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Quítate de ahí, que me pongo yo

En una reciente entrevista al excelente director teatral Mario Gas, le preguntaba una empleada de la televisión nacional de Catalunya: "¿Y usted vive en... en... en Madrid, verdad?". Lo decía temblorosa e incrédula. El interpelado, que es muy listo, lo confirmaba sin darse por enterado. "Pero, pero... ¿cómo lo aguanta?", repetía conmovida la muchacha. Esta escena es de lo más corriente en los medios de persuasión de la Generalitat desde que los socialistas regalaron las radios, las teles, la cultura y la lengua a Esquerra Republicana.

En casi todos los medios pagados por los catalanes se ha instalado un delirio. Sin embargo, hay también designios malévolos. Por ejemplo, una multitud de programas que se burlan de "los españoles" mediante la exhibición de fragmentos de otras televisiones en los que aparecen mujeres y hombres de escasa cultura o simples energúmenos diciendo barbaridades o mostrando su estupidez. En uno de esos programas pillé el otro día a un cómico exigiendo que levantaran la mano los que odiaban a Fernando Alonso. A la vista del escaso éxito pudo verse, gracias a un error de la cámara, cómo su secretaria agitaba los brazos muy nerviosa invitando a la concurrencia a odiar ese "símbolo español". En fin, impotencia y resentimiento.

Los escasísimos datos que se hacen públicos desde el sanedrín reconocen que la audiencia de esos medios ha caído en picado desde que los dirigen los cruzados. Y todos sabemos que es una sangría colosal sobre la que jamás dirán ni mu. El reparto es descarado y los de Esquerra son insaciables poniendo a su gente en todas partes. La excusa es "hacer país", pero la verdad es que tan solo hacen clientela. Como es dinero público, absolutamente nadie les pide cuentas sobre el fracaso de los medios que controlan.

La expulsión de Cristina Peri Rossi de la radio nacional catalana por hablar en castellano no es solo una represión lingüística. Es también la excusa para ganar otro puestecito pagado con dinero público para un cliente del partido o un adicto al régimen. Y el resto es hipocresía.

Artículo publicado en: El Periódico, 6 de octubre de 2007.

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8 de octubre de 2007
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Un tal Draco / y II

Conocí a Robi Rosa durante una cena tan extensa como las ¿seis, siete? botellas de tinto que destapamos en un restaurantillo penumbroso de la ciudad de México, equipado con velas idóneas para la ocasión. La idea era llevar a cabo una entrevista con él y los tres músicos que le acompañaban, pero ya antes de la primera copa sabíamos que no habría más registro de sus haceres y decires que la pura memoria del entrevistador. Más todavía, me incomodaba aquel papel de periodista dizque objetivo, luego de que su disco me volara los sesos pocas noches atrás, durante un largo insomnio compulsivo merced a los fantasmas transilvanos que emergían tenaces de los audífonos.

Draco Cornelius Rosa, era su nuevo nombre. Lo había cambiado él mismo en el registro civil, asomaba a su pinta de poeta abismal el orgullo de ahora llevarlo en el pasaporte. Contra lo que el lugar común habría hecho esperar, no era un porfesional de la depresión, sino más bien lo opuesto: un maniático de la vida intensa que sin cansancio llenaba las copas, brindaba con la suya en alto y no perdía oportunidad de celebrar la vida a gestos, manotazos y frases terminantes. Aun si dentro de la mochila sucia traía un ejemplar de Los cantos de Maldoror, costaba algún trabajo ver en ese bohemio impenitente al afligido coautor de La flor del frío. Si L.M. Panero, que por supuesto se contaba entre sus autores de cabecera, hubiera precisado describirlo, probablemente habría echado mano de uno de sus Poemas del manicomio de Mondragón:

  Un loco tocado de la maldición del cielo

  canta humillado en una esquina

  sus canciones hablan de ángeles y cosas

  que cuestan la vida al ojo humano

  la vida se pudre a sus pies como una rosa

  y ya cerca de la tumba, pasa junto a él

  una princesa.

