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Algunos inseguros elementos

Este es un ejemplo de cuadro que va haciéndose a sí mismo desde el color. El título ("Viento") llega al final inducido por el cuadro. No fue esa idea de "viento" la que impulsó la imagen sino la danza de los colores y sus formas que una vez avanzado el baile permiten intervenir con una guía de razón para aderezar (o enderezar) el guiso. Doy esta explicación porque siempre cuesta aceptar lo inexplicable pero, en este caso, porque lo supuestamente inexplicado podría parecer una vanidad. Un libro de Stefan Zweig ("El misterio de la creación artística") hace entender, al tratar de entender el proceso que conduce a la creación, algunos inseguros elementos. En casi todo su texto (una conferencia en Buenos Aires de 1940 ) estoy de acuerdo pero, sobre todo, en que el cuadro sólo se hace objeto artístico cuando el artista, al contemplarlo, duda de haber sido su autor.

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15 de noviembre de 2016
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Nieva

    Con la muerte de Francisco Nieva a la formidable edad de 91 años desaparece el núcleo ‘senior' de una generación de escritores y artistas muy vinculados a Vicente Aleixandre, gracias a cuya mediación pude conocerles al llegar yo a Madrid de estudiante; siguen vivos y activos miembros más jóvenes de ese grupo como Francisco Brines y la poeta de origen austriaco Angelika Becker, a quienes traté, junto a Carlos Bousoño, Claudio y Clara Rodríguez, José Olivio Jiménez, entre otros, en la casa que en los lejanos años finales de la década 1960 tenía Nieva en el madrileño Barrio del Niño Jesús. Por aquel entonces, Nieva era un escenógrafo teatral originalísimo, que trabajaba en montajes de Marsillach y José Luis Alonso, poniendo en práctica, según él mismo se cuidaba siempre de recalcar, las enseñanzas de su maestro en la Ópera Cómica de Berlín Walter Felsenstein, a las que él añadía una cáustica mirada española totalmente anti-castiza. En los años 70, instalado yo en Inglaterra, dejé de acudir con la asiduidad anterior a esas reuniones muchas veces tenidas en el apartamento de Paco Nieva, sin dejar nunca de saber de él, gracias a las noticias que daba por carta Aleixandre, un rendido admirador de las piezas que Nieva, antes de lograr estrenarlas, leía privadamente a sus amigos. A la primera ocasión que tuve, en unas vacaciones del curso universitario británico en el que daba clases, pude ver a fines de abril de 1976, en el teatro Fígaro de Madrid, un programa doble de textos escénicos de Paco que me maravillaron, dirigidos por José Luis Alonso y con un reparto en el que siguen inolvidables Lali Soldevila, José María Prada, Valeriano Andrés y Pilar Bardem, por citar sólo a algunos. Se trataba de ‘La carroza de plomo candente' y ‘El combate de Ópalos y Tasia', el comienzo del apartado de su Teatro Furioso, donde están muchas de las mejores páginas de la literatura dramática castellana del siglo XX.

    Sin dejar nunca el dibujo (una práctica artística suya menos difundida, que pudo verse bien representada en la reciente y magnífica exposición del Centro Reina Sofía ‘Campo cerrado'), la escenografía y la dirección, Nieva se convirtió en el dramaturgo -o comediógrafo- más atrevido y brillante de nuestra escena contemporánea, un papel que su larga vida ha prolongado gloriosamente para todos nosotros, admiradores antes que allegados.

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15 de noviembre de 2016
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Ladrones de cuerpos

