Maravilloso, aunque complicado para un lego en sumas y restas como yo, el artículo que ha publicado...

Maravilloso, aunque complicado para un lego en sumas y restas como yo, el artículo que ha publicado...


Es sabido que en X los suicidios ocurren de tres en tres. Esta semana el primero de los suicidas era un viejo conocido de mi familia, de niño chapoteaba en la alberca de la finca de mi abuela Carmen y ya entonces apuntaba maneras de hombre de acción. El segundo pertenecía a la comparsa cristiana, recientemente había participado en el “boato del capitán” y se le consideraba cercano a los movimientos de recuperación de las fórmulas primigenias del “nugolet” y el “puchero con pelotas”. Del tercero se sabe muy poco, hay quien insinúa que no era de aquí, que quizá fuera negro o rumano, lo que abre un acalorado debate acerca de la intrusión de gentes extrañas en nuestras más arraigadas tradiciones.

Las estelas de dolor
no cesaban de pasar,
mientras su estilo anunciaba
una fugacidad indiferente.
Apenas sentía el humo de aquella longitud
que llegaba y desaparecía como un líquido insípido.
Pero tras ella otra secuencia seguía
,sin sucesión de continuidad, a su paso
sin cesión,
o, mejor, cada estela era su presenta y su pasado.
Cada paso era su dolencia
cada dolencia era su interminable senda,
cada sendero por donde el dolor cruzaba
sin mayor contenido que el peso de su ausencia,
una ausencia insufrible
del placer desvanecido.
Ausencia del placer.
Reino del dolor.
Dolor o cauce vacío radicalmente libre de consuelo.
Reseco para todo polvo de esperanza.
Cerca, en sus cenizas, de un incendio colosal.

Dependemos aún de tantos conceptos griegos que los estudios superiores deberían empezar por ahí, por nuestro origen intelectual. Alguien con una buena formación grecolatina será un excelente ingeniero, médico, leñador o funcionario, y, en todo caso, con más medios que el resto para ser un buen ciudadano.
Los griegos distinguían entre democracia y demagogia. No es una trivialidad. La democracia beneficia a la mayoría, la demagogia es el dominio de una minoría vampírica que se atribuye el papel de "pueblo" o de "nación". Es esencial tener claro que la democracia en ningún caso supone nivelación por lo bajo. No es que debamos ser iguales a lo peor de cada casa, sino que gocemos de iguales oportunidades para alcanzar la excelencia.
La opresora violencia de chats, redes sociales, tuits, o como quiera que se llame esa nube de palabrería, cada día se ve con mayor claridad que es una herramienta de extorsión. Nadie duda que las campañas de calumnias, agresiones y mentiras están dirigidas por servicios de obediencia oculta. No es casual que la capitalidad del pirateo y la trampa se la atribuyan mutuamente Rusia, EE UU, Corea del Norte y China. A un nivel enano, también son agencias al servicio de los demagogos las que calumnian en nuestro país a todo el que les molesta.
Nada anuncia que ese fenómeno sea controlable. Es muy posible que haya comenzado uno de esos trastornos colosales que provocan un giro global, como el que sustituyó el paganismo por el monoteísmo. Para nosotros vendría el fin de la democracia y el comienzo de una nueva era demagógica, similar a la de los inicios del cristianismo, cuando los ciudadanos se abandonaban a la superstición y quedaban presos de unos demagogos que prometían la vida eterna. O la nación libre.

Sin prisas,
sin alaridos,
sin grandes noticias
la enfermedad se extiende
a la manera de un libre pantano natural
y no suena porque su son
es su seno mismo.
El sedimento que existía previamente,
larvado o invisible,
en la base del tremedal.
Ahora dicen que es tremenda su cobertura
Pero ¿quién ha podido medir su grosor?
Su fondo es todavía demasiado incalculable,
y desde la piel a los huesos de cal viva
sólo se posee la extensión de
de su arcilla sombreando la superficie.
Se cree, científicamente, que es bastante,
porque si avanza cargada de irisaciones y venenos
¿cómo será el efecto de sus raíces dentro del lodazal?

