La española Marta Sanz ganó hoy el premio Herralde de Novela, que convoca la editorial Anagrama, con...

La española Marta Sanz ganó hoy el premio Herralde de Novela, que convoca la editorial Anagrama, con...
Los cuatro elementos tienen dueño: el aire, el fuego, el agua, y sobre todo los tiene la tierra. Lo decía Lawrence de Arabia en Los siete pilares de la sabiduría: “La gente suele considerar el desierto como una tierra baldía, sobre la que cualquiera puede poner la mano; pero la realidad es que cada colina y cada valle tenía a alguien que era reconocido como su propietario y que estaba inmediatamente dispuesto a afirmar los derechos de su familia o de su clan contra cualquier intento de usurpación. Hasta los pozos y los árboles tenían sus propietarios.”
La información de Lawrence me recordó la obra de Ernest Becker La negación de la muerte, a la vez que me hizo pensar en la posesión y en sus vínculos con la destrucción. ¿Colocamos nuestras posesiones como una barrera ante la muerte, ignorando que la muerte no entiende de fuertes y fronteras? Poder y posesión tienen la misma raíz, y el poder que nos confiere una posesión nos crea la ilusión de que nos va a proteger de la muerte.
La TMT, Teoría del Manejo del Terror, postula que las mentes rígidas, cerradas y excluyentes están más obsesionadas con la muerte que las mentes abiertas y tolerantes. Y también más obsesionadas con la posesión.
La misma teoría vincula el miedo a la muerte con el tribalismo, con el instinto grupal y con la creación de masas. Las masas protegen y a la vez matan (Canetti), como protegen y matan las naciones cuando instauran la religión del terror: esa religión vinculada a la tribu y a la raza (nosotros contra los otros) que se apoderó de Europa desde 1914 a 1945. Unos cien millones de personas murieron en las dos contiendas, a las que hay que añadir el medio millón que murieron en la guerra civil española, que hizo de puente entre las dos guerras más racistas de la historia.
Puede que los tribalismos sean la única causa de que no se asiente entre nosotros una verdadera conciencia de la especie. Con tantas tribus y fronteras es difícil asimilar que somos una sola especie, y que nuestro único enemigo común es la muerte: la muerte de cada uno, y la muerte integral de la especie, que sería algo parecido al terror absoluto.
Lawrence de Arabia, Los siete pilares de la sabiduría, Huerga & Fierro, 2006, Ediciones B, 1997.
Ernest Becker, La negación de la muerte, Kairos, 2003
Elías Canetti, Masa y poder, Galaxia Gutenberg, 2002
Si el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo (Lenin), el romanticismo es la enfermedad senil del raciocinio. No hay más que echar un vistazo a nuestra época: segunda versión, cien años después, de "lo romántico". Loco amor a la diferencia nacional (o del yo) y con ella, el culto superlativo a los sentimientos, como zócalos o muros decisivos.
Así, con varias semejanzas resucitadas, las emociones desafían a la razón, los himnos a la cordura y los emoticones al lenguaje adulto. El universo de las redes sociales refleja bien el imponente dominio del sentimentalismo y sus múltiples vicisitudes, vicios, virtudes o simples quincallas del yo. Amarse en la red se tiene por una falacia pero justamente esta ligereza le permite la propagación de los incontables "amigos" supuestos y los infinitos "me gusta" sin razón cabal.
O, en suma, nuestra cultura es ahora eminentemente emotiva. Se manifiesta en la publicidad (motion-emotion) o lo explotan los líderes sin gramos de ideología y kilos de gestualidad. El romanticismo pictórico del siglo XIX derivó al fin en un meloso simbolismo y en un pálido prerrafaelismo, pero incluso una de sus corrientes se llamó, a las claras, "decadentismo".
No hay mejor caldo para animar el pasado decaído que la melancolía convertida en una forma de infusión triste y utópica. De ahí que a esta época ebria y convulsa se la tenga por lo peor: la crisis, las migraciones, la corrupción, la injusticia, las desigualdades, el falso cáncer del chorizo y el salchichón. Ni la prosperidad de la mejor ciencia puede con todo esto porque la ciencia es de razón y lo demás es de corazón. Nuestro tiempo se halla tan desprestigiado que quien desea librarse de él corre ocasionalmente hacia atrás porque ¿quién podría augurar que, visto lo visto, no empeore el futuro? ¿No se comprende pues a los independentistas catalanes? Claro que sí. Ellos son los hijos naturales del "decadentismo", los amantes de los dibujos animados, los representantes del temor a un porvenir complejo y multicultural.
