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Geopolítica del trumpismo

Donald Trump ha conseguido su objetivo, pero ha dejado el mundo sembrado de enemistades. El populismo vive y triunfa con el miedo y el odio, aun a riesgo de que el miedo y el odio que siembra terminen volviéndose en su contra. Sumemos la lista de humillados y ofendidos: la entera población latinoamericana, con la mexicana a la cabeza, merecedora de un muro infamante que les separe de Estados Unidos; el mundo árabe y musulmán, todo entero sospechoso de terrorismo; China, ladrona de puestos de trabajo; los países de vecindario más inseguro y peligroso, como las repúblicas bálticas, Polonia, Ucrania, Japón o Corea del Sur, aprovechados del paraguas nuclear de Washington. Total: más de la mitad de la población del planeta.

Esta será la base de popularidad con que contará cuando empiece a mandar los primeros mensajes al mundo. El primer ministro japonés, Shinzo Abe, derechista él mismo y normalmente en sintonía fina con las Administraciones estadounidenses de todos los colores, ha sido el primero en llamar de urgencia a la puerta del presidente electo. Le verá el 27 de noviembre, con evidente interés en dejar sentir sus opiniones antes de que cristalicen en el nuevo equipo y la nueva política. La presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, todavía más apremiada por las amenazas de Corea del Norte, ha conseguido hablar ya con el magnate y obtener garantías verbales de que no dejará a su país en el ­desamparo. quiere revertir la imagen de Estados Unidos construida por Barack Obama. Los discursos de Ankara, El Cairo, Adis Abeba, la simpatía de las poblaciones de tez oscura, hasta hace poco colonizadas y explotadas, esclavizadas incluso, por los hombres blancos, serán un paréntesis en la historia de Estados Unidos. Para el antiguo Tercer Mundo entero, tentado por el nuevo americanismo liberal y de izquierdas que representaba Obama, significa el retorno al estereotipo de la memoria colonial, en el que Estados Unidos se identifica con un tipo blanco, rubio, alto, racista y arrogante.

Todavía sin encuestas internacionales que lo midan, el aprendiz de presidente es un excelente candidato a las peores cotas de popularidad global de la historia. Cuidado, a excepción de los votantes de las derechas extremas y extremas derechas, europeas principalmente, desde los partidarios del Brexit hasta el Frente Nacional de Marine Le Pen, el Partido de la Libertad holandés de Geert Wilders, el Fidesz de Viktor Orbán, o Pegida (Patriotas contra la Islamización de Europa) y Alternative für Deustchland en Alemania. Su política internacional es de momento lo más semejante al vacío. Las ideas que se le conocen, insultos y ofensas aparte, son muy elementales. Es aislacionista: America First. Se aproximará a los problemas del mundo en función estrictamente de los intereses de EE UU. Si no se apea de estos propósitos tiene en su mano deshacer 75 años de compromiso estadounidense con el mundo, desde que Franklin Delano Roosevelt decidió en diciembre de 1941 intervenir en el continente europeo para evitar que Hitler se convirtiera en el emperador de Europa.

Trump representa, solo por sus declaraciones, la política del descompromiso y de la irresponsabilidad ante el devenir del planeta. Washington quiere lavarse las manos de la gobernanza y la estabilidad mundiales como Londres se lava las manos del futuro de Europa, y ambos lo quieren hacer precisamente durante la mayor crisis de gobernanza que sufren el planeta y Europa. Exactamente lo contrario de lo que hicieron desde Roosevelt hasta Churchill, Kennedy y Brandt, Reagan y Gorbachov. Toda una promesa de incertidumbre, inestabilidad e incluso inseguridad que hace irreconocible al presidente de EE UU en el tópico del líder del mundo libre. Ya no lo será a partir de ahora si aplica estas ideas.

El aislacionismo de Trump es compatible con el belicismo, cosa realmente rara en la historia estadounidense. Quiere replegarse, deshacer alianzas como la OTAN, defender solo el propio interés, pero a la vez aumentar el gasto de defensa. La superpotencia encastillada en su casa, protegida de la llegada de los alienígenas y con fuertes barreras arancelarias y de todo tipo para las mercancías extranjeras, quiere destruir los monstruos lejanos, como el Estado Islámico, y que se la respete y se la tema, y por eso amenaza con utilizar sus armas más devastadoras, las nucleares, contra el enemigo que ose desafiarlo.

