El escritor colombiano Andrés Felipe Solano ha ganado el premio Biblioteca de Narrativa Colombiana...

El escritor colombiano Andrés Felipe Solano ha ganado el premio Biblioteca de Narrativa Colombiana...
Mujer conoce a hombre y siente una inmensa turbación. Él es artista, ella una filósofa que tiene el encargo de dar una conferencia sobre su obra. Mientras la escribe pasa del respeto a la admiración e incluso a la añoranza, aún sin haberlo conocido. Al verlo por primera vez, sus neurotransmisores pero también su piel erizada atestiguan que entre ellos existe una conexión que viene de lejos. Intuye una delicadeza con la que siempre había soñado. Una suerte de dicha se cuela en su hipotálamo. Y cuando regresa a su rutina enciende una fuente de pensamientos blandos. Ella se ha preparado toda la vida para amar a un hombre así, un hombre a quien le gustan las imágenes de transeúntes esperando el autobús bajo la lluvia. Cenan una noche a la semana y hablan durante horas, sosteniendo una promesa erótica enmascarada por el placer intelectual. Tardan en acostarse. Ella tiene la sangre caliente y los pensamientos azules. Luego empezará el vacío. Las señales del amado son cada vez más débiles y opacas, y ella inicia la pendiente del autoengaño: disculparlo todo, creer que en verdad la ama con pureza a pesar de la distancia? Hasta que toma conciencia: ?El que frena siempre manda?. Todo esto y más cuenta Apropiación indebida. Una novela sobre el amor, escrita por la sueca Lena Andersson, un libro que debería recomendarse en bachillerato. Me lo aconsejó vivamente la poeta Elena Medel, y se trata de un abordaje poderoso al encantamiento del que emergen la miseria y el tormento de una mujer enamorada. Es el resumen diáfano de una patología universal, mancillada por el ideal romántico que desde hace siglos determina una querencia femenina por el amor totalizador, el que tiene prisa por ponerle nombre a una relación y ansía el compromiso, el que muere por quedar de nuevo antes de despedirse para no paralizarse de angustia. Basta un breve gesto suyo para recuperar la alegría. Parece algo religioso. Una fe. Aunque también explica cómo una mujer se convierte voluntariamente en víctima de ese juego masculino de ir y venir. Sufre, pero casi todo pasa en su interior. Millones de mujeres en el mundo se han empeñado en creer el significado literal de las palabras que un día les dedicó el hombre que amaban o creían amar, e incluso han sometido sus mensajes a un comentario de texto compartido con su coro de amigas. ?El amor es una bestia hambrienta que se nutre del roce, de las repetidas aserciones y del ojo que mira a otro ojo?, escribe Anderson. Lo más formidable de su novela ?que ha vendido 200.000 ejemplares en Suecia? es que no permite que sueltes la historia, y una empatiza de tal forma con la protagonista que acaba sintiendo como ella, leyendo con una venda en los ojos.
La razón principal de la simpatía que nos inspira James Bond es que nunca es viejo, única de sus proezas al alcance de aquellos espectadores de vida sana y salud recia incapaces sin embargo de volar por los aires, ser inmunes a la ametralladora y lograr infaliblemente cualquier presa amorosa. Esa condición, mantenerse eternamente en una madurez lozana y calisténica, ha requerido como es natural reparaciones fotográficas (en el caso del duradero y talludo Sean Connery), y recambios, no todos del mismo calibre. El último, el excelente actor Daniel Craig, lleva ya cuatro ‘jamesbonds', y si bien en las dos primeras, ‘Casino Royale' y ‘Quantum of Solace', lo encontré demasiado austero y un tanto shakesperiano para el papel de playboy, ahora soy un convencido de su idoneidad; se ha amoldado al carácter del agente, y el hecho de que le cueste tanto sonreír conviene al perfil de un hombre que lleva más de cincuenta años viviendo -en distintos cuerpos- una vida interior hecha de soledad, tragos largos, coitos cortos y trepidación abundante.
