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La canción que más me gusta de Bowie habla de una casa de locos al otro lado de la ciudad. El mismo Bowie confesó una vez que procedía de una familia de locos. Su hermano, por ejemplo, padecía esquizofrenia. A ese hermano Bowie lo abandonó, como el personaje que interpreta en la película Feliz navidad, Mr. Lawrence, donde un militar británico confiesa haber abandonado a su hermano discapacitado, en circunstancias terribles.
Feliz navidad, Mr Lawrence es quizá la mejor película de Bowie, que nunca fue un buen actor, quizá porque toda la imaginación y toda la fuerza que ponía en sus interpretaciones escénicas como cantante pop-rock, le abandonaban cuando tenía que interpretar un personaje cinematográfico. Misterios de la naturaleza.
Tenía un ojo de cada calor. Todo empezó la noche en la que uno de sus amigos le dio un puñetazo. Bowie pudo haber perdido la visión, pero tras varias operaciones consiguieron salvar su ojo, si bien la pupila le quedó permanentemente dilatada, haciendo que pareciera de otro color. Bowie se inventó historias mucho más pintorescas para explicar el milagro de su rostro, y en más de una ocasión lo esgrimió como prueba de su naturaleza extraterrestre.
Aunque David Bowie procedía del Swinging London y de finales de los sesenta, como músico llegó a la madurez, a una madurez deslumbrante, a finales de los setenta con la trilogía de Berlín: Low, Heroes y Lodger. En esa época llegué a sumergirme profundamente en su música. Antes de editar Low, Bowie hizo un viaje a Rusia y la recorrió en el Transiberiano. Se notaba aire estepario en sus nuevos discos. Su luz empezó a decaer en los años noventa, en parte porque el mismo David Bowie decidió huir de su propia sombra bajo los cielos de Nueva York y en compañía de una mujer que, según dicen, se parece mucho a la reina de Saba.
Muerto el héroe y el antihéroe, los que negaban sus últimos discos ahora lo alaban hasta el límite de lo posible. En toda sociedad, la necrofilia siempre ha sido una pasión muy por encima de la tendencia a cantar a los vivos y a la vida. Yo me he limitado a presentarlo como mito, como “relato compartido” por muchas personas que disfrutaron de su música, sus cambios, sus sobresaltos, sus noches a tumba abierta, sus amores de uno y otro signo, y sobre todo de su descubrimiento del verdadero Berlín, más allá de su propia fábula de espías, muros infranqueables y cenizas de la guerra.
En 1987 estuve en Berlín, a los dos lados del telón de acero, en parte por lo atractiva que me parecía la ciudad tras el filtro que le ponían Lou Reed y David Bowie, y en parte porque quería constatar que Berlín era una ciudad real.
Seguramente David Bowie había ido a Berlín por la misma razón. Se trataba de una ciudad que exigía ser constatada, no solo imaginada. Como todas las ciudades apocalípticas y vinculadas a la destrucción, Berlín era pura sustancia mítica. O te acercabas a ella y la tocabas, o te parecía más irreal que Avalón.
Artur Mas se ha ido. Un día volverá, dicen algunos, pero son muchos los que le dan por enterrado. Veremos. Los augurios de supervivencia forman parte de la venta de su retirada, facilitada por la plaza vacante que tenía el nacionalismo convergente: su primer ex presidente, el fundador y padre de la patria, no está, ha desaparecido, se ha convertido en el innombrable. La función que se le asigna a Mas es, como mínimo, la que tenía Pujol antes de la confesión de julio de 2104. Es algo así como el presidente emérito. El masismo es un pujolismo que prefiere olvidar su nombre. En todo caso, cuanto mejor le vayan las cosas a Puigdemont menos futuro tendrá Mas o tendrá un futuro más emérito y menos efectivo. Puigdemont lo tiene muy difícil, es verdad, pero a más Puigdemont, menos Mas y viceversa.