En la literatura, en los programas de la tele, en las series y novelas históricas, en la reciente moda del vermut o en el miedo a la integración va reinando la cultura de la nostalgia y la peregrinación hacia el útero magnificado.
En casi todas partes, en Turquía, en Francia, en Estados Unidos o en Rusia, cunde una derecha que huye, por un lado, del malvado izquierdismo (enfermedad infantil del comunismo) y, por otra del racionalismo ilustrado, promotor de la universalidad e igualdad entre todos los seres humanos (animales incluidos también).
Abroquelarse, sollozar, victimizarse, enarbolar banderas he aquí el aspecto más perverso de estos años románticos. El panorama es tan propicio a la incertidumbre que el miedo empuja a los más ignorantes y enardecidos a quemarse en una ofuscada hoguera tribal. Ojalá que llueva café.
Esta mañana envío unos cuadros a la feria de Miami Basel. Tiendo a acompañarlos con el deseo de que sean amorosamente apreciados, pero un inmenso mar hace que la relación se disipe -se diluya- poco a poco y pronto, dentro de unos días, no sabré si están en este mundo, en Florida o en los jardines de la imaginación. Muerte entre las flores.
¿En qué se parece la realidad actual de la burocracia europea al sueño europeo de paz e igualdad de la posguerra, al sueño de libertad y hermandad de la caída del Muro de Berlín? En bien poco. El Parlamento, el Consejo, la Comisión… se han sumido en una mezcla de inoperancia, debates bizantinos y soberbia de señorones con grandes sueldos. Y para colmo, cuando tienen que decidir algo trascendente, como el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos (TTIP), lo hacen en secreto, a espaldas de los ciudadanos.
Pero hay excepciones, y hoy brilló en la sede del Parlamento Europeo el aroma de las causas justas de antaño. Hoy concedieron el premio Sájarov a la Libertad de Conciencia al bloguero saudí Raif Badawi. El joven quiso ejercer lo que en Europa es un derecho establecido, aunque en países como España vuelve a estar amenazado. Me refiero a la libertad de expresión, que obviamente defiende la libertad para criticar, para expresar opiniones adversas al poder y a los poderosos. Si no, ¿quién necesita libertad para estar de acuerdo?
En Europa hay libertad para hablar y escribir sobre la religión. Libertad para defender cualquier religión y para criticarlas a todas. En Europa no es delito ni siquiera burlarse e insultar a las religiones, como hace el semanario Charlie Hebdo. Pero en Arabia Saudí es delito criticar a la férrea dictadura de la familia reinante y poner en duda las enseñanzas del Islam. Badawi osó criticar la religión oficial. Lo sentenciaron a 10 años de prisión – una pena civil – y a mil latigazos, un castigo religioso y medieval. Los médicos del régimen tienen que evaluar cuánto tiempo tiene que pasar entre una tanda de latigazos y otra. Nadie sobrevive a mil latigazos seguidos. Semejante salvajada es la que constituye lo legal en el principal aliado de Estados Unidos en la zona.
Andrei Sájarov (1921-1989) fue un científico nuclear genial, una persona íntegra, un denunciante de las violaciones a los derechos humanos durante el régimen soviético. Un apestado, castigado y torturado por el gobierno. Un resistente con coraje. Un hombre gentil y moderado. Un héroe. En su nombre el Parlamento Europeo homenajea hoy a Badawi. No podrá venir a recibir el premio. Las autoridades europeas esperan que al menos la presión internacional sirva para quitarle la insoportable pena de los azotes.
Dije al principio que esta libertad de prensa, de opinión y de información, que está en el origen del sueño de la nueva Europa, está en peligro en España. Mientras premian a Badawi en Bruselas, en Madrid se pone en marcha la Ley Mordaza. Lo dejo ahí.
