grecia y de los motivos de Grecia para obtener sustanciosos beneficios de la Doctrina Truman.
Se cumplen cien años del nacimiento del dramaturgo norteamericano Arthur Miller y Marco Ordóñez...
La directora Rossana Díaz Costa, quien dirigió Viaje a Tomboctú, cumplirá el sueño que tiene desde...
Laeticia Rovecchio Antón ha entrevistado a Andrés Neuman para la revista de literatura Pliego...
Calor de tontuna, que adormece las manos y expande su hormigueo hasta la planta de los pies. Calor que arrebata la mañana blanca, el día por estrenar al privarlo de brisa: más de treinta y cinco grados a la hora del primer café. Cómo echamos de menos las corrientes: el cruce de aires que produce una especie de frescor mentolado parecido al dentífrico. Calor de derrota, de hastío; calor resignado, hacedor de un sentimiento de prórroga que no quiere entender nada de urgencias, ni siquiera urgencias de amor. Yacer, desmayarse, contar las horas que faltan para que regrese el movimiento que ha paralizado el paisaje y bailen de nuevo las ramas de los árboles, y vuelvan a correr gatos, perros y runners. ?¡Qué calor!?, decimos en el ascensor, en la oficina, en el tren… Desconocidos pero solidarios ante este clima que rigoriza el guión para azotarnos. El calor insiste en descomponer al viandante que, sin saber cómo, avanza con los bolsillos del pantalón vueltos hacia fuera, la camiseta empapada, y las sandalias ennegrecidas por el asfalto que se funde. Sofocado, con el reverso de la mano intentando secar la frente, el paseante musita que la atmósfera es irrespirable, ardiente. ?Mejor no moverse?, aconsejan las viejas del barrio de Santa Cruz cuando Sevilla arde a más de cuarenta y cinco grados a la sombra. La lucha frente al calor es un arte: cubos de agua para mojar el piso de buena mañana, corrientes cruzadas que baten repetidamente los porticones, trapos húmedos por toda la casa. En los lugares de clima de contraste saben bien cuántos estragos causa la calima, sobre todo si llega antes de hora. Granjas de pollos convertidas en cementerios porque se averió el aire. La sed de los animales produce desazón, mientras que la humana es pura rendición y derrota. Calles sin un alma, tiendas cerradas, viviendas que invitan a todos sus fantasmas, reales e imaginados, a vagar entre sombras. El calor altera, enloquece. Tennessee Williams y Elia Kazan, que empaparon aquella camiseta de Brando que aún enciende pasiones en Un tranvía llamado Deseo, podrían corroborarlo. Y es imborrable también la búsqueda bigger than life de aquel marido que atraviesa desiertos a los acordes de Ry Cooder en Paris, Texas. O el ?Riégueme, riégueme más?? ardoroso de Carmen Maura en La ley del deseo. Camus mostró en El extranjero el calor catalizador de lo peor del ser humano. Y Bulgákov eligió un día de bochorno para que el diablo se corporizase en Moscú. Porque los seres humanos edificamos sueños y rascacielos, pero cuando el termómetro se dispara nos convertimos en unos malhumorados sonámbulos que pierden el sentido de la vida. (La Vanguardia)