No voy a decir que he visto las veintiséis entregas de la serie, aunque lo cierto es que he visto casi todas, incluso las que interpretaba un actor tan insufrible como Roger Moore, que a punto estuvo de acabar con el aura carismática del 007. En mi memoria, que es un lugar propenso a los romances nostálgicos y enaltecedores, siguen radiantes las tres primeras, ‘Agente 007 contra el Dr. No', con la venusina salida del mar de Ursula Andress en plan de ninfa acuática, ‘Desde Rusia con amor', con la mayor perversa imaginable, la gran Lotte Lenya, y ‘Goldfinger', asociada por siempre a la canción memorable de John Barry cantada por Shirley Bassey. Las ha habido también francamente malas, no diré nombres, pero las dos últimas, dirigidas por Sam Mendes, han elevado el nivel, siendo sin duda, como relatos fílmicos, las mejores.
Hemos hablado de las personificaciones de Bond. Tan importantes como ellas son las de sus rivales, es decir, los villanos, siempre con más peso específico (esto es acorde con la misoginia rampante que marca las novelas originales de Ian Fleming, y por él a su personaje) que las ‘chicas bond', por lo general intercambiables y casi prescindibles en las tramas, dejando aparte, claro, a la avispada Monnypenny que creó y mantuvo estupendamente durante años Lois Maxwell. En la galería de asesinos indeseables hay figuras de gran relieve, en una demostración brillante del principio, propiciado por Eurípides y sustanciado genialmente por Marlowe (el isabelino Christopher, no Philip el sabueso), de que la maldad exquisita y elocuente es un requisito de las mejores historias de odio. El primero en aparecer en la pantalla como dirigente de la siniestra organización criminal Spectra fue Joseph Wiseman, el Dr. Julius No de ‘Agente 007 contra el Doctor No', con sus ojos rasgados y sus camisas de cuello Mao. Donald Pleasance le confirió en ‘Sólo se vive dos veces' a su Ernst Stavros Blofeld, personaje tan prominente en ‘Spectre', los mofletes rotundos, la calva total, anterior a la moda de los rapados, y la cicatriz que le cruzaba la cara, haciendo más temibles sus ojos de acero. La muerte aparatosa en una montaña del maligno príncipe afgano interpretado por Louis Jourdan se hacía, por el contrario, de esperar desde que este melifluo ex-galán se dejaba ver.
Pero Mendes creó, con la colaboración inspiradísima de Javier Bardem, el más formidable contratipo de James Bond, el ciberterrorista Raoul Silva de ‘Skyfall', sibilino, procaz, untuoso, y aterrador como nadie en la gran escena dialogada con Bond, en la que el género del espionaje se transmuta en aporía transgénero. Christoph Waltz es un grandísimo actor, no siendo culpa suya por tanto que su Franz Oberhausser de ‘Spectre', con poco papel, quede descolorido. Brillan, por el contrario, las otras dos incorporaciones aportadas por Mendes en ‘Skyfall', el delicado y algo neurótico asistente Q de Ben Whishaw, y Ralph Fiennes, que hereda el cargo de jefe del servicio de espionaje, antes inolvidablemente encarnado por Judi Dench. Fiennes no la hace olvidar, pero si sigue interpretándolo se hará inolvidable él mismo.
Es difícil señalar los momentos cumbres de ‘Spectre', que está casi constantemente, desde el portentoso arranque mexicano, en lo alto del relato (aunque hay que lamentar el fallo de algo que la serie ha cuidado siempre, los títulos pre-genéricos; acompañados por una canción que no es nada del otro mundo, ‘The Writing is on the Wall', la danza del fuego y las coreografías medio veladas resultan de un vulgaridad rayana en lo hortera). Después de México, vienen Londres, París, los Alpes austriacos, y una Roma fulgurante de oscuras callejuelas y la basílica de San Pedro como mole amenazante, en la que me atrevo a decir que es la mejor persecución automovilística de las innumerables habidas en la trayectoria de 007. No falta el orientalismo, que se ha hecho, y no sólo por el acuciante espíritu del tiempo, un ‘leit motif' de la saga ‘bondiana'. Aquí Marruecos queda muy vistoso, en Tánger, en los desiertos del sur, y en esa recreación (bellísimo decorado) de la sede futurista de Spectre donde Bond y la joven Madeleine son encerrados, entre el meteorito fundacional y la oficina siniestra que podría ser la de un banco mundial del mal tecnificado.
