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Me narro, luego existo

Harold Bloom dice que los personajes de Shakespeare cambian cuando se oyen a sí mismos hablar: como si la formulación oral, este relato que los personajes hacen de sus circunstancias, fuese el comienzo del pasaje al acto, a la concreción de lo que hasta entonces sólo había sido cavilación –a la transformación de lo real.

Me acordé del asunto leyendo el nuevo libro de María Fasce, A nadie le gusta la soledad. (Cualquiera que titula un libro con una frase de Murakami tiene ya medio ganada la batalla por mi estima.) Los cuentos son muy diferentes entre sí, los protagonistas pueden ser hombres o mujeres, pero todos comparten esa intuición que me mandó de regreso a casa Bloom: la de que necesitamos contarnos a nosotros mismos, narrarnos, para empezar a creer que lo que nos está ocurriendo es verdadero.

" 'Mamá va a lavarse la cabeza' siguió Lucía sin mirar los osos cubiertos de espuma. Desde que Felipe había nacido, mucho antes de que pareciera entenderla, se había convertido en una relatora de sí misma. 'Ahora mamá se seca' ", dice la narradora de El gato. En esa madre que traduce sus acciones para beneficio del niño se resume uno de los impulsos más propios de la especie: el de contarnos para entendernos, y para que nos entiendan. Siempre pienso que la definición homo sapiens sapiens es más bien equívoca, porque no somos la única especie que razona y porque tampoco hacemos lo que se dice un gran uso de los silogismos que, según se presume, nos distinguen tanto; basta con mirar el estado del mundo para advertirlo. Yo prefiero pensar que somos homo narrandis o algo así, porque recién descubrimos que había algo valioso, digno y hasta encomiable en nosotros –las cavernas están llenas de pinturas sobre nuestras proezas iniciales- cuando empezamos a narrarnos.

Leer a Fasce es una experiencia placentera. Sus personajes siempre están en tránsito, lo cual es una forma de decir que nunca están del todo en ninguna parte: entre Argentina y Europa, entre una estación y otra –como el personaje del cortazariano El tren-, entre la deriva del navegante solitario y las demandas del amor y de la sangre. Gente más o menos común, que al escucharse contar su propia circunstancia –al convertirse en relatores de sí mismos, como la mamá de Felipe- empieza a sospechar que puede haber algo de extraordinario, y de irrepetible, en su por lo demás simple existencia.

La contratapa del libro asevera que, según Le Monde, la pluma de Fasce es “elegante y ligera”. Yo estoy por completo de acuerdo. Imagino que María debe haber dado un salto al leer esos adjetivos –le habrán parecido soñados-, y que un instante después, dado que comparte el humor seco y autodeprecatorio de sus personajes, debe haber comenzado a dudar de su propia existencia.

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17 de mayo de 2007
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LOS MALOS PAGAN LA CUENTA

Como en las viejas novelas latinoamericanas donde la selva pare personajes siniestros, señores y de horca y cuchillo, terratenientes despiadados, traficantes sin hígado, un hacendado de Anapú, en los confines del estado de Pará, la amazonía de Brasil, mandó a que unos sicarios asesinaran a una anciana monja misionera que trabajaba con campesinos pobres, ocupantes de tierras que el terrateniente alegaba eran suyas.

Son los momentos en que la realidad se comporta como a los novelistas no les gusta, es decir, de manera maniquea. El mal encarnado en Vitalmiro Bastos de Moura, el terrateniente, y el bien en Dorothy Strang, la monja. No hay matices. La noche del 12 de febrero de 2005, dos sicarios pagados por Vitalmiro emboscaron a la religiosa de 73 años cuando regresaba de una reunión con sus campesinos, y le pegaron seis tiros. Por aquel trabajo recibieron 24.000 dólares en recompensa.

