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Extrañas noticias orientales

A veces llegan buenas noticias de Oriente. Raro, realmente. Este es el caso de las elecciones iraníes del viernes pasado, en las que los candidatos moderados y reformistas vencieron en las elecciones para el Majlis o parlamento y, lo que es quizás más significativo, para la Asamblea de Expertos, institución formada por 88 clérigos y juriconsultos que velan por la sucesión del Guía Supremo, actualmente el ayatolá Ali Jamenei, de 76 años.

Y más raro es, todavía, que sean precisamente las urnas las portadoras de buenas noticias en una región más favorable a las decisiones autocráticas que a las tomadas por los ciudadanos en elecciones democráticas. La mayor noticia en sí misma es que haya urnas en Irán, que no sean un mero expediente para maquillar al poder en plaza y que sean incluso un elemento de transformación, lo que quiere decir que, con todas las limitaciones que se quiera, en el país persa está naciendo algo similar a una democracia, a pesar de que sea un régimen autoritario tan extraño y laberíntico.

Había mucho escepticismo, debido sobre todo al férreo control que ejerce el Consejo de Guardianes, el organismo controlado por el Guía Supremo que tiene la potestad de vetar a los candidatos electorales. La victoria de los moderados y reformistas tiene un mayor significado e indica una mayor conciencia de los 33 millones de electores, a la vista de la descalificación en masa de candidatos que han realizado los 12 miembros ultraconservadores del Consejo, que dejaba menos opciones a la hora de optar por una u otra papeleta.

Con un Majlis más centrado, el presidente Hasán Rohani podrá gobernar más cómodamente, pero con una Asamblea de Expertos con menos elementos ultras cabe la posibilidad de que la sucesión de Jamenei, muy próxima si atendemos a su edad y salud, recaiga en una personalidad al menos moderada o directamente reformista, o incluso en alguien como el mismo Rohani, que ha protagonizado la actual apertura de Irán al mundo.

Si estas elecciones son un aval a su gestión aperturista y una renovación de la confianza popular que recibió en las elecciones presidenciales de 2013, tienen además un cierto carácter plebiscitario, reforzado por la coincidencia por primera vez de la renovación del Majlis con la de la Asamblea de Expertos, que permite leer los resultados como un impulso y una garantía para el acuerdo nuclear firmado el pasado año y plenamente aplicado desde el 16 de enero, cuando se levantaron las sanciones al comprobarse su pleno cumplimiento.

Buena noticia para Rohani, pero también para Obama, que recibe una confirmación de su política de apertura hacia Irán y específicamente su opción por combinar sanciones y diplomacia, en vez de la guerra y el cambio de régimen que propugnaba su antecesor en la Casa Blanca. Y mala para los vecinos saudíes.

La alegría de unos es el desconsuelo de los otros. Teherán está ganando a Riad la partida de las relaciones públicas internacionales, después de ganarle la partida nuclear, mientras se enfrentan por procuración en las guerras de Siria y Yemen. Pero en este caso Irán gana con el ejemplo. Nada temen más las monarquías del Golfo que la idea misma de un gobierno democrático, a la que los iraníes van acercándose peligrosamente con esta especie de sigilosa y prudente transición que quiere empezar a dar sus primeros pasos.

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3 de marzo de 2016
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Grandeza

Lo de rendir homenaje a los artistas es cosa reciente. Antaño sólo se celebraba la vida (mejor la muerte) de reyes, nobles, guerreros y santos. No verán ustedes estatuas de pintores o músicos antes del siglo XIX. Creo que el primer lugar que celebró haber tenido de ciudadano a un artista fue Núremberg. En 1828 la población se vistió de Durero. No había una sola obra del artista en la ciudad, pero la gente se disfrazó con ropa que pretendía ser del siglo XV. Muy divertido. En 1875 hizo lo mismo Florencia con Miguel Ángel, aunque en esta ocasión mostraron algunos dibujos y siempre tenían al tedioso David de la plaza. En fin, que un artista sea asunto popular es hábito muy nuestro y seguramente causado no sólo por el delirio burgués de la nacionalidad, sino sobre todo por la atracción turística. A Núremberg acudió un montón de forasteros a comer salchichas y pasearse en braguero y medias.

Más difícil es encontrar homenajes públicos a escritores. Son menos simpáticos. Seguro que el primero fue Dante y más tarde quizás Goethe. En España lo del Quijote tardó en llegar hasta el 98, pero ¿ha llegado? Es verdad que hay bastantes rotondas con un patético Quijote de hierro oxidado en medio de plantas muertas, pero mi director, Darío Villanueva, se lamentaba el otro día de la desidia de nuestro abúlico Gobierno ante el actual centenario. Comparado con lo que los ingleses han montado para su Shakespeare, da risa. Bien es verdad que nuestros Gobiernos financian el analfabetismo como cosa personal y poco se puede esperar de ellos, pero ¿nada? ¿Absolutamente nada? Pues no. Dan una cargante impresión de impotencia: ya no pueden ni pasar las hojas del Marca.