Cuando en los años setenta Alianza Editorial tradujo la selección del Manuscrito encontrado en Zaragoza que Roger Caillois había hecho para Gallimard, el asombro fue general. Las andanzas por España de Alfonso van Worden, un joven hidalgo flamenco adscrito a las Guardias Valonas de Felipe V, nos pillaron a todos desprevenidos porque no se parecían en nada a lo que habíamos leído hasta entonces. Se suponía que, encontrándose en Andalucía, el joven oficial extranjero recibía la orden de incorporarse a su regimiento en Madrid. Y su travesía por Sierra Morena era lo más parecido a un viaje alucinatorio: posadas desiertas y aquejadas de una fama siniestra, gitanos y bandoleros, criptojudíos, inquisidores provistos de sus instrumentos de tortura y musulmanes al servicio de unos demonios siempre maquinando perversidades contra los viajeros y, lo más comentado, unas bellísimas princesas norteafricanas que además de manifestar unas vistosas tendencias lésbicas e incestuosas eran tan liberales en sus costumbres que proporcionaban al viajero unas voluptuosidades nocturnas difíciles de olvidar, sobre todo porque al despertar a la mañana siguiente el soldado se descubría acostado en un cadalso con los cadáveres corrompidos de dos bandoleros ahorcados y casi comidos por los buitres. Por lo visto las dos beldades estaban al servicio del diablo, dispuesto a ofrecer a viajero el oro y la mora con sólo que abandonase su fe cristiana para abrazar la musulmana.
Todo iba así, a base de unas historias entreveradas de otras historias que daban entrada a su vez a nuevos y sorprendentes personajes dotados de suma facilidad para contar unas peripecias personales solo igualadas por las disparatadas circunstancias que aquejaban a los personajes de la siguiente posada, todo ello sin salir de Sierra Morena.
El autor (por descontado que entonces casi desconocido incluso en su país) era el conde Jan Nepomuceno Potocki (1761-1815), miembro de una riquísima familia polaca que poseía una inimaginable cantidad de tierras en lo que actualmente es Ucrania Occidental. El padre de Jan, repostero real y uno de los menos adinerados de la familia, era de todas formas dueño de un territorio equivalente (para entendernos) a la distancia que media entre Barcelona y Zaragoza, con decenas de ciudades y decenas de miles de siervos/esclavos a su servicio. Por seguir la tradición familiar, el conde Potocki ingresó en el cuerpo de ingenieros del ejército polaco y hasta ayudó a los reyes de Malta a luchar contra los piratas berberiscos, pero en el fondo, y por orden de preferencias, lo suyo era viajar (cosa que hizo por medio mundo), aprender (fue un ilustrado dispuesto a asimilar todo el saber de su tiempo) y escribir, una actividad a la que dedicó buena parte de su vida. y a la que debe su actual aprecio universal.
En lo que respecta a la actividad que le más fama le ha valido, la escritura, lo dado a conocer en Francia por Roger Caillois equivalía más o menos a la versión del Manuscrito encontrado en Zaragoza publicada en San Petesburgo en 1804 y en la que Potocki llevaba trabajando desde 1796. Su afán por conocer nuevas culturas y formas diferentes de entender la vida (la etnografía actual tiene una inmensa deuda con sus trabajos), su curiosidad por todas las ramas del saber y una intensa vida social y aventurera que le llevó a ejercer de espía al servicio del zar, a frecuentar los centros ilustrados de París, a ingresar en la francmasonería e incluso a cruzar el cielo de Viena a bordo de un globo aerostático, parecieron distraerle de sus escritos, pero no. Ajeno al escaso eco alcanzado por el manuscrito de San Petesburgo, Potocki se encerró en alguna de sus propiedades y no solo reescribió y amplió a sesenta y dos las catorce jornadas ya publicadas sino que abrió considerablemente su temática a todas las ramas del saber: seguía habiendo criptojudíos y bandoleros y endemoniados y las dos princesas norteafricanas juegan un papel tan primordial en la complicada trama que una de ellas, Emina, resulta ser la madre de una hija que Alfonso van Worden desconocía y que acabará siendo su heredera universal. Y para terminar de cerrar el círculo, el ya avejentado y cansado oficial de las Guardias Valonas acaba sus días como gobernador de Zaragoza. Qué menos.
