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La mística del chic

No tuve tiempo de lamentar su muerte. Ya no vivía cuando la conocí, pero antes de ella nadie me dio toda esa dosis de certidumbre en torno al tema de la resurrección de la carne. No se piensa en la muerte, y quizás ni siquiera se la ve posible, cuando se flota dentro de esa voz honda como la medianoche del alma y un instante después alta e ingrávida, toda ella pirotecnia ganosa de infinito. A veces, cuando digo que una mujer puede hacer lo que quiera con su voz, quiero decir que puede hacer lo que quiera conmigo. Privilegio de diva, derecho del devoto. ¿Para qué diablos darse al místico deleite de viajar hacia dentro abordo de la voz de Sarah Vaughan, si no esperando que lo revuelque a uno como, cuando y cuanto se le dilate Su Real Gana?

Invítame a pecar, hazme que olvide penas. No me importa el lugar, llévame a donde quieras —entre sus muy diversos pasatiempos, Afrodita cultiva el de memorizar éxitos de Paquita la del Barrio, que después usa como citas cultas.

No acaba de estar claro qué es la clase, entre otras cosas porque nadie acepta tenerla menos que su plebeyo prójimo, pero a Sarah se le transparenta desde los jadeos. Uno advierte que está frente a una diva cuando asiste a esa rara confluencia de estilo y sinceridad que hace de carne humana piel de gallina. Y si las divas suelen medirse interpretando estándares, Sarah es su propio e inalcanzable estándar. Nadie canta ni cantará como ella Summertime.

—La clase dura apenas lo que tarda su dueño en enterarse. Ahí se rompe el hechizo y el antes refinado se vuelve un palurdazo. Yo diría que la Vaughan jamás lo supo.

Cierta vez, durante el Festival de Montreux, Elis Regina se quedó sin aliento. Fue un titubeo apenas, pero al fin suficiente para hacerla trastabillar a medio concierto. "¿Qué estoy haciendo aquí, yo que soy hija de una lavandera?", se preguntó de pronto y eso la trabó, según confesaría más tarde. ¿Qué de extraño realmente pudo haber en que poco después la reina recobrara inspiración y arrasara literalmente con la noche, si al cabo su misión consistía nada menos que en inventar el chic, con o sin pedigree de princesa? Pero claro, eso ella lo ignoraba monárquicamente.

—¿Elis Regina chic? Sólo que fuera contra toda su voluntad. Caetano decía que era tan talentosa como cursi.

—Según Octavio Paz, el buen gusto es la muerte del arte.

—Octavio Paz no cantaba Corcovado con los brazos girando como hélice, colega —hay días en que Afrodita detesta perder. Ha de ser muy incómodo reconocerse musa y tener que cuadrarse ante una diosa. Peor todavía, ante dos.

Una diva de veras no puede preguntarse qué diablos es la clase, el chic o el estilo, pues ella es las tres cosas a un mismo tiempo. Ella es la voz del tiempo y el llanto de la memoria, la que arde con dulzura y duele delicioso cada vez que sus labios acometen My Funny Valentine, como quien sube al bosque en busca de fantasmas.

—¿Que no esa es la versión de Nico, perdón?

—No todos los fantasmas son necesariamente fantasmagóricos. Los de Sarah Vaughan suelen ser más amigables con el usuario. Pero sí, la versión de Nico lo hace a uno cortarse las venas con Pan Bimbo. Algo así como un éxtasis en los Cárpatos.

—Qué frío, colega. ¿Le importa si ponemos a Sarah Vaughan?

—¿Brazilian Romance, Copacabana o I Love Brazil?

—Yo ya elegí a la diosa, escoja usted el rezo.

—Amén.

Inventario de diosas:

Sarah Vaughan.

Elis Regina.

Nico.

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2 de agosto de 2007
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SIN PRISA, CON PAUSA

Me gustó el último correo, la tranquila respuesta a mis aceleradas demandas, de la tan comprensible Giselle. También me hubiera gustado la respuesta de Ximena. La cuestión era sobre las pausas, o voluntarias vacaciones, que algunos, más o menos acelerados, habitantes, actores, cómplices, caminantes o lo que seamos de esta historia de comunicación no verbal. Quería saber pautas para los que damos la cara, y algunas líneas, en este mundo con retorno llamado “el boomeran”. En fin quería saber qué se esperaba de nosotros en un verano, en un agosto, como éste. La tranquila respuesta era que sobre nuestras urgencias, nuestras prisas, pausas, charlas o blogs, éramos nosotros los que decidíamos el contacto o la desaparición con los supuestos lectores de estas cosas.