Ese extraño aislacionismo belicista se acompaña además de unilateralismo. Ya hemos visto en qué concepto tiene Donald Trump a las reglas de juego. Vale si gano y las impugno si pierdo. Para la escena internacional ni siquiera le convienen unas reglas de juego: la superpotencia bajo su mando será la única regla que permitirá algún juego a quienes acepten su papel. Se presenta oscuro el futuro de las instituciones y organismos internacionales, los tratados y acuerdos, sobre energía nuclear, desarme, derechos humanos o cambio climático. Trump quiere dar una vuelta de tuerca más a la aproximación de George W. Bush y los neocons al mundo después del 11-S, profundamente unilateralista y hostil a las instituciones internacionales.

Una política exterior por definir, trazada sobre estas características, es una apelación a subasta. Todos los países con contenciosos y rivalidades intentarán convertir la construcción de esa nueva política en su negocio. En India hay tantas esperanzas en un Trump islamófobo como temores en el vecino y enemigo Pakistán. Rusia quiere que le levanten las sanciones por la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea y le reconozcan su soberanía sobre la península. En Israel se levantan voces que reclaman el fin del proceso de paz, el reconocimiento de las colonias de Cisjordania y la capitalidad de Jerusalén. Hay dirigentes saudíes e israelíes que también aspiran a una ruptura del acuerdo nuclear con Irán.

Los autócratas están de enhorabuena. No lo esconden. Les gusta Trump. Tienen esperanzas en el nuevo presidente de Estados Unidos. Veremos luego si éste satisface sus expectativas, pero de momento cada uno de ellos echa sus cuentas y avanza sus peones para sacar provecho del nuevo reparto de cartas. Nada aprecian tanto como una presidencia que se desentienda del mundo, sobre todo en lo que se refiere a libertades individuales y políticas, Estado de derecho y limpieza electoral. Hillary Clinton era la garantía de lo contrario, de un EE UU vigilante e incordiante. Los presidentes vitalicios que tanto proliferan en África o los que repiten más de dos veces, pucherazo tras pucherazo tras saltarse la Constitución, dormirán más tranquilos sin ella en la Casa Blanca.

A la vista de las últimas revelaciones sobre la intervención de los servicios secretos rusos en la campaña electoral estadounidense, el hecho geopolítico más relevante de este cambio de época que acabamos de presenciar puede formularse en dos sencillas preguntas. ¿Conseguirá Putin algún tipo de revancha por la victoria occidental en la Guerra Fría? ¿Revertirá la presidencia de Trump la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX que fue según el presidente ruso la caída de la Unión Soviética? Los europeos debiéramos estar especialmente atentos a las nuevas relaciones ruso-estadounidenses.

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14 de noviembre de 2016
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Poema 21

Que escribir

sea un consuelo

es desconsolador.

El dolor

se vuelve

un blanco caracol

y el caracol

segrega un amargo 

rastro. 

Este reguero se extiende   

línea a línea,

hasta acabar

hilando 

el texto del poema.

Lo escrito se convierte

en una pieza autónoma.

Una suerte de molde 

o vaciado   

del verdadero dolor

que irá 

trasmutándose

en soplo

inspirador.

El molde

será, en adelante, el referente

mientras se desvanece,  

poco a poco,

la punzada original.

Punzada de presencia

gradualmente demediada

si se compara

con la determinación

del modelo nacido 

precisamente de su cuerpo.

Modelo o remedo,

no remedio.

No una curación directa  

de la laceración recibida

sino una figuración

fugándose

de la exactitud. 

Fugándose de ella

y ahumándola

hasta que la imagen 

se hace artificio,

ficción de la afección.

O este es

el suceso

del proceso

artístico.

Una elaboración    

casi invisible

que cambia

la realidad

en creación, 

el dolor en un invento

y la aflicción en producción.       

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14 de noviembre de 2016
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Vivir es crear