Los finales de Bond siempre han de quedar abiertos por necesidades de continuidad, pero Mendes y sus guionistas cierran ‘Spectre' con una exhuberancia espectacular. La central londinense del MI6, que efectivamente fue demolida, sufre aquí una aparatosa destrucción, mientras que la noria gigante junto al Támesis rivaliza con los helicópteros, aparato que nunca ha faltado en la serie, como icono o totem. La danza macabra del helicóptero entre el puente y la torre del Big Ben llega a adquirir una resonancia autoparódica que casa bien con el espíritu de esta gloriosa epopeya fílmica, uno de los ejemplos en la historia del cine (no es el único) en que las películas mejoran la base literaria que les dio origen.
El próximo mes de febrero se cumplen los cien años de la muerte de Rubén Darío (1867-1916), y en enero del año entrante los ciento cincuenta años de su nacimiento en una aldea olvidada de las primeras estribaciones de la cordillera en el norte de Nicaragua.
Rubén, tras el paso del tiempo, sigue siendo antiguo y moderno, clásico y renovador, colocado entre dos mundos que fue capaz de contemplar mirando hacia atrás y hacia adelante, como el dios bifronte Jano, y a partir de allí saltar hacia la construcción de su propio universo, audaz y cosmopolita, y tan clásico en su hondura y textura, que admitirá siempre renovadas lecturas.
A medida que avanza en su exploración literaria y vital, refleja su afirmación de ser "muy siglo dieciocho y mu antiguo", desde su constante apego al mundo grecolatino, del que extrae gran parte de su imaginería y sus interrogantes, al siglo de oro, de Garcilaso, a Góngora y Cervantes, al siglo dieciocho versallesco que tanto lo sedujo, al diecinueve de Hugo, Baudelaire y Verlaine, y a lo que trae de sus propias esencias americanas, color, música, sensualidad, atrevimiento, desafío: "¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqués", se interroga en las Palabras Liminares de Prosas Profanas.
Unamuno le vio "ceñida la cabeza de raras plumas": la pluma con que escribo, le respondería él en una carta. Otros, según recuerda Gastón Baquero, lo llamaban "negro mulato" con ganas de rebajarlo; y en Luces de Bohemia, la pieza de Valle Inclán, Max Estrella, el personaje ciego, lo llama "negro". Ninguno desacertaba. Era, en realidad, producto de esa rica mezcla racial: mulato, indígena, español mestizo; y sería desde esa periferia bastarda, falta de prestigios, que entraría a saco en las rigidices de una lengua exhausta proponiendo novedades que causaban admiración a veces, y otras desdén, o espanto.
El movimiento literario que Rubén encabezó se vistió de ropajes verbales muy coloridos y por tanto llamativos, cuyas aportaciones más destacadas provenían de la literatura francesa de la segunda mitad del siglo diecinueve, y la novedad de esta irrupción consistió en dar una nueva música, atrevida, briosa y resonante al idioma y, por tanto, una nueva estructura verbal. "El modernismo fue una escuela poética; también fue una escuela de baile, un campo de entrenamiento físico, un circo y una mascarada", señala Octavio Paz.
Pero el músico ya estaba en Rubén, dueño de un espléndido oído para identificar ritmos y copiar melodías, y descubrir nuevas y viejas métricas, hasta dar, como los verdaderos músicos, con su propio universo. Supo escuchar las novedades del verso simbolista francés, pero también las cadencias de la poesía popular, desde los himnos religiosos de su infancia a los endecasílabos olvidados de la gaita gallega.
Un músico de nacimiento que no en balde cargaba de domicilio en domicilio con su piano Pleyel, huésped forzado con no poca frecuencia de las casas de empeño, y que terminó vendiendo cuando, nombrado embajador de Nicaragua ante la Corte de Madrid en 1907, no pudo afrontar los gastos que demandaba mantener la legación porque su gobierno le atrasaba los sueldos, o no se los pagaba. Y en su frustrada novela autobiográfica El oro de Mallorca, se disfraza, o se transmuta, en la figura de un compositor latinoamericano célebre, Benjamín Itaspes, "un temperamento erótico atizado por la más exuberante de las imaginaciones, y su sensibilidad mórbida de artista, su pasión musical, que le exacerbaba y le poseía como un divino demonio interior...", según se retrata a sí mismo.