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2 de marzo de 2016
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Los visones de Serrano

En Madrid sabes que ha llegado el frío cuando las mujeres de Serrano sacan el abrigo de visón una mañana de sábado. Los ves de lejos, pero hueles la naftalina e incluso sientes el tacto del plástico que protege su brillo mórbido e informa acerca de la excepcionalidad de su pelo, que tanto enfurece a los ecologistas (y de cuya manufactura se leen relatos verdaderamente cruentos, empezando por los 60 visones necesarios para confeccionar un modelo). Un aguijón anacrónico te atraviesa ante el desfile de esos buenos abrigos que florecieron en la España del pelotazo, la misma que se enjoyaba como los faraones en sus sarcófagos, aunque siempre haya sido de dudoso gusto ponerse el juego de pendientes, collar y pulsera completo, tanto como lucir diamantes antes de los cuarenta. El lujo añejo del visón mullido es rancio e incluso ridículo: son parduzcos, a menudo bicolores, no como los de la Benarroch, que llevan el pelo por dentro, igual que si fuera un secreto ?en aquellos inviernos socialistas los lucía la gauche de la bodeguilla, que se descocaba en Lucio con música de Julio Iglesias?. Hoy las pieles chocan estrepitosamente con la funcionalidad estética poscrisis. Algo parecido a lo que los anglosajones denominan overdressed: vestirse demasiado cuando tocaba ir informal, con capucha, plumón o parka. Pero, con todo, el acto de sacar el abrigo más caliente del armario da fe de un tiempo en el que los inviernos eran más largos y rigurosos. Cuando el frío de la infancia se representaba con una ráfaga de viento cortante que abría de golpe la ventana y nos apretaba dentro de las sábanas heladas. Hoy el frío, como el lujo, se ha desjerarquizado. En Navidad algunos llevaban manga corta, y ahora, a punto de descorchar la primavera, ya con las coreografías de los pájaros migrantes pintando el cielo, la nieve cae y los chicos la graban a cámara lenta, como en el cuento de Joyce. Las estaciones se alargan y el invierno tardío retrasa la venta de las nuevas colecciones. La atemporalidad se ha instalado en los ciclos del mercado, de la misma forma que la simplicidad ennoblecida por los buenos tejidos marca tendencia. Se impone una estética nórdica, limpia, sin cascabeles. Nos hemos ido quitando capas; ?de cebolla no, de alcachofa?, me dice mi amiga Silvia. En cuanto al lujo, su acepción contemporánea va más allá de la etiqueta y del valor para marcar la diferencia, porque la distinción se alcanza hoy con la experiencia. La ostentación se ha reconvertido en lujo efímero, transitorio: el que se ha quitado oro de encima, el que no tiene miedo ni tiempo a envejecer. Lo contrario al de esas señoras de Serrano, que en el Madrid de Carmena se ponen el visón y diez años encima. (La Vanguardia)

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2 de marzo de 2016
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No es no

Evo Morales no es de ninguna manera el malo de la película. Pese a su tendencia autoritaria, ha gobernado con buen suceso un país de tradición caótica, signado por golpes de estado, dictaduras militares y repetidos periodos de inestabilidad; y los resultados de su gestión económica y social son notables en cuanto a la disminución de la pobreza y el manejo de las finanzas públicas, reivindicando, además, la soberanía de los recursos naturales del país.

El problema es que después de tantos años de gobernar sin adversarios capaces de desafiar su liderazgo, quiso reelegirse otra vez; pero al someterlo a un referéndum, la mayoría ha respondido que no. Una pregunta hecha sin trampas, hay que decirlo en su abono, porque los votos del no y del sí fueron contados de manera transparente, aun siendo la diferencia ajustada.

Los resultados del referéndum prueban que el viejo fantasma del fraude está volviendo a su sarcófago en América Latina, como antes en las elecciones argentinas que perdió el candidato la señora Kirchner, o como en las elecciones legislativas en Venezuela, donde el chavismo fue derrotado de manera abrumadora.

El presidente Correa del Ecuador, ha anunciado que no se presentará más como candidato, lo cual lo quita, dichosamente, de la lista de quienes pretenden quedarse para siempre sentados en la silla presidencial; así se devuelve la normalidad al ejercicio democrático, que pasa necesariamente por la alternabilidad. Y esa normalidad se reafirmará mejor cuando gane la oposición; en Ecuador, en Bolivia, en cualquier parte.