Siri Hustvedt tiene bien localizado el primer deseo de ser escritora: fue en el verano de 1968, cuando viajó con su familia noruega a Reikiavik porque su padre estudiaba las sagas islandesas.Tenía trece años. Alquilaron una casa con una nutrida biblioteca. Leyó hasta doce libros seguidos: Jane Austen, las Brontë, Dickens, Mark Twain… Le bastó para reaccionar. “Leer es un acto interior, dos conciencias y dos inconscientes se tocan. No publiqué nada hasta diez años después, fue un poema en Paris Review”.
Hustvedt (Minnesota, 1955) novelista y ensayista, “una brillante exploradora del cerebro y de la mente” según Oliver Sacks, ha forjado un pensamiento propio como si juntara en un mismo cableado el arte, la neurociencia, el psicoanálisis, el misticismo y los fenómenos cotidianos. Le fascina la mente, los pasillos de la memoria. “Cuando un fragmento de mi vida pasa a la ficción, esta suplanta al recuerdo”.
Afronta asuntos complejos desenredando las palabras y vistiendo la abstracción. Viaja de santa Teresa a Freud, Kierkegaard, Goya o Almodóvar. Asegura que “toda percepción viene acompañada de sentimientos”. Desde hace 34 años vive con su marido, Paul Auster. Su casa, en Park Slope, es propia de una pareja de artistas neoyorquinos. “You walk up the front stairs”, me ins­truye por e-mail. Tras los visillos, su cuerpo es aún más longilíneo que en las fotos; viste engamada: camisa crema, pantalón beige, calcetines marrón. Se la ve a gusto andando con calcetines, a ratos parece que patina. “Paul escribe abajo, tenemos dos pisos entre nosotros. Eso es ­bueno”.
¿Por qué escribe? “Me siento más viva escribiendo que en cualquier otro momento. Estás sola pero al mismo tiempo posees un sentimiento de comunidad. Los novelistas siempre están habitados por muchas voces. Somos plural, no singular”. ¿Alguna vez se ha bloqueado? “A veces tengo momentos difíciles, pero nunca duran mucho. Ocurre a causa del miedo ante lo que quiero conseguir. Es un mecanismo de defensa. También se debe a pensar demasiado, a permanecer excesivamente consciente”. Cuenta que una vez le salió mal una novela, y al darse cuenta se echó a llorar en el suelo del estudio, “ese fue mi impulso, claro, soy luterana, trato de no ser así, pero…”. Confiesa que al leer, a menudo llora. Le ocurrió con Crimen y castigo. Escribe todos los días. De 7 a 2. Bebe dos cafés por la mañana, después agua. Austera y fuerte, sin dejar de ser de cristal. Le disgusta que la molesten escribiendo, pero ha aprendido a elevar su nivel de concentración ante el ruido. Ha estudiado la ciencia de los nervios. Durante años tuvo migrañas. Ahora da clases a psiquiatras. “Todavía nadie es capaz de conectar los niveles psicológicos de nuestras experiencias subjetivas con las realidades objetivas del cerebro: las conexiones sinápticas, neuroquímicas…”.
Trabaja con ropa que denomina “suave”: “Cuando escribo no quiero sentir nada más que el texto. Nada que ciña mi cintura, que me pique”. “Paul es el primero en leer mis originales, y yo hago lo mismo con él. Siempre ha sido así desde el principio. Nos limitamos a comentar las oraciones, una frase, un adjetivo. Alguna vez hemos profundizado en por qué no funciona un texto, pero respetamos enormemente el proyecto de cada uno”. En abril, Hustvedt publicará en Seix Barral: “<em>La mujer que mira los hombres que miran a las mujeres</em> es un ensayo sobre feminismo". Al despedirnos, aparece Paul Auster, bronceado. Pregunta por España y habla de su amigo Enrique Vila-Matas, de su próximo viaje a Barcelona, de su cambio de editorial (igual que Siri) de Anagrama a Seix Barral. Toca madera. Es maciza, de nogal. Siri Husvedt se sirve otro vaso de agua con gas.
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13 de noviembre de 2016
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Americanos en la Almudena

