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"Su magestad" en el Congreso de la Lengua

Llegué tarde a la ceremonia de inauguración del Congreso de la Lengua en San Juan. Creí que no me perdería de nada, convencido de que, como suele ocurrir en estos casos, todo no pasaría de los huecos, inofensivos ejercicios retóricos que nos gustan tanto. Sin embargo, esta vez en los discursos se dijeron cosas poco diplomáticas que se convirtieron en el centro del debate. En su alocución, Victor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, se mostró orgulloso de que por primera vez el congreso se llevara a cabo en un país no hispanoamericano; el rey Felipe de España dijo sentirse feliz de volver a los Estados Unidos.

Al leer que Puerto Rico es a la vez un estado "libre" y "asociado" de los Estados Unidos, es fácil confundirse; como dice la escritora Marta Aponte, la isla, "en cuanto a entidad jurídica, debería exhibirse en un gabinete de curiosidades". En la base de su situación colonial está un caso de 1901 que obligó a la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos a pronunciarse con un argumento claramente discriminatorio: Puerto Rico "pertenece a, pero no es parte de los Estados Unidos". Es entonces un territorio colonial, un botín de guerra no incorporado del todo al país. Los puertorriqueños tienen pasaporte norteamericano pero no pueden votar; dependen del imperio, pero su identidad está muy arraigada en la cultura hispanoamericana. El escritor Eduardo Lalo lo afirma con claridad: "en el supuesto de que un día, Puerto Rico llegue a formar parte de Estados Unidos en plenitud, seguirá siendo Hispanoamérica".
Las palabras de García de la Concha y el rey Felipe no son simples lapsus; demuestran que una idea decimonónica del panhispanismo todavía sigue vigente entre las instituciones españolas; también, como sugieren fuentes diplomáticas al periódico El País, que era muy importante para España que Estados Unidos no viera el congreso como una provocación. De golpe y plumazo, el esfuerzo de Puerto Rico por organizarlo fue echado simbólicamente por la borda: resultaba que para algunas de las instituciones españolas más representativas, Puerto Rico era un país extraño a ese gran territorio de la lengua que se estaba celebrando en estos días. Quizás por eso, a manera de venganza -intencional o no-- en la retransmisión televisiva del discurso del rey, los rótulos se hayan referido a él, al menos por un rato, como "su magestad".
El embrollo puede tratar de entenderse a partir del choque de lógicas opuestas -la de la resistencia y la de expansión-- articuladas detrás del congreso: como sugiere el crítico y editor Gustavo Guerrero, mientras que Puerto Rico creía haber sido elegido para organizarlo por su capacidad cultural de resistencia, por haber afirmado su pertenencia al ámbito de la lengua española pese a los embates de los Estados Unidos, las instituciones españolas parecían haber elegido a Puerto Rico como un punto de entrada a ese mundo que les interesa tanto, al de los latinos en los Estados Unidos.
Durante los días que duró el congreso hubo presentaciones brillantes - Álvaro Pombo y una performance sobre Juan Ramón Jimenez y su obra; Luis Felipe Fabre y la lectura de su "Sor Juana y otros monstruos: una ponencia en verso", ya un texto fundamental de la poesía latinoamericana contemporánea--. Se notó el esfuerzo desplegado por los organizadores para armar debates que llevaran al español a lugares no muy transitados, como el de su relación con la ciencia o el de su presencia en las nuevas tecnologías de la comunicación; lamentablemente, las intensas discusiones que produjeron quizás no sean tan recordadas como un par de discursos inaugurales, convertidos esta vez en -las palabras son de Lalo- "actos de barbarie".

 

(La Tercera, 20 de marzo 2016)

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20 de marzo de 2016
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Que parezca un accidente

La revista científica ScienceMag ha publicado un estudio con resultados aterradores. No sólo certifica que el uso intensivo de combustibles fósiles y la destrucción de hábitats naturales por una sola especie (la humana) están causando la extinción acelerada de muchas especies. También demuestra que, a diferencia de otras eras, ahora éstas desaparecen sin dejar rastro.

