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¿Existió Nasrudín?

Del Oriente próximo no únicamente llegan noticias graves y seres desdichados. Aunque no sirva paliativo, es un gozo leer el reciente libro de la editorial Pre-Textos ‘Noventa y nueve iluminaciones de Nasrudín', bellísima conjunción, además, de lo que un occidental puede sacar en claro (y en oscuro) de la lectura, traducción libre y glosa de una de las figuras más sugestivas de la imaginación islámica. El excelente poeta y traductor Jorge Gimeno, que es el occidental de nuestra historia, consigue en el libro un audaz trabajo de presentación y reconstrucción poética de una obra que como tal nunca existió y de un autor de quien sólo sabemos que procedía de la Anatolia y anduvo, envuelto en la leyenda y la incertidumbre, por el Mediterráneo clásico, en fechas imprecisas de los siglos XIV y posteriores, cuando oralmente se cuentan y se trasmiten sus "anécdotas", que llegarían por primera vez a la imprenta en 1837, en turco, pronta y debidamente traducido al árabe con las libertades que un ‘decir' tan volátil permite.

Nasrudín, si es que tuvo carne mortal y una sola voz, fue un sabio sardónico y algo impúdico (sus reflexiones sobre el orín son de una escatología muy refrescante), un maestro de enseñanzas no siempre edificantes, un inventor de paradojas fulgurantes al que, desde que le descubrí en la famosa recopilación de Idries Shah ‘Caravana de sueños', tomé por un sabio del entorno sufí. Gimeno le llama, con cierta guasa, antisufí, siendo por tanto lo suyo "el verdadero sufismo". Sobre su identidad se hacen cábalas, aunque sigue hoy siendo una figura celebrada, desde Irán a Turquía, donde la gente de la calle da por sentada su historicidad, dudosa para muchos estudiosos.

Reproduzco, para dar una idea de la extraordinaria ocurrencia de Nasrudín y la belleza no menos ocurrente de las transcripciones versificadas por el poeta Gimeno, alguna muestra. Por ejemplo, entre las anécdotas que ponen en solfa los usos amorosos, ésta: "Me pide que le regale un anillo. / Así cuando lo vea en su dedo, dice, / se acordará de mí, de mi magnificencia. / No lo haré. Así cuando no lo vea / se acordará de mí". Nasrudín cultivaba también el apólogo sapiencial, a menudo en forma de diálogo: "El Maestro se planta ante el espejo / con los ojos cerrados. / Está así mucho rato. Respira y nada más. / Un amigo le dice: -¿Acaso has acabado de perder la cabeza? / -Intento ver el rostro que tendré / cuando esté muerto. / Nada más". Una de mis composiciones preferidas, en su conciso humor, es la que lleva por título ‘Miel': "Se me posa en el miembro / la abeja. / ¡Sí que sabe de flores!".

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20 de octubre de 2015
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Mentiras literarias

Los narradores que mienten mucho son muy detallistas. ¿Siempre? No, a veces en lugar de cultivar el detalle optan por la abstracción.

Toda mentira es una narración en la que estamos falseando los hechos, y para que la mentira sea efectiva la narración tiene que ser convincente. Solo hay dos maneras de recorrer con mayor o menor pericia ese camino: o bien deteniéndose en los detalles para dar a entender que lo que estamos contando ha sido exhaustivamente vivido; o bien renunciando a los detalles para dar a entender que estamos hablando de una experiencia muy asimilada por nuestra conciencia y que puede ser narrada de forma concisa y abstracta.

Borges era partidario de recurrir a los detalles, pero tenían que ser siempre muy significativos y en consecuencia muy estratégicos. Entre nosotros abundan los autores detallistas hasta la extenuación y los que prefieren la concreción y la abstracción. Los primeros aspiran a que el lector viva la novela, los segundos pretenden que el lector la piense.

En ambas tendencias ha habido grandes autores: Flaubert, Zola y Proust son muy detallistas; en cambio Valery es muy abstracto y cristalino.

Mi estilo ideal estaría en la frontera entre el detallismo y la abstracción.

