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GLEZ Y LOS VÓMITOS

Me está pareciendo que Rosa Regás tiene más razón de la razonable. La quiero, aunque muchas cosas que dice, que hace, o que dicen que dice y hace, no las comparta. Aprendí a leer con el ABC. Tengo toda la estima, también muchas distancias, con ese periódico que también sigue siendo el mío. Cambié de periódico, de creencias, de algunos gustos culinarios y de otras cosas, pero nunca cambié mi vieja estima por el diario conservador, sus contradicciones y muchos de sus columnistas. También tengo aprecio por García Calero, poeta y responsable de cultura y de muchas de las informaciones por las que Rosa Regás se ha sentido perseguida. Creo que las dos partes han exagerado, el periódico y la ex directora de la Biblioteca Nacional. No soy prudente. Ni calmado. Ni tranquilo, pero al lado de Rosa me veo sereno en mis juicios y mis actuaciones. Me veo otro. Me sorprendo siendo tan prudente. Tan correcto. Incluso muchas veces he creído que Rosa exageraba casi paranoicamente sus persecuciones.

Viendo el linchamiento por tierra, mar y aire que se está haciendo con Rosa Regás, estoy empezando a dudar de mí, de los otros y hasta de los míos(¿?). Sin hablar con ella y sin creer que es razonable cómo, cuándo y para qué está contando algunas cosas, me pienso limitar para demostrar que hay intolerables formas de expresar la opinión. Hay columnistas extraordinarios, estos días nos toca hablar mucho del mejor, y también uno de los más arbitrarios. Pero nunca, ni con su peor fe, su peor escritura, podría llegar a lo que un tal Montero Glez hace en una columna del ABC, del pasado martes 28. Se llama “Papel mojado”, naturalmente no se me había ocurrido leerla. Alguien me señalo la cantidad de infamia y vómitos que contenía. Casi no doy crédito. Un poco más haciendo memoria de algunas servidumbres percibí ese valiente que se esconde con un pañuelo. Por sus escritos lo conoceréis. No creo. Pero en fin, hay quién confunde el champán con un vino peleón.

Me da pereza y otras cosas, pero reproduciré algo de esa columna vómito de Glez:

“Llegadas las vacaciones, los abuelos, al igual que los perros y los niños, se convierten en un incordio….las familias de hoy en día deberían tomar ejemplo de lo que hace nuestro gobierno con respecto a los ancianos que, lejos de orillarlos, los da cargos públicos, de responsabilidad, vaya. Y aquí viene al dedo citar a la Regás pues, además de abuela de verano, hasta ayer mismo fue baranda encargada de la Biblioteca Nacional. Todo un acierto, lo de colocar a esta anciana dirigiendo un sitio donde abunda tanto el papel. Hay que hacerse cargo, la mujer, debido a lo avanzado de la edad, tiene el muelle flojo y, por lo mismo, los periódicos los utiliza para esas gotas de incontinencia que vienen sin avisar cuando el climaterio anda ya que salpica… Que nadie se lleve a engaño pues aquí todos son excremento del mismo saco. Por éstas toca hundir tecla para señalar a toda la mancha de socialeros que, en nombre de la justicia social, se dedican a deshonrar la verdadera revolución. La misma revolución que abortó la II República con la matanza de Casas Viejas, convirtiendo al Azaña en un genocida sólo superado en nuestros días por el Javier Solana, otro de la cuerda. A ver si cuentan el episodio en la nueva asignatura y se dejan de sandeces. De momento, sólo queda celebrar que este verano haya sido el último de la abuela como directora de la Biblioteca Nacional. Y pedir que no la dejen en la cuneta, por favor, y que el verano próximo tenga su puesto de responsabilidad como taquillera en la playa de Parla. Sería lo suyo.”