Pero el paso de una versión a otra supuso de hecho la transformación de un relato gótico en una novela hija de la Ilustración con importantes y continuas exploraciones en campos tan distantes como la geometría, la filosofía, la geografía o los cultos del antiguo Egipto. Y una curiosidad: así como a Potocki no le importaba gran cosa la verosimilitud geográfica (en plena Sierra Morena, por ejemplo, el joven oficial se sube a un altozano desde el que contempla un maravilloso panorama de la vega de Granada…situada a bastantes kilómetros de allí) en cambio es de un rigor exquisito cuando habla de los ritos y creencias recogidos en las libros sagrados de las tres grandes religiones monoteístas. O por decirlo como lo dicen François Rosset y Dominique Triaire, autores de la magnífica edición anotada que ahora publica Acantilado, los sobresaltos y las apariciones de endemoniados han dado paso a un planteamiento metafísico que ellos platean así: frente a la confusa y cambiante multiplicidad del saber, ¿se puede ser libre para elegir con criterio?
El propio Potocki no supo encontrar la respuesta adecuada y la amargura de no ver su trabajo intelectual suficientemente reconocido, unida a la desazón que le produjeron dos matrimonios fracasados en medio de ciertas acusaciones de incesto, por no hablar de su profundo cansancio vital le empujaron a una resolución extrema: arrancó una fresa de plata que adornaba el asa de un florero regalado por su madre, confeccionó con ella una bala y tras hacerla bendecir por el cura de servicio en palacio puso fin a su vida volándose el cerebro.
Manuscrito encontrado en Zaragoza
Jan Potocki
Edición de François Rosset y Dominique Triaire
Traducción de José Ramón Monreal
Acantilado
Desfilan batallones de días azules.
Apollinare
Andan días iguales persiguiéndose.
Neruda
Y palidece en la luz del día común
Wordsworth
Hay días que parecen fotocopias
Aurora Luque
Sus días fueron copias
tan perfectas que no mancharon
nunca de hambre sus manos
Raúl Quirós Molina
A un día monótono otro
monótono, idéntico, sucede. Pasarán
las mismas cosas, volverán de nuevo a pasar,
iguales instantes nos toman y nos abandonan.
Cavafis
contemplo con espanto
el nuevo día traerme el mismo día del fin
del mundo y del dolor,
un día igual a los otros
Carlos Barral
Y está la resistencia de los días de lluvia
Inmaculada Mengíbar
Sólo me quedan los días iguales
de después, los días marginales
Ricardo Defargues
Todos los días para mí son lunes
Jorge Carrera Andrade
Sucede que ha llegado a preocuparme
la manera de ser de las semanas.
Neruda
días regimentados, repetidos
con rigor ordenancista,
días reventones de más días
Vicente Simón
Se parecen los días a los días
Esperanza López Parada
Los días son igual que una condena.
Santiago Auserón
Los días lentos
se apilan
Buson
Igual van a sucederse los días
Como soldados de un domingo
Victorioso.
José Ángel Cilleruelo
No hay
pasado. Sí, también yo colecciono
días, pero los tengo todos repetidos
Gabriel Ferrater
Pero después de todo, no sabemos
si las cosas no son mejor así,
escasas a propósito... Quizá,
quizá tienen razón los días laborables.
Gil de Biedma
La escritora boliviana Liliana Colanzi ganó el premio Aura Estrada, que se entrega en la FIL Oaxaca,...