“Durante décadas, los paleontólogos han podido cavar la tierra, descubrir fósiles y averiguar las causas de la extinción de las diferentes especies”, pero esto ya no es así. La extinción es tan rápida y las áreas en que sucede resultan tan modificadas por la acción humana que ya no quedarán rastros para que los científicos del futuro busquen las causas del drama que nos rodea. “La extinción ahora es diferente a todo lo que ha ocurrido en el pasado, no solo en el número de especies que se extinguen, sino también en la forma en que está sucediendo: está siendo impulsada por una sola especie”, se lee en el estudio. La nuestra, claro.

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Hasta ahora, yo no había reparado en la relación entre estos dos elementos. Por un lado, las investigaciones de los paleontólogos sobre extinciones remotas, como los dinosaurios, el tigre de Tasmania o el Aguará Guazú en el noroeste argentino. Por el tiempo que tardaron en desaparecer, los sedimentos que se acumularon sobre los huesos que quedan como reliquias de su paso por la tierra y la huella de las causas de su extinción en estos restos, los paleontólogos pueden encontrar respuestas: cómo y por qué.

Por otro lado, nos llega información sobre las extinciones actuales. Desaparición de hábitats, cacería y pesca masiva, cambio climático. Y de esto no quedan marcas. Con las especies desaparece todo el mundo que los rodea, todo el ambiente que los hacía posibles y les daba sustento y cobijo. No queda nada. Ni la memoria ni un trocito enterrado o congelado al que hacerle preguntas.

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Hace poco entrevisté al historiador israelí Omer Bertov, que investigó durante años la rica historia de los judíos en Galitzia, el territorio que hoy queda en Ucrania Occidental. Los judíos eran un tercio de la población, en algunos pueblos más de la mitad. Entre 1941 y 1945 fueron masacrados por los nazis con la ayuda de milicianos locales.

Hoy se construye la identidad ucraniana borrando el pasado, escondiendo 500 años de su presencia y protagonismo en la cultura, la política, la economía, la vida social de Galitzia. Claro: esos milicianos locales son también los que se rebelaron contra las tropas soviéticas. Son los héroes del pasado que los ucranianos de hoy quieren recordar. Mientras, a los judíos asesinados se los vuelve a matar. No queda ni el recuerdo. El libro se llama “Borrados”.

¿Quedarán así borradas las especies que hoy desaparecen cada día, algunas sin que los científicos hayan llegado a estudiarlas jamás? Es peor que las extinciones del Jurásico, porque se puede desenterrar los huesos de los dinosaurios e investigar qué fue lo que las mató.

Con las especies que desaparecieron ayer y que se están extinguiendo hoy mismo, eso no es posible. Como en el caso de los judíos de Europa Oriental, hay razones para ocultar el crimen, para contar el pasado como si hubiera sido un hecho imponderable sin culpables y sin respuesta. Fuimos nosotros. Solo estamos borrando nuestras huellas. Que parezca un accidente. 

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20 de marzo de 2016
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Dietario de un cinico 5

Martes

Habrá que hacer a los líderes políticos otra concesión: nunca ocultan lo que piensan, siempre dicen la verdad. Nos conviene sostener la quimera de un gobernante incapaz de tergiversar su pensamiento. Por ejemplo: cuando les veamos negar con vehemencia lo que han hecho o prometer solemnemente lo que nunca harán, debemos eximirles de cualquier sospecha e imputar su distorsión moral al dogma de los nuevos tiempos. En la sociedad de la información la lógica de lo incierto sustituye al sentido común. Heisenberg finalmente triunfante sobre Aristóteles. A causa de la velocidad cibernética, los desmentidos preceden al error y los asuntos pierden su encanto en medio de una revuelta cognitiva: los acontecimientos podrán ser y no ser al mismo tiempo. En este enloquecido paradigma sólo un ciudadano obsoleto, voluntariamente recluido en la nostalgia, pedirá certeza allí en donde apenas habrá una retorcida ambigüedad.

