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SIETE VARIACIONES SOBRE TEMAS ORIGINALES DE SERGIO PITOL

"Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos de pliegues, de espejismos, de demoras. Se requiere la paciencia de un ángel, una buena dosis de abandono y, a la vez, una voluntad de acero para no sucumbir a las trampas con que el inconsciente se encarga de obstaculizar al escritor su camino."

 

            Sergio Pitol es, sin duda, una de esas figuras mayores que aparecen de vez en cuando, casi milagrosamente, en la literatura mexicana. A través de los años, Pitol ha sido capaz de sortear los innumerables obstáculos, internos y externos, que se le presentan a un escritor hasta convertirse no sólo en el mayor sobreviviente de su generación, sino en uno de los pocos narradores y ensayistas indispensables de la literatura en el fin de siglo. Después de varios años de permanecer como un "escritor secreto", en gran medida por su alejamiento físico de México, pero asimismo por la distancia que su obra marcaba respecto a la de sus contemporáneos, por fin ha obtenido algo mucho más importante que el reconocimiento de la crítica: cientos, miles de lectores que ahora forman una comunidad, una cofradía que se multiplica a diario, y para la cual sus cuentos, novelas y ensayos no sólo son una inagotable fuente de placer, sino un mapa del vasto universo de sus obsesiones, una guía por los infinitos territorios del arte.

            No es casual, pues, que su obra mayor -o al menos aquella que mejor condensa sus preocupaciones literarias y vitales- se titule justamente El arte de la fuga. La cita de Bach no se limita a invocar los delicados mecanismos formales que Pitol ha empleado en su trabajo, las cuidadosas filigranas contrapuntísticas de sus novelas o la claridad armónica de sus ensayos, sino que también hace ineluctable y burlona referencia a su particular modo de encarar la creación y la vida literaria: a esa fuga que lo ha llevado a recorrer territorios inexplorados, a alejarse de la modas y las manías, a explorar, por su cuenta, los poblados abismos de la tradición literaria.

            Es un lugar común afirmar que el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es la lectura de sus libros; sin embargo, ello no invalida la justicia de la afirmación. De ahí que, en estas páginas, vaya a hacer poco más que entresacar algunos pasajes de El arte de la fuga -reflexiones, guiños, aforismos- y apenas glosarlos o, más bien, variarlos, para relacionar el ars poetica que ahí se encuentra con su propia obra. Pocos escritores como Pitol han sido tan acuciosos lectores de la gran tradición universal que habita en la literatura mexicana y nadie mejor que él mismo, pues, para servir como renovado Virgilio para quien se precipita a estudiar -mejor: a comprender- la naturaleza de sus libros.

            Variación. "Para conjurar los peligros que acehcan a la creación artística, un escritor debe convertir los obstáculos en la materia de su propia escritura. Sergio Pitol ha convertido los pliegues y abismos del arte en en su propio sustento, en su propia materia, en su propia vida."

Tema II. "No concibo a un novelista que no utilice elementos de su experiencia personal, una visión, un recuerdo proveniente de la infancia o del pasado inmediato, un tono de voz capturado en alguna reunión, un gesto furtivo vislumbrado al azar, para luego incorporarlo a uno o varios personajes. El narrador hurga más y más en su vida a medida que su novela avanza. No se trata de un ejercicio meramente autobiográfico; novelar a secas la propia vida resulta, en la mayoría de los casos, una vulgaridad, una carencia de imaginación. Se trata de otro asunto: un observar sin tregua los propios reflejos para poder realizar una prótesis múltiple en el interior del relato."

            Desde su primera publicación, "Victorio Ferri cuenta un cuento" (1958), Pitol ha aplicado con rigor esta consigna. Por más que sea posible descubrir el cúmulo de obsesiones que animan su escritura, su biografía permanece oculta, entreverada en la trama, los escenarios o los personajes de sus libros. Su vida ha devenido, pues, literatura: Pitol, como Borges, es ya un personaje que ha podido incorporarse naturalmente a los territorios de la ficción. Sus primeros cuentos, aquellos de Tiempo cercado, Infierno de todos y Los climas, delatan referencias a su infancia en el ingenio de El Potrero o su adolescencia en Córdoba, y se encuentran habitados por oscuros personajes, casi todos miembros de familias decadentes y casi fantasmales, como los paradigmáticos Ferri, cuyos contactos con la realidad podemos adivinar pero nunca comprobar, pero en cualquier caso la literatura -y aquí, de modo particular, la influencia de Faulkner- han transfigudo y enriquecido la realidad. Para Pitol -hombre elegante y cortés donde los haya-, hubiese sido una vulgaridad la mera puesta en escena de su existencia en estos paisajes veracruzanos: sus criaturas se han convertido en seres indisociables del universo de la ficción. La excentricidad y, sobre todo, aquellas zonas pantanosas que sólo se insinúan y nunca se muestran, son procedimientos estictamente literarios que escapan al nivel anecdótico y, por ello mismo, rozan el ambiente casi mítico en el que se desarrollan estos primeros años de su escritura.

