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Mitades indisolubles

Volando hacia el oeste desde Houston en el pequeño y apretado Embrair, el desierto parece prolongase hasta el infinito, la sabana de arena y los matojos secos que se van sucediendo como si el paisaje árido se copiara a sí mismo en espejos calcinantes. Voy hacia El Paso, situado en una esquina donde se acaba Texas y la raya divisoria enseña que comienza Nuevo México, para hablar en un congreso de literatura organizado por la sede local de la universidad estatal.

Pero la cuña debajo es el estado de Chihuahua, arena desolada también, mientras el río Bravo, como figura en los mapas de Estados Unidos, o río Grande, como se llama en los de México, discurre entre ambos países de manera casi invisible, a veces pequeños charcos, a veces un hilo de agua entre las piedras. Es en otros trechos de su extenso curso donde los inmigrantes clandestinos buscan atravesarlo a nado, los morrales a la espalda.

A lo largo de los más de 3 miles kilómetros de frontera hay poblaciones a ambos lados que se aproximan, desde San Diego y Tijuana en el Pacífico hasta Brownsville y Matamoros en el Atlántico, pero en ninguna parte como aquí se trata de la misma ciudad dividida en dos mitades, el antiguo poblado de El Paso del Norte, que en tiempo fue uno solo: de un lado El Paso tejano, provinciano y apacible, del otro Ciudad Juárez, feroz y multitudinaria.

La amiga profesora universitaria que me acompaña en este recorrido a lo largo de la cerca de acero que aparece y desaparece, y a veces es doble, con un espacio intermedio para los vehículos de las patrullas fronterizas, me dice que ella es de los dos lados, y nunca podrá dejar de serlo. Vive y da clases en El Paso, sus padres residen del lado mexicano, y hoy asistirá al concierto de José Luis Perales en Ciudad Juárez.

Estudiantes y trabajadores cruzan los accesos peatonales para ir y volver cada día. "Son mitades indisolubles", me dice, mientras continuamos este extraño recorrido turístico. He querido ver dónde es que Trump intenta construir su muro, pagado, según se ufana, por los propios mexicanos.

Según él, costaría 8 mil millones de dólares. Y calcula que deberá tener entre 10 y 12 metros de altura, equivalente a un edificio de cuatro pisos, "para que sea un muro de verdad". ¿Y cómo lucirá ese muro? "Lucirá bien, tan bien como pueda lucir un muro", responde con implacable lucidez. De todos modos, un poco más modesto en extensión que la muralla china, con sus 21 mil kilómetros; más baja, sin embargo, que el futuro muro de Trump, pues aquella se eleva apenas 7 metros.

El muro de Berlín no corría muy largo, lo suficiente para mantener prisioneros a los habitantes de una mitad de la ciudad, 125 kilómetros de perímetro, con una altura de apenas 3.6 metros, puro hormigón armado. Un muro para no dejar salir a la gente. El de Trump será para no dejar entrar, igual que la muralla China, destinada a impedir el paso de las hordas de mongoles y manchurianos. Inmigrantes mexicanos y centroamericanos, he allí las nuevas hordas que ahora se toparán en medio del desierto con esa alta pared, lisa, inexpugnable.
Para los amigos residentes en El Paso, mexicanos y latinoamericanos de origen, como la profesora que me acompaña a la excursión, el tema inagotable es el muro de Trump.

Para unos es más bien que físico, ideológico. Un muro construido en la mente. Un muro que excluye, que discrimina, y que se articulará a través de un conjunto de decretos, leyes y medidas administrativas para contener la ola migratoria, y a la vez para buscar como expulsar al menos una parte de los 11 millones de inmigrantes ilegales.

Para otros, se trata de algo imposible, que se quedará en la mente de quienes se aferran a la nación blanca, incontaminada de inmigrantes latinos pobres. Expulsar a tantos millones de ilegales sería una empresa absurda, para la que no darían abasto los 15 mil nuevos agentes de migración que Trump ha ordenado contratar.

Pero estos son otros Estados Unidos, sin duda. No se trata sólo de los inmigrantes, sino de las libertades públicas, de los derechos civiles, del temor a una autocracia.

¿Una autocracia en Estados Unidos? Mis amigos universitarios asienten, ensombrecidos. Ven el peligro cernirse sobre sus cabezas, y tienen la esperanza de que la gente, apoyada en las instituciones, resistirá cualquier embate autoritario.