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20 de marzo de 2016
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Lucidez sin adjetivos

Natalia Ginzburg cumpliría cien años el próximo mes de julio, pero su voz sigue regresando no solo a los catálogos editoriales ?Lumen reedita tres de sus títulos fundamentales: su autobiografía Léxico familiar; Todos nuestros ayeres, la versión ficcionada, y Las tareas de casa y otros ensayos? sino a la memoria que dejó tejida con fortaleza y seda. Fue una intelectual que nunca se dio importancia, capaz de transformar ideas procedentes del desorden del mundo en razonamientos luminosos nunca afectados ni petulantes. Testigo de excepción del auge del fascismo y la Segunda Guerra Mundial, mamó la política ya de bien joven, cuando su padre tronaba contra los conocidos que se habían rendido a Mussollini: ?¡Bellacos!?, vociferaba el doctor Levi, resoplando sin pudor alguno. El pulso literario de Ginzburg se apropió de una claridad refulgente. ?La memoria es débil, y los libros que se basan en la realidad son con frecuencia pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos? escribe en el prólogo de Léxico familiar, donde rehace el mundo del que procedía y que conformó: de las palurdeces que describía su padre, genio y figura, tan severo como refinado, que instruyó a sus hijos en la lectura, la naturaleza y la decencia moral, al frío que tan profundamente sentía su madre al trasladarse de Palermo a Turín. ?Mi padre apreciaba y admiraba el socialismo, Inglaterra, las novelas de Zola, la fundación Rockefeller, la montaña y los guías del valle de Aosta. Mi madre amaba el socialismo, la poesía de Paul Verlaine y la música, sobre todo Lohengrin que nos solía cantar cada noche después de cenar?. Educada en casa por tutores y maestros particulares, pues su padre estaba convencido de que en las escuelas podía contraer microbios, Ginzburg desarrolló en cambio, tempranamente, la bacteria que germinaría en el síndrome melancólico que su madre denomina ?sentimiento hebraico? de la escritura, alimentada por las lecturas a escondidas ?a pesar de la educación en valores y libros, ni su padre ni su madre la dejaban leer determinadas obras? de Proust o Colette. Su literatura trata de las pequeñas cosas, de los asuntos familiares, y sin embargo no puede estar más lejos de la pequeñez literaria. Ella se despoja de adornos para llegar a la médula de forma diáfana, sopesando melancolía y esperanza. Como los grandes, no solo ve aquello que los demás no vemos, sino que logra mostrárnoslo. En parte porque disecciona la tristeza ?no es extraño, experiencias vitales como dos hermanos muertos por su militancia antifascista y un marido torturado hasta morir hicieron saltar por los aires su mundo?, un tema con el que pocos (escritores y lectores) se atreven. Su vida, tanto literaria como política, fue de primera magnitud. Codo con codo con sus compañeras Elsa Morante o Dacia Maraini confraternizó con los Cesare Pavese, Italo Calvino, Carlo Levi o Alberto Moravia; la mítica editorial Einaudi le abrió sus puertas; ganó los premios más prestigiosos del país y tradujo a Flaubert, Maupassant o su querido Proust. Y en 1983 fue elegida parlamentaria por el Partido Comunista italiano y dedicó sus últimos años a la política activa. Sus ensayos están tamizados por esa luz modesta y a la vez valiente que siempre la acompañó: ?No llegaremos a ser ni sabios ni serenos, además nunca hemos amado la sabiduría ni la serenidad, en cambio siempre hemos amado la sed y la fiebre, las búsquedas inquietas y los errores?. Ahora, en su centenario, su aliento vivificador impulsa una poética realista que nos invita a vivir sin anestesia, con palpitante nervio. (La Vanguardia)

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19 de marzo de 2016
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La edad media