Lo primero que se me ocurrió fue el no hacer nada. No tener prisa. No escribir mi vida en un blog. Al menos no hacerlo en este mes de tiempo tranquilo, de vivir sin prisa, de hacer una pausa en mis acelerones vitales, profesionales y emocionales. Eso es lo que pensé ayer…Y de repente se muere -¡este verano se están muriendo hasta los que nunca se habían muerto!- Antonioni. Y me encuentro con ganas de contar cosas de Antonioni. Cosas que sentí con sus películas. Con el fácil mito de sus lentitudes. De sus vacíos. De su manera de retratar la nada. Y con sus formas arquitectónicas de hacer cine, paisaje y paisanaje. Tardé en darme cuenta de lo que apreciaba Antonioni. A su manera de contar la vida y sus carencias en el cine. Siempre me gustó, pero no supe nunca explicarlo. Tampoco ahora que ya no podrá inquietarme más lo podría explicar. Sí creo que sin sus silencios, sus misterios, sus esteticismos y sus miradas de modernidad, el cine europeo, los que lo frecuentamos, ya no seríamos los mismos. ¿Tampoco sé para qué querríamos seguir siendo los mismos?

Antonioni siempre fue otro. Un esteta. Un moderno sin esfuerzo. Del existencialismo al pop. De Europa a América. Del “no hacerlo”, al erotismo. Del refinamiento de los lagos italianos a los desiertos de Nevada. De Roma a Zabrisky Point. De la nada a la más absoluta miseria. Bueno, no, ese era otro. Pero eso sí, con Antonioni se muere una de las últimas especies vivas de un imprescindible del cine. Quedan pocos. Son una raza en extinción. Como todas las razas. Aunque unas más que otras.

¿Qué hacer?... Descansar o seguir elucubrando. Un buen tema para mis tranquilas vacaciones.

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2 de agosto de 2007
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AGOSTO

La superficie de agosto es melosa, afectada de calor, en el primer punto de la producción de la carne o de la fruta maduras y las cigarras se convierten en mitad abejas, mitad moscas de una epidemia que ha comenzado a depositarse sobre el frutal y cooperará a su descomposición inexorable a lo largo de los treinta días. Treinta días que nunca parecen efectivamente treinta o bien se presentan de una manera obsesivamente esférica y no lineal con lo cual no parecen poseer fin ni secuencia ni cabeza. Agosto discurre aparentemente como los otros tiempos, consumiendo día a día, gota a gota de cada ración diaria, pero en su concepción esencial, agosto es inagotable. Inagotable porque él mismo es el agotamiento, el agostamiento del tiempo.

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2 de agosto de 2007
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II. LA PROPIA PUESTA EN ESCENA

Bergman, el artista que un día sería capaz de meter el puño en sus entrañas para diseccionar su propio terror, su fragilidad y su indefensión, había pagado a su hermano cuando niño cien soldaditos de plomo por una linterna mágica, el instrumento de sus obsesiones. Así mismo tituló sus memorias, La linterna mágica. Y el adulto que recuerda como niño y traspone sus recuerdos a la pantalla de cine, se sabe dotado de esa rara cualidad, que es una anormalidad, de separar sin dolor los recuerdos de los sentimientos. Anestesiarse. “Me acuerdo de todo y cada cosa por separado, pero no hay ningún tipo de sentimiento unido a las impresiones sensoriales”, dice. “Las cosas que pasaban en mi entorno me resultan como trozos de película deshilvanados, en parte incomprensibles y en parte fastidiosos”.

A esta facultad la llama “su propia puesta en escena”, y no deja de ser monstruosa, pero imprescindible. “Todo me parecía interesante pero irreal. Mis sentimientos habitaban en un lugar cerrado y me servía de ellos cuando quería pero jamás impremeditadamente”. El desapego al extremo de contemplarse a sí mismo sobre la mesa de disección, que es el escenario, donde quedan expuestos los afectos, los odios y las pasiones, el cirujano ajeno a sus propios sentimientos. La posición perfecta del director de escena que vive una realidad escindida. Una deformación profesional que se convierte en un don y en un castigo.