Y Jorge Luis Borges le rindió uno de los mejores tributos: "todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar el Libertador".
Probablemente Richard Price se haya hecho muy conocido últimamente por ser uno de los guionistas de...
Les salió bien con Ronald Reagan. Les salió bien con Bush padre y con Bush hijo. Pero les estoy hablando de una era geológica remota. De una época antes de la era de las redes sociales, antes de los programas cómicos como usinas exclusivas de información para millones, antes de las práctica desaparición para amplias capas de la población de noticias que no sean entretenimiento.
El sistema funcionaba así: el Partido Republicano quería volver al poder con un candidato ultraderechista. Los multimillonarios dueños del país y donantes del partido querían extender aún más la ley de la selva. Pero para que su candidato fuera visto como progresista, moderado, representante de toda la nación, le inventaban un contrincante tan extremo que a su lado, Reagan y los Bush parecían de centro. Así era Pat Buchanan. Así era Alan Keys.
La estrategia se parecía a la de los equipos del Tour de Francia. En el comienzo de las larguísimas primarias un loco salía disparado y el pelotón lo seguía. El líder avanzaba a paso seguro, y cuando todos se habían cansado de perseguir al demente, el líder ocupaba su lugar. En ese tiempo, donde la mayoría de la población se informaba por los diarios, las radios de noticias serias y los informativos de la noche de los grandes canales, Donald Trump hubiera ocupado ese lugar de divertido extremista. Después el candidato avalado por los grandes poderes – Ted Cruz, Marco Rubio, Jeb Bush u otro – daría el paso del mundo de los chistes y la vergüenza ajena al de la alta política.
Pero a esta altura los mandamases de la derecha dura estadounidense deben haberse dado cuenta ya de su error. El tupé esponjoso de Trump no baja. Para una franja enorme y creciente de la población, no hay más política que el entretenimiento ni más información que el insulto sin fundamento. Trump tiene su propio dinero y puede seguir en campaña cuanto quiera. Y ya no es vergonzante querer ser como él. Es rico, es atrevido, es triunfador. Se ríe de su impresionante mal gusto. Sus chistes xenófobos, machistas, racistas y soeces son vistos como un discurso de valentía políticamente incorrecta.
Ahora se alía con Sarah Palin, que ahuyentó millones de votantes en la campaña de los republicanos hace ocho años. Dobla la apuesta. En la sociedad del espectáculo brutal, Trump sabe que tiene que hacerla y decirla cada vez más gorda. No puede quedarse con las burradas del mes pasado.
Lo más terrible no es que los mandarines republicanos hayan calculado mal y se estrellen con su candidato payaso que cautiva a la derecha dura pero no cala entre los indecisos y los independientes. Lo peor sería que hayan entendido bien el cambio de época. Y que el loco fascista sea el verdadero candidato. Y que tengan razón y que gane.
Mi corazón al desnudo y otros escritos íntimos es un libro de Charles Baudelaire traducido y...
Describe en profundidad Alfonso Reyes, en Medallones (Buenos Aires, Austral, 1951), la desgraciada geografía corporal de Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, el notable dramaturgo mexicano (Taxco, ¿1581? – Madrid, 1639). De hecho dedica un capítulo, “Su figura”, a dar relación de citas referidas a los errores de la naturaleza que tantas puertas cerraron a Alarcón.
Parece que en algunas sátiras comparaban a Alarcón con el enano Soplillo, el que aparece en el cuadro de Rodrigo de Villandrando “Felipe IV príncipe y el enano Miguel Soplillo” (1620 – 1621) colgado en el Museo del Prado. Así Luis Vélez de Guevara le dice: ‘Por más que te empines, / camello enano con loba, / es de Soplillo tu trova’.
Comparado con una mona, corcovado de pecho y espalda, barbitaheño, es merecedor de nutridas burlas:
‘Colchado con melones, visto de lejos, no se sabe si va o viene’ (Luis Vélez de Guevara).
‘Tanto de corcova atrás / y adelante, Alarcón, tienes, / que saber es por demás / de dónde te corco-vienes / o adónde te corco-vas’ (Regidor Juan Fernández).
