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La guerra de Winslow

1.

 

La aparición en 2005 de The Power of the Dog supuso una conmoción: si bien la "narcoliteratura" gozaba ya de gran fuerza en Colombia tras la publicación de Leopardo al sol (1993), de Laura Restrepo, y La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, la obra de Don Winslow se presentaba como el primer -y, hasta ahora, más ambicioso- fresco sobre el tráfico de drogas en México, desde sus orígenes en Sinaloa, a principios del siglo XX, hasta los noventa; y, además, no era obra de un mexicano sino de un gringo especialista en novela negra.

            Enfrentando a un rudo agente mexicano-estadounidense de la DEA, Art Keller, con un sanguinario capo del narco, Adán Barrera, en un duelo con tintes metafísicos, Winslow se contraponía el entramado social y político, cuyo pivote era el asesinato de Ernie Hidalgo (Enrique Kiki Camarena), con sus personajes. Valiéndose de una amplia documentación -por desgracia limitada a materiales en inglés-, El poder del perro describía el auge y desarrollo de los sucesivos cárteles y capos, así como sus relaciones con los gobiernos mexicano y estadounidense.

            Pocos meses después de la aparición del libro, el presidente Calderón lanzó el primer Operativo Conjunto en Michoacán, una estrategia que deslizó a México hacia un sinfín de batallas entre los cárteles y las fuerzas de seguridad; resultaba natural que, siguiendo la lógica del género, Winslow continuase su relato con The Cartel (2015) una novela que vuelve a ser el primer -y, otra vez, más ambicioso- fresco de nuestras fallidas guerras contra el narco. Y que, según se anunció esta semana, se convertirá en una película dirigida por Ridley Scott.

            La novela se inicia -muy apropiadamente- con la fuga de Adán Barrera (ahora convertido en trasunto de El Chapo Guzmán) de Puente Grande y la decisión de Art Keller de regresar a cazarlo. La confrontación entre estas dos figuras que se comportan como fuerzas de la naturaleza le permite trazar a Winslow un vasto -y bastante riguroso- panorama de nuestra época que, como había ya intuido Yuri Herrera en su magnífica Trabajos del reino (2004), se lee como una crónica medieval de las luchas entre un puñado de señores feudales (los capos) y un rey alicaído (el gobierno federal).

            En una nota, Winslow advierte que The Cartels es una novela "basada en hechos reales". Así es, pues, como debemos leerla, pero sin olvidar que la ficción -que, como advertía Juan José Saer, no es lo contrario de la realidad- permite entender mejor nuestro mundo, sus dobleces y zonas oscuras, gracias al poder de la imaginación y la capacidad de enhebrar tramas íntimas y públicas de un modo vetado a historiadores, politólogos o sociólogos. Hecha esta advertencia, resulta particularmente interesante observar la lectura que hace Winslow de los aterradores años de plomo que hemos vivido desde el 2006.

            Justo en ese año se inicia su historia. El PAN se encuentra en el poder pero teme que López Obrador -quien figura con su nombre, como Calderón- pueda ganar las elecciones. Para impedirlo, el presidente Amaro y su esposa (que se corresponderían con los Fox) pactan una alianza con el Cartel de Sinaloa, dirigido por Barrera y los hermanos Tapia (el Chapo y los Beltrán Leyva) para financiar la campaña. Una vez que Calderón obtiene la presidencia, lanza la Guerra contra el Narco para derrotar a los enemigos de quienes lo han financiado, es decir, el Cartel del Golfo, el Cartel de Tijuana y más adelante Los Zetas.

            La tesis principal de The Cartel es que, a lo largo de todo el sexenio pasado, hubo una alianza del más alto nivel entre el Cartel de Sinaloa y el Gobierno, bien por conveniencia mutua, bien porque El Chapo disponía de infiltrados en el gabinete, empezando por el secretario de seguridad pública Gerardo Vera (es decir, Genaro García Luna). La versión no es nueva y no tenemos por qué aceptarla más que como una ficción, pero leerla aquí no deja de resultar estremecedor.