            Variación. "La vida privada de Sergio Pitol permanece oculta para la mayor parte de sus lectores. Hay que agradecerle que así sea. En vez de eso, su literatura es autobiográfica sólo en el sentido en que retrata y exacerba sus manías, sus obsesiones y sus miedos, cediéndoselos por entero a sus personajes."

Tema III. "¡Viajar y escribir! Actividades ambas marcadas por el azar; el viajero, el escritor, sólo tendrán certeza de la partida. Ninguno de ellos sabrá a ciencia cierta lo que ocurrirá en el trayecto, menos aún lo que le deparará el destino al regresar a su Ítaca personal."

A partir de 1953, Pitol se convierte en la versión mexicana del judío errante: pierde una ciudad tras otra: La Habana y Caracas; Nueva York, Londres y Roma. Luego vienen los años de exotismo: Pekín, Varsovia, Belgrado. Apenas se detiene, y su particular odisea continúa por Barcelona, Bristol, de nuevo Varsovia, París, Estambul, Moscú y Praga, hasta que al fin regresa a México en 1988.

Es el azar quien lo conduce y, como en el poema de Kavafis, na hay duda de que su camino ha sido largo, rico en experiencias. Ese mismo azar es el que habita su literatura: aquel que lo lleva de El tañido de una flauta (1972) a Juegos florales (1982), sus dos primeras novelas. Aquí se inicia el minucioso retrato de mexicanos en el extranjero que caracterizará buena parte de la obra de Pitol: en la primera, es el periplo de un grupo de artistas mexicanos, su entorno y sus conflictos amorosos, en el marco del redescubrimiento de sus relaciones a partir de la visión de una película japonesa -"El tañido de una flauta"-, que -¿por casualidad?- repite la propia historia de los mexicanos; la segunda, por su parte, vuelve a colocar a mexicanos entre Jalapa y Venecia, otra de las ciudades emblemáticas de Pitol, para descubrir las sutiles tramas que componen el círculo social de Billie Upward. De algún modo, Juegos florales culmina la primera etapa del viaje pitoliano, una escala de aprovisionamiento y también, por qué no decirlo, una isla que le servirá para dar un vuelco en su trayectoria, un giro tan azaroso como su partida el cual llevar a cabo una interminable excursión por las literaturas eslavas -y por los libros de Bajtín- y a encontrar una nueva piedra de toque para sus próximos viajes: el humor.

Variación. El viaje y la literatura: caminos que son, por encima de todas las consideraciones, un vehículo de conocimiento, de exploración, de necesidad de satisfacer las dudas. Al regresar de Ítaca, como al terminar de leer una novela o un ensayo de Pitol, uno ha dejado de ser quien era antes, se ha llenado de experiencias ajenas, se ha convertido en otro."

Tema IV. "Durante años utilicé los escenarios por donde fui desfilando como un telón de fondo frente al cual mis personajes confrontan con otros valores lo que son o, más bien, lo que imaginan ser. [...] El exotismo de pacotilla que los rodea apenas cuenta; lo importante es el dilema moral que se plantean, el juicio de valor que deben emitir una vez que se encuentran desasidos de todos sus apoyos tradicionales, de sus hábitos, de las coartadas con que durante años han pretendido adormecer su conciencia."

La manida y ya obsoleta disputa entre la literatura de corte nacionalista y aquella que apuesta por los valores universales, tan típica de la primera mitad del siglo en México, aunque sus resonancias lleguen hasta nuestros días, carece de sustento en la obra de Pitol. Sus novelas de madurez se desarrollan, casi sin excepciones, en medios que combinan el exotismo europeo -Venecia, Estambul, Praga- con los escenarios locales -Jalapa, las colonias Roma o Juárez-, sin que prime un valor estictamente realista para ninguna de ellas. Aunque el eco de las acuciosas descripciones decimonónicas pued ser advertid en toda la obra de Pitol -se trata de uno de los mejores lectores del costumbrismo del siglo pasado-, su interés no radica en la captura fotográfica de semejantes contextos, sino, en sus propias palabras, en su reconvención en escenarios casi teatrales, en decorados que resaltan la soledad -y el miedo, la estupidez o la vanidad- de sus protagonistas. En efecto, sólo una gran construcción de fondo alcanzará el papel de personaje central en su obra narrativa, el edificio de la Plaza Río de Janeiro que habitó el propio Pitol y que se convertirá en el centro de la acción de su mejor novela, El desfile del amor (1984).

