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Hartazgo

Cualquiera que haya tenido la oportunidad de vivir un tiempo en algún país europeo, incluido Italia, habrá observado que los políticos profesionales tienen un estatuto social parecido al de los cirujanos, ingenieros o gemólogos. Rara vez se habla de ellos y su figura física es casi desconocida excepto en las más altas instancias, jefe del Estado, presidente, primer ministro, alcaldes de las metrópolis y poca cosa más. Cuando un político de segunda categoría, lo que incluye a los ministros, aparece en la tele o en los diarios, es porque está lidiando con algo excepcional, sea la explosión de una central nuclear, una invasión de langostas o un juicio por pederastia. Nosotros tenemos la enorme dicha de soportar diecisiete presidentes, una montaña de ministros e infinitos políticos sin la menor relevancia, pero presentes en todos los informativos y, cosa sorprendente, en las revistas de peluquería.

Ese gigantesco ejército de pasiones, codicias, narcisismos, ambiciones, frustraciones, vanidades, envidias, conspiraciones, cainismos, jactancias, delincuencias y majaderías hace imposible tomarse la sopa sin antes sacar con la cuchara dos concejales, tres secretarios, una vicepresidenta y cinco miembros de la oposición pataleando. En España los políticos gozan de un entusiasmo popular solo comparable al de los futbolistas y sus señoras, ahora que los toreros son un objeto de lujo. Es el único país del ámbito civilizado en el que un político convoca a las masas para que decidan si debe comprarse un ferrari, adoptar un perro o dejar de fumar. El ansia de protagonismo de los políticos, su megalomanía, es tan desaforada que ni siquiera se percatan del espantoso ridículo que harían en cualquier país civilizado. Los belgas ya se van dando cuenta.

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30 de mayo de 2018
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Pescado Rabioso de Carlos Tromben: Investigación periodística con sabor a novela

La semana pasada el novelista, periodista y maestro Carlos Tromben me convocó para presentar su último libro. Fue en la exquisita librería del Centro Cultural Gabriela Mistral, y fue mi debut como presentador de libros en Chile.

Creo que además de porque es mi amigo, Carlos me invitó por el nombre de su libro: Pescado rabioso, como el grupo del incandescente Luis Alberto Spinetta, el mago musical de mi adolescencia. El genio que no cruzó fronteras, como el otro gran roquero de su generación, Charly García, pero está en los corazones de todos los amantes de la música de mi país.

El Flaco Spinetta es el que llevó el espíritu, la libertad, el humor y la melancolía del jazz al rock latinoamericano. Y Pescado rabioso (canciones como Post-crucifixión, Crisálidas, Cementerio Club, Madre Selva y sobre todo Todas las hojas son del viento) es mi búsqueda de belleza, de sentido y de un espejo para verme y entenderme.

Pero tanto en la música como en este libro de investigación económica, el concepto de un “pescado rabioso” es una contradicción: el que puede sentir y actuar con rabia es el pez vivo. El pescado muerto solo transmite enfermedades, como el salmón del sur de Chile. No puede ser rabioso. Para sentir rabia hay que estar vivo.

Tal vez de eso trata esta fascinante novela de no ficción de Carlos Tromben: de la vieja derecha chilena, que aún muerta se muere de rabia y muerde como un pescado rabioso. Yo le agradezco mucho esta invitación. Lo conocí hace año y medio en ese extraño café en medio del Parque Bustamante donde la gente se cita y se encuentra pero no puede hablar porque otros leen. Allí planeamos algo en lo que estamos ahora: el diplomado de escritura narrativa de no ficción.

Carlos es profesor de cómo contar el pasado y hacerle preguntas a los archivos para que cuenten historias apasionantes. Y es de los mejores tutores. Este año estamos otra vez en la lucha por enseñar esto. Y él con este libro se coloca como maestro de lo que enseña, practicante magistral de lo que predica, y ejemplo de ese matrimonio siempre en peligro y en pelea de literatura y periodismo, el terreno que nos marcó y describió Tom Wolfe, el faro del periodismo narrativo que acaba de morir.