Perdón por la cita tan larga…Les he ahorrado algunos insultos a la novelista, a sus opiniones y algunas escatologías. Aunque lo fundamental, el espíritu refinado, la fundamentada crítica, el estilo y el hombre quedan reflejados en lo entrecomillado. Como lector de ABC me siento insultado. Y cómo amigo de algunas mujeres de Parla, también.
 

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31 de agosto de 2007
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LOS NERVIOS

Contra la idea de que la gente nerviosa no consigue hacer nada a derechas, Proust alega en su tercer volumen de En busca del tiempo perdido (El mundo de Guermantes) que sólo gracias a las personas con nervios se obtienen resultados progresivos en las diferentes disciplinas del saber. Un artista, un descubridor, un emprendedor, son eficaces para la sociedad siguiendo el eléctrico impulso de sus nervios. El nerviosismo mantiene la mente y los sentidos en alerta vivacidad. El desasosiego, contra el que tanto se combate actualmente en los fascículos, conduce a través de sus ondas a parajes del espíritu que la calma no alcanza.

Todos los genios fueron nerviosos y, en su extremo, locos, enfermos o hasta muy enfermos de los nervios. Como en cualquier estado de ánimo el nervio puede también volverse en contra y ahorcar con sus gambetas al nervioso pero una vez que el individuo aprende a recibir la inquietud como un fino medio inquisitivo, el temblor como forma interna de auscultación veloz y la intranquilidad como una navegación sobre mares insólitos, el nerviosismo se convierte en un pulso feliz para el pensamiento, el entendimiento y la acción. Desespera tanto una persona muy nerviosa como una persona muy tranquila pero es preferible, en potencia, la comezón a la indolencia y la histeria que la ataraxia. Según una libre o enervada interpretación de Proust.

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31 de agosto de 2007
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Hocicos arcangélicos

Don Vittorio y el joven Boris difícilmente acaban de aprobar mi afición terca por la musa ausente. No han siquiera empezado, la verdad; ya bastante trabajo me costó que a su paso dejaran de gruñír. Boris pesa algo más de cincuenta kilos, Vittorio poco menos de sesenta. Maestros en el arte de seducir y extorsionar a las visitas, son hostiles sólo con los extraños y los idiotas, y a estos últimos los reconocen a partir del gestos delatores, como empuñar y alzar una escoba en su contra. He visto a dos vecinos y un jardinero lanzar la escoba por los aires y correr literalmente despavoridos luego de pretender intimidar a Don Vittorio, cuyos parientes montañeses tienen por costumbre despedazar lobos y desquiciar osos. Aquí, no obstante tanta y tan resuelta corpulencia, son poco más que arcángeles. Por eso tengo que tragarme la risa cuando alguien me pregunta si me ha costado trabajo educarlos.

¿Yo, educarlos? ¿Qué les puedo enseñar a los tipos más sabios que en vida he conocido? Por lo demás, ambos son refractarios al papelón de alumno aventajado que da autoestima al pastor alemán. Antes que obedecer, opinan con sus actos. Se manifiestan. Y el colmo de esto es que suelen ganarme cuatro de cada cinco de nuestras polémicas. Diríase quen en ciertos puntos son poco razonables porque saben que tienen la razón. No obstante, como todos los grandes seductores, compensan terquedad con gentileza; por eso les aburren las polémicas, pero al fin son inmensamente pacientes para con la pasión controladora que define a mi especie. Su misión es, al cabo, educarme. Por eso a veces no estoy tan seguro de no engrosar las listas de quienes aún viven como hijos de familia: sin ellos, mi vida sería un caos sin figura ni orillas. Basta que un día vayan al peluquero para que cunda aquí un silencio estridente y el monasterio se me vuelva prisión.