Variación. "La literatura verdadera no es la que se distingue por describir paisajes o rostros, sino aquella que, como la de Sergio Pitol, plantea problemas, desarrolla conflictos, se burla de sí misma, de sus personajes y, en última instancia, de sus lectores; en pocas palabras, aquella que cuestiona y duda."

Tema V. "La tarea del escritor consiste en enriquecer la tradición, aunque la venere un día y al siguiente se líe con ella a bofetadas. De ambas maneras será consciente de su existencia. Por eso me han atraído y preocupado los problemas de la forma, los recursos y posibilidades de los géneros, su capacidad de transformación."

            Según revela el propio Pitol, El desfile del amor nació de la idea de escribir una novela con trama policiaca. Si en sus anteriores trabajos narrativos había estado cerca de las preocupaciones experimentales de su generación -y, en especial, de sus modelos franceses y norteamericanos-, esta obra marca una ruptura definitiva o, más bien, una apuesta personal que lo aleja notablemente de sus contemporáneos e, incluso, de la solemnidad de algunos textos previos. El desfile del amor es un hito en la novelística de Pitol y, de hecho, en la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx, tanto por su profunda originalidad como por su lucha y posterior triunfo -y armonía- con la tradición de la novela moderna.

            La trama policiaca -proveniente, en realidad, de Las almas muertas de Gogol- es apenas un recurso casi teatral que le permitirá a Pitol organizar y estructurar la novela y desnudar los conflictos que le interesan. Pero, a diferencia de sus obras anteriores, en este caso el diálogo de Pitol con la tradición literaria se lleva a cabo a través de la parodia del género, del pastiche y de la ironía. Como El huerto de Juan Fernández, la pieza de Tirso en la cual se funda, El desfile del amor es un gran baile de máscaras, un elusivo juego de corte casi borgeano en el cual la realidad y la ficción se imbrican de tal modo que el lector, al igual que los protagonistas, no puede sino danzar y recluar y fascinarse en torno a un enigma siempre elusivo y, a la postre, insignificante.

            Si ya en la mayor parte de sus cuentos podía advertise un acertijo apenas insinuado por el estilo y las disquisiciones de sus personajes, aquí Pitol ha sido capaz de construir toda la novela como un laberinto, un círculo concéntrico en cuyo centro, más que la solución al enigma, sólo se encuentra el vacío. No es casual que Pitol haya elegido el edificio de la Plaza Río de Janeiro como metáfora de la novela: en torno a un patio cercado -a la verdad oculta y hueca-, se desarrollan cientos de historias e insinuaciones concéntricas, articuladas entre las largas escalinatas y los diminutos departamentos que componen el inmueble. Pitol parece sugerir que el único modo de lidiar con tradición literaria -con la angustia de la influencia, en palabras de Bloom-, es rodeándola, acercándose a ella pero nunca dejándose devorar, cercándola y admirándola desde la distancia.

            Variación. "La literatura de Sergio Pitol encarna como nadie el intenso diálogo mantenido con la tradición literaria -tanto universal como mexicana- que lo precede. Sus novelas y ensayos son producto de intensos juegos con los géneros, el resultado de la cuidadosa planeación formal y estructural que sólo puede entenderse como prolongación y ruptura con sus lecturas."

            Tema IV. "Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces. Se mete en la cama y de pronto esas voces lo obligan a levantarse, a buscar una hoja de papel y escribir tres o cuatro líneas, o tan sólo un par de adejtivos o el nombre de una planta. Esas catracterísticas, y unas cuantas más, hacen que su vida mantenga una notable semejanza con la de los dementes, lo que para nada lo angustia; agradece, por el contrario, a las Musas, el haberle transmitido esas voces sin las cuales se sentiría perdido. Con ellas va trazando el mapa de su vida. Sabe que cuando ya no pueda hacerlo le llegará la muerte, no la definitiva sino la muerte en vida, el silencio, la hibernación, la parálisis, lo que es infinitamente peor."

            A partir del éxito de El desfile del amor, Pitol abandona cualquier estrechez dogmática y se deja habitar por las voces de sus personajes. Como ocurría con sus experiencias personales o con los escenarios exóticos de sus cuentos y novelas, acaso tengan una vaga conexión con las producidas por seres de carne y hueso, con conversaciones escuchadas o presentidas, pero lo cierto es que poco a poco se convierten en piezas maestras del arte de la actuación. En Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991), este procedimiento es llevado a su límite: son, ante todo, recopilaciones -no: reinvenciones- vocales. Pitol regresa a su afición teatral y se permite utilizar las máscaras alternativamente dolientes y risueñas -y en cualquier caso ridículas- de la tragedia griega para inventar personas, es decir, estilos, giros, quiebres vocales. Dante C. de la Estrella, Marietta Karapetiz o Jacqueline Cascorro viven a través de sus tics y sus palabras, de la atroz condición humana que les otorga su propio estilo y sus propios devaneos.