Es difícil soportar la mirada del presunto violador, la claridad de sus iris; pensar que esos mismos ojos se posaron en los cuerpos de las niñas que condujo engañadas a un piso o a un descampado con alguna chuchería entretenida. Los testigos cuentan detalles escabrosos: una de las pequeñas se agarraba a él tambaleándose, la inocencia narcotizada, aún prendida en la falda y en la punta de sus zapatos, tan ajena al mal. La inocencia perdida a dentelladas nos arde. Esta semana hemos visto imágenes del juicio al presunto violador de Ciudad Lineal, “el enemigo público número 1” como declaró Cristina Cifuentes, el hombre que extendió el terror en los parques y ante el cual tantos padres y madres pensaron en el instante de humo que dista entre pronunciar “la niña está jugando” y “la niña no está”. No hay razón capaz de entender cómo el acusado se atrevió a romper a esas criaturas. No es depravación, no es enfermedad, es el mal siempre velado y vedado, porque enfrentarse a él resulta un trago demasiado amargo.
Hombres que drogan a pequeñas de siete u ocho años para inscribir su vergüenza encima de su piel. Hombres que presuntamente drogan a una muchacha en San Fermín y la violan entre cinco en un portal. Vídeos que cambian de propósito e intentan demostrar que hubo consentimiento. Que una pobre desgraciada se dejó maltratar, vejar, someter, violar y grabar por placer. Los tipos que ahora piden clemencia al juez, que aportan nuevos vídeos con la esperanza de que a ella se le descubra algún gesto de disfrute en lugar de alienación, no calcularon sus pasos. En sus mensajes analizados por los jueces, ellos –“la manada”, se llamaban así– aseguran que querían “follarse a una buena gorda entre todos” y que ojalá tuvieran burundanga, la sustancia que anula la voluntad. El disfrute, para ellos, parece anidar en la brutalidad, los hematomas, el cabello arrancado. Te preguntas si de pequeños no los quisieron lo suficiente, qué ocurrió, cuándo y en qué lugar enfangaron su idea del sexo como si se hubiera borrado el rastro de la civilización.
No ocurre ni en India ni en Pakistán. Sucede aquí, donde tanto se ha ahondado en el respeto, la igualdad, la educación para la ciudadanía. En España, según datos del Ministerio del Interior, cada ocho horas se viola a una mujer. Leí las crónicas de Mayka Navarro en La Vanguardia sobre Tomás Pardo Caro, el criminal reincidente y su última salvajada. La compasión acelera las pulsaciones. Al otro lado del drama, se habla de la terapia con violadores “presuntamente” arrepentidos. De la difícil reinserción, sobre todo cuando está en juego la seguridad de las mujeres. Ladrones de cuerpos y almas que, en lugar de abatir las puertas de una casa o de un banco, desvalijan las entrañas de una mujer. Y con exhibición de su superioridad, siguen reiterándose en el delito cruel. La violación como una rutina: tres veces al día, cada ocho horas, los 365 días del año.
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14 de noviembre de 2016
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Geopolítica del trumpismo

Donald Trump ha conseguido su objetivo, pero ha dejado el mundo sembrado de enemistades. El populismo vive y triunfa con el miedo y el odio, aun a riesgo de que el miedo y el odio que siembra terminen volviéndose en su contra. Sumemos la lista de humillados y ofendidos: la entera población latinoamericana, con la mexicana a la cabeza, merecedora de un muro infamante que les separe de Estados Unidos; el mundo árabe y musulmán, todo entero sospechoso de terrorismo; China, ladrona de puestos de trabajo; los países de vecindario más inseguro y peligroso, como las repúblicas bálticas, Polonia, Ucrania, Japón o Corea del Sur, aprovechados del paraguas nuclear de Washington. Total: más de la mitad de la población del planeta.

Esta será la base de popularidad con que contará cuando empiece a mandar los primeros mensajes al mundo. El primer ministro japonés, Shinzo Abe, derechista él mismo y normalmente en sintonía fina con las Administraciones estadounidenses de todos los colores, ha sido el primero en llamar de urgencia a la puerta del presidente electo. Le verá el 27 de noviembre, con evidente interés en dejar sentir sus opiniones antes de que cristalicen en el nuevo equipo y la nueva política. La presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, todavía más apremiada por las amenazas de Corea del Norte, ha conseguido hablar ya con el magnate y obtener garantías verbales de que no dejará a su país en el ­desamparo. quiere revertir la imagen de Estados Unidos construida por Barack Obama. Los discursos de Ankara, El Cairo, Adis Abeba, la simpatía de las poblaciones de tez oscura, hasta hace poco colonizadas y explotadas, esclavizadas incluso, por los hombres blancos, serán un paréntesis en la historia de Estados Unidos. Para el antiguo Tercer Mundo entero, tentado por el nuevo americanismo liberal y de izquierdas que representaba Obama, significa el retorno al estereotipo de la memoria colonial, en el que Estados Unidos se identifica con un tipo blanco, rubio, alto, racista y arrogante.

Todavía sin encuestas internacionales que lo midan, el aprendiz de presidente es un excelente candidato a las peores cotas de popularidad global de la historia. Cuidado, a excepción de los votantes de las derechas extremas y extremas derechas, europeas principalmente, desde los partidarios del Brexit hasta el Frente Nacional de Marine Le Pen, el Partido de la Libertad holandés de Geert Wilders, el Fidesz de Viktor Orbán, o Pegida (Patriotas contra la Islamización de Europa) y Alternative für Deustchland en Alemania. Su política internacional es de momento lo más semejante al vacío. Las ideas que se le conocen, insultos y ofensas aparte, son muy elementales. Es aislacionista: America First. Se aproximará a los problemas del mundo en función estrictamente de los intereses de EE UU. Si no se apea de estos propósitos tiene en su mano deshacer 75 años de compromiso estadounidense con el mundo, desde que Franklin Delano Roosevelt decidió en diciembre de 1941 intervenir en el continente europeo para evitar que Hitler se convirtiera en el emperador de Europa.