Pertenezco a una especie soberbia en su ignorancia. Menospreciamos lo que no entendemos y además exigimos ser entendidos, incluso y sobre todo cuando no nos hacemos entender. Pero Vittorio no tiene prisa: cada vez que me pongo idiota porque supongo que no me ha entendido, él espera a que yo comience a entenderlo. Cuestión de persistir, negándome resuelta y repetidamente su obediencia. Cualquiera entiende, aparte, lo complicado que es hacerse obedecer por un cuerpo de más de cincuenta kilos de peso, cuya intuición e información genética son intrínsecamente superiores. Por eso tanto él como Boris opinan, discretos pero enfáticos, que una musa es tan necesaria en esta casa como una lancha de doble motor, y es así que en ausencia de la etérea de marras se prodigan en mimos, gracias y monerías, como si de esa forma quisieran empujarme al precipicio de la comparación. ¿Explica eso que cada día me simpaticen menos los hoteles, pues en ninguno hay una nariz húmeda que tenga la bondad de despertarlo a uno como la gente?

He llegado a creer que Don Vittorio entiende cada una de mis palabras, y hoy apenas me extraña que Boris esté cerca de aprender a leer el pensamiento, si es que no lo ha venido haciendo desde siempre. El hecho es que conozco realmente poco de ellos, comparado con el ancho dossier de mi persona que los dos alimentan y consultan cada día. Saben todo lo que hice y mucho de lo que haré, incluidos los errores que no los dejaré evitar pero, sabios que son, se sienten cómodos dejándome creer que sé lo que hago y me las arreglo solo: un cuento chino que se viene abajo cuando vamos los tres en un solo auto, yo chofer y ellos dogstars, y así me miro parte de un acorazado de ciento ochenta kilos de carne, hueso y colmillos al que ningún malandro querría importunar. Aun durante las atroces embestidas de la página en blanco, cuando detrás se asoma la sombra de la nada enseñando sus fauces purulentas de hastío, mis dos cómplices le hacen frente con la fiereza de un terminator silvestre. Y de pronto para eso no necesitan más que tumbarse junto, dormírseme en el muslo y dejarme escuchar la querida cadencia de sus resuellos.

Debe de ser terriblemente agotador tener que sostener al mundo entero con menos de sesenta kilos de peso.

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30 de agosto de 2007
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III. UN LECHO DE ESPINAS

No era una situación fácil para ninguno de los presidentes centroamericanos. El presidente Vinicio Cerezo de Guatemala, que había ganado las elecciones a la cabeza de una fuerza emergente y nueva en el poder, como era la Democracia Cristiana, no tenía todo el poder en sus manos, ni menos tenía de su lado al ejército, ni a los empresarios. Era el mismo caso del presidente Napoleón Duarte de El Salvador, también electo a la cabeza de la Democracia Cristiana, que no tenía hasta entonces confiabilidad política de parte del ejército, ni de los estamentos conservadores del país. Para muchos, negociar era rendirse a la insurgencia de izquierda.

En el caso del presidente Rafael Azcona de Honduras, del Partido Liberal, su situación era de las más críticas, porque, como dije, las bases militares de los contras estaban abiertamente establecidas en su propio país, tal como lo reconoció él mismo en uno de sus primeros actos de valentía. El presidente Oscar Arias de Costa Rica, no contaba más que con el prestigio democrático de su país para asumir la iniciativa de la mediación, y tras tropiezos iniciales, sujeto también a múltiples presiones, lo logró por fin.

Pero menos fácil era la situación para el presidente Daniel Ortega de Nicaragua.

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30 de agosto de 2007
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Una trilogía dorada

Me encantan las historias fantásticas, pero en especial cuando funcionan como espejo –deformante, pero espejo al fin- de la realidad en cuyo patio jugamos.

Philip Pullman es el autor de una trilogía llamada His Dark Materials. Las novelas individuales se llaman The Golden Compass (que alguna vez circuló como Northern Lights), The Subtle Knife y The Amber Spyglass. Aquellos que no hayan oído hablar del asunto perderán pronto su virginidad: en diciembre se estrenará con bombos y platillos la versión cinematográfica de The Golden Compass, con Nicole Kidman y Daniel Craig (esto es, el nuevo James Bond) en los roles de Mrs. Coulter y Lord Asriel.