“Tanta es la desesperación en un hombre atormentado, que lo hace camuflarse en la luz entre millones de almas malhumoradas, suspensas en el canto de la lluvia, y pedir, con exclamaciones rotas, asilo en lo sobrenatural”, había escrito sobre sí mismo, y puede que palabras como esas me bastaran para olvidar la idea de la entrevista y seguir sólo el curso de esa noche de vino y carcajadas, como se asiste a la experiencia rara de celebrar la vida hasta la última orilla. De hecho, le gustaban los extremos. Leía sin parar durante días y noches deslumbrados, y si acaso bebía, quería hacerlo hasta alcanzar las puertas del hospital. “A la mierda los deportes”, opinaba, sorprendido y asqueado de que la gente fuera capaz de invertir enormes dosis de atención en un jodido marcador. Mostraba, en cambio, desmedida voracidad por saber algo sobre la vida de Jaime Sabines, otro de sus poetas venerados. Iríamos por la segunda botella cuando el encuentro ya degeneraba en una escandalosa complicidad, salpicada de ese romanticismo tóxico que lleva a los extraños a gastarse la noche brindando por Penélope y hablando del amor.

No esperaba entonces que aquellas desmesuras convocaran turbas. Siguiendo a la mujer que vuela de El lado oscuro del corazón, diría que a las canciones de Draco no hay que guardarlas con la colección de discos, sino en el botiquín. Jamás antes, ni después, asistí a una intensidad sonora como aquélla: de esas que suelen confundir a los distraídos haciéndose pasar por necrofílicas, cuando lo cierto es que son vitales, hondas y terapéuticas como el fruto secreto de un amor prohibido. Y si ahora dedico tantas palabras a ello no es sino por la pura esperanza de que un pequeño puñado de almas propensas a la convulsión pruebe el inmarcesible consuelo de saberse en extraña y entrañable compañía. Que perdonen los siempre equilibrados si de repente nuestra plenitud radica en unas cuantas palabras palpitantes.

Desde esa noche no volví a verlo, mas no por eso dejé de escucharlo. Podría renunciar a la historia completa del rock en español por quedarme con las catorce piezas de Vagabundo, aunque igual me harían falta otras tan memorables como Cruzando puertas. ¿Cómo explicar ahora que todo ese vino bastara sólo a medias para emborracharnos? Afortunadamente no es preciso explicar esa magia, ni la escasa respuesta recibida por Vagabundo en su momento, ni el éxito mundial que le significó a Robi Draco Rosa el lanzamiento de su Livin’ la vida loca. Lo único explicable que me queda es el deseo callado de encontrarme de nuevo con ese personaje, sentarnos a una mesa y escribir juntos una canción que luego me acompañe hasta la tumba. Y ahora, si me permiten, les dejo con Panero, que de esto sabe más que el diablo mismo.

  Rociaremos con vino, orina y sangre

        las iglesias

  regalo de los magos

  y debajo del crucifijo

  aullaremos.

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5 de octubre de 2007
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TAXIS Y MASTURBACIÓN

Los coches eléctricos se esperan como la alternativa a la contaminación de las ciudades. En Estados Unidos, los primeros taxis de Manhattan fueron coches eléctricos que, efectivamente, sirvieron como alternativa a la contaminación irrespirable que procedía de las bostas de los caballos que arrastraban arruajes.

En 1900 circulaban por Nueva York hasta 100 taxis de gasolina, muy distinguibles por sus colores verde y rojo, pero las carreras resultaban enormemente caras y sólo se hallaban al alcance de unos cuantos.

En 1907 la New York Taxicab Company lanzó la primera flota de automóviles de alquiler de gasolina equipados con taxímetros, una invención que les aportó un éxito instantáneo a pesar de que señores de la clase alta siguieron renuentes al automóvil y preferían conducir personalmente sus tiros de caballos. De esto hace 100 años justos. En esas fechas, los manicomios norteamericanos se hallaban colmados por enfermos  psíquicos que no recibían más tratamiento que la higiene y una alimentación sana. A una  décima parte de esos internos se les había diagnosticado locura por causa directa de la masturbación. Al resto se le tenían por lo loco como consecuencia de una herencia familiar. Esto también lo leí en el libro de Jed Rubenfeld, La interpretación del asesinato, un thriller dirigido a lectores interesados por lo policiaco y lo psicoanalíticos, el sexo y el asesinato.

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5 de octubre de 2007
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Pedro el Grande

Si saliese a la calle a improvisar una encuesta sobre los más grandes cineastas de las últimas décadas, se repetirían una serie de apellidos obvios -Spielberg, Coppola, Scorsese, quizás hasta Tarantino porque es un personaje, y también Altman y Bergman porque murieron hace poco-, pero estoy casi seguro que nadie diría: Peter Weir. Es más, juraría que Weir no saldría a colación ni siquiera si ciñiese mi encuesta a cinéfilos y críticos. Lo cual constituiría una injusticia, porque Weir es sin duda uno de los grandes de verdad.

