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Europa, valores y derecho

Por una vez, la extrema derecha xenófoba y racista no controla la agenda política. Puede que la recupere, pero de momento está en manos de los millares de ciudadanos europeos decentes que se han volcado con los refugiados que huyen de la destrucción y de la muerte en Oriente Medio. En Alemania, claro está, pero también en Grecia y Hungría, y por supuesto en España, sobre todo desde nuestros municipios. Depende de todos que la agenda no vuelva a caer en las manos sucias del extremismo excluyente. Nada más fácil que levantar el espantajo de la infiltración terrorista o alentar los temores a la invasión de quienes poseen una identidad cultural o una religión distinta como están intentando ya ciertos medios de comunicación y algunos gobiernos y partidos. Es una tentación que afecta a muchos gobernantes, sobre todo los que dependen del voto populista de derechas. No era nada evidente que gobiernos conservadores profundamente reticentes ante las migraciones, el español sin ir más lejos, adoptaran posiciones acordes con los valores y el derecho europeo. Sin la presión de la calle y sin la actitud decidida de Francia y Alemania, estos gobiernos no se habrían movido. Ahora van a acoger importantes cuotas de refugiados siguiendo las órdenes de la autoridad europea competente con la misma convicción y disciplina con que ordenaron los recortes. No hay que reprochárselo. Sin valores liberales y democráticos y sin Estado de derecho no hay Europa que valga. Aplicar el derecho de asilo no es ningún mérito sino lo que corresponde a los valores europeos y lo que exigen las convenciones internacionales. Recordemos brevemente que la obligación de todo Estado democrático, como miembro de la UE y firmante de los pactos internacionales de Naciones Unidas, es aceptar la petición de asilo de todo perseguido político que se presente en sus fronteras, sin penalizar la eventual transgresión de las reglas de inmigración y sin discriminarle por su religión, sexo, raza o condición del tipo de que sea. La UE puede organizar programas preventivos para evitar la llegada masiva de refugiados, intentar atajar la implosión de Estados fallidos como Siria o ayudar a los países vecinos para que acojan allí a los refugiados y no se vean impelidos a viajar en largas y penosas migraciones hasta el corazón de Europa. Puede criticar a Estados Unidos por su falta de liderazgo en Oriente Próximo, la guerra de Irak y de Afganistán o por lo que sea. Pero lo que no puede ni debe hacer es rechazar a quienes llegan a sus puertas para pedir asilo. Ciertamente, está en peligro el tratado de Schengen, que saltará por los aires si no se organiza racionalmente la llegada de los refugiados por las entradas más frágiles de la UE. Pero mayor es todavía el peligro en el que se hallan la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, las convenciones internacionales sobre asilo y la propia Declaración Universal de Derechos Humanos, auténtico papel mojado en caso de lo que los europeos no queramos ni sepamos acoger a quienes vienen a llamar a nuestras puertas con la simple pretensión de salvar sus vidas y las de sus familias.

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10 de septiembre de 2015
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Los ?missing?

Las más analíticas los llaman fóbicos. Las despechadas, cobardes, mientras que las reincidentes los liquidan con un ?¡que te den!?. Es un clásico, el del hombre que escapa del amor de una mujer. De su complaciente risa y sus terribles esperanzas. Inmaduros, vanidosos, ególatras, narcisistas…, una interminable colección de adjetivos decora a quienes siguen interrogándose acerca de tan imprevisible comportamiento. Las de un señor ?a veces es decir demasiado? que de la noche a la mañana, sin mediar explicación alguna, ni besos de despedida, ni tan siquiera un cirio en la escalera, se esfuma. Deja de responder a los mensajes. Desaparece de los bares donde se enroscaba a tu cuello, no sin cierta molestia. De golpe, de la pasión a la nada. Las mujeres siempre quieren saber por qué. Hurgan, insisten, rebobinan una y otra vez la película del ?nosotros?, revisan los últimos mensajes, espían su horario por el WhatsApp? El deleite en el abandono es una de las experiencias más miserables del alma femenina, de la que, además, nadie quiere ser partícipe. Esa es otra de las consecuencias de haber dado con un missing. Que los amigos primero se compadecen pacientemente del lloriqueo, después pasan a cómplices en el asombro, pero acaban por no poder soportar la cansina ira y la depresión. A mis amigas víctimas de un missing suelo recomendarles que aflojen objetivos en la vida. Que tomen el sol, disfruten de buenas conversaciones, beban vino y sientan las cosquillas de la brisa sobre el pecho. Poco más. En un pasaje de El halcón maltés, Dashiell Hammett cuenta por boca del detective Sam Spade el caso de una mujer que le encargó buscar a su esposo, desaparecido de un día para otro sin dejar rastro. Cuando por fin lo encuentra, él le explica por qué un buen marido y padre, un hombre de negocios de éxito, lo deja todo de repente: un accidente afortunado le hace sentir ?como si alguien hubiera levantado la tapa que cubre la vida, permitiendo ver su mecanismo?. El azar sacude su existencia. Y decide empezar de nuevo. En España hay decenas de personas que desaparecen cada año sin que se vuelva a saber de ellas: 3.496 desde 1977, año en el que se contabilizan los dos primeros casos aún sin resolver de la democracia. Dejando de lado los sensibles casos criminales, queda una importante cantidad de voluntarios mutis. Los datos oficiales presentados en una respuesta del Gobierno a una pregunta planteada en el Senado por familiares señalan que la gran mayoría de los casos (cerca del 90%) se resuelve a lo largo del primer año y que el resto difícilmente se cierra. Los hay que se dejaron en casa al salir hasta la documentación en la cartera. Su silencio, tanto en los hombres fóbicos como en los halcones malteses, es una conquista sin respuesta. (La Vanguardia)

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9 de septiembre de 2015
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Cazadores de monstruos

 

Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura, decía que el oficio de escritor se alimenta una necesidad: la necesidad apremiante de  comunicar a otros lo que uno cree extraordinario, digno de ser contado, y que considera singular bajo la convicción de que nadie más antes ha abordado ese tema desde un punto de vista propio y personal. Es lo mismo para el periodista. Esa necesidad, que se convierte en urgencia, hace al escritor e igualmente hace al periodista.