            En mi siguiente artículo volveré a ocuparme de Winslow, pero concluyo aquí diciendo que, si la novela se titula The Cartel, no es porque se refiera en exclusiva a las organizaciones criminales que hemos bautizado con este nombre, sino porque tanto el gobierno de México como el de Estados Unidos, y sus políticos, agentes y policías, forman parte de esa siniestra maquinaria de corrupción que se ha cobrado cien mil vidas por defender la prohibición de las drogas, una idea que todos los involucrados reconocen como cínica y absurda. 

 

2.

 

A diferencia de la mayor parte de los novelistas mexicanos que han abordado la Guerra contra el Narco, Don Winslow ha construido un fresco con ambiciones épicas. (Hay que señalar, sin embargo, que es una vergüenza que Knopf no haya contratado a un lector mexicano para revisar las incontables erratas en español del libro.) Sin rozar las alturas artísticas de Guerra y paz -a fin de cuentas parte de la tradición más acotada de la novela negra-, The Cartel busca estudiar todos los ángulos del problema, al tiempo que propone una explicación ficcional, aunque no por ello inverosímil, de cuanto nos ha ocurrido desde el 2006.

En El poder del perro se advertía ya esta visión de conjunto y lo que podría haber derivado en una gran novela policíaca en un entorno exótico se transformó en un recuento global, enmarcado en las batallas entre un capo prototípico, Adán Barrera, y su némesis, el agente de la DEA Art Keller. En The cartel esta ambición se torna aún más consciente; por ello, además de la anécdota central, Winslow se adentra en una historia paralela, protagonizada por un grupo de periodistas de Ciudad Juárez, lo cual le permite explorar las consecuencias de la guerra en esta ciudad.

            Sin revelar los secretos de la novela -aunque prevengo sobre algunos spoilers-, baste decir que su aproximación no podría ser más pesimista. No sin razón la novela está dedicada a una larga lista de periodistas asesinados o "desaparecidos" en México, la cual termina diciendo, además, que hay muchos "otros". The Cartel deviene, por momentos, novela social. Por una parte, describe las arduas condiciones de vida de la población, víctima constante de los cárteles y del ejército; y, por otra, la desigual batalla de reporteros y editores por narrar lo que ocurre.

            Amenazados o comprados por los distintos actores en pugna, la mayor parte de los periodistas no tiene otra salida que servir a intereses ajenos. Pero frente a este amplio sector obligado a participar en el juego, Winslow no deja de oponer unos cuantos idealistas dispuestos a morir con tal de exponer la verdad. Destaca, en particular, su retrato novelístico del Diario de Juárez -que en un editorial se atrevió a exigir reglas claras a los cárteles-, así como del "blog del narco", aquí llamado Esta Vida.

            Por la novela circulan los escenarios y protagonistas de nuestras guerras, en particular el surgimiento de Los Zetas y La Familia Michoacana, y las alianzas y traiciones palaciegas entre los Cárteles de Sinaloa, Tijuana y el Golfo y los intríngulis de nuestra vida política de los últimos años. El presupuesto central, como señalé antes, es que Adán Barrera (convertido en El Chapo) se alía con el presidente Amaro y su esposa (los Fox) para financiar la campaña de Calderón. Y, una vez que éste triunfa, el gobierno lanza una guerra que en realidad es contra ciertos narcos, es decir, los enemigos del Cártel de Sinaloa.

            Para operarla, aparecen el secretario de seguridad pública, Gerardo Vera (Genaro García Luna) y el director de la SIEDO, Luis Aguilar (José Luis Santiago Vasconcelos). Vinculado con ambos, Keller terminará por descubrir que el primero en realidad está a sueldo de Barrera (por 500 mil dólares semanales). Cuando el agente de la DEA comparte esta información con Aguilar, éste decide denunciar a su compañero, pero su avión oficial cae derribado en la ciudad de México: un episodio que recupera el incidente en el que fallecieron el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y el propio Santiago Vasconcelos.

Ante el fracaso de esta fase de la guerra, Estados Unidos y México cambian de estrategia: forman un cuerpo militar de élite en la Marina y, en vez de perseguir a los Zetas, deciden ajusticiarlos como a yihadistas. Así es como son capturados o asesinados Heriberto Ochoa (en la realidad el Lazca) y el Z-40: otra vez, los mayores enemigos de Barrera/El Chapo. Y en el proceso todos, Keller incluido, venden su alma.