The Golden Compass significa la puerta de acceso a un mundo muy distinto del nuestro, en el que cada persona posee un daemon –una suerte de doble con forma de animal, siempre de sexo opuesto al del individuo en cuestión-, donde se navega el aire en zeppelines y los osos polares son hábiles herreros y mejores guerreros. La protagonista de la historia es Lyra, una huérfana que vive en la Universidad de Oxford (quiero decir, en una versión alternativa del Oxford que tuvo a Pullman como alumno primero y como profesor después) y que se ve involucrada en una conspiración que la llevará a recorrer mundos paralelos de cuya existencia nada sabía.

Más allá de las diferencias, el universo de Lyra se parece al nuestro en algunas de sus características menos edificantes. La vida está regida por el Magisterio, un poder eclesial cuyos integrantes practican el fanatismo: sus procedimientos son inquisitoriales, por lo que no dudan en controlar el pensamiento de los ciudadanos y en ejercer la violencia cuando lo consideran ‘justo’. (Una publicación llamada Catholic Herald describió los libros de Pullman como “dignos de la hoguera”.) Por lo demás su gente se parece mucho a la de este universo: movida por el miedo y la ambición, ocasionalmente exhibe una chispa de grandeza que permite vislumbrar cuán maravillosos seríamos si en vez de recurrir a nuestros ‘materiales oscuros’ nos dejásemos llevar también por la luz que vive dentro nuestro.

De buscar un antecedente a His Dark Materials no habría que pensar en Tolkien ni en la saga de Harry Potter, sino en Paradise Lost de John Milton y en las visiones de William Blake. Por algo The Amber Spyglass ganó el premio Whitbread al Libro del Año, la primera vez que se otorga ese galardón a un libro cuyo público es en buena medida infantil. (“Yo escribo para mí”, dice Pullman en su portal. Si la historia que escribo resulta ser de la clase que le gusta leer a los niños, pues que así sea. Pero yo no escribo para niños: escribo libros que son leídos por niños. Algunos adultos bastante listos también los leen”.)

The Subtle Knife desequilibra al lector al iniciarse en nuestro mundo tal cual es y presentar al coprotagonista de la saga, un niño llamado Will Parry. Al igual que Lyra en su universo, Will es un niño que ha debido criarse prácticamente solo, enfrentado a situaciones que acabaron con su inocencia antes de tiempo: una madre desequilibrada, un padre ausente, un presente de violencia. En este segundo volumen la ambición de Pullman empieza a dar dividendos insospechados. Por una parte se atreve a releer la narrativa de la Salvación, iniciada por la Biblia y revisitada por Milton. Pullman se aproxima al gnosticismo, sugiriendo que el Dios al que adoramos no es el Dios verdadero sino un impostor. (¿Cuántas novelas de fantasy e historias para niños se han atrevido a convertir al terrible ángel Metatrón en uno de sus personajes?) Pero por la otra parte Pullman abre también el juego a la ciencia: su visión de los universos paralelos y de la constitución atómica de nuestro mundo es coherente con los principios de la física cuántica y de la teoría del caos.

Mejor que termine aquí, escribiría horas al respecto. Pueden husmear en el site de Pullman, que tiene materiales muy interesantes –su opinión sobre la religión organizada, por ejemplo. Y también está el site de la película, cuyas imágenes me llenaron de ilusión: ¡ojalá la adaptación le haga honor a la novela!

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30 de agosto de 2007
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FLORES

Tras la aromaterapia, la cromaterapia y la taloseterapia, echo de menos la terapia a través de las flores. No mediante su color, su olor o su morfología sino de todos sus elementos juntos. Las flores efectivamente no las venden baratas pero nada se me ocurre que ofrezca más beneficio a cambio de su precio.

No se trata de la compañía de los animales que a fin de cuentas vienen a personificar los anhelos y miserias de sus amos, sus pulmones, su corazón, su boca fétida. No se trata, desde luego, de la asistencia vivencial de los perros, los pájaros o los gatos que siempre introducen una inquietante presencia a la habitación añadiendo los padecimientos propios de una categoría vital demasiado compleja.