Los terratenientes de la zona, que hay otros potentados cómplices del asesinato, acusaban a la monja de azuzar a los campesinos a tomarse tierras, y pusieron precio a su cabeza. En las historias sin matices los malos reciben siempre su merecido, y así ha ocurrido en ésta. Un tribunal de Belén acaba de condenar a Edelmiro a 30 años de cárcel, y los autores materiales y demás cómplices también han recibido sentencias. ¿Será entonces que la justicia aún existe?

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17 de mayo de 2007
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EL MAL GUSTO

Estuve en unos de los lugares con más concentración de ricos de Europa. Estuve en Marbella. Uno de los mejores climas del Mediterráneo, con hoteles de gran lujo, restaurantes de alto nivel, con las troteras y danzaderas más espectaculares del mundo, coches de alta gama, yates que parecen apartamentos duplex sobre el mar y con otros ritos del lujo que se ofrecen a precios tan desmesurados como insultantes o a precios de oportunidades por derribo.

Es Marbella una de las capitales mundiales de esconder el dinero oscuro. Es decir un lugar  que se desarrolla y crece por el dinero negro, por ser asiento y refugio de mafias y por seguir disputando la elección de ser la capital internacional de la especulación…y del mal gusto. Habrá en Marbella, los hay y yo conozco a algunos, ciudadanos con muy buen gusto. Residentes refinados, estables o visitantes. También habrá arte que merezca su nombre o bellezas que viven sin mostrarse. Me lo cuentan, lo creo.

Uno de los decoradores más elegantes, gustosos, refinados y modernos que conozco vive en Marbella. Hace décadas se trasladó a su apartamento céntrico, a sus 50 metros para vivir entre las ruinas de su buen gusto. Se llama Pepe Carleton, es de ascendencia inglesa, español de Tánger e inventor de una Marbella que ya-como le pasa con Tánger- solo existe en su imaginación. Lo que se puede ver al dar un paseo por la Marbella internacional, por la ciudad cosmopolita, por su famoso Puerto Banús, es de un mal gusto que no se justifica ni con los muchos metros de eslora de sus hermosos barcos de recreo.

¿Qué ha pasado con aquél estilo que hizo de este lugar un sitio de modernos, ricos y otras gentes del buen vivir?... Quizá es que nunca fue verdad. Nos dejamos deslumbrar porque paseaban por sus calles -dice Pepe Carleton- Audrey Hepburn y sus enamorados. O porque compraron casa Deborah Kerr y su último marido, el gran guionista y amigo de Jhon Huston, Peter Viertel. También porque era un lugar del Sur que le encantó al moderno y lúcido Jean Cocteau. El pueblo se gustaba en estas gentes que tenían estilo,  dinero y escaparate, pero también tenían secreto y vidas ocultas.

Cuando lo pequeño se hace grande, cuando el gusto se democratiza, cuando se hace popular, llega lo que Gillo Dorfles nos hizo llamar el kitsch. De ese material está edificada Marbella. Me alegro mucho haberme acercado a este mundo de ricos, de famosas tonadilleras, de horteras internacionales, de mafiosos en varias lenguas, de cuidadas calles con algunas de las más horrorosas muestras escultóricas del mundo. Marbella, tan divertido para muchos, tan agradable para algunos amigos que aquí se refugian. Tan cosmopolita, tan agraciada con el clima y tan desgraciada con sus gobernantes, es muy notable por ser uno de los más importantes museos vivos y mejor acabados en homenaje al mal gusto. Que sigue siendo un gusto muy necesario para poder comparar con algo otros gustos. Apenas le quedan del antiguo y sencillo buen gusto del pueblo de pescadores, una plaza -tomada por los paparazzis que buscan fotos en su afamado ayuntamiento- y unas cuántas calles típicas que hoy están llenas de tiendas de cualquier lugar. Una imitación con Visa Oro de aquellos poéticos pueblos de pescadores que ya sólo existen como parques temáticos de lo que una vez fue el buen gusto de los pueblos y pobladores del Mediterráneo. Esa es también una guerra perdida. No deja de ser un síntoma de estos tiempos, de estos gustos, que el tal Sarkozi cambiara sus días de descanso en monasterio en otros días en un yate de lujo y en sanas carreras deportivas con escoltas, sudores y camino sin reflexión a ninguna parte. Cualquier día le sigue en sus ejercicios espirituales el raro pensador Gluksmann, que lleva toda una gran carrera: 40 años de pensamiento débil y sin cambiar su peinado. Así sigue en el calor del ala izquierda de Sarkozy y con su pelo de paje, seguidor de los Monkees o así de raro.