            Lo más desolador tras la lectura de The Cartel no es que la corrupción provocada por el narco sea imposible de detener, o que la "guerra" se haya perdido desde el inicio, sino que tantas y tantas muertes -de personajes que la novela nos permite conocer de cerca- resulten tan vanas y tan inútiles. Sólo por ello los políticos de México y Estados Unidos deberían leer este libro indispensable, pues hasta el momento ninguno de ellos se ha atrevido a proponer con seriedad la única solución al problema: la legalización de las drogas.  

 

Twitter: @jvolpi

 

 

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11 de agosto de 2015
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Llamado a las nuevas plumas

Por quinta vez se lanza una convocatoria el Premio Nuevas Plumas de crónicas inéditas y en español. Hasta ahora, más de 600 autores se han sumado a la caravana. En esta nueva edición la fiesta final será, nuevamente, en la Feria del Libro de Guadalajara.

 

Si quieres participar, aquí está la convocatoria oficial: 

 

 

CONVOCATORIA Y BASES V PREMIO NUEVAS PLUMAS
Con el fin de promover el periodismo narrativo en América Latina, la Escuela de Periodismo Portátil, la Federación de Estudiantes Universitarios, el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades y la Universidad de Guadalajara lanzan la quinta edición del premio Las Nuevas Plumas. Concurso de Crónicas Inéditas en Español.

En esta quinta edición colaboran: Anfibia (Argentina), Barrio Antigüo (México), Etiqueta Negra (Perú), Gatopardo (Internacional), SoHo (Colombia), HoyxHoy (Chile), Mamborock (México), Los Ángeles Hoy (Estados Unidos) y Cuadrilátero (México).

En la primera edición, Federico Bianchini resultó ganador con su trabajo "Hombre que nada". El jurado estuvo conformado por Juan Villoro (México), Julio Villanueva Chang (Perú) y Juan Pablo Meneses (Chile).

Para la segunda edición, Eliezer Budasoff resultó ganador con la crónica "El hombre que se transformó en espejo". El jurado estuvo conformado por Alberto Salcedo Ramos (Colombia), Alejandro Almazán (México), Marcela Turati (México) y Juan Pablo Meneses (Chile).

En la tercera edición, Martina Bastos resultó ganadora con su trabajo "La gran mudanza". El jurado estuvo conformado por Martín Caparrós (Argentina), Javier Valdéz (México) Juan Villoro (México) y Juan Pablo Meneses (Chile).

Para la cuarta, Cristian Velasco resultó ganador con la crónica "La primera noche". El jurado se conformó por Diego Osorno (México), Felipe Restrepo (Colombia), y Federico Bianchini (Argentina).

La convocatoria es emitida por La Federación de Estudiantes Universitarios, la Escuela de Periodismo Portátil, el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades y la Universidad de Guadalajara y Permanecerá abierta hasta el 30 de Septiembre de 2015.

La ceremonia de premiación se realizará en el marco de la XXIX Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
 

 

AQUÍ LAS BASES DEL PREMIO

 

 

 

 

 

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10 de agosto de 2015
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Aute y Gil de Biedma: una historia de Manila