Hay muy pocos en América Latina que como Wolfe supieran de herramientas literarias y de economía y finanzas. Cuando le pregunté a Wolfe en Barcelona a quién leía, me nombró a Michael Lewis, el único de los nuevos periodistas que cuenta subidas y caídas de la bolsa, escándalos financieros y luchas entre agentes de bolsa como si fueran batallas de El señor de los anillos. De Lewis leí Poker de mentirosos, y Bumerang, viajes por el nuevo tercer mundo. Me divertí y aprendí de economía, todo en uno.

En México, esta combinación de economía y literatura la maneja el gran Diego Enrique Osorno: entre sus libros de los Zetas y carteles de la droga, ha contado la historia de Carlos Slim, el multimillonario sin escrúpulos visto en su país como en una especie de Papá Noel o Viejo Pascuero siempre a punto de salvar el país pero que termina salvándose sólo él mismo. Crónica de los que mandan, no de las víctimas. De los ricos. 

En Argentina, quien sigue esa estela es Hernán Iglesias Illa con Golden Boys, los jóvenes traders que desde Wall Street llevaron a su propio país al borde de la quiebra. Y poco más.

Este nuevo libro de Carlos Tromben se lee para mí como sus novelas, como La señora del dolor, la historia de un inmigrante japonés que poco a poco y sin errores ni contratiempos va consolidándose como empresario y se sitúa como heredero e hijo de su maestro y protector. Ese libro es de los pocos que supe que debía regalarlo a mi mamá: está en el espacio de lecturas que me unen a ella.

Su última novela, muy exitosa, cuenta la historia de la masacre de obreros en Santa María de Iquique hace un siglo. Una historia de violencia y represión.

Este Pescado rabioso, que tiene la sabiduría del fabulador pero es todo real, es un plato agridulce. Tiene entre sus méritos que explica con claridad y pasión hechos complejos, como un amigo, no como un maestro ciruela. Nos supone inteligentes, pero cuenta a sus lectores chilenos cosas que se creían conocidas: pero no. ¿Cómo hace para contar cosas conocidas sin que nos veamos tontos? Con sumo respeto, expresado sobre todo en lo pulido del estilo.   

La pluma de Tromben me hace ver a estos protagonistas de la política chilena como personajes de novela. Pablo Longueira es un Golum que se cree Frodo. Y a su maestro y mentor, Jaime Guzmán, el ideólogo de la derecha asesinado por guerrilleros tardíos, lo veo como un Saruman que se cree Gandalf.

La historia empieza con dos personajes secundarios, sacados de la picaresca del Siglo de Oro Español: el periodista ventajero Giorgio Carrillo y la diputada Marta Isasi. Pícaros sin suerte. Y termina con la entronización de Sebastián Piñera, el personaje casi japonés que sabe triunfar al fracasar.

De todo se levanta, ninguna caída es definitiva.  En este relato Piñera es como esos personajes de Schwarzenegger o Bruce Willis que los dan por muertos y vuelven a levantarse siempre.

El agonista de esta historia, Pablo Longueira, el otrora joven promesa de la derecha que creyó llegar su hora cuando su rival lo nombra ministro solo para que se destruya solo, es lo contrario: al triunfar, fracasa.

En sus análisis, Tromben es insultantemente culto, pero no alardea de eso: al final cita y analiza en el mismo párrafo a Sigmund Freud y a Nicolás Maquiavello para dar espesor a ese extraño personaje de la derecha chilena.

¿A quién se le hubiera ocurrido hacer una novela de no ficción, un relato de periodismo literario, con los avatares de las leyes que regulan la pesca en Chile? Carlos Tromben lo logró. El libro se lee de un tirón y cuenta mucho más de lo que aparentemente abarca: es la política chilena vista con mucha sutileza y profundidad.

Para entender por qué alguien tan extraño como el actual y reforzado presidente Sebastián Piñera ha sido capaz de unir los reinos de la derecha en este país, para entender las oscuras relaciones entre el poder político y los grandes grupos económicos (que no son 7 familias, como dice el mito, sino algo mucho más complejo), en este libro está la respuesta.

Y además, es una delicia de lectura.