Una de las maneras de tomar la medida de estadista a un gobernante es fijarse bien cómo se comporta frente a la derrota. Lo peor es cuando no la acepta del todo, y recurre a falsear los resultados, o simplemente a desconocerlos, secuestrando o mandando quemar las urnas, como en el pasado no tan lejano. Pero también hay que fijarse en cómo justifica la derrota.

Que Evo diga que ha perdido la batalla pero no la guerra, es una respuesta lógica. Su partido oficial, el MAS, sigue siendo mayoritario y lleva ventaja frente a una oposición todavía dispersa y debilitada, y con un candidato joven bien puede ganar en las elecciones presidenciales de 2019, tomando ventaja del apoyo popular que los programas de gobierno tienen. El voto adverso del referéndum ha sido contra la reelección, para cerrar las puertas, con buen juicio, a la pretensión  de un caudillo en ciernes que buscaría siempre las maneras de quedarse uno y otro período.

Pero también afirma que perdió el referéndum por causa de una "guerra sucia", provocada por la derecha, y "de una conspiración externa e interna", en la que no falta la mano del imperialismo, repitiendo lo que pocos días ante se había adelantado a expresar el presidente Maduro, quien atribuye la derrota legislativa de su partido a las mismas causas, cerrando los ojos frente a la debacle provocada en Venezuela por la corrupción y su ineptitud.

Son respuestas que no corresponden a un estadista, y al fin y al cabo irrespetan al electorado. La mayoría de quienes votaron no, está lejos de hallarse compuesta por oligarcas, millonarios y burgueses reaccionarios, numéricamente una minoría; entre los votantes que negaron a Evo la posibilidad de reelegirse hay, necesariamente, gente de clase media, empleados públicos, y también proletarios, campesinos, y, por supuesto, indígenas. Muchos son beneficiarios de los programas sociales del gobierno, pero no por eso traidores.

También atribuya su derrota a un "resurgimiento del racismo". ¿Las etnias quechuas y aimaras, que forman la mayoría de la población boliviana, racistas contra ellas mismos? Si algo ha conseguido el país en estos años es que la población indígena se sienta protagonista de la historia, y vuelva por su dignidad sojuzgada.

"Vamos a evaluar los mensajes de las redes sociales, donde las personas no se identifican y hacen daño a Bolivia", ha dicho también Evo, y que "las redes sociales son como si todo se fuese por la alcantarilla"; en esto último no deja de tener razón, algo sobre lo que Umberto Eco llegó a filosofar.

Pero amenazar con una revisión del espacio de las redes sociales, culpándolas de ser parte de la conspiración de la derrota, es ir en contra de la libertad de expresión. Desde ellas se promueve un constante debate de ideas, se contrastan opiniones y se conocen asuntos que el poder quiere mantener ocultos, y que de otra manera no surgirían a la luz. Forman el gran espacio de libertad de nuestro tiempo.

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2 de marzo de 2016
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Otras voces, otras escuchas

 

VICENTE LUIS MORA: Serie. Valencia. Pre-textos, 2015.

Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970)  remonta, culmina y excede las varias líneas de fuerza contraria (restar del discurso robusto sus signos en clave) que recorren su obra innovadora (en devenir, hiperliteraria, virtual) y suma o más bien, cartografía una resta de variantes, rutas, anotaciones de amplio registro visual, reflexivo y también mundano. Aunque su poesía “alemana” (de líneas sueltas en la página) es más radical y, por ello, extraña al paisajismo español, éste tomo demuestra ser otra encrucijada (VLM cree en ellas, con provecho) porque asume en el diálogo los contextos de su trabajo, y nos hace parte de sus escenarios de celebración reflexiva. Es notable la calidad imantada de esta serialización del instante, capaz de desencadenar sus puntos de fuga tanto como su propio relato. El poema es un corte en la serialización, y su variante es una imagen salvada del flujo virtual del lenguaje. En “Neuropoemas” la síntesis favorece el trayecto del libro entre la imagen y sus preguntas, la encrucijada donde “el yo no es más que la continua sensación de alerta.” Tentado como está por las provocaciones, creo que es la primera aparición de “ecdótica” en un poema; y,  en Venecia, apela a Fray Luis contra Pascal. Los varios hablantes, voces, registros y formatos despliegan un poema transitivo, haciéndose en la lectura post-veneciana y trans-atlántica que, entre riesgos felices, practica.

  

RAÚL BUENO: Ensayo General  (Poesía reunida, 1964-2014). Lima, Hipocampo Editores, 2015. 