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8 de marzo de 2017
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Delfinario

Los niños siempre o casi siempre son felices. Es el único momento de la vida en que la felicidad se da en estado duradero. No caminan, corren. No corren, saltan sobre una pierna y sobre la otra como si fueran a echar a volar. El suelo, sin embargo, es su casa y ven todo lo que hay en él. Encuentran cosas insólitas entre baldosas. Brincan y cantan al mismo tiempo. Nunca más volverán a hacerlo.

Algunos ciudadanos carecemos de recuerdos infantiles. Otros tienen la suerte de llevar consigo aquel paraíso toda la vida. Mi amigo Miguel Sáenz, por ejemplo, recuerda con detalle una infancia feliz en África. Hasta los 11 años vivió en un lugar mítico que ya solo existe en la literatura, Sidi Ifni. Los mayores recordamos entre brumas aquella guerra fingida que mantuvimos con Marruecos por la posesión de un lugar inútil, desértico y que apenas daba de comer a sus lugareños. No obstante, para el niño Miguel aquello fue el paraíso. La infancia sólo vive en lugares expresamente inventados para los niños.

Cuenta Sáenz sus años africanos en un libro titulado Territorio, porque oficialmente así se llamaba el enclave. Un puñado de humildes casas, los cuarteles del Ejército, algún casón con empaque para las autoridades, el casino, un río seco, la alcazaba. El niño miraba extasiado las olas que rompían con regularidad y fragor contra el acantilado, las luces de la aurora, el cielo eternamente azul cuando las brumas matinales se desgarraban, los nativos con sus chilabas, las mujeres veladas, los caballos montados por oficiales, los borricos con patas de alambre. Todo era fascinante porque el mundo había sido estrenado por aquel niño.

"Estos días azules y este sol de la infancia". Es el último verso que escribió Machado.

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7 de marzo de 2017
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Poema 100

¿De dónde vienen

los días esperanzados?

¿Qué grado de influencia

tiene el buen humor?

Y ¿qué grado de humor

determina la buena conciencia?

¿Y qué salud del cuerpo

no proviene del alma

y propia y sus ganglios?

¿O qué alma buena

no requiere

densidad y buen tono?

¿Y qué pintan los demás

en todo esto.

Para mejorarte,

para amargarte,

para olvidarte.

para asesinarte.

En suma:

todo parece ser dueño de los demás,

nuestros guardianes,

nuestros asaltantes.

Los seres próximos.

transparentes pero exteriores,

que se aproximan

a la piel

o  los órganos internos,

-nunca insertos sin su

aquiescencia-,

que, a distancia,

nos husmean, hurgan

u organizan.

El bien se halla,

por tanto, en las afueras

del círculo

que pobremente abordamos.

¿Y será el mal, entonces,

quien se opone  

como un parásito blanquecino.

tupido y reforzado?  

Nuestros débiles

Filamentos

perfeccionados por

los  bordados de su artificio

sobrepuesto a nuestra entidad.

Siendo nosotros

falsos capitanes,  

gobernadores ausentes

de nuestra posible vida.

Una existencia de hojalata

custodiada noche y día ,

por grandes maquinarias

de sangre,

bronce y fuego.

Ángeles anteriores

emperadores sobre  

la miniatura de nuestro

incierto universo.

¿Universo que  nunca será propio?

Nunca existió.

Nunca existiría

sin que antes

hubiera desaparecido

todo.

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7 de marzo de 2017
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Poema de los cerdos y la perra

Hace años yo enseñaba cada junio a jóvenes reporteros de Asia y África Periodismo de medio ambiente en el Instituto Internacional para el Periodismo (IIJ) en Berlín. Un día de 2012 una impresionante periodista vietnamita, Hoang Huong, me contó en un inglés imposible pero extrañamente claro la forma en que su generación vivía el trauma de la vieja guerra con Estados Unidos. Fue una lección luminosa.
Como en otros casos, me propuso seguirnos en Facebook, aunque ella solo escribe en vietnamita. 

Esta semana me encontré con este texto suyo, y cuando puse el traductor automático, me surgió algo que me suena mucho a poema surrealista. 
Este es el ejercicio: desplegué la traducción del vietnamita, le agregué o cambié algunos signos de puntuación, y lo llamé "Poema de los cerdos y la perra".

Si alguno entiende vietnamita, puede que le resulte más graciosa la traducción y sus absurdidades. 