De entrada aparece una voz que, oculta tras un oportuno y poco comprometido “nosotros”, asume la tarea de relatar las peripecias de los alumnos del colegio El Bosco. Su misión es transmitir una visión coral y de conjunto, aunque dedica especial atención a elhijodelRana, Fauró y Moya, tres gordos a los que no podías dejar de meterles pescozones. Al mismo tiempo, la voz “nosotros” es la encargada de señalar el paso del tiempo y si al principio se centra en la relación de los alumnos entre ellos mismos y también con los profesores y los respectivos padres, más tarde, cuando les llegue la edad de pasar a un instituto mixto,  aparecerán las chicas y las inevitables dificultades de relación con ellas (con las primeras tácticas de seducción, la servidumbre de los celos y las rivalidades o el aprendizaje torpe y escasamente satisfactorio de las primeras experiencias  sexuales). Esa relación aún será más difícil y compleja cuando crezcan unos y otras y sus deseos, y anhelos, las aspiraciones profesionales o las ambiciones vitales se concreten y por ende se vuelvan más exigentes y perentorias (“Ya voy teniendo una edad”, le dice una de ellas al novio que si de un lado se muestra reacio al uso del preservativo, tampoco parece muy decidido a formalizar su relación, ni siquiera en el caso de que su alergia al látex pueda tener consecuencias reproductivas).

            Casi en paralelo se desarrolla la historia de M (a su debido tiempo el lector recibirá información puntual de quién es este personaje tapado por una mayúscula), un tipo que mitad por desidia y mitad por elección, ronda ya la treintena y sigue viviendo en casa de sus padres, utiliza el coche de sus padres y que a pesar de  su título de abogado trabaja de interino en la Ciudad de la Justicia ejerciendo labores muy inferiores a su titulación.  En su rutinaria y provisionalmente definitiva vida de funcionario subalterno irrumpe un compañero del Bosco, hoy convertido en un exitoso emprendedor, que le presenta a otro exitoso empresario (en este caso un rey de la noche) que de inmediato le invita a participar de su éxito. Todo lo que necesita es aportar una cantidad de dinero que M no posee. Desde el momento en que M decide tomarla prestada de las cantidades que los jueces decretan para dirimir pleitos judiciales, queda claro que se está buscando la ruina y que la aventura va a terminar en desastre.

            Entre medias ha irrumpido una voz dual, porque se expresa bajo  la forma de un chat muy divertido y juguetón al principio pero que se irá cargando de nubarrones con el paso del tiempo. Son intervenciones cortas y casi eléctricas y que raras veces superan la página o página y media, pero que en cambio permiten conocer casi al segundo la evolución y el inevitable desenlace de ese intercambio de mensajes que tan juguetón sonaba al principio.

            Lo que más sorprende de La edad media, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una primera novela, es el rigor con el que Leonardo Cano cumple las reglas de juego que ha elegido para cada una de las voces narradoras. El relato coral, como queda dicho, no sólo va presentando a cada uno de los personajes sino que refleja con toda exactitud su evolución hacia la edad adulta, con el mérito añadido de que evolucionan incluso el lenguaje y la ideología, pues si al principio refleja el universo y la forma de expresarse de unos escolares maldicientes, machistas, maltratadores de los débiles y profundamente influidos por la ideología de sus mayores, al llegar a la edad adulta (o media, como la define el autor) tanto el lenguaje como la ideología se adaptan a la nueva situación y el mal decir, el machismo o el maltrato siguen presentes pero ya con tintes inequívocamente adultos.

            Y lo mismo cabe decir de la impecable narración de M, siempre objetiva y como sin pasión, aunque por debajo se adivinen unas tormentas que acaban por irrumpir en la superficie. O la técnica del chat, muy difícil porque todas las emociones y sus variaciones se expresan única y exclusivamente por medio del lenguaje obligadamente sinóptico y esquemático del chat. Las tres voces narrativas, y la mayor parte de los personajes que intervienen en la novela, confluirán en una cena de antiguos alumnos que se ha ido preparando un poco al azar de los medios sociales pero que no tarda en adquirir los tintes inequívocos de una cita urdida por el destino de todos.