La noche se empezó a atirantar cuando el cuarteto Ernest entonó La chica de ayer entre banderas de los Estados Unidos de América, globos rojos y azules, y unas urnitas de cartón para que jugáramos a votar, igual que chavales. En el Instituto Internacional de Madrid, la embajada norteamericana invitaba gentilmente a un grupo de amigos, académicos y periodistas a seguir la noche electoral con pantallas gigantes de CNN y los rulos históricos de las imágenes de sus capitanes generales John Adams o Thomas Jefferson. Croquetas y rebufos de Born in the USA. Una luz blanca desperdigada por el suelo. Era víspera de la Almudena en Madrid, y el frío que había bajado de la Sierra acuchillaba la suela de los zapatos. Las selfies con los troquelados de los candidatos añadían un aire de ­bufonada, de fiesta de cumpleaños infantil. Todos querían fotografiarse al lado del de Trump, aunque fuera para hacer monerías. En cambio, la Hillary acartonada –“hierática”, “fría,” “distante”, la etiquetarían días después para entender su derrota– permanecía sola mientras la ráfaga sonora de Nacha Pop arrastraba arena con su estribillo perdedor. A esa misma hora, Telemadrid emitía un capítulo de su Madrileños por el mundo desde Oregon –casualmente el vino de la noche electoral madrileña procedía de ese estado–, en el que un joven afirmaba: “El español aquí está muy de moda”. Siempre que no tenga, compadre, acento mexicano. Toda la campaña ha sido un mar de hipérboles: “histórico” fue el epíteto reiterado por los altavoces mediáticos hasta secarlo. La elección más dual de los EE.UU.; el histórico duelo entre una mujer casada con la vieja política, y un millonario ignorante y bruto. Una jornada histórica, sí, celebrada por los americanos expatriados, esos que se hacen españoles tan deprisa aunque sigan comprando bagels en el Taste of America de la calle Serrano.
A través de un micrófono, antes de medianoche, Lara Siscar entrevistaba al secretario de relaciones internacionales del PP, García Hernández, quien le soltó a la alcachofa: “Ha ganado Trump”. Luego matizó, y vino a decir que aunque perdiera ya había ganado por el hecho de colarse en el centro del mundo: “Ha conseguido estar por encima de las políticas mientras Hillary está por debajo de ellas”. El secretario de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en España, Jaime Malet, aseguraba que había que mostrarse precavidos. Le pregunté a una mujer con pelo afro si era afroamericana: “Soy cubana, y espero que esta noche gane el bien”, me respondió. Mi compañera Karelia Vázquez, escamada porque toda su familia del Little Miami había votado por Trump, ya suponía que latinos y mujeres, no tan silenciosamente, le entregarían su alma. Avanzaba el recuento y todo era cuestión de tiempo, tal y como lo describió otro americano, James Salter: “Las horas que eran como un collar roto en un cajón”.
En el paraninfo del Instituto, la inteligencia madrileña y norteamericana se reunían hace ya más cien años. No en vano el edificio fue levantado por una pareja de bostonianos, William Gulick y Alice Gordon, que pusieron las bases para una educación basada en la libertad de conocimiento. Animados por Gumersindo Azcárate o Francisco Giner de los Ríos, los Gulick se trasladaron a Madrid consolidando un centro de estudios aliado de la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Señoritas, desde donde se prepararon las primeras licencias en España. También allí surgió el primer club de mujeres. No había, pues, mejor lugar en Madrid donde poder celebrar el estropicio del techo de cristal, donde coronar a la primera mujer presidenta. Pero el hito fue otro. El embajador James Costos llegó pasada la medianoche con el gesto torcido. Parpadeaba. En los grupos se comentaba el legado de Obama, resumido en un nuevo americanismo internacional que ha resituado la posición de EE.UU. en el mundo; un mandato cocinado con valores, una manera más cool de entender la política. Pasado y no futuro. Y, después de ocho años, llegaba el efecto rebote, igual que en las dietas. No podría hallarse mejores antagonistas de los Obama que Trump y su Melania, quienes dentro de unos meses habitarán las 132 habitaciones que posee la Casa Blanca, además de 35 cuartos de baño, 8 escaleras y 412 puertas. Se auguran enormes posados con silicona y mechas de oropel frente a sus 28 chimeneas.
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13 de noviembre de 2016
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Textos abandonados

1

Carlos Fuentes  había intentado escribir Aquiles o el guerrillero y el asesino primero como una crónica, pero siendo como fue, un escritor complejo, descubrió que la novela sería más creíble que la crónica, la  cual, irónicamente, está recargada más de opinión que de información y, por eso, ya no suele volar como volaba. Es lamentable que los periódicos la hayan condenado al papel de pastillas de menta: hoy leemos una croniquilla agridulce para soportar unos minutos de realidad. Cuanto más liviana su denuncia más fugaz su mal sabor. Lo que dice mucho de su naturaleza misma, ya que, como su nombre indica, la crónica es un pasaje para pasar el tiempo. En sus comienzos la crónica duraba lo que un viaje en coche de seis caballos. Luego, un viaje en tren. Después, para soportar el tiempo en un vuelo charter. Ahora, dura el trayecto de una estación en el metro. Con encatadora inocencia, los cronistas y las crónicas aputan sus emociones y nos las cuentan.  Propongo clasificarlas como crónicas de bus, metro y taxi. Se puede leerlas a sobresaltos pero también dejar de leerlas sin culpa. Mi admirada Alma Guillermoprieto acaba de escribir una sobre la odisea de montarse a un taxi en La Habana. El ensamblaje de piezas de diverso origen que es un taxi cubano, le parece una metáfora de la laboriosa identidad política de su chofer. El mio, en cambio, es un genio de la mecánica: en un pobre auto ruso ha montado un motor francés y una batería brasileña, y ha compuesto una obra de arte de la sobrevivencia. La última vez que me llevó al aeropuerto me dijo que tenía que encontrarle una pieza canadiense. Por eso, para ser solidario con su héroe agonista,  Carlos Fuentes se sentó al lado del guerrillero que va a ser asesinado.  Hay lectores que me han preguntado si es verdad que Carlos estuvo en ese vuelo  como testigo del asesinato de Carlos Pizarro. Les respondo que es verdad aunque no  sea cierto. Quiero decir que la sensibilidad ética le permitió reconocer el escándalo de la violencia y acompañar a la víctima ya no en la crónica indistinta sino en la certidumbre de la novela. ¡Cuánta falta nos hacen las crónicas de Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Edgardo Rodríguez Juliá y Alma Guillermoprieto!