Trump representa, solo por sus declaraciones, la política del descompromiso y de la irresponsabilidad ante el devenir del planeta. Washington quiere lavarse las manos de la gobernanza y la estabilidad mundiales como Londres se lava las manos del futuro de Europa, y ambos lo quieren hacer precisamente durante la mayor crisis de gobernanza que sufren el planeta y Europa. Exactamente lo contrario de lo que hicieron desde Roosevelt hasta Churchill, Kennedy y Brandt, Reagan y Gorbachov. Toda una promesa de incertidumbre, inestabilidad e incluso inseguridad que hace irreconocible al presidente de EE UU en el tópico del líder del mundo libre. Ya no lo será a partir de ahora si aplica estas ideas.

El aislacionismo de Trump es compatible con el belicismo, cosa realmente rara en la historia estadounidense. Quiere replegarse, deshacer alianzas como la OTAN, defender solo el propio interés, pero a la vez aumentar el gasto de defensa. La superpotencia encastillada en su casa, protegida de la llegada de los alienígenas y con fuertes barreras arancelarias y de todo tipo para las mercancías extranjeras, quiere destruir los monstruos lejanos, como el Estado Islámico, y que se la respete y se la tema, y por eso amenaza con utilizar sus armas más devastadoras, las nucleares, contra el enemigo que ose desafiarlo.

Ese extraño aislacionismo belicista se acompaña además de unilateralismo. Ya hemos visto en qué concepto tiene Donald Trump a las reglas de juego. Vale si gano y las impugno si pierdo. Para la escena internacional ni siquiera le convienen unas reglas de juego: la superpotencia bajo su mando será la única regla que permitirá algún juego a quienes acepten su papel. Se presenta oscuro el futuro de las instituciones y organismos internacionales, los tratados y acuerdos, sobre energía nuclear, desarme, derechos humanos o cambio climático. Trump quiere dar una vuelta de tuerca más a la aproximación de George W. Bush y los neocons al mundo después del 11-S, profundamente unilateralista y hostil a las instituciones internacionales.

Una política exterior por definir, trazada sobre estas características, es una apelación a subasta. Todos los países con contenciosos y rivalidades intentarán convertir la construcción de esa nueva política en su negocio. En India hay tantas esperanzas en un Trump islamófobo como temores en el vecino y enemigo Pakistán. Rusia quiere que le levanten las sanciones por la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea y le reconozcan su soberanía sobre la península. En Israel se levantan voces que reclaman el fin del proceso de paz, el reconocimiento de las colonias de Cisjordania y la capitalidad de Jerusalén. Hay dirigentes saudíes e israelíes que también aspiran a una ruptura del acuerdo nuclear con Irán.

Los autócratas están de enhorabuena. No lo esconden. Les gusta Trump. Tienen esperanzas en el nuevo presidente de Estados Unidos. Veremos luego si éste satisface sus expectativas, pero de momento cada uno de ellos echa sus cuentas y avanza sus peones para sacar provecho del nuevo reparto de cartas. Nada aprecian tanto como una presidencia que se desentienda del mundo, sobre todo en lo que se refiere a libertades individuales y políticas, Estado de derecho y limpieza electoral. Hillary Clinton era la garantía de lo contrario, de un EE UU vigilante e incordiante. Los presidentes vitalicios que tanto proliferan en África o los que repiten más de dos veces, pucherazo tras pucherazo tras saltarse la Constitución, dormirán más tranquilos sin ella en la Casa Blanca.

A la vista de las últimas revelaciones sobre la intervención de los servicios secretos rusos en la campaña electoral estadounidense, el hecho geopolítico más relevante de este cambio de época que acabamos de presenciar puede formularse en dos sencillas preguntas. ¿Conseguirá Putin algún tipo de revancha por la victoria occidental en la Guerra Fría? ¿Revertirá la presidencia de Trump la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX que fue según el presidente ruso la caída de la Unión Soviética? Los europeos debiéramos estar especialmente atentos a las nuevas relaciones ruso-estadounidenses.

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14 de noviembre de 2016
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Poema 21

Que escribir

sea un consuelo

es desconsolador.

El dolor

se vuelve

un blanco caracol

y el caracol

segrega un amargo 

rastro. 

Este reguero se extiende   

línea a línea,

hasta acabar

hilando 

el texto del poema.

Lo escrito se convierte

en una pieza autónoma.

Una suerte de molde 

o vaciado   

del verdadero dolor

que irá 

trasmutándose

en soplo

inspirador.

El molde

será, en adelante, el referente

mientras se desvanece,  

poco a poco,

la punzada original.

Punzada de presencia

gradualmente demediada

si se compara

con la determinación

del modelo nacido 

precisamente de su cuerpo.

Modelo o remedo,

no remedio.

No una curación directa  

de la laceración recibida

sino una figuración

fugándose

de la exactitud. 