Otra cosa es el ?procés?, que se encuentra ahora en una inflexión decisiva, la primera de verdad desde que empezó propiamente, en 2012. Una de las mayores virtudes del independentismo es que vive al día, muy acorde con la sociedad digital e instantánea. En el ?procés? no hay pasado ni futuro, todo es presente. Y si el presente permite sobrevivir, hay proceso, con Mas y sin Mas. La bicicleta solo cae si se para. No tiene memoria autobiográfica y de ahí que no le importe decir y hacer hoy lo contrario de lo que hizo y dijo ayer o de lo que dirá y hará mañana. El último episodio, el más reciente, es quizás el más doloroso. Hasta la noche del jueves 7 de enero Artur Mas rechazaba hacerse a un lado porque se identificaba abierta y directamente con el futuro del ?procés? y a las 72 horas sus panegiristas --los mismos que le habían convencido de que él era el ?procés?-- ya estaban explicando que se equivocaban quienes le identificaban con el ?procés? y en consecuencia daban por perdido a este último.
Es un buen momento, por tanto, para intentar evaluar cómo ha quedado todo tras la caída de Mas. La pregunta malintencionada es si hay ?procés? después de Mas y la respuesta podría ser que sí lo hay, pero que ha cambiado de naturaleza y de dirección. En primer lugar por una cuestión de personas. Aparentemente, los convergentes buscaban un presidente para evitar las elecciones, ganar tiempo ?un año sin posibilidad de disolver el parlamento?y refaccionar el partido a fondo. También librar la batalla sucesoria entre los actuales candidatos: Gordó, Rull, Turull, Homs, quizás Munté y ahora Puigdemont. ¿O no? El presidente neutro puede ser un deseo, pero no existe: una vez se encuentra la persona para la tarea interina e incluso para imaginar el regreso triunfal de Mas, esta persona entra en juego con toda naturalidad y cuenta además con bazas incluso más serias que otros.
También ha cambiado el paisaje político. Mas tenía ante sí la mayoría absoluta del PP. Puigdemont ya tiene aliados en Madrid y en el propio socialismo sin haberse movido, solo por virtud de las elecciones generales. El gobierno y el calendario que recibe Puigdemont pertenecen a la etapa anterior y sobreviven en la actual únicamente como amenaza disuasoria. Los dirigentes del proceso lo saben e incluso admiten en privado, pero evitan hacer doctrina pública: saben que no habrá independencia, pero creen que solo nos moveremos hacia el referéndum o hacia el reconocimiento del Estado plurinacional si mantienen viva la disuasión movilizadora.
¿Vamos hacia la ?paix des braves?, que solo se hace entre duros de ambos bandos? Esta expresión, la paz de los valientes, es del general De Gaulle para referirse a la guerra de Argelia. Aunque Puigdemont es uno de ellos, en cuanto ha entrado en detalles ha mostrado un ángulo de visión estratégica algo más abierto y menos esencialista que la de Mas, al que nadie va a echar en falta a la hora de tender de nuevo los puentes, al contrario: la independencia no es un objetivo en sí misma sino que está al servicio de la gente. Si alguien le demuestra seriamente que las personas estarán mejor servidas con otras fórmulas, estaremos al cabo de la calle.
Cuesta más convencer a un converso que a un creyente de toda la vida.