2

Julio Cortázar, en cambio, escribió dentro de un taller literario prolífico y feliz. Por eso será para siempre un autor inédito. Acumuló miles de páginas que  fue ordenando en libros que querían ser más que simples compilaciones. Rayuela es, al final, una compilación de muchas historias hechas casillas de la rayuela (o "mundo") que hay leer como quien juega. Pero después de su muerte aparecieron varios libros de mérito desigual. Claro, todos son, al final, valiosos para el especialista o el crítico, pero no siempre para el lector devoto. Julio podía ser acerado y sutil pero estaba tentado por el sentimentalismo. Era querendón y, como la buena gente de antes, puntualmente agradecido. A veces, es cierto, exageraba su capacidad de asombro. No se podía comer con él sin oirlo exclamar: "Pero qué lindo...” ante el paso de unos niños del Kinder. Me temo, en fin, que no se animó a quemar sus papeles acumulados para evitarse la atroz tarea de elegir y salvar.

3

Me gustaría que me guste la novela abandonada de Bolaño pero siendo la suya una estética informalista (consagrada por Kerouack y su gran lección de apetito vital) no importa que esté o no acabada. Un relato vitalista no tiene principio ni final, es pura ocurrencia episódica y celebración elocuente del instante prolongado hasta los límites no del lenguaje sino de la fatiga. En verdad, Bolaño estaba vivo en su obra inédita, que podia seguir revisando para prolongar la euforia de refutar a la muerte. Cuando se termine de publicar todo lo que dejó, habremos terminado de leerlo. En eso, después de Bryce Echenique, es el narrador más cortazariano, por deberse a la duración, el transcurso y lo transitorio como la materia misma de lo vivo y vivido, que el relato convierte en espectáculo, esto es, en duración. La regla de oro del espectáculo es el tiempo que se toma. Si dura demasiado sofoca y agobia, si dura lo justo, alivia y complace. Esperemos que los herederos de Bolaño sepan mantenerlo vivo. Lo peor que le puede pasar a un escritor que deja obra inédita es que ésta sirva para que lo olvidemos mejor. 

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13 de noviembre de 2016
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Medio siglo pensando el mundo con Vargas Llosa

El Mario Vargas Llosa periodista ha sido muchas veces desdeñado. Al contrario de Borges o García Márquez, no creo que las páginas de los periódicos sean otra cara de su genio, sino un borrador de lo que nos deslumbra en muchos de sus libros posteriores.

Sí: es repetitivo, autorreferencial, y suena cansino en su defensa de una versión del “liberalismo” que a muchos nos suena a derecha dura. Pero en el ejercicio que me planteó el suplemento Cultura/s de La Vanguardia hace cuatro años y que hoy me recuerda Facebook – leer casi de corrido muchas de las más de cuatro mil páginas de artículos, reseñas, recuerdos, diarios de viaje y ensayos periodísticos del gran novelista – encontré mucho de descubrimiento y de disfrute.

Que les toque también un poco, estimados lectores, de esta Piedra de toque.    

*          *          *

Comienza el 15 de abril de 1962, siguiendo a un grupo de estudiantes peruanos que peregrinan a la tumba de César Vallejo en París y termina, 50 años y 4.319 páginas más tarde, en el despacho del presidente uruguayo José Mujica, el día en que redacta el proyecto de ley para despenalizar la tenencia y uso de marihuana. 

Los tres tomos de la obra periodística completa de Mario Vargas Llosa, cuya cuidada edición encargó Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores a Antoni Munné, repasan gran parte de los grandes acontecimientos históricos, los cambios sociales y las aventuras literarias e intelectuales que jalonan este medio siglo desde la perspectiva siempre reconocible del gran novelista.