Bueno (Perú, 1944) reúne en Ensayo General (Lima, 2015) sus libros publicados entre 1964 y 2014, y estos 50 años de su constacia poética se distinguen tanto por la discreción del profesor emigrado (enseña en Dartmouth College) como por el laconismo de su figura poética, bien conocida por los especialistas pero aun requerida de difusión y estudio. El prólogo de  Beatriz Pastor y el epílogo de Roger Santiváñez, uno de los mejores poetas peruanos de hoy, así como la edición de un tomo dedicado a su obra por José Antonio Mazzotti (Argos Arequipensis, Boston, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 2014), ponen en relieve los valores intrínsicos de una poesía hecha fuera del sistema literario pero íntima a la actualidad de la poesía como sabiduría afectiva y morada del lenguaje. No en vano arde en el paisaje de este libro la lección de los clásicos sobre el poema como emoción evocadora: la memoria de la dispersa tribu que acude al mapa de su lenguaje para hacer legible el desierto. Las voces que arden y se apagan, la nostalgia restitutiva, las ironías y paradojas de los ciclos, discurren bajo la luz de una atención meditativa que es, a la vez urbana y elegíaca: “Caballo muerto en un poema de Bueno en que las cosas/ ocurren de un modo casi literal.” Aunque Bueno cultiva a Kavafis no lo visitan ni el escepticismo ni la melancolía. Más bien, su humor sutil juega con paradojas civiles: “Su imprecisa esperanza/ de algún día /tener una esperanza.” Al final, un poeta estoico y quevediano. Su saber es el nuestro: “el artificio/ sabe de precisión y desvaríos.”

 

JORGE FORNET: El 71, Anatomía de una crisis. La Habana, Letras cubanas, 2015.

Fornet en este su valiosísimo recuento reconstruye con documentación exhaustiva la desgarradora polémica suscitada ese año por la dirigencia política cubana y los intelectuales disidentes. “El caso Padilla” demostró los límites de tolerancia en el sistema y, la polémica consiguiente, la partición de los aguas revueltas. El propósito del libro es reconstruir el intenso período de crisis en la cultura política que produjo la condena de los intelectuales disidentes, apresados y expulsados del país. Fornet, destacado investigador literario, fomado en El Colegio de México, trabaja sobre las fuentes y a lo largo de la crisis a partir de testimonios directos y documentación histórica. Todos tenemos una opinión formada y hasta una versión de los hechos, y en los últimos años hemos visto el tristísimo olvido y la agonía de los escritores cubanos en el exilio, expulsados por unos y abandonados por otros. Fornet, con impecable distancia académica pero no sin juicio crítico del autoritarismo de la hora, recorre cada caso y nos deja las conclusiones. No busca reproducir los juicios sino exponer su desmesura y desatino. Edad oscura de una revolución que hoy busca reinsertarse en la comunidad internacional desde una serie de reformas y puestas al día, proceso evolutivo que es sensato apoyar en su desarrollo. Este libro cuya labor médica es también una lección histórica y política, nos convoca a mirar, con más detenimiento, un proceso de intolerancia exacerbada, para que no se repita.

  

BERTA GARCÍA FAET. La edad de merecer. La Bella Varsovia, Córdoba, 2015.

Berta García Faet (Valencia, 1988) es autora de tres libros de poemas que han merecido un premio cada uno, seguramente favoreciendo su edición, y en éste su sorprendente nuevo poemario, libre de los modelos de la poesía de la experiencia y de la poesía del lenguaje, se vale de ambas para buscar, explorar y hacer suyo, un coloquio dialógico, que opera desde la invención del lector como interlocutor, personaje, y finalmente co-autor del decir del poema. Esta poesía espera, propicia y presupone la intimidad del diálogo hospitalario con el lector. Su libertad verbal hace que el poema reverbere en este diálogo creativo, tienda puentes con elocuncia empática, y desarrolle un intercambio vivaz y novedoso de afectividad, humor, y mutua inteligencia. Por ello, lo notable no es sólo su repertorio temático urbano ni su derroche de fresca mundanidad sino su capacidad de establecer un territorio de comunicación que no se debe sólo al poeta y al lector, ambos convertidos en actores del discurso, sino a la textura, calidad, pálpito y fluidez del habla mutua, que es la materia que nos hace más vivos.  El poema, así, es un territorio del habla, y no sólo del habla oral sino de sus registros temporal, emotivo, gozoso, irónico y duradero. Nos dice: “Todas las preposiciones son mentira. Todas las conjunciones adversativas son una exageración ruin. Coincidir es un milagro.” La ductilidad de su discurso comunica la sensibilidad de un diálogo modélico y extrraviado. Como un ABC poético en este comienzo sobrescrito del siglo, BGF nos enseña el solfeo verbal más actual: leemos, recontamos, dramatizamos en el gran teatro del poema, por una vez tomado por la clara gracia de una voz que nos retorna, a manos llenas, el don de la palabra.

 

RODOLFO HASLER. La vida en el hotel Greco. Madrid, Centro de Arte Moderno, 2015.