            Se trata en definitiva de una agradable sorpresa porque La edad media es una excelente primera novela que permite esperar con optimismo la llegada de nuevas ocurrencias de Leonardo Cano.

 

La edad media

Leonardo Cano

Editorial Candaya

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19 de marzo de 2016
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Dietario de un cínico 4

Viernes

Hace años, en Irlanda, en un bed and breakfast, al pedir el desayuno, me sirvieron unos granos de café flotando en agua caliente. Debajo de la jarra, en una baldosa, estaba escrita esta leyenda: “No te rías de los que no saben hacer café. Algún día también tú serás viejo”. Por extraño que parezca, eso fue lo que ocurrió. Lo recuerdo ahora leyendo el Diario del anciano averiado, de Salvador Paniker. Tomo nota de lo que dice: “Tengo setenta y cuatro años y me da vueltas la cabeza, pero todavía voy a las fiestas y todavía copulo con mi hembrita”. (He tenido que leer varias veces la cita para comprender el pánico con que el autor va hablando del  “problema de la ancianidad”).

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18 de marzo de 2016
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Marta Cárdenas

En el otoño de 1982, cuando hacía poco tiempo que había vuelto a España después de casi diez años en Inglaterra, pasé ante la preciosa portada barroca del Museo Municipal de Madrid y entré, curioso por el título, a ver la exposición ‘Artistas vascos entre el realismo y la figuración'. Dentro descubrí, entre otros nombres desconocidos para mí, el de Marta Cárdenas, cuya figuración, siendo realista, me pareció a mí aquella tarde ser de otro mundo. Desde entonces no he dejado de ir sabiendo más de esta artista, una de mis preferidas entre quienes pintan lo que les da la gana, sin atender a la legislatura de la moda. Supe por ejemplo que era amiga y cómplice de los otros artistas vascos que en el Museo Municipal me fascinaron, Carlos Sanz y Vicente Ameztoy, donostiarras como ella y ambos ya desaparecidos. También que estaba casada con nuestro mayor compositor de música clásico contemporánea, Luis de Pablo, y que era, además de todo eso, una artista que salía con asidua naturalidad, en una furgoneta llena de lienzos, pinceles y demás parafernalia, a pintar la naturaleza. Su naturaleza. Creadora incansable y prolífica, ahora se puede ver (hasta el 3 de abril) en las salas de la Fundación Kutxa, y encuadrada dentro del programa de la capitalidad cultural que San Sebastián celebra este año, una amplia y hermosa retrospectiva que alcanza hasta su más reciente producción.

 

    El muy bien editado catálogo, que lleva el título de ‘Abre los ojos', está precedido de un poema que José-Miguel Ullán le dedicó expresamente, ‘Paisaje con Marta Cárdenas',  y en el que leemos un bello resumen en verso de la potencia visual de esta artista que no se parece a nadie, una artista que "Ve los dientes frutales del espejo / Ve el asombro morado de la escarcha / Ve el celeste gusano del helecho / Ve el castigo más blanco de la espina / Ve la piel de la lluvia". Y no sólo eso. La mirada de Cárdenas, que ha hecho retrato y paisaje y filigranas y manchas al modo oriental, sin olvidarse nunca de los Impresionistas, nos sorprende de un cuadro a otro. Es una artista cuya amplitud recompensa, como si en la variedad de sus distintas fases escondiera el secreto de un arte que escapa al orden de los tiempos y está en el tiempo.

     Entre lo que se expone en San Sebastián y lo que recoge el catálogo es posible reconstruir una trayectoria que empieza a finales de los años 1960 y sigue en los 70, cuando pintaba lo que yo descubrí aquella tarde otoñal de Madrid, una realidad nítida de interiores y figuras partidas entreverada de iluminaciones visionarias. Y el gozo de ver en todas las obras la mano de quien "amansa el musgo y está en la niebla", "entra en el cielo y está en la orilla".

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18 de marzo de 2016
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