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28 de mayo de 2018
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Esas mujeres florero

Rosalía Iglesias, esposa de Bárcenas, dijo al juez: “Todo lo que hace mi marido me parece bien”. “Mi marido”, en cuántas ocasiones he escuchado mascar esa expresión con calma golosa, igual que los que fuman a gusto y hacen anillos de humo. Calladas y risueñas, nunca hablan primero, y si lo hacen tan sólo apostillan lo que dice él, el, el tipo más cojonudo de la mesa. La historia sentimental de nuestro país está forrada de maridos portentosos, más listos que el hambre, que se han ocupado de las matemáticas en exclusiva. Hombres que no sólo las enamoraban y les ofrecían protección, sino que también las anulaban. Auténticos caballeros que les permitían alargar su minoría de edad mental y les procuraban una tarjeta de crédito ilimitado, propia del estatus de “mujer de” al cien por cien.
Así titulaban los periódicos en los noventa, cuando Blanca Rodríguez-Porto, aún casada con Luis Roldán, entraba en la cárcel para cumplir cuatro años. En todas las portadas, la doctora de los abrigos camel fue siempre “la mujer de Roldán”. Condenada por un delito de encubrimiento y otro contra la hacienda pública, su marido la mandaba –junto a su madre y a sus hermanos– a abrir cuentas bancarias en Suiza. Utilizaba la excusa de que, por cuestiones de seguridad, él no podía hacerlo. Y la suegra, Josefina Pérez, y los cuñados, tan habituados a la vida misteriosa de Roldán, que siempre andaba con secretos, lo creyeron, según contaron en el juicio.
“De todo esto se ocupa mi marido”, dicen, ejerciendo de mujeres sumisas y complacientes, perezosas de pensar por ellas mismas, femeninas siempre, que no feministas. “Yo sólo hice lo que me mandaron”, repiten con insistencia. Un amor ciego y sordo, obligado. La más osada que recuerdan las hemerotecas es Pilar Gómez-Reyna, presidenta de Gescartera, que estafó 200.000 millones de pesetas: “Le dije: ojo, no quiero poderes, quiero ser un florero; a mí no me importa ser una mujer objeto”. El tribunal del caso Gürtel se ha mostrado inflexible en no reconocer a las esposas de Correa o Bárcenas la categoría de mujeres de juguete, atributo que las “relegaría a poco más que un simple objeto”, algo que “no debe consentir el tribunal” .
En tiempos en que las nuevas princesas entran solas en el templo para casarse y suprimen el voto de obediencia al esposo, emergen de detrás de los exministros corruptos de Aznar una colección de mujeres taciturnas, con gafas, que afirman que no se permitieron pensar por sí mismas. Sin duda se trata de una estrategia de defensa –que en el pasado ha conseguido un notable éxito–, pero los avances en materia de igualdad y la pionera sentencia del Gürtel, que invoca la teoría de la ignorancia deliberada, amenazan con fulminarla de la jurisprudencia. Sin duda es una buena noticia para la igualdad, también un aviso para navegantes antes de estampar una firma por amor, o lo que aún es peor, por deber, y acabar como un florero entre rejas.
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28 de mayo de 2018
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Universo y cuerpo de la lengua

Somos lenguaje, aunque primero fuimos células. Luego nacimos como animales hasta que nos convertimos en humanos atrapados en una red de significados vueltos memoria. Si hurgamos en nuestros primeros recuerdos comprobaremos que están íntimamente relacionados con el tiempo en que aprendimos a esgrimir la lengua, a nombrar el mundo y sus cosas. El habla es el núcleo de la memoria.

Clarice Lispector inicia La hora de la estrella diciendo que “todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula le dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria estaba la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé cómo, pero sé que el universo jamás comenzó”. Del mismo modo, es imposible recorrer la línea completa que nos lleva al origen del lenguaje y su universo atemporal de signos. Algo que asumimos como si siempre hubiera estado ahí.

La relación entre los recuerdos y el lenguaje define no sólo a la identidad sino también la posibilidad de explicarla. Así, además de ser universo el lenguaje también nos crea como sujetos. Estamos hechos de palabras y la escritura es el ADN que le otorga raíz a nuestro cuerpo textual, ese espejo mutable de lo físico y su oralidad también mutable. No por nada la lengua se llama lengua: músculo con que articulamos texto y cuerpo. Un signo dijo sí a otro y nacieron los idiomas. En este sentido, intentar transformar intencionalmente la potencia del cosmos idiomático resulta banal. Cuando se pone de manifiesto la angustia ante el futuro de la lengua; cuando se arrojan amenazas sobre la estabilidad de la gramática y el miedo a la revolución digital acusa la simplificación del idioma; cuando los defensores de la pureza se asustan ante la invasión que otros idiomas hacen de la lengua española o cuando las campañas de lo políticamente correcto apuestan por defender derechos de género en el terreno del lenguaje, vale la pena preguntarnos: ¿existe el derecho a hablar como hablamos? En palabras de Leopoldo Valiñas, la respuesta está en decir que más que pertenecerle a la lengua, el léxico pertenece a los hablantes. Ahí radica su potencia incontrolable.