Gumersindo Aute y Amparo Gutiérrez-Répide se conocieron en Manila. Él era un joven sin pereza que había llegado desde Barcelona, enviado por la compañía Tabacos de Filipinas. Ella era una dama española ?madre valenciana, padre de Santander? afincada en la excolonia, que hablaba tagalo e inglés: ?La mujer más bella de Oriente?, no se cansaría de repetir, desde que la conoció, el poeta Jaime Gil de Biedma. En 1943, de la unión de la pareja, nació en la capital Luis Eduardo Aute Gutiérrez, un bebé acunado por los bombardeos estratégicos de las fuerzas de liberación al mando del general MacArthur, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en el Frente del Pacífico del Sur. La 1.ª División de Caballería, en el norte, el 8.º de Caballería, en la zona de la universidad, la ubicua 37.ª División de Infantería y la 11.ª División Aerotransportada, en el sur, cercaron Manila durante un mes, batallando contra las tropas de defensa lideradas por el general Yamashita, hasta entrar en la ciudad y tomarla calle por calle, casa por casa. El historiador norteamericano Robert R. Smith describe el estado en que quedó Intramuros con lacónica precisión: ?prácticamente arrasada?. ­Aute, hombre de meditaciones, estilográfica y cigarrillo, recuerda aquellos ?escombros y más escombros?. Qué efecto debe de pro­ducirse en la memoria más subterránea cuando uno de los recuerdos infantiles es el de haber sobrevivido escondido con tus padres ?debajo de una cama, tapados con colchones, en el Hospital General. Había muertos alrededor, y el olor a muerto es algo que se me ha quedado grabado?. Cayeron alrededor de 150.000 civiles. Años después, en el colegio de los Hermanos de la Salle, el niño Aute sacaba malas notas menos en dibujo. A los ocho años ya quería ser pintor. En Manila, la ciudad más bombardeada en la Segunda Guerra Mundial después de Dresde, no había casi nada que hacer: ni siquiera había ciudad. Sólo había quedado intacta una librería cerca del Malecón, donde padre e hijo solían pasar las tardes. ?Mi padre iba por allí para ver revistas y yo me sentaba en una mesa donde había libros de arte, y me quedaba admirado con los cuadros de los pintores clásicos. Empecé a copiar las pinturas renacentistas, de Rubens a Botticelli. La maja desnuda de Goya me impactó mucho, sentí lo voluptuoso, lo obsceno, el vello púbico…?. En la casa entraba y salía gente, españoles que traían noticias de un país de estropajo y mordaza. Entonces Gumersindo era el jefe de la Sección de Compra de aceite de coco en Tabacos de Filipinas, y un joven Jaime Gil de Biedma, hijo del director de la compañía, viajaba con frecuencia a supervisar la tabacalera, hasta que en 1956 se instaló en Manila, en calidad de abogado y secretario general de la compañía, para realizar un informe sobre la administración general en las islas y su legislación. También escribiría el diario Las islas de Circe, que mantuvo inédito hasta su muerte y que junto al Diario de un artista seriamente enfermo, publicado en 1974, componen el volumen Retrato del artista en 1956 . ?Sin el viaje a Filipinas no me hubiera propuesto escribirlo, es verdad; pero a veces me sorprendo sospechando que si no hubiese llevado un diario no hubiese caído tuberculoso al regresar a España. Era necesario que algo ocurriese. Mil novecientos cincuenta y seis me parece un año simbólico y decisivo, y en gran parte lo atribuyo al diario?, confesaría el poeta años más tarde. Por aquel entonces, al padre de Aute ?con su familia? ya lo habían mandado de regreso a Barcelona. ?Las cosas salieron mal?, recuerda el artista. Años más tarde, cuando ya había triunfado sobre los escenarios, en sus visitas a Barcelona se reencontraba a menudo con Gil de Biedma: ?Casi siempre en Bocaccio, solía estar con Salvador Clotas, y hablábamos de poesía y de Filipinas. Era un placer conversar con él. Fue un poeta que logró la lúcida esencialidad de la poesía?. Una noche, el autor de Según sentencia del tiempo y En favor de venus le contó un proyecto: quería que él musicara algunos de sus poemas y otros de Manuel Machado para que los cantara Marisol. Había escuchado su último disco, que reunía nueve canciones compuestas por Aute exclusivamente para ella, y se había decidido a hacer realidad una idea que desde hacía tiempo le rondaba la cabeza: que Marisol le pusiera voz a sus versos. Antes, haría falta recordar qué podía representar Marisol para talantes como los protagonistas de esta historia. ?Marisol, nuestra Marisol nacional, esa especie de Brigitte Bardot adolescente en que se ha convertido la niña?. Así la introducía Paco Umbral en una semblanza de ella, Sociología de una ninfa, publicada en 1969 e inspirada en el ensayo que Simone de Beau­voir dedicó al fenómeno Bardot (Brigitte Bardot y el personaje de Lolita, 1965). El entorno de la musa y sus fans le pusieron verde por presentarla como lo que era, un fenómeno mediático cocinado por los Goyanes para conseguir el éxito de otros niños prodigio de la época, como Pablito Calvo o Joselito. En una columna posterior, en El País, en 1982, el autor de Mortal y rosa describía el paso de la niña prodigio a la mujer rebelde que pretendía matar al personaje: ?El pelo de Marisol, Pepa Flores, entre el platino/Goyanes y el castaño oscuro original, en un término medio, es un rubio pasado por la sombra del pesimismo?. ?Fue una larga tarde de