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DYLAN

¿Me alegra que Dylan sea premio Príncipe de Asturias? No lo sé. Además, como no vendrá a recoger el premio, nunca sabré si su visita, su paseo entre monárquicos, civiles y demás sociedad que se da cita en Oviedo, será tranquila, rápida, amable, antipática o no será. Lo siento por los ilusionados “dylanianos”, pero que Bob Dylan acepte recibir el premio, que resista las ceremonias, me parece más difícil, aún más que un rico entre en el reino de los cielos. ¿O ya los dejan entrar? ¿O siempre entraron y me estaban engañando? ¿O el cielo es también una parcela suya?

Me resulta simpática esa jornada, con las gaitas, el teatro tan burgués, la ciudad de provincia lanzada a la calle, el enorme culo/ escultura que saluda a los invitados, la sidra y esa colección de estatuas, bustos y cabezones que hacen que a la muy noble ciudad de Oviedo -aquella Vetusta de Clarín- la llamen la ciudad del Belén, por tantas figuritas. Eso lo dicen sus vecinos, los de Gijón, a los que los de Oviedo llaman “culo mollaos”. Cosas de provincias.

Ojalá me equivoque. Ojalá Dylan esté allí, entre Leticia, el Príncipe, los principescos, sus compañeros premiados y los guapos invitados. Pero no consigo ver esa foto. Y eso que con Dylan hemos visto fotos que nunca hubiéramos imaginado. Pero la mejor de todas, para mí, fue la del concierto genuflexión ante un Papa que se dormía con sus canciones. Era el Papa Woytila, que no se molestó demasiado en disimular su aburrimiento ante las canciones y los gestos  de nuestro “papa negro”.

Y es que nuestro judío imprevisible, el cantante que más tiempo hemos seguido en nuestra vida, ese flaco, raro e independiente que no se doblegaba ante nadie, se agachó ante el “rey de Roma”. Yo estaba en Italia, en el pueblo de Fellini. Recuerdo que en aquellos días concentramos tanta energía cabreada los seguidores de Dylan que un terremoto estuvo a punto de cargarse los frescos maravillosos de la basílica de Asís. Pensé que era un castigo de la naturaleza, una venganza de los descreídos y seguidores de Dylan. Después pensé que no podía pensar aquellas tonterías porque no soy creyente. Y también dejé de creer en Dylan. Pero volví a creer en él. Mi última peregrinación fue en el concierto de Alcalá de Henares. Hace dos años, en el Palacio Episcopal, uno de los lugares centrales de la historia de España, y del Renacimiento. Dylan no se inmutó. Comió en el comedor de los arzobispos, de los reyes, de la putrefacta corte de otros anteriores a los Borbones. No hizo caso a su entorno, Cantó, también sin saludos ni concesiones, maravillosamente al estilo dylaniano. No le importaba casi nada. Nos puso en nuestro lugar. Demostró su grandeza. También su frialdad. No le importaban reyes, ni lacayos. Ni premios, ni castigos… Ahora será Príncipe de Asturias. Que lo veamos.

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15 de junio de 2007
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MAL MALO

No hay que combatir frontalmente el mal. Basta aceptar el derecho a su existencia. La adversidad no es un enemigo sino un convecino. Su existencia resulta, además, indispensable para llegar a ser feliz. Que se desee ser feliz cuanto antes y el mayor tiempo posible es un deseo bien comprensible y aceptable.  Sin embargo sin lucha, sin debate, sin tiempo de espera, sin el retraso en su llegada la felicidad no resplandece. Más aún es imposible que adquiera el suficiente poder. 

Nadie es absolutamente feliz ni nadie es absolutamente desgraciado. Lo único que puede desequilibrar la balanza entre unos y otros es la capacidad para acercarse a comprender el sentido de la desgracia. O, simplemente, para concederle un sentido. Efectivamente lo que más desdichado hace sentir al desdichado es el sinsentido. Bastaría que hallara finalidad a esa emoción negativa para amortiguarla.  Entender es empezar a convertir lo malo en menos insoportable, puesto que lo radicalmente malo del mal es su carácter absurdo o arbitrario.