Al igual que todos los idiomas, el español es el resultado de la prostitución de las lenguas con que se anuda su tejido. La moneda de intercambio que representa un idioma pasa de voz en voz hasta convertirlo en otra cosa, ya sea lengua culta, slang o un nuevo idioma. El peso fundacional del latín transformado en lenguas romances fue producto de un intercambio lento con los dialectos locales. Del mismo modo la relación del español con el árabe o el náhuatl, el catalán o el inglés, tuvo su sino en el idioma que, siendo el mismo, es tan distinto en los más de 22 países donde se habla español. Lo local enriquece a lo global del mismo modo que la cultura popular global se esparce en cada rincón del planeta. La revolución digital no será la excepción: como sucedió con el tren de la revolución industrial, nadie podrá detenerla, incluidos los vagones del lenguaje. En este sentido, tengamos claro que el devenir del habla y la escritura no es una dialéctica sino una transformación en continua expansión y contracción simultáneas: como un vientre pariendo, por eso se llama lengua materna. El miedo a la perdida de la pureza se cura revisando la historia de los idiomas; la gramática (que pertenece al ADN de la escritura) tiene su propia epigénetica, es decir, factores externos que modifican la información que nunca es fija porque el lenguaje escrito y hablado son materiales volátiles que siempre se transforman.

Cuando lo políticamente correcto cruza el espejo del lenguaje, suele aparecer del otro lado convertido en algo parecido a una guerrilla conservadora.  El derecho a hablar como hablamos entiende al lenguaje de género como una imposición de diseño cuya verdadera batalla está en otro lado, afuera del espejo, en el terreno de las cruzadas que garanticen la igualdad en la diferencia. Tanto se equivocan quienes acusan al feminismo de enemigo de la literatura, como quienes pretenden modificar genéticamente un cuerpo en movimiento perpetuo como lo es el idioma. Los defensores del discurso los-las quizá obtengan un triunfo en el discurso político, pero no en la cotidianeidad. Su pretensión de ganar batallas fáciles por encima del enorme reto de construir la igualdad, en realidad se traduce en la vía más cómoda para abstenerse de producir el cambio social trazado por el propio feminismo, cuya revolución fue la más poderosa del siglo XX. En este tema quizá sería bueno hacerse un par de preguntas para el futuro: ¿Subrayar la diferencia anula la diferencia? ¿Alargar las frases en aras del reconocimiento de lo femenino y lo masculino es un gesto de igualdad o en realidad es una reivindicación que no tiene muy claro en qué palabras poner su acento? En cualquier caso, el idioma no es el enemigo.

Pensemos en un ejemplo que viene del inglés. Para cambiar la Historia habría que lograr que también se dijera Herstoria, para terminar con la cultura patriarcal no hay que fabricarle un doble en femenino sino edificar espacios sociales cargados de la habilidad femenina y la potencia y el ambiente que es capaz de producir ¿Debemos censurar el derecho a hablar como queramos? La libertad nunca es una forma de control. De las tres misiones de la RAE (limpia, pule, da esplendor) la última es la más flexible y la que más genes de futuro tiene. En este sentido, recordemos que, como sucede en la armonía del universo, lo que es flexible no se rompe. Así sucede también con el lenguaje y el idioma. El nuestro es un universo de universos que se sostiene en la punta de cada lengua que lo habla.