verano, creo recordar, de hace algo más de treinta años?, relata Luis Eduardo Aute. ?Jaime, Pepa, Gades, mi mujer y yo nos encontramos en su casa de la calle Capitán Haya. Fue un encuentro amable, insólito en el sentido de que Jaime conoció personalmente a Pepa, a quien admiraba, además de como actriz, por la gran personalidad de su voz?. En aquella reunión de artistas genuinos se habló de poesía y de canciones, de la relación entre ambas, de la voz grave y cálida de Pepa, que Jaime encontraba muy adecuada para cantar sus poemas, también de cine. ?La conversación entre ambos fue, sobre todo, una exaltación por parte de Jaime de las cualidades interpretativas de la voz de Pepa. Esta recibía esos elogios con emoción y con mucho pudor. Luego hablamos de la diferencia entre poema y canción… y también de danza, de flamenco, de coreografías… Gades estaba presente en todos los sentidos?. El reto propuesto por Gil de Biedma les parecía a todos emocionante y encantador, aunque Aute incide en que Marisol era ?una persona muy tímida, con indisimuladas incertidumbres, y ya con la intención muy clara de alejarse definitivamente del mundo del espec­táculo. Intención que Gades apoyaba?. Los Aute viven hoy muy cerca del parque de la Quinta de la Fuente del Berro de Madrid, que celebra el talento de poetas exquisitos, de Bécquer a Pushkin. Mientras desgranamos recuerdos de un tiempo que hoy parece tan extraordinario como lejano, hacemos buena aquella frase de Shakespeare según la cual ?el pasado es un prólogo?. Al menos para nuestra historia de versos y acordes, de vivos y muertos, de olvido y recuerdo. La casa de los Aute es una especie de pequeño museo en el que el tiempo y el arte se han entrelazado para crear una atmósfera tan excelsa como irónica, oriental y afrancesada, una parada obligada para la bohemia artística de primer orden, donde hay dedicatorias desde Paul Bowles ??por favor, mándenme la canción?, firma en un dibujo? hasta las afectuosas dedicatorias de Ernesto Sábato. En las paredes cuelgan diversos dibujos de pintores, entre ellos, una cuartilla del Hotel Scribe de París, donde Jean Cocteau escribe: ?À Marichu Rosado, salut amical? junto a uno de sus esbozos característicos. Armarios antiguos conservan viejas reliquias, frascos de Bohemia, Occidente, Budas y monaguillos gigantes, sombreros en el baño, encuadernaciones francesas, cajas de caoba con dragones de la fortuna… Pero lo que permanece, incluso por encima del artesonado del techo, es la huella de sus habitantes, de la familia Aute-Rosado. Cerca de la chimenea, ocupa su trono un libro de Manila. Manila, siempre Manila, aunque no haya regresado jamás desde que se fuera, allá por 1951. Estaba a punto de embarcar hacía allí aquel fatídico 11 de septiembre en que Al Qaeda estrelló los aviones en las Torres Gemelas de Nueva York. Regresó a casa, su isla en Madrid, dice que sólo quiere volver con sus cuadros. Luis Eduardo trae junto al café una carpeta rosa. Se lee: ?Inéditas. Canciones o poemas: Jaime Gil de Biedma. Para Pepa Flores?. Aparecen un puñado de poemas: Ha venido a esa hora, llena de tachones y estrofas reescritas, comprimidas, en busca del compás de la canción; La vida a veces, impoluta, pero dedicada al pie a Marichu ?compañera eterna de Aute y mujer de ojos negros: ?Después de una conversación caótica y por lo tanto fructífera, de su amigo, Jaime?. Otro de los poemas que empezaron a salir de la carpeta para convertirse en música es A una dama joven, separada, con cesuras marcadas aquí y allá, y versos corregidos de mano del poeta: en lugar de ?y una primera, mañana?, ?y sucedió una mañana?, en vez de ?tus sentimientos más bellos?, ?tus sentimientos más tiernos?. Sorprende que Gil de Biedma, según su sobrina Inés García-Albi, que no tenía noticia de este proyecto frustrado, creyera que su poesía no era fácilmente cantable, algo con lo que Aute difiere: ?Sus poemas tienen una intensa musicalidad, contenida, clara, casi transparente. Eran unos textos de honda intimidad, por lo que pensé que la música debería brotar de la sonoridad, de la sen­cillez y la elegante tristeza de las palabras del poeta en cada texto?, cuenta. Gil de Biedma, siempre basculando entre ?la vida burguesa y la vie de chateaux? y el malditismo de su adorado Baudelaire, no pudo ver cumplido su deseo a pesar del empeño: ?Me había dado los poemas corregidos a mano por él, con la intención de que fueran más fácilmente ­adaptables a canciones. Yo había empezado a trabajar ya en las músicas. Aquella noche quedamos en ­poner en marcha el disco, pronto. Pero Pepa, en situación crítica con Gades, ya no quería grabar?. Se separaron, y Marisol se retiró con rotundidad. No quiso saber nada más del público, de la prensa, de las canciones, del olimpo de los poetas. Ansiaba ser Pepa Flores, borrar su excepcionalidad con bayeta y lejía y vivir por fin una vida ordinaria y minúscula. Parece que él hubiese escrito aquellos versos del final de Noches del mes de junio, tan autobiográficos, como anticipado epitafio a lo que pudo ser: ?La vida nos sujeta porque precisamente no es como la esperábamos?. Luis Eduardo Aute nunca grabó el disco: ?Quería respetar la idea del poeta, que los cantara Pepa?. Pero el tiempo pasa y la carpeta de poemas corregidos de Gil de Biedma sigue en esta isla filipina de Madrid. En territorio Aute todo es posible. (La Vanguardia)