Poeta cubano que vive en Barcelona hace más de 20 años, Hasler reúne en La vida en el hotel Greco (Madrid, Centro de Arte Moderno, 2015) una antología de su poesía reciente que tiene en el espacio del hotel y el sobrenombre del pintor los dos ejes de su meditada y asombrada reflexión poética, sostenida, central y solitaria, librada a su suerte en un exilio sin otro término de referencia que su misma obra. De su tradición cubana, frondosa de haceres y decires, Hasler trae la poética de las revelaciones favorecidas por la noción del lenguaje como un paisaje en gestación. En sus poemas, breves precipitados verbales, escenarios de contemplación musical y visual, el mundo está siempre recomenzando en el lenguaje, tentativo, amaneciendo, rehaciendo su camino visionario y apelativo. No hay un secreto a descifrar en el poema sino un proceso que desencadenar. Con destreza y fe, el poema no señala una ruta, más bien nos deja proseguir al azar asociativo de la lectura. En la estación pasajera de un hotel encantado, el poeta planea no un poema sino un libro, para explorar la noción de lo transitivo. Aun si debe seguir su ruta incierta, el libro no será una guia sino el trayecto reflexivo de vernos en el trance incierto de las suficientes palabras ciertas, las más justas.

 

ISABEL SOLER. El sueño del rey. Viajes y mesianismo en el Renacimiento peninsular. Barcelona, 2015.

La profesora Isabel Soler añade a su fundamental bibliografía sobre la historia de Portugal en el teatro atlántico, este trabajo erudito y preciso sobre un área hasta ahora incierta y dejada, mas bien, a la especulación. En la larga interacción histórica entre los reinos de España y Portugal, la trama de los viajes y el horizonte del mesianismo son dos claves fecundas que requerían seria consideración. Isabel Soler, por lo demás, suma a su riqueza de fuentes, que le permite el acierto del detalle, su vocación por los escenarios ideológicos o religiosos, como el mesianismo, no exentos de promesas más mundanas; lo cual le permite, a su vez, un recuento preciso de la desmesura, lo que favorece la lectura y agradece el lector. Pocos historiadores tienen esta virtud de la prosa sugestiva en el recuento histórico y en su historicidad. Porque no sólo narra la historia sino que la conceptualiza en su excepción. Tratándose de la temprana exploración atlántica la suma de motivos es casi novelesca, como el hecho de que en los viajes de Colón hubiesen marinos portugueses; y, como el intrigante trayecto de los navíos portugueses hacia Oriente, lejos del horizonte americano y a pesar de Brasil. Un libro que no sólo ilustra sino que ilumina.

 

ZULEICA ROMAY. Cepos de la memoria. Impronta de la esclavitud en el imaginario social cubano. Ediciones Matanzas, 2015.

En una época en que los académicos prefieren mantener la autonomía de sus discursos fuera de la esfera pública a nombre de su autoridad, a tal punto que la dimensión específica escapa a su escrutinio, los trabajos de sociología histórica y, por tanto, de las mentalidades inculcadas como la cotidianidad, que viene realizando Zuleica Romay (La Habana, 1958) son no sólo críticos de las representaciones del racismo heredado sino de su fuerza configuradora de las identidades y roles sociales en este siglo, hecho por la conversión de la cotidianidad en la esfera pública  del mercado global. Experta en las configuraciones que naturaliza el racismo, Romay ha diseñado los círculos de su dominio, que se extienden hasta el presente, mutando sus motivos no sin convicción. Este libro completa su anterior monografía, Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad (2012), y es un estudio de los círculos ideológicos que en Cuba, y en muchos otros países, naturalizan  estereotipos y actúan como un control social de las diferencias. Legible, dramatico, pleno de estadisticas pero también de historias de vida, ésta monografía demuestra que en el ámbito simbólico la sociedad sigue reproduciendo exclusiones y dominación. Lo había previsto Einstein, cuando observó que es más fácil dividir el átamo que un prejuicio. Un trabajo fundamental para entender la mala conciencia dominante.

 

JORGE CARRIÓN. Los difuntos. Ilustraciones de Celsius Pictor. Badajoz, Artistas Martínez Ed.

Extrañísimo y, a la vez, cautivante por su escritura de alto grado lúdico y lúcido, empezamos a leer este relato (híbrido de steam punk, western y filosofía, lo anuncia su autor), como la secuela narrativa de la trilogía  Los muertos, Los huérfanos y Los turistas (Galaxia Gutemberg 2014-15), que son relatos diferenciales de una saga de fin de siglo, donde los límites del lenguaje ya no son los de la representación. La tecnología narrativa que maneja Carrión no es ni realista ni fantástica sino post-apocalíptica, esto es, una imagen del mundo transicional de la E-motion, configurado por el movimiento, la fugacidad y la instrumentación del relato como documento del porvenir. Los difuntos proviene de la serie tecnológica, que culmina justo antes de la primera guerra mundial, Proviene también de un “taller literario,” y se propone como obra colectiva. Y se puede leer como un manual del fin de finales: un relato del día siguiente, cuando sólo nos queden las palabras, y el bravado de estas páginas, libres de representar en vano este mundo.