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24 de mayo de 2018
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La Tulipe y demás

LA TULIPE Y DEMÁS

José Luis Falcó presenta a Ferrer Lerín
Universidad de Valencia 06/05/09

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Julio/Agosto de 1980. Calima sobre Madrid: 39 grados. Un reloj de arena en la garganta. Flaneur de los libros reconvertido en antólogo. ¿Qué fue de mi vida? Primeras entrevistas, charlas. Discusiones con Fanfán. A punto estuve de romper el pacto. Por fin, cede la doncella. Una antología de poemas, no de autores. El orden deberá ser el de su publicación, de la publicación de cada uno de los poemas seleccionadados.(Telón de fondo). Cada lector reescribe la historia literaria. La hace suya. La alucina. Se la inventa. Todos los poetas saben que también son sus lecturas. La experiencia vivida y la simbólica llenan todos los poemas y libros de la Biblioteca Nacional. Pero, ¿por qué nacional? Fanfán y Omar llegan a un acuerdo. Cede la doncella de nuevo y la pareja, asfixiada, sube por Claudio Coello como una sola serpiente de papel. En esa calle histórica tiene su sede la Editorial Alhambra. El flaneur no recuerda un edificio menos parecido al Lazarillo. El ascensor funciona. Se firma el contrato definitivo. La decisión: Fanfán se ocupará de las relaciones públicas y Omar será el machaca.De acuerdo. A las nueve en punto, cada mañana, Omar llega en góndola a la puerta de la Biblioteca. Una pareja de monjas civiles custodian la entrada. Tras el registro, la gran sala: algo así como un campo de fútbol repleto de archivadores. Cada noche, a las nueve en punto, sale Omar y cruza medio Paseo de Recoletos. Sólo medio. Un banco nunca está lejos. Omar se tiende un buen rato en el primero que encuentra cada noche, hasta volver a casa de Fanfán. Fanfán, ¿qué hacíamos tú y yo antes de conocernos? Lerín tiene que estar en esta antología, dice Omar. Nadie me sabe dar su dirección. Nadie parece tampoco tener el primer libro de Francisco Ferrer Lerín, De las condiciones humanas, publicado en 1964, aunque escrito en el sesenta y dos. En la misma colección en la que Gimferrer había publicado Mensaje del Tetrarca. Sospechas. Infundaciones. Pero Omar se enterará veinticinco años más tarde. Al final de todas estas pesquisas, alguien, tal vez Talentos, me proporciona el teléfono de Lerín. Al parecer a Talentos se lo dio Félix Lengua de Cal. Pero no recuerda, no recuerdo. Este número es el de Jaca. Allí está ahora Paco, le dice, le dicen. ¿Por qué en Jaca?. Clero y ejército. Fronteras. La leyenda "Lerín" ya se había extendido. Omar vuelve a Lixia y desde allí logra hablar, no más de cinco minutos, con Francisco Ferrer Lerín: el permiso para que sus poemas puedan ser publicados unos meses después, en 1981, bajo el título Poesía española contemporánea (1939 1980). Selección, estudio y notas de Fanny Rubio y José Luis Falcó. Se publicó con una extensión que fue aproximadamente la mitad de lo que era. La parte del "Prólogo" atribuido a Omar fue manipulada. ¿Por quién? No asistí a la presentación. Omar leyó a Lerín en 1971: La hora oval, en la colección de poesía Ocnos. No había olvidado aquella lectura, ni el título. Lo que encontró en La Oval: unos poemas que esperaba hacía tiempo. Durante su adolescencia había probado un poco de todo. Es un decir. De Thomas Man a Pío Baroja, de Salgari a Valéry, de Campoamor a Tristan Tzara porque la fiebre canta en los alambres mentales. De Joyce a Cernuda. Y Unamuno. Se había enamorado perdidamente de algunos poetas surrealistas encontrados en Antología de la poesía francesa contemporánea, del poeta Manuel Álvarez Ortega, cuya poesía fue entonces de su agrado. Y de los manifiestos surrealistas de Breton. Del amor loco. Y de Artaud. Pero también de Apollinaire y Larrea: Por las carreteras cinemáticas/en aquel automóvil,/ íbamos filmando. Y del gesto pugilístico y suicida de Cravan. Golfo de México. Tal vez encontró en La hora oval, decía, lo que estaba esperando y que los novísimos, pese a la memoria mancomunada, pastiches y collage, no le habían ofrecido. Al menos, no del todo. Se encontraba delante de una poesía que le pareció radical como el deseo y no una especie de amalgama reciclada (eso sí, muy bien reciclada, aunque confusamente presentada): una amalgama que, en general, carecía de aquel espíritu vanguardista que por entonces le atrajo. Aunque la vanguardia, piensa Omar que se dijo Omar, puede que sólo sea una un estado de ánimo. Un carácter. Una mirada. El ojo. No, con ello no pensaba ya en las vanguardias históricas, sino en la posibilidad de escribir, en el marco de las décadas del sesenta y setenta, desde una mirada nueva, desde un punto de vista (es decir, desde una moral) vanguardista, desde un territorio de libertad y humor, (el humor, ese motor del mundo, dice Lerín), suficientemente alejados de paradigmas congelados y cánones y artificios. Amén. Seguramente fue eso lo que Omar encontró entonces en aquella primera lectura de La Oval y por eso quiso que Lerín estuviese en aquella magna antología. ¿Sólo