Fugándose de ella

y ahumándola

hasta que la imagen 

se hace artificio,

ficción de la afección.

O este es

el suceso

del proceso

artístico.

Una elaboración    

casi invisible

que cambia

la realidad

en creación, 

el dolor en un invento

y la aflicción en producción.       

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14 de noviembre de 2016
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Vivir es crear

Siri Hustvedt tiene bien localizado el primer deseo de ser escritora: fue en el verano de 1968, cuando viajó con su familia noruega a Reikiavik porque su padre estudiaba las sagas islandesas.Tenía trece años. Alquilaron una casa con una nutrida biblioteca. Leyó hasta doce libros seguidos: Jane Austen, las Brontë, Dickens, Mark Twain… Le bastó para reaccionar. “Leer es un acto interior, dos conciencias y dos inconscientes se tocan. No publiqué nada hasta diez años después, fue un poema en Paris Review”.
Hustvedt (Minnesota, 1955) novelista y ensayista, “una brillante exploradora del cerebro y de la mente” según Oliver Sacks, ha forjado un pensamiento propio como si juntara en un mismo cableado el arte, la neurociencia, el psicoanálisis, el misticismo y los fenómenos cotidianos. Le fascina la mente, los pasillos de la memoria. “Cuando un fragmento de mi vida pasa a la ficción, esta suplanta al recuerdo”.
Afronta asuntos complejos desenredando las palabras y vistiendo la abstracción. Viaja de santa Teresa a Freud, Kierkegaard, Goya o Almodóvar. Asegura que “toda percepción viene acompañada de sentimientos”. Desde hace 34 años vive con su marido, Paul Auster. Su casa, en Park Slope, es propia de una pareja de artistas neoyorquinos. “You walk up the front stairs”, me ins­truye por e-mail. Tras los visillos, su cuerpo es aún más longilíneo que en las fotos; viste engamada: camisa crema, pantalón beige, calcetines marrón. Se la ve a gusto andando con calcetines, a ratos parece que patina. “Paul escribe abajo, tenemos dos pisos entre nosotros. Eso es ­bueno”.
¿Por qué escribe? “Me siento más viva escribiendo que en cualquier otro momento. Estás sola pero al mismo tiempo posees un sentimiento de comunidad. Los novelistas siempre están habitados por muchas voces. Somos plural, no singular”. ¿Alguna vez se ha bloqueado? “A veces tengo momentos difíciles, pero nunca duran mucho. Ocurre a causa del miedo ante lo que quiero conseguir. Es un mecanismo de defensa. También se debe a pensar demasiado, a permanecer excesivamente consciente”. Cuenta que una vez le salió mal una novela, y al darse cuenta se echó a llorar en el suelo del estudio, “ese fue mi impulso, claro, soy luterana, trato de no ser así, pero…”. Confiesa que al leer, a menudo llora. Le ocurrió con Crimen y castigo. Escribe todos los días. De 7 a 2. Bebe dos cafés por la mañana, después agua. Austera y fuerte, sin dejar de ser de cristal. Le disgusta que la molesten escribiendo, pero ha aprendido a elevar su nivel de concentración ante el ruido. Ha estudiado la ciencia de los nervios. Durante años tuvo migrañas. Ahora da clases a psiquiatras. “Todavía nadie es capaz de conectar los niveles psicológicos de nuestras experiencias subjetivas con las realidades objetivas del cerebro: las conexiones sinápticas, neuroquímicas…”.
Trabaja con ropa que denomina “suave”: “Cuando escribo no quiero sentir nada más que el texto. Nada que ciña mi cintura, que me pique”. “Paul es el primero en leer mis originales, y yo hago lo mismo con él. Siempre ha sido así desde el principio. Nos limitamos a comentar las oraciones, una frase, un adjetivo. Alguna vez hemos profundizado en por qué no funciona un texto, pero respetamos enormemente el proyecto de cada uno”. En abril, Hustvedt publicará en Seix Barral: “<em>La mujer que mira los hombres que miran a las mujeres</em> es un ensayo sobre feminismo". Al despedirnos, aparece Paul Auster, bronceado. Pregunta por España y habla de su amigo Enrique Vila-Matas, de su próximo viaje a Barcelona, de su cambio de editorial (igual que Siri) de Anagrama a Seix Barral. Toca madera. Es maciza, de nogal. Siri Husvedt se sirve otro vaso de agua con gas.
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13 de noviembre de 2016
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Americanos en la Almudena