Anna Gabriel, la política más valorada en Catalunya según las encuestas, detenta una posición corporal que neutraliza la tan parafraseada inseguridad femenina, y además tiene buenos bíceps. Bastan su mirada franca y su barbilla desafiante para visualizarla como una bayadera romántica consagrada a la danza social. Ahí están su compromiso enyesado durante años y su empuje volcado hacia el flanco más débil: la infancia. Se encaprichan en llamar ?nueva política? a lo que representa Gabriel, un término socorridamente gráfico para ilustrar otra forma de concebir la res pública, pero lo suyo viene más bien de antiguo: desde la tierna militancia antifascista hasta los cargos en la CUP, además de un abuelo minero y anarquista que, allá por los treinta, cambió Riotinto por Sallent y llegó a quemar su dinero en la plaza del pueblo, convencido de que en el orden social libertario no haría falta. De ser niña ahora, la mujer que ha hecho temblar los cimientos de la política catalana, no hubiera tenido problema con los Reyes Magos madrileños de pinypon: en su casa no había lugar para el realismo mágico. Cuida su imagen, aunque pueda parecer todo lo contrario: Gabriel es exactamente la antiArrimadas, siempre tan burguesamente correcta. De réplica engallada, ha adecentado la estética perroflauta: de la inevitable sudadera de capucha, la prenda activista global según la revista Time, y los tres aros en la oreja, a las camisetas militantes que luce superpuestas: ?Jugem tots o punxem la pilota?. Y aunque Jiménez Losantos lo denomine ?look borroka?, y haya recibido junto a sus compañeras zafios insultos por no representar la feminidad oficial, su estética tiene más reflexión que la de muchos políticos que solo eligen la corbata a juego con los colores del partido. Vean el flequillo de Jane Fonda en las fotos de sus protestas contra la guerra de Vietnam, o el de la fundadora de la Baader-Meinhof, Ulrike Meinhof: un tajo recto y protestón, a ras de frente. Como el de Anna Gabriel, portadora de un feminismo rectilíneo, de los que adoctrinan por debajo y por encima currando, el extremo más forzadamente opuesto al de las reinas de belleza de los narcocorridos, tan airados ahora tras la detención del Chapo Guzmán con escenas propias de Homeland y La reina del sur. Googleas Ana Gabriel, sin doblar la ene, y la primera que aparece es la cantante mexicana nacida en el estado de Sinaloa, tierra deslumbrante junto al mar y reino del opio, el veneno negro que trajeron los chinos. Sinaloa es el feudo del Chapo, allí donde las muchachas jóvenes empiezan a soñar con hombres malos. Le ocurrió a Emma Coronel Aispura, que ya en el comedor de su casa mamó los principios: ?Existen dos clases de riquezas, las que cuentan el dinero y las que lo pesan. Si el tuyo no es el segundo tipo de riqueza, no sabes qué es realmente el poder?, como escribe Saviano en Cero, cero, cero (Anagrama). Porque si bien la mujer clave en la captura de este hombre de metro sesenta y siete ?machito, feo, endiosado y putero? ha sido la actriz Kate del Castillo, hay otra que se esconde y calla: Emma Coronel, su esposa y madre de sus gemelas. Emma llevó corona, bikini y mini, y en las fotos, pese a su juventud, parece ya retocada: melena latina, pechos a medida y vientre de adolescente. Llaman buchoneras a las jóvenes que mitifican a los narcos y corren tras ellos, sintiendo la adrenalina al caminar por el lado salvaje con tacones de quince centímetros, armas y fajos de billetes, y se sienten diosas exhibiendo una feminidad disparatada. En nombre del padre / Duncan Jones Dejó testamento universal en su ida silenciosa, esperando a ser Lázaro ?así se titula un tema de su disco casi póstumo?. La muerte de David Bowie marca el fin de una era. Por ello, la fotografía que su hijo Duncan colgó en Twitter prendió en la nueva iconografía del dios. Duncan Jones ha sabido crearse una sólida carrera cinematográfica, lejos de los dominios de los ?hijos de…?. El peso del padre nunca lo aplastó. Y eso, en las familias de mitos, es un auténtico logro. Musa eterna / Emma Suárez Provista de un misterio asalvajado en la mirada, casi siempre al bies, Emma Suárez, a punto de cumplir los 50, recupera el foco con esplendor de la mano de Almodóvar y su última cinta, Julieta. Destino, locura, pasados que aplastan como una losa y un coro femenino alrededor: Almodóvar in extremis. La que fuera musa erótica de los alternativos 90, tan huidiza como sobria, estrena año con cuatro producciones y la íntima creencia de que la vida es un viaje por etapas. Un chulo tedioso / Leonardo Dicaprio
Acaba de conseguir su tercer Globo de Oro y aspira ?a la quinta? a hacerse con el ansiado Oscar por El renacido, pero su fama de coleccionista de modelos espigadas y fiestas en la playa acompañado de legiones de mujeres empieza a causar fatiga. En la gala de los premios fue captado burlándose de Lady Gaga cuando pasó a su lado y lo saludó: ?¡Oh Dios! ¿Entonces esto es tendencia??, profirió, para luego añadir: ?Simplemente no sabía quién estaba pasando a mi lado?. Desdichadas estrellas. (La Vanguardia)
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