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15 de junio de 2007
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Un héroe de estos tiempos

Los paradigmas pueden haber cambiado, pero mi sed de héroes sigue intacta. Muhammad Ali es el único de mi panteón que encontré en el área del deporte, un mundo al que no suelo frecuentar. Pero no lo considero un héroe por su talento sobre el ring, desde ya indiscutible, sino porque conservó su dignidad cuando su propio país –y me refiero al país más poderoso del mundo- se le puso en contra.

Siendo campeón del mundo, y además musulmán confeso, Ali se negó a combatir en Vietnam. A diferencia de Elvis, que en su momento se integró de buen grado al servicio activo (Lennon decía que Presley murió cuando aceptó vestir uniforme), Ali hizo uso de su derecho al disenso en un país democrático. Y pagó el precio que el sistema le arrancó –un precio altísimo, que Shakespeare calcularía en varias libras de carne-, sin chistar ni una sola vez. A fines de 1967 lo despojaron por decreto del título que había ganado en buena ley. Después le impidieron boxear, arrebatándole sus medios de vida. Todavía insatisfecho, el Estado le entabló juicio, condenándolo a cinco años de cárcel por desertor. Ali fue fiel a sus convicciones mientras entablaba la batalla legal, que finalmente lo eximiría de prisión. Y no cedió nunca. Durante los tres años que duró su exilio interior, fue figura resonante en los mítines más importantes en contra de aquella guerra. La Corte Suprema del Estado de New York terminó dándole la razón. La Historia lo haría un poco más tarde, al condenar de plano las razones que llevaron a los Estados Unidos a invadir Vietnam.

Confieso que cuando yo era pequeño lo detestaba. Lo vi demoler al argentino Ringo Bonavena en diciembre de 1970, en la TV blanco y negro del hotel de La Falda, Córdoba, en que mi familia vacacionaba por entonces. La inteligencia con que Ali enfrentó el combate, evitando los mamporros elementales del pobre Ringo y manejando la pelea a su antojo, me exasperó entonces. Con el tiempo supe más y mejor. Me ayudaron a entender Norman Mailer, el documental When We Were Kings y la película Ali, del talentoso Michael Mann. ¿Un negro que no se calla, negándose a jugar el juego a que lo conmina la mayoría blanca? Ali debe ser el único musulmán al que millones de sus compatriotas admiran hoy, en estos tiempos de demonización de su fe.

Los héroes de hoy no pueden hacer lo que era común a los héroes de antaño: ni matar, ni invadir, ni conquistar. Los héroes de hoy triunfan con las manos desnudas, o no triunfan. A menudo el sistema se muestra tan aplastantemente poderoso que no es mucho, o por lo menos muy ostensible, lo que se puede hacer para enfrentarlo: debido a ese contexto, el simple hecho de preservar la dignidad ha adquirido dimensiones heroicas. Cuando el sistema amenaza y tienta a la vez, los héroes de hoy, como Ali en su momento, son aquellos que parafrasean al Bartleby melvilliano y dicen, sin siquiera elevar su voz: Preferiría no hacerlo.

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15 de junio de 2007
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EN CASTELLANO, SI US PLAU

Lo mejor es leer Milenio, el diario de Guadalajara, ciudad que alberga la feria del libro más importante del mundo iberoamericano. La sorpresa es discreta pero total para el periódico  al descubrir la ausencia de Carlos Ruiz Zafón y Eduardo Mendoza en la próxima feria de Francfort cuyo tema principal es la literatura catalana. En este momento, en el mundo entero, estos dos novelistas son emblemáticos de Barcelona, la capital catalana. Son más visibles que cualquier bandera arriba del palacio de la Generalitat o del Ayuntamiento de Barcelona. Y no estarán en Francfort.