            Variación. "Sergio Pitol sigue atento a las voces de quienes lo rodean y, en especial, a la suya propia, y ello lo convierte en el escritor más perseverante de su generación, uno de los pocos que han conseguido triunfar sobre el silencio y la muerte."

            Tema VII. "Todo escritor deberá desde el inicio ser fiel a sus posibilidades y tratar de afinarlas; tener el mayor respeto al lenguaje, mantenerlo vivo, renovarlos si es posible; no hacer concesiones a nadie, y menos al poder o a la moda, y plantearse en su tarea los retos más audaces que le sea posible concebir."

            Estas recomendaciones, extraídas de El arte de la fuga, constituyen la respuesta de Pitol a las célebres meditaciones de Cyrill Connoly sobre la creación artística. La obra maestra tiene de orfebrería, como demuestra el hecho de que cada página  de sus libros sólo puede haber sido escrita por él. Lejos de influencias de ocasión, parapetado en sus lecturas y sus sueños, Pitol se encuentra en el mejor momento de su carrera: ha accedido a ese estado de gracia que le permite adivinar cada vez nuevas y más deslumbrantes obras.

Proliferan las comparaciones entre la obra de Pitol y la de otros escritores; sin embargo, el único paralelismo que yo encuentro justo es el que podría emparentarlo con el último Verdi: en ambos, después de una prolongada carrera, de experimentos y giros sorprendentes, de un conocimiento cada vez mayor de los abismos de la naturaleza humana y de las sinuosidades de la forma artística, surge esa ironía feroz que es, al mismo tiempo, compasiva y trágica. No es casual que Falstaff, la última ópera verdiana, concluya precisamente con una fuga: tutto nel mondo è burla. La misma fuga y la misma risa que animan el ridículo y doloroso, despiadado y triste retrato de nuestra cambiante humanidad dibjado en las novelas de Sergio Pitol.

            Variación. "Cada nuevo libro de Pitol ha logrado mantenerse fiel a sus principios y, a la vez, ha conseguido plantearse nuevas metas, puertos cada vez más lejanos en su trayecto literario, y en cada ocasión ha salido victorios de la aventura. . Por eso hay que desearle a Pitol muchos más viajes de los que ya ha emprendido, muchas más páginas, muchas más tribulaciones: que su errancia sea aún más larga y más rica en experiencias -así sea en el interior de su biblioteca en Xalapa-, y que sus naves continúen surcando los océanos hasta perderse de vista."

 

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12 de abril de 2018
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Venenos del artista y su modelo

La página en blanco se hace pronto visible en ‘El hilo invisible' (‘Phantom Thread'), con la llegada de Reynolds (Daniel Day-Lewis) al taller suntuoso de su firma de alta costura, la Casa de Woodcock, donde las operarias despliegan las grandes láminas de papel de las que saldrán los patrones de los vestidos; el modista, que aún no interviene, vigila al disciplinado ejército de las empleadas, todas del sexo femenino. La primera incursión del propio Reynolds en la hoja en blanco que hay que transformar en obra de arte sucede más tarde, cuando en el desayuno compartido con su nueva ‘girlfriend' y modelo Alma (Vicky Krieps) los ruidos del cuchillo al untar ella las tostadas molestan al artista, que está haciendo un dibujo en su cuaderno de páginas inmaculadas. Las distracciones de la vida corriente son la amenaza del libre sueño de lo ideal.

El motivo de los papeles y telas blancas (el bastidor ante el que Alma posa y es fotografiada, las distintas capas del material para el vestido de boda de la princesa Mona Braganza, por ejemplo) reaparece de modo intermitente en esta película ambiciosamente conceptual que utiliza elementos de ‘costume drama' y de cuento gótico a partir de una metáfora central y un subtexto lleno de resonancias. La metáfora de Paul Thomas Anderson equipara el diseño y la hechura de un ropaje con los de una novela, y el tema subyacente es la obsesión artística indómita que conduce a la muerte del sentimiento, un campo humano y como tal sujeto a las imperfecciones y renuncias que un perfeccionista encerrado en un solipsismo radical no puede tolerar, si bien tampoco pueda ese mismo creador prescindir de la compañía obediente y la productiva sensualidad de las mujeres. La historia del cine ha tenido grandes figuras del perfeccionismo maniático como Bresson o Kubrick, la de la ficción literaria genios destacados por una orfebrería de ‘máquina soltera' (Gustave Flaubert, Henry James, Pessoa), y en cuanto al solipsista necesitado de compañera (y aprovechado de ella), la literatura española cuenta con el paradigma de Juan Ramón Jiménez, aunque seguramente (él no lo ha afirmado) las inspiraciones del cineasta norteamericano sean Picasso y su plantel de enamoradas complacientes y modelos pasajeras o estables, y la pareja amoroso-empresarial formada por Richard y Cosima Wagner. Anderson, que usa de estrategias frente a la suspicacia periodística, ha esquivado la absurda insinuación de que su Alma se llamara así por Alma Reville, la esposa e importante colaboradora de Hitchcock, sin decir ni pío de la Alma que a mi juicio más le guía en ‘El hilo invisible', Alma Schindler, conocida en el siglo como Alma Mahler, aunque llevó después, en una larga vida, apellidos de otros maridos ilustres como Walter Gropius o el novelista de éxito Franz Werfel. Centroeuropea al igual que la Alma de la película, Alma Mahler se sometió, al casarse muy joven con Gustav, a la condición que el músico le puso de abandonar su carrera de compositora, siendo su forma de rebeldía la infidelidad matrimonial (con Gropius, casada aún con Mahler, y con el pintor Kokoschka) y la escritura en distintos momentos de su vida de tres ciclos de canciones.