‘La que, adelante y atrás / gémina concha te viste’ (Góngora).
‘Zambo de los poetas y sátiro de las musas’ (Don Antonio de Mendoza).
‘Un hombre que de embrión / parece que no ha salido’ (Montalván).
‘Don Cohombro de Alarcón, / un poeta entre dos platos’ (Tirso).
‘Tiene para rodar / una bola en cada lado’ (Salas Barbadillo).
‘En el cascarón metido / el señor bola-matriz’ (Fray Juan de Centeno).
‘Baúl-poeta / semienano o semidiablo’ (Don Alonso Pérez Marino).
En unas seguidillas de la época se le llama “profecía de Jerónimo Bosque” y se le hace decir: ‘A ningún corcovado / daré ventaja, / que una traigo en el pecho / y otra en la espalda’.
Para finalizar este indecoroso repaso, una letrilla de Quevedo:
‘Corcovilla, poeta juanetes, hombre formado de paréntesis, tentación de San Antonio, licenciado orejoncito, no nada entre dos corcovas, zancadilla por el haz y el envés’; y la dedicatoria de Lope en Los Españoles en Flandes cuando nombra al poeta ‘rana en la figura y en el estrépito’.
Quizá el consuelo de semejante caballerete, velloso, con espesas barbicas y piernas algo divididas, fuera conseguir que sus amigos pasaran buenos ratos escarneciendo y gesteando su figura. En el torneo de mascarada de cierta fiesta de San Juan de Aznalfarache adoptó el sangrante apodo de Don Floripondio Talludo, príncipe de la Chunga.
Se fustiga George Steiner porque el régimen político más sanguinario y funesto de todos los tiempos se engendró en la nación más culta y civilizada de la Tierra. Allí en donde más se cultivó el conocimiento, tanto humanista como científico, donde más respetada era la sabiduría y mayor la estima social del profesor y del investigador, allí justamente se desató una tempestad genocida que parece impensable en pueblos caníbales y antediluvianos.
Luego Steiner da una vuelta de tuerca y piensa que quizás fuera precisamente esa densidad libresca y sabia lo que paralizó a quienes podían detener a los asesinos de Hitler, pero no lo hicieron. Las élites eran olímpicas. Vivían en una doméstica conversación con Antígona y con el rey Lear, con Platón y Galileo, conocían de memoria los demonios que asaltan a los humanos y les chupan el seso. Seguramente los eruditos alemanes vieron lo que sucedía desde la alta cima del saber acumulado por toda la cultura occidental y no reaccionaron. Debieron observar las primeras oleadas de crímenes como rituales matanzas de ciervos, osos, jabalíes, por parte de campesinos enloquecidos con el cuernecillo del centeno. Quizás, se fustiga Steiner, fue el exceso de cultura lo que condujo al desastre a los alemanes.
Pero míranos a nosotros, Georges. Los españoles, a diferencia de los alemanes, siempre hemos vivido sometidos a unos amos que odian la sabiduría, la inteligencia, los libros y el conocimiento. Pues ya ves, cada siglo nos destruimos como salvajes. Nuestras carnicerías son famosas. No te preocupes, Georges, también quienes vivimos en sociedades analfabetas sabemos arruinarnos la vida. La culpa no está en los libros o en los laboratorios. Es que somos gregarios y sentimentales. Nos arrastra cualquier curilla sanguinario.