Hablo del director de El año que vivimos en peligro, de Witness, de The Truman Show, tres películas conmovedores y simplemente perfectas. Weir es australiano, lo que equivale a decir que es descendiente de europeos que colonizaron una tierra salvaje a la que están seguros de haber domesticado, hasta que corcovea y amenaza con derribarlos nuevamente.

Acabo de volver a ver La última ola, una de sus primeras películas, en la que ya están presentes todas sus obsesiones: la fragilidad de aquello que consideramos civilización, el extrañamiento que produce el contacto con otras culturas, el terror que acecha cuando empezamos a sospechar que no lo sabemos todo ni poseemos verdadero control sobre nuestras vidas.

El origen de La última ola fue un cuento con que Weir trató de responder a esta pregunta: ¿qué pasaría si una persona racional hasta el punto de lo prosaico recibe algo que interpreta como una premonición? En La última ola es David (Richard Chamberlain), un abogado especializado en impuestos que se ve compelido a defender a unos aborígenes a quienes se acusa por un crimen. Lo que inquieta a David es el hecho de que los aborígenes no quieran colaborar con él. Comprende que para ellos la cárcel es un precio justo a pagar con tal de mantener un secreto. Y avanza sobre la sospecha de que ese secreto tiene algo que ver con una cultura y una práctica tribales que los australianos blancos preferirían creer extintas. "Yo soy australiana de cuarta generación," dice en un momento la esposa de David, "y nunca en mi vida he visto a un aborigen cara a cara". Por supuesto, el hecho de que sus noches estén siendo visitadas por extraños sueños -de hecho sueña con Chris (David Gulpilil) antes de conocerlo- contribuye a que David crea estar al borde de una revelación ominosa.

El tema es lo que existe por debajo: de la cultura occidental de los australianos, de la vida de vigilia, hasta de la ciudad misma. (El climax de la película ocurre en unas cuevas en lo profundo de Sidney.) Como todos tenemos mucho que ocultar, la película de Weir -otra de sus obras maestras, junto con Picnic At Hanging Rock y las que ya mencioné- no puede sino resultar inquietante. Las imágenes de esos rostros oscuros dignos de Hugo Pratt, el uso de sus instrumentos atonales en la banda sonora y la pérfida omnipresencia del agua son para poner los pelos de punta.

Me quedé colgado de un detalle del film. En un momento David confiesa que nació en Sudamérica, un dato que está colocado para sugerir que viene de un mundo más antiguo, y por ende misterioso, que la cultura que practica. Más allá de las diferencias puntuales, el hecho de ser sudamericano ayuda a que sienta empatía con Weir. Como los australianos, desciendo de los europeos. Mi gente es blanca. En estos días en que los aborígenes siguen muriendo de inanición en el Chaco, me pregunto también qué existirá debajo de nuestras ciudades, qué estaremos negando al taparlo con cemento, qué extraño sueño nos visitará esta noche.

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5 de octubre de 2007
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CARLOS LLAMAS

Muchos amigos están en su capilla ardiente. No entiendo ni lo de capilla. Ni lo de ardiente. No le acompañó la fe a Carlos Llamas. Yo también carezco de esa misteriosa fuerza oculta. No la añoro. Él confesó no hace mucho que sí, que le hubiera gustado tener fe en algo trascendente, pero no consiguió tenerla ni cuando supo que se enfrentaba a la muerte. Nunca es dulce la muerte. Creo. No lo es cuando quieres vivir. Carlos quería vivir. Estará muy cabreado por no haberlo conseguido, nosotros también.
No se si habrá funeral. Creo que sí. No iré. Ni al entierro. He visto abrazos, llantos y tristezas por la televisión. No quiero acercarme, no lo haré. Le tengo cariño, le aprecié como ser humano y como periodista. Nos entendimos bien. Teníamos raíces zamoranas, en mi caso, más producto de lo imaginario que lo real. Pero ahí estaban. Además teníamos otras raíces más profundas que nos unían. Sufríamos por el mismo equipo. Nos gustaba la misma ciudad. Su ser poblachón, ser barrio y su querer ser, y serlo, gran ciudad. Nos gustaba la noche. Las copas. Y el humo de los cigarros. Me gustaba ese humo que lo mató. Me sigue gustando aunque no fumo después de ver lo que hizo con él. Hoy, mi amplio yo inconsciente y temerario, casi me hace volver al cigarro para recordar mejor a Carlos. Me resistí. Me desconozco. Pero sí, al menos eso, he brindado por el amigo muerto. Suene un disco de Madeleine Peyroux. Canta “La javanaise”. Levanto mi copa. Y hago caso a Lec: “Cuando no encuentres palabras de indignación, no las sustituyas por elogios”. Estoy cabreado.