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9 de agosto de 2015
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Cuando Hutton era la reina de Tánger

Barbara Hutton debe su celebridad, antes que nada, a haber heredado una gran fortuna a los ocho años, tras la muerte de sus abuelos maternos ?su madre se había suicidado con matarratas en la suite del hotel Plaza donde residían, dos años antes, desesperada ante las continuas infidelidades de su marido, Franklyn Hutton?, lo que le valió el mediático apodo de ?pobre niña rica?. Todo lo que hay escrito sobre ella, además de una prolija crónica fotográfica, que incluye algunas obras exquisitas firmadas por su amigo Cecil Beaton, va mucho más allá de la historia de esa pobre niña rica. De la multimillonaria se dice que era bipolar, narcisista, excéntrica y desprendida; que regalaba brillantes a las criadas y deportivos a sus amantes. Hasta en la más sublime y la más absurda de sus excentricidades derramaba la necesidad de ser excepcional. ¡Y tanto que lo consiguió!, haciéndose célebre gracias a sus fiestas de verano en Tánger: ?Barbara Woolworth Hutton solicita el placer de su compañía en el palacio de Sidi Hosni. PD. En caso de viento, la anfitriona le ruega disculparla viniendo otra noche?. Así rezaba la invitación anual que, desde 1948 hasta 1975, recibían los invitados a las apoteósicas parties que se vivieron en una de las ciudades más internacionales, complejas, enigmáticas, decadentes, libertinas y artísticas del siglo XX. Orquestas, bailarinas, un verano incluso trajo treinta camelleros Reguibat desde el Sáhara para que formaran una garde d?honeur. Después de la fiesta, acabaron acampado en el jardín. Hutton le había arrebatado el mítico Sidi Hosni nada más ni nada menos que al Caudillo. Franco se había encaprichado de él, pero acostumbrada a tener todo cuanto deseaba, ella solo tuvo que doblar la cantidad: ofreció un millón de pesetas más que la oferta que el Generalísimo había hecho ?es decir, pagó dos millones de la época?. Y el palacete, en plena kasba, fue suyo. No hay otra ciudad en la que se pueda sacar a pasear al fatalismo como en ella. Hay un Tánger silencioso que bate cualquier expectativa del bullicioso. Babuchas que apenas rozan los empedrados. El sonido de un laúd que emboba la tarde. El largo té dulce. La vida entre muros. Tánger, como La Habana, ejerce un hechizo nada ostentoso, pero capaz de contagiar al visitante de una moratoria anímica que altera el tiempo. Uno de los amigos de Hutton, Truman Capote, escribía: ?Casi todo en Tánger es inusual, y antes de venir conviene hacer tres cosas: vacunarse contra el tifus, sacar los ahorros del banco y despedirse de los amigos. Dios sabe si los volverás a ver. Este consejo es bastante serio, ya que es alarmante la cantidad de viajeros que han aterrizado en ella para unas breves vacaciones y después se han establecido y han dejado pasar los años. Porque Tánger es una ciudad que atrapa, un lugar sin tiempo; los días pasan más imperceptibles que la espuma en una cascada?. No hay duda de que las garantías de exótica libertad de una ciudad abierta donde nadie cuestionaba nada contribuyeron a poner Tánger de moda, con la fantasía de exilio feliz y a la vez caníbal. Todos sus ilustres visitantes pasaban por las fiestas de Hutton: Capote y Beaton, Hubert de Givenchy, Tennessee Williams? Dos socialités españoles de la época, a los que después de muertos se ha olvidado bastante, Emilio Sanz de Soto y Pepe Carleton, dieron buena fe de ellas. La anfitriona recibía a sus invitados sentada en un trono de oro y luciendo la tiara de esmeraldas de Catalina la Grande. Otros habituales eran Jane y Paul Bowles, quien en El cielo protector logró plasmar la perversidad y el embrujo del desierto. He encontrado una hoja del hotel Sanvy de Madrid con preguntas que preparé para una entrevista, cuando Paul Bowles vino a Madrid en 1993. ?¿El cannabis y el desierto son algo parecido a la pérdida de la virginidad??, interrogaba. Años más tarde lo visité en Tánger. Vivía como un pobre en un piso atestado de recuerdos y maletas. La atmósfera, densa, que venía de la calle, se posaba en cada rincón dejando bien claro quien mandaba. A Jane siempre le pareció simpática y divertida Barbara, ligera; a Paul, en cambio, le desagradaba por sus excesos. (La Vanguardia)