La confección de ‘Phamtom Thread' es tan primorosa como la de cualquiera de los rutilantes vestidos de fiesta que salen en la pantalla: el primer modelo de amplio vuelo para su clienta favorita Henrietta Harding, o el antes nombrado traje de novia para la princesa Mona Braganza. Reynolds Woodcock, que nunca se ha casado -como le responde en un diálogo del film a Alma- porque "hace vestidos", es fiel por medio de ellos a las mujeres que viste, exigiéndolas a ellas la misma fidelidad y el mismo trato dispensado a lo que es único. Cuando, ya enfermo, su hermana y gestora Cyril le informa de que Henrietta Harding se ha ido a otro modisto londinense, Reynolds acusa a esta de seguir "the fucking chic", es decir, no lo mejor, representado por la Casa de Woodcock, sino lo que está jodidamente de moda, y llega a un cenit de implacable crueldad en la secuencia más inspirada y reveladora, la del vestido ceremonial de la desangelada Mrs Rose, quien tras dudar de sí misma en cuanto merecedora de llevar ese bellísimo atuendo de seda verde se desploma de pena o de vergüenza sobre la vajilla de su banquete; el modista, acompañado en el empeño por Alma, fuerza con malos modos su entrada en las habitaciones privadas y desviste a empellones a la dormida y quizá beoda señora, saliendo a la calle jovial por el rescate de esa obra maestra y purificada la afrenta de un uso espurio.

Ahora bien, al gran artífice que es Paul Thomas Anderson se le da mejor la ropa de gala que el traje de calle, y las películas, como las novelas, han de poder subir a la cumbre de lo sublime pero también transitar por las espesuras del bosque y el camino llano. Es increíblemente torpe que la información de que Alma es una refugiada judía del Este de Europa en la Inglaterra de los primeros años 1950 en ningún momento conste en el relato fílmico, y se tenga que informar de ello a través de las entrevistas (como la de James Bell en el último número de la revista ‘Sight & Sound'). Alma habla con acento en inglés, lo tiene la actriz luxemburguesa que la interpreta, pero eso no indica nada, siendo hermético hasta lo incomprensible el gesto contrariado de la muchacha al oír que el prometido de la señora Rose pudo haber hecho contrabando de pasaportes con quienes escapaban del nazismo. Y la película tiene un hilo conductor, quizá fantasmático, el de las explicaciones de Alma al médico, que nada aporta y despista, llegando a parecer, al menos a mí, una vía fallida de exploración narrativa que los autores no pudieron o supieron eliminar en el montaje final.

Dicho esto, hay que hablar del virtuosismo de la puesta en escena (la atmósfera nebulosa de la ciudad y los interiores, como envueltos en gasa), realzada por un guión inventivo en los giros dramáticos inesperados y en los brotes cómicos muy sucintos, alivios de una película tan claustral a la que acompaña la sinfonía incompleta pero casi constante de la música de Jonny Greenwood, repleta de citas y préstamos. La rebeldía de Alma y la irrupción del veneno como arma de rectificación, de conquista, de apremio y suprema declaración amorosa, hace de Reynolds, en un final turbador, otro ser, un ser con "imaginación de la desgracia", en palabras de Cioran. Alguien que al perder la perfección insignificante que da la salud accede al estado de cuerpo sensible, en el que la conciencia alcanza la honda intensidad del dolor, pues, sigo citando al filósofo rumano, "la conciencia, en sus principios, es conciencia de los órganos. Sanos, los ignoramos; es la enfermedad lo que los revela".

