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Virgen de medianoche

Por 28 de octubre de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

En mi novela Sombras nada más, publicada en el año 2003 hay un episodio en el que relato la excursión nocturna que al terminar la última tanda de cine del teatro González, un grupo de estudiantes hace por las cantinas y antros de León. Una de las estaciones de ese recorrido es el 3066, llamado así por su número de teléfono, situado en el barrio de San Juan, y cuyo dueño era un chino algo melancólico.

En la roconola no faltaban los discos de la Sonora Matancera, cuyo solista más afamado era el puertorriqueño Daniel Santos. Las muchachas, cuando no bailaban o acompañaban a los clientes en las mesas, o se afanaban en complacerlos en los cuartos del traspatio, se sentaban en sillas playeras colocadas en fila  contra las paredes, como en un velorio. El Chino solía filosofar sobre la legitimidad de los oficios que deparaba la vida, entre ellos el suyo, el que defendía con ardor ético.

 Una noche de un año que debe haber sido 1962, Daniel Santos, que andaba de gira por Nicaragua, cantó en el 3066, lo que consigno también en mi novela, entreverado como un hecho real, porque fui testigo de aquel milagro inolvidable: el Jefe en persona, en aquel escenario sin fama donde lo rodeábamos sus devotos.

Canoso el bigote e hinchado de cuello y vientre de no poder anudarse la corbata ni abotonarse el saco, y en equilibrio precario frente al micrófono de pedestal, dejó retumbar su voz de alma en pena que cantaba Virgen de medianoche, mientras las señoras del pecado lloraban desconsoladas al escuchar aquel rezo de amor. Sólo él podía cantarles su himno con semejante devoción.

En Managua había caído preso por escándalo en la vía pública, según el alegato oficial,  pero en realidad por seducir a la mujer de un coronel de la Guardia Nacional, el ejército pretoriano de Somoza, según el dicho popular.  Y ese mismo dicho sigue repitiendo que durante su cautiverio en las cárceles del Hormiguero compuso su célebre canción El preso.

Todo eso fue también a dar a la novela. Pero uno miente con alevosía y ventaja en beneficio de la invención, pues cuando escribía Sombras nada más y le pedí información sobre Daniel Santos a su compatriota boricua, el escritor Edgardo Rodríguez Juliá, él me advirtió: "lamento informarte que no fue en una cárcel nicaragüense donde Daniel Santos escribió esa canción, sino en la cárcel del Príncipe en la Habana. Para más detalles te tengo la sabiduría de Josean Ramos, quien fue secretario de Daniel en los años crepusculares del Jefe. Josean fue para Daniel lo que Eckermann fue para Goethe…."

             Edgardo me puso en relación con Josean, quien de inmediato me envió su libro, El inquieto anacobero, donde explica el asunto de la prisión. Pero así y todo no cejé en mi mentira, porque de mentiras, ese tejido sutil que viste a los dioses, están hechas las novelas. Y luego leí la novela de Josean, no menos aleccionadora, Vengo a decirle adiós a los muchachos; y aquí supera a Eckermann, quien nunca escribió una novela sobre Goethe.

 Hace poco recibí un mensaje de Josean donde me contaba de una edición conmemorativa de esa novela suya,  "que se presentará en el Festival Amigos del Bolero de Manizales, dedicado a Daniel Santos; luego en Cali, Barranquilla y otros poblados…esta edición incluirá unos cien manuscritos inéditos a puño y letra de Daniel, que iba escribiendo de barra en barra, de trago en trago…un ajuste de cuentas consigo mismo desde la intimidad de las cantinas….tomando en cuenta tu devoción por el Santo Daniel, así como sus vivencias en Nicaragua, donde padeció como Corretjer la fría soledad de las cosas tan lejanas (y recogió años después en Santo Domingo $50 mil para la causa Sandinista), me encantaría incluir en esta edición un escrito tuyo sobre Daniel y lo que significó para tu generación…"

Pues lo que significó para mi generación ya queda dicho. Las noches de peregrinaje por antros en penumbra, pisos cubiertos de aserrín y ristras de bujías macilentas, las luces tornasol de las roconola desde las que se alzaba la voz de este poeta maldito del Caribe infinito, el de la trasgresiones libertinas, el rey de corazones de la baraja vestido con smoking de lentejuelas, el héroe de todas las batallas pendencieras y de todos los desvelos alcohólicos que no cesa nunca de cantar para las vírgenes de medianoche que envejecen bañadas en lágrimas. Mientras amanece.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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