Yo creo que las elecciones se ganan porque se tiene mal gusto. Porque se acierta con el gusto dominante. Que feliz regresar, dejar Marbella, dejar una de las ciudades más ricas de Occidente. Capital occidental del mal gusto. Aunque dándose una vuelta por el mundo -¡que no es para tanto!- se da uno cuenta que la batalla por la capitalidad del mal gusto está muy disputada.

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16 de mayo de 2007
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EL OJO

El vértice de la expresión se localiza intensamente en la mirada. La expresión del ojo preside la entera conformación del rostro y dirige la operación expresiva  general.

El rostro se comporta como un carromato del que tiran los ojos con una u otra dirección. El rostro es un carromato y los ojos sus  guías portantes. Los únicos elementos auténticamente vivos. Su alma flamea en torno a las pupilas donde se reúne el interior y el exterior, el impacto recibido de lo ajeno y la transformación de su recepción.

Leer la vista requiere una inteligencia descomunal porque el ojo se comporta como la inteligencia orgánica pura. Nada debe parecerle desaforado, se trate de la peripecia interior, el dolor, la lujuria o la traición.

El ojo refleja la promiscuidad del mundo y el tiempo. La detecta y la absorbe, la absorbe y la filtra en maneras de expresión. Sin cesar, el ojo produce una realidad de segundo o de tercer grado puesto que a cada estimulación directa aplica su altísima tecnología de traducción.

El ojo registra los inputs del mundo y redacta el mundo de nuevo para  las visiones siguientes. O, lo que es lo mismo, asume lo previsto o imprevisto  para reaccionar posteriormente mediante otra visión.

Del ojo puede esperarse cualquier constelación expresiva. Ha sido concebido para verlo todo y, simultáneamente, para ser visto por todos. Ha sido ideado para  llevar a la profunda oscuridad la luz extrema y, recíprocamente, para revelar la última oscuridad interior. 

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16 de mayo de 2007
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Cuando sea grande quiero…

Yo siempre supe que quería contar historias. No recuerdo tiempo alguno de mi vida en que haya deseado otra cosa con mayor fervor: nada me gustaba más que las historias –ya fuesen en formato de cuentito, de historieta, de programa de TV, de libro o de película- y nada me entusiasmaba más que la perspectiva de contarlas yo también. Pero por supuesto, hubo momentos en que consideré la perspectiva de carreras más convencionales. (Decir tradicionales sería un error: ¡la narrativa es un quehacer infinitamente más tradicional que la carrera de leyes!)

Durante algún tiempo pensé en ser médico. No es que me interesasen en particular la biología o la anatomía. (De hecho, sigo estando en problemas para ubicar determinados órganos. ¿Dónde era que estaba mi bazo?) Lo que me atraía, más bien, era la posibilidad de ayudar a la gente. Curar a alguien, salvarle la vida: a ese milagro apuntaba. Pero con el tiempo, mi falta de afinidad con los requisitos de la carrera –léase química, por ejemplo- terminó por hacerme desistir.

En otra época quise ser arquitecto. Me gustaba dibujar, y además para ser arquitecto no había que estudiar tantos números y tanta física como los ingenieros. Pero en realidad nunca fue algo del todo serio, se trataba de esos casos en que uno conoce a un arquitecto amigo de sus padres y el tipo le resulta tan culto y tan elegante que uno sucumbe a la tentación de la simbiosis. Este sueño no me duró mucho.