 

ABEL PRIETO. Noche de sábado y otros cuentos. Santa Clara, Editorial Capiro, 2015.

Este escritor cubano, que trabaja como asesor del Consejo de estado, donde se diseña el proceso de reformas en marcha, es autor de la mejor novela satírica del “socialismo real” que se ha escrito en Cuba. Viajes de Miguel Luna (2012) es, en efecto, la historia del único escritor cubano que no ha ganado una beca a un país socialista, y agoniza en su marginalidad literaria, hasta que por fin lo invitan a un pais regimentado y pesadillesco, donde la figura nacional, la comida nacional, y el culto nacional, es la cabra. Esa crónica de malentendidos es hilarante, pero este libro que reúne sus cuentos, de estupenda factura y agudo análisis, busca recuperar a los pequeños héroes de la vida cotidiana, jóvenes fanáticos del rock, exploradores urbanos, jóvenes que agonizan en sus ritos de pasaje, y personajes rurales que parece escapados de Faulkner, atrapados en situaciones kafkianas y joycenas, donde el espesor de la vida cotidiana es, de pronto, fracturado por una licencia a la regla. La bonhomía disitingue a estos personajes, salvados por su lengua gozosa y extravagancia, por su obsesión y tenacidad. En “El juez”, que es una pequeña obra maestra,  la abuela que lleva a su nieta a ser juzgada por un supuesto héroe social, nos descubre a  ésta última autoridad fronteriza, presidiendo la arcaicanecesidad popular de una justicia restitutiva.  Prieto nos ofrece, con empatia, la humanidad  de un tiempo que no pasa en vano.

 

CARMEN OLLÉ: PARA SU HOMENAJE EN LA CASA DE LA LITERATURA PERUANA

Con Carmen Ollé tengo una deuda demorada y me complace empezar a aliviarla con este reconocimiento público de la calidad de su obra, y de su coraje literario.  Fui testigo de su boda con Enrique Verástegui y más o menos responsable de que se marcharan a París, pero no he dejado de leerla con la misma alarma, curiosidad y deslumbramiento de sus primeros textos. Alarma porque su poesía revela las convenciones de nuestras lecturas complacientes; curiosidad, porque siempre hay algo más en su escritura, que no se agota gracias a su sutil entramado; y deslumbramiento porque el lenguaje, en sus manos, es una noble materia lúcida, capaz de humanizar la miseria del paisaje que nos ha tocado. Siempre pensé que nuestras escritoras han sufrido más la peruanidad mal distribuida que nos define. Si fuesen argentinas estarían mejor fotografiadas, traducidas y premiadas. Y es que las plagas ideológicas que azotan a nuestra lengua (el machismo, el racismo, el conservadurismo) se han demorado más en el Perú, y lo han hecho de un modo perverso: el peruano carece de todo remordimiento. Vivimos el mal con inocencia y,  a veces, con venganza. Ese paisaje de desafecto aparece en la gran poesía de Blanca Varela como la sombra del luto. Con nuestras escritoras hemos practicado la ignorancia: las hemos olvidado con inocencia. Más aún, las hemos obligado a dejar la poesía para empuñar otras armas, menos sutiles, y algunas han cedido al papel de feministas aguerridas sin entender que ilustran el peor machismo. Contra ese paisaje feroz, la obra de Carmen Ollé, así como los trabajos de Magdalena Chocano, Mariela Dreyfus, Giovanna Pollarolo, Victoria Guerrero, Rocío Santisteban, Katya Adaui, Cecilia Podestá (entre varias otras más), abren espacios de respiración e indignación, de crítica e ironía, de inteligencia y paciencia. Nos han mejorado, sin protestar.  La lección de Carmen Ollé es de integridad. Ha adquirido frente al animal masculino una tolerancia irónica pero casi tierna. No nos exime de la poca capacidad de reconocimiento, porque todavía nos cree moralmente redimibles. A nuestras escritoras les debemos una parte de nuestra libertad. También les debemos las gracias y las excusas. Pero les debemos más, sus libros. Que este homenaje a Carmen, que declara nuestra admiración, lleve también propósito de enmienda. Hay que leerla y releerlas.

La Habana, 1 de marzo, 2016

 

 

 

 

 

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2 de marzo de 2016
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La pesadilla del tupé

¿Pensaron que era una broma? ¿Una provocación? ¿Una calculada estrategia publicitaria? ¿Una fiebre pasajera? ¿Un juego? ¿Una (nunca mejor dicho) tomadura de pelo? ¿Cuántos comentaristas de izquierda y de derecha, de los comunistas de CNBC a de las arpías de FOX, se atrevieron a vaticinar que mi campaña sería un globo que no tardaría en reventarse o desinflarse? ¿Que mi atrevimiento no duraría ni dos semanas? ¿Que nadie consideraría con seriedad mi candidatura? ¿Que no soy más que un histrión, un presentador de talk-show, una caricatura, un payaso?