La necesidad que guía al escritor consta de los mismos elementos de aquella que guía al periodista, siendo ambos oficios gemelos: deseo de indagar, curiosidad inagotable, capacidad de observación, habilidad para registrar los detalles; precisión creativa en el uso del idioma, disciplina, deseo de aprender, y el vicio inagotable de la lectura. No se aprende a escribir sino leyendo.

Pero el periodismo, igual que la narrativa de imaginación, lo que hace es contar historias que sean capaces de atrapar al lector. Y si esas historias tienen calidad literaria, las aguas de una y otra corriente se juntan para que la crónica se convierta en un verdadero género, y trascienda a la muerte diaria del periódico. Hoy asistimos a un florecimiento de la crónica como no se veía desde los tiempos del modernismo al despuntar el siglo veinte.

Este siglo veintiuno tiene una creciente necesidad del ejercicio de la libertad de palabra, frente a los proyectos de sociedad autoritaria que pretenden limitarla o someterla a regulaciones odiosas que oscurecen el panorama de la democracia; y el ejercicio de la libertad ciudadana comienza por el ejercicio de la libertad de información, sin  restricciones ni mamparas.

Y esta es hoy tarea de los jóvenes, hacer un periodismo creativo, de garra y de calidad. Todo un desafío en un continente donde la libertad de informar y opinar se halla en riesgo, en la medida que no se ajusta a parámetros ideológicos excluyentes, y se resiste a reducirse a una calidad oficial; una amenaza tiene que ver no sólo con lo que se escribe y se dice en los medios tradicionales, sino, sobre todo, en los nuevos, los que pertenecen al cada vez más creciente y diverso mundo digital, cuyas posibilidades se multiplican cada día.

Cuando el poder político no depende del consenso democrático, ni respeta las reglas de juego institucionales, ve una amenaza en la extensión cada vez más desafiante de los medios electrónicos. Una verdadera pesadilla palaciega. En los palacios de gobierno, aquellos donde la tolerancia no existe, el sueño dorado son las cadenas de radio y televisión, que pretenden también encadenar a las redes sociales, para que se escuche una sola voz, la de la propaganda oficial.

 Por eso los intentos de regulación a través de leyes y decretos, o medidas de fuerza, que buscan quitar de en medio la multitud de palabras libres que circulan en el espacio cibernético, allí, precisamente, donde las posibilidades de libertad se vuelven infinitas como nunca.

La ética del periodismo comienza por no callarse, por ir al fondo de las cosas, no importa los riesgos que trae consigo desnudar las verdades y perseguir lo que el poder quiere siempre que permanezca oculto. Desafiar el silencio. Levantar piedras. "Mi tarea es levantar piedras, no es mi culpa si debajo lo que encuentro son monstruos", decía José Saramago. Los periodistas son cazadores de monstruos.

Monstruos de toda catadura, pelaje y tamaño. Sangrientos tigres del mal, como cantaba Rubén Darío. Hoy en día, el poder político arbitrario que busca silenciar a los periodistas, y que niega la democracia, tiene su par en el poder subterráneo del crimen organizado que dinamita redacciones y asesina corresponsales y reporteros en Honduras, Guatemala, Colombia o México, y que desafía al estado para establecerle un poder paralelo, o busca debilitarlo, corrompiéndolo.

Quedan aún muchas piedras que levantar.

 

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9 de septiembre de 2015
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Enjambres

Los éxodos masivos suelen venir causados por plagas, hambrunas y guerras. Lo novedoso de la actual avalancha es que no se da entre naciones sino entre continentes, de África y Asia a Europa. Nunca se había visto nada semejante, como no fuera en forma de invasión. Antes sólo cabía hablar de emigración continental entre Europa y América, como la de los irlandeses huyendo del hambre. Me parece, sin embargo, que hay una diferencia y es que los emigrantes occidentales suelen verse como individuos y hay historias sobre ellos a veces muy detalladas. ¿Quedará algún relato del actual éxodo sirio o subsahariano?

Si tienen ustedes curiosidad, lean la admirable historia de cómo Varyan Fry, enviado por la Comisión de Rescate norteamericana, salvó de la muerte a miles de perseguidos políticos y raciales durante la invasión alemana de Francia. Instalado en Marsella en 1940, Fry luchó durante un año para llevar a lugar seguro a miles de fugitivos, entre ellos Alma Mahler, Hanna Arendt o Heinrich Mann (La lista negra, Confluencias). Luego cayó él mismo, acosado por nazis alemanes y franceses.

También ahora habrá alguien comparable a Fry o a la institución que le financiaba, ayudando a los miles de fugitivos que tratan de sobrevivir. ¿Podrá leerse, dentro de unos años, un relato de casos particulares de salvación o protección desinteresada? ¿O eso queda reservado para las sociedades fundadas en individuos y no en colectividades?

El simbolismo es fundamental. Cuando el ministro inglés usó la palabra "enjambre" se refería, con escasa fortuna, a este problema: la ausencia de individuación. Sólo podemos individualizar a un niño ahogado en la playa. Seguramente eso es lo que enciende el odio de la chusma.

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8 de septiembre de 2015
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El Boomeran(g)
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