Las flores viven y dejan vivir. Acompañan con el silencio exquisito y se expresan sólo para ser apreciadas. Son incomparablemente más narcisistas que los perros pero incalculablemente más respetuosas. Se dejan mirar sin necesitar observarnos, nos permiten disfrutarlas sin pedir después nada a cambio. Son además tantas, tan diferentes y sin embargo tan disciplinadas siempre que pueden ingresar en nuestro espacio sin invadirlo, respirar a nuestro lado sin transmitirnos un mal aliento, morir suavemente como seguramente preferiríamos morir nosotros mismos. Los cementerios se colman de flores asumiendo implícitamente que ellas son al cabo lo mejor que podríamos haber ofrecido de nosotros mismos, la imagen y semejanza de una existencia donde sin clamor se ama y luce, y sin dolor se desaparece.

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30 de agosto de 2007
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SER ESCRITOR

Algún amigo del blog se queja por mis juicios favorables sobre el escritor Umbral. Protesta por las actuaciones del personaje público. También por la retórica del escritor. Vuelvo a expresar mis admiraciones por su manera de escribir en los periódicos, en algunos libros autobiográficos y en algunos acercamientos que el escritor Umbral hace a su vida, su tiempo o a sus gustos literarios. Escribió mucho, escribió todos los días durante más de cincuenta años. Hay muchas páginas prescindibles. Otras deslumbrantes. Libres, certeras, dolientes, hirientes, profundas, leves, inteligentes y emocionantes como el mejor dominador de esa compleja herramienta que es el lenguaje.

Apenas he leído al Umbral de este siglo. Un libro tan diferente a su imagen tantas veces frívola o banal que podía dar su ser personaje tan público, Un ser de lejanías, ése es un libro para reconciliarse con el escritor.

Desde siempre el escritor llevaba un ser dentro que contradecía a su personaje: “el hombre de letras se resiente siempre de su injustificabilidad, y también en este aspecto es un letraherido. Los más banales buscan el éxito en el teatro, “fabrican” un acontecimiento social, ven a su público, se sienten justificados. Pero no lo están mucho más que el domador del circo.

Ser escritor iba a ser condenarse a la injustificación de por vida…Paradójicamente, el escritor, que es el hombre más roborado y autocorroborado, el que firma todos los días debajo de sí mismo, resulta en el fondo un ser inexistente, sin justificación alguna, el que da al lenguaje, esa preciosa herramienta, un uso inútil…

Al que ha hecho una catedral le basta con decir: “He ahí la catedral”. O la fábrica. El que sólo ha jugado un poco con las palabras no puede sino mostrarse a sí mismo. Por eso el escritor se deja ver tanto, más que nadie, casi como los toreros, en España.

…no he resuelto el caso. Lo que pasa es que ya no me importa. Y no es que haya llegado uno a un mayor cinismo, sino que efectivamente los problemas dejan de ser problemas, en la edad tardía, como las dichas dejan de ser dichas…

Trabajaba en mi estilo. Trabajaba en mí”

Esas son reflexiones de Umbral en un libro Los cuadernos de Luis Vives de hace más de diez años. Ha reflexionado y mucho sobre su condición histriónica. Quizá se le fue la mano en lo de dejarse ver. También así ocultaba otro. El otro. El escritor, el que nos importa. Yo nunca pensé en él como feminista. Ni como muy moral. Sí como mortal. Y rosa.

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29 de agosto de 2007
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II. LA GUERRA FRÍA EN ESCENARIO TROPICAL

Los acuerdos que abrieron camino a la paz se firmaron en la ciudad de Esquipulas, en Guatemala, donde se encuentra situado el santuario del Cristo Negro que atrae romerías de promesantes desde toda Centroamérica. Y aunque tardaron en tomar cuerpo real, llegaron a cumplirse por fin, principalmente porque estaba de por medio la voluntad de los presidentes que los habían firmado.

