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Blogs de autor

El 'coach'

Por 23 de mayo de 2007 Sin comentarios

Por recomendación de Alicia, colaboradora de este blog, he decidido buscar un Life Coach, es decir, un psicólogo menos freudiano y más práctico. El propósito del coach no es resolver tus traumas sino ayudarte a vivir con ellos de un modo más o menos funcional. Exactamente lo que necesito.

En nuestra primera cita, le explico:

-Tengo la imaginación inflamada. Exagero compulsivamente y me invento cosas. Mis amigos están cansados de mis mentiras, y en el trabajo ya no me creen nada. Eso es especialmente grave porque soy periodista. 

-Normal –sugiere él-. Usted muestra un cuadro típico de negación de la realidad. No le gusta su vida, de modo que lo disfraza constantemente. Emplearemos una terapia de extrañamiento de su mundo. Lo apartaremos de su vida cotidiana, de modo que la idealizará y la echará de menos. Al final de la terapia, usted volverá a su realidad apreciándola más y dejará de negarla.

Como primer paso de la terapia, el coach me hizo cambiar de empleo. Me colocó como portero de su edificio. Y para colaborar a que yo apreciase mi vida real, me contrató sin sueldo. La verdad, tuvo resultados. Realmente, empecé a apreciar mi vida cotidiana. Estaba tan agradecido con el coach que me identificaba con él: a veces, al verlo por la mañana, me parecía que iba vestido como yo, o contaba chistes que se me habían ocurrido a mí.

-Su terapia es un éxito –me dijo un día-. Avanza usted muy rápidamente. Creo que está listo para el siguiente paso: la mudanza.

La mudanza era sólo temporal, pero debía realizarse sin aviso previo. La idea era que yo desapareciese sin dejar rastro por una temporada, para que nadie pudiese siquiera visitarme. Partí de casa una madrugada. Le dejé un beso a mi esposa y un recuerdo a mis vecinos, y me instalé en la portería del edificio del coach.

En efecto, como él había previsto, me inundó la más profunda nostalgia de mi vida interior. De hecho, ya no imaginaba nada, porque mi cabeza se pasaba el día recordando lo bien que me iba antes. Pensé que la terapia terminaría ahí, pero aún faltaba un paso: el extrañamiento total. Me dejé barba y engordé seis kilos. Me cambié el corte de pelo y me lo teñí de rubio. Incluso empecé a hablar como si fuera un portero ruso.

Una mañana, cuando ya odiaba profundamente mi nueva vida, decidí que volvería a ser yo sin importar lo que me dijese el coach. Pero cuando subí a decírselo, no estaba. De hecho, de su puerta colgaba el cartel de un consultorio odontológico. Pensé que me había equivocado de piso, pero no.

Desconcertado, volví a casa. Pero mi vieja llave no abría la puerta. Esperé a mi señora durante horas. Ya era de noche cuando apareció del brazo del coach.

Salí a su paso y le dije:

-¡Cariño! ¿Qué haces con él?

Ella me miró sorprendida y le dijo al coach:

-Llama a la policía. Hay un borracho en la puerta.

-No será necesario –contestó él-, parece inofensivo.

Y entraron en mi casa. O bueno, en su casa.

He seguido al coach a todas partes desde entonces. Lo he visto tomar cervezas con mis amigos de toda la vida, trabajar en mi estudio y publicar artículos con mi nombre en el periódico. Incluso ha abierto un blog de humor surrealista en el portal El Boomeran(g).

Al principio, todo eso me molestaba profundamente. Pero la verdad, el trabajo de la portería es apacible y fijo. No me puedo quejar y no tiene sentido pensar en tonterías. Es verdad que a veces me gustaría tener una vida diferente y menos solitaria. Por otro lado, buena parte del día me lo paso sentado, y dejo que mi mente divague un poco y se invente cosas. La imaginación, después de todo, siempre ha sido mi mejor consuelo.   

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