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5 de octubre de 2007
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SEREMOS TRANSPARENTES

Los científicos del Instituto de Biología de Anfibios de la Universidad de Hiroshima han logrado crear una rana transparente utilizando la manipulación genética a partir de especimenes de un extraño tipo de rana albina. A través de la piel de esta nueva rana pueden verse todos sus órganos, y pueden también apreciarse sus funciones fisiológicas, con lo que ya no será necesario abrirlas con el bisturí, como suelen hacer, entre otros, los estudiantes principiantes de medicina.

Ante esta noticia se me ocurre pensar en la posibilidad de que un día se pueda crear seres humanos de piel transparente, con lo que sería posible admirar a plenitud nuestros órganos vitales, y estando de pie frente al espejo ver cómo reaccionan ante nuestras emociones y sentimientos: los hemisferios del cerebro, para empezar, donde advertiremos las reacciones eléctricas provocadas por nuestros malos pensamientos, o nuestras inspiraciones; las palpitaciones aceleradas de nuestro corazón ante la vista del ser amado, el hígado ennegrecido por el odio, el estómago que recibe con  deleite los alimentos que tragamos, las glándulas sudoríferas que destilan copiosas nuestras miedo.

Seremos como una vitrina iluminada, que nos hará también testigos del progreso de nuestra propia muerte.

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5 de octubre de 2007
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APUESTAS

Se espera (aunque nunca se sabe) la designación del premio Nobel de literatura el 11 de octubre. Sería una sorpresa para mí una designación hoy (normalmente el anuncio se hace el jueves, después de una horrorosa comida de los jurados en un restaurante que no sabe –en mi opinión– cocinar el pescado).

Claro que no tengo información sobre el ganador, pero noté una cosa inverosímil, extraña, deslumbrante: la firma Ladbrokes, una empresa de apuestas donde sigo cada día la cotización de los equipos de la copa del mundo de rugby, hace la misma oferta para el Nobel.

Si sale Claudio Magris, se pagará 5 por 1. Y se sale el poeta Robert Silverstein (mejor conocido con su seudónimo de Bob Dylan) se pagará 500 por 1.

La lista es apasionante. Se puede aprender de todo: la encabeza Claudio Magris, Adonis sigue entre los primeros (hace cuando anos que se le promete en premio), Haruki Murakami sale en séptima posición por delante de Hugo Claus, Fuentes adelanta a Vargas Llosa, solo hay dos francés (Le Clezio y Tournier). En mi ámbito personal, la lista es también un golpe: me queda tanto por leer.

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4 de octubre de 2007
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Un tal Draco / I

Hay ideas que no pueden sostenerse de día, pero es noche cerrada y de pronto son ellas las que me sostienen. Si quisieras ahora venir y acabar de una vez con mi vida… yo te lo pido blanca mujer, que me lleves a tu eterna guarida, repta aún la canción bajo la piel, como lo ha hecho por años sin que intente ni acepte parar de escucharla. Es uno de esos himnos secretos que se esconden detrás de las sonrisas cotidianas para no develar lo que no deben, como se ocultaría un verso de Panero durante una lección de catecismo. Si fuera mediodía, intentaría tal vez la aritmética básica para que dos más dos me dieran cuatro, y así iría por partes, ordenadamente. Me abstendría, por ejemplo, de soltar aquí mismo, intempestivamente y sin motivo, unos versos de Leopoldo María Panero, pero no es hora de renunciar a nada.

  te mataré mañana cuando la luna salga

  y el primer somormujo me diga su palabra

  y en el pico me traiga la orden de tu muerte

  que será como beso o como acción de gracias

  o como una oración porque el día no salga

  te mataré mañana cuando la luna salga

  y ladre el tercer perro en la hora novena

  en el décimo árbol sin hojas ya ni savia

  que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra

Guardo toneladas de poesía explosiva junto a mi cama y una pistola cargada de miedo bajo mi almohada, dispara otra canción del mismo álbum, en medio de una intensa y cíclica acidez que proscribe la indiferencia de un solo tajo. Son ya más de las tres de la mañana, me sobran las licencias para pasar por alto el tema de estas líneas y liberar a un par de diablos otrora retenidos (me temo que la única manera de abordar nuestro tema es seguir eludiéndolo, y entonces subrayándolo). Qué más da el tema, pues. Vámonos de regreso con Panero para mejor entrar en Vagabundo.