Cada uno de ellos tenía sus propios motivos, sus propias contradicciones internas, sus propias limitantes, sus propias creencias ideológicas, pero fue una sola voluntad, en medio de un conflicto que estaba marcado de una u otra manera por los alineamientos de la guerra fría. Y esa voluntad tampoco coincidía en todo con los intereses hegemónicos que fuera de la región centroamericana tenían que ver con la guerra.  Nicaragua recibía armas y suministros militares del campo soviético, y el FMLN y la URNG tenían el apoyo militar de Nicaragua y Cuba; y los contras, todo el respaldo de la administración del presidente Ronald Reagan, que también apoyaba decididamente a los gobiernos y a los ejércitos de Honduras, El Salvador y Guatemala.

En la Unión Soviética, donde para el tiempo de la firma de los acuerdos ya había empezado la era de Gorbachov, nadie pensaba que la confrontación en Nicaragua pudiera tener una salida militar, y ellos mismos empezaban a urgir al gobierno sandinista para hallar una salida negociada; pero los halcones en Washington creían que los contras aún podían ganar la guerra, y buscaban y obtenían más recursos en el Congreso para financiarla.

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29 de agosto de 2007
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Museless

Cada vez que a la musa le da por esfumarse sin más explicación, conviene oír a quienes consideran que las musas están sobrevaluadas. Se las espera con místicas ansias, se las recibe con virtual beatitud, se las perdona con cristiana resignación porque después de tanto haberse hecho soñar no son capaces de llevar a cabo una sola tarea práctica. Puede uno morirse de hambre, pena o frío en su impasible presencia, que no habrán de mover un dedo para impedirlo. Son, como los pegasos y los unicornios, esencialmente una especie ingrata y voluble, frente a la cual un gato parecería un perro. Cree uno saber, de muy torpe antemano, todo el bien que la musa le hará a su trabajo, por eso está dispuesto a pagar cualquier precio por retenerla, como a un enervante injertado en combustible. Pues por pagarme el vicio que aquí a diario despliego sería capaz de endeudar de por vida a mis tataranietos y vender a los suyos como esclavos en Júpiter, y las musas lo saben tan de cierto que pueden elevar sus honorarios astronómicamente sin tener que sentarse a negociar. ¿Existe condición negociadora más favorable ante un cliente supersticioso que la de presentarse como talismán?

Las musas son sensibles a los rituales. Igual que sus clientes, creen poco o nada en las casualidades y lo atribuyen todo a las coincidencias. ¿O es acaso casual que estas líneas ocurran precisamente durante un plenilunio, cuando más y mejor le brincotea a uno el animal interno? Momento ideal, por cierto, para tomar al toro por los cuernos y enseñarle a esa vampiresa intrusa quién hace aquí bailar al murciélago. Si a la musa le crecen los colmillos en una noche así, uno tiene de pronto las manos peludas y el hocico babeando para responderle. ¿Qué quiere Vampirella? ¿Mi hemoglobina? Ni siquiera enterrándome un colmillo en la yugular y el otro en la carótida conseguiría mi musa persuadirme de esa fruslería. La sangre que ella busca, etérea al fin, no es otra que mi fe, que al cabo es la moneda corriente de la ficción. Con tal de conseguir la fe de quien me lee soy capaz de saltarle al cuello, encajarle completa mi sed de quimera y esperar que la suya no sea menos ansiosa. Puedo hacerme abismal, y hasta normal; puedo si es necesario confesar la verdad a grito pelado, pero no sin el tanque repleto de una fe francamente fanática. Necesito creer en lo invisible por encima de lo palpable, y para eso las musas son de gran ayuda. “Por algo habrá llegado”, supone uno, y así construye un puente entre su arribo y el mundo imaginario donde vive, con apenas un poco de interés por el resto.