Más tarde quise ser, sí, oceanógrafo. Amaba a los delfines en particular (por culpa de Flipper, como todos) y al mar en general. Cuando averigüé, descubrí que acá en la Argentina había que recibirse de biólogo y punto. Si mal no recuerdo, la carrera como tal no existía. A lo sumo habría algún posgrado. (Este es uno de los tantos absurdos que entraña crecer en la Argentina: tenemos miles y miles de kilómetros de costa marítima y vivimos casi como si no existiese. ¡Si hasta Buenos Aires es una ciudad construida de espaldas al río!) Terminé desistiendo. En realidad lo que yo buscaba era una excusa para pasarme la vida en el mar, y estudiar cinco años en dique seco no sonaba a negocio. En fin, este sueño lo conservo. En el área de las aspiraciones materiales, sigo deseando comprarme algún día una casita junto al mar y un velero que amarrar al muelle. Mientras tanto me consuelo con mis excursiones de buceo.

Cuando terminé la secundaria, mis padres me rogaron que en vez de dedicarme de lleno a escribir, estudiase algo que me permitiese ganarme la vida. Supuse que el periodismo no estaba demasiado lejos de lo que yo buscaba: después de todo, era tan sólo otra manera de contar historias. Durante algunos años viví en crisis. Hasta entonces le había dado la espalda al mundo real, con el mundo de la imaginación tenía más que suficiente para ser feliz. (Y además, convengamos, la Argentina de los ’70 constituía de esas realidades de las que mejor escapar.) Con el tiempo terminé reconciliando ambas dimensiones: el mundo real me resulta apasionante, y la imaginación me resulta el mejor de los recursos para investigarlo, recrearlo, tratar de entenderlo –y de modificarlo.

Desde que me dediqué de lleno a mi vocación he sido un hombre feliz. En el transcurso de estos últimos diez años he sido muchas cosas: niño con poderes, bandolero, gigante, sicario en Medellín, Harry Houdini, detective. En estos días, sin ir más lejos, estoy siendo otras tantas cosas: soldado en el Sahara español, guerrero medieval, pirata en los Mares de Oriente, cowboy del futuro –y otra vez niño, por supuesto. ¿Por qué querría ser otra cosa cuando sea grande, si ya soy algo que me permite cumplir todos y cada uno de mis sueños?

Ya lo he dicho otras veces: la mía es la mejor profesión del mundo.

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16 de mayo de 2007
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El vendedor de divorcios

-Buenos días, he venido a ofrecerle el mejor divorcio que el dinero puede comprar.

El hombre ante mí usa una sonrisa igual a la de miles de vendedores de aspiradoras. Y sin embargo, algo en él me resulta vagamente familiar. Quizá sea su pelo engominado, o el pie que pone en el marco de la puerta para que no se la cierre. Súbitamente, creo reconocerlo. Le pregunto:

-¿Usted no es Namor Adenip, el vendedor de sepulcros?

-No, soy Namor Adenip, abogado. Antes estaba en el ramo funerario, es verdad, pero esto es más rentable.

-Así que ya no vende tumbas.

-No. Ahora vendo divorcios. Y créame: usted necesita uno. Sé reconocer a un cliente cuando lo encuentro.

-¿Y qué le hace pensar que yo...

El abogado saca de su maletín una revista Penthouse y despliega el poster central frente a mis ojos. Una rubia desnuda se extiende ante mí. Antes de que yo siga hablando, él dice:
-Según un sondeo encargado por mi bufete, el 10% de las mujeres están así de guapas. Y el varón medio soltero tiene entre dos y cinco amantes cada año. En consecuencia, a lo largo de una vida sexual normal, usted potencialmente compartirá cama con un rango variable de entre seis y quince mujeres como ésta. Pero sus posibilidades se reducen a cada año de matrimonio. Así que ¿Qué espera?

-Pero a mí me gusta mi mujer.