Conociendo el tamaño de la delegación catalana que va a Francfort (132 personas) y el presupuesto récord para sufragar el viaje, la ausencia de los dos escritores abre la puerta a la vieja polémica: ¿cómo se define un autor catalán: por el hecho de escribir en catalán o por vivir en la cultura catalana? Según los comentarios que ya salieron en la prensa se puede adivinar la mezcla de envidia, rechazo y sobre todo los celos que provocó la renuncia de dos autores cuyo crimen es amar como locos a Barcelona pero decirlo en un idioma tratado como enemigo.

Las ausencias van a alimentar los comentarios sobre la exposición que se arma también en la ciudad alemana.  Se titula “Cultura catalana, singular i universal”. Tan universal que no abarca a todos en Catalunya...

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15 de junio de 2007
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Literatura e historia

Viejo ya en este oficio de escribir, debo decir con alegría que en un encuentro como el de Santillana del Mar, se aprenden cosas nuevas acerca de la literatura. La primera de ellas, que escribir libros es una tarea con consecuencias, y que una obra literaria desborda siempre la página escrita y altera de alguna manera la realidad. Como ha dicho Carlos Fuentes, una novela no sólo refleja la realidad como un espejo mágico, sino que agrega una nueva realidad. E influencia y cambia lo que parecen ser verdades consabidas.

Se ha hablado, por ejemplo, de los parecidos y diferencias, y contradicciones si las hay, entre literatura e historia, tal como se planteó en una de las mesas para discutir la obra de Carlos Fuentes, uno de nuestros escritores que mejor se ha hecho cargo de la vida pública en la ficción, o sea, de la inserción de la Historia con mayúsculas en la narración de las historias privadas, que es de lo que en definitiva trata la novela.

A mí siempre me gusta decir que en América Latina, los vacíos que deja el relato de la historia contada por los historiadores de profesión, vacíos que siguen siendo numerosos, vienen a llenarlos los escritores, sin que nadie pueda vedarles el uso de la imaginación, que se halla en la esencia de su oficio, a la hora de contar los hechos de la historia.

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15 de junio de 2007
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Un final 'ferpecto'

La gente está como loca en los Estados Unidos discutiendo el final de la saga de Los Soprano. (Aquí en América Latina la temporada final empieza a emitirse dentro de poco por HBO, o sea que me estoy adelantando a una discusión que ocurrirá entre nosotros dentro de algunos meses.) Parece ser que el creador de la serie, David Chase, armó lo que suele llamarse un final abierto. Esto es, un final que no huele a final. Sin cabos prolijamente atados, sin revelaciones espectaculares, sin escenas catárticas. De hecho, como en un momento Chase corta a un cuadro negro sobre el cual se queda, mucha gente pensó que se trataba de un defecto de la transmisión… cuando no lo era.

¿Qué es lo que constituye un buen final? Para la mayor parte de nosotros, en carácter de lectores y espectadores, un buen final es aquel que colma todas nuestras expectativas: donde se termina entendiendo todo y los personajes obtienen el destino que se merecen, y mejor todavía si la cuestión se resuelve de la manera más espectacular posible. Un final a la King Kong, podríamos decir, con gorilón, rubia, Empire State, aviones de guerra y caída que quita el aliento. Pero aun cuando coincidamos en la definición (confesémoslo, ¿existe alguien a quien no le gusten los happy endings?), algunos de nosotros también esperamos otra cosa: por ejemplo, que el final sea coherente con las reglas establecidas por el relato mismo. A nadie le parecería bien que el coronel Kurtz recobrase la cordura al final de Apocalypse Now y regresase a casa del brazo de Willard, diciendo cuán equivocado estuvo al dudar de la política exterior de los Estados Unidos. Lo sentiríamos como una traición, un final que borra con el codo todo lo que el relato escribió con la mano. El mismísimo Coppola tenía dudas al respecto, de hecho rodó más de un final. Terminó optando por uno a mitad de camino, en que Willard mata a Kurtz y regresa a casa. Yo hubiese preferido que matase a Kurtz para tomar su lugar entre los nativos. Me parece que habría hecho mejor honor a la ambición del filme.