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2 de agosto de 2007
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Queremos tanto a Gamerro

Por todo lo que he leído sobre él, y también por lo que intuyo, creo que Carlos Gamerro es uno de los narradores argentinos más interesantes de hoy. Lo cual torna mi confesión en algo vergonzoso: no he leído ninguna de sus novelas, ni Las islas, ni El secreto y las voces, ni La aventura de los bustos de Eva. Mea culpa. Me dispongo a redimirme en breve. (No hay tantos escritores argentinos que valgan la pena como para darme el lujo de dejar pasar a quien promete.) Pero sí he leído los artículos que Gamerro publica de tanto en tanto en los suplementos culturales de Página 12 y de Clarín. Aquí sí puedo dar fe: Gamerro es un ensayista brillante, culto e inteligente pero jamás pedante, de esos que escriben tan bien y exponen con tanta elocuencia que te convencen de que están en lo cierto aun cuando hablan de escritores a los que uno no ha leído.

Esas vueltas de la vida (me invitaron a la feria del libro de mi viejo colegio, y como obsequio me dejaron elegir un título de los que ofrecían en sus mesas) hicieron que cayese en mis manos El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos, una compilación de algunos de aquellos artículos que recordaba haber leído y de algunos otros que resultaron una novedad para mí. El ensayo que da nombre al libro es verdaderamente interesante. Gamerro sostiene que la literatura argentina empezó “muy bien y muy mal al mismo tiempo y a manos de la misma persona”. En efecto, Esteban Echeverría escribió tanto el insoportable poema La cautiva como el impresionante cuento El matadero. En algún sentido La cautiva simboliza todo lo que no hay que hacer (en este caso la insinceridad, la impostura del artista), mientras que El matadero encarna el descubrimiento de algo nuevo. Al relatar la humillación y muerte de ese joven unitario, Echeverría produjo un texto desaforado y por eso único. En algún sentido Gamerro se apoya en una tesis de  David Viñas (“La literatura argentina empieza con una violación”), pero para definir el impacto que ese cuento conserva aún hoy debe ir más allá: enseguida recurre al ejemplo de La naranja mecánica para tratar de explicar la reacción visceral que el texto de Echeverría provoca, “un salvajismo y explicitud que no volverán a repetirse, en nuestra literatura, hasta bien entrado el siglo XX”. Lo que me gusta es la vuelta de tuerca que da, cuando sugiere que el lenguaje del vulgo –en este caso, los mazorqueros asesinos- se apodera de Echeverría y mancilla también su texto, llenándolo de obscenidades… y produciendo en el proceso ese algo nuevo que antes no estaba allí, aquel texto que nos funda. “El lenguaje del matadero violando al lenguaje de salón: de este parto nace nuestra literatura de ficción”, escribe Gamerro.

Más allá de este ensayo Gamerro escribe también sobre Capote, sobre Hawthorne, sobre Saer, sobre Joyce, sobre Manuel Vásquez Montalbán. Su artículo sobre Salinger me impulsó a releer El guardián en el centeno. (Gracias, Gamerro.) El texto sobre Rodolfo Walsh me parece impagable, en especial ahora que se publica completo, con un párrafo final que había perdido al ser reproducido en un diario. Y el artículo Borges y la tradición mística me encantó; de hecho, creo haber repetido en este lugar una cita de Gershom Scholem que Gamerro incluye allí y que en su momento iluminó mi día.

Releyendo a Salinger subrayé un párrafo que viene a cuento. Aquel en el que Holden Caulfield dice: “Los que me encantan son esos libros que, una vez que los terminaste, te dan ganas de que el autor fuese un gran amigo tuyo y pudieses llamarlo por teléfono cada vez que te diese la gana”. Leyendo este libro de Gamerro sentí lo mismo que Holden, y lamenté no conocerlo desde antes ni tener a mano su teléfono.

Cuando lea las novelas les cuento.

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2 de agosto de 2007
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Divórcieme de esa diva

No todos los que tienen que contar una historia contratan los servicios de una musa. Los hay, y en cantidad notable, que prefieren colgarse gratis de las divas. ¿Hambre de realidad? Lo dudo mucho. Si la musa es etérea, la diva es poco más que descendiente directa de Walt Disney. Parida por sí misma y para su sorpresa, la diva sólo existe mientras el sortilegio se empeña en afirmarla. Una vez que los reflectores la dejan y ella baja del nicho donde fue adorada, solamente el deseo siempre ajeno la hará resucitar, antes en el recuerdo que en la mirada. No es difícil, al fin, añadirle a su imagen caída del cielo las capas de atributos y efectos especiales con que nos conquistó desde aquel escenario inmarcesible.

  —No me diga que piensa reemplazarme por Britney Spears.

No busca uno a la diva, sino al fantasma que su presencia invoca. Salvador Elizondo escribió su Farabeuf a partir de una idea obsesiva: fotografiar el justo instante de la muerte. Ni un segundo antes ni uno después. Lejos, aunque no tanto, de esa manía oscura, no resisto el impulso de observar el instante en que una mujer simple encarna en diva. Sarah Vaughan podía llamarse Sassy entre amigos, pero en el escenario era The Divine.