por eso? Olvidaron mi acento./Borrada la andadura/Quemaron mi nombre. Suficiente, desde luego, pero no sólo. Más tarde, Fanfán, El tiempo y una mujer nos separaron. En posteriores lecturas de La hora oval, fue encontrando más cosas. La calle de la risa, pero también El consejo de los rostros. Y entonces le gustó especialmente la confusión genológica que la poesía leriniana había levantado. Revulsión. Mascletá. De hecho, Omar explicaba genología. (Cuánta aspereza, ya entonces.) El tiempo y una mujer nos separaron. La fantasía conquistada. Críticos y Abogados de pleitos divinos ¿Cómo debe leerse lo que ha publicado Lerín bajo el rótulo poesía? ¿Como poesía? ¿Como relato? ¿Como texto dramático? ¿Como guión cinematográfico? ¿Como qué? ¿Y cómo leer Níquel, la novela de Lerín? Definitivamente, ¿por qué "se debe¨? En aquel tiempo sedujo a Omar una ilusión: leer los textos como textos, como propuestas abiertas no sólo al Dios del Sentido, sino también a su ubicación o no en el marco imposible de los géneros literarios. Chata genología. Noches lúgubres. Cadalso. La Celestina. Noticias de yerros cometidos en olor de santidad, leyó en Lerín. Dicen que la luna es el sol de los pobres. Pues bien, tuvieron que pasar años para que aquel desterrado espía publicara un nuevo libro en el que seguía persiguiendo y anotando crímenes y metamorfosis. Dieciséis años más tarde, aparece Cónsul. 1987. Omar no sabe todavía si se trata o no del libro más maduro de Ferrer Lerín, como se ha dicho. Tal vez sí, pero en ¿qué sentido? Tampoco ve muy clara esa "nueva" unión entre bios y grafos, pues piensa, pensó, que estuvo en la poesía leriniana desde el principio. Bueno, quizás ahora más explícita. Bios y Grafos. Hay algo así como dos tipos de poetas: los que escriben para saber algo de sí mismos y del mundo, y descubrirlo a través de su proceso, y los que, antes de ponerse a escribir y al ponerse a escribir, ya lo saben todo. Lo que no se explica Omar es el porquéparaqué de estos segundos. ¿Para terminar conta.constatándose? Poema es esto y esto y esto. Y esto que nace en mí en calidad de entrega, que existe porque existo. Y porque ambos podemos dejar correctamente de existir. La experiencia de la escritura y no sólo la poesía de la experiencia. Oí gritar Frenk Frenk y comprendí de qué se trataba. La imaginación de Lerín es singularmente poética. Creadora. Basta con echar un vistazo a cualquiera de sus libros y padecer la angustia de lo original más que la de las influencias. Lerín desterrado de Siete novísimos poetas españoles. ¿O es quizás por eso? Sí y no. Sí, por la época, el lugar. Y no, porque Lerín escribe desde su cuerpo, desde la patrística iconoclasta que él mismo ha levantando. El cuerpo es el territorio de la memoria. En él están tatuadas las huellas de todos nuestros pasos. De ahí a los versos de "Homenaje a Perse", que está en el pórtico de Las condiciones humanas : Pero si prefieres balancearte con los remolinos del nuevo día / asciende a las cimas donde sólo reina el olvido y tus pasos serán descontados. Olvidar para escribir. Escribir los pasos descontados. La escritura como metamorfosis. La metamorfosis como crimen. Siempre hace falta un muerto. Su cadáver. Aquí está apoyada la vieja máquina Kodak. Instantánea. Pero ya me he referido, líneas más arriba, a todo esto. Claro que Omar sólo pudo leer completo el primer libro de Ferrer Lerín, De las condiciones humanas, cuando apareció la recopilación de su poesía en 2006: Ciudad propia. Poesía autorizada. El primero como el último, Papur. 2008. El imperativo biológico de la poesía. Parecidas sensaciones que las de la primera vez, cuando me entregué a La hora oval, piensa Omar. Es decisiva esta caricia. Lírico y burlón, lo dijo Corredor. Qué años cuando corría por la era. Lerín y los neologismos. Palabras inventadas, derivadas. Y su enciclopedia ¡Túa! La fantasía de otra tradición. ¡Qué cielo más alto¡ Y por fin conozco a Lerín. En Jaca. Me habían invitado a participar allí en un curso urgente de verano: Poesía contemporánea: convergencias y divergencias 10, 11 y 12 de julio. Fui y fue. Pero lo que Omar quería era conocer a Lerín. Tuvo suerte. Una mañana, en medio de una de las clases. Sigiloso. No sé por qué, ya no nos separamos durante los días que estuve allí. Me llevó al Casino, seguramente para alimentar su leyenda de tahúr. Me enseñó los agujeros que habían dejado las balas de un guardia civil friolero (¿o fue un militar?) en las paredes de uno de los salones. Supe que su madre se apellidaba Lerín Falcó (como Omar) y tuvo la amabilidad de enviarme, en adjunto, el "Recuerdo de la Primera Comunión" de María Luisa Lerín Falcó, celebrada el 4 de mayo de 1924. Y más cosas. "Guárdeme usted el secreto, pero en realidad soy espía", le había dicho a alguien en Jaca hacía tiempo. Casualidades. Azar objetivo. Me gustaría creer. Termino. Omar les deja ahora con uno de sus poetas preferidos y con un estupendo amigo. Lengua de cal dijo una vez que todos deberíamos tener en casa un poeta como Lerín, aunque sólo fuese para alegrarnos la vida. Así que aprovechen la oportunidad.