-Eso ahora, pero conforme pasen los años, ya se sabe. La rutina, la costumbre, el cansancio. Un día se levanta usted y ya no tiene próstata. Entonces, todo se acabó. Y habrá perdido el contacto carnal de al menos seis chicas dignas de la página central. Es muy triste.

-Oiga ¿No es un poco machista esta campaña?

-Por supuesto que no. Somos un bufete con perspectiva de género. Tenemos otra promoción de divorcios para damas. Quizá su señora esté interesada.
-La verdad, preferiría no tener que ofrecérselo.

-Ya sé lo que le molesta: la burocracia. Pues tengo el producto que usted busca: el divorcio exprés. Incluye un servicio de mensajería para que usted no tenga ni que moverse de su casa. Tan sólo le traemos los papeles y usted firma.

-No es eso. Es que esto me parece, no sé, un negocio un poco inescrupuloso.
-Entiendo: objeciones de conciencia. Ningún problema. Podemos conseguirle la nulidad matrimonial. Es un producto especial para católicos. Necesitamos que certifique que usted nunca consumó el matrimonio y listo. Es un poco más caro, pero vale la pena. Incluso le ofrecemos una nulidad matrimonial exprés, por un plus, claro.

-No sé, deme un tiempo, déjeme pensarlo ¿OK? Deme una tarjeta y yo lo llamo.

-Muy bien. Le dejaré dos, porque si convence a otra pareja de divorciarse, le hacemos un descuento del 25% en su factura. No me dirá que no es genial.

-Es... muy interesante, sí.

-Y recuerde nuestro lema: “La vida es corta. Divórciese.”

El vendedor se va. Después de dudarlo un rato, yo guardo su tarjeta. No es que quiera usarla, pero quién sabe un día. El divorcio es un momento de la vida muy especial, como el matrimonio. Tienes que asegurarte de que sea una experiencia inolvidable y, sobre todo, de compartirlo con gente como Adenip, que te quiere y te comprende.

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16 de mayo de 2007
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SAPOS, CULEBRAS Y LAGARTOS

Sobre el asunto de los castigos corporales derivados del pecado, que ésa es la idea del infierno, me he acordado del pasaje aquel cuando Don Quijote y Sancho entran en los dominios de los duques, y durante la temporada que pasan allí discurren entre ellos, sus anfitriones y la servidumbre, algunas pláticas sabrosas. En uno de esos coloquios, una de las amas de la duquesa, doña Rodríguez, cuenta de un romance antiguo en el que el trovador canta cómo metieron vivo al rey don Rodrigo “en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja:

    Ya me comen, ya me comen,
     por do más pecado había…”

No esclarece la trova qué partes comidas serían aquellas, que hay varias de ellas en el cuerpo por las que se peca, o con las que se peca. Pecados de gula, pecados de lujuria, pecados aún de mirar con ansiedad lo ajeno. Pero esta manera en que unas alimañas cumplen la tarea de tomar desquite de un cuerpo pecador, recuerda las venganzas del infierno, donde semejante tarea la han tenido de manera principal las llamas, aunque con el breve receso que les concedió el Papa Juan Pablo, como hemos podido ver.

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16 de mayo de 2007
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FUGUET EN INGLÉS

Apasionante el artículo de Alberto Fuguet en The Washington Post. Es un artículo escrito en inglés, lo que no corresponde a las costumbres de su autor. En Chile, siempre se dice que Fuguet es un novelista norteamericano. Fuguet no comparte esta opinión. Se dice, se reivindica como autor chileno. Y niega ser un bilingüe a pesar de poner muchos posts en inglés en su blog.

Fuguet es un caso de esquizofrenia: tiene un lado gringo y un lado chileno. Le va mejor el lado chileno por ser una conquista suya pues su primer idioma fue el inglés de California. Hoy habla del inglés como de un “paraíso perdido”, lo que es una mentira. Un paraíso perdido es perdido para siempre. Fuguet tiene la posibilidad de volver a su paraíso. Al revés, me parece de una gran franqueza reconocer que su idioma de escritor no es un idioma puro. La lengua del escritor es la lengua que se utiliza para hacer trampas, mentir, callar y sobrevalorar.