Durante un plenilunio no se es supersticioso impunemente. Se da por hecho, aparte, que toda esa energía selenita no hará menos que exacerbar la vena licantrópica y afilar los colmillos del interesado. Situación que comparto con Boris y Don Vittorio, los dogos pirenáicos cazadores de lobos que cohabitan conmigo y ahora mismo hacen dueto de aullidos en el jardín, mientras yo aquí resisto con mediano decoro la tentación de unírmeles. Por eso al fin sigo elevando el volumen de la música, de modo que la voz de Nina Simone termine de extender la madrugada como se extiende un cheque por todo el crédito del mundo. Y eso es de lo que estamos borrachos ella y yo, nos bañamos en crédito uno al otro, aun (y con más ganas) a costillas del público descrédito. Pero un momento, Boris, Vittorio, Afrodita donde quiera que estés: ¿qué estoy haciendo aquí tratando de explicarlo, si el puro piano atrás de la canción lo relata con lujo de crucifixiones? Wild is the Wind, se llama, y si la canta Nina Simone soy capaz de creer en cualquier cosa, incluso en que la musa volverá con el alba. No para darme ideas, ni ayuda, ni consuelo, sino su puro crédito. Necesito que venga y me diga que cree, no me importa que el resto sean mentiras. Y si hemos de creer el uno en el otro, contra todas las leyes de la realidad, ¿ya que de raro tiene aullar por su retorno?

Anda, Afrodita, ven. Ya no aguanto las ganas de sobrevaluarte. (Siguen aullidos.)

Videos de pie de página

Wild is the Wind, por Nina Simone.

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29 de agosto de 2007
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CHÁVEZ Y EL TIEMPO

En el chiste más conocido sobre los dictadores en América Latina, un presidente pregunta a su jefe de despacho “¿qué hora es?”. “La hora que le convenga” contesta el lúcido colaborador. Es lo que ocurre en Venezuela, con una pequeña diferencia: Hugo Chávez Frías combina ambas posiciones. Es el presidente y también el jefe de despacho de un poder que asaltó a todos: a la oposición, a EE.UU., a varios regímenes del continente antes de desafiar ahora al tiempo.

Creo que se trata de la aparición de un síntoma clave en la evolución de la Revolución bolivariana: a Chávez le falta tiempo, no le conviene la duración del día; denuncia hasta el sol que no amanece cuando tendría que hacerlo para favorecer sus planes. Tenemos que recordar que la gran Revolución francesa, en su época, mostró los primeros síntomas de descontrol de su proceso al intentar cambiar el calendario.

Cambiar el tiempo en lugar de cambiar las cosas es un síntoma de impotencia mezclada de frustración. Es lo que ve toda América Latina hoy en día al descubrir la doble ambición del líder venezolano: adelantar la hora treinta minutos y reducir la jornada laboral a seis horas. Visto desde Argentina como de la vecina Colombia el proyecto se parece a una huída para alejarse de la realidad (inflación, “escándalo del maletín”, oposición interna, desorganización de la economía, etc.).

Hasta ahora, la relación entre Chávez y el tiempo era más bien algo largo, interminable, tal como el reciente récord de duración de su programa Aló Presidente: siete horas y 43 minutos. Pero desde muy poco, todo va al revés: aceleración permanente. Su único opositor, Manuel Rosales, se equivoca cuando desafía al presidente bolivariano para que la reforma de 33 artículos de la actual Constitución no se vote en bloque, como está previsto, sino de forma individual. Chávez ya no vive en el mundo de las instituciones que necesita decisiones como ésta; vive sólo en una cumbre del poder, sin nadie para dialogar. Ya entró en el mundo fascinante y monstruoso de los caudillos latinos. El flujo del tiempo, para él, tiene que ser el flujo que le conviene. Cada día, su acción comprueba la terrible observación del poeta francés Paul Claudel: “No es el tiempo que nos falta. Somos nosotros quienes le faltamos a él”.

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29 de agosto de 2007
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