 

 

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23 de mayo de 2018
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Fuera de África

Una confusión se ha suscitado con motivo del estreno de ‘Un sol interior' (‘Un beau soleil intérieur'), que en más de un comentario era descrita como adaptación libre del libro de Roland Barthes ‘Fragmentos de un discurso amoroso'. Aunque alguna de las notas de la propia directora Claire Denis publicadas en la información de los cines donde se proyecta lo aclaran, nada mejor que recurrir a la literalidad de una memorable entrevista a dos voces, la de Denis y la de Bruno Dumont, realizada por el crítico francés Jacques Mandelbaum y aparecida el 18 de mayo de 2017 en Le Monde al ser presentados en el festival de Cannes de tal año las últimas películas de ambos cineastas, vinculados en cierto modo formalmente. Preguntada por su posible tendencia a las adaptaciones literarias, Claire Denis afirmaba que en este caso ella nunca pasó del "estadio de la tentación" en la que sí cayó dos veces antes, sobre todo en el que para mí sigue siendo su mejor título, ‘Beau travail' (1998), trasunto no explícito pero tampoco disimulado de ‘Billy Budd', tanto la novela corta de Herman Melville como la ópera homónima de Benjamin Britten, homenajeada por la inclusión en la banda sonora de pasajes de la música compuesta para el teatro. El tentador fue Olivier Delbosc, productor que le sugirió tomar como base de un libreto fílmico una parte del riquísimo léxico erótico en ochenta palabras de encabezamiento y sus correspondientes capítulos de los citados ‘Fragmentos', lo más cercano a la literatura narrativa del gran escritor que fue Barthes; la directora atendió a Delbosc no muy convencida, sin que hubiese manera de proseguir en el empeño, pues los herederos del ensayista se negaron a ceder los derechos, con lo que Denis y su co-guionista la escritora Christine Angot tomaron otro camino, reteniendo, dice la primera en su mencionado diálogo con Dumont, la idea capitular y el recuerdo del término "agony" asociado por Barthes al estado amoroso, "una especie de sufrimiento benigno que es menos terrestre, más novelesco que la agonía".