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8 de agosto de 2015
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Borges vidente

A María, con gratitud
 
 
He soñado que Borges no era ciego. Yo, que he visto sus ojos velados, me asombraba de verlo libre de la ceguera. No me animé a decirle que hablábamos dentro de un sueño porque un antiguo protocolo impone la cortesía de no decirle a alguien que es el sueño de otro. De modo que lo vi tocar cada cosa como si fuese única, y recordar cada nombre con gratitud. Pero Borges no había recobrado la vista; en verdad, nunca la había perdido.

 

He llegado a creer que los sueños no son un lenguaje cifrado sino una serie de asociaciones gratuitas de forma barroca; y juegan, por eso, a canjear imágenes entre espejos. En este caso, yo soñaba que Borges se había soñado ignorando del todo su ceguera, aunque yo sabía, como soñador de su sueño, que él, en verdad era ciego, y que el sueño le concedía la gracia de ignorarlo. Soy testigo de un Borges que se sueña vidente para dejar de ser invidente, como si el olvido le devolviera la memoria. 

 

En alguna parte he recordado que la vez que lo conocí, junto a María, en Austin, me preguntó por el color de la madera del escritorio que palpaba, me dejó ajustarle el nudo de la corbata, y me pasó su bastón invitándome a sopesar su ligereza.

 

Sólo se me impuso su ceguera en el desayuno, cuando perdió sin alarma unos granos del cereal. María lo tomaba del brazo y él adelantaba su bastón tentativo. Se dejaba llevar, enamorado y liviano.

 

Mi sueño, entiendo, es vagamente melancólico, no porque Borges esté ausente, que no lo está, sino porque el recuerdo de su mirada ciega sobre uno es, cómo decirlo, doliente; no porque no pudiera vernos, ya que le bastaba con el nombre, sino porque uno no podía verlo mirar, verlo viendo.

 

He soñado que Borges no era ciego, tal vez, pienso ahora, porque he pasado estos meses descifrando algunas páginas suyas, inéditas; un breve ensayo manuscrito, la transcripción de una de sus conferencias en inglés, una divertida respuesta a la pregunta, ¿cuáles son los tres libros que Ud. se llevaría a una isla? Borges demuestra lo absurdo de las encuestas: ¿Uno de los tres, dice, podría ser la Enciclopedia Británica? Le pasé las copias a María Kodama la última vez que nos visitó en Providence, hace unos meses; y haremos una edición de variaciones borgeanas con el Centro de Arte Moderno, en Madrid, donde todo es gratuito, por amor al arte gráfico.