  —Sarah Vaughan, colega, pertenece al dominio de la teología. Su nombre se pronuncia seguido de una leve inclinación de testa. En mi presencia, pues.

  —Muy cierto. Yo a La Divina me le habría postrado en la salida misma del supermercado. Dejemos, pues, la teología para mañana. Concentrémonos hoy en el instante mágico.

En un par de ocasiones he visto a Margareth Menezes. La primera, a mitad de los años noventa, en el Auditorio Nacional, robándole la noche a Celia Cruz y el corazón a mí; la segunda, a principios del 2006 en Salvador de Bahía. Sabía poco de ella la primera noche, de modo que el hechizo tuvo la textura de una epifanía. No bien la vi salir del escenario, corrí a rogarle al jefe de prensa que me dejara entrevistarla, con cualquier pretexto. Una sola pregunta, si quería. Supongo ahora que tal fue la vehemencia de mi petición que dos o tres minutos más tarde ya estábamos los dos ante la puerta de su camerino.

  —¿Qué quería preguntarle? ¿La dirección o el teléfono?

Cuando la tuve enfrente ya no me dio la gana preguntarle nada. Le solté como pude un mazacote de palabras encimadas en el más lamentable de los portuñoles, pero algo me entendió porque me dio un abrazo fuerte y repentino. Y no era más que eso, un abrazo ordinario, pero igual me traía reminiscencias de Aura, cuando Felipe abraza a Consuelo y entre ambos no consiguen traer de vuelta a la bruja adorada. ¿Dónde estaba la fiera bahiana que había recorrido los pasillos del Auditorio como una celestial rainha da batería, esparciendo el contagio a feroz mansalva?

  —Se le escapó la diosa en brazos de la mujer...

  —Ni siquiera los súbitos monoteístas somos inmunes al virus de la ternura.

  —¿Y la abrazó de vuelta en Salvador?

  —En Salvador recuperé a la diosa. Era todavía mejor en su elemento, hacía vibrar la concha del teatro Castro Alves.

  —¿No se sintió tentado a meterse a la sacristía?

  —Nunca más. Toda visita al backstage diluye la devoción y engendra librepensamiento arrítmico. —Pienso asimismo en Ivete Sangalo. La recuerdo al inicio de un dvd, grabado en el también bahiano estadio de Fonte Nova, precisamente cuando deja el camerino y avanza hacia el altar mecánico que habrá de encumbrarla por sobre el escenario, para que ya a ninguno de los presentes le quede duda del origen beatífico de ese par de piernas.

  —No sea goloso, colega. ¿Por cuál de esas dos brujas me quiere cambiar?

Hablando sobre su Aura, Carlos Fuentes declara que vino al mundo "para aumentar la descendencia secular de las brujas", pero antes de llegar a esa conclusión narra su encuentro con María Callas. Si yo fuera Margareth Menezes, podría molestarme cualquier cosa menos que me llamaran bruja. Más que un requiebro, es un requisito.

  —¿En qué animal quiere que lo convierta, colega?

  —Preferiría decirte en cuál me has convertido...

Inventario de divas:

Margareth Menezes.

Ivete Sangalo.

Ivete Sangalo con Margareth Menezes.

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1 de agosto de 2007
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I. EL HIJO DEL PASTOR LUTERANO

Ha muerto Ingmar Bergman a los 89 años. Resulta caprichoso afirmar que haya sido el director de cine más grande del siglo XX, y viene a ser éste un asunto de predilecciones personales. A mí me resultaría difícil elegir entre él y Federico Fellini, o Akiro Kurosawa, para citar sólo a tres de mis preferidos. Pero si están a la cabeza de mi lista, y cualquiera de ellos puede amanecer un día u otro el primero, es por la manera en que fueron capaces de convertir el cine en lo más parecido a la literatura, ese territorio sin medida donde un plano es capaz de llevar a otro, y una imagen disuelta en otra evoca a alguna entrevista en nuestros propios sueños y recuerdos. Un viaje al abismo.

Y sobre todo porque fue capaz de convertir su propia vida en la fuente constante de sus películas. No la vida vista como el relato de una biografía compuestas de episodios singulares o llamativos, sino la exposición compleja de sus entresijos más ocultos, empezando por ese territorio de la infancia que es  a veces como un país extranjero, según leemos en la novela The Go-Between de L.P. Harley.  Terrores fijados por la dura mano del padre armado siempre de los instrumentos de castigo, porque sólo la purga de la culpa es capaz de generar el perdón según la recta doctrina que aquel pastor luterano ponía en práctica todos los días, y que en el alma del niño que un día será artista creador de infiernos quedará grabada en la carne viva. Pecado, castigo perdón, confesión, misericordia, son las palabras del catecismo que Bergman nunca olvidó.