La noche se empezó a atirantar cuando el cuarteto Ernest entonó La chica de ayer entre banderas de los Estados Unidos de América, globos rojos y azules, y unas urnitas de cartón para que jugáramos a votar, igual que chavales. En el Instituto Internacional de Madrid, la embajada norteamericana invitaba gentilmente a un grupo de amigos, académicos y periodistas a seguir la noche electoral con pantallas gigantes de CNN y los rulos históricos de las imágenes de sus capitanes generales John Adams o Thomas Jefferson. Croquetas y rebufos de Born in the USA. Una luz blanca desperdigada por el suelo. Era víspera de la Almudena en Madrid, y el frío que había bajado de la Sierra acuchillaba la suela de los zapatos. Las selfies con los troquelados de los candidatos añadían un aire de ­bufonada, de fiesta de cumpleaños infantil. Todos querían fotografiarse al lado del de Trump, aunque fuera para hacer monerías. En cambio, la Hillary acartonada –“hierática”, “fría,” “distante”, la etiquetarían días después para entender su derrota– permanecía sola mientras la ráfaga sonora de Nacha Pop arrastraba arena con su estribillo perdedor. A esa misma hora, Telemadrid emitía un capítulo de su Madrileños por el mundo desde Oregon –casualmente el vino de la noche electoral madrileña procedía de ese estado–, en el que un joven afirmaba: “El español aquí está muy de moda”. Siempre que no tenga, compadre, acento mexicano. Toda la campaña ha sido un mar de hipérboles: “histórico” fue el epíteto reiterado por los altavoces mediáticos hasta secarlo. La elección más dual de los EE.UU.; el histórico duelo entre una mujer casada con la vieja política, y un millonario ignorante y bruto. Una jornada histórica, sí, celebrada por los americanos expatriados, esos que se hacen españoles tan deprisa aunque sigan comprando bagels en el Taste of America de la calle Serrano.
A través de un micrófono, antes de medianoche, Lara Siscar entrevistaba al secretario de relaciones internacionales del PP, García Hernández, quien le soltó a la alcachofa: “Ha ganado Trump”. Luego matizó, y vino a decir que aunque perdiera ya había ganado por el hecho de colarse en el centro del mundo: “Ha conseguido estar por encima de las políticas mientras Hillary está por debajo de ellas”. El secretario de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en España, Jaime Malet, aseguraba que había que mostrarse precavidos. Le pregunté a una mujer con pelo afro si era afroamericana: “Soy cubana, y espero que esta noche gane el bien”, me respondió. Mi compañera Karelia Vázquez, escamada porque toda su familia del Little Miami había votado por Trump, ya suponía que latinos y mujeres, no tan silenciosamente, le entregarían su alma. Avanzaba el recuento y todo era cuestión de tiempo, tal y como lo describió otro americano, James Salter: “Las horas que eran como un collar roto en un cajón”.
En el paraninfo del Instituto, la inteligencia madrileña y norteamericana se reunían hace ya más cien años. No en vano el edificio fue levantado por una pareja de bostonianos, William Gulick y Alice Gordon, que pusieron las bases para una educación basada en la libertad de conocimiento. Animados por Gumersindo Azcárate o Francisco Giner de los Ríos, los Gulick se trasladaron a Madrid consolidando un centro de estudios aliado de la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Señoritas, desde donde se prepararon las primeras licencias en España. También allí surgió el primer club de mujeres. No había, pues, mejor lugar en Madrid donde poder celebrar el estropicio del techo de cristal, donde coronar a la primera mujer presidenta. Pero el hito fue otro. El embajador James Costos llegó pasada la medianoche con el gesto torcido. Parpadeaba. En los grupos se comentaba el legado de Obama, resumido en un nuevo americanismo internacional que ha resituado la posición de EE.UU. en el mundo; un mandato cocinado con valores, una manera más cool de entender la política. Pasado y no futuro. Y, después de ocho años, llegaba el efecto rebote, igual que en las dietas. No podría hallarse mejores antagonistas de los Obama que Trump y su Melania, quienes dentro de unos meses habitarán las 132 habitaciones que posee la Casa Blanca, además de 35 cuartos de baño, 8 escaleras y 412 puertas. Se auguran enormes posados con silicona y mechas de oropel frente a sus 28 chimeneas.
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13 de noviembre de 2016
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Textos abandonados