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19 de octubre de 2015
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El síndrome del bufet

Un servicio de bufet es una invitación a la abundancia a precio cerrado. Los hay que distribuyen sus viandas por orden cronológico, mientras que otros alternan con el recurso temático del lunes italiano oel jueves oriental. Ahí está el surtido de panes para el que se necesita traductor e intérprete, además del abanico multicolor de salsas y un mueble destinado a la bollería industrial (a pesar de su mensaje implícito: ?el azúcar blanco mata dulcemente?). Da igual si la pasta está recocida o el estofado se ha endurecido, lo que importa es la variedad, la rapidez y la cantidad. Pero lo que más cotiza del bufet, el factor que lo ha universalizado en todas las culturas, es su carácter retroactivo: nunca te arrepentirás de haber elegido mal. Si algo no te gusta, puedes aparcar el plato e ir a por otro desprovisto del sentimiento de frustración que suele embargarte al pensar que te has perdido lo que más valía la pena de la carta. He visto a personas obesas sentadas en el rincón del comedor con unos platos que parecían construcciones de Lego y, lejos de manifestar euforia, parecían abrumados, acaso como respuesta a la llamada ?sobrecarga de la elección?. El mecanismo ?tanto en la comida como en la ropa, las fotos de Instagram o el modelo de coche? es el mismo: cuando no se cumplen nuestras expectativas nos culpabilizamos. El psicólogo Barry Schwartz, que tuvo mucho éxito hace una década con las teorías que volcó en La paradoja de elegir, vuelve a la actualidad para explicar el llamado FoMO (fear of missing out), el miedo obsesivo a perdernos cosas que suceden a nuestro alrededor, y la ansiedad que produce la creencia de que los demás realizan muchísimas actividades y proyectos. Y es que, a medida que la calidad de vida mejora y las expectativas crecen, nos acecha aquello que los científicos sociales denominan ?la maldición del discernimiento?. (La Vanguardia)

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19 de octubre de 2015
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Diana de Vreeland, divina y excéntrica

Nunca he estado en una oficina ni me he vestido antes del mediodía? le respondió Diana Vreeland a la directora de Harper?s Bazaar, Carmel Show, cuando la entrevistó por teléfono para ficharla como editora de moda. Era 1936, y Diana, nacida en París, había vivido en Londres y paseado en góndola por Venecia con su amado marido Reed ?que, como estos días recuerda la enorme Carme Elias en el Teatro Español, se planchaba hasta los cordones de los zapatos?. Su vida había sido digna de una novela de Francis Scott Fitzerald: dinero y alegría. Entonces, las neoyorquinas se contoneaban en los clubs nocturnos con boquitas de piñón y vertiginosos escotes en la espalda, inspiradas por aquel joven Balenciaga que triunfaba en París nutriéndose de los colores de Zurbarán. Snow se había quedado admirada la noche anterior ante aquella treinteañera vestida de Chanel blanco y con rosas en el pelo; al despedirse le insistió: ?llámeme mañana sin falta?. Diana, siempre dispuesta a engrandecer lo bello y a exaltar lo nuevo, se encontró con una oferta insólita para alguien que no había trabajado en serio ni un solo minuto de su vida. El argumento de Snow la convenció: ?pero pareces saber mucho de ropa…?. Pasó 26 años pontificando desde las páginas de Haper?s, donde haría mítica columna mensual Why don?t you…? (¿Por qué no…?), a medio camino entre el oráculo y la cátedra. Algunos de sus ?retos? más provocadores rezaban así: ?¿Por qué no…lavas el pelo rubio de tus hijos con champán para aclararlo, como hacen en Francia? ?, o ?¿Por qué no… pintas un mapamundi en las paredes de las habitaciones de tus hijos para que no crezcan con un punto de vista provinciano??. Y otra década en Vogue, inventando los sesenta, con Twiggy, Mick Jagger o Anjelica Huston encarnando su personal alegato por la belleza de lo diferente. También encumbró los tejanos (no ha habido mejor invento después de la góndola?). Si el mito de la directora de revista de moda ?femenina, como se las denomina hoy para convertirlas en propuestas globales? sigue extendiendo sus plumas de colores, su malditismo y sus filias y fobias, si Anna Wintour o Glenda Bailey poseen ese aura, es gracias a Diana Vreeland. Su madre le recordaba a diario que era ?una pena que tengas una hermana tan guapa y que tú seas en cambio tan extremadamente fea?, pero ella fue capaz de convertir su nariz y su frente sobredimensionadas en un signo de estilo que decoraba con las joyas lacadas de Tiffany?s. Con su personalidad despótica y subyugadora y con tanto ojo como gusto por el exceso, definió el estilo como la única contraseña en un mundo estandarizado y grosero: ?Te ayuda a bajar las escaleras?. El pasado jueves se estrenó en Madrid Al galope ?ya representado en Barcelona? un monólogo tan brillante y corrosivo como su protagonista. En un salón de terciopelo rojo, a Diana le encargan grandes exposiciones en el Metropolitan pero ella, adicta al cuché y al glamur, sigue empeñada en crear una nueva revista. Su nombre también ha resucitado, ¡treinta años después de muerta!, en forma de ocho misteriosas fragancias de la mano de su nieto Alexander. ?Uno solo puede pensar en siete u ocho mujeres realmente originales. En Estados Unidos hemos tenido muy pocas. Emily Dickinson fue una. Pero Mrs. Vreeland es una mujer extraordinariamente original. Ha contribuido más que nadie al gusto de las mujeres americanas en la forma en que visten, se mueven y piensan. Es un genio. Pero la clase de genio que muy poca gente reconocerá?. Truman Capote también podía equivocarse. Pienso luego? / Carlota Casiraghi La hija de Carolina ha superado su código genético. Portadora de la languidez parisina y del estilo made in Italy, se ha convertido en una defensora del uniforme ecuestre. Lo que hasta ahora escondía era su otro yo filosófico, el que ha sacado al inaugurar los Encuentros Filosóficos del principado, que versaban ?¿cómo no?? sobre el amor. Afirma que cuando estudiaba en la Sorbona, la asignatura ?cambió su vida?. Ya lo defendía Hobbes: ?El ocio es la madre de la filosofía?. Chet Baker y la edad de oro Es fácil recordar la imagen de un imberbe Chet Baker posando melancólico, como su voz arrastrada, trompeta en ristre, su rostro casi mineral, sentado en un escorzo rebelde; glorioso blanco y negro. La foto la tomó en 1960, Bob Willoughby, y forma parte de la exposición Jazz, jazz, jazz, que alberga hasta finales de enero el Círculo de Bellas Artes madrileño. Un icónico paseo, entre secciones rítmicas y volutas de humo. Un imperdible para los adictos a Almost blue. Siempre igual / Maradona La polémica es su eterna compañera de baile. ¿La última? Aceptar la presidencia de la fundación Football for Unity para Latinoamérica de manos, nada más y nada menos, que de la reina Isabel II. Da igual que hayan pasado ya treinta y tres años del fin de la guerra de las Malvinas; Argentina es un país de cultos y rencores eternos. Por eso, y aunque haya levantado una gran expectación en la Feria del Libro de Frankfurt, la biografía inédita de Daniel Arcucci, Diego Maradona, tocado por Dios, no puede ser la definitiva.