¿Cuántas veces los editoriales del New York Times o del último periodiquillo de Wichita aseguraron que no tengo ideas? ¿Que mis "salidas de tono", mis exabruptos y mis arrebatos terminarían por fatigar a los electores conservadores o a los evangélicos? ¿Cuántos reputados profesores y analistas políticos y tertulianos de televisión y radio mostraron su indignación ante mis declaraciones contra los delincuentes mexicanos y los terroristas árabes y declararon que la mayoría de los republicanos jamás compartiría posiciones tan retrógradas?

¿Cuántas veces los medios liberales me acusaron de racista por empeñarme en proteger a esta gran nación de los inmigrantes ilegales aseverando que nadie en su sano juicio apoyaría mis delirios? ¿Y cuántas buenas conciencias me llamaron fascista por buscar cerrar las fronteras a los terroristas islámicos disfrazados de refugiados del ISIS advirtiéndome de que la mayor parte de los ciudadanos de esta gran nación nunca apoyaría medidas semejantes?

¡Y miren dónde estamos ahora! ¡Ni una sola de sus patrañas ha resistido el paso del tiempo, ni una sola de sus mentiras o de sus descalificaciones ha hecho mella en mi campaña! Sus insultos de nada han servido: faltan apenas unos días para los caucus de Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur, y las encuestas me siguen concediendo ventaja en todos ellos. ¿Un balón a punto de desinflarse? Lamento desengañarlos: continúo aquí, imbatible, mostrando que todos se equivocaron. ¡Todos!

¡Y pensar que me creían un estafador, un pelele, un fenómeno televisivo sin cerebro! ¡Otro millonario fracasado como Ross Perot! Desde que se inició mi aventura, hace ya muchos meses, mis compatriotas no han hablado más que de mí, igual que en el debate del FOX al que no asistí. Lograrlo fue mi primera victoria. Durante semanas nadie se preocupó por las sosas o abúlicas declaraciones de Jeb, el supuesto puntero, el hombre del establishment, y luego los demás aspirantes ya no tuvieron más remedio que dedicarse de tiempo completo a reaccionar sobre lo que yo hacía, sobre lo que yo decía. A glosar cada una de mis palabras. Hasta que la bola de nieve se convirtió en una avalancha imposible de detener: ¡hoy, en Estados Unidos, sólo se habla de mí! ¡En el último café de Nueva York y de San Francisco tanto como en el último rancho de Montana o de Texas no se habla más que de mí!

Ya no hay marcha atrás. Nadie me hace sombra. Menos Ted Cruz, cuyo mayor problema (perdonan que se los diga) es que él sí se cree las barbaridades que dice. ¿Y yo? ¿Quién soy yo? Un hombre de éxito, nada más. Un hombre de éxito que llevará al éxito a este país. Para lograrlo vale lo que sea. Calumniar a los mexicanos o a los árabes es lo de menos: un slogan que en el fondo comparte la mitad de mis electores. Pero igual hubiese usado otros chivos expiatorios si me hubiesen parecido más rentables. ¿Que no soy suficientemente de derechas? ¿Que en el pasado apoyé a los demócratas? ¿Qué no soy suficientemente religioso? ¿Que no tengo convicciones? Tengo la única fe que se necesita en Estados Unidos para triunfar: la fe en mí.  

            Ganaré Iowa y New Hampshire. Y ganaré Carolina del Sur. Y luego ganaré la mayor parte de los demás estados en el Súpermartes. Y el G.O.P. no tendrá más remedio que ungirme candidato. Y luego le ganaré a la pobre Hillary (no sé quién puede pensar que ella tiene convicciones más firmes que las mías), la cual hoy sufre por derrotar a un carcamal que se declara socialista. ¿Y saben por qué? ¿Saben por qué se equivocaron tanto respecto a mí? Porque no se dieron cuenta de que yo soy Estados Unidos. Al menos esa mitad de Estados Unidos que se necesita para gobernar Estados Unidos. Esa mitad que hará lo que sea, lo que sea, para que otra Clinton no llegue a la Casa Blanca. Hoy por hoy, soy su mejor carta. Nada me detendrá. Esto apenas empieza.

 

Twitter: @jvolpi

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2 de marzo de 2016
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El hombre que estuvo allí

  George Plimpton (1927-2003) no sólo era un tipo osado e imaginativo sino que gozaba de un peculiar sentido del humor. Su prolongada colaboración en revistas de tanta difusión como Sports Illustrated (muy conocida incluso en España porque en sus portadas salen unas saludables y vistosas muchachas en traje de baño) o The New Yorker y la Paris Review, le permitió mantener una estrecha relación con las más prominentes figuras del deporte, la cultura y la vida social.

