Joana Bonet
Nardos a tres euros en el mercado de Chamartín, más conocido como de Potosí, un nombre que ni pintado para resumir su exhibición de mar y tierra. Voy en bicicleta y no tienen bolsas largas. La florista, con los labios perfilados igual que en los ochenta, prepara el ramo con un poco de verde. El hijo rebusca en la trastienda y al final le hace un agujero a la bolsa: ?El justo para que no se te caigan?. ?¡Qué inventivos son los jóvenes!?, suspira la mujer mirándome a los ojos y sumándome años. Con cinco palabras ha trazado una línea infranqueable en la que ella y yo nos hacemos a un lado, acercándonos al ?remoto futuro?, y el chico se planta frente a un ancho horizonte con pasos audaces. Nunca me dolió lo de ?señora?, todo lo contrario. De joven protestaba cuando me llamaban señorita; ¿o es que se dirigían así a los hombres cuando firmaban un cheque? Pero las connotaciones de señora no son demasiado conmovedoras. ?Es toda una señora?, se dice, con los carrillos hinchados, para alabar la buena educación de una mujer despechada.
El futuro está en manos de chicos y chicas. ¿O alguien llamaría a Arrimadas, Colau, Iglesias o Rivera señora o señor? Lo pienso mientras el mendigo de la puerta del mercado suplica: ?Una limosna, señora?. ?Pareces salida de una película francesa?, me dice una mujer que ha retrocedido sobre sus pasos para hacerme la observación. En diez minutos me han llamado señora e intensa. Seguro que a Madonna, que es mayor que yo, no le pasan estas cosas.
Hoy, los jóvenes inventivos manejan el mundo a golpe de clic. Con sus aplicaciones consiguen cosas inauditas que a nuestra generación le costaron sudores, como recibir abrazos en días tontos y lluviosos gracias a Cuddlr o no llenarse los pulmones de humo fumando cigarrillos virtuales ?la ceniza cae como en los de verdad? con Cigarrettoid. También comparten información a mayor velocidad que el discurrir de la memoria sin necesidad de almacenar mentalmente ningún dato. Ya no estudian filosofía ni llevan libros al instituto, sólo su pantalla. En las redes, sus mensajes asertivos no dejan espacio para el razonamiento, basta con la guasa del meme y el emoticono del aplauso. Pero también abundan los picudos, agitadores de un establishment curado como los quesos viejos de oveja de Potosí.
(La Vanguardia)