(La Vanguardia)

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17 de octubre de 2015
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Catexit no sucederá

Grecia puede salir de Europa. El Reino Unido puede salir de Europa. Cataluña no: el Catexit es una contradicción en sus propios términos. Cataluña solo podría salir de Europa si Europa dejara de existir como realidad institucional y como proyecto e idea colectiva. Grecia formó parte de Europa, es decir, de las Comunidades Europeas y de la Alianza Atlántica, fundamentalmente por razones estratégicas vinculadas con el reparto de Europa en zonas de influencia. Atendiendo a las características del país, los títulos que tiene Grecia son muy parecidos a los de los países balcánicos, similares en todo caso a los que pudiera tener Turquía. Catexit es, insisto, una contradicción.

(El presidente del Banco de Sabadell, Josep Oliu, utilizó el término Catexit durante la XXXI Reunión del Círculo de Economía celebrada en Sitges en un debate con el economista del Financial Times, Martin Wolf. Josep M. Colomer también lo ha utilizado en un artículo en el diario El País y yo mismo lo utilicé, no sé exactamente si por primera vez, en una entrada de mi blog titulada ?Catexit?, el 14 de noviembre de 2012).

Tampoco es exactamente Europa ?el Reino Unido aislado, con su relación transatlántica privilegiada, fruto de la inversión de una jerarquía de orden colonial, convertida en charnela de la paz gracias a las dos guerras mundiales. Lo es en todo y más su economía, su sociedad y sobre todo su sistema político, necesario para el equilibrio europeo pero con la inevitable distancia geopolítica insalvable que la aísla y a la vez la declara puente entre las dos orillas.

Cataluña, en cambio, solo puede ser europea. No hay ningún otro destino que la tiente ni ninguna otra bifurcación que la conduzca hacia otro horizonte. O Europa o nada. Lo es, naturalmente, por sus orígenes medievales más profundos, incluida la carolingia Marca Hispánica mitificada por el nacionalismo esencialista. Lo es, también, por la genealogía de? la nación moderna construida a partir del romanticismo: nace en 1714, cuando muere la nación de las viejas constituciones, al culminar una guerra bien europea como fue la de Sucesión a la corona de España. Aún lo es más por el molde industrialista que la sitúa como líder de la revolución industrial en la península Ibérica. Todo lo que le ha sucedido a Cataluña a lo largo de la historia es peripecia europea, pura y dura, tragedias incluidas. La última entre las más grandes el paso devastador de las grandes ideologías y sobre todo los dos totalitarismos del siglo XX, que experimentan y se enfrentan en batallas ideológicas, militares e incluso policiales: el golpe de Estado del 34, la revolución, la guerra civil, los bombardeos urbanos, la guerra civil dentro de?la guerra civil, las purgas estalinistas, el aplastamiento de la democracia y del autogobierno.