 

Pude advertir que su letra, breve y  menuda, se iría cerrando conforme perdía la vista, haciéndose rasgada y dudosa. Me impresionó especialmente su firma, que pasó a ser no un garabato casual sino una, digamos, rigurosa tachadura. Todavía en 1982, cuando compartí unos días de su conversación en Austin, firmaba con un rasgo cerrado, anguloso y apenas legible. Podría describir casi cada letra, pero es la traza de escritura lo que más conmueve, no porque sea la firma de un ciego sino por la intensidad gráfica que apura su mano en la página.

 

Años después, en un seminario sobre su obra vista desde sus manuscritos, en Brown, entendí que esa firma era, en verdad, una cicatriz del lenguaje. De inmediato la asocié con la escritura de Vallejo, que literalmente nacía de su propia tachadura. Esta “poética de la tachadura” se desarrolló en un ensayo de Goretti Ramírez, en Brown, y en una tesis de Carlos Varón sobre María Zambrano, en Harvard. En la letra visionaria brilla una huella de tinta, casi como un aire de familia.

 

He contado en un relato (“El Arte de Narrar”) otro sueño con Borges. Me pedía él escribir un poema para un amigo suyo, cuyo hijo había muerto. Y le voy leyendo las estrofas, que mencionan la noche, el agua y la luna. Borges aprueba mi empeño y corrige un pareado. Pero en ese sueño él era ciego; y el poema era rimado, para ser recordado.

  

La letra ciega de Borges es remplazada en los textos finales por la letra aplicada de doña Leonor, su madre. No ha faltado gente imperiosa, inescrupulosa, que le ha copiado algunos borradores, que él dictaba mientras los componía y corregía de memoria.  Carlos Argentino, lo digo con horror, no ha muerto: en el manuscrito de "El Aleph" que me tocó editar, ha creído ver una redacción repetida y trivial, y lo ha anunciado con entusiasmo.

 

He visto en el sueño los ojos vivos de Borges, animados por el candor y la ironía, por el mismo humor hospitalario de su conversación. Había perdido la ceguera sin haber ganado la visión. He soñado, me dice, aunque es él quien ha sido soñado. En rigor, no era ciego en el sueño, sólo lo era en la mera realidad. Yo solo he soñado la mirada milagrosa (milagro, después de todo, es ver más) despetar en el sueño.

 

2

  

Este ciego  comparte el mundo que le ha sido dado ver y nombrar.

 

Me sorprende, me dice, esta condición extravagante y, al final, llevadera. Ya he dicho, y Ud. lo recuerda, que la ceguera no está tan mal, pero no la recomiendo.

 

Tal vez, respondo, Ud. ha soñado que dejaba de ser ciego y se ha visto a sí mismo tal como era antes de que las manchas de luz se apoderasen de sus pupilas.

 

Su explicación es más verosímil, respondió divertido, aunque comparto su gusto por lo patético. Pero más interesante es creer que en efecto uno, cualquiera, yo, Ud., en verdad está ciego porque está despierto. Lo que vemos nos hace creer que vemos, pero lo que no vemos revela que somos ciegos. ¿Me sigue Ud.?

 

Lo sigo a tientas, dije.

 

3

 

Más improbable, más extravagante, es creer que uno en el sueño ve todo pero al despertar no ve nada. Los sueños de un ciego sólo pueden ser las visiones de la sinrazón. Me parece que esta conversación ya la hemos tenido. ¿O Bioy nos está anotando, montado en su tintero?

 

En verdad estoy repitiendo, aunque no copiando, mi evocación de nuestra primera charla, que incluye 1) su memoria visual; 2) su glosa varia; y 3) la parte de ficción que perfila cualquier memoria.

 

No se preocupe, son charlas casuales y, por eso, hechas a favor de lo fugaz.No hemos sido tan anacrónicos como Petrarca, quejándose a Homero del gusto infame de su época.

 

Al menos Montaigne creyó charlar con Platón sobre el descubrimiento de América.

 

¿Buscaría un interlocutor a la medida de su asombro?

 

La conversación entre San Martín y Bolívar es perfecta: no la prolongan las palabras.

 

¡Seguirán discutiendo entre el tedio de los glosadores!

 

Unos y otros avivaban la charla. 

 

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8 de agosto de 2015
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El Boomeran(g)
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