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12 de abril de 2018
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Cambio de zancada

Pertenezco a esa clase de editoras de revistas que piden a los fotógrafos que las modelos sonrían, que no perpetúen ese mohín mustio, frío y moderno, ni paseen el encanto de la autosuficiencia por el plató. No siempre me hacen caso. Responde al canon de la belleza poco complaciente. A la pose que no quiere ser una invitación a la empatía. También les digo que abusan de las modelos sentadas, abiertas de piernas y con tacones; una actitud, el manspreading, que tanto criticamos en los hombres. Y entonces, Florence, exquisita estilista francesa, me dice: “¿Y qué hacemos con la seducción?, ¿ya no podemos ser sexis?”.
Hace cuatro años, la moda descubrió las zapatillas deportivas. No por su uso práctico, sino por su plus de tendencia. El lujo no tardó en hacerse eco y firmó las sneakers más caprichosas. Aunque lo interesante sucedía en nuestra propia mirada: nada que ver con aquellas pioneras ejecutivas de Wall Street que combinaban zapatillas y traje chaqueta con hombreras produciendo un efecto forzado y ortopédico. Hoy, en cambio, la profusión de sandalias de hotel o de chanclas peludas por dentro causa furor, y a pesar de su feísmo, hay algo liberador en ello. Porque desnudar los pies significa también desnudar una feminidad subida a unos tacones. Y llenar las calles de abuelas, madres, estudiantes o abogadas andando con una resolución liberadora.
La representación estética de la feminidad ha virado hacia el confort y la sobriedad. El nuevo imaginario expulsa la silueta con curvas, escote y los icónicos stilletos, y los relega al uniforme de azafata de congreso. Según el Retail Tracking Service de la consultora NPD, los tacones medios han aumentado sus ventas en los últimos meses, incrementándose un 71%, mientras los altos han caído un 36%. El año pasado, en Reino Unido, por primera vez en la historia se vendieron más sneakers que tacones de aguja. La comodidad, la salud y la cuarta ola feminista han destronado a uno de los estereotipos más emblemáticos para mujeres y fetichistas.
Estos días, acaba de llegar a las librerías el último libro de la siempre interesante y polémica Camille Paglia, Feminismo pasado y presente (Turner). Autodenominada “feminista prosexual”, Paglia siempre se ha mostrado sensible a la belleza, y allí donde otras denuncian imposición y martirio, ella aplaude la celebración estética. “El problema del feminismo con la belleza es un prejuicio provinciano. Tenemos que superarlo”, afirma. Para algunas, subirse a unos tacones equivale a tomarse un antidepresivo. Para otras es un artefacto de tortura. Pero, en ambos casos, quien decide la naturaleza de la zancada no es Cannes ni el #MeToo, la pasarela ni los podólogos, sino cada mujer reconciliada con sus pies.
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11 de abril de 2018
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Un paseo ameno en una mañana soleada

Un libro es como una casa de muchas habitaciones, cada una con un decorado diferente, y uno puede asomarse, primero desde fuera, a través de las múltiples ventanas, y, así seducido, entra a vivir en esas estancias cordiales y acogedoras, porque siempre hallará abiertas sus puertas. Y como estamos en abril, el mes de Cervantes, quiero recordar al libro de los libros, el que más ventanas, puertas, pasadizos y corredores tiene, El Quijote.
Si alguien pregunta por qué debe leerlo, y le respondemos que es imprescindible porque contiene una filosofía de la vida, o porque nos revela un mundo de enseñanzas morales, habremos perdido de seguro un lector de ese libro imprescindible sin el cual viviremos una vida disminuida.
Por el contrario, debemos tener el valor de responder que se trata de un libro divertido, lleno de risa y disparates, acerca de un loco que anda por los caminos en busca de enfrentarse con los fantasmas de su imaginación, y ha convencido a un vecino suyo, simple, ambicioso y crédulo, que lo acompañe en sus aventuras de las que le promete va a sacar ventajas, entre otras nada menos que la gobernación de un país de mentira llamado Barataria.
En el camino el loco se dispone al combate contra molinos que cree un ejército de gigantes desaforados y espantables, y al atacar valeroso a uno de ellos ensarta su lanza en las aspas movidas por el fuerte viento que sopla, que para su imaginación descalabrada son los brazos del poderosísimo gigante, con lo que se hace "la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo".
Se topa con un carro donde llevan en unas jaulas dos leones africanos, hembra y macho, enviados de regalo al rey por el general de Orán, y se empeña en abrir la puerta de la jaula diciendo: "¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones!".
No menos risible, descabeza a los títeres de un retablo donde se representa la huida de un caballero que rescata a su dama de entre los moros que salen en su persecución, y, de pronto, decidido a acudir en auxilio de los amantes, "con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél..."
Lo importante es que ese candidato a lector ande por el libro con pies ligeros, y se convenza de que no se le caerá entre las manos, la cabeza pesada de sueño. Hay que proponerle la lectura como un paseo ameno en una mañana soleada, no como una penitencia.
Solamente después, cuando haya terminado de leer, después que aquel triste hidalgo, de regreso a la cordura, muera en su cama, ya tendrá tiempo de lamentarse junto con Sancho: "no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía...". Porque para entonces su deseo encandilado será que el libro debió seguir, que debió haber más aventuras de aquellas donde el caballero andante que don Quijote cree ser, se queda haciendo la penitencia de fingirse loco, él, que ya está loco, puesto cabeza arriba, con las nalgas al aire, mientras envía a Sancho con una carta para su dama, que es analfabeta, y siendo tan hermosa se ve reducida a criar cerdos por obra de malvados encantadores.
Y la nostalgia por lo leído llevará entonces a ese lector, así ganado, a emprender dos o tres relecturas, y luego muchas otras, porque aquel libro se le habrá vuelto infinito, en el sentido de que siempre estará recomenzando, y esas nuevas lecturas llegará a hacerlas ya no en el orden en que están puestos los capítulos, sino entrando por cualquier de ellos, que son sus múltiples puertas y no tienen cerrojo.
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11 de abril de 2018
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Van llegando

