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Estimado lector, si aún no ha desayunado le invito a que posponga esta lectura para más tarde: nada más lejos de mi intención que arrebatarle la suavidad de la mañana con asuntos proclives al sobresalto. Ayer me llamaron los amigos de La ventana de la Ser, Carles Francino acompañado por Álex Grijelmo y Benjamín Prado, para debatir en antena sobre las razones por las que los hombres son tan caros de ver completamente desnudos en la pantalla. De primeras llegamos a ese callejón sin salida que lo aglutina todo: el machismo, cuyas víctimas colaterales también son ellos. Pero, además, que sólo siete de cada cien directores de cine sean mujeres tiene mucho que ver: una herencia de casi 120 años de miradas masculinas ha deformado nuestra visión de lo erótico imponiendo el punto de vista del hombre. A lo largo de la historia, de la rotundidad de las venus primitivas al abuso del cuerpo desnudo como refuerzo del talento, el concepto estético de la belleza ha sido escenificado por mujeres. Recuerdo con qué grandilocuencia algunas actrices anunciaban aquello de que se desnudarían ?siempre que lo exija el guión?, y así los libretos, más forzados que nunca, corrían a extenderles alfombras a sus deshabillés. Pero, a estas alturas de la liberación universal ¿dónde están los penes? ¿Por qué el cuerpo de la mujer se muestra sin remilgos y el desnudo frontal de los varones puede llegar a ser considerado, como dijo Sam Taylor-Wood, la directora de Cincuenta sombras de Grey, como algo ?asqueroso?? Por supuesto que hay desnudos puros, estéticos y libidinosos, también los hay grotescos: los que suelen mostrar los Full Monty de turno, culos peludos tratados con socarronería y desplante, como si la belleza masculina fuera también tabú para ellos. Un pequeño diálogo entre Gilbert & George lo ilustra a la perfección: ?Es raro: una mujer desnuda es hermosa; dos mujeres desnudas, muy interesante; pero dos hombres desnudos? uno es un estudio del cuerpo masculino; más de uno… Bueno, eso es ya algo serio?. A Francino y compañía les recordé uno de mis primeros aprendizajes como directora de revistas: ?Sexo sí, pero sin pelo?, me inculcaron unas editoras francesas, marcando el límite de lo conveniente en las partes despobladas de vello. Claro que hoy esta máxima no funcionaría, cuando la depilación genital se ha convertido en un mantra estético y erótico. En cambio, permanece el gran tabú ?a excepción de películas dirigidas por cineastas homosexuales, desde Pasolini hasta Almodóvar, o Steve McQueen y su generosa Shame? del desnudo integral masculino, como si el de las mujeres fuera puro erotismo y el de los hombres pornografía dura. (La Vanguardia)
¿Escribe algo? Mi padre me pedía siendo yo todavía un niño que siempre, a diario, escribiera sobre algo. No importaba el asunto. A veces, me indicaba que describiera un objeto o la cara de algún conocido. Y yo que quería tanto a mi padre, cuando me felicitaba tras haber leído esas líneas me sentía como volando, sin destino ni preocupación de ninguna clase. Las cosas se emborronan con el tiempo y hasta se confunden o destartalan. Sin embargo, conservo ese inocente y benévolo aprecio de mi padre que él disfrutaba, encima, mostrando mis textos a sus amigos. Luego poco a poco no deseé otra cosa que alcanzar un día en que en el carnet de identidad se leyera "escritor" como mi oficio porque entonces se reseñaba.
Bueno, malo, regular, toda mi vida he batallado por lograr escribir mejor y seguir agradando todavía a mi padre (¿el público?) o incluso correspondiéndoles con buena escritura. Los años han pasado y esto es lo que hay. Bueno, malo, regular. No puedo, pese a la culpa que padezco casi de continuo, reprocharme en este caso que no me haya esforzado. Por un buen padre se hace cualquier cosa.Y por conseguir buena conciencia también. El gusto en la ejecución se presupone.
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Es lo que pensamos casi todos: la típica foto policial es al arte de la fotografía lo que la música militar es al arte de la música. Quiero decir: lo contrario de la búsqueda de la belleza, lo contrario de una verdad oculta en los paisajes y las miradas, lo contrario de una comprensión de nosotros mismos a través de la mirada.
La foto policial suele ser un documento del miedo. La cara de temor o desafío del detenido, el horror congelado en la imagen del escenario de un crimen, la prueba del delito, el flash cegador del momento en que nos pillaron. Ante la cámara de un policía, los que pueden se tapan la cara con su propio abrigo. Del disparo del fotógrafo policial no solemos esperar nada bueno.
Para nosotros los periodistas, la policía sí que es un personaje importante en las fotos. Pero su papel no es el del fotógrafo, sino el del fotografiado: en los premios al mejor fotoperiodismo, los policías suelen ocupar el lugar del villano. Todos hemos visto esas fotos de denuncia: las caras pétreas, las muecas desencajadas, las armaduras medievales, las porras castigadoras, las botas relucientes de los policías.
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Por eso me llamó la atención, me causó a la vez extrañeza y gracia, este concurso fotográfico. “Europol anuncia el Premio Internacional de Fotografía Policial”, anuncia el pie de esta foto.
El policía/fotógrafo ganador se llama Javier Montero y pertenece a la Guardia Civil española.
La foto es realmente llamativa: un Guardia Civil, de espaldas, camina decidido con un perrito en brazos. El hombre, aunque no muestre la cara, se define con claridad en su corte marcial de pelo, en sus músculos bien definidos y en su brazo, que a la vez marca el paso y sostiene la mascota.
Pero la clave de la foto está en la mirada del perrito: al mirar a la cámara, nos mira a nosotros con mirada de policía. Sabemos, aunque no nos lo digan, que ya ha comenzado su adiestramiento, y que ésta está siendo un éxito. Es indudablemente un cachorro vigilante.
Sus grandes orejas paradas, en actitud de alerta, nos llevan a notar las orejas despejadas del policía que lo sostiene. Yo al menos siento que los dos nos escuchan al unísono. Pero como el policía nos da la espalda, es el perro quien nos mira con los ojos de su entrenador.
El entrenador ha delegado la vigilancia en su cachorro. La foto transmite una armonía y una paz que tranquiliza y amenaza a la vez.
No sé si Javier Montero pudiera tener futuro como fotoperiodista. Pero entiendo perfectamente por qué le dieron el premio.
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Esta foto no tiene nada que ver con las típicas fotos policiales, las que nos vienen a la cabeza cuando escuchamos el concepto de “foto policial”. Pero no es tampoco periodística. Es, a su manera, un género híbrido y extraño, entre la mirada desde adentro del cuerpo policial y la visión del observador ajeno.
¿Un fotógrafo infiltrado? No estoy seguro.
De lo que no tengo dudas es del perro: un personaje fascinante y aterrador.