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1 de agosto de 2007
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ENFERMOS

La enfermedad se ha venido a convertirse en un derecho. El derecho a estar enfermo y, además, el derecho a declararse enfermo que viene a resultar ser una suerte de habeas corpus de más alto nivel.

El que se declara enfermo, como el que se declara inocente, queda investido de un blindaje que le defiende de un eventual abuso, no consignable en el supuesto de que se encontrara sano. El que se declara enfermo contará con una adicional protección que le permitirá defenderse mejor de la explotación, la traslación, el despido o el rechazo.

Ser enfermo ha pasado a integrarse así plenamente entre los derechos de la ciudadanía contemporánea. Todos somos enfermos o estamos permanentemente enfermos. La crónica de la cotidianidad es la cronicidad de la enfermedad. Y la cronicidad de la enfermedad podrá ser considerada como un avance civilizatorio.

¿Verdadero?

¿Falso?

¿Carente de sentido común?

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1 de agosto de 2007
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Los pasajeros

La escritura del prólogo para una nueva edición me permitió el placer de releer El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Pero al hurgar entre mis viejos papeles descubrí además una historia sobre su autor, Robert Louis Stevenson, que en su momento debo haber pasado por alto. (Nada se aprende nunca antes de tiempo.) 

Stevenson tenía una finca en una isla del archipiélago samoano, donde vivía. En la tarde del 3 de diciembre de 1894 sufrió un ataque mientras trataba de abrir una botella. Ya caido en el piso, le preguntó a su esposa Fanny con inocultable angustia: “¿Qué me está ocurriendo? ¿Qué es esto tan extraño? ¿Ha cambiado mi rostro?” Resulta inevitable creer que en medio de su dolencia temió estarse convirtiendo en su versión personal del señor Hyde. (El uso de la palabra strangeness remite directamente al ‘extraño’ caso.) Imagino que al advertir que tan sólo se trataba de la muerte, Stevenson debe haber sentido alivio. No estaba sucumbiendo a su parte oscura, a sus peores impulsos. Tan sólo se estaba preparando para el sueño eterno.

Me gusta también saber que los nativos de la isla lo velaron, porque conservaban la esperanza de que se hubiese dormido y de que finalmente despertase. Para ellos no era tan sólo un inglés más, otro representante del imperio colonial: era Tusitala, el narrador de historias.

Bella vida, bella obra, bella muerte. Envidiable Stevenson.

…………………………………….

La cuestión de la muerte nos ronda, o por lo menos me ronda a mí. Ayer no se fue sólo Bergman, sino también Antonioni. Celebraré su memoria re-viendo El pasajero

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1 de agosto de 2007
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ECHO DE MENOS A NUEVA YORK

Leyendo el blog Boing-Boing, descubro que lo del Espresso Book Machine va en serio en la biblioteca de ciencias que está en Madison y la calle 34. De verdad, uno va, pide un libro en una lista que incluye más o menos 200.000 títulos, y consigue su libro gratuito en unos minutos.

La marca Espresso Book Machine está registrada, evoca la sencillez de la máquina que hace café en una oficina y corresponde a una tecnología que permite imprimir un libro de 200 páginas en unos 12 minutos. Son libros encuadernados en rústica. Se pone una raya de goma y se pegan las hojas a la tapa. Pero, vaya, un libro en doce minutos, quisiera ver esto con mis propios ojos. Echo de menos a Nueva York, aún más con el silencio de la red: no conseguí posts de bloggers que cuenten su experiencia con la máquina.

No creo mucho el comunicado oficial de la empresa. Parece que la instalación se demoró. Pero existe un vídeo que muestra el monstruo en marcha y no se puede ignorar que no es tanto monstruo. 760 kilos, algo como dos metros y medio de largo. Cabe en cualquier librería y podría rematar para siempre la vieja respuesta “no tenemos el libro pero lo podemos pedir; llegara en unos días”.

Jason Epstein, que fue un editor de leyenda y acaba de jubilarse se involucró en el proyecto de la máquina trayendo una publicidad enorme a la nueva tecnología. Hay un plan para mostrar poco a poco la máquina y demostrar sus capacidades. ¿Viene por aquí o vamos a verla allá?

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1 de agosto de 2007
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El Boomeran(g)
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