¿Y cuáles serían, ya que estamos, los mejores finales de la historia? Pienso en Ulises siendo reconocido por su viejo perro. Pienso en el secreto de rosebud perdiéndose entre las infinitas riquezas del difunto Kane, al cierre de El ciudadano. Pienso en Kay observando que a Michael Corleone se le rinden honores de don, con esa puerta que se cierra para dejarla definitivamente afuera en la culminación de El padrino. Pienso en el saludable Tiny Tim, deseándonos lo mejor al término de A Christmas Carol. Pienso en Hamlet diciendo The rest is silence, y expirando después. Pienso en el final de The Usual Suspects. Y en el final de Some Like It Hot, cuando el pretendiente de Jack Lemmon acepta alegremente su destino diciendo: “¡Nadie es perfecto!” Y en el final de Brazil, por el cual Terry Gilliam debió batallar contra el estudio que lo encontraba deprimente. (Cosa que es, sin dejar de ser a la vez el final más adecuado para su antiutopía.) Pienso en los finales de tantos cuentos de Borges. (Como el de El muerto, por ejemplo: “Suárez, casi con desdén, hace fuego”.)

Debe haber mil más. Acepto sugerencias.

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14 de junio de 2007
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“REX”, DE PRIETO

Hablé una vez con José Manuel Prieto. Era un jovencito, un poquito gordo, con una sonrisa transparente. Unos más entre estos jóvenes cubanos que salían de la ex-Unión Soviética a principio de los años noventa y no sabían si volver a su isla hundida en el desplome del campo socialista o viajar por el mundo. Ya estaba en camino hacia México. En París, se encontraba con un grupito de Cubanos en “Le Select”, el café de Montparnasse que fue gran lugar de cultura en la décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado. El tema único era la política, pero Prieto me habló de literatura, de su deseo de ser escritor.

Unos años después, lo reconocí en las fotografías de los suplementos de libros. Había publicado Livadia y Enciclopedia de una vida en Rusia. Las reseñas en las revistas francesas y americanas destacaban un nuevo autor de una elegancia, o más bien de una sofisticación fuera de lo común. Al recordar al joven que hablaba con tanta intensidad de literatura compré sus libros y mi decepción fue total. No podía conectar mi lectura con el desconocido que había encontrado. La verdad es que no podía ni leer sus libros. Su escritura era de una lentitud insoportable. El vocabulario buscaba amortizar la compra de un diccionario. Como se dice en francés, Prieto tenía el defecto de «sur-écrire», renunciando a la espontaneidad y al dinamismo al sobrecargar su prosa de efectos. Era un escritor que se miraba escribiendo.

Ahora, Prieto publica Rex (Anagrama). Tiene que ser una novela distinta, pues por primera vez conseguí leer un libro suyo hasta el final. Es algo fuera de lo común. Cuenta como un joven maestro consigue trabajar para un archimillonario ruso en la Costa de Sol. Se encarga de la educación de Petia, único hijo de la casa. Y lo hace de una manera extraña: utilizando como recurso un solo libro, la Búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust. Es el libro definitivo, que incluye toda la sabiduría del mundo.

La forma (doce comentarios), el tono (una especie de susurro íntimo), el propósito (describir cómo un Ruso que vive cerca de Málaga llega a imaginarse en una reencarnación del Zar) hace pensar a muchos autores. Hay algo de Nabokov escribiendo comentarios sobre literatura en A pale fire, hay algo de Dostoievski cuando Akaky Akakievich se cree el rey de España en el Diario de un loco, hay algo de Proust claro en la voluntad de encontrar la verdadera percepción de una emoción.