Cataluña sigue siendo europea, callada, resignada, casi clandestinamente europea, en el momento más oscuro de la noche totalitaria, convertida en nido de espías, corredor por donde huyen los perseguidos y refugio de criminales de guerra. Luego, poco a poco, aunque la dictadura tarde en incorporarse, Cataluña lo hace, y siempre un paso por delante, gracias a la reindustrialización, con la Seat a la cabeza; la primera autopista de peaje; el turismo; el asociacionismo europeo, con el Comité Español de la LECE de fundación barcelonesa bien prematura (1949); sus economistas, fundamentales en la estabilización y la apertura ?Sardà Dexeus, Estapé, por ejemplo?; y su historiador, Vicens Vives, sintetizador y visionario del destino hispánico y europeo de los catalanes.

Cataluña es ya plenamente Europa cuando con España se incorpora a Europa con el Tratado de Adhesión de 1986. Autogobierno catalán, democracia española e integración europea son términos equivalentes desde Cataluña. Quizás no lo son o no lo son tan claramente desde otros lugares de España o de Europa. Pero la historia de los catalanes nos revela que sólo hay autogobierno cuando los españoles son libres y hay libertad y democracia en España, de forma que el horizonte compartido es el de la Europa libre y democrática.

Esta es una historia de éxito, un éxito enorme. Es impopular decirlo hoy en día, cuando radicalismos de todos los colores nos describen una sociedad hambrienta y misérrima devastada por la crisis y una nación oprimida y humillada que se afana para levantarse frente a un imperialismo cruel y rencoroso. La democracia constitucional española, el autogobierno catalán y esta zona de paz, prosperidad y estabilidad europeas, la más importante en todas las dimensiones de la historia, con sus instituciones, UE y OTAN fundamentalmente, son éxitos clamorosos que solo una gestión torpe de la actual crisis podría llegar a anular.

Los análisis más apocalípticos nos sitúan en el camino de un autoritarismo post democrático dictado por la crueldad de los mercados y de las instituciones multilaterales. Las grandes construcciones europeas se convierten en monstruos a neutralizar y abatir, y la democracia constitucional española, una mera prolongación del franquismo fruto de la traición perpetrada durante la transición. Hay que observar con atención el estado del mundo y los modelos alternativos realmente existentes: el capitalismo comunista de mercado en China, la democracia soberana y presidencial en Rusia, el populismo autoritario en Venezuela, la dictadura opulenta de Qatar o Arabia Saudí. O comparar con épocas pasadas: ¿qué república de las más avanzadas sirve para mirarnos en su espejo y se nos ofrece como modelo para cambiar?

Sí, hay un salto que se debe hacer y que es inevitable: reformas en profundidad en todos los niveles que vivifiquen la democracia y conserven lo esencial del Estado de bienestar. Europa, no hace falta ni decirlo. ¿Cómo gobernaremos el euro si no avanzamos y muy deprisa en la unión fiscal y financiera y en la creación de un Tesoro común? ¿Cómo resolveremos las crisis geopolíticas de nuestros vecinos sin una política exterior y de seguridad mucho más comunitarizada? ¿Cómo afrontaremos los retos de los movimientos? de población en el Mediterráneo sin una mejora de la política de inmigración y de asilo? Y España: ¿cómo encarar el futuro juntos sin un marco constitucional y autonómico que cuente con un consenso renovado?

Perder el tiempo en cuestiones periféricas o irrelevantes, como nos pasa ahora, es la única forma segura de seguir viviendo dentro de la crisis y de la crisis. Hay muy políticos que no saben hacer nada más. No es posible el Catexit en relación con Europa. Respecto a España, no hay camino de salida que no lleve también a salir de Europa, algo inimaginable. Catexit solo sería viable si la propia Europa se hundiera de nuevo en sus viejas divisiones étnicas y nacionalistas y dejara de existir. Y no sería Catexit, sino Eurexit, dejar tirada la idea de Europa, una auténtica catástrofe.

(Este texto ha sido publicado anteriormente y por encargo de la revista F. La revista del Foment, otoño 2015, número 2145 que dirige Valentí Puig y edita en catalán y castellano Foment Nacional)

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16 de octubre de 2015
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