  te mataré mañana cuando caiga la hoja

  decimotercera al suelo de miseria

  y serás tú una hoja o algún tordo pálido

  que vuelve en el secreto remoto de la tarde

  te mataré mañana, y pedirás perdón

  por esa carne obscena, por ese sexo oscuro

  que va a tener por falo el brillo de este hierro

  que va a tener por beso el sepulcro, el olvido

No es la primera vez que intento transmitir esta humedad del alma. Puedo incluso querer o malquerer a una desconocida de acuerdo a su reacción a estos sonidos, que al paso de los años me han dejado la entraña poblada de crecientes plenilunios y las manos peludas como a los de mi especie cuando es hora de aullar a dichoso destiempo. Morir es olvidar, ser olvidado, refugiarse desnudo en el discreto calor de Dios, cita un tal Draco a un tal Sabines y hay un aroma largo de panteón subiendo con el fuego fatuo de la madrugada. (No te quiebres, Panero, que no hemos terminado.)

  te mataré mañana cuando la luna salga

  y verás cómo eres de bella cuando muerta

  toda llena de flores, y los brazos cruzados

  y los labios cerrados como cuando rezabas

  o cuando me implorabas otra vez la palabra

  te mataré mañana cuando la luna salga,

  y así desde aquel cielo que dicen las leyendas

  pedirás ya mañana por mí y mi salvación

(...)

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4 de octubre de 2007
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LA COPIA

Toda producción lleva en su núcleo la copia y, en consecuencia, se halla contaminada de falsificación. Cualquier pintura comporta una falsificación puesto que sin importar su realismo se basa inexcusablemente en la reproducción, deliberada o no, digerida, metabolizada, aberrada, de otro modelo anterior. Por este camino fue como la pintura moderna fue escapando de su modelo real y realizándose en sí. El original pues no será nunca el que garantizadamente proceda de la obediente mano del artista sino de su memoria particular. ¿Será concebible imaginar algo sin copiar de algo? Absolutamente no.

En el extremo, todas las novelas y cuentos, toda invención, cualquier producto de creación es “realización” (“realidad formateada, como llaman a los documentales en la TV). Todas las obras son una deliberada manipulación de lo visto y recordado. La copia es la materia natural de la creación.

Los artistas han sido en ocasiones considerados “como dioses”, gracias hacer la vista gorda respecto a lo que constituye la auténtica mirada original de Dios. La mirada de Dios crea o construye sacándose el mundo de la manga mientras el artista, irremisiblemente, saca su cuadro o su libro de mangar de aquí y de allá.

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4 de octubre de 2007
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VI. LA FUENTE DE LA ETERNA JUVENTUD

Vuelvo siempre a situarme en la memoria delante del cuadro aquel que hace tiempos vi por primera vez una mañana soleada de verano allá por 1974, en el museo de Dahlem, en los suburbios apacibles de Berlín, un museo hoy clausurado. Afuera los tilos encendidos de verde, a través del ventanal el haz de luz dorada en el que flotaban infinitas partículas de polvo, el parquet lustrado con cera, la guardiana somnolienta vestida de gris, y frente a mí La fuente de la juventud de Lucas Cranach.

Vienen por un extremo de la tela las carretas cargadas de ancianas desnudas, de carnes flácidas y pechos magros. Al centro hay jóvenes caballeros galantes que las ayudan a llegar a la fuente a la que entran temerosas primero, se sumergen en sus aguas y van saliendo por la otra orilla ya mozas otra vez. Las ayudan a vestirse suntuosamente y son conducidas bajo un palio de seda que se alza en el boscaje donde se está celebrando una fiesta. Música de flautas y vihuelas, viandas sobre las mesas, y otra vez bellas y esplendorosas, se dejan requebrar, se dejan llevar por los senderos del bosque, otra vez sus cuerpos merecen otros cuerpos, otra vez el alma palpita en su cárcel dichosa, otra vez la vida, otra vez la felicidad.

¡Ay , felicidad, para que fueras eterna!, canta en la noche el borracho de Juan Rulfo.

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4 de octubre de 2007
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