Más que un novelista, Prieto me parece un explorador. Busca llevar el idioma español a rincones fuera de lo común. Recordando lo que me decía el joven en el café “Le Select”, tengo la sensación de que no traicionó a su sueño de juventud. Se ha convertido en un escritor, de estos que intentan abarcar a todas las palabras para conquistar al mundo.

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14 de junio de 2007
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NUEVO HIMNO

En otro lugar ya he contado mi poca pasión por los himnos. Y ninguna por una nueva letra para ese himno español que, sin mucha emoción, escuchamos cuándo algún deportista gana medalla. Como decía Brassens, la música militar, nunca me hizo levantar. Ese es el problema del himno, que en vez de ser una música civil, nos suena a música militar. Y después nos repugna a los que tenemos años y memoria, el recuerdo del himno y su utilización en el franquismo con letra de aquél pazguato poeta llamado Pemán.

Olvidado aquello, vienen ahora que estábamos tan tranquilos sin letra, y casi sin himno, y pretenden ponerle nueva letra. No hay modo.

Yo recuerdo con cariño alguna  letra con el tema, asunto, problema, lío de España de fondo. Entre otras, aquella España camisa blanca, de Blas de Otero y que cantaba Ana Belén.

Más cercana y muy acertada, es la Máter España, del español de Úbeda, ese lugar de poetas y monjas de la más machadiana Andalucía, mi vecino de Tirso de Molina, antes Progreso, pleno Madrid centro, caos, paredón y después… Quiero decir, y digo, que la letra es de Joaquín Sabina, muy certera pero muy poco hímnica, recuerdo alguna estrofa:

“Mater España/ de barba peregrina, / que falta a misa de doce, / que no conoce rutina, / masona, judía, cristiana, / pagana y moruna. / Mater España, más guapa que ninguna. / Madrastra España, / a la hora de la siesta, / la puta que se enamora, / la fruta que se indigesta, / que al filo de la cucaña / mira para otros lado, / bendita España/ de Azañas y Machados. / Cómplice España / tormento redentor/ Perejil, Ceuta y Melilla, / cotos de caza menor, / catalán, gallego, euskera, / lacandón, Castilla/ tópica España, / fibra óptica y ladillas. / Huérfana España / raíces y cimientos, / epidemias, cicatrices, / blasfemias y sacramentos, / ¿por quién doblan las campanas?/ San Fermín en vena, / la de Tirana/ contra la Macarena. / Judas España/ del mus y del café, / Al Andaluz, Malasaña, gitanito aserejé, / la del mono azul cobalto y el caballo verde/ guardia de asalto que ladra pero no muerde. / Chusco y legaña de toas o ninguno, / tricolor bandera blanca, / Millán Astray, Unamuno, / cervantina cojitranca, de áspero pasado / ¿quién me ha robado el siglo XXI?...”

¡Qué magnífico himno, al menos yo me encuentro, me reconozco, quiero y detesto esa imagen de España que canta mi amigo!

Esta semana, este poeta popular y cantatriz, canta mañanas -sus ronquidos- y canta noches, sus susurros, se atreve con más himnos. Dos anteproyectos para el Himno Nacional (con perdón), escribe en Interviú… No sé si tengo permiso para copiar esas propuestas. Pero estoy generoso como copista y así lo hago… Dos borradores:

1- “Ciudadanos/ en guerra por la paz/ y la diosa razón/ mano en el corazón.

Ciudadanos, ni súbditos ni amos / ni resignación / ni carne de cañón. / Pan amasado con fe y dignidad / no hay nada más sagrado que la libertad.”

2-“Ciudadanos, ni héroes ni villanos / hijos del ayer, hay tanto por hacer. /

Ciudadanos, tan fieramente humanos, / tan paisanos del hermano de Babel. / Alta montaña, con puerto de mar/ clave de sol España / atrévete a soñar.”