Nadie se atreve ya a defender seriamente la posibilidad de un progreso social continuo. Sólo los intelectuales y políticos más adocenados se presentan aún como "progresistas". Frente a este fenómeno se alzó, tiempo atrás, el nihilismo, sobre todo entre los lectores de Nietzsche, pero tampoco quedan hoy muchos nihilistas de cartel. Ningún político serio se presentaría con un manifiesto nihilista para pedir votos. Entiendo por nihilismo la destrucción, a causa de un acontecimiento inesperado, de lo que se tenía por "real y verdadero". Así lo definía Blumenberg hace medio siglo. Y si casi no hay políticos o intelectuales que planteen el nihilismo (paradójicamente) como nuestra única realidad verdadera es por ser algo tan obvio que ya ni siquiera se concibe como anomalía. Algún ciudadano, sin embargo, puede no percatarse de nada y "creer que tiene en la mano su propio destino, cuando hace ya mucho tiempo que se lo han arrebatado".

 

Tras una catástrofe algunos acontecimientos pueden encender en grupos extensos la negra llama del nihilismo, de la realidad hundida, del mundo arrasado. Así, por ejemplo, la gran inquietud provocada por la extinción de las pensiones o la convicción de que "no viviremos tan bien como nuestros padres" es la nuda percepción de un mundo arrasado, el de la socialdemocracia. Ha provocado un nihilismo evidente entre los desesperados de Podemos. O la constatación de que la nación catalana sólo era otro sueño burgués, lo que va incrementando masas nihilistas con la identidad devastada que ya no tienen más argumento que la violencia. Semejantes al personaje de Kafka, se despiertan convertidos en escarabajos, es decir, en españoles. A nadie puede extrañar su pulsión autodestructiva.

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10 de abril de 2018
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El tamaño del alma

Ocurrió cuando era muy joven y empezaba a coger aviones por trabajo. Llegué tarde al embarque; atasco, accidente, nervios. La azafata me dijo que la puerta estaba cerrada, y me sofoqué, sentí un clavo en el estómago. Tenía la entrevista de mi vida, o eso creía entonces. El avión aún estaba en tierra, el finger cosido, y entonces le dije a la mujer que se escudaba en que sólo hacía su trabajo: “Estoy segura de que si se tratara de un ministro o de alguien importante, y no de una don nadie como yo, usted le abriría la puerta. ¿Por qué a ellos sí, y a mí no?”. Y aquella mocosa subió al avión.
Tienen santa razón los podemitas: el caso Cifuentes rebosa cultura de casta. Lo afirma la diputada de la Asamblea madrileña Lorena Ruiz-Huerta, que las clava en tono bajo: la inmoralidad que supone el privilegio, incuestionable, del pez gordo que está por encima de todo y de todos. “Estamos gobernados por lo peor de Madrid”, repiten los de la formación ­morada. Y sirven la imagen en bandeja: la cara dura de la aún presidenta de la Comunidad –a quien presuntamente le brindaron un máster a medida para hinchar su currículum– frente al esfuerzo de los chavales que se curran trabajos y exámenes, que se sientan en un pupitre para sumar horas y cré­ditos, almax e ibuprofenos, apuntes y ­calificaciones ante un futuro incierto, y aun así avivan su ansia de querer ser mejores. “¿Es más importante ­lucir un currículum y ostentar un máster supuestamente no cursado que trabajar honestamente por el bien común?
¿No es más importante decir la verdad que exhibir títulos que no han su­puesto para uno mismo esfuerzo y cono­cimiento?”, se preguntaba en voz alta el portavoz del PSOE en la Cámara y catedrático de Filosofía, Ángel ­Gabilondo.
Y justo cuando asistimos a este espectáculo tan poco ejemplar, una anomía del modelo de vida, según la filosofía de Javier Gomá, aflora la relación pantagruélica del poder con los chanchullos. Casi nos habíamos olvidado de la casta, palabra silenciada por mandato de la cocina ideológica de Podemos cuando, por inteligencia política, se quiso dar unos cuantos pasos atrás respecto al discurso populista. Digamos que hubo propaganda contra las élites y sus ventajas, los logros conseguidos gracias a determinado tipo de influencia: apellidos, cargos, dinero. Un auténtico cambio de mentalidad, junto al surgimiento de nuevos partidos y el afloramiento de un activismo ciudadano, que ha ido oxidando la palabra privilegio. Su estética es rancia, pues no se apoya en los principios democráticos del bien común ni la igualdad. Es exclusiva y discriminadora. Está desprovista de frescura e improvisación, aunque no debemos confundirla con el respeto ni el reconocimiento de aquellos que se han ganado a pulso que les cedamos el paso. Y no por ser mujer, hombre, rico o famoso, sino por el tamaño de su alma.
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9 de abril de 2018
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Épico