1

Carlos Fuentes  había intentado escribir Aquiles o el guerrillero y el asesino primero como una crónica, pero siendo como fue, un escritor complejo, descubrió que la novela sería más creíble que la crónica, la  cual, irónicamente, está recargada más de opinión que de información y, por eso, ya no suele volar como volaba. Es lamentable que los periódicos la hayan condenado al papel de pastillas de menta: hoy leemos una croniquilla agridulce para soportar unos minutos de realidad. Cuanto más liviana su denuncia más fugaz su mal sabor. Lo que dice mucho de su naturaleza misma, ya que, como su nombre indica, la crónica es un pasaje para pasar el tiempo. En sus comienzos la crónica duraba lo que un viaje en coche de seis caballos. Luego, un viaje en tren. Después, para soportar el tiempo en un vuelo charter. Ahora, dura el trayecto de una estación en el metro. Con encatadora inocencia, los cronistas y las crónicas aputan sus emociones y nos las cuentan.  Propongo clasificarlas como crónicas de bus, metro y taxi. Se puede leerlas a sobresaltos pero también dejar de leerlas sin culpa. Mi admirada Alma Guillermoprieto acaba de escribir una sobre la odisea de montarse a un taxi en La Habana. El ensamblaje de piezas de diverso origen que es un taxi cubano, le parece una metáfora de la laboriosa identidad política de su chofer. El mio, en cambio, es un genio de la mecánica: en un pobre auto ruso ha montado un motor francés y una batería brasileña, y ha compuesto una obra de arte de la sobrevivencia. La última vez que me llevó al aeropuerto me dijo que tenía que encontrarle una pieza canadiense. Por eso, para ser solidario con su héroe agonista,  Carlos Fuentes se sentó al lado del guerrillero que va a ser asesinado.  Hay lectores que me han preguntado si es verdad que Carlos estuvo en ese vuelo  como testigo del asesinato de Carlos Pizarro. Les respondo que es verdad aunque no  sea cierto. Quiero decir que la sensibilidad ética le permitió reconocer el escándalo de la violencia y acompañar a la víctima ya no en la crónica indistinta sino en la certidumbre de la novela. ¡Cuánta falta nos hacen las crónicas de Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Edgardo Rodríguez Juliá y Alma Guillermoprieto!

2

Julio Cortázar, en cambio, escribió dentro de un taller literario prolífico y feliz. Por eso será para siempre un autor inédito. Acumuló miles de páginas que  fue ordenando en libros que querían ser más que simples compilaciones. Rayuela es, al final, una compilación de muchas historias hechas casillas de la rayuela (o "mundo") que hay leer como quien juega. Pero después de su muerte aparecieron varios libros de mérito desigual. Claro, todos son, al final, valiosos para el especialista o el crítico, pero no siempre para el lector devoto. Julio podía ser acerado y sutil pero estaba tentado por el sentimentalismo. Era querendón y, como la buena gente de antes, puntualmente agradecido. A veces, es cierto, exageraba su capacidad de asombro. No se podía comer con él sin oirlo exclamar: "Pero qué lindo...” ante el paso de unos niños del Kinder. Me temo, en fin, que no se animó a quemar sus papeles acumulados para evitarse la atroz tarea de elegir y salvar.

3

Me gustaría que me guste la novela abandonada de Bolaño pero siendo la suya una estética informalista (consagrada por Kerouack y su gran lección de apetito vital) no importa que esté o no acabada. Un relato vitalista no tiene principio ni final, es pura ocurrencia episódica y celebración elocuente del instante prolongado hasta los límites no del lenguaje sino de la fatiga. En verdad, Bolaño estaba vivo en su obra inédita, que podia seguir revisando para prolongar la euforia de refutar a la muerte. Cuando se termine de publicar todo lo que dejó, habremos terminado de leerlo. En eso, después de Bryce Echenique, es el narrador más cortazariano, por deberse a la duración, el transcurso y lo transitorio como la materia misma de lo vivo y vivido, que el relato convierte en espectáculo, esto es, en duración. La regla de oro del espectáculo es el tiempo que se toma. Si dura demasiado sofoca y agobia, si dura lo justo, alivia y complace. Esperemos que los herederos de Bolaño sepan mantenerlo vivo. Lo peor que le puede pasar a un escritor que deja obra inédita es que ésta sirva para que lo olvidemos mejor. 

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13 de noviembre de 2016
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Medio siglo pensando el mundo con Vargas Llosa

El Mario Vargas Llosa periodista ha sido muchas veces desdeñado. Al contrario de Borges o García Márquez, no creo que las páginas de los periódicos sean otra cara de su genio, sino un borrador de lo que nos deslumbra en muchos de sus libros posteriores.

Sí: es repetitivo, autorreferencial, y suena cansino en su defensa de una versión del “liberalismo” que a muchos nos suena a derecha dura. Pero en el ejercicio que me planteó el suplemento Cultura/s de La Vanguardia hace cuatro años y que hoy me recuerda Facebook – leer casi de corrido muchas de las más de cuatro mil páginas de artículos, reseñas, recuerdos, diarios de viaje y ensayos periodísticos del gran novelista – encontré mucho de descubrimiento y de disfrute.

Que les toque también un poco, estimados lectores, de esta Piedra de toque.    

*          *          *

Comienza el 15 de abril de 1962, siguiendo a un grupo de estudiantes peruanos que peregrinan a la tumba de César Vallejo en París y termina, 50 años y 4.319 páginas más tarde, en el despacho del presidente uruguayo José Mujica, el día en que redacta el proyecto de ley para despenalizar la tenencia y uso de marihuana. 