Mas allá, hay varias omisiones en el testimonio de Fuguet:

1. Fuguet no dice lo obvio: habla un tercer idioma, pues conoce muy bien el lenguaje del cine. Aun más: intenta utilizar este idioma en los libros, como en Cortos, su libro de “collage”, estimulante y decepcionante a la vez.

2. Fuguet no trata la pregunta clave: ¿cuáles son las calidades de cada idioma en el momento de transmitir algo al lector? El castellano tiene todavía una dimensión retórica, una cara de idioma de hidalgos anacrónico a pesar de los esfuerzos de Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez o Roberto Bolaño (cada uno, a su manera, y con un éxito distinto, consiguió romper el molde de la retórica fabricado en la vieja Castilla).

3. Fuguet no es un escritor gringo tipo “escritores chicanos”. No me imagino su presencia en un blog como La Bloga. La cultura del spanglish es una miseria; dentro de una generación será un yacimiento de invenciones, por el momento me parece un pozo sin fondo. No hay nada peor que los escritores confundidos entre dos idiomas, dos culturas, dos aproximaciones a sí mismo y una falta de identidad.

4. Último punto: estoy celoso. Fuguet tiene gran talento para vivir en dos culturas sin detenerse nunca en la frontera.

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14 de mayo de 2007
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El aire y el espacio

Santiago Vaquera es uno de esos amigos que no quieres perder. Si te casas, atraviesa el océano para asistir. Si llegas a EE. UU., conduce seis horas para buscarte en el aeropuerto, y otras seis de regreso contigo. Estoy seguro de que, si me perdiera en lo más profundo del Sahara, llamaría a Santiago y él vendría a rescatarme en su Mini verde. Eso es amistad.

Con él, visito el museo Smithsoniano del aire y el espacio en Washington. Al principio, no me seduce el plan. Conozco esos museos con maquetas de los aviones y miniaturas de los cohetes. Son aburriditos. Pero el Smithsoniano es diferente, porque tiene LOS aviones y LOS cohetes, in situ.

Hay un Messershdmitt con una esvástica. Y cápsulas espaciales. Puedes ver el wáter de un astronauta. No una copia del wáter, sino el wáter mismo en el que evacuó la estación espacial internacional. Está el Barón Rojo. Y un bombardero. Y el Espíritu de San Luis. Colgados del techo. Hay un simulador de aterrizaje. Y un McDonald's. Y un cine IMAX.

Entramos al cine a ver Operation Red Flag, un video educativo en pantalla hipergigante. El protagonista es un cadete de la aviación norteamericana que narra su primer ejercicio de combate con una fuerza internacional. Tiene mucha mística porque él es hijo de un aviador que peleó creo que en Corea y nieto de otro de la Segunda Guerra. Constantemente recuerda las lecciones de su padre sobre América.

Las cámaras del documental están puestas sobre todo en los aviones. Ves un combate aéreo como si estuvieras ahí, atosigado por esa pantalla gigante, las bombas explotan frente a ti, tienes que tomar decisiones porque te van a derribar, saltas en paracaídas y eres rescatado por una misión de bombarderos. Es muy intenso.

Al final, el cadete cumple la misión con éxito. Pero te explica que eso no es lo importante, que lo mejor ha sido la camaradería lograda por esas personas, hombres y mujeres, negros y blancos, hispanos, unidos en el proyecto común de proteger el mundo libre. Qué bonito, caramba. Cómo me emociono. Sólo al final te dicen que el video es real, que él no era un actor, sino un piloto hijo y nieto de pilotos que ha participado en la operación Libertad Iraquí.