*          *          *

1. Original: 
Trước Tết mình về quê, nghe chuyện nhiều người dân trong vùng ế cả đàn lợn đến kỳ xuất chuồng. Có nhà để chết 20 – 30 con lợn to vì ko có tiền cám bã, bán ko ai mua.
Hôm qua bác giúp việc nhà mình ở Bắc Giang lên kể hàng xóm nhà bác phải thả cả trăm con lợn chạy rông, đi đâu thì đi, ai bắt về thì bắt vì ko nuôi được, ko bán được. Các góc vườn bãi rác đầy lợn chết đói (dù thịt lợn giá vẫn cao). Người chăn nuôi bị knock out một cú mất tiền tỷ, trăm triệu ko thể ngóc nổi, ko thu hồi vốn để kinh doanh tiếp. “và sắp tới lợn TQ sẽ ùn ùn chở vào”, một người nói.
Haizz!


*          *          *

2. Traducción de Facebook: 
Mi trenza antes en casa, escuchando la historia muchas personas en el área de espera todos los cerdos a las sugerencias de la jaula. Hay una casa de 20-30 cerdos to porque no tengo dinero muchas desgracias, nadie compra venta.
Ayer tío sirvientas en consolidación hasta contar el vecino tengo que soltar un centenar de cerdo correr, ir, ir, quien se acerca a no alimentar, no se vende. La esquina parque basurero lleno de cerdos muertos de hambre (aunque la carne de cerdo, el precio es alto). Los ganaderos sufren knock out una enorme pérdida de dinero millones, millones no puede hablar, no retirada de capital para el negocio directo. "y llegando a los cerdos en en china se transportaba en", un hombre dijo.
Perra!

*          *          *

3. Poema de los cerdos y la perra 
Mi trenza 
antes 
en casa
escuchando la historia. 
Muchas personas en el área 
de espera… 
Todos los cerdos 
a las sugerencias 
de la jaula. 
Hay una casa de 20-30 
cerdos 
¡to porque no tengo dinero! 
muchas desgracias, 
nadie compra 
venta.
Ayer tío 
sirvientas en consolidación 
hasta contar el vecino 
tengo que soltar un centenar de cerdos 
correr 
ir
ir 
¿Quien se acerca a no alimentar? 
No se vende. 
La esquina parque 
basurero lleno de cerdos muertos 
de hambre (aunque la carne de cerdo… el precio es alto). 
Los ganaderos sufren knock out 
una enorme pérdida 
de dinero 
millones, millones 
no puede hablar: 
no retirada de capital para el negocio directo. 
"Y llegando a los cerdos en China se transportaba en" 
Un hombre dijo:
¡Perra!

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6 de marzo de 2017
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Tiempos groseros

En la estación, la mujer me pide el billete con cara de perro. No dice ni “gracias” ni “pase”, tan sólo me empuja hacia adelante. No soporto que invadan mi burbuja proxémica, es decir, que rompan mi espacio íntimo, y menos que me toquen extraños, sean hombres o mujeres. Le pregunto que con qué derecho me pone la mano encima. Chasquea la lengua, masca el chicle y mueve la cabeza. Añado que no hace falta actuar con grosería y entonces demuestra que ha renunciado al autocontrol. Grita: “La mal educada es usted”. Así suelen zanjar nuestras recriminaciones las personas descorteses que nos atienden, rebotando el dardo a modo de ­respuesta.
En el puente aéreo, no veo a la guardia de seguridad que suele cachearme. Llevo una prótesis, y por tanto estoy obligada a demostrar mi inocencia en cada vuelo: debo admitir que me palpen por encima de la ropa. Lo suelen hacer con educación, incluso con algún chiste para destensar la violencia del acto. La guardia de turno pasa sus manos entre la cinturilla del pantalón como si fuera a desgarrarla. No sé qué quiere demostrar, acaso que tiene más poder que yo. Bromeo; podría tratarse de una escena de las 50 sombras de Grey, y por supuesto el chiste la ofende.
La grosería representa desamparo y desnudez. Ni el conocimiento ni la sensibilidad han podido vestir a aquellos que se escudan en su capacidad resolutiva, sin contemplaciones, a fin de justificar sus penosos modales. Carecen de interés por la espuma de los días: ese intangible que educa la mirada y los sentidos. La grosería es cortoplacista, ansiosa, precipitada, imperiosa. Pero a la vez plantea una desconsideración con uno mismo, porque tratar mal a los otros nos retrata vulgarmente. Claro que hay una élite para quienes la grosería proporciona un sentimiento de liberación, ya que plantea una transgresión a lo establecido. Sólo que hoy vivimos en una de las épocas más relativistas –en lo que a normas y códigos se refiere– de la historia, por lo que el concepto de transgresión se ha banalizado. Baudelaire paseando con el pelo teñido de verde por los Campos Elíseos escandalizaba a sus contemporáneos, mientras que hoy nuestro ojo se ha acostumbrado a atuendos de cualquier índole, al igual que nuestra moral. Y si bien, por un lado, se ha aceptado mayoritariamente la diversidad sexual, también se ha convertido en costumbre que nadie ceda el asiento en el metro a una persona mayor o una embarazada, o que la gresca esté instalada en nuestro día a día con firmeza: boutades, insultos y piedras en las redes. Tanto han cambiado las cosas que un estudio realizado por cuatro universidades –Maastricht, Hong Kong, Stanford y Cambridge– podría dar al traste con la condena social a las palabrotas, puesto que sostiene que las personas que dicen tacos o juran en arameo resultan más honestas. ¿Por qué el mal gusto siempre acabará relacionándose con la sinceridad y la buena educación con la cursilería?
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6 de marzo de 2017
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La imaginación