Los tres tomos de la obra periodística completa de Mario Vargas Llosa, cuya cuidada edición encargó Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores a Antoni Munné, repasan gran parte de los grandes acontecimientos históricos, los cambios sociales y las aventuras literarias e intelectuales que jalonan este medio siglo desde la perspectiva siempre reconocible del gran novelista.

En la introducción clara e instructiva, Vargas Llosa traza la línea infranqueable que divide su producción literaria de su ingente obra periodística. Así describe su prosa de articulista: “En estos textos hay un esfuerzo constante de racionalidad, de analizar asuntos concretos y opinar sobre ellos con argumentos accesibles a cualquier lector, y una utilización del lenguaje como algo funcional, que rehúye lo llamativo y trata que las palabras alcancen esa transparencia que las vuelve invisibles”.

Y así define su ‘yo’ novelista: “cuando escribo literatura, (…) las palabras no pueden ser jamás, como en el periodismo, solo un intermediario, sino también, al mismo tiempo, un fin en sí mismo, una manera de expresarse que determina la personalidad de una historia, ese sutil elemento que la libera de ser una mera representación objetiva de la vida y le imprime soberanía, una vida propia y distinta de la real”.

*          *          *

A juzgar por esta impresionante colección de artículos, Vargas Llosa nunca dejó de verse con esa doble naturaleza. Como periodistas, es el tipo de intelectual público que trae a la mesa los temas, las historias y los autores que cree que deben debatirse, y conserva a lo largo de todos estos años la absoluta convicción de que su propia voz es importante y necesaria en esa conversación.

Desde esa convicción contó y opinó durante medio siglo sobre una asombrosa variedad de temas para diarios y revistas de Perú, de Francia, de España, y ahora para un público global que espera quincenalmente su Piedra de toque, nombre que adoptó su columna cuando empezó a publicar en El País.

Piedra de toque remite a una piedra mitológica que sirve para medir el valor de los metales. Tanto le gustó este nombre que lo aplica ahora a su obra periodística anterior, y creo que acierta: cada uno de sus textos es una búsqueda de medir el valor, el significado y la lección que nos da lo que cuenta.

Opinar es para Vargas Llosa juzgar, valorar, aprobar o rechazar. Al terminar cualquiera de sus textos, siempre sabemos si el libro, el artista, el político o la política de los que habla le parecen buenos o malos.

*          *          *

La gran mayoría de sus columnas, de unas cuatro páginas, tienen la misma estructura, ya sea que comenten una función de ópera, su retorno a la ciudad donde pasó parte de su juventud, o la elección de Aznar como presidente del gobierno español: primero cuenta, resume, da sentido a los datos dispersos de las noticias, y luego valora y explica su valoración. En la mayoría de los casos, el relato muestra una inteligencia de primer orden, y la opinión es sincera, valiente y clara, más allá de que uno pueda o no estar de acuerdo.

El libro incluye también otros dos tipos de textos: por un lado, una serie de relatos de viaje que permiten ver mejor y desde adentro su obra novelística: cuenta las búsquedas por el Congo, por la Polinesia, por República Dominicana, por el altiplano boliviano y las selvas de Brasil de los que luego saldrán sus novelas. Y por otro, contiene, en su tercer tomo, dos obras periodísticas de más enjundia, que escapan al articulismo: sus viajes a Iraq en 2003 y a Israel y Palestina en 2005, disfrazado de insólito, perspicaz y valioso reportero de guerra.  

Después de la lectura exhaustiva de tantos artículos, no parece haber tema o hecho de importancia capital que se le haya escapado. Pero muchas veces parece como si su afán por separar la escritura periodística de la literaria le llevara a intentar evitar el fulgor verbal y a juzgarlo todo y a todos.

En la combinación de ambos afanes puede llegar a sonar repetitivo. A medida que pasan los años, su adscripción a lo que llama ‘liberalismo’, y que en España muchos identifican con derecha dura, hace que su lector, una vez comenzada la lectura, ya sepa cómo va a terminar: qué políticos o líderes le parecerán estupendos y cuales dignos de vituperio, y por qué.

*          *          *

En una de las tantísimas columnas que comienzan como reseñas de libro para transformarse en valoración de un tema político o social, habla del relato que hace la crítica de arte francesa Catherine Millet de sus numerosísimos encuentros sexuales con conocidos y desconocidos, La vida sexual de Catherine M., publicado en 2001. Por la mitad comenta, aparentemente agradecido, que Millet “no exhibe su riquísima experiencia en materia sexual como una bandera reivindicatoria, o una acusación contra los prejuicios y discriminaciones que padecen las mujeres todavía en el ámbito sexual. Su testimonio está desprovisto de arengas y no aparece en él la menor pretensión de querer ilustrar, con lo que cuenta, alguna verdad general, ética, política o social”.      