Lo peor de ‘Un sol interior' no es su forzoso alejamiento del libro que dio mal pie al proyecto sino la escasa entidad de lo que vemos y oímos en la pantalla. Denis ha referido en otra entrevista que, una vez descartado Barthes, le propuso a Angot lo siguiente: "No tenemos mucho tiempo. No tenemos mucho presupuesto. Vamos a filmar tus palabras". Angot tiene cuando menos dos buenas novelas, ‘Una semana de vacaciones' y ‘Un amor imposible', pero su lapidaria verbalidad, de molde confesional y a menudo lacerante, no encuentra aquí un satisfactorio correlato a la acumulación coital, sobrellevada con tanto pundonor como impudor físico por Juliette Binoche en una de sus prestaciones cinematográficas menos consistentes. Como admiro a Angot y a Denis y aún más a Binoche, se me ocurre, y quizá no pase de ser una veleidad geográfica, que el fallo de esta película es que trascurra en Europa: de las seis que conozco, las excelentes son las africanas, ‘Chocolat' (1988), la citada ‘Beau travail' y ‘White Material' (2009), primera obra suya que tuvo estreno en España con el título de ‘Una mujer en África', resultando también fascinante ‘L´intrus' (2004), que, localizada en una Suiza fronteriza y llena de sombras fugitivas, se desliza en sus sorprendentes pliegues narrativos hacia un polo norte quizá onírico y un polo sur tropical en Tahití. Así que yo diría, en mi conjetura, que los territorios extranjeros inspiran a esta directora francesa nacida y criada hasta su mayoría de edad en el continente africano, siguiendo los destinos de su padre, geógrafo al servicio del gobierno galo, y que la mirada foránea y transeúnte adquiere en su filmografía mucho más relieve que el punto de vista femenino.

Su primera obra, ‘Chocolat' (1988), evocaba de modo impresionista, cómico y ya erótico el Camerún de sus años de infancia, volviendo de nuevo a un marco colonial, más indeterminado, en ‘Una mujer en África', donde el talante acre y afligido de su protagonista María Vial prolonga la curiosidad infantil de la Marie France niña de ‘Chocolat'; en cierta medida María Vial podría ser, con treinta años más, una Marie France que ha decidido no regresar a Europa, se ha casado con un blanco de su país, ha plantado cafetales y, en medio de las guerras civiles y las rupturas amorosas y familiares, no quiere eludir su destino africano. El color de la piel humana importa en el cine de Denis, quien con frecuencia destaca la desnudez de los hombres, no siempre bellos ni jóvenes; la piel es más que el alma para esta declarada enemiga de la psicología, "repelente napalm que todo lo mata".

Volviendo a ‘Una mujer en África', película nada tranquilizadora ni condescendiente en el tratamiento del tema racial (en ese sentido y en algún recoveco argumental hace recordar la obra maestra de Coetzee ‘Disgrace'), sus personajes expatriados y extraterritoriales, tan del gusto de la directora, puntean la historia de una deriva, de un enfrentamiento a la violencia, cansados de su resistencia o su lucha y sujetos al recelo que produce la materia blanca (‘White Material', título original del film, es como llaman un tanto despectivamente los nativos a los colonos) en un continente donde lo negro fue, durante muchos siglos, pura materia desprovista de espíritu.

Por redondear mi tal vez veleidosa cábala, el gran momento de ‘Un sol interior' es el desenlace, altura en la que los senderos del relato se bifurcan. Dejando por un momento a la absoluta protagonista Isabelle (Binoche), la cámara enfoca un automóvil parado con una mujer atribulada dentro (Valeria Bruni Tedeschi) y un hombre que cierra la portezuela y se despide (Gérard Depardieu). El hombre es un vidente, y la escena final, que se entremezcla con los títulos de crédito, da un golpe de autoridad en un film hecho de borradores. Filmada en largos y frontales planos/contraplanos, la potencia de la ficción reluce en esa escena dialogada: el adivino elocuente vaticina un futuro mejor al otro lado de la realidad, cuando la tiniebla se va y sale el sol, un sol que sólo puede nacer de nuestro interior. Y Juliette Binoche, transfigurada, lo hace brillar para nosotros, espectadores deseosos de una revelación, un alivio o al menos un calor que, en efecto, nos llega de ella. Estos breves minutos de cierre entran en una dimensión incógnita, el país de lo que queda por conocer. Isabelle abre con su sonrisa plácida la puerta de acceso a él, y así confiere un sentido a una película que antes anda perdida sin encontrarse a sí misma.

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23 de mayo de 2018
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