En una ocasión me dijo mi propia voz desde el corazón del sueño:

No diluyas tu imaginación en mil movimientos sin sentido, provisionales y miserables. Establece con ella un pacto creativo.

Oblígala a ejecutar trazos que no se esperaba. Dale una oportunidad precisa y clara a los sueños de la imaginación que, como los de la razón, no sólo producen monstruos.

Y cuando producen monstruos, has de averiguar su naturaleza. A veces esos monstruos dejan de ser lo que son y se convierten en iluminaciones.

Más monstruos produce la falta de imaginación que la abundancia. Los tiranos matan por falta de imaginación.

Y no olvides que no hay experiencia que supere, en intensidad y emoción a la experiencia de la creación. Puedes preguntárselo a Dios, y puedes preguntárselo al Diablo. El mal y el bien tejen su dialéctica en la imaginación, y las zonas claras no brillarían nada si no se apoyaran en las oscuras. La luna susurrando paradojas en mitad de la negrura.

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6 de marzo de 2017
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Poema 99

De modo casi mágico,

tras la tercera sesión de quimioterapia  

el tumor manzano

se ha convertido

en un garbanzo  

y, también,

las metástasis óseas han

regresado como ciegas carcomas

a sus escondrijos.

Otras han concluido, además,

sin dejar rastros vivos.

En su lugar,

una blanca sensación

de cura primogénita

sopla desde ayer   

como una brisa sencilla 

sobre la superficie

o incluso la hondura

infame e ilocalizable

de este cuerpo tan  propenso

a reaccionar sufrir

sin terminar aún.  

Cantones y revueltas

de una blanda arquitectura 

tan propensa a la confusión

parecen ahora conmoverse

benefactoramente

ante la llegada del veneno

 tan siniestro como diabólicamente

salvador.

Una  melodía medicinal

acompaña

su paso

y ya se escucha

en sus guaridas,

cada vez más desgastadas

el débil sonido de un perfume

proverbial.  

Tiempo adicional

sobre reductos

aun más atemorizados,

ante la guerra química

que, en este caso,

se administra

 en una sala de juego hospitalario

donde otros calvos y calvas, reciben  

semejante colación,

insulsa,  incolora, inconsecuente.

diga lo que diga

la nueva medicina de colores.

Puesto que esta afección

proviene de

sentinas sin luz,

acaso pecadoras natas,

y tan oscuras ofuscadas

que, ni ellas mismas,

inermes,

trasmiten la razón de su

quehacer.

Todo embozado, acorazado,

insensato.

Enfermedad medieval

sin crónica ni catalogación.

Una invasión de

menudos alicientes vermiculares, 

virus o bacterias,

que se evaden,

juntan o tropiezan

entre  torpes

maniobras

de animales y sus deyecciones

 plantas y su fatal putrefacción.

Suma de bendiciones

o maldiciones sin nombre 

que derivan en

en el indolente sueño

por goteo, por insonora perversión.

La suerte las divide y nos divide

por la divina arbitrariedad de conceder

bien y mal, vida y muerte en

actos de indiferencia absoluta.

Mentira, ignorancia, verdad.

Ni la mendacidad ni la veracidad

ni la venalidad ni el crimen

cuentan.

El destino obra sin tino.

Mediante pocas palabras

(Des-tino. Desa-tino)

y pese a la creencia

universal

A pesar de ese confiar

En la capacidad de su mente

y en su sagrada o

tan reescrita

longitud de miras.