En la introducción clara e instructiva, Vargas Llosa traza la línea infranqueable que divide su producción literaria de su ingente obra periodística. Así describe su prosa de articulista: “En estos textos hay un esfuerzo constante de racionalidad, de analizar asuntos concretos y opinar sobre ellos con argumentos accesibles a cualquier lector, y una utilización del lenguaje como algo funcional, que rehúye lo llamativo y trata que las palabras alcancen esa transparencia que las vuelve invisibles”.

Y así define su ‘yo’ novelista: “cuando escribo literatura, (…) las palabras no pueden ser jamás, como en el periodismo, solo un intermediario, sino también, al mismo tiempo, un fin en sí mismo, una manera de expresarse que determina la personalidad de una historia, ese sutil elemento que la libera de ser una mera representación objetiva de la vida y le imprime soberanía, una vida propia y distinta de la real”.

*          *          *

A juzgar por esta impresionante colección de artículos, Vargas Llosa nunca dejó de verse con esa doble naturaleza. Como periodistas, es el tipo de intelectual público que trae a la mesa los temas, las historias y los autores que cree que deben debatirse, y conserva a lo largo de todos estos años la absoluta convicción de que su propia voz es importante y necesaria en esa conversación.

Desde esa convicción contó y opinó durante medio siglo sobre una asombrosa variedad de temas para diarios y revistas de Perú, de Francia, de España, y ahora para un público global que espera quincenalmente su Piedra de toque, nombre que adoptó su columna cuando empezó a publicar en El País.

Piedra de toque remite a una piedra mitológica que sirve para medir el valor de los metales. Tanto le gustó este nombre que lo aplica ahora a su obra periodística anterior, y creo que acierta: cada uno de sus textos es una búsqueda de medir el valor, el significado y la lección que nos da lo que cuenta.

Opinar es para Vargas Llosa juzgar, valorar, aprobar o rechazar. Al terminar cualquiera de sus textos, siempre sabemos si el libro, el artista, el político o la política de los que habla le parecen buenos o malos.

*          *          *

La gran mayoría de sus columnas, de unas cuatro páginas, tienen la misma estructura, ya sea que comenten una función de ópera, su retorno a la ciudad donde pasó parte de su juventud, o la elección de Aznar como presidente del gobierno español: primero cuenta, resume, da sentido a los datos dispersos de las noticias, y luego valora y explica su valoración. En la mayoría de los casos, el relato muestra una inteligencia de primer orden, y la opinión es sincera, valiente y clara, más allá de que uno pueda o no estar de acuerdo.

El libro incluye también otros dos tipos de textos: por un lado, una serie de relatos de viaje que permiten ver mejor y desde adentro su obra novelística: cuenta las búsquedas por el Congo, por la Polinesia, por República Dominicana, por el altiplano boliviano y las selvas de Brasil de los que luego saldrán sus novelas. Y por otro, contiene, en su tercer tomo, dos obras periodísticas de más enjundia, que escapan al articulismo: sus viajes a Iraq en 2003 y a Israel y Palestina en 2005, disfrazado de insólito, perspicaz y valioso reportero de guerra.  

Después de la lectura exhaustiva de tantos artículos, no parece haber tema o hecho de importancia capital que se le haya escapado. Pero muchas veces parece como si su afán por separar la escritura periodística de la literaria le llevara a intentar evitar el fulgor verbal y a juzgarlo todo y a todos.

En la combinación de ambos afanes puede llegar a sonar repetitivo. A medida que pasan los años, su adscripción a lo que llama ‘liberalismo’, y que en España muchos identifican con derecha dura, hace que su lector, una vez comenzada la lectura, ya sepa cómo va a terminar: qué políticos o líderes le parecerán estupendos y cuales dignos de vituperio, y por qué.

*          *          *

En una de las tantísimas columnas que comienzan como reseñas de libro para transformarse en valoración de un tema político o social, habla del relato que hace la crítica de arte francesa Catherine Millet de sus numerosísimos encuentros sexuales con conocidos y desconocidos, La vida sexual de Catherine M., publicado en 2001. Por la mitad comenta, aparentemente agradecido, que Millet “no exhibe su riquísima experiencia en materia sexual como una bandera reivindicatoria, o una acusación contra los prejuicios y discriminaciones que padecen las mujeres todavía en el ámbito sexual. Su testimonio está desprovisto de arengas y no aparece en él la menor pretensión de querer ilustrar, con lo que cuenta, alguna verdad general, ética, política o social”.      

Muchas veces, en la lectura de sus casi mil artículos, este reseñador sintió el deseo de que Vargas Llosa se aplicara a sí mismo el principio que encuentra elogiable en Millet. Pero no: de lo que sucede en Madrid, en Barcelona, en Bilbao, en París, en Lima, en Buenos Aires, en Nueva York o en Tokio, de lo que hacen grandes líderes mundiales, artistas innovadores o seres anónimos, siempre levanta el dedo índice en sus últimos párrafos para concluir adosándonos una verdad general, ética, política y social.