Después de la película, volvemos al museo, y esos cohetes, y esas bombas, y esos torpedos, no nos parecen Challenger ni hidrógeno ni Tomahawk. Nos parecen espadas para defender la libertad y la democracia, pero sobre todo, para conducir aviones de guerra y dispararle a cosas y conocer chicas en los cuarteles militares. Guau.

El caso es que me he enrolado en las fuerzas de Liberación norteamericanas; mañana parto. Mis siguientes blogs serán escritos desde algún sector de Afganistán, pero la situación está un poco inestable, quizá nos desplacemos hacia la frontera. Todavía no he podido ser piloto, pero de momento me dejan ir como subalterno para ver si me aclimato. Luego ya iremos viendo. Santiago no se quiso inscribir, pero yo creo que se equivoca. Te la pasas bien ahí. Yo he visto los comerciales.

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14 de mayo de 2007
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Soy leyenda

Hablando de historias familiares… (Cuando uno enciende el motor, no hay quien lo pare.) Una de las leyendas de mi familia es la de los diez meses de mi concepción. Según cuentan, mi madre tenía fecha de parto para diciembre de 1961. Pasó la Navidad, y nada. Llegó el Año Nuevo, y nada. Como me correspondía el rol de primer hijo y de primer nieto y de primer sobrino, la ansiedad familiar se multiplicaba. Buenos Aires en enero es un horno: vaya calvario el de mi madre, ¡embarazada de nueve meses y fracción! Para colmo los chequeos confirmaban que la criatura seguía tan campante en su océano privado, sin deseo evidente de pisar la playa. Pero a fines de enero hasta los médicos se pusieron nerviosos. Quizás porque habían hecho mal el cálculo de las fechas, como piensa mi padre. (Un posible error del que, en todo caso, ya no existen pruebas materiales. Lo cual abona el territorio de la leyenda.) O quizás porque se asomaban a lo inefable, al hecho para el cual carecían de explicación. Lo único cierto es que, al llegar las últimas horas de enero, decidieron sacarme por la fuerza. Maldita cesárea. Durante algunos meses lloré tanto, que mi madre se rindió: se limitaba a llorar conmigo noche tras noche. Años después, mis hermanos nacerían de parto natural.

              A nadie de mi familia le extrañó ya que yo fuese un desubicado a perpetuidad. Aprendí a leer demasiado rápido y a andar en bicicleta demasiado tarde. Fui padre sin haber dejado de ser niño. Empecé a hacer deporte cuando todos abandonan. Los guionistas me consideran un escritor, los escritores me consideran un periodista, y los periodistas… Ugh. A esta altura, todavía no aprendí a hacer globos con el chicle. Ya tendré tiempo en el geriátrico. Lo único que espero es que cuando llegue el momento el globo no se me escape, llevándose mi dentadura a un vuelo transpolar.

            En su momento me causó mucha gracia un sketch del viejo programa televisivo de Tato Bores, en que una mujer –la actriz Gabriela Acher- toleraba a duras penas un embarazo que llevaba años de gestación. Trataba de convencer a la criatura por todos los medios, pero no había caso: cuanto más aprendía el niño del mundo exterior, menos quería salir. Durante mucho tiempo me pregunté si mis razones habrían sido similares, si la perspectiva del mundo frío y cruel que me reclamaba habría jugado su parte en mi resistencia al desalojo. Para recordar lo que pensaba entonces debería someterme a hipnosis. En todo caso, hoy me siento muy contento de haber nacido. Aunque más no sea porque nacer es la condición sine qua non para la existencia de las historias, que constituyen la sal de mi vida. Por algo Dickens eligió esas palabras para titular el capítulo inicial de David Copperfield: “Yo nazco”, así en presente. Aunque no figuren impresas en los libros, esas palabras y sus módicas variantes (yo, él, nosotros) constituyen el principio tácito de todas las narraciones.

            Y ya que estamos en el tema, ¿qué quieren ser ustedes cuando sean grandes?

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14 de mayo de 2007
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