La euforia de la lectura actual anuncia, más allá de nuestros balances, los inicios de una nueva exuberancia creativa que presupone, quiero creer, el desborde tanto de los límites nacionales como de los cánones académicos y los valores del mercado, lo cual distingue a la escritura del Romance venidero. Contra el conservadurismo profesional, creo que este movimiento recupera la libertad radical de lo nuevo en un distinto horizonte de lectura. En ese contexto operan varias estrategias de articulación. Cualquier escritor libre sabe que no puede contar con las autoridades del plazo académico, que han perdido horizonte crítico en sus facciones y prisiones; pero tampoco con el periodismo cultural, demasiado ocupado en hacer su propia crónica. Por lo mismo, la primera articulación es política: todas las lenguas son nuestro idioma en el espacio transatlántico, hecho de las sumas del español mediador, el inglés intervenido, el francés coloquial, y las lenguas peninsulares y mundanas. Un despliegue proteico excede el sonido y la furia monológica. Y gracias a las lenguas originarias recobramos hoy la materialidad de nuestras transiciones y la compatibilidad horizontal de lo uno y lo otro. La segunda articulación nos viene de la gran lección de César Vallejo, quien anunció que nuestros monumentos históricos no nos hablan del pasado sino del futuro. La asumió Joaquín Torres García al postular el "constructivismo" desde la sintaxis arquitectónica pre-colombina: hizo de las piedras del muro Inca el alfabeto de la nueva vanguardia transatlántica. Llamó "Indoamérica" a su suma de la geometría catalana, el grafismo ruso, la composición cubista y el principio asociativo del Tawantinsuyo solar. Esa euforia por los otros, por las sumas y restas del dispositivo atlántico internacional, reverbera en una genealogía que pertenece al devenir. Maria Zambrano, Joan Brossa, Borges, Lezama Lima, Paz, Cintio Vitier, Haroldo de Campos, Fuentes, Sarduy. Levrero, Jesús Urzagasti, José Miguel Ullán, Héctor Libertella, J.E. Pacheco, Pedro Lemebel, Antonio Cisneros, Roberto Bolaño, nos dejaron la suma lección de su hospitalidad creativa. La han proseguido abriendo espacios de rehabitación Diamela Eltit, Julián Ríos, Edgardo Rodríguez Juliá, Javier Vásconez, Nuria Amat, Tamara Kamenszain, Reina María Rodríguez, Julia Castillo, Cristina Rivera Garza, Carmen Ollé, Susana Rafart, Manuel Vilas, Fernández Mallo, Rocío Cerón, María Auxiliadora Alvarez, Luigi Amara, Roger Santibáñez, Esperanza López Parada, Victoria Guerrero, Jordi Carrión, Carlos Yushimito, Patricio Pron, entre quienes hoy exploran en lo dado la saga de lo imaginario y, en la ficción, debaten las certidumbres. Ha hecho, con empatía, un metarelato transfronterizo el grupo de Mac-Hondo (Paz Soldán, Fuguet), mientras que los del Crack (Volpi, Palou, Urraz), han avanzado con brio la una biografía de los saberes dominantes, su irónico responso. No se trata de la fácil ficcionalización ni de la buena conciencia de la verosimilitud. Pocas prácticas son más audaces que los lenguajes de la tecnología, el espacio permutativo, la sintaxis visual, la deconstrucción de las verdades únicas. Vivimos hoy la imaginación del diálogo.
DANIEL ESCANDELL (Universidad de Salamanca): Dormir es de patos, de Rodrigo Cortés (Delirio, 2015).
Cortés (España, 1973) ha escrito este libro parcialmente en Twitter. La plataforma, por tanto, ha servido como bloc de notas y como espacio creativo condicionante, lo que sitúa sus páginas en el foco de las textualidades digitales. Dormir es de patos puede leerse bajo la observación de corrientes que están chocando en el tejido digital: este año se ha publicado en español (¡al fin!) Escritura no-creativa de Kenneth Goldsmith (Caja Negra), un estudio en el que la apropiación textual en la red se reivindica como expresión artística; frente a él se encuentra La imaginación en la jaula de Javier Aparicio Maydeu (Cátedra), que no escatima críticas a ese fenómeno. El dominio sobre la esfera digital, como espacio constructor de intertextualidades y referencias socioculturales -abordado recientemente por Memes in Digital Culture de Limor Shifman (MIT Press, 2014)- no es fundamental para disfrutar de la lectura de los aforismos, sentencias y muestras de ingenio de Cortés, pero sí es el eje de una de sus muchas lecturas posibles: una que ilustra esa confrontación de corrientes y en cuyas páginas la creatividad surge como triunfadora.
