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Irán-Estados Unidos, como la España de Franco

Por 25 de enero de 2016 Sin comentarios

Lluís Bassets

Pactan los gobiernos, los partidos, incluso las naciones. Las causas no pactan. No pacta una revolución. Difícilmente pactan los sistemas, los regímenes, las ideologías, atenazados por los principios irrenunciables. Los valores y los principios no se pactan. Quienes lo hacen aparecen como traidores. Solo se pacta lo que se puede cuantificar. El número de prisioneros que se intercambia. Las centrifugadoras nucleares que se desmontan. Los reactores que se paralizan. Las toneladas de uranio enriquecido que se guardan a buen recaudo. O las sanciones que se levantan.

Eso es lo que ha sucedido entre Irán y Estados Unidos. Han pactado. ¡Y vaya pacto! El acuerdo nuclear es la almendra. Pero hay más. Hay un acuerdo de intercambio de prisioneros, tejido en secreto durante dos años y medio. Si el acuerdo nuclear ha sido pactado en un marco diplomático multilateral, en el que han participado China, Rusia y naturalmente la UE, el intercambio de prisioneros es un acuerdo bilateral negociado por una vía paralela entre servicios secretos. Todo un ejercicio de mutua confianza entre dos países enemistados desde 1979, y el auténtico gesto de deshielo entre Washington y Teherán.

Del acuerdo sale un mundo más seguro, tal como ha subrayado el presidente Obama; y una experiencia de lucha contra la proliferación nuclear por medios diplomáticos: sanciones y negociación en vez de bombas y guerra. Cundirá si el éxito le va acompañando. También se normaliza la situación de un gran país como es Irán, aislado y en un entorno hostil que estimulaba sus reflejos más agresivos.
No cabe descartar que el ?Estado profundo? iraní continúe por los caminos terroristas que ha practicado históricamente: todavía pesa la sospecha de su implicación en el atentado contra la Asociación Mutual Israelita de Argentina de Buenos Aires en 2004, e incluso en la muerte hace un año del fiscal Alberto Nisman que la investigaba. Pero la realidad de la actual oleada terrorista que afecta a todos los continentes es que no tiene que ver con el chiísmo y con Irán, como en otras épocas, sino que es estrictamente suní, inspirado en el adoctrinamiento violento del wahabismo saudí y con financiación de origen en los países del Golfo. Henry Kissinger dijo hace unos 10 años que Irán debía elegir si quería ser una nación o una causa. Ahora está claro que el Gobierno iraní ha elegido a la nación, aunque una parte de su élite religiosa, política y militar sigue prefiriendo todavía que sea una causa.

Los españoles tenemos a mano en nuestro pasado reciente un ejemplo para comprender lo que ha pasado entre Irán y EE. UU., y es el régimen de Franco, que en 1942 era todavía un país amigo e incluso aliado del eje fascista, que suministraba minerales para su armamento, hombres para el frente ruso y se preparaba para el nuevo mundo hitleriano, y apenas 11 años después restablecía relaciones con Washington, abría bases y puertos a sus militares, y recibía a su presidente con gestos de amistad.

Ahora se abre un margen para que el régimen evolucione, algo nada fácil ni obvio. España tardó 23 años en el plano político, pero menos en el económico: en 1959 empezó la apertura que terminó conduciendo a la democracia década y media más tarde. Para que evolucione un régimen hace falta que tenga el germen en su interior. Estaba en España: el dirigente comunista Santiago Carrillo distinguía dentro de la élite franquista entre ultras y evolucionistas. Ahora vale para Irán, donde hay un gobierno económico moderno y con ansias de apertura, evolucionista, que es el que preside Rohaní y ha conseguido los márgenes para negociar el acuerdo, y luego hay unas instituciones políticas, que son las que controlan la seguridad, la defensa, las relaciones exteriores, la ideología y los medios, y que son los ultras, las fuerzas del statu quo, de la reacción.

En el caso de Irán, si también se acelera la apertura política, el país persa se convertirá muy pronto en una economía emergente. Lo tiene todo para conseguirlo: una población instruida, con talento y apertura al mundo, una cultura milenaria, es una potencia energética. Menos su sistema político, que es insostenible. Nos fijamos en el Guía Supremo, el ayatolá Jamenei, pero hay que ver el entramado institucional inventado por los revolucionarios islámicos para perpetuarse en el poder, y evitar que avancen los evolucionistas en las elecciones. La democracia islámica iraní es lo más parecido que hay ahora a la democracia orgánica del franquismo, con sus instituciones de nombres solemnes y poderes concentrados en evitar cualquier desviación y evolución democrática.

Los pactos con EE. UU. recibirán un primer bautismo político el 26 de febrero, con motivo de unas elecciones dobles: las generales, en las que se eligen los diputados para el legislativo, el Majlis, y las que eligen a los 88 componentes de la Asamblea de Expertos por un mandato de ocho años, un organismo que tiene como única función velar por el Guía Supremo y por su sucesión. Esta vez coinciden por primera vez y en un momento especial, no tan solo por el acuerdo con Washington, sino también por la edad de Jamenei, 76 años. La Asamblea que salga el 26 será muy probablemente la que tendrá que nombrar su sucesor. Pero los evolucionistas lo tendrán muy difícil, gracias al derecho de veto a los candidatos que tiene el reaccionario Consejo de Guardianes, formado por 12 expertos, la mitad de ellos nombrados por el Guía de la Revolución.

Además de las elecciones iraníes, pesará sobre la evolución de las relaciones entre Teherán y Washington el resultado de la elección presidencial estadounidense. Obama ha podido sortear al Congreso para alcanzar el acuerdo, pero con un republicano extremista en la Casa Blanca la normalización podría torcerse. También depende de cómo evolucione la región. Israel vigilará, pero los saudíes boicotearán. Cuanto mejor vayan las cosas a Irán peor le irá a la Casa de Saud y a todos los monarcas del Golfo que, con excepción de Kuwait, gobiernan como reyes medievales, sin apenas instituciones ni contrapoderes. La idea de un Irán próspero y abierto al mundo, que evolucione hacia la democracia y la libertad, es un ejemplo y por ello también una pesadilla que atormenta a los príncipes saudíes.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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