Vicente Verdú
Las estelas de dolor
no cesaban de pasar,
mientras su estilo anunciaba
una fugacidad indiferente.
Apenas sentía el humo de aquella longitud
que llegaba y desaparecía como un líquido insípido.
Pero tras ella otra secuencia seguía
,sin sucesión de continuidad, a su paso
sin cesión,
o, mejor, cada estela era su presenta y su pasado.
Cada paso era su dolencia
cada dolencia era su interminable senda,
cada sendero por donde el dolor cruzaba
sin mayor contenido que el peso de su ausencia,
una ausencia insufrible
del placer desvanecido.
Ausencia del placer.
Reino del dolor.
Dolor o cauce vacío radicalmente libre de consuelo.
Reseco para todo polvo de esperanza.
Cerca, en sus cenizas, de un incendio colosal.