VICENTE CERVERA SALINAS (Universidad de Murcia): El pequeño corredor y otros, de José Cervera Tomás (Murcia, La fea burguesía)
Decían los latinos: "non solum sed etiam". Así mismo comienzo: no sólo por razones evidentes, aunque también, este año no puedo sino escoger esta colección de cuentos que hemos sacado del baúl de los recuerdos y que la editorial murciana "La Fea Burguesía" ha editado recientemente con esmero. Se trata de los catorce títulos que integran El pequeño corredor y otros cuentos, una colección que José Cervera Tomás (Valencia, 1921-2015) publicó en 1954 prologada por Mariano Baquero. Como señala el gran teórico del cuento en su umbral, son un ejemplo decantado de la teoría del relato como argumento puro, sin distracciones ni tramas subalternas. La infancia de la posguerra española, en blanco y negro, como en la fotografía de Ontañón que sirva de cubierta, queda ilustrada en títulos como "El niño que quiso ser hombre" o "El hombre del saco", donde la ilusión se deshace ante la inflacion de sueños que la realidad cruelmente desinfla. Otros relatos como "El hombre del cuello torcido" o "El velatorio" indagan en los fenómenos de la experiencia siniestra y oblicua de unos narradores tan originales como absortos en la armadura de su imaginación."
PAULINE DE THOLOZANY (Clemson University): L'Arabe du Futur, de Riad Sattouf (Paris, Allary Editions, Vols. 1 y 2, 2014 y 2015).
Hay dos modos de pensar que hoy más que nunca necesitamos pero que rara vez se encuentran en las publicaciones recientes: uno es la risa, y el otro se puede describir como una mirada infantil sobre el mundo. El cómic autobiográfico de Riad Sattouf combina ambas; los dos primeros volúmenes tratan de su infancia en los años 80, en Libia, Francia, y Siria. Riad es hijo de una bretona un poco hippie y de un siriano convencido del progreso del panarabismo encarnado por Kadhafi en Libia y por Hafez el-Assad en Siria. El lector ríe en cada página, y el héroe, el pequeño y cándido Riad, descubre (sin entenderlo) el pantano indescriptible de la situación política y social en Libia y Siria durante los años 80.
CAROL MURILLO RUIZ (Quito): La Marilyn vestida de Channel, de Raúl Vallejo (Random House).
Todo recomenzaría en algún poema ardiente sacado del diario secreto de Marilyn... "El sexo es parte de la naturaleza y yo me llevo de maravillas con ella"... Un relato que contiene la sombra y la luz de toda buena literatura: la obsesión y el mito. Porque sólo nombrar a Marilyn Monroe, en la cultura occidental del siglo XX, nos remite a la agitación de la literatura contemporánea: la obsesión y el mito visual. Y también a ese resplandor majestuoso de todo acontecer humano: el símbolo. En este caso, el símbolo sexual. Una época en que las mujeres, para su emancipación y para su histeria, empezaron a ocupar un lugar fuera de casa y fuera de la guerra. Marilyn se volvió el arquetipo de una economía cultural signada por la belleza y el placer. A partir de su regodeo artístico en el cine, el influjo de su desamparo espiritual fue ganando terreno. El hilo del relato es el tráfico de un supuesto diario secreto de Marilyn que cae en manos del jardinero John G. Greene. Semejante documento vale oro y paraíso, y su preservación será la alucinación de Greene. Son los años de la Guerra Fría, y La Habana es el mejor lugar para escapar y entregar el diario único. El gran telón de la historia continental americana y caribeña nos acerca a los debates políticos de un período largo y clamoroso, pero la novela discurre para redimirla sin reproches, con explícitas referencias a autores y filmes que se volvieron clásicos en el siglo de Marilyn.