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6 de marzo de 2017
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Frou-frou en la Residènce

Es mediodía, febrero con sol, los almendros han florecido y su milagro anida en el ánimo de la gente que aún mira los árboles. La flores blancas, rosadas revientan, inmutables al ruido de la vida. Es la promesa de vida (no teu coraçáo), igual que las de las “Aguas de marzo” que cantaba Elis Regina con Jobim. Hoy suena rap. Rubias con gafas de sol grandes, fulares de colores –y alguna con cuello de zorro– y asidas freudianamente a un bolso caro –o un fake fino– aguardan a que abran las puertas de la Residencia del Embajador de Francia. Le dan su nombre a la azafata de la puerta y se escuchan, uno tras otro, los grandes apellidos de la alta sociedad madrileña. En la Residencia, Yves Saint-Geours y señora han forrado las paredes con telas de Pierre Frey, descolgando los cortinones de seda brocada en verde y oro, justo ahora que Donald Trump ha colocado cortinas doradas en su despacho oval. Han traído también dos tapices inspirados en las “Femmes à leur toilette” de Picasso, que estarán en la capital mientras se restauran las tapisseries del siglo XVII que ocupaban las paredes de la casa del embajador. Hay que refrescar la grandeur, Hollande es un hombre normal, y aún preside el Elíseo. Menos Luis XVI y más Philippe Starck. Es jueves y el palacete de Serrano se ha convertido en un salón de modas en honor a Marta Rota, cuarenta años al frente de Tot-Hom, una de las últimas de su especie. Hace siete que abrió tienda en Madrid. Se le lanzaron al cuello. Ana Gamazo, Patricia Rato, Ana Botella, Cristina Yanes, Marisa de Borbón, Isabel Preysler y sus hijas, Ana Belén, a quien ha hecho el vestuario de su última gira… Antes organizaba desfiles enseñoreados en el Palace, pero debía pisar territorio francés, evocando los ateliers de Valentino o Givenchy, donde memorizaba cómo picaban los hombros o cortaban al bies, junto a su madre, Margarita Jovani, que vestía a la alta burguesía catalana. Marta montó su propia tienda con quince años. Dice que jugaba a vender. Un día le preguntaron cómo quería que se llamara la tienda, y ella dijo “que tothom li digui com vulgui”. Pues la llamaremos ‘Tot hom',  dijo un colaborador. Y le puso un guión.
 
Una chica con botas de plataforma lleva un caniche blanco, es su mejor accesorio. En primera fila, parece ser alguien aunque no tiene negrita. Las clientas anónimas son las más excéntricas. Llevan sombreros estilo Ascot o liftings estilo Joan Collins. Ana Rosa Quintana, la periodista, calza unos zapatos atómicos de una tienda de León que trae cada temporada su muestrario a una suite de Hotel Adler, y se lo rifan porque todo lo que huele a venta privada, aquí fascina. Begoña y Mar García Vaquero –señora de Felipe González– conversan con Lola Suárez, una de las diosas –la más discreta– de los salones de Madrid. Beatriz de Orleans, que llega de esquiar y va en anorak, Carmen Lomana, la mujer de Lecquio, María Palacios, y la siempre alta (en todos los sentidos) Bibiana Fernández, que dice “me vuelve loca Tutjom”; habría que pagar por escucharla pronunciar Tot-Hom. Sisita Milan del Bosch y Pilar Sanz Briz son históricas. Sisita fue musa umbraliana, que escribió de ella que sus piernas eran líricas, mientras que Pilar, hija del diplomático Ángel San Briz, el llamado ‘ángel de Budapest’ por salvar a miles de judíos de los campos nazis, se crió en África. Le pregunto a Sisita si el broche de la pantera que refulge en su traje azul bruma es de Cartier. “No, es falso”, me contesta. Pilar se casó de Pertegaz, Sisita de Balenciaga. Ambas defienden la palabra vintage, que pronuncian igual de snob que “tothom”. Rosina Malumbres me asegura que “los trajes de Marta me recuerdan a Jackie Onassis”. Rosina es una de las mujeres que mejor sabe asombrarse por la belleza. Inma Peréz Castellanos, consultora de lujo, me dice: “aquí somos cuatro las que trabajamos, y se nos nota en la cara”. Pienso que lo dice por las ojeras, pero afirma que es el frenesí que enciende las mejillas. Le pregunto a Pilar Sanz Briz, del barrio de Salamanca de toda la vida, qué le ha parecido la colección de Marta Rota, un recital de trajes a medida, esculpidos a mano por las llamadas petites mains con los dedos pinchados por los alfileres. “Tot-Hom es la mejor de España, sin duda”, me responde, y esa fonética más exótica que castiza, me hace sentir, como a tantos periodistas sin plaza, corresponsal en Madrid.  
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4 de marzo de 2017
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