La vida de Augusto Roa Bastos, cuyo centenario de nacimiento celebramos este año, parece asunto de sus propias invenciones. Pasó su infancia en Iturbe, un poblado del Alto Paraná, donde se habla por igual el guaraní y el castellano, lo que le dio esa lengua escindida, o doble, que habría de marcar su escritura no sólo en la tesitura verbal, sino también en su carga de tradición oral.
Su padre, Lucio Roa, llegó hasta allí a talar árboles para abrir aquellas tierras al cultivo de la caña de azúcar. Con sus manos construyó los pupitres donde Augusto y su hermana mayor Rosa se sentaban a recibir las lecciones que él mismo les impartía, una hora diaria después de la siesta de la tarde, porque nunca asistieron a la escuela pública.
Cuando se casó con Lucía Bastos se acercaba ya al medio siglo de vida, veinte años mayor que la esposa, con la que estuvo unido por otro medio siglo. Ella fue cómplice de Augusto para que aprendiera la lengua guaraní, prohibida por el padre, y lo introdujo en el mundo oral de las leyendas indígenas. Es cuando aprendió que los árboles guardan dentro de su corteza a seres silenciosos que se lamentan con quejidos lastimeros si son talados.
Luego lo enviaron a Asunción para que siguiera sus estudios en el Colegio de San José, al cuidado de un tío suyo, el obispo Hermenegildo Roa. Fue cuando estrenó sus primeros zapatos. Vivir al lado de un pariente poderoso puede sonar a grato privilegio, pero según le contó a Tomás Eloy Martínez, "tenía un solo par de medias y vivía muerto de hambre", el más pobre entre todos los alumnos hacinados en un dormitorio comunal.
El padre había encargado su custodia para el viaje a una conocida suya, que llevaba consigo un niño de pecho. Debían trasbordar de un tren a otro, con lo que debieron amanecer en la estación intermedia donde había un inmenso cráter provocado por un estallido de explosivos durante una de las tantas revueltas militares. Y cuando en la oscuridad la mujer dio de mamar a la criatura, él se prendió al otro pecho, la primera vez, dice, "que tuvo una sensación erótica".
Esta escena pasó a las páginas de su novela Hijo de hombre, publicada en 1960, donde se relata la guerra del Chaco, que estalló en 1932, enfrentando a Paraguay y Bolivia por la posesión de unos campos petroleros que nunca existieron. Atizando el conflicto estaban detrás la Standard Oil y la Royal Dutch-Shell.
En 1947 huyó del Paraguay cuando el gobierno del general Morinigo ordenó su captura, vivo o muerto, acusado de conspirador comunista. Lo buscaron en las oficinas del diario El País, donde trabajaba como redactor, y tras escaparse por la azotea pasó varios días escondido dentro de un depósito de agua vacío, hasta que pudo salir al destierro hacia Buenos Aires.
Escribió los cuentos de su libro El trueno entre las hojas, publicado en 1953, mientras servía como camarero en un hotel de parejas clandestinas. "El trabajo que hago no es exigente y me quedan muchas horas libres", le dice en una carta a Tomás Eloy; "llevo bebidas a los cuartos y las parejas me dan propinas generosas. Cuando se van, recojo las sábanas y las toallas y las llevo a la lavandería..."
Fue también empleado de una editorial de partituras musicales, guionista de cine, y vendedor de seguros. Su exilio duró cerca de medio siglo. Ahora Paraguay vivía bajo el reinado del general Alfredo Stroesnner, llegado al poder en 1954.
Cuando en 1982 se atrevió a regresar, el dictador lo expulsó del país acusado de tener "ideas bolcheviques", iguales razones por las que décadas atrás había lo había perseguido el general Morinigo.
Su gran novela, y una de las grandes de la lengua, es, sin duda, Yo el Supremo, de 1974, que retrata al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, el Karaí Guazú, Supremo Dictador Perpetuo de la República, llegado al poder al darse la independencia de España en 1811. Devoto de la ilustración, convirtió al Paraguay en un sepulcro cerrado, sin mendigos ni ladrones ni asesinos, pero también sin enemigos, hacinados en los calabozos, o en los cementerios. Yendo hacia el pasado, traza un relato contemporáneo de Stroesnner, derrocado por fin en 1989.
El doctor Francia de Roa Bastos pugna siempre por salir del sepulcro. Es el astro central y absorbente de un sistema solar regido por la obediencia total. No nos hemos librado de su fantasma empecinado.

Hartarse de uno mismo
sería de lo más natural.
Y, sin embargo,
nos aferramos a ese tedio
A falta de un poste con mayor solidez
familiar.
Supuestamente
ser uno mismo
es un clavo, oxidado o no.
Ser uno mismo es una apostura,
Ser uno mismo es una estaca
y una apuesta de proximidad.
Ser uno mismo es el salvavidas
La zodiac frágil
Sabiendo sin rumbo hacia
otro equivalente lugar
donde atracar.