EDUARDO GARATEA (Austin) : Asociación Ilícita, de Leonardo Aguirre (Lima, Animal de Invierno)
Poco divina y quizá demasiado humana, esta Comedia limeña de Leonardo Aguirre es una excelente metáfora para conocer la interioridad, involuntariamente jocosa, del desarrollo social del escritor en el Perú. Producido por los medios de comunicación, este escritor más que público se ha hecho biográfico. La crónica mundana que lo confirma lo ha situado ya no en la esfera de la política sino en la conversión de lo privado,hecho público en la farándula. Los escritores han dejado de ser agentes culturales para convertirse en parte del espectáculo. Se les va la vida en tener razón y su fanatismo los torna pintorescos. Aguirre ha inventado la crónica de auto-ficción, que es una variante probablemente patentada por el Decamerón, según la cual, el cronista (disfrazado de testigo protagónico) reconstruye biografías casi escandalosas con la objetividad de un documentalista impecable en la distancia irónica e imperturbable ante las interpretaciones que se convierten en evidencias. Basándose en archivos de prensa, en entrevistas a sus personajes, en testimonios de protagonistas y testigos, este cronista ejerce su trabajo escrupulosamente, como si elaborara un documento histórico o jurídico. Como toda Comedia capaz de incluirnos, ésta nos persuade con su versión puntual y, pronto,nos hacemos parte de su Nave de Locos, más que verosímil, veraz. La verdad, nos dice, es otro producto del gran sistema de sustituciones peruanas: es gratuita y arbitraria, pero apasionada. Se ha dicho que la memoria es una economía del olvido. En el Perú, parece sugerir el genio burlesco de Aguirre, toda memoria es doméstica. Esa levedad de estar aquí y ahora tiene en esta desapasionada Comedia el pálpito del habla viva y, por eso, la intensa emoción de lo fugaz. Por lo demás, abusaré este espacio para recordar que Bryce Echenique, Sergio Ramírez, L.R. Sánchez, Ricardo Piglia, Castellanos Moya, Carlos Franz, José Millás, Fernando Ampuero, Ana Teresa Torres, Juan Francisco Ferré, Federico Vegas, Leonardo Padura, Arturo Fontaine, Carlos Cortéz, Isaac Rosa, Alonso Cueto, Alvaro Uribe, Antonio López Ortega, Sergio Misama, Juan Carlos Méndez Guedes, Santiago Roncagliolo, Robert Juan Cantabella, Armando Luigi, Mayra Santos Febres, y los grandes minimalistas máximos, César Aira y Mario Bellatin, así como también los más populares, Perez Reverte y Cercas, han diversificado la biografía imaginaria, aquella que hoy se postula como implausible bravado. Esta larga suma sugiere los sueños exorcisados de la nación razonada: los sueños de la nación producen estrellas de televisión. Pero todos parten del modelo quijotesco por excelencia. Estos remedios de melancolía nos han persuadido de que nadie es imposible en la saga transatlántica de salvar al lector del olvido.
J.ORTEGA (La Habana): Yoro, de Marina Perezagua (Barcelona, Libros del Lince)
Pocas novelas como ésta se deben al exceso de lo imaginario que rehace la norma de lo posible y que explora la insondable transformación de lo humano. Esa lección nos viene de Bataille, de la contraeconomía del exceso y la práctica de la diferencia. Poner a prueba los límites del cuerpo es cuestionar la dualidad que organiza las representaciones y proponer la saga de lo imaginario en la confifguración misma de lo natural. El contexto japonés le permite a Perezagua la audacia de lo impensable: Yoro es victima de la bomba, que transforma su sexo, y por una vez ella no emerge de las aguas lustrales sino de su mutación. El sujeto, parece decirnos, no proviene de su genealogía sino de su despliegue como proceso futuro. No se explica por su buena conciencia y mucho menos por su ideología, sino por su radical diferencia. Puede ser ilustrativo cotejar esta versión con las crónicas de Chernobyl, que declaran la prolija monstruosidad de lo real. Introducir en esa deshumanización la creatividad de otro sujeto, distingue a la saga exhuberante que Perezagua nos propone no sólo como una revelación de la mecánica de la muerte sino del exceso especular de lo vivo. Novela ferozmente lírica, demuestra que la nueva narrativa puede ser una saga de lo veraz transfigurado. No es ya el espejo del camino sino el camino abierto a pulso dentro de los espejismos. Silvina Ocampo, Elena Garro, Blanca Varela, Inés Arredondo, Margo Glantz, Nelly Richard, Josefina Ludmer, Paz Errázuri, Victoria Destéfano, Carmen Berenguer, Diamela Eltit han hecho camino grande al desandar. Perezagua hace el suyo nadando contra corriente. Como Carmen Boullosa, Matilde Sánchez, Lina Meruane, Katya Adaui, Gabriela Alemán, Giovanna Rivero, Mercedes Cebrián... Perezagua no se debe a la primera persona sino a la última, en extremo venidera.