Los lectores de Mario Vargas Llosa, que son legión, por supuesto se lo perdonarán: la lectura siempre es gozosa e instructiva, siempre se agradece la erudición, la inteligencia, la sensibilidad y el estilo pulido del más grande escritor vivo en lengua castellana. En cada página de Piedra de toque se aprende algo, y en muchas nos obliga a repensar lo que creíamos saber.

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13 de noviembre de 2016
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Europa sin equilibrio

El equilibrio del poder no existe ahora en Europa. Empezó a romperse en 1989 cuando cayó el Muro de Berlín y apareció una Alemania nueva, mucho mayor en demografía, territorio y economía que Francia, su pareja continental, y que Reino Unido, la tercera pata de la estabilidad. Hubo esfuerzos para recuperarlo a partir de la arquitectura de la Unión Europea, notablemente el Tratado de Maastricht y la creación del euro. Pero a partir de 2008 con la crisis de la deuda soberana, convertida pronto en amenaza letal para la moneda única, terminó el espejismo y reapareció el viejo fantasma del hegemonismo germánico y el temor a que una Europa alemana sustituyera en poco tiempo el ensueño de una Alemania europea.

De los sucesivos rescates de la economía griega surgieron las imágenes injustas que ilustran el nuevo momento europeo. Angela Merkel es Adolf Hitler en las portadas de la prensa sensacionalista griega. La canciller alemana impone la austeridad más extrema, con reducciones salariales y recortes en el Estado de bienestar, a los países deudores que quieren disponer del crédito de las instituciones financieras europeas y se niega, en cambio, a la mutualización de la deuda mediante la emisión de eurobonos.

Alemania devuelve la imagen con la idea demagógica de unos países mediterráneos derrochadores y corruptos, que no sufren bajo la bota de la austeridad germánica sino que pagan su pereza y su dejadez de los tiempos de bonanza, cuando se endeudaron hasta límites insoportables. No cuentan para el caso los beneficios que reportó la burbuja inmobiliaria a la banca alemana ni el soberbio superávit comercial construido con una moneda común lastrada por los mediterráneos.

Si esta historia pudiera encapsularse en el destino del euro y en la construcción de la unión bancaria, con la mayor y más forzada transferencia de soberanía que se haya visto en Europa por parte de los países endeudados, el final llevaría el nombre de una Europa alemana, impregnada de la austeridad y de la estabilidad que forma parte del ADN de la política monetaria germánica. Así, gracias a la crisis, la Alemania definitivamente europea que había superado todos sus fantasmas históricos, se convertía al fin en directora y modeladora, hegemón geoeconómico, ya que no militar, de la Europa unida.

Pero no es así, tal como explica y documenta Hans Kundnani, autor de dos libros cruciales para la comprensión de la Alemania contemporánea y de su lugar en el mundo. El primero, no traducido al castellano, es ?Utopía o Auschwitz: la generación alemana de 1968 y el Holocausto?; y el segundo, ?La paradoja del poder alemán?, que suscita esta reseña acerca del papel de Alemania en Europa y aporta en su edición española un epílogo excelente, escrito cuando la crisis de los refugiados ya había empezado y la Alemania de Merkel se había convertido en una especie de faro moral, a la vez que mostraba de nuevo los límites de su poder.

Kundnani explica como Alemania ha regresado a su estatuto bismarckiano de semihegemón, una figura que combina poder y contención, matizada actualmente por su apabulladora superioridad geoeconómica pero también por su reticencia militar. Su peso y su lugar en Europa conducen al desequilibrio, acentuado ahora todavía más por el Brexit, un auténtico desentendimiento británico del continente, y por la erupción geopolítica en Oriente Medio que está conduciendo a millones de personas hacia las costas europeas. Y el resultado no es, según Kundnani, una Europa alemana sino una Europa caótica, que no sabe todavía como gobernarse ni hacia dónde debe dirigir sus pasos.

(Este texto es mi reseña para Babelia del 5 de noviembre de 2016 del libro de Hans Kundnani. La paradoja del poder alemán. Prólogo de José Ignacio Torreblanca. Traducción de Amelia Pérez de Villar. Galaxia Gutemberg. Barcelona, 2016. 12.35 euros.)

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11 de noviembre de 2016
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Poema 20

El crimen pasional,

encharcado de sangre,

no fue conocido

por testigo alguno.