En otoño de 1987, el mismo año en que Patricia Highsmith visitó Lleida, The New York Times le encargó un reportaje sobre el cementerio de Green-Wood, en Brooklyn (Nueva York). Construido en 1830, había sido el parque más grande de la ciudad antes de Central Park, un paraje nostálgico y señorial con umbríos jardines que se llenaban los días de fiesta, a pesar de que alojara los huesos de más de medio millón de huéspedes, algunos ilustres como los de Basquiat o Bernstein. Ella se entregó a la tarea acompañada de una joven redactora que le puso al lado el periódico, Phyllis Nagy, que acaba de firmar el guión de Carol, la adaptación de la novela homónima de Highsmith, filmada por Todd Haynes y protagonizada por Cate Blanchett y Rooney Mara, que se estrenará el próximo mes en Estados Unidos. En aquel reportaje que nunca se publicó, la autora de El diario de Edith ?una de sus novelas más sutiles? abordó el paseo entre tumbas y mausoleos con una pluma macabra. ?Escuchando a los muertos que hablan?, lo subtitulaba. En un momento incluso se empeña en acercarse al horno crematorio y mete la mano en él: ?Está todavía caliente ?le dice a su acompañante?. Casi puede oírse cómo los huesos crepitan dentro?. Acaso pensaba en su propia muerte. Pero también en la sed de eternidad. Porque aquella texana iracunda que se vengaba de quien osaba toserle en sus novelas, que abandonaba a una amante detrás de otra, según su biógrafa Joan Schenkar, con perversión y mala baba, empezaba a ser un cuerpo frágil con un puñado de células al revés. Aquel día de abril de 1987 en Lleida encendía y apagaba cigarrillos ante los periodistas que la entrevistábamos. Por testarudeces del destino, daba una conferencia en el Institut d?Estudis Ilerdencs de la mano de Miquel Pueyo, y en aquella ciudad aún muy embarazada de periferia se hallaba la más célebre autora de novela negra que había aceptado la invitación por el cariño que le tenía a su editor, Jorge Herralde, y por el deseo de beber cerveza San Miguel. Así pues, se dejó alojar en el Condes y pasear por la ciudad con tejanos y mirada torva. En verdad, sólo recuerdo dos cosas: que a pesar de la fama que tenía de huraña y perversa, una fiera capaz de marcar para siempre a una principianta, no me humilló. Y que arrastraba el hastío hasta en las repuestas. Sergio Vila-Sanjuán, que firma la crónica del 27 de abril en La Vanguardia, se refiere a ella como ?una mujer algo amedrentadora? y ?una inquietante dama solitaria?. La escritora le confiesa: ?He sido profundamente infeliz?, y añade que nunca pensó en el suicidio, a diferencia de sus personajes. Alguien que declaraba con la frente bien alta que ?lo mórbido, lo cruel, lo anormal me fascina? imponía respeto. Highsmisth entendió en Green-Wood la importancia de la plástica del final: ?Irse con estilo, con tanta dignidad y elegancia como sea posible?, escribió. Moriría ocho años después. Ahora se cumplen veinte, y Anagrama ha reeditado buena parte de su obra. Un aniversario que coincide con su regreso a la gran pantalla con Carol, su segunda novela, publicada en 1952 como El precio de la sal, firmada por una tal Claire Morgan. Fue un hito literario, y no por el lesbianismo de sus protagonistas, sino porque al fin una relación entre dos mujeres se narraba con esperanza y felicidad. Patricia Highsmith tardaría treinta años en ver su nombre en la portada de la retitulada Carol. La amargura que revistió su vida no empequeñece su obra. Sólo encontraba la paz rodeada de gatos, bebiendo vodka y escribiendo. Tijeras del reino / Alber Elbaz
?Abruptamente?, dice la prensa francesa. Así terminó ?un mito? como Alber Elbaz, el creador que después de 14 años abandona uno de los salones más sublimes de la moda, creado en 1889 por la exquisita Jeanne Lanvin, que inmortalizó el corte al bies. Desavenencias entre la propietaria taiwanesa de la marca y el creador, agotado por la presión de un negocio disparatado, han puesto el fin a la relación. Aunque la vacante en Dior acelera la imaginación. Elbaz puede aspirar a cualquier trono. Todo naturalidad / David Muñoz y Cristina Pedroche
A él le gusta que le llamen Dabiz, mientras que ella hace proselitismo de Vallecas siempre que puede. Se han casado en la intimidad, e incluso la biblia social, Hola, ha recogido el momento desprovisto de boato: en tejanos y zapatillas, tal como se dieron el sí. ¿Por qué causa tanta atracción esta pareja? Acaso porque el chef estrellado de la cresta y la desacomplejada presentadora se mueven en esa gama que va de la naturalidad al bochorno y acaba en el morbo. La chica Bond / Monica Bellucci
No sólo es la primera (esplendorosa) cincuentona que enamora al macho alfa de 007; la italiana, con un vestido de terciopelo escotado en la espalda, acaparó todas las miradas y flashes en la première londinense de la última entrega de Bond, Spectre. ¿Su secreto? ?Disfrutar de los placeres de la vida, si tengo que dar algún consejo es que hay que comer bien, beber bien, tener buen sexo y reírse mucho, el resto viene por sí solo?. El cine también entiende de mujeres reales. (La Vanguardia)
Así como Éramos unos niños gira en torno a Robert Maplethorpe, el nuevo libro de Patti Smith,...