Debemos aguzar la imaginación para ver a cuatro náufragos españoles que hacia 1528 chapotean, se arrastran o dan manotazos entre manglares, pantanos, junglas. Llevan luengas barbas, cabellos enmarañados y van desnudos como lombrices. Así anduvieron durante nueve años, a través de toda la América sureña, lo que es hoy el Misisipi, Luisiana y Texas. Eran esclavos. Los abuelos de los sioux, gente que vivía en el neolítico, se los cambiaban de una a otra tribu porque ejercían de curanderos. ¿Curaban de verdad? Nunca lo sabremos, pero ellos se lo acabaron creyendo, como contó uno de los cuatro, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en su fabulosa autobiografía Naufragios y Comentarios, editada ahora con un gran prólogo de Juan Gil (Castro).

Nueve años pasaron desnudos, atacados por insectos, fieras, caníbales, pero, sobre todo, por el hambre. Esa fue, sin embargo, solo la primera aventura. En 1537 arribaron por fin a tierra cristiana, seguidos por un numeroso grupo de indios que creía en la divinidad del cuarteto. Entonces empieza la segunda aventura. En cuanto los recogen, lo primero que hacen los cristianos es esclavizar a los indios contra las protestas de Cabeza de Vaca. Tiempo después vuelve a España y la Corona lo nombra gobernador de Río de la Plata, adonde viaja, pero, una vez allí, choca con los vascos de Irala y comienza la tercera aventura. Tras ordenar el cierre de los harenes de esclavas sexuales fue calumniado, encarcelado y condenado por tribunales corruptos. Eso dejó a Cabeza de Vaca más desnudo, arruinado y desesperado que con los indios y la jungla. Muere en la miseria.

Tremendos y magníficos personajes que en la actual universidad podemizada seguramente deben de pasar por explotadores capitalistas. O ni eso.

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7 de abril de 2018
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King Size

Aún se emprenden en este país grandes empresas intelectuales. Acaba de ver la luz el monumental comentario de Ramón Valls a la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de G. W. F. Hegel (Abada). La Enciclopedia ya había sido publicada en bilingüe por los mismos heroicos editores. Lo peculiar es que la traducción también era de Ramón Valls. Todo en esta empresa es grande: la Enciclopedia cuenta con más de mil páginas y los comentarios, casi setecientas. Enorme fue el trabajo de aquel hombre excepcional.

 

Este conjunto de casi dos mil páginas no ha sido editado para entusiastas de Operación Triunfo. El pensamiento de Hegel es muy arduo y se abre en espiral, pero aquellos que se hayan rendido a la trivialidad de la teoría populista tienen aquí la mejor introducción posible a la filosofía en tanto que ciencia. Es una exigente gimnasia para desentumecer el cerebro, quien lo tenga.

Ramón Valls murió en 2011 tras una vida entregada al pensamiento y la enseñanza. Nadie le premió, nadie celebró su trabajo, solo los amigos sabemos que era una persona y un pensador fuera de lo común. Entre otras tareas fundó la Facultad de Filosofía de Zorroaga, en San Sebastián. Hasta ese momento todo el estudio de la filosofía en el País Vasco estaba en manos del PNV, es decir, del clero, pero el PSOE, que aún era de izquierdas, quiso remediarlo. Allí coincidimos Savater, Gómez Pin, Lobo, Arteta y tantos otros hasta que los batasunos nos fueron echando por extranjeros. Valls fue grande en su obra, en su pedagogía, en su honradez, en casi todas las virtudes que aquí suelen ser duramente castigadas. No le recuerda ni una placa en las calles de su moribunda Barcelona donde sí hay una calle de Sabino Arana. Esta colosal edición será, ahora, su cenotafio.

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4 de abril de 2018
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El Boomeran(g)
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