Ni hubo vecindario

ni vídeos domésticos

ni medios de comunicación.

Una veladura gaseosa,

un manto absorbente,

trompetas vacías

ahogaron el suceso fatal.

Porque, muy a menudo,

las porciones cerebrales

tienden a diseminarse  

en ciertos líquidos

pigmentados de verde

o de carísimo azul.

Una gota adicional

acaso

de tinta violeta

o rosa amargo.

Notas que compusieron

el canto funeral

sin registro de sonido.

¿O no hubo funeral?

El desenlace,

por asfixia

o estrangulamiento

no dejó sustancia.

Fue una secuencia

sin adherencia   

un sendero sin término.

Una cábala,

dentro o fuera

de lo visible,   

convirtió el hecho

en transparencia.   

Algo insípido o infinito.

Prolongado como un mar

sin horizonte alguno,  

una acequia

cuyo veneno disuelto

no cesaba de manar. 

Aguas verdosas

entre riberas  malvas.

Corrientes de eternidad.

Eternidad

 o metáfora vacua

de una figura

sin dibujo,

un infinito inconsciente,  

un techo sin cubierta,

una cubierta sin cielo,

un cielo sin fulgor.   

Naturaleza sin aliento.

Sacrificio sin representación.

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11 de noviembre de 2016
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La estrella de Michelle

Ni Clinton, ni Trump, ni Obama; si ha habido alguna estrella en esta campaña terminal que ha visto cómo se desataban todos los demonios de una sociedad que ya no se contenta con las mazorcas de maíz a la barbacoa ni los algodones de azúcar de Hollywood, ha sido Michelle. En un contexto más bien adverso y ante una clase media airada, ella ha querido conectar con la poca esperanza que le queda a esa América profunda con la que tanto nos gusta fantasear a los europeos que hilamos un cuento de moteles rosa y camionetas polvorientas gracias a Carson McCullers o Faulkner. Y también les ha sabido hablar a quienes miran con más odio que nunca al extranjero, creyendo que sus verdaderos problemas son las fronteras y los emigrantes. Cucharadas de amor frente al odio, se dijo Michelle, que ha conseguido lo inimaginable: que una pareja de negros se convierta en la familia ejemplar norteamericana derrochando esa cualidad tan áspera en la arena pública, la naturalidad.
“A pesar de ser lo suficientemente mayor para recordar a Eleanor y Franklin D. Roosevelt en la Casa Blanca –y a todas las parejas y familias que la han ocupado ­desde entonces–, nunca había visto tal equilibrio y responsabilidad parental compartida, tal amor, respeto y placer mutuo en la compañía del otro”, escribía la activista feminista Gloria Steinem en The New York Times, apelando a la importancia de “las familias verdadera­mente democráticas” a fin de fortalecer la propia democracia.
Michelle ha vivido y ha dejado vivir. No ha metido la nariz en el despacho oval; se ha dedicado a saltar a la comba con los muchachos, a declararse madre en jefe y a cultivar un huerto promocionando hábitos alimentarios sanos para evitar tanto veneno en los comedores infantiles. También ha abrazado a veteranos y familias de militares, ha puesto en marcha un programa para sacar de su ensimismamiento a los estudiantes de secundaria y además ha bailado sin complejos en unos cuantos platós. Grande, con caderas afro, a ratos algo payasa, otras elegante, esfinge de diosa, ha hecho del humor su gran aliado, permaneciendo indemne, durante ocho años, al escrutinio constante del foco de la actualidad. Aunque algunos analistas la hayan catapultado como gran oradora, con más nervio popular que Barack, y dominio de la escena, esta brillante abogada de Princeton y Harvard ha trascendido también el modelo de mujer impuesto. Las primeras damas estadounidenses siempre han tenido mucho más influencia que las del resto del mundo. Las unas han actuado de consortes y relaciones públicas, las otras casi han querido gobernar. Michelle se ha limitado a ser ella misma. Hasta el extremo de que, durante la jornada electoral de ayer, muchos ciudadanos hubieran deseado votarle.
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10 de noviembre de 2016
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Poema 19

Huyo de su mente

Las zarpas 

de un felino

arañan el pórtico

de su rostro.

Millares

de hormigas

devastan

la zona.

Un círculo envuelve

a otro círculo

más fino.

Silban

las limaduras

cuando el roce

las hiere.

No fenecen.

Estallan golondrinas.

Caen vidrieras.

Un espanto de corolas

crea una espuma

ácida.

El bisel al decir

su nombre

sin extraerlo

de la mente.

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10 de noviembre de 2016
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El Boomeran(g)
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