Joana Bonet
Coincide ese 1% que, según Intermón Oxfam, acumula el 99% de la riqueza de la Tierra con la porción minúscula de mujeres que visten alta costura: un puñado de privilegiadas que dejan caer sobre sus huesos exquisitos trajes hechos a mano ?durante cientos de horas? en talleres comandados por auténticos sibaritas del tejido. Porque la alta costura, lejos de languidecer, se ha instalado con su tozudo anacronismo en la cima de los negocios más prohibitivos. Produce con cuentagotas, como estrategia para crear leyenda y marca y, sobre todo, para ejercer atracción hacia los productos de consumo común que también llevan estampada su firma: un frasco de perfume evocará la magia de una firma de esta pasarela tremendamente elitista que se celebra dos veces al año en París y que una vez más ha sorprendido por su vigor y su crecimiento.
Por un lado, se garantiza la pervivencia de las batas blancas y las petites mains que elaboran cada centímetro de tela al dictado del modista, y, por otro, una gran parte del artesanado francés ?bordadores, sombrereros, plumassiers?? sigue en activo gracias al mecenazgo de Chanel. Y es que el negocio de las maisons va al alza: en Dior se han triplicado los encargos, nuevos couturiers independientes, como Giambattista Valli, ex Ungaro, crecen en solitario, y en Chanel aseguran que el negocio va viento en popa, por ello sus desfiles se han convertido en una puesta en escena digna del mejor ballet ruso.
Mientras durante la crisis se han popularizado expresiones como fondo de armario o buena inversión, ahora los gurús de las finanzas recomiendan invertir en moda exclusiva, uno de los sectores inmunes al desaliento generalizado, que no ha sufrido espasmos en 25 años. Leo en The Guardian que, mientras los precios de marcas de lujo están superando a la inflación, ?la inversión en la moda de alta gama tiene sentido financiero?. Y los artículos de lujo ?con precios fijados por marcas como Richemont, Hermès y Louis Vuitton? podrían subir un 6% este año.
Bien saben las casas de subastas, de Durán ?la única que ha vendido fondos de alta costura y bolsos de Hermès en nuestro país? a Sotherby?s, que la alta costura de mediados del siglo XX incrementa hoy su precio entre un 20% y un 30%. Los trajes originales del prematuramente fallecido Alexander McQueen se pujan por las nubes, pero un abrigo de damasco rosa de la célebre diseñadora italiana Elsa Schiaparelli puede salir por entre 15.000 y 23.000 dólares. Revalorizar el pasado de la moda, más allá de un acto de embriaguez estética, constituye una nueva manera de hacer patrimonio propia de una sociedad hastiada de lo nuevo y reluciente, atiborrada de tecnología y hambrienta de verdadera fortuna.
(La Vanguardia)