Son borradores, tienen su gracia, su estilo, aunque sea un inútil ejercicio de himno popular… Pero yo cantaría mejor esa máter España o ninguna.

P.D. Después de haber mandado mi texto a El Boomeran(g), un amigo me avisa que sobre mi artículo del “himno” en El País, contesta uno de los frustrados autores, el muy notable y movible poeta, ensayista, novelista y, sin duda, inteligente intelectual, Jon Juaristi. Contesta en la “tercera” del ABC, su periódico y muchas veces el mío como lector, desde niño hasta nuestros días. No copio aquí la letra que propusieron los poetas “supervivientes” de la propuesta del himno. Ni tampoco la juzgo. No está mal compararla. Pero yo no conté mi versión de tercera mano, sino de la primera mano de uno de los poetas disidentes, Joan Margarit. Y no quise insistir en lo que me contó uno de los supervivientes, Ramiro Fonte. A todos, como lector, reconocí mis admiraciones y respetos. Así lo reitero. Tampoco les comparé, a ellos, ni siquiera a su jefe José María, con los falangistas poetas del Cara al sol. Nada de falangistas veo en ellos. Y que conste que Cara al sol no es un mal himno, todo lo contrario… No sigo, creo  que hoy ya no se colgará esta “cosa” mía sobre los himnos. Por si acaso lo vuelvo a mandar. Y disculpas, Giselle.

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14 de junio de 2007
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DRAMAS

No es buena idea, cuando alguien nos cuenta sus penas, salir con otras penas semejantes para darle a entender la solidaridad. La idea de procurar alivio al sufriente comunicándole detalles de otro  sufrimiento propio sólo será eficaz si no coincide con el momento mismo en que aquél transmite su dolor, escenifica su tormento, se encuentra, en fin, tratando de ocupar el  protagonismo frente al  interlocutor fiel. De esa manera el desdichado obtiene  beneficio de su fracaso: recicla el fracaso ante el otro, en captación de la atención y la compasión del otro. Consigue el amor o la admiración de los otros a través de la pena y así, al cabo, puede obtener réditos de su minusvalía, obsequios para su tormento, reconocimiento, en fin, para su vida.  El desgraciado obtiene pues recompensa y esto es, al cabo, lo que importa. La recompensa en forma de reconocimiento es a lo que aspiramos, puesto que si los demás nos distinguen con su atención y asumen nuestro avatar, estamos salvados. Somos, en definitiva, una unidad  alimenticia, una identidad digna de ser expedida y consumida en el mercado general. El mal en nuestras vidas puede reportar bien si obtiene esta legitimación como bien –o argumento- trágico o dramático en la consideración de los otros.

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14 de junio de 2007
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Lecciones y maestros

De los debates acerca de las independencias americanas en la Casa de América en Madrid, he venido a Cantabria para el encuentro Lecciones y maestros que se celebra estos días en Santillana del Mar, una cita internacional de la literatura iberoamericana donde se debate la obra de tres escritores que son ya clásicos: Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y José Saramago, con la presencia de los propios autores; unas jornadas organizadas por la Fundación Santillana y la Universidad Internacional Méndez Pelayo, que se han podido ver en vídeo en este mismo sitio El Boomeran(g), en transmisión directa.

Han participado escritores de diversas generaciones, críticos literarios, académicos, periodistas, en una discusión abierta sobre la vida y la escritura de estos tres autores que representan, cada uno de ellos, la aventura literaria y la renovación del lenguaje, sin el, que ya se sabe, no existe literatura. A Carlos Fuentes lo ha presentado la escritora brasileña Nélida Piñón; a Juan Goytisolo el español Juan Luis Cebrián, y a José Saramago la colombiana Laura Restrepo, ganadora del Premio Alfaguara de  Novela; una jornada de un día entero dedicada a cada autor.

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14 de junio de 2007
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