Muchas veces, en la lectura de sus casi mil artículos, este reseñador sintió el deseo de que Vargas Llosa se aplicara a sí mismo el principio que encuentra elogiable en Millet. Pero no: de lo que sucede en Madrid, en Barcelona, en Bilbao, en París, en Lima, en Buenos Aires, en Nueva York o en Tokio, de lo que hacen grandes líderes mundiales, artistas innovadores o seres anónimos, siempre levanta el dedo índice en sus últimos párrafos para concluir adosándonos una verdad general, ética, política y social.

Los lectores de Mario Vargas Llosa, que son legión, por supuesto se lo perdonarán: la lectura siempre es gozosa e instructiva, siempre se agradece la erudición, la inteligencia, la sensibilidad y el estilo pulido del más grande escritor vivo en lengua castellana. En cada página de Piedra de toque se aprende algo, y en muchas nos obliga a repensar lo que creíamos saber.

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13 de noviembre de 2016
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Europa sin equilibrio

El equilibrio del poder no existe ahora en Europa. Empezó a romperse en 1989 cuando cayó el Muro de Berlín y apareció una Alemania nueva, mucho mayor en demografía, territorio y economía que Francia, su pareja continental, y que Reino Unido, la tercera pata de la estabilidad. Hubo esfuerzos para recuperarlo a partir de la arquitectura de la Unión Europea, notablemente el Tratado de Maastricht y la creación del euro. Pero a partir de 2008 con la crisis de la deuda soberana, convertida pronto en amenaza letal para la moneda única, terminó el espejismo y reapareció el viejo fantasma del hegemonismo germánico y el temor a que una Europa alemana sustituyera en poco tiempo el ensueño de una Alemania europea.

De los sucesivos rescates de la economía griega surgieron las imágenes injustas que ilustran el nuevo momento europeo. Angela Merkel es Adolf Hitler en las portadas de la prensa sensacionalista griega. La canciller alemana impone la austeridad más extrema, con reducciones salariales y recortes en el Estado de bienestar, a los países deudores que quieren disponer del crédito de las instituciones financieras europeas y se niega, en cambio, a la mutualización de la deuda mediante la emisión de eurobonos.

Alemania devuelve la imagen con la idea demagógica de unos países mediterráneos derrochadores y corruptos, que no sufren bajo la bota de la austeridad germánica sino que pagan su pereza y su dejadez de los tiempos de bonanza, cuando se endeudaron hasta límites insoportables. No cuentan para el caso los beneficios que reportó la burbuja inmobiliaria a la banca alemana ni el soberbio superávit comercial construido con una moneda común lastrada por los mediterráneos.

Si esta historia pudiera encapsularse en el destino del euro y en la construcción de la unión bancaria, con la mayor y más forzada transferencia de soberanía que se haya visto en Europa por parte de los países endeudados, el final llevaría el nombre de una Europa alemana, impregnada de la austeridad y de la estabilidad que forma parte del ADN de la política monetaria germánica. Así, gracias a la crisis, la Alemania definitivamente europea que había superado todos sus fantasmas históricos, se convertía al fin en directora y modeladora, hegemón geoeconómico, ya que no militar, de la Europa unida.

Pero no es así, tal como explica y documenta Hans Kundnani, autor de dos libros cruciales para la comprensión de la Alemania contemporánea y de su lugar en el mundo. El primero, no traducido al castellano, es ?Utopía o Auschwitz: la generación alemana de 1968 y el Holocausto?; y el segundo, ?La paradoja del poder alemán?, que suscita esta reseña acerca del papel de Alemania en Europa y aporta en su edición española un epílogo excelente, escrito cuando la crisis de los refugiados ya había empezado y la Alemania de Merkel se había convertido en una especie de faro moral, a la vez que mostraba de nuevo los límites de su poder.

Kundnani explica como Alemania ha regresado a su estatuto bismarckiano de semihegemón, una figura que combina poder y contención, matizada actualmente por su apabulladora superioridad geoeconómica pero también por su reticencia militar. Su peso y su lugar en Europa conducen al desequilibrio, acentuado ahora todavía más por el Brexit, un auténtico desentendimiento británico del continente, y por la erupción geopolítica en Oriente Medio que está conduciendo a millones de personas hacia las costas europeas. Y el resultado no es, según Kundnani, una Europa alemana sino una Europa caótica, que no sabe todavía como gobernarse ni hacia dónde debe dirigir sus pasos.

(Este texto es mi reseña para Babelia del 5 de noviembre de 2016 del libro de Hans Kundnani. La paradoja del poder alemán. Prólogo de José Ignacio Torreblanca. Traducción de Amelia Pérez de Villar. Galaxia Gutemberg. Barcelona, 2016. 12.35 euros.)

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11 de noviembre de 2016
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El Boomeran(g)
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