En su opinión, además de un profundo conocimiento del tema sobre el que escribiese, el periodista tenía la obligación de transmitir los sentimientos y puntos de vista más íntimos de los personajes en el momento de ocurrir los hechos que estuviesen siendo relatados. De esa convicción salió una modalidad de Nuevo Periodismo que él mismo denominó Participativa  y que, en esencia, consistía en meterse en la piel de los personajes ejerciendo las mismas actividades que ellos practicaban. En consecuencia, y para hablar adecuadamente de boxeo se las arregló para encerrarse durante tres asaltos en un cuadrilátero con Archie Moore, entonces campeón del mundo de los semipesados (y que le vapuleó sin piedad). Con el mismo propósito jugó de portero en un equipo de hockey profesional (sobre hielo, nada menos), hizo de pitcher durante un encuentro entre dos de los mejores equipos de la Liga Nacional de Béisbol, jugó como aficionado en un torneo de golf con las primeras figuras del momento y, llevando las cosas más allá del deporte, se hizo matar a tiros por John Wayne en Río Lobo, o presionó a Leonard Bernstein para  que le dejase hacer de percusionista durante un concierto de la Filarmónica de Nueva York. Además de llevar una agitada vida sentimental y de escribir decenas de miles de páginas, muchas de ellas como periodista pero también como novelista, autor teatral o guionista de cine y televisión, aún tuvo tiempo de hacerse un experto en fuegos artificiales y si de niño manejaba con soltura las letales “bombas cereza” y las “triquitraques de plata”, de mayor concibió la idea de jubilarse en compañía de otro chiflado llamado Orville Carlisle e instalarse en China, Japón, Corea o cualquier otro país fabricante de fuegos de artificio: la idea era agenciarse unas buenas hamacas y, mientras se deleitaban con las últimas invenciones de los maestros artificieros orientales, inventar nombres que sobrepasasen a los ya existentes, descritos por los fabricantes locales como “Los monos entran en el espacio celestial y expulsan al tigre”, o “Un perro callejero que corre perturba las nubes celestiales”.

Lo peculiar de su sentido del humor consiste en que si de un lado trata con jovial benevolencia las meteduras de pata y las extravagancias de los personajes que le sirven de base para sus colaboraciones (gente perfectamente despellejable, como Hemingway y Norman Mailer) en cambio no se pasa una a sí mismo. Y si alguien piensa que aprovechará su actuación en la portería de los Boston Bruins de Chicago, o su intervención como quarterback  de los Detroit Lions, para ensalzarse y cubrirse de elogios por su actuación, puede esperar en vano porque nunca ocurre. En cambio no se olvida de un solo fallo ni se perdona su lentitud para pasar el balón según la jugada ensayada (lentitud que propiciaba que la totalidad de ambos equipos se le echase encima mientras disputaban furiosamente ese balón que debería estar muy lejos de allí). Como tampoco se olvida de resaltar la sutileza de Bernstein abroncando a toda la orquesta por haber entrado a destiempo cuando en realidad el que falló estrepitosamente fue el percusionista (o sea, el propio Plimpton).

Al ojear la presente recopilación de escritos realizada por la editorial Contra (y que incluye artículos deportivos pero también trabajos sobre gente tan variada como Muhammad Alí, Warren Beatty, el presidente Bush Sr, Hunter Thompson,  Normal Mailer y William Styron, o intervenciones tan delicadas como Campo de golf de Harding Park, California, o El restaurante Elain’es (geniales ambas), al lector puede preocuparle comprobar que el relato del encuentro de béisbol en el Yankee Stadium dura más de treinta páginas. Como seguramente les ocurrirá  a la mayoría de los presente en la librería, el preocupado lector no sabrá una palabra de béisbol, razón por la cual quizá le sonara algo excesivo dedicar más de treinta páginas a hablar de pitchers, bolas de rosca, hits, bases, home runs y demás terminología propia de ese juego. Plimpton no estaba llamado a ser un gran lanzador de bolas endiabladas, pero en cambio tenía un don especial para la narración y leerle cuando trata cosas  de béisbol, o boxeo, o tenis, es muy entretenido porque no solo habla desde dentro (haciendo partícipe al lector de los secretos mejor guardados de esos deportes altamente especializados) sino que los convierte en relatos que tienen como protagonista a un aficionado que se metió en camisa de once varas y lo paga tan caro como le pasa en las comedias de enredo al tonto que se quiere hacer pasar por listo.

 

 

El hombre que estuvo allí.

Lo mejor de George Plimpton

Traducción de Gabriel Cereceda

Contra      

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1 de marzo de 2016
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El Boomeran(g)
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